Porque el pasado está hacia adelante y el futuro hacia atrás, sólo podemos ver el primero, con cierta precisión, y apenas sentir el segundo, como una brisa unas veces, como un vendaval otras. Si al menos tuviésemos un espejo para poder echar una mirada al futuro… Pero no. Al menos que ese espejo sea el pasado mismo que, al decir de Mark Twain, no se repite, pero rima
Cada vez que alguien se detiene un instante en su marcha atrás, se levantan las voces advirtiendo de los peligros, cuando no de la inutilidad, de las predicciones que, de forma despectiva, se etiquetan como futurología. Lo primero es cierto: es un intento peligroso. Lo segundo no: no solo es útil; también es una necesidad, si no una obligación moral. Hoy, en 2017, estamos sentados sobre una bomba de tiempo. Mejor dicho, sobre dos, interconectadas. La primera es la creciente, excesiva y desproporcionada acumulación de dinero y, por ende, de poder político y militar de una minoría cada vez más minoritaria, tanto a escala global como a escala nacional. Esta acumulación crecientemente desproporcionada, producto de la espiral que retroalimenta el poder del dinero con el poder político-mediático y viceversa (dinámica que produce bolas de nieve primero y avalanchas después) se agravará aún más por la automatización del trabajo. El desempleo en los países ricos, centros del control financiero, narrativo y militar, aumentará la tensión, no porque la economía del mundo rico colapse sino, quizás, por lo contrario. El creciente fascismo y las reacciones micropolíticas de la izquierda con marchas y contramarchas, serán solo síntomas violentos de un problema mayor. La segunda bomba de tiempo, es la gravísima amenaza ecológica, producto, naturalmente, de la avaricia de esa minoría y del sistema económico basado en el consumo y el despilfarro ilimitado, en el desesperado crecimiento del PIB a cualquier costo, aun al costo de la destrucción de los recursos naturales (flora y fauna) y de sus mismos productos (automóviles, televisores y seres humanos). El desplazamiento de millones de personas debido al aumento de las aguas y los desiertos, nuevas enfermedades y el creciente costo de la tierra, acelerarán la crisis. Cualquiera de estas dos bombas de tiempo que estalle primero hará estallar a la otra. Entonces, veremos una catástrofe mundial sin precedentes. La hegemonía de Estado Unidos, que se asume será pacíficamente compartida por una sociedad de conveniencia con China, muy probablemente seguirá la Trampa de Tucidides, y el evento decisivo, del conflicto y de la derrota militar de la Pax americana, será un evento de gran magnitud en el área del Pacifico Este. La marina más poderosa del mundo y de la historia, encontrará una derrota material, política y, sobre todo, simbólica. Solo la futura crisis demográfica en China (el envejecimiento de la población y las anacrónicas políticas de inmigración y la desconformidad de una generación acostumbrada al crecimiento económico) podría retrasar este acontecimiento por décadas. El panorama, por donde se lo mire, no es alentador. Quizás de ahí el cerrado negacionismo de quienes están hoy en el poder. Ese negacionismo ciego en todas las esferas está hoy representado por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y por las corrientes nacionalistas y neo racistas, precisamente cuando el problema es global. La presidencia de este país podrá ser reemplazada por un candidato de la izquierda, en el 2020 o en el 2024, pero no será suficiente para detener el desarrollo de los acontecimientos ya desencadenados. Por el contrario, será una forma de renovar la esperanza en un sistema y en un orden mundial que está llegando a su fin de forma dramática. Si bien es necesario continuar luchando por las causas justas de las micro políticas, como los derechos de género en el uso de baños públicos (que para los individuos no tiene nada de “micro”), etc., ninguna de estas medidas y ninguna de estas luchas nos salvará de una catástrofe mayor. Cuando ya no haya tierra, agua, alimentos, leyes, cuando los individuos y los pueblos estén luchando por sobrevivir de la forma más desesperada y egoísta posible, a nadie le importarán las causas de la micro política. Lo bueno es que, si bien el pasado no se puede cambiar de forma honesta, el futuro sí. Pero para hacerlo primero debemos tomar conciencia de la gravedad de la situación. Si realmente vamos caminando hacia atrás, rumbo hacia el abismo, el simple acto de detenerse un momento para pensar en un cambio de rumbo, parece lo más razonable.
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Un niño esquelético, como en los mensajes de Médicos del mundo, le dice al Papa:
- ¿Por qué no vendes los cuadros del Vaticano para darnos de comer? - je,je,je. Esos cuadros no se pueden vender porque son de Dios - ¿Dios tiene hambre también? Y la reenvié a mis contactos porque me sentía de acuerdo con su mensaje, aunque su expresión me parecía políticamente incorrecta. Expresión políticamente incorrecta Consideramos como políticamente incorrectas aquellas expresiones que resaltan intencionadamente aspectos desagradables que un determinado grupo social prefiere disimular. Estas expresiones no son necesariamente reprobables ni encomiables, depende del criterio de quien las analiza. La crítica social que hacen estas expresiones puede referirse -justa o injustamente- a rasgos externos o a cuestiones más importantes; y suele expresarse mediante enfoques parciales, exageraciones, o caricaturas. Este desafío a lo políticamente correcto suele acarrear problemas, como nos muestra la Historia, y como estamos leyendo cada día en la prensa. Casualmente estaba leyendo la Introducción al Antiguo Testamento del profesor José Luis Sicre en el que trata del lenguaje de los profetas. Para percibir la fuerza que ese lenguaje tenía en sus circunstancias sociopolíticas, elabora unos ejemplos de transposición al lenguaje actual, como el texto de Amós 5,4-5: Así dice el Señor a los católicos: Interesaos por mí y viviréis. Pero no os intereséis por el Pilar, no vayáis a Santiago no acudáis al Rocío. Que el Pilar caerá por tierra y el Rocío se volverá tormenta. Buscad al Señor y viviréis. Este lenguaje nos resultaría hoy políticamente incorrecto; sin embargo la intención del profeta era advertir al pueblo de que esas devociones estaban camuflando su desvío respecto a la verdadera llamada de Dios hacia la justicia social. El profeta no es un sabio que explica las complejidades de la vida, ni un jurista o doctor de la Ley (que también son necesarios); el profeta le habla al pueblo con lenguaje emocional; por eso exagera y presenta un solo aspecto de la realidad, en este ejemplo la de el Pilar o del Rocío. Estos extremismos unilaterales, como los del profeta, pueden ser justos, y necesarios, si luego se equilibran de alguna manera con otros aspectos del mismo asunto, pero son engañosos si se los toma literalmente como textos jurídicos o se los hace pasar como realidad total y objetiva. Sabemos que expresar la devoción es bueno, y recomendable, sin embargo es necesario sacudir nuestro adormecimiento en un cómodo e injusto status quo actual. Sin ser conscientes de ello, nuestra práctica religiosa está desviando la atención de un deber fundamental hacia una tranquilizante devoción. Pagola, muy comprometido con el evangelio, nos confirma que éste es el peligro de la religión, desviar la atención hacia cómodos deberes o devociones. El lenguaje de Jesús frecuentemente era políticamente incorrecto, exagerado o unilateral. A la llamada de su madre y de sus hermanos contestó que su madre y sus hermanos eran aquellos discípulos que estaban escuchándole. Y no digamos nada de la exageración de aquello de la rueda de molino, o de castrarse por el Reino de Dios (que Orígenes se lo tomó al pie de la letra). También las expresiones unilaterales de Pablo sobre la salvación por la fe le han planteado serios problemas a la teología cristiana. Personalmente prefiero una exposición equilibrada, con sus pros y sus contras, y confieso que a veces desearía poner los puntos sobre las íes a los escritos de algunos compañeros porque, a mi parecer, resaltan desproporcionadamente un solo aspecto de los problemas que se nos plantean. Sin embargo reconozco que necesitamos una sacudida profética para superar dogmatismos anteriores o nuestra deriva egoísta. La viñeta que estamos comentando simplifica, con la ingenuidad de un niño, un problema complejo; y parece atribuir al Papa Francisco una grave inconsecuencia con el mensaje de Jesús y con un elemental sentido humano de justicia. Por eso digo que me parece políticamente incorrecta, y un poco injusta con el papa, porque él está haciendo lo que puede. No obstante creo que este mensaje es acertado, y que es necesario expresarlo en formas políticamente incorrectas. De acuerdo con su contenido El mensaje de esta viñeta es el escándalo -cómodamente asumido- de que miles de niños están muriendo de desnutrición mientras que algunos magnates tienen grifos de oro en sus yates privados. El 1 por ciento de la población mundial tiene tanta riqueza como el 50 por ciento más pobre. La viñeta concreta este escándalo en las riquezas que conserva la iglesia católica, ya sean los museos vaticanos o los tesoros de las catedrales. Estos tesoros contrastan -contradicen- el mensaje de Jesús, que consideraba el dinero y el poder como los mayores obstáculos para una sociedad justa y fraterna, que él denominaba el Reino de Dios. Ya sé que Jesús alabó el amor expresado por aquella mujer que derramó en sus pies un caro perfume, que “podría haber sido vendido y dado a los pobres”. Aquel gesto era una expresión espontánea de amor, y eso es lo que alabó Jesús; en cambio Judas sólo vio su valor económico. Este argumento se viene presentando al menos desde el siglo IV, y san Juan Crisóstomo tuvo que intervenir y determinó que se respetara lo que alguien había donado para el templo, pero que se aconsejara donar la riqueza a los pobres antes que al templo. Al rico que quería seguirle, Jesús no le dijo que entregara su riqueza a la bolsa del grupo sino a los necesitados. Los tesoros de la iglesia actual -muchos de ellos improductivos- son un escándalo que está desacreditando lo que presentamos como seguimiento de Jesús; pero creo que el Papa ni puede ni debe decretar dictatorialmente su entrega, ya sea a la UNESCO o a la FAO. En cambio las iglesias locales sí deberíamos renunciar a esas posesiones, pero no el párroco ni el obispo sino la comunidad cristiana. ¿Estamos dispuestos? ¿Qué dirían las cofradías de semana santa o de las fiestas locales? ¿Sería mejor abandonar la comunidad que se resiste a desprenderse de ellas, o tratar de persuadirla? Jesús no impuso nada; propuso un proyecto y murió por difundirlo. Escuchemos a profetas como Casaldáliga y monseñor Romero. Vivamos realmente y difundamos el Pacto de las Catacumbas, que no hace mucho establecieron algunos obispos: Renunciamos para siempre a la apariencia y la realidad de la riqueza, especialmente en el vestir (ricas vestimentas, colores llamativos) y en símbolos de metales preciosos (esos signos deben ser, ciertamente, evangélicos). Mc 6, 9; Mt 10, 9s; Hech 3, 6. Ni oro ni plata. (Número 2 del Pacto). Después de tres días de febril actividad, el Papa se ha despedido del pueblo chileno. Su paso por esta tierra ha dejado intensas emociones que algunos atesorarán por mucho tiempo con gratitud infinita, mientras otros intentarán reponerse de frustraciones. Así y todo, mientras la emocionalidad sigue activa, es prematuro hacer una evaluación serena de un innegable acontecimiento, que fue nacional y mundial.
En la era de las comunicaciones, no es correcto analizar adhesiones o disensos a partir de números ni de concurrencias. Lo cierto es que todos, creyentes y no creyentes, participaron en una amplia variedad de formas en la visita del Papa. Desde la presencia personal, hasta la frenética interacción en las redes sociales giraron en torno a las acciones y omisiones de Francisco. Aun así, después de 22 viajes del Papa fuera de Italia, donde Francisco ha desplegado las más variadas virtudes humanas, que lo distinguen por su liderazgo y destacadas condiciones de pastor cercano y carismático, donde la improvisación e incisividad de su mensaje siempre dejan rumiando la conciencia ajena, en Chile fue distinto. Algo parecía inhibir ese cúmulo de virtudes. En la inminencia de su arribo a Santiago, estallaba, con características de escándalo, una carta del mismo Papa que revelaba su reparo convencido que justificaba la renuncia del obispo Barros. Aquel documento hacía presagiar un escenario muy incómodo para su autor, porque lo obligaba a validar una contradicción que era necesario explicar. Ya en Chile, quedó en evidencia un férreo cerco de seguridad, que logró sortear con escasas posibilidades. El papamóvil quedó en desuso y su paso raudo por avenidas despejadas, dejaban en evidencia elevados temores por la integridad del Papa. Un exceso injustificado ciertamente. Con la memoria viva, puesta en la historia, cada encuentro del Papa fue recordando aquella otra visita ocurrida hace casi 31 años, cuyas comparaciones parecían revelar una desconcertante paradoja. Aun así, los mensajes de Francisco al pueblo chileno fueron contundentes, desde ese momento significativo y emocionante en La Moneda, cuando expresó su dolor y vergüenza por las víctimas de los abusos del clero. Así también, su llamado a la unidad, a lucha por la justicia, por el respeto a los pueblos originarios, a la no violencia activa, a amar a la patria, a respetar al migrante, a dignificar la vida de los privados de libertad y un largo etcétera. Sin embargo, junto al protagonismo de Francisco durante su visita, se interpuso también otro, que se personificó en el obispo Barros. En efecto, el sensible tema de los abusos del clero, cometidos en Chile, se convertía en el sensor moral de la visita del Papa. Claro, porque desde la denuncia de las víctimas de Karadima, hace ochos años, se acumuló en Chile una necesidad imperiosa de justicia, convirtiéndose ésto en una exigencia ética que cuestiona todo el discurso eclesial. Esto fue sistemáticamente advertido antes de la visita, pero también desoído, una vez más, por los consejeros de Francisco. Las incomodidades de la presencia de Barros, en los diferentes actos litúrgicos, terminaron por catalizar esa indignación respetuosa que clamaba al Papa respuestas concretas. La prensa local e internacional, sensibilizada por la realidad eclesial y social afectada por tan deleznables crímenes, se hizo sentir con fuerza. Y así, una periodista chilena, al término de la visita del Papa a Chile, consiguió en Iquique la revelación más desoladora que podía esperarse del sucesor de Pedro, respecto del obispo Barros: “No hay una sola prueba en contra. Todo es calumnia.” Aquella frase se convirtió en un verdadero mazazo a la conciencia de un pueblo que tiene una profunda raíz cristiana, y la necesidad de reencontrarse con esos grandes valores, porque abunda la sed de Dios. Aquella frase pontificia, no sólo representaba una sólida defensa a un hombre que se ha convertido en factor de división y dolor, sino y sobre todo, en una grave revictimización de los mártires de Karadima, porque el Papa acusaba de calumnia a víctimas inocentes. Así como, mientras el Papa visitaba la tumba de san Alberto Hurtado, Mariano Puga era consultado por la prensa respecto del obispo Barros, tajante y molesto dijo, “el Papa se equivocó”, hoy es posible concluir con dolor, que en Chile, el esperado Francisco, cometió una falta grave que espera urgente reparación. Leo que Theresa May se toma en serio la soledad de los suyos. Y no es para menos, ante las escalofriantes cifras de personas que están solas y se sienten solas; las dos cosas a la vez, que no solo las sufren en Gran Bretaña sino en todos los países llamados “civilizados”, incluido el nuestro. Son muchos los millones de personas que se sienten mortalmente solos sin tener a nadie con quien compartir si no es robando conversación a jirones mientras compran el pan o mendigando palabras al vecino coincidente en el ascensor. Y lo peor no es la soledad sino el no saber qué hacer para salir de esa situación ominosa que preside cada minuto de cada día.
Es un agujero negro de nuestro tiempo que corroe y destruye por dentro y que no gusta de ser aireado: depresión, una pena muy grande, una mala temporada... solo los viejos que se han quedado solos no temen las palabras y proclaman su dolor sin ambages en cuanto se les presenta la ocasión. Son muchos los miedos que nos acechan y el de la soledad no querida es uno de los más grandes. Quien pasa por ello sabe bien el mordisco que deja en el alma. A veces es coyuntural, otras veces son razones de temperamento o predisposición al decaimiento; en ocasiones viene dado por acontecimientos desdichados de la vida que fabrican enfermos crónicos sociales. El estilo de vida que llevamos en el primer mundo contribuye a que el ser humano se sienta solo, esté solo, entre desasosiegos e incertidumbres. El gran silencio universal es el miedo, acertadas palabras del poeta Luis Rosales. Lo verdaderamente temible, por lo peligroso, es el miedo a la soledad no querida. El desvalimiento y la incomunicación producen temor y resistencia que al final desemboca en angustia. Ignacio Larrañaga repetía a menudo: “el mal del fracaso no es el fracaso en sí, sino el miedo al fracaso. El mal de la muerte no es la muerte, sino el miedo a la muerte”. El daño que hace esta soledad llega a producir marginados; es la enfermedad del momento capaz de romper el espíritu a cualquiera ante el debilitamiento del consuelo y la fortaleza de la fe en Dios. La caridad (ahora la llaman solidaridad) necesita más que nunca de nuestro tiempo para perder las horas con aquellos que claman compartir con un igual que pide sentirse entre sus semejantes, no sólo estar entre ellos. Qué soledades tuvo que pasar Sartre para decir que “el infierno son los otros”; o Kafka, al escribir que los humanos somos extranjeros sin pasaporte en un mundo glacial. Sé muy bien de lo que estoy escribiendo pues me tocó experimentar el agujero negro de la soledad como el mayor zarpazo que he recibido de la vida, hasta ahora. Me suenan cercanos los versos de José Luis Martín Descalzo: “Estamos solos, flores, frutas, cosas / Estamos solos en el infinito / Yo sé muy bien que si en esta noche grito / Continuarán impávidas las rosas”. No son tiempos para huir de uno mismo ni para vivir esperando que otros arreglen mi felicidad derrochando grandes energías. Sentir la soledad no querida es una forma de dolor que obliga a afrontar los hechos con capacidad de espera; y mientras no podamos cambiar el aislamiento que nos machaca, adaptemos los ojos a la oscuridad para seguir viendo, aunque se haya hecho de noche... El tiempo pasa y solo quedan las cicatrices que duelen como la rotura lejana de un hueso, “cuando hay cambio de tiempo”. También quedan los recuerdos de la pelea por salir adelante y lo que has conseguido crear durante ese tiempo negro con la ayuda de Dios y de algunas personas estratégicamente diseminadas por Él en ese período doloroso de la vida. Martín Descalzo hizo de faro cuando sentenció: “En la manera de sufrir es donde verdaderamente se retrata un ser humano”. Palabras habitadas. Así suenan y resuenan en el alma las palabras de Jesús: él se acercó, la cogió de la mano y la levantó.
Palabras habitadas de cariño, de justicia, de autoridad interior. Todo lo que le faltaba a la religión oficial lo aporta este judío diferente, retador, que no funciona por las leyes canónicas memorizadas sino por un corazón y una mente integrados, a lo Dios. ¿Quién es ella? Como de costumbre para la inmensa mayoría de las mujeres de todos los tiempos, es “la suegra de”, podría ser la mujer de, la cuñada de, la hija de, la pareja de… anonimato de la mujer todavía hoy. En nuestra “suegra de” ese anonimato con sus múltiples y severas implicaciones, se somatiza, y su “fiebre” nos indica un cierto fuego interior que le sale por los poros, una fuerza no canalizada, una energía desaprovechada, una vida anonimizada por los de antes y los de ahora, tanta injusticia, tanto dolor y frustración hace que su cuerpo arda. Ya que no puede hablar porque su palabra no está autorizada, lo comunica con su cuerpo, cuerpo de mujer, anónima e identificada con un varón: en este caso es la “suegra de Pedro” como siempre en el patriarcado. Hace unos días en una asamblea de varias parroquias, al proponer una iniciativa, un varón laico, de los históricos, me pregunta en público, ante todo el mundo: “y tú ¿eres religiosa o “vas de por libre”? La educación y el amor incluso a los hijos de Dios que menos me gustan me hizo responder con serenidad, pero el “vas de por libre” tenía un tono habitado de rabia, dominio, necesidad de someter: demonios que se pasean por nuestra sociedad y por supuesto por nuestras iglesias, disfrazados de “servicios”. Estos demonios bloquean iniciativas, impiden el crecimiento porque siembran la sospecha, desautorizan, ningunean… no me extraña que Jesús, que también iba “de por libre”, se acercara a aquella mujer. Tal vez le movió la empatía, porque en su yo profundo también se sentía no aceptado por “los oficiales, los correctos”. Es ahora el cuerpo de Jesús el que habla a través de varios gestos potentes y evocadores: no le suelta una perorata desde arriba y ella abajo, yaciendo sin fuerza, no, se acerca: acorta la distancia histórica que separa a las personas por su género, religión, raza, orientación sexual... ¡qué poco nos acercamos unos a otros para interesarnos por la persona! y es que acercarse significa tener resueltos temas como el de la igualdad, el del respeto por encima de la explotación, el de la humildad por encima del dominio y autoritarismo. Acercarse significa también quitarte la máscara, dejar que te vean como eres, sin maquillajes. No siempre es fácil. La cogió de la mano, hoy nos parece normal, pero no lo era. ¿Cuántas manos has cogido para acariciarlas, besarlas, empoderarlas, desde la semana pasada, por decir algo? Coger a alguien de la mano supone estar muy cerca: es una conexión directa con el corazón. La mano alarga la presencia, coger la mano significa aceptar y aprobar lo que la persona es y hace. En el texto, queda reflejada la osadía de Jesús, ya que no se podía tocar a una mujer que no fuera la propia. Jesús rompe de nuevo la distancia y además todo ocurre en Sábado. No podía hacer esas cosas. La levantó, porque cogerle la mano para dejarla en el lecho tirada no es propio del amor, como no lo es una pastoral mediocre… Jesús la levanta de una situación mortífera y le ayuda a ponerse de pie, de nuevo firme en la vida y sin fiebre porque la causa de la fiebre había desaparecido; ¿cómo? ahora es tratada con respeto, con igualdad, mirada a los ojos, no de arriba abajo, como a alguien a quien hay que ayudar, sino tratada de tú a tú. Suena a resurrección, a una vida profunda y digna desde otras claves. Y se pone a servirles, de nuevo, depende de la tendencia del exégeta significa una cosa u otra. Yo me decanto por los y las que nos dicen que este servicio era el servicio de la Palabra en la casa-comunidad que “ella” ofreció al Maestro. Ella fue la primera discípula que sepamos, también en lenguaje posterior la primera diaconisa. También nos cuentan que posiblemente era la dueña de la casa por estudios realizados sobre las costumbres de la época. Y si era la dueña de la casa y servía a los varones significa que posiblemente bendecía la mesa, lo que luego en las casas-comunidad seguirá haciéndose y que se llamará Eucaristía o acción de gracias de la comunidad de discípulos y discípulas. Servir la palabra habitada del Maestro a todos los hambrientos y hambrientas de dignidad. Ella supera el sábado judío, rompe con ese rito y comienza a realizar la obra de Jesús. La ha experimentado en su propio cuerpo, en su propia vida. Ella se convierte en una extensión de sus manos, de su palabra habitada de presencia y vida. ¡Cómo me gustaría conocerla! Como dicen los jóvenes debía ser un “crac de señora”. Me encantan esas, y hacen mucha falta en nuestras asambleas y comunidades. Pero todavía hoy muchas mujeres están tumbadas por la fiebre. Me imagino que nuestra amiga, “la suegra de”, de nuestro texto debió dedicarse a “levantar” a vecinas y amigas. “Hagamos lo mismo” pero no vayamos sin haber sido “cogidas de la mano y levantadas nosotras primero, por el amor”. Tal vez personas de Latino América que lean esto piensen que en sus países sí lo hacen, y tienen razón. Pero aquí hermanas, lo hacemos poquito. Una pena. Es cuestión de “cercanía” con el que quita fiebres y miedos, parálisis y mudeces. El texto pasa de la sinagoga a la casa. ¿Y nosotros? Desde la casa-comunidad la Palabra está más habitada de hogar, de apoyo, de compromiso, de todo lo que le falta muchas veces a los espacios más oficialmente religiosos. Maravilloso reto. Recuerda que los evangelios no son crónicas de sucesos. Son teología narrativa. No tiene ninguna importancia que las palabras de Jesús sean exactamente las que él pronunció; ni que los hechos narrados hayan acontecido así. Lo importante es el mensaje que quieren trasmitirnos y que seamos capaces de traducirlo a nuestro lenguaje, siempre relativo, de manera que lo podamos entender hoy. Para ello es imprescindible que nos coloquemos en el ambiente de aquella época y conozcamos las características de aquella cultura.
Seguimos en el primer día de la actuación de Jesús. Mc intenta perfilar a grandes rasgos y con firmes trazos, la figura de Jesús. Se trata de un montaje programático para dejar muy clara la manera habitual que tenía Jesús de desarrollar su ministerio. No podemos desligar la perícopa que hemos leído hoy de la del domingo pasado. Ambas forman un todo teológico progresivo, que empieza en la sinagoga, y termina orando solo en descampado. Allí consigue reavivar la experiencia de Dios, que le permite hablar y actuar con autoridad. El paso de la sinagoga a la casa, y después a la calle, nos dice que Jesús lleva la salvación a todos los lugares en donde se desarrolla la vida y a todas las personas que tienen necesidad de liberación. Con toda naturalidad se nos habla de la suegra de Pedro, aunque nunca se hable de la esposa. En aquella sociedad era impensable el estado de soltero, y Jesús nunca cuestionó las normas existentes con relación a la sexualidad, al matrimonio o a la familia. Los cambios que después se produjeron, no se pueden vender como mensaje evangélico. La cogió de la mano y la levantó. La palabra katekeito para decir “estaba postrada”, puede significar enfermedad o muerta, en cualquier caso, falta de vida. También para decir que la levantó, Mc emplea hgeiren, que puede significar levantar o resucitar. Está claro que Mc quiere dar un doble sentido a las dos palabras, más allá del sentido material. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Jesús cura para que la mujer pueda servir. En el mundo griego, el servicio (diakonía) se consideraba una deshumanización. En las primeras comunidades cristianas, era el signo de seguimiento de Jesús. El verbo que se utiliza en griego es dihkonei = servía a la mesa. Los cristianos eligieron precisamente la palabra “diakonía” para expresar el nuevo fundamento de las relaciones humanas en la comunidad. El mismo Jesús dirá que no ha venido a ser servido sino a servir. Al anochecer... Nos está indicando que los que se admiraban de las palabras y obras de Jesús, eran judíos y no habían superado la dependencia de la Ley, que era la causa de la opresión. Al ponerse el sol terminaba el sábado y la obligación de descanso. Por lo tanto, ya podían ellos llevar a los enfermos y Jesús curarlos, sin faltar al primer precepto de la Ley. Curó a muchos y expulsó muchos demonios. Todos buscan a Jesús para ser curados. Aquí debemos hacer una profunda reflexión. En todos los evangelios se comienza con un éxito espectacular de la predicación de Jesús. Más tarde se verá que no les interesa nada más que ese beneficio material de ser atendidos en sus necesidades. Se marcha a descampado y allí se puso a orar. En muchos lugares de los cuatro evangelios se dice lo mismo: "Se levantó de madrugada, se fue a un descampado y allí se puso a orar". "Pasó la noche en oración". "Por la mañana estaba allí sólo". Es la clave de la vida de Jesús. Realmente necesitaba orar como verdadero ser humano que era. Descubrir lo que era su Abba para él, fue la clave de su espiritualidad. Esto solo se puede hacer aparatándose del bullicio de la gente y en silencio. El domingo pasado decía el evangelio que hablaba con autoridad, no como los letrados. La clave está en este descubrimiento continuado de la presencia de Dios en él. A pesar de la absorbente actividad, encontraba tiempo para estar a solas consigo mismo y cargar las pilas. Los evangelios nos dicen que también iba a la sinagoga y al templo, pero el verdadero encuentro con Dios lo realizaba a solas y en medio de la naturaleza. ¡Todo el mundo te busca! En el relato encontramos tres exageraciones intencionadas: todo el mundo te busca; la población entera; todos los enfermos y poseídos. Los discípulos están en la misma dinámica que la gente. No quieren que su Maestro pierda la ocasión de afianzar su prestigio (poder). Jesús sabía muy bien lo que tenía que hacer: “Vámonos a otra parte”. En el principio del relato se habló por dos veces de su enseñanza (didach). Ahora dice predicar (khruxw, de donde viene kerigma, concepto clave de la primera comunidad). Todos los evangelios empiezan constatando la euforia con que la gente sigue a Jesús. Pero pronto, se va apoderando de ellos, primero la decepción, después el abandono, y finalmente la oposición total. En Jn este proceso se escenifica de manera genial en el capítulo 6, después de la multiplicación de los panes, cuando quieren hacerle rey y terminan abandonándole todos diciendo: “¿quién puede hacerle caso?” El por qué de esta actitud es claro: buscan ser curados, liberados, queridos, no están interesados en curar, servir y amar. Si tomásemos conciencia de este cambio en la gente, comprenderemos donde falla nuestro cristianismo. La respuesta está en el relato de la curación de la suegra de Pedro. Jesús cura para que seamos capaces de servir. Esto es precisamente lo que no nos gusta. Cuando Jesús va dejando claro que Dios no es un tapagujeros, que su predicación lo que persigue es cambiar las actitudes fundamentales del ser humano y convertirle en libre servidor en vez de opresor, la gente empieza a sentirse incómoda y le abandona sin contemplaciones. El evangelio no habla de resignación ante cualquier clase de dolor, sea físico, sea psíquico, sea moral. Pero no identifica la salvación con la supresión del dolor. Todo lo contrario, afirma expresamente que la verdadera salvación puede alcanzarla todo hombre a pesar del mal que nos rodea (bienaventuranzas). Siempre que se pueda, se debe suprimir, pero la victoria contra el mal no está en suprimirlo, sino en evitar que te aniquile. La solución al problema vital del hombre no puede venir de fuera, la tenemos que encontrar dentro. Solo un conocimiento de lo hondo del ser nos descubrirá lo que somos. El hombre tiene que aceptar sus limitaciones. Pero solo lo conseguirá descubriendo que esas limitaciones no le impiden alcanzar su plenitud. Conocerme a mí mismo es conocer a Dios como fundamento de mi propio ser. Ser fiel a mí mismo es la única manera de ser fiel a Dios. El fallo del cristianismo fue convertir la buena noticia del evangelio en una religión. Jesús quiso liberar al ser humano de todo lo que le impide ser él mismo, incluida la religión. Jesús nos quiso enseñar cómo ser libres a pesar de los problemas y aunque no se resuelvan. Hay problemas que no tienen solución, pero una vida más humana siempre es posible. El esperar que cambien las circunstancias adversas para sentirme bien es señal de pobre hedonismo. Meditación No puede haber espiritualidad sin verdadera contemplación. No se trata de “rezar”, sino de fundirse con el Abba. Lo que te cambiará será la conexión con lo Absoluto que hay en ti. El conseguir la conexión puede llevar hora días o años. El quedar impregnados de Dios es cuestión de un instante. Toda creencia fundamentalista –propia de quien se cree en posesión de la verdad– conlleva la descalificación de quienes discrepan, y se plasma en una visión maniquea que divide a los humanos en dos bloques radicalmente diferenciados: “nosotros” frente a “ellos”. “Nuestros” son todos aquellos que afirman y sostienen lo propio; “ellos” son quienes no alcanzan ni siquiera a verlo. Con “nosotros” están la bondad y la verdad; con “ellos”, la maldad y la mentira; de nuestra lado, la honradez, frente a la falsedad de los otros…
La misma creencia fundamentalista, que lleva a una visión maniquea de la realidad y a la descalificación de todos aquellos que no la comparten, se plasma en dos actitudes características: el victimismo y el simplismo de los análisis. Quien se cree en posesión de la verdad vive la discrepancia como una ofensa. Por ello, fácilmente se sentirá víctima ante cualquier posicionamiento que no contemple sus propios postulados: la lectura victimista brota de manera automática ante el hecho simple de actuaciones que cuestionan la “verdad” que dan por supuesta e incuestionable. Del mismo modo, las creencias fundamentalistas no admiten matices y, mucho menos, análisis críticos. Para todo fundamentalista, las cosas son simplemente como él las ve, o quizás mejor, como el filtro de su creencia le permite verlas. Lo cual casa con el maniqueísmo al que hacía referencia. El “con nosotros o con ellos” se traduce aquí en “la verdad contra la mentira”. ¿Para qué habrían de ser necesarios análisis críticos? Es la creencia la que ya ha decidido la verdad o el error de las cosas: “verdadero” es aquello que la sostiene; “error”, lo que la cuestiona. En este sentido, es significativamente reveladora la anécdota según la cual, cuando Galileo pidió al cardenal que presidía la comisión que lo estaba juzgando que observara el firmamento a través del telescopio para comprobar el movimiento de los planetas, este respondió: “No necesito mirar por ningún sitio; yo sé bien cómo son las cosas”. Si se observa con cuidado, no es difícil advertir, detrás de ello, un sentimiento etnocéntrico. Característico de la consciencia mítica, el etnocentrismo conlleva la creencia de que solo su grupo es portador de la verdad (y de la salvación). Pero es justamente ese lema –“Estamos en la verdad”– el que, explícito o latente, constituye el postulado básico del fundamentalismo, de donde se derivan el conjunto de actitudes y comportamientos que son asumidos acríticamente y justificados apriorísticamente por el propio grupo. Por lo que, en ningún contexto como en este, se muestra especialmente sabia la advertencia de Antonio Machado: “¿Tu verdad? No, la verdad. Y ven conmigo a buscarla, la tuya guárdatela”. Arde el mundo en la búsqueda de la verdadera paz y de la alegría. Gente corriendo por las rutas de la vida, persiguiendo frágiles sueños. Todo se mueve y no se sabe por qué y hacia donde. La frustración y el cansancio nos ganan.
Pero hay otros y consoladores signos. Hay signos, poderosos signos, de luz y novedad. Signos que revelan nuestra Casa de origen. La Casa del Silencio y del Amor. La Casa del Ser. En nuestro contradictorio y herido mundo se entrelazan y acompañan los signos y los anhelos. El sin sentido, la desesperación, la pobreza, la violencia, el egoísmo, el consumismo van de la mano – conviviendo (a veces pacíficamente y otras en conflicto) – con la solidaridad, la ecología, la defensa de los pobres, el progreso de la ciencia, las esperanzas y los sueños de un mundo unido y fraterno. ¿Adónde va nuestro mundo? ¿Cuál futuro espera a nuestros descendientes? ¿Podemos aportar algo que marque un hito? Sin duda la humanidad evoluciona. Evoluciona desde muchos campos y la historia – nuestra humana historia teñida de sangre – está ahí, evidenciándolo. Crecimos en la comprensión del valor del ser humano y de la vida en general. Crecimos en la tolerancia y en el respeto al diferente de cualquier clase. Los avances de la ciencia y la medicina son extraordinarios. Crecimos en la conciencia de nuestra raíz espiritual y divina. Todavía falta, lo sé. Siguen presente en nuestro mundo tanto egoísmo y tanto dolor inútil y evitable. Pero el salto de conciencia en realidad está siempre ahí, al alcance de la mano, porque la conciencia no conoce de tiempo y espacio. Los grandes espíritus siempre lo supieron: Francisco de Asís había visto – hace 800 años – que la hermandad define el Universo. Gandhi había visto y vivido que la clave de la convivencia era el respeto y la no violencia. Y muchos antes, Buda, Confucio, Lao Tse, Jesús, habían experimentado y compartido con sus contemporáneos que la salida del sufrimiento y la vivencia de la plenitud radicaba (y radica) en el amor. Muchos, muchísimos, estamos de acuerdo con estos descubrimientos e invitaciones de estos grandes espíritus. Tal vez la mayoría de la raza humana, con sus distintas culturas, aprueba y comparte esta visión. ¿Por qué entonces nos cuesta tanto vivirlas, practicarlas, compartirlas? El desafío se vislumbra en el mismo proceso evolutivo de la humanidad. El amor que nuestros pensamientos y sentimientos aprueban y anhelan, es todavía vivido como algo exterior. No caemos en la cuenta que el amor es, en definitiva, lo que somos. Es un problema antropológico/espiritual, un problema de identidad. Perdidos en el pensamiento y zarandeados continuamente por sentimientos y emociones andamos angustiados por el mundo anhelando migas del mismísimo Amor que nos define, nos sostiene, nos crea, nos alimenta. Nuestro mundo necesita identidad. Necesita descubrirse. La humanidad necesita descubrirse. Apenas hemos entrado en una veta cuya profundidad desconocemos. Todas las demás “identidades” por cuanto psicológicamente y socialmente sean importantes, son secundarias y relativas: varón, mujer, rico, pobre, europeo, americano o asiático, campesino o doctor, creyente o ateo, de tal o cual apellido. “Identidades” relativas a nuestra experiencia humana y terrestre, pero “identidades” que se diluirán para dejar lugar a la sola, única y auténtica identidad: el Amor. El desafío, el único desafío verdaderamente importante es entonces el desafío que nos conduce a descubrirnos amor, amados, amantes. ay un camino privilegiado. Un camino directo, una autopista. Un camino que muchas personas “logradas” recorrieron y señalaron. Es el camino del silencio. ¿Por qué tan esencial y tan directo este camino? En la experiencia cristiana – por citar una sin desmerecer a las demás que tanto tienen para enseñarnos en este camino – tenemos la gran tradición de los monasterios. Los monasterios eran y son, lugares de identidad. Lugares de búsqueda de nuestra verdadera identidad. Por eso son lugares rodeados y empapados de silencio. Monjes y laicos iban a los grandes monasterios – cartujas, benedictinos, carmelitas, cistercienses, por citar unos pocos – para palpar lo eterno. No se conformaban con lo transitorio y lo pasajero. Transitorio y pasajero que tanto nos atrapa y distrae en nuestro tiempo. Buscaban (y buscan) el Ser que no pasa. Buscaban (y buscan) lo Invisible que se manifestaba en las maravillas visibles. El Ser eterno que se manifiesta en el tiempo y lo Invisible que late en lo visible, lo permite y lo sostiene tienen una misma característica: se palpan en el silencio. Por una simple y exquisita razón: pensamiento, sentimientos y emociones son transitorios y pasajeros. Solo el silencio es eterno. El silencio es el espacio donde todo aparece y toma forma. El pensar surge del silencio y vuelve a él. Así los sentimientos. Entonces ponernos de lado del silencio es optar por la sabiduría. Es optar por lo eterno y por ser verdaderamente libres. Solo el silencio es el espacio de pura libertad. Esta libertad tan aclamada y proclamada en nuestras culturas y desde las clases políticas, pero no encontrada. Porque es una seudo-libertad, una libertad siempre dependiente y condicionada por el frágil pensar y las heridas emocionales. Solo desde el silencio aprendemos la única libertad. Desde él aprendemos a manejar y disfrutar del pensar y del sentir. En otras palabras de la vida. Porque hay una Vida y una vida. La Vida silenciosa es la que permite y crea esta nuestra vida terrenal, empastada del pensar y del sentir. Qué pueden ser – y lo son si dudas – enormemente hermosos y disfrutables. Como también sumamente dolorosos. Hay que volver a los monasterios. Con un cambio por cierto. Un cambio dictado por la evolución de la humanidad. Volver y construir el monasterio interior. Hacer del corazón humano un monasterio, un lugar – el lugar – donde el silencio susurra y revela lo que somos. Se terminarán los templos exteriores o pasarán a ser secundarios. Descubriremos otro templo, otro imponente monasterio en nuestro frágil corazón. Un monasterio que siempre estuvo presente en realidad. El maestro de Nazaret lo había vislumbrado cuando dijo: “Pero la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad” (Jn 4, 23-24). Podemos acelerar este cambio de época. Podemos crear comunidades espirituales – monasterios sin paredes – que viven desde el silencio y desde el monasterio interior de cada cual. Monasterio interior que algunos llamaron “Santuario interior”, otros “alma”, otros “intimidad más íntima”, otros “sala del rey del castillo interior”. Poco importa el nombre. Utiliza el que más te inspire y guste, el que más se ajuste a tu historia y perfil psicológico. Hermosa es la metáfora del “Debir”. El “Debir” era el lugar más sagrado de Templo de Jerusalén, donde se guardaba el Arca de la Alianza y donde el Sumo Sacerdote entraba una sola vez al año. Es el Sanctasanctorum (Santo de los santos). El término hebreo “Debir” significa “lo que está detrás” y por eso algo oculto, escondido. También viene de la misma raíz de “palabra” (“dabar”). El Debir entonces es el lugar más íntimo, donde todo es silencio y donde se escucha la verdadera palabra. Es nuestro lugar más sagrado, nuestro Monasterio interior. El futuro de la humanidad pasa por el monasterio interior, pasa por la experiencia de silencio. No tengo duda. Porque solo enraizados en el silencio podremos descubrir y vivirnos desde lo que somos: el Amor. Porque solo el silencio permite y engendra la vida. Cuando nos instalamos en el Silencio de nuestro monasterio interior, el Amor aparece. Misterio inagotable que se esfuma a la mínima tentativa de ser atrapado y retenido. Sumamente libre el Misterio nos hace libres, a la única condición de no intentar poseerlo. No podemos manipular el Misterio, como no podemos decir el Silencio. Solo los podemos ser. Siendo, desde el Silencio interior, el Amor te transforma y transforma la realidad. Podemos hacer algo. Debemos: por el bien de nuestro mundo maravilloso y de los que vendrán. Podemos hacer algo: haciendo del silencio nuestra Casa y anunciando el silencio por doquier. |
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