Quebraba Benedicto el sueño, dando unas cabezaditas durante el telediario de sobremesa, en el día de la Sacra Familia.... Una pálida luz azulada difuminaba la sala cuando se dibujó en el ambiente onírico la figura del arcángel Gabriel.
-Alégrate, Benedicto, el Señor también está contigo. -Agradable sorpresa, Gabriel. Llegas en un buen momento. Necesito que me eches una mano para acabar de redactar el capítulo de la Anunciación. -Bien, ya sabes, maestro, haz hermenéutica, que algo queda. -Sí, ya he explicado que los peregrinos de la estrella ni eran tres, ni eran reyes, ni eran magos, que la mula entra en escena por alusión a Isaías; que hay música de salmos de liberación para armonizar el magnifcat del abrazo entre las dos primas embarazadas, telón de fondo de Emmanuel para los nacimientos y gloria en el mutis de los pastores. Ah, y que traduzcan bien lo de la eu-dokía: paz a hombres y mujeres, que por algo son todos y todas objeto de la buena voluntad del Altísimo, que por algo los quiere a todos y a todas la eu-dokía y benevolencia del Señor. -¿Qué más quieres, Benedicto? Tú tienes muchas tablas para clases magistrales. Tu libro será un best seller. ¿Qué te voy añadir yo? -Pues justo lo que te decía: el tema de lo vuestro, quiero decir, lo tuyo con María y José cuando irrumpe el Espíritu. -Escribe bien ese capítulo. Cuando lo pongan en teleserie, la máxima audiencia será para la aparición de Gabriel, susto para la niña: una estéril embarazada y una virgen concibiendo; sendos mensajeros tranquilizan en sueños al esposo de una y al novio de la otra, que el Altísimo, al fin al cabo, bendice a quienes se aman en tiempos revueltos... -Pero es muy delicado aclarar eso. Ahí sí que no me atrevo como con la mula y el buey... -Tú, buen teólogo, puedes hacerlo. Aclara lo esencial. - Sí, eso ya lo he escrito. Mateo y Lucas saben lo que hacen: narrativa de promesa, identidad y vocación con mensaje salvífico. Francisco lo popularizó en los belenes: Paz a quienes adoran con amor infante, esperanza adolescente y fe adulta. Yo les repito el mensaje en el Año de la Fe, medio siglo después de Juan XXIII, el Bueno. Que entiendan bien el mensaje de paz en la tierra por la Encarnación de la Palabra de Gracia. Y que vean, como veía el Papa Juan, la clave del misterio en el rostro de cada bebé, que viene al mundo por la unión amorosa de sus progenitores y por obra y gracia de Espíritu de Vida. -Perfecto, Benedicto. -Ya, pero no basta, porque van a preguntar por la concepción y... si les digo, como hay que decir, que la estrella de Oriente no es tema de astronomía, ni la concepción mesiánica es cuestión de biología, lo van a entender mal. Si me descuido, me denuncian a la Inquisición. -De ningún modo. Llámame a mí por testigo, yo velaba en el umbral mientras María y José dormían su primera noche. Irrumpió el Espíritu Santo. María y José hicieron al niño que el Espíritu les dio. El Espíritu les dio el niño que hicieron ellos. -Ya lo sé, Gabriel, ya lo sé. Pero el pueblo, falto de catequesis adulta, no lo va a entender. Mira la que se armó cuando dije lo del buey y la mula; van a pensar que lo de Mateo y Lucas es cuento de hadas y que no es propio de mí desmitificar tu Anunciación. Tengo que decirles claramente que esas narraciones no son mito, sino historia. -Entonces te criticarán tus colegas de teología, que defienden la verdad mitopoética. -Pero si te desmitifico, Gabriel, el pueblo creyente sencillo se desconcertará. -Y si no lo haces, no pasarán a fe adulta y se quedarán creyendo al pie de la letra, como cuando decían que a los bebés los trae de París una cigüeña. -Calla, Gabriel, calla, por Dios, no mientes a "Cigoñas y cigoñinos", que trae mala suerte a Religión Digital. -Entonces díselo con palabras de magisterio papal, que eso tranquiliza mucho a los fundamentalistas. Cítales a tu mentor y predecesor: Juan Pablo II, el Firme, acuñó una de las mejores fórmulas para hablar de Anunciación y Concepción virginal. Dice al comienzo de la encíclica Evangelium vitae que "la Navidad manifiesta el sentido profundo de todo nacimiento humano". Es decir, que si virginidad es culmen de receptividad y donación mutua, María y José no pierden la virginidad al unirse para procrear, sino que se hacen vírgenes al unirse para hacerse padre y madre del fruto de su amor. Hay que ser poeta, como Lucas y Mateo, para plasmar tan bellamente en sus evangelios el misterio: la encarnación de lo divino en lo humano se consuma cuando una mujer y un varón se dan y reciben por completo convirtiéndose en vírgenes por hacerse engendradores de vida. * * * A Benedicto se le cayó de las manos el libro entreabierto y así se despertó. El libro era del filósofo Paul Ricoeur, que hablaba de verdad e identidad narrativa. Los sofistas, decía el filósofo francés, usan metáfora y mito para persuadir de la mentira; los retóricos usan metáforas y mitos para adornar la argumentación. En cambio, la poética dice la verdad por medio de la narración. Las narraciones evangélicas ni son crónica histórica, ni cuento de hadas. Ni verdad histórica literal, ni mera ficción para entretener, sino verdad profunda por medio de ficción poética. Toda criatura humana nace de sus progenitores y, a la vez, por obra de Espíritu de Vida. Nacer de María y José, y por obra de Espíritu Santo, no niega al Hijo que muestra el rostro encarnado de Abba, el Dios Padre y Madre. Sonó un estrépito de cristales rotos. Una cigüeña, que voló desde los Madriles, picoteaba enfadada la ventana del aposento papal y saltaban añicos sobre la plaza de san Pedro...
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“Por culpa vuestra y por vuestra inhumanidad han venido a parar a la Iglesia campos, casas, alquileres de viviendas, carros, mulos y muleros y todo un tren de semejantes cosas. Todo este tesoro de la Iglesia debiera de estar en vuestro poder, y vuestra buena voluntad debiera ser su mejor renta… De ahí que nosotros no podamos abrir la boca, ya que la Iglesia de Dios no se diferencia en nada de los hombres del mundo… Nuestros obispos andan más metidos en preocupaciones que los tutores, los administradores y los tenderos. Su única preocupación debieran ser vuestras almas y vuestros intereses, y ahora se rompen la cabeza por los mismos asuntos que los recaudadores, los agentes del fisco, los contadores y los despenseros”.
No, no es este un texto escrito por los teólogos y las teólogas de la liberación de América Latina, ni una declaración de las comunidades de base, que defiendan la vuelta a la puesta en común de los bienes de los orígenes del cristianismo, ni un documento de cristianos y cristianas indignados por la crisis económica. Es un sermón pronunciado por san Juan Crisóstomo (=boca de oro), patriarca de Constantinopla, hace 16 siglos, en una época en la que la situación de extrema pobreza de la mayoría de los habitantes de la ciudad contrastaba con la ingente acumulación de bienes de la Iglesia. Juan Crisóstomo atribuía esta situación a la inhumanidad de los eclesiásticos y a la indiferencia irresponsable de los cristianos más pudientes. La postura del obispo de Constantinopla choca con la de no pocos eclesiásticos –obispos y sacerdotes-, que acumulan “campos, casas, alquileres de viviendas…”, tienen miles de bienes registrados a nombre de la Iglesia católica, inmatriculan edificios que pertenecen al pueblo, invierten en bolsa, se niegan a pagar el IBI, se resisten a renunciar a las exenciones fiscales, y defienden con uñas y dientes sus privilegios, concedidos durante la dictadura por legitimar el golpe militar contra la República y el régimen de Franco, mantenidos, e incluso incrementados, por los diferentes gobiernos de la democracia. Y los defienden alegando que son derechos de Dios y de la Iglesia. La Iglesia católica no ha renunciado a ninguno de sus privilegios. Es, además, la única religión que cuenta con unos ingresos procedentes de las arcas del Estado recaudados por la vía fácil y segura de la declaración de la renta, teniendo al Estado como fiel y sumiso recaudador. Ella es hoy en España una de las instituciones con mayor número de propiedades, exentas de tributación, con el añadido de que de muchas de ellas extrae una pingüe rentabilidad. La mayoría de los obispos se muestra contraria al pago del IBI alegando razones, muchas de ellas falaces. Dicen que tampoco lo pagan los partidos políticos y los sindicatos, cuando sí lo hacen. Apelan a la Ley de Mecenazgo aprobada en diciembre de 2002 que recoge la exención. Consideran su impago un incentivo fiscal lógico para las instituciones que trabajan por el bien común. Apelan al Acuerdo para Asuntos Económicos entre la Santa Sede y el Estado Español, de rango internacional, cuando dicho Acuerdo es preconstitucional y, según no pocos juristas, inconstitucional. Dicen que su pago detraería el destino de sumas ingentes a Cáritas, cuando lo que destinan a Cáritas es un porcentaje mínimo. Lo que está demostrando la Conferencia Episcopal Española con esta actitud es que vive instalada en una situación de privilegio impropia de un Estado no confesional, contraria a la Iglesia de los pobres y cada vez más alejada del proyecto liberador de Jesús de Nazaret. Y eso constituye una contradicción en toda regla, detrás de la que se oculta una insolidaridad nada evangélica. Es todo lo contrario a lo que expresara el Concilio Vaticano II al comienzo de la Constitución sobre la Iglesia en el Mundo Actual: “Los gozos y las esperanzas, las alegrías y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son también gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo”. Pero si irresponsable es la jerarquía católica al incumplir sus deberes cívicos en un Estado de derecho y seguir disfrutando de los favores del poder mientras este expolia al pueblo, más irresponsables son los políticos del Partido Popular que gobiernan en las instituciones estatales, municipales y autonómicas, y se muestran contrarios a cobrar a la Iglesia católica el IBI, que pagan todos los españoles propietarios de inmuebles. ¿A quién sirven estos políticos: a Dios o al César, a Iglesia católica o a los intereses del pueblo? ¿A quién son fieles: al erario público o a una institución religiosa? ¿Por qué criterios se rigen: por sus creencias religiosas o por sus convicciones políticas? Vuelve la alianza entre el trono y el altar, entre el conservadurismo político y el oportunismo religioso. La historia se repite, pero con tonos cada vez más nacionalcatólicos, como, parece, demostrará la futura Ley de Educación, negociada previamente con los obispos. Juan José Tamayo es director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones, de la Universidad Carlos III de Madrid. Su último libro es Invitación a la utopía (Trotta, 2012). Como todos los años, hemos celebrado el día de la Sagrada Familia, que es la que nos cuentan formaron María, José y su hijo Jesús, hijo de Dios, a su vez. Hay muy poco escrito sobre ellos pero sabiendo cómo fue su vida en general y el mensaje que Jesús vino a traernos de cómo es nuestro Padre y cuantísimo nos quiere, es fácil imaginar cómo se viviría en aquella casa.
Me la supongo alegre, decorada, sencilla, con plantas, que María cuidaría con esmero, en la que se cocinaran guisos poco complicados, para tener más tiempo para atender a las personas. José trabajaría lo necesario para mantener a la familia, pero sin alargar excesivamente sus horarios para tener tiempo para ser un buen padre, amante y amigo. El niño sería como todos, rico al principio, travieso y juguetón, daría guerra, tendría catarros y rompería algún adorno con el balón. Les haría pasar a sus padres alguna mala noche, con las enfermedades propias de la infancia y muchos momentos preciosos, con el crecimiento y aprendizaje, conforme fuera haciéndose persona, como todos los hijos del mundo. Tendrían una casa abierta a los demás, con un plato preparado siempre, para el que llegara, y compartirían sus cosas y todos sus bienes con vecinos y familiares. Cuidarían la ropa, para poder pasársela a otros, especialmente la de Jesús que, se le quedaría pequeña conforme creciera y, aunque la heredaría de otros niños mayores, después se la pasarían a otros niños, zurciéndola con esmero, para que pudiera reutilizarla mucha gente. Jesús imagino que sería un niño colaborador, de los que ayudan a llevar el cesto de la ropa, o el de las patatas, pondría la mesa, ayudaría a recoger y a "matrimoniar calcetines", compartiendo las tareas, pero no demasiado porque en aquellos tiempos las cosas de la casa eran solo responsabilidad de las mujeres. Pero como Jesús venía a cambiar las cosas, para mejorar la relación entre mujeres y hombres, pues ya iría compartiendo tareas y comprendiendo muy bien los cansancios y el trabajo que lleva la casa. Seguramente sería un hogar en el que se reirían muchísimo, ya que el humor es una cualidad del amor y supongo que se amarían estupendamente. Se dirían las cosas con dulzura, se saludarían al levantarse con cariño, se servirían unos a otros, se adelantarían a recoger o a hacer cualquier cosilla pequeña, de las que forman la vida cotidiana. Imagino que Jesús aprendería de sus padres a ser cariñoso y a decir el amor, por eso luego supo ser tan buen amigo y comprender a toda persona que se encontraba. También serían una familia religiosa en la que comenzarían el día saludando a Dios Padre y luego bendecirían y agradecerían los alimentos, rogando por los que hubieran participado en su cultivo o elaboración. Quizás, también hablarían un poco con su Padre Dios, al acostarse, dándole las gracias por los detalles y personas del día y por lo que leyeran en la Torá o en algún libro sagrado. La realidad es que la Sagrada Familia, sería una familia de lo más normal. No harían nada especial, que no fuera lo que sueña toda pareja y persigue toda familia, que es el ayudarse a ser en plenitud, el potenciarse, salir queridos de casa, acompañarse mutuamente en las dificultades, consolarse, divertirse, descansarse unos a otros y cubrir las necesidades básicas en el hogar, como todo ser humano pretende. Muchas veces las imágenes no les han hecho un gran favor y nos han presentado una familia extraña, con posturas nada naturales, como si Jesús y sus padres estuvieran toda la vida posando, por si les hacía una foto cualquier paparazzi que pasara por su hogar, a la caza de la última foto privada de los famosos de Nazareth. Dios nos hizo un gran favor al hacerse hombre en Jesús para enseñarnos a vivir en una familia normal, especialmente pobre y sencilla, con el fin de demostrarnos que los preferidos de nuestro Padre son los más pobres. Pues que Dios bendiga nuestra familia actual y nos ayude a conseguir la gran familia humana, en la que todos nos tratemos como hermanos. Ya sabemos que el evangelio de Mateo se escribe para cristianos procedentes del judaísmo, de ambiente más bien fariseo, cumplidor de la Ley, y que su propósito fundamental es presentar a Jesús como cumplimiento de las Escrituras, como el Mesías, el que había de venir, el que anunciaron los profetas.
En este contexto, los relatos de la infancia de Jesús, aunque cuenten sucesos (o simplemente se basen en sucesos irrecuperables para nosotros), tienen sobre todo valor por su significado. Presentando a los sabios de oriente que acuden a adorar al Niño, Mateo conecta la figura de Jesús con el Mesías, el Cristo anunciado, luz de las naciones, como cumplimiento de las profecías antiguas, en las que Jerusalén se presentaba como la Ciudad definitiva a la que acudían las naciones. Se trata, por tanto, de un acontecimiento del que importa más que nada su sentido simbólico: Jesús es la presencia definitiva, el que ha de venir, el que esperan todos los pueblos. Este es el centro del mensaje, la intención del texto. Otros aspectos (quiénes eran estos Magos, de dónde venían, qué señal vieron en el cielo...) son secundarios. Los especialistas han estudiado minuciosamente todos estos datos, han buscado qué fenómeno astronómico pudo haber sucedido, si fue un cometa, una conjunción de planetas... Nos interesa poco. Incluso podemos decir que Mateo no señala ningún acontecimiento sucedido en los cielos, sino que utiliza los símbolos propios del Antiguo Testamento para expresar quién es este Niño: la Luz de las Naciones. REFLEXIÓN "Epifanía" significa "manifestación". Esta es la fiesta en que la Iglesia celebra que Dios se ha manifestado, que nuestros ojos han podido ver a Dios en carne mortal, y que esto no es para unos pocos privilegiados, sino para todos, para el género humano, para todas las gentes. "También los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo, partícipes de la promesa de Jesucristo, por el Evangelio". En estos textos se liquida la noción de "pueblo elegido" como "pueblo privilegiado". Este no es el Pueblo preferido de Dios, sino el pueblo elegido por Dios como instrumento para que todos los pueblos, que son todos pueblos de Dios, lo sepan, se enteren. Y esta noción, tan mal entendida a veces por Israel, se aplica a la Iglesia, no sólo porque también nosotros, la iglesia, somos elegidos para servir, para ser instrumento, para que otros conozcan a Dios, sino porque también nosotros lo entendemos, muchas veces, muy mal, en el peor sentido de la palabra. Para este tema, el más hermoso de los libros de la Biblia es el de Jonás, que se resiste a ser enviado de Dios a Nínive e intenta escaparse... Jonás tenía razón. Tanto es así que casi todos los grandes "Profetas", los elegidos por Dios, se resisten a la llamada, proponen mil excusas, objetan a Dios que son inútiles, indignos, quieren escapar a su misión. Moisés, Isaías, Jeremías.... Todos los más grandes, son Profetas a pesar de ellos mismos, conscientes de que la elección no es un privilegio sino una pesada carga que el Señor les impone. En contraposición a esto, el Israel de la religiosidad superficial y nacionalista, se gloría de ser el elegido del Señor, se siente seguro porque "El Señor es nuestro Dios", se creen cabeza de las naciones, luz de los pueblos que han de venir a Jerusalén a someterse a Dios y a Israel, al templo, al culto, a la Ley, tal como ellos la entienden y la profesan. Casi ni se trata de ser luz de las naciones, sino de someter a las naciones a su propia manera de entender a Dios. Jesús culminó lo más puro de la religiosidad antigua, y destruyó todas sus deformaciones. Con razón lo mataron los jefes del pueblo, los cumplidores estrictos de la letra de la ley. Con Jesús se acabó el Pueblo Elegido, la importancia centralista del Templo, el sometimiento a La Ley. Todo eso se acabó, y todo eso lo entendió muy bien Pablo, mejor que Pedro y los demás, y se sintió llamado a predicar que Dios no es de ningún pueblo, sino para todos los pueblos, y que un pueblo es elegido sólo para servir, para llevar la palabra a todos los pueblos, y que no por eso es mejor, ni su destino más fácil. Dios no es de ningún pueblo, y tampoco es de la Iglesia. Desarrollemos la parábola del mensajero: enviado por su Señor con un mensaje urgente, importante; tiene que dar todo su esfuerzo, tiene que llegar a tiempo, tiene que arriesgar su vida por que el mensaje llegue.... Y sólo es importante el mensaje, el que lo envía y el que lo recibe. El mensajero no es nadie, sólo tiene la culpa si el mensaje no llega. Y sin embargo, siente que es un honor haber sido elegido, haber merecido que se ponga en él la confianza, poder arriesgarse, tener que esforzarse por entregar el mensaje. Este acontecimiento concreto, los magos de Oriente, tiene por tanto un sentido mucho más trascendente que la pura historia: se trata de presentar a Jesús como "El definitivo", el mesías esperado, no sólo Luz de Israel, sino Revelación definitiva de Dios para todos los Pueblos. Esto era lo que se anunciaba en la profecía de Isaías (aunque los judíos contemporáneos a ese escrito lo entendieran como el triunfo futuro de Jerusalén), y esto es lo que proclama ya claramente Pablo: que Jesús no es patrimonio de Israel, sino de la humanidad entera. Si leen bien, el evangelio de mateo es la negación de lo de Isaías: Lo que dice Mateo es que Jerusalén ya no va a ser luz para las naciones, porque ella misma va a rechazar la luz: tema fuerte de los evangelios de la infancia. Este es el centro del mensaje, la intención del texto. Cuando Israel habla de "nuestro Dios", "Señor Dios nuestro" habla de propiedad invertida. Israel es el dueño. También nosotros: esa curiosa cualidad de los posesivos, que no se sabe quién posee a quién. ¿Cuál es el Dios verdadero, nuestro Dios o vuestro Dios? Y en el fondo estamos diciendo: yo soy más que tú, porque mi Dios es el verdadero. Elegidos. ¡Qué mal usamos el término "los elegidos"! ¡Cuántas veces al decirlo entendemos "los privilegiados", los que lo tienen más fácil, los que han recibido más regalos que los demás, los que han tenido suerte... No es esto la Iglesia. Es libre entrar en la iglesia, a nadie se le obliga; se invita a los quieran entregar la vida como mensajeros. El que no quiera, puede quedarse cumpliendo la Ley y confiando en la bondad del PADRE. Nosotros, la Iglesia, somos los que hemos optado libremente por aceptar la invitación a ser mensajeros. Abrumados por la confianza que se pone en nosotros, sabiendo que no nos predicamos a nosotros mismos, sabiendo que lo más que podemos hacer es no estropear el mensaje, sabiendo que creerán en Jesús a pesar de nosotros, inquietos siempre por cumplir la misión, más exigidos que nadie, más responsables que nadie... esto es la Iglesia. Si alguien quiere seguir llamándole "Pueblo elegido, Pueblo de Dios", es muy libre, pero que deje todo sentido de apropiación, de poder, de privilegio, de exclusión de otros, de sentirse más que nadie, que se quede sólo con esto: nos han ofrecido y hemos aceptado el ingrato trabajo del mensajero. (Y nuestro corazón se siente feliz de no ser nadie, de no tener gran mérito, de no ser modelo, de estar más obligados que nadie a no esconder la luz, de ser sólo portadores de la Palabra). Este es un tema totalmente actual, porque hasta hace cincuenta años la Iglesia proclamaba (dogmáticamente) que "fuera de la Iglesia católica no hay salvación". Y el Concilio Vaticano II lo negó, incluso el catecismo de Juan Pablo II lo hace. Y esto produjo una rebelión en los sectores menos evangélicos de la Iglesia, declarando al Concilio herético por oponerse a la tradición de la Iglesia. Deberían pensar que la afirmación tradicional fue herética por oponerse al evangelio. Una última consideración, muy anecdótica. Dice el texto de Mateo: " Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y, cayendo de rodillas, lo adoraron." De José, ni palabra. Probablemente estamos forzando el texto, probablemente en la mente de Mateo esto no tiene importancia ni está previsto, pero no puedo menos que pensar así: José es el que hace posible todo esto, José es el responsable de la familia, sin José no hay María ni viaje ni Belén ni nada ... Y no tiene importancia. Solamente ha servido para que todo lo demás suceda. Cuando sucede, él está ya en la sombra. Esta sí que es una hermosa figura de la Iglesia. Y un ejercicio de imaginación... Los esquimales, que no saben lo que es el pan, ni el vino, ni los árboles. ¿Tendrán que cambiar de clima para entender La Palabra?. Todos los pueblos orientales, cuyo alimento básico es el arroz, ¿podrán traducir a Juan diciendo "Yo soy el arroz de Vida"? Me dicen que en China el blanco es el color del luto. ¿Qué entenderán al leer en el Apocalipsis que las túnicas de las bienaventurados son blancas como la nieve? "Blanqueadas en la sangre del Cordero" les sonará a ellos como a nosotros "ennegrecidas en la sangre del dragón"...(¿?) Pablo y Juan y otros se atrevieron a traducir la mente hebrea de Jesús a la mente griega y romana. Y así leemos nosotros el Evangelio. En nuestra fe se mezcla Jesús con Platón y con Aristóteles y con el derecho romano.... ¿Estamos dispuestos a aceptar la fe de Jesús vestida de Confucio, de Lao Tse? ¿Estamos dispuestos a que otros lean el Evangelio en su lengua, con sus símbolos, con sus colores, con sus imágenes, con sus ritos? Cuando el Oriente y el Sur nos manden sus misioneros a este Occidente que se va descristianizando, ¿cuál será el lenguaje de su fe? ¿Tendremos que aprender a comer con palillos para poder celebrar la Eucaristía? Pero todo esto no importa, aunque nos importe a nosotros aquí y ahora. La Iglesia dejó de ser judía, por la fuerza del Espíritu, y dejará de ser occidental, por la fuerza del mismo Espíritu. Jesús no es de nadie, es para todos. Dios no es de nadie. Ningún idioma, ninguna cultura pueden encerrar a Dios. La Palabra no está encadenada. Como en todos los relatos de la infancia, nos hallamos ante un texto legendario, creado con una intencionalidad teológica. Técnicamente, a este tipo de escritos se le denomina midrash hagádico: se trata de una escenificación de textos del Antiguo Testamento, que recogen la promesa hecha a los judíos exiliados y a los gentiles que en los tiempos mesiánicos vendrían a Jerusalén a ofrecer sus dones.
El interés, por tanto, no es histórico, sino teológico. Se trata de una suma de símbolos, que convierten a este texto en “un evangelio dentro del evangelio”. Jerusalén, que “mata a sus profetas”, está anunciando la muerte de Jesús. Sin embargo, Jesús “escapa” a Herodes, del mismo modo como escapará a la muerte, gracias a la resurrección. Ya aquí aparecen los sumos sacerdotes, que serán quienes, históricamente, urdan el complot que desembocará en la cruz. Los magos, imagen de todas las naciones, adoran al “Rey de los judíos”, título que hará poner Pilato en el letrero de la cruz… Por otro lado, Mateo, a lo largo de todo su evangelio, trata de presentar a Jesús como el “nuevo Moisés”. Así, del mismo modo que Moisés escapó milagrosamente de las manos del Faraón que buscaba matarle, Jesús también se librará de la amenaza de Herodes. Huido a Egipto, de allí habrá de venir como nuevo y definitivo liberador del pueblo. La estrella cumple también una función simbólica. Los antiguos creían que la aparición de una estrella desconocida correspondía con el nacimiento de un soberano excepcional. Así, dentro del propio pueblo judío, la profecía de Balaam (Libro de los Números 24,17: “una estrella sale de Jacob”) había sido interpretada por el judaísmo, desde mucho tiempo atrás, de este modo: “Un rey debe surgir de entre la casa de Jacob”. Los “magos” –en ningún momento se dice que sean reyes, ni que sean tres- son una imagen de todos los pueblos. En ellos se simboliza la manifestación (ese es el significado de la palabra “epifanía”) de Jesús a toda la humanidad. En cierto modo, podría decirse que, para Mateo, así como Jesús nació para el pueblo judío el día de Navidad, hoy “nace” para la humanidad entera (no es extraño que los cristianos ortodoxos celebren hoy la fiesta de Navidad). Nos hallamos, pues, ante un texto eminentemente teológico, dentro del más típico gusto mateano. Por su propio carácter, esto texto no pretende “probar” nada de lo que en él se dice: ni que existieran esos magos, ni que hubiera aparecido una estrella, ni que Jesús hubiera nacido en Belén en lugar de Nazaret, ni que hubiera habido un pesebre “con el buey y la mula”, ni que Herodes –aunque sanguinario- hubiera decretado la “matanza de los inocentes” para eliminar al “hijo de David” (es impensable que, de haber sucedido, no quedara constancia en algún documento de la época)… Todo eso no es sino material simbólico, al servicio de la finalidad teológica del relato evangélico. ¿Cuál es esa finalidad? Presentar a Jesús como el Mesías, hijo de David, cuyo nacimiento marca un hito decisivo en la historia. Jesús será el “nuevo Moisés” que, trascendiendo incluso los límites del pueblo judío, será reconocido, “adorado”, por todas las naciones. En un nivel de consciencia mítico y desde el modelo mental (dual) de conocer, se comprende que se haya visto a Jesús como un personaje celeste (mítico) de quien se hacía depender literalmente la salvación de la humanidad entera. Sin embargo, desde un nuevo nivel de consciencia y desde el modelo no-dual, aquellas lecturas no pueden sino sonar a “leyendas” piadosas que hoy no podemos asumir. Entenderlas literalmente equivale a obligar a un adulto a que crea al pie de la letra los cuentos infantiles. Podemos quedarnos con la sabiduría que tales lecturas nos proporcionan sin necesidad de asumirlas literalmente. No se trata de ningún “salvador celeste”, sino de alguien en quien muchas personas reconocemos lo que somos todos; de alguien en quien el Fondo único y común de lo que es, se ha manifestado de un modo privilegiado. Es una de las fiestas más antiguas que se conocen. "Epifanía" significa en griego manifestaciones, en plural. Hasta hace bien poco se conmemoraban este día tres hechos de la vida de Jesús: la adoración de los magos, la boda de Caná y el bautismo. En la actualidad se celebra en occidente la adoración de los magos, más conectada con la Navidad y como símbolo de la llamada de todos los pueblos a la salvación ofrecida por Dios en Jesús.
El relato que hoy leemos del evangelio de Mateo, no hay la más mínima posibilidad de que sea histórico. Esto no nos debe preocupar en absoluto, porque lo que se intenta con esa "historia" es dar un mensaje teológico. Dios se está manifestando siempre. Si el que, en un momento determinado lo descubre, quiere comunicarlo a otros, tiene que materializarlo en imágenes, para que los que no lo han descubierto, lo conozcan como si hubiera sido percibida por los sentidos. Dios está actuando siempre y en todas sus criaturas. Nosotros descubrimos esa presencia, sólo en circunstancias muy concretas. El concebir la acción de Dios como venida de fuera y haciendo o deshaciendo algo en el mundo terreno, sigue jugándonos muy malas pasadas. Muchas veces he intentado explicar cómo es la actuación de Dios, pero acepto que es muy difícil de comprender, después de tanto tiempo creyendo en un Dios remedio de todos los males, apto para deshacer cualquier entuerto. Pensemos, por ejemplo, en el comienzo de la mayoría de las oraciones de la liturgia: "Dios todopoderoso y eterno... para terminar poniendo el cazo." La expresión más simple de la teología escolástica reza así: Dios es acto puro. Quiere decir, que en Él no existe ni rastro de "potencia" (en sentido filosófico, capacidad o 'posibilidad' de ser o de actuar). En Dios no hay ninguna posibilidad de ser o de actuar que no esté colmada. El ser "nadapoderoso" no le viene por falta de poder, sino porque ya lo ha realizado todo. No puede hacer nada más. Si Dios empezara a hacer algo, antes de hacerlo no sería perfecto, porque todo acto lleva consigo un enriquecimiento, por lo tanto no sería Dios. Si Dios dejara de hacer algo, perdería una perfección y dejaría de serlo. Debemos superar el concepto que tenemos de Dios creador. Dios no puede desentenderse de la criatura, como hacemos nosotros al 'crear' algo. La cosa creada es manifestación de Dios, que está ahí sosteniendo en el ser a su criatura, entregado totalmente a ella. Imaginad que la creación es la imagen que se refleja en el espejo. Si quitamos del medio la realidad reflejada, el espejo no podría reflejar ninguna imagen. Dios crea porque es amor y en la creación manifiesta su capacidad de darse. Al crear Dios solo puede buscar el bien de las criaturas, no puede esperar nada para Él. En contra de lo que nosotros creemos, la creación no falla nunca; para Dios todo está en orden y equilibrio en cada momento. En el Génesis se repite una y otra vez, que lo que iba haciendo Dios era "bueno", pero cuando llega a la creación del ser humano dice que era todo "muy bueno". La idea de un Dios que tiene que estar constantemente haciendo chapuzas con la creación, es mezquina. La idea de una salvación como reparación de una creación que le salió mal, es consecuencia de un maniqueísmo mal disimulado. Cada ser humano puede no ser consciente de lo que es y vivir como lo que no es, pero en el fondo seguirá siendo criatura de Dios y como tal único y perfecto. Podemos seguir diciendo, que Dios actúa en la historia, que se sigue manifestando en los acontecimientos, pero conscientes de que es una manera impropia de hablar. Con ello queremos indicar que el hombre, en un momento determinado, se da cuenta de la presencia de Dios, y para él es como si en ese momento Dios se hiciera presente. Como Dios está en todas sus criaturas, y en todos los acontecimientos, está en ese momento. La manifestación de Dios es siempre la misma para todos, pero sólo algunos, en circunstancias concretas, llegan a descubrir su teofanía. La presencia de Dios nunca puede ser apodíctica, nunca se puede demostrar, porque no tiene consecuencias que se puedan percibir por los sentidos y por lo tanto no se puede obligar a nadie a admitir esa presencia. Es indemostrable. Tener esto claro equivaldría a desmontar todo el andamiaje de las acciones espectaculares como demostración de la presencia del poder de Dios. No digamos nada cuando ese poder se quiere poner al servicio de los "buenos", e incluso, en contra de los "malos". Pascal decía: "Toda religión que no confiese que Dios es un Dios escondido, es falsa". La gran paradoja está en que Dios es a la vez, el Dios que se revela siempre y el Dios que siempre está escondido. La experiencia de todos los místicos les llevó a concluir que Dios es siempre el ausente. Juan de la Cruz lo dejó muy claro: "Adónde te escondiste, Amado y me dejaste con gemido. Como el ciervo huiste, habiéndome herido. Salí tras ti clamando y eres ido." Y el místico sufí persa Djelal Eddin Rumi dice: "Calla mi labio carnal. Habla en mi interior la calma, voz sonora de mi alma, que es el alma de otra Alma eterna y universal. ¿Dónde tu rostro reposa, Alma que a mi alma das vida? Nacen sin cesar las cosas, mil y mil veces ansiosas de ver Tu faz escondida." Veamos algunas conclusiones teológicas del relato de los Magos. No hace referencia a personas concretas, sino a personajes. No eran reyes, sino 'magos', es decir sabios que escudriñaban el cielo para entender mejor lo que pasaba en la tierra. Porque estaban buscando, descubrieron, encontraron. Fijaros que lo descubren los que estaban lejos, pero no se enteraron de nada lo que estaban más cerca del niño. Para descubrir la presencia de Dios, lo único definitivo es la actitud. Al descubrir algo sorprendente, se pusieron en camino. No sabían hacia dónde, pero arriesgaron. Otro mensaje importantísimo para los primeros cristianos, casi todos judíos, es que todos los seres humanos están llamados a la salvación. Para nosotros hoy esto es una verdad obvia, pero a ellos les costó Dios y ayuda, salir de la conciencia de pueblo elegido. Pablo lo propone como un misterio que no había sido revelado en otro tiempo: "También los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa". Lo definitivo no es pertenecer al pueblo elegido, sino estar en sincera búsqueda. Preguntan por un Rey, contrapuesto al rey Herodes. La ciudad se sobresaltó con él, es decir identificada con el rey en su tiranía. Es Herodes el que lo identifica con el Mesías. Los sacerdotes y escribas "sabían" dónde tenía que nacer, pero no experimentan ninguna reacción ante acontecimiento tan significativo. Una vez más se demuestra que el conocimiento puramente teórico no sirve de nada. El signo de la presencia extraordinaria de Dios en una vida humana era la estrella. Se creía que el nacimiento de todo personaje importante estaba precedido por la aparición de una estrella en el cielo. El relato nos dice que la estrella de Jesús, solo la pudo ver el que está mirando al cielo. El que está mirando a la tierra, nunca descubrirá la estrella. Solo los que esperan y buscan algo nuevo, están en condiciones de aceptar esa novedad. Para los magos, lo ya conocido no les satisfacía, por eso siguen escudriñando el cielo para poder detectar la gran novedad de Jesús. En Jerusalén nadie la descubre. Los dones que le ofrecen, son símbolo de lo que significa aquel niño para los primeros cristianos después de haber interpretado su vida y su mensaje. El oro el incienso y la mirra son símbolos místicos de lo que el niño va a ser: el oro era el símbolo de la realeza; e incienso se utilizaba en todos los cultos que solo se tributa a Dios; la mirra se utilizaba para desparasitar el cuerpo y para embalsamar, como hombre. Meditación-contemplación Dios se manifiesta siempre y en toda criatura. ¿Por qué no lo descubro? Muy sencillo: O busco un dios que no existe. O le busco donde no está. O le busco con la razón y no con el corazón. ....................... No hay que buscar a Dios, sino la luz que nos permita verlo en todas partes. Al entrar en una habitación, no busco la lámpara, sino el interruptor. Una vez pulsado, instantáneamente se hace la luz. ................. La luz está dentro de ti. Puede llevar tiempo encontrar el interruptor. Sigue tanteando, en cualquier momento lo descubrirás. Tú no eres la habitación iluminada por UNA lámpara. Eres la LÁMPARA que se transforma en LUZ. Qué extraña naturaleza la nuestra que necesita señalar fiestas, cumpleaños, inicios o finales de años. Engalanarse unos días e ir en zapatillas otros. Adornar las mesas, hacer platos especiales solo unas pocas veces y brindar solo otras pocas. Llamar a amigos y familiares para estrechar vínculos y manifestar sentimientos cercanos y tiernos, solo en determinadas ocasiones. Derrochar luces y adornar árboles, como si necesitasen algo más para ser bellos. Hablar de día primero del 2013 con la seguridad que otros 364 le seguirán.
El resto de la naturaleza nos ha de observar asombrada de nuestros trajines y excesos, no ha de entender nuestras ambigüedades. Tan deseosos de fiestas como hartos de ellas, tan pródigos en amor a momentos y tan ácidos al poco rato. Esta (primera) noche del 2013 no sé si envidio a los animales, las plantas, los mares y a las mismas piedras. Ahí está Trazo, mi perro, durmiendo plácido a la misma hora y alborotado y despierto en otros ratos; atento siempre a mis movimientos, incondicional todos los días. Él no entiende de puntuales celebraciones. No necesita fechas o días extraordinarios. Tampoco los pájaros hacen algo especial un día u otro. No entonan cantos en unas fechas y callan otras; no toman descanso de sus rutinas para ser felices. Parece que la naturaleza está dotada de un talento especial para lo cotidiano; se prodiga del todo cada mañana, vibra en la misma intensidad los 365 días del año. El sol, la luna, la oscuridad del firmamento acuden fielmente a lo de cada día llenándolo siempre de la misma manera y haciéndolo todo calladamente extraordinario. Quizás haga así para enseñarnos, para que algún día aprendamos a vivir cada segundo como si fuera el último, el mejor, el más completo, el más dichoso. La mejor oportunidad para la compasión, para el abrazo más entrañable, para la palabra mejor pronunciada o el silencio más callado. Como si cada segundo fuese sagrado y eterno. Como si nuestra conciencia pudiera abarcar del todo la Realidad, la traspasara, se perdiera en ella para encontrarse y descubrirse del todo en su autenticidad. Quién sabe si entonces nos veríamos realmente los unos a los otros, nos hablaríamos siempre mirándonos a los ojos atentamente, nos importaría más el escucharte que el contarte. Cada día sería fiesta, comeríamos solo lo necesario y gozaríamos al máximo cada bocado, reteniendo texturas, sabores, olores. Entonces descubriríamos fácilmente lo Infinito, viviríamos humildemente nuestra pequeñez sin incomodo, en paz y confiados. No tendríamos prisas, ni agobios, porque sabríamos que solo contamos con el presente, el único tiempo que conjugaríamos, el único existente. Inmortalizaríamos el ahora, el instante. Nos sentiríamos ricos con poco, generosos con todo. ¡Seríamos tan felices cada día por despertar, que agradeceríamos la vida como un regalo, como el único tiempo que realmente tenemos para ser! "Poco o nada se puede decir con certeza o gran probabilidad sobre el nacimiento, la infancia y la primera juventud de la mayor parte de las figuras históricas del mundo mediterráneo antiguo...
Dado el fenómeno de relatos sobre nacimientos e infancias prodigiosos, compuestos para celebrar a antiguos héroes tanto judíos como paganos, es preciso acercarse con cautela a los relatos de la infancia contenidos en los capítulos 1-2 de Mateo y Lucas. Tal cautela no debe significar una prevención contra lo sobrenatural que lleve a rechazar a priori toda intervención extraordinaria de Dios en la historia humana. Se puede mantener la posibilidad teórica de los milagros sin dejar de ser muy prudente con respecto a determinados casos individuales, sobre todo cuando se dan en un tipo de literatura (relatos de infancia en el ámbito del antiguo mundo mediterráneo) donde los anuncios angélicos y los nacimientos milagrosos eran motivos estereotipados... Esta especie de precaución general es todavía más recomendable en el caso de los relatos de la infancia de los Evangelios canónicos por el carácter específico de los mismos. En primer lugar, dichos relatos se encuentran sólo en dos lugares de todo el NT: los dos primeros capítulos de Mateo y Lucas. Incluso en estos dos Evangelios, a partir del capítulo tercero, casi no se vuelven a mencionar los acontecimientos de los relatos de la infancia. Así, éstos se encuentran relativamente aislados en los mismos Mateo y Lucas; son composiciones distintas que tienen su origen en tradiciones diferentes de las que se encuentran en las demás partes de los Evangelios y, de hecho, en el resto del NT... En segundo lugar, mientras que algunos testigos oculares del ministerio público de Jesús fueron luego destacados dirigentes de la Iglesia primitiva, casi todos los testigos de los eventos relativos al nacimiento de Jesús habían muerto o en todo caso no estaban disponibles para la Iglesia primitiva cuando ésta formuló las tradiciones de la infancia subyacentes a Mt 1-2 y Lc 1-2. Zacarías, Isabel, Juan Bautista, José, Simeón, Ana, He- rodes, los Magos y los pastores de Belén o se habían ido tal vez de este mundo o no se hallaban "en condiciones de declarar" cuando se desarrollaron las tradiciones de la infancia en las dos primeras generaciones cristianas. Así las cosas, algunos comentaristas han señalado como la fuente de los relatos de la infancia al único testigo de aquellos eventos que sobrevivió hasta el tiempo de la Iglesia primitiva: María, la madre de Jesús (cf. Jn 19,25-27: María junto a la cruz de Jesús; Hch 1,14: María con los doce apóstoles y los hermanos de Jesús, en Jerusalén, antes de Pentecos-tés). No obstante, graves problemas rodean la afirmación de que María es la fuente directa de cualquiera de esos relatos de la infancia tal como ahora los conocemos. Ante todo, María no puede ser la fuente de todas las tradiciones de la infancia que se hallan en Mateo y Lucas; porque, como veremos, Mateo y Lucas divergen o incluso se contradicen mutua-mente en algunos puntos clave. Como María aparece más destacada en Lucas 1-2 (Mateo 1-2 dedica mayor espacio a José), a menudo se la considera fuente de la versión lucana , Esta pretensión menos ambiciosa tampoco carece de dificultades, dado que Lucas parece cometer algunos errores de bulto en "cosas judías", especialmente con respecto a la "purificación" de María en el templo de Jerusalén, un acontecimiento para el que, presumiblemente, María tendría que haber servido de fuente, y claro, si ella no es la fuente de lo narrado sobre su propia purificación, ¿de qué otra parte de los relatos de la infancia podría serlo? En efecto, el relato de la purificación de María en el templo confunde varios ritos judíos distintos. Por ejemplo, los mejores textos griegos comienzan el relato con una referencia a la purificación de ellos (Lc 2,22), donde el único significado natural en ese contexto es "la purificación de María y José", dado que el verbo inmediatamente siguiente afirma que "ellos, José y María, llevaron" al niño a Jerusalén . Pero, en el siglo 1 d.C., el marido judío no se sometía a ninguna purificación junto con su mujer; era el nacimiento físico lo que hacía a la madre, y sólo a ella, ritualmente impura. Además, Lucas mezcla dos ritos distintos, como muestran las dos partes de Lc 2,22: la purificación de la madre (que, según Lc 12,1- 8 y disposiciones rabínicas posteriores, requería una visita a la tienda/templo) y el rescate del primogénito varón (que exigía el pago de cinco siclos al templo, pero no una visita al mismo). Por eso, Lucas incurre en inexactitud al decir que el niño fue llevado al templo "conforme a" la Ley de Moisés (2,23.27). También es inexacto cuando conecta el rescate o "presentación" de Jesús con el sacrificio de tórtolas y pichones (en realidad, una parte del rito de purificación), mientras que no menciona el pago de los siclos, una parte necesaria del rito de rescate. Digámoslo sin rodeos: o María no fue la fuente de esta noticia sobre su purificación, o conservaba un recuerdo realmente pobre acerca de unos acontecimientos importantes concernientes a Jesús y a ella misma. En cualquiera de ambos casos, no quedan precisamente reforzados los argumentos sobre la fiabilidad de los relatos de la infancia. La conclusión más simple es que lo que se cuenta en Lc 2,22-38, como en otras partes de los capítulos 1-2, es el programa teológico de Lucas, no los recuerdos de María. Obviamente, estas mismas dificultades nos impiden recurrir, en último extremo, al propio Jesús como fuente del relato (aparte el hecho de que ni los escritos ortodoxos ni los gnósticos del período patrístico primitivo presentan a Jesús adulto o resucitado ofreciendo revelaciones detalladas sobre su infancia). Nos quedamos, pues, con una clara conclusión: las tradiciones subyacentes a los relatos de la infancia difieren esencialmente de las del ministerio público y la pasión. En lo que respecta a los relatos de la infancia, no podemos identificar a ningún testigo ocular de los acontecimientos originales que pudiera haber actuado como fuente fiable en la Iglesia primitiva. No es tal el caso del ministerio público ni de la pasión. Carne.-Vale la pena aclarar que el texto de san Juan ( el Verbo se hizo carne)no dice asépticamente que la “Palabra” se hizo uno de nosotros, sino que lo dice con uno de los términos más negativos que tiene la mentalidad semita para designar al hombre: dice que se hizo carne (lo cual no significa exactamento que se hizo materia, sino que se hizo poquedad, fragilidad, fugacidad y fracaso. Se hizo, pues, nuestra misma debilidad, nuestra misma fugacidad y nuestra lucha y nuestra tragedia.
Los cristianos llaman a eso la Encarnación, pero esto no importa ahora. Lo que importa es que, desde el texto hindú (profundo y sobrecogedor por otra parte), no es posible esa forma de comunicación que describe el texto cristiano. En un caso la Plenitud máxima es concebida como cerrazón absoluta. En el otro (y paradógicamente) como apertura absoluta, pero en una apertura que no destroza, sino que llega a ser la máxima Plenitud. Precisamente por eso, la clave de esta historia ya no está en que “Alguien” vaya a intervenir mágicamente en ella desde fuera (Como piensan los hombres religiosos y niegan con razón los ateos), sino en que está llevada, soportada por el Absoluto. Si esto es verdad, resulta una verdad tan increíble que tendría que ser recordada constantemente, y celebrada con frecuencia. Por eso el evangelio de Juan continúa diciendo que, en ese “abajamiento”de la Comunión Absoluta, hemos visto nada menos que “la gloria de Dios”. Ahí y no en otra parte. Y una gloria de Dios que no sería accesible si Dios fuera la Plenitud cerrada. Recordar todo esto es lo que quiere ser la Navidad. Este era su núcleo fundamental. Es claro que todo eso ya no tiene nada que ver con lo que pasa estos días navideños en la mayor parte del mundo. Y conste que no soy enemigo de que lo más profundo del hombre se exprese de manera material( en fin de cuentas la Navidad implica una sublimación de la materia); pero a condición de que esa manera material nazca de aquella profundidad en lugar de suplantarla o eliminarla. Queda claro también por qué Fidel Castro no me cae antipático por el hecho de haber suprimido la Navidad. Si yo tuviera poder para ello, quizás haría lo mismo. Y el escándolo de los bienpensantes por el hecho de que Fidel suprimiera la Navidad me parece más blasfemo que el hecho de prohibirla. (Aclaremos que este año vuelve a permitirse la celebración de las fiestas navideñas en Cuba). Repensar así las cosas podría ser el modo de dar sentido a la Navidad para algunos ateos. Al menos para los ateos del Becerro de Oro…(El Mundo 26 de diciembre de 1992). Antes de que me respondan, me anticipo a los que acostumbran a defender el sistema y a sus jefes diciendo que reflexiones como las que voy a hacer aquí son demagogia. Están equivocados. El demagogo halaga los sentimientos de la masa para hacerla instrumento de dominio. Pero ¿qué interés podrá tener un septuagenario en halagar a la masa y a qué clase de dominio podra aspirar a esa edad alguien que jamás lo ejerció ni deseó ejercerlo sobre nadie?
Aunque en esta época del año todo encono merece tregua (si bien en tantos hogares y personas estas fechas pueden agravarlo aún más), hay que decirlo: un odio inmenso se extiende por esta península y sus islas… Tanto desmán, tanto desafuero, tanto latrocinio y tanto abuso, y todo sostenido durante tanto tiempo, no pueden generar más que repulsión y odio superlativo. Odio y repulsión hacia personajes que pasaron por sobresalientes y luego resultaron manifiestamente mediocres o necios que detentan altas cuotas de poder; odio hacia hijos y nietos de clases sociales que lejos de desaparecer tras el franquismo se han robustecido aún más desde entonces casi siempre a costa del pueblo y quienes a tal fin inventaron la caricatura de democracia de que se reviste este país. Odio hacia el gobierno central y los autonómicos del mismo partido, escudados en una mayoría absoluta que ahora se declara fraudulenta al comprobarse el engaño de promesas incumplidas, irresponsables del despilfarro y muchos de ellos expertos en el saqueo de las arcas públicas; odio hacia la banca, a los banqueros y a sus directivos que con sus prácticas de timador durante años han arruinado no sólo a las entidades sino también a los impositores con artimañas como las famosas “preferentes”; banqueros y directivos que, además, no por ello han dejado de percibir jubilaciones millonarias. Odio hacia el abuso de poder institucional o económico en la ocasión propicia o rebuscada, y odio hacia el fraude antecedente y consecuente que se traducen en el desmatelamiento progresivo del bienestar general a través de una metódica privatización de lo público, haciendo visible la nula voluntad de evitar el inmenso daño que causa a la ciudadanía la aplicación de una mostrenca ley hipotecaria para resolver el imposible cumplimiento de los préstamos torticeros de la banca. Odio hacia los constantes decretos del gobierno central, auténticos ucases, órdenes gubernativas injustas y tiránicas, mandatos y ordenanzas arbitrarios cuyos firmantes, todos enriquecidos además, no hacen el más mínimo gesto de austeridad mientras ésta se la van imponiendo coactivamente a grandes sectores de la ciudadanía. Odio hacia la política nefasta sobre la minería, sobre la educación y la sanidad; odio hacia personajes que pasaron por egregios o respetables autores de defraudaciones escandalosas, como el yerno del rey, el ex presidente del Tribunal Supremo o el ex presidente de la patronal; odio hacia dirigentes ignorantes e incompetentes que se jactan de honestidad e inteligencia y que, además de hacerlo con sus políticas y excusas, ofenden a la inteligencia de los ciudadanos; odio hacia tantísimo evasores fiscales de miles de millones; odio hacia quienes directa o indirectamente coartan la presencia de medios de izquierda auténtica y potencian la de los conservadores y ultraconservadores; odio hacia la ligereza en el manejo de las fuentes de dichos medios entre los que se encuentra alguno especialmente que no tiene escrúpulos de recurrir al libelo; odio por la absoluta falta de confianza que inspiran tanto los que gobernaron como los botarates que gobiernan ahora, maestros en el decir y el desdecirse; odio por la frustración que produce comprobar que ya nadie se fía de nadie; y odio, en fin, porque todo lo enumerado, causante de incontables estragos sociales, proyecta al mundo la idea de una nación demasiado atrasada en lo moral o en lo ético, por un lado, y en la investigación y desarrollo prácticamente, por otro, en lugar de llegarle la imagen de una democracia respetable y aceptable. Odio que siente cualquier observador, esté o no afectado por sus políticas o simplemente objetivo e imparcial; odio del elector de buena fe o de quienes, altamente desconfiados, se abstienen de votar o de abrir una simple cuenta corriente; odio porque, pese a que todo lo dicho deslegitima a los gobernantes y sitúa como gran enemiga del pueblo a una banca sólo al servicio de los lícita o ilícitamente poseedores repentinos de cifras fabulosas de dinero y al de las grandes fortunas, gobernantes y bancos ahora mimetizados, siguen ahí… ¿No explica este odio que impregna a todo el país, que se vea como única salida no ya la desobediencia civil, sino la sublevación o acaso la revolución? Lo que pasa es que precisamente la Internet, la tecnología, la informática, los medios televisivos, los móviles de última generación -todo hoy más importante que la comida- mantienen a estas generaciones suficientemente entretenidas, ya que el empleo en jóvenes y mayores se muestra como una dramática utopía. Por ello la tecnología y la Internet, más que coordinar la estrategia aprovechada para la la acción, lo que hacen es neutralizar el excitado ánimo ciudadano y templar la reacción extremadamente violenta que genera el odio. Es decir, que si por un lado el progreso potencia y extiende la iracundia generalizada, por otro drena el odio acumulado hacia la larga nómina de tantos que, de uno u otro modo forman parte del poder, se enriquecen injustamente, engañan, abusan y defraudan. De otro modo y en otro tiempo, esta misma situación ya hubiera provocado a estas alturas la revolución. En tales condiciones y circunstancias, ¿a quién, a menos que sea un vividor del sistema en general o un protegido del poder en particular, puede extrañar que Catalunya y mañana cualquier otro territorio deseen desvincularse de un país cuyos dirigentes políticos, económicos, bancarios y empresariales, presentes o ausentes, lo han entrampado hasta la bancarrota? ¿Hasta cuándo el odio concentrado se mantendrá contenido ante tanto expolio, tanto abuso, tanto cinismo, tanta incompetencia, tanto egoísmo y tan nula voluntad de remediar la ruina general y la miseria que cada día llega a más ciudadanía? Porque no sé sí os habéis dado cuenta de que, salvo los pensionistas, por ahora, los ricos de siempre y los puñados de adinerados de hoy, de un lado, y la clase política y la periodística de postín, amén de la siempre acoplada en este país estirpe religiosa, del otro, el resto de la población de este país está a punto de estallar… |
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