No pierdas el tiempo pidiendo perdón a Dios. Perdónate y perdona a los demás. por: Fray Marcos2/19/2012 Jesús vuelve a Cafarnaúm. También hoy, Jesús habla a la gente, pero sigue Marcos sin decirnos de qué les habla. Una vez más, tenemos que adivinar el mensaje a través de los hechos.
Por primera vez, en el evangelio de Marcos, se habla de la oposición de los letrados, que se repetirá en los próximos textos. Los tres sinópticos relatan esta curación del paralítico, lo cual manifiesta que era recordado en todas las tradiciones. EXPLICACIÓN El mensaje del episodio del paralítico es muy parecido al que leímos el domingo pasado del leproso. También al leproso se le perdonaron los “pecados”, puesto que el sacerdote le tenía que declarar puro. El paralítico era considerado impuro, porque se creía que toda enfermedad era castigo de Dios por los pecados. Ambos estaban impedidos de ser plenamente humanos. Toda la escena del paralítico, se desarrolla en “casa”, no en el templo. El templo era el paradigma de la institución, pero había dejado de ser el lugar de la presencia de Dios, porque los dirigentes utilizaban su organigrama para oprimir a la gente. El relato nos dice que Dios está con el hombre, no en lugares sagrado sino allí donde desarrolla su actividad normal; donde lucha, donde sufre, donde llora. “Llegaron cuatro llevando a un paralítico...” El paralítico y los cuatro portadores representan a todos los que vienen en busca de salvación. Jesús les ofrece esa salvación dándoles vida. La muchedumbre apelotonada, les impide llegar hasta Jesús. Israel que había sido cauce de salvación, es ahora el obstáculo para alcanzarla. El pueblo elegido (la puerta), está ahora obstruida, no permite el paso. “Viendo la fe que tenían”. No se trata de una fe religiosa, sino de una confianza manifestada en las acciones. Jesús descubre la fe en los que lo llevan, pero habla al enfermo que no podía ni moverse. La fe, adhesión a Jesús, no sólo cancela el pasado de injusticia, sino que abre la posibilidad de nueva vida. A primera vista, parece que van buscando la salud física, pero Jesús se dirige al enfermo hablándole de la salud integral. Como ya dijimos, si toda enfermedad se debía al pecado, no hay por qué distinguir entre sanar y perdonar. Jesús tampoco quiere distinguir, y empieza por lo verdaderamente importante. “Tus pecados quedan perdonados”. No le dice: yo te perdono; ni siquiera, Dios te perdona, como interpretan los fariseos, sino “tus pecados quedan perdonados”. El verbo griego (aphiemi) significa soltar, desatar, dejar libre; pero también “pasar por alto, no hacer caso”. Para mí, éste último, es el significado más adecuado. Tus pecados no son tenidos en cuenta. Es una manera excelente de expresar lo que es el perdón de Dios. Tu actitud presente es lo importante. Lo anterior no cuenta para Dios. No debe contar tampoco para ti. Los letrados están instalados protegidos por la gente que les rodea. Representan la doctrina oficial, que no acepta la novedad de Jesús. Una y otra vez se dice que su “razonamiento” es interior (en su corazón). Todo apunta a que su presencia es solo simbólica. Son todos los presentes los que piensan como los letrados. “Para que veáis que “el Hijo de Hombre” tiene poder en la tierra para perdonar...” Hijo de hombre es una expresión aramea que significa simplemente “hombre”. En este caso es muy importante descubrir que Jesús actúa como ser humano, no como Dios. Para entender bien esta frase, no hay que olvidar la inseparabilidad de la enfermedad y del pecado. También la curación y el perdón del pecado son inseparables. No se trata de una demostración añadida de poder, sino de una declaración: para que veáis que ya está curado. Jesús realiza una sola acción que tiene dos efectos, uno invisible: perdón de los pecados y otro visible y constatable: la curación del paralítico. “Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa”. Removida la causa, se quita el efecto. Nada se hubiera conseguido si hubiera quitado el efecto sin eliminar la causa. Lo que hace el paralítico, que aún no se había enterado de que estaba curado, es demostrar con hechos la realidad. La movilidad no es un milagro añadido, sino la consecuencia del perdón. En el momento que toma conciencia de que Dios le ama, empieza a caminar. APLICACIÓN Los “letrados” tenían razón al pensar que solo Dios puede perdonar pecados. Pero lo que nos dice Jesús, es que Dios no puede no perdonar. Él es perdón y está perdonando siempre. Por lo tanto, cualquier “hombre” puede perdonar pecados, porque únicamente se trata de convencer al otro de que Dios le ama. La "buena noticia" de Jesús se resume en este mensaje: Dios es amor incondicional y para todos. Para los fariseos, Dios era justo. Tenía que pagar a cada uno su merecido. Hoy, seguimos aferrados a esta idea farisaica. También hoy, se llama blasfemo al que se atreve a predicar el perdón. No nos damos cuenta de la monstruosidad de esa postura. Indirectamente estamos diciendo que si Dios me perdona es porque me lo he merecido. ¡Absurdo! El tema del pecado y del perdón, es uno de los más embrollados de nuestra religión. Toda la doctrina que nos han enseñado sobre ambos, tiene muy poco que ver con el evangelio. En ella hemos proyectado sobre Dios nuestro concepto de justicia, y nos hemos olvidado de que el Dios de Jesús es amor. Para nosotros la justicia es restablecer un equilibrio que se ha roto por una injusticia. Creemos que “pecado” es hacer daño al otro, y tenemos que resarcir al otro de ese daño. La cosa se complica aún más cuando pensamos que ese otro es Dios y que pecado es hacerle daño. Para salir del pecado, tenemos que pagar a Dios la ofensa o, peor todavía, que otro tiene que pagar por nosotros... Pecado es una actitud contraria al bien del hombre. Cuando uno peca, se daña, en primer lugar, a sí mismo; no hace falta que nadie le castigue. Ya se ha castigado él mismo. El daño al otro no es el pecado, sino la consecuencia del pecado. Pecado no es el acto concreto con el que he hecho daño a otro o a mí mismo. Pecado es una actitud que me deteriora como ser humano. Una confesión que solo tiene en cuenta el acto y no afecta para nada a la actitud, será completamente estéril. Esta falsa concepción del pecado, es la que nos impide entrar en la dinámica del evangelio. La justicia humana trata de reparar un daño que se ha infringido a otro, y no puede ir más allá. Eso para Dios no tiene sentido. Para Dios todo está siempre en equilibrio, en ningún momento se da una situación de injusticia. Por eso el Dios de Jesús busca al pecador que es el verdaderamente dañado, impedido, muerto, para sacarle de esa situación de inhumanidad. Pecado en el AT, era errar el blanco; en el doble sentido de apuntar a un blanco falso o apuntar a un blanco acertado, pero errar por falta de entrenamiento. ¡Mucha atención! En ambos casos el yerro se debe a una realidad anterior al hecho mismo de disparar. Un fallo no se arregla con sacrificios o lamentos; menos aún con perdón o comprensión venido de fuera. Si descubro que voy por un camino que me lleva al abismo, la única solución es que abandone el camino y emprenda otra dirección. ¿De qué me serviría lamentarme o pedir comprensión, si no abandono la trayectoria? Si creemos que el perdón consiste en que Dios cambie su actitud para con nosotros, y resulta que eso es imposible, porque Dios ni puede, ni tiene nada que cambiar; y por nuestra parte no se produce ningún cambio en nosotros, porque lo único que buscamos es que nos quiten el pecado sin modificar la actitud, ¿en qué se queda la confesión puramente verbal, que todos hemos practicado tantas veces? La opresión, activa o pasiva (el pecado del mundo), es la causa de toda parálisis que impide al hombre ser él. Solo el mal moral tiene verdaderamente capacidad de paralizar absolutamente. El mal físico (una enfermedad, un accidente o algún daño causado por otro) solo paraliza cuando la persona no es auténticamente persona. En contra de lo que se oye con demasiada frecuencia, nunca como hoy se ha tenido más clara conciencia del pecado, del único que existe, la opresión. Cada vez más los cristianos, sobre todo los jóvenes, se niegan a ver pecados mortales por todas partes. Dentro y fuera del cristianismo, está creciendo la conciencia de injusticia y opresión que invade nuestra sociedad. Éste es el único pecado contra el que debemos luchar en nombre del evangelio. La invitación a cargar con su pasado es determinante al tratar del futuro de una persona que ha fallado en su vida. Todas las enfermedades síquicas que no son consecuencia de lesiones o desarreglos neuronales, tienen su causa en la falta de integración del pasado. Esquizofrenias, neurosis, depresiones, etc. son desajustes en la aceptación de nuestro pasado. Si no se hubiera echado al hombro la camilla, la hubiera llevado a rastras, que es mucho más difícil. No podemos deshacernos de nuestro pasado, pero podemos cargarlo a la espalda y no identificarnos con él. Con el pasado a cuestas, debemos caminar mirando al futuro poniendo nuestra esperanza en él. Meditación-contemplación ¡Tus pecados están perdonados! En el momento que te lo creas de verdad, toda tu vida cambiará radicalmente. La preocupación más fuerte y más paralizante se desvanecerá. ……………….. No pierdas el tiempo pidiendo perdón a Dios. Perdónate a ti mismo y perdona siempre a los demás. En la medida que hagas esto último, descubrirás que Él te proporciona perdón-amor para dar y tomar. ……………….. Échate a la espalda el pasado. Por pesada que sea la mochila, tú eres mucho más que lo que hay dentro de ella. El mismo Dios es tu energía, nada ni nadie podrá impedir que llegues a la META.
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El relato es brillante, espectacular, perfectamente ambientado en las costumbres. Marcadamente igual en los tres sinópticos, recoge sin duda un suceso famoso, que produjo notable impacto.
Destaca la relación establecida por Jesús: la gran fe que muestran los portadores del enfermo es recompensada. Pero Jesús desborda las expectativas, no se limita a ofrecer la curación, sino que llega a ofrecer mucho más, la curación de un mal más profundo, el pecado. Una vez más, el pecado se presenta como enfermedad, como la peor enfermedad, y Jesús trae la curación de parte de Dios. Esta oferta es escandalosa. Los letrados ven muy bien el significado profundo de la oferta de Jesús. Un curandero y un mago pueden ofrecer la curación de una enfermedad. La curación del pecado es cosa de solo Dios. Así pues, ¿quién es éste hombre? o, mejor ¿quién se ha creído que es? "Siendo hombre, te arrogas poderes divinos". Jesús lo estaba esperando, se diría que lo ha provocado. Y acepta el reto. Como siempre, no se defiende sino que contraataca. ¿Qué es más fácil, curar la enfermedad o perdonar los pecados? Para los escribas, para cualquiera es más fácil decir "perdonados están tus pecados", porque esto no es más que una frase, sin comprobación posible. Pero Jesús sabe que curar la enfermedad es más fácil que curar el pecado. Curar la enfermedad es arreglar una máquina descompuesta. Curar el pecado es volver al ser humano hacia Dios. Es mucho más fácil querer salir de la enfermedad que querer salir de los propios pecados, porque la enfermedad nos molesta mientras que los pecados nos gustan. Es la vieja teología del pecado que expone el Libro del Génesis: Eva no peca por maldad contra Dios sino porque la fruta es apetitosa. Librar al ser humano de la fascinación del pecado, eso sí que es un milagro. Y cuando el paralítico sale con su camilla a cuestas, todo el mundo reconoce que jamás se ha visto nada parecido. Ellos hablan de la curación espectacular del paralítico, nosotros lo entendemos mejor, es decir, que un ser humano se atreva a liberar a los otros seres humanos de la fascinación del pecado. (La gente glorificó a Dios que da tal podera los hombres -así lo cuenta Mateo-). Pero para eso está Jesús, para quitar el pecado del mundo. Se anuncia por tanto el centro de la misión de Jesús. Todavía es pronto para que entiendan que Dios ni siquiera perdona, sino que busca al hijo extraviado y se vuelve loco de alegría cuando un hijo apartado se vuelve a Él. Todavía lo expresan con el término raquítico de "perdón", pero ya se ha explicado por qué Jesús es Buena Noticia: porque nos va a librar de nuestros pecados. R E F L E X I Ó N"Nunca hemos visto nada igual": sin entenderlo aún, estaban diciendo: "nunca hemos visto hasta ahora el rostro de Dios". Y estamos en la esencia de la Buena Noticia. Hay una progresión en la comprensión de Dios, y se muestra bien en estos -y otros muchos- textos. Lo aplicaremos, brevemente, a tres temas: · el milagro · Dios · el perdón. La antigua interpretación del milagro fue simplemente la avasalladora presencia del poder de Dios en favor de Israel (y en contra de sus enemigos). El más espectacular, y también el más deformado por la interpretación religiosa, es sin duda el relato de la salida de Egipto: las plagas y el paso del mar: ni Faraón ni el mismo mar se pueden oponer al poder de Dios que protege a Israel (y mata a sus enemigos, aunque sean inocentes). Más tarde, el milagro es la demostración de que alguien es verdadero profeta, porque en él actúa el poder de Dios. Así, los maravillosos milagros de Eliseo. Estas dos interpretaciones aparecen en los evangelios aplicadas a Jesús: así entendieron muchos en Israel los milagros de Jesús: presencia del poder de Dios. Pero la esencia de los milagros de Jesús va más allá: muestran cómo es Dios. A Dios le conocemos en Jesús; y en Jesús que cura entendemos que Dios es, "esencialmente" (para nosotros) el que cura. Así accedemos al progresivo conocimiento de Dios. Tras superar la etapa primitiva del dios como presencia circunstancial de poder en lugares concretos, Israel entiende a Dios como Señor Todopoderoso, majestuoso, legislador, justo, retribuidor, inclinado al perdón. Es imagen que tiene más de razón humana que de Palabra revelada, y se deriva entera del concepto de Amo. Y es, evidentemente, correcta, pero no suficiente. Israel entiende después que Dios es su Libertador, el que trabaja por la libertad, física y espiritual del pueblo (la Patria y la Ley), el que mora en medio de su pueblo, y lo formula con la Alianza y la Promesa. Es el Dios del Éxodo y el Dios de toda la historia ‘deuteronomista’. Ese dios puede quedar encerrado en el protagonismo religioso del "Pueblo elegido" y, aún más peligroso, en el templo. La respuesta a ese Dios puede quedar encerrada en el cumplimiento escrupuloso de la ley y del culto "para ser justo e irreprochable a los ojos de Dios". En Jesús, la Palabra queda limpia de todo proceso racional: no deducimos cómo es Dios, sino que contemplamos su rostro: eso es Jesús. "A Dios nadie le ha visto jamás, pero el Hijo nos lo ha dado a conocer". Me gusta entender este pasaje pensando que "el Hijo" se refiere simplemente a Jesús, no específicamente a la segunda persona de la Trinidad. En el hombre Jesús, el Hijo, conocemos a su Padre, Dios. En Jesús que no da abasto a curar, conocemos al Padre, que es, esencialmente (para nosotros), Médico. Nadie ha podido inventar este Rostro de Dios. Esto es pura Palabra. De esta forma se culmina también la progresión de nuestro conocimiento del pecado. Primero fue "impureza", algo que se contrae casi por el mero hecho de vivir, y algo que aparta de Dios, impide acceder a su presencia; "impuro" es lo enteramente contrario a "santo". Por eso Dios es el "completamente Otro", el "tres veces santo", y su presencia está velada, y se necesitan intermediarios, expiaciones, sacrificios... Más tarde, el pecado fue "culpa", desobediencia, rebelión. El ser humano es capaz de plantar cara ante Dios, creerse libre y desobedecer impíamente, como un adolescente altanero. La salida del pecado se basa entonces en la paciencia de Dios, más inclinado al perdón que a la cólera; el perdón se obtiene por el arrepentimiento, por la penitencia, que logran "ablandar" al Señor y evitan el justo castigo. Jesús que cura como respuesta a la fe y proclama el perdón gratuito revela otra dimensión en la relación de los humanos con Dios. El Señor sabe muy bien de qué barro estamos hechos, y sigue trabajando en este barro, sigue insuflando en este barro su espíritu. La teología del perdón más avanzada del AT., la más cercana a la de Jesús, es la del capítulo 2-3 del Génesis. El hombre es barro con espíritu de Dios, las dos cosas -contradictorias- a la vez. El pecado se produce por la fascinación de lo aparentemente bueno, y es ante todo un grave error, creerse más listo que Dios y llamar bueno a lo que nos apetece, ignorando la Palabra. Y eso nos puede destruir. Pero el Génesis termina ahí. Cómo se arregla eso, el Génesis no lo sabe, y recurre al tópico de Dios enojado y a la expulsión. Jesús sí sabe lo que hace Dios: y hace lo mismo, curar, a cambio de la fe. Fiarse de Dios para ser curado. Fiarse de que Dios es sobre todo médico, aceptar la Palabra: ése es el camino de la salud. Y así se culmina en Jesús el concepto primero de toda la Biblia: Dios es el Creador. No porque en el principio del tiempo actuó para lanzar el universo, sino porque constantemente, permanentemente, trabaja contra la destrucción, contra la tendencia de la materia al caos, contra la tendencia de la libertad ciega al error suicida: Dios es el que constantemente crea orden, crea vida. Creador y Salvador es lo mismo: la historia de la creación es la historia de la salvación. La historia de la Creación no se entiende sin conocer el Corazón de Dios: es una historia de amor. Y así, el perdón queda atrás: de una relación jurídica entre dos seres independientes pasa a ser "aceptar mi condición de ser creado, constantemente creado por el amor de Dios". Dios es el amor creador, nosotros somos los que vivimos si aceptamos ser creados por el amor de Dios. Hemos invertido el sentido de la relación Dios-hombre respecto al pecado: pensamos que Dios nos perdonará si acudimos a él arrepentidos, si hacemos penitencia. Pero Jesús muestra que es al revés: Dios ofrece su amistad, su cariño, su ayuda, previamente, porque Dios es amor, porque es mi madre. Lo nuestro no es impetrar, conseguir, sino responder. Dios conoce de antemano nuestras debilidades, nuestras oscuridades, y se ofrece para fortalecer y para iluminar. Y será este Dios el que sea rechazado por los santos y los puros de Israel, como un paradigma del rechazo posterior, crónico y significativo, del Dios de Jesús y, expresamente, de la definición que da Jesús del pecado y de la relación de Dios con nosotros, los pecadores. Nosotros, la iglesia entera, hemos preferido la vieja postura: Dios perdona si hay arrepentimiento. Es una posición mucho más jurídica, mucho más controlable, mucho más administrable por los ministros de ese dios-juez. Pero debemos considerar, con gozo, la palabra de Jesús: Dios es el que me invita a la salud, a la claridad, a la plenitud. Lo nuestro es responder. La cultura judía había asociado “enfermedad” y “pecado” hasta el extremo de llegar a estigmatizar a los enfermos como pecadores. Por el otro lado, eso significaba que la sanación sólo podía ser tal si iba acompañada del perdón: curada la raíz –el pecado-, el cuerpo recuperaría la salud.
Desde nuestra perspectiva, nos resulta fácil apreciar las consecuencias dolorosas que comporta esa visión: el enfermo, además de afrontar su dolencia, debía cargar con el sambenito de pecador. Esa creencia buscaba dar razón del sufrimiento, atribuyendo su causa al comportamiento de la persona (o de algún antepasado suyo), tal como se recoge en un relato del cuarto evangelio: “Jesús vio a un hombre que era ciego de nacimiento. Sus discípulos, al verlo, le preguntaron: Maestro, ¿por qué nació ciego este hombre? ¿Fue por un pecado suyo o de sus padres?” (Juan 9,1-2). Conocemos también la respuesta de Jesús: “La causa de su ceguera no ha sido ni un pecado suyo ni de sus padres” (9,3). En realidad, aquella creencia no es muy diferente de la lectura vulgar que se hace del karma, que constituye también una justificación de la situación presente, atribuyendo todo lo que le ocurre a una persona a lo vivido por ella misma en una supuesta vida anterior. Lecturas de este tipo condenan todavía más a la persona que padece cualquier dolor y conducen a una actitud fatalista y resignada. Es más honesto reconocer nuestra ignorancia a la hora de preguntarnos por el problema del mal en el mundo, particularmente el mal que sufren las personas más inocentes, sobre todo los niños. Con todo, parece también innegable que aquellas creencias, aunque inaceptables en su formulación literal, contenían al menos dos intuiciones que podemos rescatar: · El ser humano constituye una unidad, en la que todo influye en todo: cuerpo, psiquismo y espíritu son las tres dimensiones o perspectivas, que se influyen mutuamente. La medicina holística e incluso las más recientes investigaciones neurocientíficas lo tienen bien comprobado. · Todo lo que nos ocurre –también las experiencias de dolor-, aunque no podamos conocer a qué se debe, podemos vivirlo como una oportunidad de aprendizaje y de crecimiento, desde dos actitudes sabias, que es necesario vivir simultáneamente: la no-evitación (no negar lo que hay) y la no-reducción (somos más que todo aquello que nos pueda ocurrir). Como expresión de esta actitud sabia, quiero reproducir un poema de Antonio Colinas, “La visita del mal”. LA VISITA DEL MAL Hoy hemos recibido la visita del mal, pero hemos decidido acogerlo como a huésped fecundo. Llegó el mal de repente, como cepo o veneno, y le hemos abierto de par en par la puerta de la casa. Como siempre, el mal viene ciego, desnudo, sin razón, y aunque perros y gatos han salido huyendo, conservamos la calma plenamente y lo hemos conducido hasta el jardín. Allí, el dulce día, el sol tan fuerte, abrasaban las llagas y pesares, resecaban la sangre en las heridas, borraban el espeso hedor del aire. Nos ha llegado el mal como un cuchillo airado en sótanos de sombra, mas casa y corazón están abiertos. Una vez más tuvimos que poner amor donde el amor no se encontraba. Y no hay mordaza, dardo, aguja, hiel que no pueda fundir la hoguera musical que, de monte a monte, hoy propaga el otoño. He entrado unos momentos en la casa para sacarle el pan y la bebida al huésped iracundo. Quise alegrarle el corazón, poner un poco de calor en su cara de hielo. Con sosegada paz volví al jardín para abrazar el mal, pero no pude, pues lo encontré caído y moribundo de luz y de silencio entre la hierba. Hoy hemos recibido la visita del mal, mas pronto hemos tenido que enterrarlo debajo del naranjo y de su aroma, donde zumban las abejas. A solas nos tuvimos que beber el vino que sacamos para el huésped, el dulce vino del más hondo olvido. (Antonio COLINAS, Libro de la mansedumbre, Tusquets, Barcelona 1997, pp.19-20). Para vivir la “negatividad” de un modo constructivo, quizás tengamos que empezar por reconocerla, aceptarla y estar dispuestos a caminar. En el relato evangélico, tal actitud queda reflejada en las palabras de Jesús (“levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”) y en la prontitud del enfermo (“Se levantó inmediatamente, tomó la camilla y salió”). Aun sin darnos cuenta, podemos acomodarnos o instalarnos incluso en nuestras “camillas”, en nuestros malestares y problemas. La invitación es a ponernos en pie, a caminar. Por eso, quizás podamos empezar preguntándonos si no nos hemos acostumbrado a alguna “camilla” que nos paraliza. ¿Cuáles son, en este momento de mi vida, las “camillas” en las que permanezco echado? ¿De cuál tendría que “levantarme”? Con frecuencia, las “camillas” son mentales: mecanismos de defensa, con los que buscamos “amortiguar” temores o mantener a raya cualquier cosa que podría inquietarnos. En cualquier caso, las “camillas” buscan mantenernos en lo que nos resulta conocido y familiar, protegiéndonos de todo aquello que nos situaría ante lo nuevo. En el fondo, lo que se halla en juego es algo que me parece decisivo: ¿Me mantengo en la rutina (aquello que mi mente cree controlar) o vivo abierto a la novedad de la Vida? ¿Estoy instalado en la comodidad –aunque sea mortecina- o me siento cada día en camino? ¿Estoy “tendido” o en pie? “Levántate, toma tu camilla y echa a andar”. Es notable la diferencia entre el catolicismo vaticano y las demás religiones cristianas de otros países de la Europa vieja que están ahí simplemente como un recurso espiritual y psicológico más. Pero mayor aún es la distancia entre estas y el catolicismo hispano influido secularmente por el tremendismo y la intolerancia cruel del Santo Oficio, del nacionalcatolicismo y de la conferencia episcopal que han ido marcando siempre la impronta a la institución en este país. En cualquier caso el catolicismo, aquí como allá, trata a la sociedad humana como a un menor de edad…
El otro día entré en una iglesia para ver cómo van las cosas en esos sombríos círculos… Y escuché una homilia bastante digna a un digno párroco. En ella encontré un postrer esfuerzo en estos tiempos apocalípticos por mantener la ya frágil causa del catolicismo; esfuerzo por convencer a los de siempre, que son: los que se ofrecen en sacrificio intelectual porque les resulta más cómodo que otros piensen por ellos, y los que aparentan dejarse convencer por conveniencias más materiales. La homilía trataba de autorictas y potestas, de autoridad y de autoritarismo… No puedo decir que no diera crédito a lo que oía, pues estamos acostumbrados al sofisma y a la patraña acientifista, pero tampoco me esperaba que para atraer o para reforzar la fe catóilca alguien insistiese en hurgar en esos razonamientos que producen el efecto contrario al perseguido en las mentes despejadas. Sea como fuere y prescindiendo de que yo tome o no el rábano por las hojas, definitivamente creo que la religión católica y en especial la impartida por la conferencia episcopal española, es una religión para menores. Para menores de edad. Y para cortos de entendederas, para ingenuos, para estrechos de mollera, para quienes van a misa “por si acaso” y para esos pudientes que se sobornan la conciencia con dádivas. También, es cierto, para algunos desesperados. Mientras la iglesia se limite a la tabarra de los párrocos en los templos, no pasa nada. Los que van a ellos tienen todo el derecho a dejarse subyugar. Pero como los obispos no se resignan a que el pueblo y el legislador predominen sobre ella, y sus anatemas sólo se hacen oír cuando en el gobierno no están ellos mismos con atuendo civil, el desprecio del resto de la sociedad hacia ellos no hace más que avanzar. El fenómeno sociológico es chocante. Mientras el catolicismo, y a la cabeza el español, espera la resurrección de los muertos, la sociedad mundial, a través de las redes sociales y otras vías, está alcanzando los niveles de conciencia de Luzbel. No es probable que la vida del catolicismo se pueda contar por siglos… a menos que los cañones vuelvan a instaurar por doquier la teocracia. Así es que, aunque dialécticamente sea nada o poco interesante nunca es tarde para analizar, siquiera someramente, las razones por las que con supuestas verdades se han escrito páginas de la historia, unas veces sublimes y otras monstruosas; supuestas verdades sobre las que se ha construido todo un entramado social y político que, lejos de ir solucionando los problemas de la humanidad y de las clases desheredadas de la sociedad y del mundo en general, contribuyen a hacer que las cosas vayan a peor. Desde luego, oyendo a los oradores religiosos que se suben a los púlpitos modernos, nos parece oir a alguien que mide la inteligencia de los feligreses por la inmadura de un menor necesitado de tutor. No otra cosa resulta de sus rimbombantes reflexiones sobre la autorictas de la iglesia y la potestas; sobre una potestas que se hace pasar por autorictas, en la que estaría basada la fe del feligrés. El padre imponente que hace ver a su hijo que debe someterse a él porque no sabe “todavía” pensar por sí mismo, pero cuya sumisión no debe entender como efecto de la potestas sino de la autoridad que el padre se atribuye por su cuenta: el núcleo de la homilía a que me refiero al principio. En resumen, una religión para menores, además torpes, toda su vida. No una pedagogía de coyuntura como es toda enseñanza impartida al educando hasta que piense por su cuenta, sino todo un sistema y tinglado de verdades que ya no se cree ni Dios. Es mu improbable que la vida que le queda al catolicismo se cuente ya por siglos.. “Este hombre no ha venido a que le sirvan sino a servir y a dar la vida en rescate por muchos” (Mc 10,45).
Así había definido Marcos en la comunidad el sentido de la vida de Jesús, pero sus palabras provocaron en mí rebeldía y resistencia. Pertenezco a una familia de patricios de Roma y siempre me he sentido orgullosa de pertenecer a la condición de los libres y de conocer de cerca la bajeza de origen de los esclavos. Sentía hacia ellos un desprecio invencible. Empecé a frecuentar la reunión de los cristianos porque los cultos mistéricos que se practicaban en el Imperio habían terminado por resultarme insufribles a fuerza de ridículos. Se me había hecho imposible rendir homenaje o respetar a unos dioses tan llenos de pasiones y miserias como los humanos y sus mitos y leyendas terminaron por parecerme infantiles. Conocía a Ester, una judía convertida al cristianismo que me invitó a participar en una de sus reuniones y, desde el principio, me quedé tan deslumbrada ante una doctrina tan absolutamente nueva y atrayente que pensé haber encontrado la respuesta a las preguntas que venía haciéndome desde tanto tiempo atrás. Nos reuníamos en casa de Ester y Marcos que al parecer conocía bien las tradiciones en torno a Jesús y nos hablaba de él con tanta pasión, que pronto pedí ser admitida en el grupo de los que se preparaban para el bautismo. Tengo que reconocer que me costó vencer mi repugnancia a la hora de integrarme en un grupo en el que había todo tipo de personas: no me importaba mezclarme con griegos o judíos, siempre que fueran gente noble y culta, pero sentirme al mismo nivel de esclavos y gente de baja extracción, me resultaba duro y humillante. Fue creciendo en mí el convencimiento de que Jesús venía de parte de Dios y me entusiasmaba escuchar el comienzo de lo que Marcos llamaba su “evangelio” y que decía así: “Buena noticia de Jesucristo, Hijo de Dios”. Me llenaba de alegría poder invocarle como un ser celestial, anterior a todo, mediador entre Dios y sus criaturas. Por fin había encontrado una religión noble, propia de hombres y mujeres libres y dignos, y por eso me sentí tan defraudada al ir oyendo hechos y dichos de Jesús que no podía comprender y que me iban alejando de las ideas sobre él que me había formado al principio. Yo podía aceptar que Dios se comunicara con los humanos y la idea de un “Hijo de Dios” no me repugnaba como les ocurría a los judíos, pero el que esa filiación no fuera manifestación de fuerza y de gloria, sino a la manera de un siervo, me producía escándalo y rechazo. El abajamiento de la divinidad me resultaba inaceptable y, ahora que se me habían caído mis antiguos dioses, no podía tolerar otro descenso semejante. Me reafirmé en mi idea mientras cenaba un día en mi casa y mis esclavos me servían: me puse a contemplar atentamente a una joven esclava nubia que me había traído mi esposo en uno de sus últimos viajes antes de morir. La veía moverse con agilidad y sigilo, con la misma naturalidad con que se mueve un pez en el agua, quizá porque era ya descendiente de esclavos y estaba habituada a servir desde niña. Yo intentaba imaginarla situada en mi lugar, reclinada en mi triclinio, mientras yo me acercaba para servirla, pero el solo pensarlo me resultaba ridículo e inapropiado y me reafirmaba en mi convicción de que entre esclavos y libres había una distancia infranqueable y era inútil intentar superarla. Seguí volviendo a la comunidad, pero crecía en mí la resistencia ante la insistencia de Marcos en recordarnos que Jesús había muerto crucificado, sin darse cuenta de que un crucificado no era para mí, lo mismo que para cualquier persona culta de mi tiempo, más que expresión de necedad, vergüenza y escándalo. Pero era a él a quien constantemente se refería Marcos, rechazando los intentos de los que como yo, pretendíamos pasar por alto un final tan humillante. ¿Cómo puede ser Jesús, a la vez, Hijo de Dios y siervo?, le preguntábamos. ¿Por qué en vez recalcar tanto su existencia sufriente y anonadada, no nos hablas más de su poder, su exaltación y su señorío sobre toda la creación? ¿Por qué tanto empeño en hacernos ver la participación de Jesús en la debilidad humana y eso, no como algo que le sobrevino por necesidad, sino como elegido libre y conscientemente, como talante y orientación de su vida entera? Todo aquello me iba separando progresivamente de mi primer entusiasmo hasta tomar la decisión de dejar de participar en las reuniones; pero volví finalmente a una para despedirme y dar mis razones de por qué había determinado abandonar la comunidad. Lo hice con la mayor sinceridad y respeto que pude para no herir a nadie y, después de un silencio, Marcos dijo que iba a contarnos otra historia más de las referentes a Jesús: "Un día en Cafarnaúm, al salir de la sinagoga se fueron derechos a casa de Simón y Andrés llevando a Santiago y a Juan. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron en seguida. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y les estuvo sirviendo" (Mc 1,29-31). Cuando terminó se hizo un largo silencio y, de pronto, me di cuenta de que aquella narración me estaba dirigida: aquella mujer enferma era yo, aquejada por una maléfica fiebre de soberbia, distanciada de la vida que circulaba por la comunidad, imposibilitada para acoger aquella fraternidad sanante capaz de romper las barreras de discriminación entre sus miembros. Y sin embargo, Jesús no se había alejado de la mujer enferma, sino que se había acercado a ella, la había tomado de la mano, levantándola, y ella se había incorporado de nuevo al ámbito del servicio (diakonía le llaman en el grupo), y había entrado de nuevo, rehecha y libre, en la esfera de los seguidores del Maestro. Pedí un tiempo de reflexión durante el que oré y supliqué luz y fuerza para acoger el camino de servicio y humildad del Señor Jesús que es también el Servidor de todos. Y ahora que me he bautizado en la noche pascual, puedo decir que también yo, lo mismo que aquella mujer de Cafarnaúm, he vivido la experiencia de ser liberada de mi fiebre: Jesús me ha tomado de la mano y me ha levantado con el poder de su Resurrección. Y ahora estoy aprendiendo, con la luz de su Espíritu, que la mayor dignidad a la que podemos ser llamados consiste en hacernos servidores unos de otros. Sin muchos preámbulos quisiera, en este homenaje, señalar cuatro rasgos que pueden resumir la aportación teológica de Gustavo Gutiérrez.
1.- No hay salvación sin trabajo por la liberación. El primer rasgo es haber planteado desde el principio el problema de las relaciones entre liberación histórica y salvación ultrahistórica. Un cristianismo desfigurado había reducido la fe a una esperanza en el más allá, donde el más-acá de nuestra historia sólo servía para merecer o comprar el billete de ese más allá. Semejante cristianismo chocaba con la pregunta central de Gustavo: “¿cómo hablar de un Dios Padre a aquél que ni siquiera es hombre?”, volviendo casi imposible la evangelización de los pobres que es distintivo de la misión de Jesús (Mt 11,5; Lc 4,18). Y además, desfiguraba y desvalorizaba la Resurrección de Jesús cuya enseñanza es que la salvación escatológica ha de ir gestándose y anticipándose ya en esta historia. De este tema que Gustavo planteó ya en su primera Teología de la liberación, brotó después el lema tan extendido en una América Latina asolada por la injusticia: “sin in-surrección no ha re-surrección”. 2.- De “la fuerza histórica de los pobres” a “Los pobres de Jesucristo” La primera expresión es título de otra de las obras primerizas de Gustavo. La constatación de una fuerza histórica de los pobres podía ser un dato de la situación de aquellas horas. Pero es evidente que esa fuerza histórica se desvaneció poco después por la reacción del imperio del dios Dinero. Gustavo pasó entonces a hablar de “los pobres de Jesucristo” en el título de su espléndida obra (quizás la mejor) sobre Bartolomé de Las Casas. La fuerza teológica de los pobres compensó su pérdida de fuerza histórica. Con ello se dio relieve a otra de las tesis más decisivas de la teología de la liberación: que el problema de los pobres y la eliminación de la pobreza no es meramente un problema ético: es primariamente una cuestión cristológica y por tanto también un asunto teologal en el que nos jugamos la verdad de Dios o la idolatría. Por eso, cuando más tarde aprovechando la caída del Este, se lanzó la pregunta capciosa de qué queda de la teología de la liberación, el obispo Casaldáliga pudo responder sencillamente: quedan los pobres y queda el Dios de los pobres. O sea: queda todo. En este punto quizá se estudie algún día la influencia de Guamán Poma en algunas formulaciones de Gustavo. Sospecho que el estudio valdría la pena. Yo me limito a sugerir una comparación entre dos canciones “de iglesia”: a) el himno final de la misa salvadoreña canta: “cuando el pobre crea en el pobre… construiremos la fraternidad” y podremos cantar libertad etc. b) En cambio, otra conocida canción de la época (“Pequeñas aclaraciones”), parte de un presupuesto similar (cuando el pobre nada tiene y aún reparte, cuando un hombre pasa sed y agua nos da…), pero no deduce de ahí ningún pronóstico histórico sino un juicio teológico: no se dice que entonces construiremos nada sino que “va Dios mismo en nuestro mismo caminar”. Con ello, otra vez, la teología y la praxis de la liberación se convierten en experiencia espiritual. Esa es la fuerza teológica de los pobres. Y ya que hemos citado a Las Casas, completemos diciendo que el gran dominico no sólo es ejemplo por su defensa profética de los derechos de los oprimidos (y más si son oprimidos en nombre de Dios), sino también por su concepción de la evangelización (ésta sí que verdaderamente “nueva”): porque “Cristo concedió a los apóstoles solamente la licencia y autoridad de predicar el evangelio a los que quieran oírlo; pero no la de forzar o inferir alguna molestia o desagrado a los que no quisieran escucharlo”. Y, a su vez, “la Iglesia no tiene más poder en la tierra que el que tuvo Cristo”, 3.- “Hablar de Dios desde el sufrimiento del inocente” Esa fuerza teológica de los pobres se despliega en el título de la obra quizás más conocida de Gustavo. Se trata de un breve comentario al libro de Job, que evoca el espléndido verso de César Vallejo (“Dios mío estoy llorando el ser que vivo”), gran poeta peruano muy citado en esta obra. Gustavo pone de relieve cómo toda teología que pretenda hablar y especular sobre Dios al margen del dolor de este mundo (sobre todo del dolor injusto) se convierte en un lenguaje comparable al de los amigos de Job, “consoladores inoportunos” e intachables “ortodoxos” de un dios falso, al que creen poder defender a costa del sufrimiento de su amigo. Pero con ello no hacen más que ofender a Dios, hablar falsamente de Él y convertir su presunta ortodoxia en una blasfemia, hasta verse desautorizados por el mismo Dios al final del libro. En cambio Job, protestando contra la injusticia que se comete contra él, es un testigo más veraz de Dios que todos los que “se acostumbran” a esa injusticia. Esa injusticia le ayudará a salir de sí y de su dolor ante el drama del sufrimiento injusto del mundo, a comprender que no hay nada que justifique el dolor injusto de un ser humano. Con delicadeza y buenas palabras, creo que pocas veces se ha dado un aviso tan serio a toda esa teología meramente académica que se está queriendo revitalizar entre nosotros a raíz de la involución eclesial y que, so capa de ortodoxia, está elaborando una idolatría o una reflexión sobre un dios falso. Y deja planteado a la Iglesia el más decisivo de todos sus problemas: el de la identidad de Dios, deformada tantas veces por los creyentes y causa (según Vaticano II) de buena parte del ateísmo moderno. Conocer a Jesús es seguir a Jesús han dicho con frecuencia los teólogos latinoamericanos. Y hablar de Dios implica un “practicar a Dios” según expresión de Gustavo. Job es llevado a una experiencia de gratuidad que le deja desconcertado ante su propio dolor, pero le mueve proféticamente a trabajar contra todo el dolor del mundo. Teología y santidad (como la justicia y la paz) se besan para Gustavo. 4.- Fidelidad eclesial. Por desgracia, como no podía ser menos, Gustavo se vio denostado y perseguido por una curia romana cada vez más ciega y que pretende articular en todo el episcopado mundial una confirmación de su ceguera. No ha sido el único en nuestro hoy ni en nuestro ayer: ciñéndonos al ámbito hispanohablante ¿habrá que evocar que santos y doctores de la Iglesia, como Juan de Ávila, Teresa de Jesús, Luis de Granada o el arzobispo Carranza, vieron puestas en el Índice de libros prohibidos algunas de sus obras y soportaron dificultades con la inquisición?. Pero lo que aquí merece ser destacado es la fidelidad y ejemplaridad de la reacción de Gustavo, en medio de dolores absurdos que sólo él conoce. He evocado otras veces cómo en Madrid, en un congreso de teología, ante preguntas capciosas que pretendían plantearle una opción entre la Iglesia y los pobres, Gustavo se negó a aceptar el dilema y confesó que él amaba a esta iglesia pecadora “con un amor de antes de la guerra”. Buen punto de referencia para muchos que hoy han compartido su mismo destino crucificado. Y buena lección histórica sobre la fecundidad del seguimiento crucificado de Jesús de Nazaret, que confirma lo que ocurrió con Lagrange, Rahner, Congar, De Lubac… y otros mártires de la teología del preconcilio Vaticano II, reivindicados luego en el concilio. Las peripecias y los vericuetos de esa fidelidad (que necesitó también la astucia de las serpientes sin perder la sencillez de las palomas) no son para ser evocados aquí y son suficientemente conocidos. Sólo una palabra de gratitud para los hijos de Santo Domingo que salvaron para la Iglesia esta pequeña joya y permitieron a Gustavo convertirse en hermano de su querido Bartolomé de Las Casas. En el Libro del Levítico, se dedican dos extensos capítulos (el 13 y el 14) al tema de la lepra. Ahí se prescribe que, una vez declarada la enfermedad por parte del sacerdote, “el leproso llevará las vestiduras rasgadas, la cabeza desgreñada y el bigote tapado, e irá gritando: «¡Impuro, impuro!». Mientras le dura la lepra, será impuro. Vivirá aislado y tendrá su morada fuera del campamento” (13,45-46).
En contra de la legislación imperante, el leproso se acerca a Jesús y, en contra de la misma legislación, Jesús lo toca. La ley buscaba proteger a la sociedad de lo que consideraba un peligro grave –el contagio de una enfermedad a la que temían sobremanera-; Jesús no duda en infringir la ley, aun a sabiendas de que él mismo se hacía “impuro”, y se atreve incluso al riesgo del contagio. El motivo de su actuación es solo uno: la compasión. “Compasión” es la capacidad de sentir con el otro, poniéndose en su lugar. Comporta un “estremecimiento” ante el sufrimiento ajeno y se traduce en una ayuda eficaz. El elemento del “servicio eficaz” es un componente imprescindible para que se pueda hablar de compasión, según el evangelio. El budismo, por su parte, subraya más otro matiz: compasión es el amor que dirigimos hacia la persona que sufre. Ambas perspectivas pueden complementarse, para entender esa actitud como el sentimiento profundo de amor hacia los seres que sufren, buscando eficazmente aliviar su situación, a través de una acción bondadosa y servicial. Se trata de una de las actitudes más genuinamente humanas –no es casual que ocupe el lugar más destacado en las grandes tradiciones espirituales-, que da la medida de la madurez de la persona. Por ello, quizás sea bueno preguntarnos qué la favorece, de dónde nace, qué requiere y qué obstáculos encontramos para vivirla. El sentimiento de compasión se ve favorecido por la experiencia de la propia necesidad, fragilidad o vulnerabilidad. Indudablemente, al palpar la propia limitación, nos “reconciliamos” con nuestra humanidad, nos hacemos más “humanos”. Y desde ahí, puede crecer la capacidad de empatizar con el otro, particularmente cuando se halla en situación de necesidad o precariedad. En este sentido, puede decirse que la experiencia del dolor nos humaniza, nos “ablanda” y sensibiliza ante el dolor ajeno. A partir de ahí, la compasión puede abrirse camino. Pero la compasión genuina nace de una fuente todavía más honda: no es solo la experiencia de la propia vulnerabilidad, sino la conciencia de una Identidad compartida. No somos seres separados que, eventualmente, se ayudan unos a otros, sino que constituimos una Unidad, por lo que nadie me resulta indiferente. El bien de los otros es mi bien; su dolor, mi dolor. Al escritor romano Lactancio se le atribuyen unas palabras que recogen esta conciencia: “Soy humano, y nada de lo humano me resulta ajeno”. Evidentemente, una cosa es pensarlo, incluso asintiendo a ello, y otra bien distinta es haberlo experimentado, es decir, vivir en esa conciencia unitaria que nos constituye. Quien ha despertado a esa conciencia no ve su “yo” como si se tratara de su identidad definitiva; se percibe como el Todo, presente en cada una de las formas diferentes. Con todo, la vivencia de la compasión requiere dos condiciones: una sensibilidad limpia y un afecto liberado. Para poder “vibrar” con el otro, hace falta que nuestra sensibilidad no esté congelada ni endurecida; de otro modo, el sufrimiento ajeno chocaría contra nuestra coraza, y seríamos incapaces de sentirlo. Por otro lado, es necesario también que hayamos liberado nuestra capacidad de amar: el bloqueo de la misma nos mantendría encerrados, impidiéndonos “salir” positivamente hacia la persona que sufre. Por decirlo brevemente: para vivir la compasión –no la vive quien quiere, sino quien puede-, necesitamos aprender a sentir y aprender a amar(también a nosotros mismos). Ese es uno de los obstáculos más importantes que podemos encontrar. Pero hay más: la comodidad, el miedo y la ignorancia. Sin embargo, si los observamos de cerca, descubriremos que todos ellos no son sino disfraces del ego. Por lo que podemos concluir que el obstáculo común para vivir la compasión no es otro que la identificación con el ego. Tal identificación es, antes que nada, ignorancia (inconsciencia). Se apoya en la creencia fundamental –asumida axiomáticamente, sin ningún tipo de cuestionamiento- de que somos seres separados. De esa creencia nacen, entre otras cosas, el individualismo, la egocentración y el enfrentamiento. El ego busca la comodidad, porque se rige por la ley del mínimo esfuerzo, es decir por el apego a lo “agradable” y la aversión hacia lo “desagradable”. Tiende a evitar todo aquello que le suponga cambio en sus rutinas o expectativas y busca, por encima de todo, “sentirse bien”. Dado que la necesidad del otro me implicaría, el ego tiende a refugiarse en la indiferencia, que no es otra cosa que la “ceguera” ante la realidad, porque –como dice el refrán castellano- “ojos que no ven, corazón que no siente”. El ego es también miedoso, aunque presuma de lo contrario. Al creerse un ser separado, tiende a ver todo como amenaza potencial. Y como sabe de su inconsistencia radical, por más que trate de disimularla, el miedo lo acompaña constantemente. Ahora bien, el miedo obliga a buscar protección, es decir, a vivirse según el principio de defensa/ataque. Esa actitud mal puede compaginarse con la apertura blanda para sentir con los otros. Más bien al contrario, la debilidad ajena suele ser vista por el ego como algo ante lo que defenderse –como si temiera el “contagio”- o una posibilidad para atacar. En definitiva, para poder vivir la compasión, necesitamos cuidar eltrabajo psicológico que potencie nuestra capacidad de sentir y nuestra capacidad de amar –a veces, por motivos inconscientes, aletargadas- y, simultáneamente, el trabajo espiritual que nos permita liberarnos de la identificación con el ego. Como ha escrito Marià Corbí, “el trabajo fundamental es comprender, hasta llegar a percibir, que no hay ninguna cosa independiente a la que podamos llamar «yo». Quien comprende eso, permaneciendo lúcido y sin venirse abajo, verá fácilmente la realidad sin fronteras de lo que hay y se quedará sin posibilidad alguna de mantener el sentimiento del ego”. Y sigue diciendo: Cuando dejo de identificarme con mi individualidad porque comprendo con claridad que no es ella lo que realmente soy, me convierto en testigo del gran río de la existencia y de la vida. Cuando advierto que, aunque sin ser realmente ningún yo, soy algo que no es mente pero que es luz, algo que no es este cuerpo pero que es capaz de conmoverse; en el momento en el que advierto la luz y la conmoción que hay en mí cuando el yo y el mundo se han fundido en una unidad, entonces se revela lo que hay: una Luz y una Conmoción en el seno de la Unidad; una Luz y un Calor que ya estaban presentes en el inicio del cosmos y que ni nacen ni mueren. Eso es lo que hay y lo que soy: la Gran Unidad, el Gran Testigo, el Único, el Manifiesto, el Patente, el Poder, la Fuente, “Eso-no dual”. Seguimos en el primer capítulo de Marcos. Después de un enunciado general, que resume su habitual manera de actuar (fue predicando por las sinagogas y expulsando demonios), nos narra la curación de un leproso.
Sigue Marcos más atento a los hechos que a las palabras. El leproso no tiene nombre. Tampoco se habla de tiempo y lugar determinados. Se advierte una falta total de lógica narrativa. Apenas ha pasado un día de la predicación de Jesús y ya le conocen hasta los leprosos que vivían en total aislamiento. EXPLICACIÓN La primera lectura es suficientemente expresiva. La lepra era el motivo más radical de marginación. Lo que se entendía por lepra en la antigüedad, no coincide con lo que es hoy esa enfermedad concreta. Más bien se llamaba lepra a toda enfermedad de la piel que se presentara con un aspecto más o menos repugnante. Tanto la lepra como las normas sobre la enfermedad, no son originales del judaísmo; se encuentran en otras culturas y religiones más antiguas. Esas normas nos parecen hoy inhumanas, pero hay que tener en cuenta la necesidad de defenderse de una enfermedad que podía causar estragos en una población. Se trataba de salvaguardar la vida de la comunidad, indefensa ante una enfermedad contagiosa y mortal. Sin la garantía de que era Dios el que lo mandaba, no hubiera tenido ningún efecto la prohibición. Por eso todas las normas se presentaban como recibidas de Dios, aunque fueran simplemente profilácticas. En una de las losas donde se encontró escrito el Código de Hammurabi, lo primero que aparece es la figura del rey recibiendo de Dios el escrito. “Se acercó, suplicándole de rodillas”. Esta actitud indica a la vez valentía, porque se atreve a trasgredir la Ley, pero también temor a ser rechazado, precisamente por eso. “Si quieres... Quiero...” La simplicidad del diálogo esconde una riqueza de significados: Confianza total del leproso, y respuesta que no defrauda... No le pide que le cure, sino que le limpie. Por tres veces se repite el verbo limpiar, verbo que significa también ‘purificar’, ‘liberar’. Nos está lanzando a un significado mucho más profundo del que podía tener a primera vista una curación. No solo desaparece la enfermedad, sino que le restituye en su plena condición humana: Le devuelve su condición social, y su integración religiosa. Vuelve a sentir la amistad de Dios, que era el valor supremo para todo buen judío. “Sintiendo lástima”. Siempre me ha llamado la atención que la insistencia en el amor de Jesús tiene su paralelo en Buda en lacompasión. La devaluación del significado de la palabra “amor” nos tenía que obligar a buscar conceptos más adecuados para expresar hoy esa realidad. En el NT, compasivo se dice sólo de Dios y de Jesús. La acción de Dios se manifiesta a través de los sentimientos humanos. La compasión (padecer con) era ya una de las cualidades de Dios en el AT. Jesús la hace suya en toda su trayectoria humana. Es una demostración de que para llegar a lo divino no hay que destruir lo humano, sino potenciarlo. ¡Qué poco se habla en nuestro cristianismo de la compasión! Y sin embargo, es la forma más humana de manifestar el amor. Cuando uno siente como suyo el sufrimiento del otro es cuando, de verdad, se le ha hecho próximo. “Le tocó”. El significado del verbo griego aptw, no es en primer lugar tocar, sino sujetar, atar, enlazar. Este significado nos acerca más a la manera de actuar de Jesús. Quiere decir que no solo le tocó un instante, sino que mantuvo esa postura durante un tiempo. Teniendo en cuenta lo que acabamos de decir de la lepra, podemos comprender el profundo significado del gesto. Es suficiente, por sí mismo, para hacer patente la actitud vital de Jesús. No solo demuestra que está por encima de la Ley cuando se trata del bien de un hombre, sino que, al creer que era una enfermedad contagiosa, demuestra el riesgo personal que Jesús asume. Lo echó fuera… y cuando salió…” La segunda parte del relato es de una gran importancia. Se supone que estaban en un lugar desértico, sin embargo el texto griego dice literalmente: ‘lo expulsó fuera’, y del leproso dice: ‘cuando salió’. Una vez más nos está empujando a una comprensión espiritual. Jesús no quiere que continúe junto a él y lo despide inmediatamente; eso sí, con el encargo de no contarlo y de presentarse ante el sacerdote. Una vez más, manifiesta Marcos el peligro de que las acciones de Jesús en favor del marginado fueran mal interpretadas. ¡Qué curioso! Jesús acaba de saltarse la Ley a la torera, pero exige al leproso que cumpla lo mandado por Moisés. Hay que estar muy atento para descubrir el significado. Jesús no está nunca contra la Ley, sino contra las injusticias y tropelías que se cometían en nombre de la Ley. Él mismo tuvo que defenderse de malentendidos, aclarando: “no he venido a abolir la Ley, sino a darle plenitud”. Jesús solo se salta la Ley cuando le impide estar a favor del hombre. La obligación de presentarse al sacerdote para que certifique la curación, era el único modo que tenía el leproso de recuperar su estatus religioso y social. Solo los sacerdotes podían certificar una curación. El evangelio nos dice que las consecuencias de la proclamación del hecho fueron nefastas para Jesús. Si había tocado a un leproso, él mismo se había convertido en apestado. “Y no podía ya entrar abiertamente en ningún pueblo”. Las consecuencias de la divulgación del hecho, podían ser igualmente negativas para el leproso. Era el sacerdote el único que podía declarar impuro o puro al contagiado. Los sacerdotes podían ponerle dificultades si tenían conocimiento de cómo se había producido la curación. APLICACIÓN Al oír la primera lectura y la explicación sobre las consecuencias sociales y religiosas de la lepra en tiempos de Jesús, nos quedamos horrorizados. Pero pensándolo un poco, ¡qué hipócritas somos! ¿Acaso no mantenemos hoy dosis de marginación mayores que las del tiempo de Jesús? La lepra producía exclusión porque la sociedad era incapaz de protegerse de ella por otros medios. Hoy la sociedad sigue creando marginación por la misma razón, no encuentra los cauces adecuados para superar los peligros que algunas conductas sociales suponen para los instalados en el bienestar. En la mayoría de los casos no somos todavía capaces de hacer frente a esos peligros con actitudes verdaderamente humanas. A veces se toman medidas para aliviar la situación de los marginados, pero a la vez, teniendo mucho cuidado de no cambiar la situación que la genera, porque eso supondría perder nuestros privilegios. Seguimos levantando muros de separación, cada vez más eficaces, entre la sociedad satisfecha y los marginados de toda índole. Un cristiano, no solo no debe poner un dedo para construir esos muros, sino que debe estar siempre dispuesto a derribarlos. Jesús se pone al servicio del hombre. Lo que tenemos que hacer es servir a los demás como hace Jesús. Dios no tiene nada que ver con la injusticia, ni siquiera cuando está amparada por la ley, sea humana o divina. Jesús se salta a la torera la Ley, tocando al leproso. Ninguna ley humana, sea religiosa, sea civil, puede tener valor absoluto. Lo único absoluto es el bien del hombre. El valor de cada persona es absoluto en sí, no depende de ningún aditivo ajeno a ella misma. Pero para la mayoría de los cristianos sigue siendo más importante el cumplimiento de la ley, que el acercamiento al marginado. También seguimos teniendo una actitud contraria a la de Jesús, cuando consideramos a otros ‘apartados’ de Dios porque han ‘pecado’, o nos sentimos nosotros mismos apartados de Dios porque no hemos cumplido con las normas. Como para los fariseos del tiempo de Jesús, la ley sigue estando por encima de las personas. Seguimos temiendo a un Dios, que sólo nos acepta cuando somos puros. Seguimos creyendo en un Dios legislador y leguleyo. Ese no es el Dios de Jesús. No creo que haya uno solo de nosotros que no se haya sentido leproso y excluido por Dios. El pecado es la lepra del espíritu que es mucho más dañina que la del cuerpo. Es un contrasentido que, en nombre de Dios, nos hayan separado de Dios. El evangelio de Jesús, es sobre todo buena noticia sobre Dios. El Dios de Jesús es Padre y es Madre porque es Amor. De Él, nadie nunca se tiene que sentir apartado, excluido. La experiencia de ser aceptado por Dios, es el primer paso para no excluir a los demás. Pero si partimos de la idea de un Dios que excluye, encontraremos mil razones para excluir en su nombre. Es lo que hoy seguimos haciendo. Seguimos aferrados a la idea de que la impureza se contagia, pero el evangelio nos está diciendo que la pureza, el amor, la libertad, la salud, la alegría de vivir, también pueden contagiarse. Este paso tendríamos que dar si de verdad somos cristianos. Seguimos justificando demasiados casos de marginación bajo pretexto de permanecer puros. ¡Cuántas leyes deberíamos saltarnos hoy para ayudar a todos los marginados a reintegrarse en la sociedad y permitirles volver a sentirse seres humanos! Meditación-contemplación Si quieres, puedes limpiarme. Quiero, queda limpio. Es imposible decir más en menos palabras. La actitud de cada uno no hubiera servido de nada por separado. El efecto liberador surge por la reciprocidad. ………………… Todos estamos con frecuencia en la situación del leproso y de Jesús. Como impuros necesitamos una mano que nos limpie. Como seres humanos con entrañas, podemos compadecernos de los que esperan nuestra ayuda. …………………… El nuevo nombre del ‘amor’ tendría que ser ‘compasión’. Todos los que encontramos en nuestro caminar esperan que sepamos hacer nuestras sus “pasiones”. Un mundo donde fuésemos todos capaces de compadecernos, sería el “Reino de Dios”. Imaginar la escena es sencillo, pero debemos enfatizar lo dramático de la misma. A la entrada de un poblado, un leproso incumple la ley y se acerca a Jesús. La reacción de todos sería el escándalo, la alarma, el miedo. El leproso hace un precioso acto de fe: "Si quieres, puedes limpiarme".
La reacción de Jesús no tiene nada que ver con la ley, sino con la profunda humanidad: El mismo texto nos da la clave: "Compadecido". Inmediatamente, el horror de todos sube al máximo cuando Jesús no sólo no se aparta, sino que se acerca más y le toca. Los tres sinópticos usan la misma frase: Extendió la mano y le tocó. Absolutamente inconcebible, escandaloso, contra la ley, contra la prudencia... La segunda parte del relato tiene otro contenido. El leproso curado debe presentarse a los sacerdotes para que certifiquen la curación, pero Jesús, además, le prohibe que lo cuente. Se trata del famoso "secreto mesiánico", del evangelio de Marcos. Aparece frecuentemente esta idea del secreto. Jesús prohibe que se cuenten sus milagros. Hay muchas interpretaciones sobre el tema, pero la más común es que Jesús no quiere que las multitudes le sigan como curandero eficaz, que le identifiquen con un Mesías portador de soluciones materiales. En la tercera parte, se muestra a Jesús acosado por las multitudes, que ya ni entra en las ciudades sino que se queda fuera, en lugares solitarios, acosado por las multitudes que le traen sus enfermos (que es precisamente lo que, al parecer, Él no quería). REFLEXIÓNImpuro, y por tanto rechazado. "Impuro" es un término ampliamente utilizado en el AT., y con significados, aunque similares, bastante diversos. Hay impurezas que son de aspecto más bien higiénico, e incluso que parecen "tabúes" populares. Otras veces se refiere a prescripciones de tipo legal - no tocar cadáveres - o ritual. El libro de Levítico señala infinidad de causas de impureza. Aparecen también "impurezas" más profundas. Se llega en algún momento a identificar "impuro" con "profanado", oponiendo "impuro y santo". Más aún: Israel considera lo extranjero, la tierra y los hombres como "impuros", ajenos al Pueblo Elegido. En todos los casos, sin embargo, hay dos características claras: el impuro no puede acercarse a las cosas sagradas, ni al culto; y la purificación consiste siempre en algo puramente ritual. Nunca, en ningún texto, se acompaña la purificación de la impureza con el arrepentimiento o la conversión. Este concepto planteará graves problemas en el principio de la comunidad cristiana. Son buena muestra de ello los problemas de Pedro, que ha tratado con gentiles y comido alimentos prohibidos, en su visita al centurión en Cesarea, donde se expresa muy claramente que Pedro ha entendido ya la superación que Jesús supone sobre el concepto de "impuro", desde luego respecto a los alimentos, pero mucho respecto a los gentiles. El punto final del tema nos lo da el mismo Pablo en el cap. 14 de la carta a los romanos, indicando el comportamiento que recomienda a los cristianos sobre estos temas. Jesús ha mostrado respecto a esto dos posturas definitivas. La primera, respecto a las "impurezas" de tipo legal. Mateo 15 y Marcos 7 recogen la enseñanza del Maestro: " No es lo que entra en el hombre lo que le hace impuro, sino lo que sale del corazón del hombre". Es decir, no se trata de "impurezas legales", de tabúes o mandamientos extraños: se trata de salir del pecado. El pecado no es algo ritual, es la postura del hombre ante Dios. La segunda, la más importante, la que aparece en este evangelio de hoy: el comportamiento hacia el "impuro", hacia el rechazado. Israel aparta al impuro y al pecador, porque contaminan. Parece que la mayor preocupación del justo es conservarse limpio, se "irreprochable ante Dios". Mezclarse con pecadores, mezclarse con leprosos, mezclarse con extranjeros... es lo mismo: un peligro para la pureza personal. Pero Jesús, que ha superado la noción de impureza exterior, reacciona ante el pecador sencillamente como médico. Es perfecto el texto de Mateo 8, Marcos 2, y Lucas 5. Le reprochan "comer con los publicanos y los pecadores" y Jesús contesta: "No tienen necesidad de médico los sanos sino los enfermos". "Pero él, así que se fue, se puso a pregonar con entusiasmo y a divulgar la noticia, de modo que ya no podía Jesús presentarse en público en ninguna ciudad, sino que se quedaba a las afueras, en lugares solitarios. Y acudían a él de todas partes." ¿Estará insinuando Marcos que Jesús fue considerado "impuro" y que no podía entrar en las ciudades, a pesar de lo cual la gente acudía a Él? No está totalmente claro, pero desde luego estaría plenamente justificado en la mentalidad del momento, y sería la máxima expresión de "se hizo todo a todos, para salvarlos". Es decir, que la actitud de "ante todo salvar", produce escándalo y rechazo de aquellos cuya actitud es "ante todo mantenerse limpio". Y aquí se inscribe el tema del escándalo. Escandalizar por querer ante todo salvar es la consecuencia de seguir a Jesús: seremos rechazados como Él lo fue. Y es tan rara la postura del hombre que, ante todo, busca el bien del otro, que la existencia de este escándalo puede ser la piedra de toque de que somos o no de Jesús. Pablo habla de otro tema: si alguna acción mía intrascendente (comer o no comer tal o cual cosa) va a producir escándalo, se evita, para no dañar. (Pablo hizo que su discípulo Timoteo -no judío- se circuncidase, para no herir la susceptibilidad de los grupos judeo-cristianos) Nosotros, la iglesia estamos llamados a escandalizar, como Jesús. No podemos pretender ser más que el Maestro; si a él le rechazaron, sería lógico que a nosotros se nos rechazara. Pero por lo mismo que rechazaron a Jesús, y sólo por eso. Por nuestra vida semejante a la de él, austera, solidaria, comprometida. Pero nuestro escándalo suele ser otro. El mundo se escandaliza de que no somos pobres, de que somos poderosos, de que decimos más de lo que hacemos... Ese escándalo es la voz de Dios, que nos exige seguir a Jesús mejor. El mundo no se escandaliza de que ante todo salvamos, de que somos diferentes... El mundo no nos rechaza por eso. Esta falta de escándalo es preocupante. Cada uno debe mirar su propia vida. Si se escandalizan de mí diciendo: Éste dice que sigue a Jesús pero... Éste va a Misa todos los domingos pero.… O si, por el contrario, se escandalizan de mí diciendo "Éste está loco, éste perdona, éste no pone su interés en el dinero o en el prestigio o en...." Debemos analizar seriamente: ¿Qué escándalo produce mi vida? EN MARCHA LA LOCURA DE UNA NUEVA GUERRA
En marcha la lcoura dee una nueva guerra Proclama sobre la paz del Vaticano 2 Decálogo de la paz Compromisos por la paz entre las personas y los pueblos
Nosotros seguimos el curso cotidiano de nuestra vida, lo sigue la sociedad, pero a nuestras espaldas y con resuelta determinación Estados Unidos e Israel aceleran los preparativos de la guerra contra Irán. Estados Unidos, que tiene más de 60 bases militares e instalaciones en la zona de Oriente Medio con un Comando Central en Qátar, ya ha enviado a Israel más de 8.000 pilotos y técnicos aéreos del ejército estadounidense. A los países vecinos de Irán cerca del Estrecho de Ormuz ha enviado reservistas de la Fuerza Aérea, aviones, 110 aviadores, más de 15.000 marines y en Kuwait se han replegado una buena parte de las tropas sacadas de Irak. Al mismo tiempo, en colaboración con los servicios secretos de la Mossad, viene financiando a grupos terroristas dentro de Irán y a ellos se les atribuye el asesinato en los dos últimos años de los cinco científicos iraníes. Cosa que varios senadores estadounidenses han celebrado como una cosa maravillosa, pues puede, entre otras cosas, servir para poder apropiarse de los recursos energéticos del país. Estados Unidos sigue reforzando el Consejo de Cooperación del Golfo (Arabia Saudita, Qátar, Bahrein, Kuwait, Omán, Los Emiratos Arabes Unidos) con armas y con un sistema de escudos antimisiles. En el 2004, Israel invadió Líbano y en el 2008-2009 hizo la agresión a Gaza. Desde entonces, Estados Unidos ha incrementado el suministro de armas a Israel. La quinta flota de Estados Unidos en el Golfo Pérsico se ha reforzado aumentando el número de portaaviones, varios de ellos nucleares. En noviembre de 2011 han probado un nuevo misil hipersónico de “Ataque Global Inmediato”, lanzado a una velocidad de 6 mil km. hora, que puede alcanzar cualquier parte del mundo. La Fuerza aérea dispone de una nueva bomba llamada “Penetrador Masivo de Artillería”, armada con una cabeza de uranio, capaz de penetrar 60 metros de hormigón (38 m. de roca dura). Tiene el poder destructivo de una pequeña bomba nuclear. El Pentágono ha pagado $ 330 millones para poder producir 20 de estas bombas. En el presente, el Pentágono pone énfasis en una guerra robotizada con aviones no tripulados, con el uso de mini-drones MALDI (dirigidos a interferir los radares enemigos), con la guerra espacial e informática y la expansión de bases de operaciones especiales por todo el mundo. Después de haberse reunido en diciembre pasado altos mandos de Estados Unidos e Israel, han comenzado a realizar maniobras militares conjuntas de defensa, guiadas por radar y computadora como nunca antes se han realizado. Israel está haciendo simulacros sorpresa para comprobar la disponibilidad de su ejército y asegurar la continuidad de Gobierno, en el caso de una evacuación y reubicación del mismo. Miembros del Gobierno de Israel han pedido un bloqueo masivo de Irán por mar y aire. Ehud Barak ha dicho: “Estamos listos para atacar ahora”. No es de extrañar, por tanto, que Rusia haya programado maniobras militares en la zona en previsión de un ataque militar de Estados Unidos e Israel a Irán. Lo dicho hace entender que el gasto de defensa de Estados Unidos, que llega a un 50 % del gasto militar mundial, se haya doblado en el último decenio, alcanzando la cifra de $ 553.000.000.000. Los datos aducidos son preocupantes, en el sentido de que el poder de minorías nacionales desalmadas contradicen y se imponen al sentir mayoritario de la sociedad. Todas las guerras son demenciales, pero lo son mucho más las guerras de nuestros días. Sin embargo, con su poder mediático ingente, logran ocultar esa demencia y presentarla como necesidad imperiosa frente a otros males mayores que sobrevendrían sin la guerra. Y así comienzan a marearnos con su hipócrita retórica. Lo sabemos y lo hemos experimentado hasta la saciedad en las guerras de Irak y Afganistán. Pero, han logrado paralizar nuestra acción y conducir arrogantemente lo que esperaban iba a ser un triunfo. Hoy, se retiran con la amargura del fracaso. Pero retornan sin aprender, condenados a proseguir el fatal recorrido de sus intereses imperialistas, aunque cueste millones de vidas y laceren hasta la médula al resto de la humanidad. El clamor creciente contra la guerra brota del corazón de los pueblos. Nos habíamos hecho a la idea de no reincidir nunca más en semejante locura. Nadie, dentro de la política occidental, pide que países como Estados Unidos, Francia, Inglaterra, India, Rusia, Israel , etc. que poseen armas nucleares, se desarmen y se sometan a los dictados del Consejo de Seguridad. En este punto, se hace patente la contradicción más obscena: prohibir a unas naciones lo que a otras se permite, por la sola razón de que sólo así se puede conseguir con la fuerza lo que no es posible con el Derecho. ¿Por qué Irán no y otras naciones sí? ¿Quién se imagina que Estados Unidos se desarme y destruya su arsenal atómico si otras naciones se lo piden y que, de no hacerlo, le serán enviados inspectores internacionales y se le constreñirá a hacerlo con la guerra? La desigualdad es la piedra angular de toda la historia colonizadora e imperialista y la clave que sustenta la ventaja y superioridad de unas naciones sobre otras. Hay, de parte de quienes más dicen defender la justicia y el Derecho Internacional, una transgresión palmaria de los mismos. Basta con leer los dos primeros artículos de la Carta de las Nacionese unidas: “Los propósitos de las Naciones Unidas son: 1. Mantener la paz y seguridad internacionales, y con tal fin: tomar medidas colectivas para prevenir y eliminar amenazas a la paz y para suprimir actos de agresión u otros quebrantamientos de la paz; y lograr por medios pacíficos, y de conformidad con los principios de la justicia y del derecho internacional , el ajuste o arreglo de controversias o situaciones internacionales susceptibles de conducir al quebrantamiento de la paz. 2. Fomentar entre las naciones relaciones de amistad basadas en el respeto al principio de igualdad de derechos y de la libre determinación de los pueblos , y tomar medidas adecuadas para fortalecer la paz universal” (Capítulo I, Artículo 1) . “Para la realización de estos propósitos la Organización y sus miembros procederán de acuerdo con los siguientes principios: 1. La Organización está basada en el principio de la igualdad soberana de todos sus miembros” (Capítulo I, artículo 2). La praxis histórica de determinadas políticas nos lleva a concluir que, en realidad de verdad, esa igualdad soberana es humo de pajas. ¿Por qué unas naciones pueden tener armas de destrucción masiva y otras no? Quiero aplicar al momento presente, lo mismo que cuando la guerra de Irak escribió Eduardo Galeano: “El presidente del planeta anuncia su próximo crimen en nombre de Dios y de la democracia. Así calumnia a Dios. Y calumnia, también, a la democracia, que a duras penas ha sobrevivido en el mundo a pesar de las dictaduras que Estados Unidos vienen sembrando en todas partes desde hace más de un siglo”. Estoy convencido que una guerra como la que se está anunciando es del todo injustificable y representará la muerte de grandes valores para una convivencia internacional justa, libre y pacífica. Benjamín Forcano 2. Proclama sobre la paz del Vaticano II TODOS ESTAMOS LLAMADOS A SER HERMANOS BENJAMÍN FORCANO De nuevo, nos vamos a encontrar con una de la más duras experiencias de nuestra vida y, acaso, se pongan a prueba nuestras convicciones y nuestras reservas de esperanza. ¿Será preciso pensar que una nueva guerra se va a hacer posible porque en la vida cotidiana de estos últimos decenios hemos ido erosionando las bases de una convivencia ética, alimentada del respeto, de la justicia y del amor a las personas y los pueblos? Sea como sea, y consciente de que la indignación y el dolor se nos convierte en impotencia, no podemos dejar de sintonizar con el clamor de esa conciencia universal que, desgarradoramente, aún siendo contundentemente mayoritaria, va a sentirse humillada por la imposición de un poder endiosado. Y, tratándose de un clamor universal, en que lo cristiano va inextricablemente unido con lo humano, vuelvo a recordar entre utópico y decepcionado, la proclama que el concilio Vaticano II lanzó sobre la paz, hace ya más de i 50 años, con el transfondo rojinegro, de una guerra que sembró tristeza, ruina y llanto en el mundo. PROCLAMA POR LA PAZ DEL VATICANO II (Me limito a indicar que los párrafos siguientes son una transcripción casi literal del documento Gaudium et Spes, Nº 77 al 93, siendo más de mi cosecha el ordenamiento dado). Los cristianos, al anunciar que “son bienaventurados los que construyen la paz” conectan con los anhelos más profundos de la humanidad. La familia humana es cada vez más consciente de su unidad y está convencida de que un mundo más humano será imposible sin una conversión de todos a la verdad de la paz. La humanidad debe liberarse de la antigua esclavitud de la guerra La crueldad de la guerra reviste hoy tal magnitud en sus avances y refinamientos técnocientíficos que pueden llevar a los que luchan a una barbarie sin precedentes y a cometer delitos y determinaciones verdaderamente horribles. Por parte de no pocos responsables de la vida política, se parte del supuesto de que la acumulación de armas es necesaria para aterrar a los adversarios y se está acrecentando “la plaga de la carrera de armamentos, las más grave de la humanidad y que perjudica a los pobres de una manera intolerable. Al gastar inmensas cantidades en tener siempre a punto nuevas armas, no se pueden remediar tantas miserias del mundo entero. En vez de restañar verdadera y radicalmente las disensiones entre las naciones, otras zonas del mundo quedan afectadas por ellas. El mantenimiento de la antigua esclavitud de la guerra es un escándalo”. La verdadera naturaleza de la paz “La paz, que nace del amor la prójimo, es fruto de la justicia, requiere respeto a los demás hombres y pueblos y exige un ejercicio apasionado de la fraternidad. La paz surge de la mutua confianza de los pueblos y no del terror impuesto por las armas. La paz exige de todos ampliar la mente más allá de las fronteras de la propia nación, renunciar al egoísmo nacional y a la ambición de dominar a otras naciones, alimentar un profundo respeto por toda la humanidad”. Los gobernantes trabajarán en vano por la paz mientras no pongan todo su empeño en erradicar “los sentimientos de hostilidad, de menosprecio y de desconfianza, los odios raciales y las ideologías obstinadas, que dividen a los hombres y los enfrentan entre sí”. Educadores y responsables de la opinión pública “tienen como gravísima obligación formar las mentes de todos en nuevos sentimientos pacíficos”. Es un deber de todos el proceder a un cambio de los corazones, que nos haga fijar los ojos en el orbe entero. Los caminos de la paz Para edificar la paz se requiere ante todo que se desarraiguen las causas de las discordias entre los hombres, que son las que alimentan las guerras. - Deben desaparecer las injusticias, que brotan en gran parte de las excesivas desigualdades económicas y el deseo de dominio y del desprecio por las personas. - “No hay que obedecer las órdenes que mandan actos que se oponen deliberadamente al derecho natural de gentes y sus principios, pues son criminales y la obediencia ciega no puede excusar a quienes las acatan. Entre estos actos hay que enumerar ante todo aquellos con los que metódicamente se extermina a todo un pueblo, raza o minoría étnica: hay que condenar tales actos como crímenes horrendos. Los Estados pueden invocar el derecho a la legítima defensa cuando es de justicia, tras haber agotado todos los otros medios, pero una cosa es utilizar la fuerza militar para defenderse con justicia y otra muy distinta querer someter a otra naciones. La potencia bélica no legitima cualquier uso militar o político de ella”. - La cooperación internacional en el orden económico exige acabar con una serie de dependencias inadmisibles, introducir cambios en las estructuras actuales del comercio mundial, regular las relaciones económicas según justicia, conseguir que estas relaciones atiendan al bien de los más pobres hasta lograr ellos mismos el desarrollo de su propia economía, acabar con las pretensiones de lucro excesivo, las ambiciones nacionalistas, el afán de dominación política, los cálculos de carácter militarista y las maquinaciones para difundir e imponer las ideologías. Otro mundo con paz es posible Debemos procurar, por tanto, con toda nuestras fuerzas preparar una época en que, por acuerdo de las naciones, pueda ser absolutamente prohibida cualquier guerra. Esto requiere el establecimiento de una autoridad pública universal reconocida por todos, con poder eficaz para garantizar la seguridad, el cumplimiento de la justicia y el respeto de los derechos. Todos necesitamos convertirnos con espíritu renovado a la verdad de la paz. Jesús de Nazaret, al hacer del amor universal la clave de su vida, luchó por la unidad de todos los hombres, dio muerte al odio, sobrepasó todo particularismo y acabó con toda discriminación. Los cristianos, conscientes de que los pobres hacen las veces de Cristo, cooperen de corazón en la cooperación del orden internacional con la observancia auténtica de las libertades y la amistosa fraternidad de todos. “Que no sirva de escándalo a la humanidad el que algunos países, generalmente los que tiene una población cristiana sensiblemente mayoritaria, disfrutan de la opulencia, mientras otros se ven privados de lo necesario para la vida y viven atormentados por el hambre, las enfermedades y toda clase de miserias”. El respeto de la dignidad humana, el ejercicio de la fraternidad universal, la convocación de todos a una convivencia en la justicia, la libertad, el diálogo y la cooperación, brota en nosotros como un imperativo del amor, que nos remite a Dios como principio y fín de todos. Y todos, en consecuencia, estamos llamados a ser hermanos. 3. DECALOGO DE LA P A Z
2. Todo hombre es fundamentalmente bueno. 3. La vida es amor y solidaridad y no egoísmo y competencia 4. Sin justicia no hay paz. 5. No odiar nunca ni impulsar campaña anti-nadie. No consentir nada que discrimine o degrade al hombre. 6. Luchar por la justicia exige hacer propia la causa de los más pobres. 7. Lo que no es bueno para todos, no puede serlo para unos pocos. La humanidad es una y se hace tal por su constitutiva genética de fraternidad.
Lo absoluto es el amor a toda persona: el no querer el mal para nadie, el no explotar a nadie, el no discriminar a nadie el no humillar a nadie, el no engañar a nadie.
dignidad de todos, en programar y resolver juntos las necesidades básicas de todos, en respetar el Derecho Internacional y solucionar los conflictos con la razón y no con las armas. 10. El progreso, que no es progreso de todos, no es progreso. Benjamín Forcano
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