Siempre estaré agradecido por la amigable conversación de cuatro horas con el papa Benedicto XVI en Castelgandolfo en septiembre de 2005. Por aquel entonces abrigaba yo la esperanza de que Joseph Ratzinger retomase como papa el rumbo inequívoco del concilio Vaticano II e hiciese avanzar a la Iglesia. Pero tras cuatro años de un pontificado autocrático, apenas se puede constatar algún resultado práctico positivo de esta dirección de la Iglesia. En vez de ello encontramos:
· una relación distorsionada con las Iglesias evangélicas, a las que el papa Benedicto discute su condición de iglesias; · un diálogo con los musulmanes que continúa lastrado tras el discurso de Ratisbona, en el que vieron una ofensa; · una relación con el judaísmo que ha ido claramente a peor; · un trastorno de la relación de confianza con la propia comunidad eclesial. En esta situación crítica de la Iglesia católica naturalmente se preguntan también en España muchos católicos: ¿Por qué actúa el papa Benedicto como lo hace? ¿Qué hay detrás de esta restauración en curso, una restauración que se ha hecho evidente tanto en lo tocante a la liturgia y a la orientación teológica, como en lo referente a la política personal del papa y a la política interior y exterior del Vaticano? A todas estas preguntas, queridos amigos, podrán ustedes encontrar respuesta en mi libro. … Casi todos mis grandes compañeros de fatigas en la renovación de la teología y la Iglesia desde el tiempo del concilio están muertos o se han jubilado, salvo uno. Y ése ha sido elegido papa. Por razones tanto personales como materiales, una comparación de nuestras respectivas trayectorias vitales en las circunstancias de la segunda mitad del siglo XX podría ofrecer análisis sumamente reveladores de la evolución de la teología y la Iglesia católica e incluso de la sociedad en general. … Cada cual vive su propia vida. Pero no se debe pasar por alto que, durante aproximadamente cuatro décadas, nuestras trayectorias vitales han transcurrido en gran medida en paralelo y luego se han tocado de manera intensa, separándose sin embargo a continuación, para volver a cruzarse más tarde. En nuestra condición de teólogos católicos, hemos estado y estamos al servicio de la comunidad eclesial católica. Pero en la década de los sesenta, yo, a diferencia de Joseph Ratzinger, tomé la decisión de no comprometerme con el sistema jerárquico romano. … Sin renunciar nunca a mi arraigo en la fe cristiana, la mía es una vida que ha transcurrido en círculos concéntricos: unidad de la Iglesia, paz entre las religiones, comunidad de las naciones. Sin embargo, mi trayectoria vital no ha seguido un «desarrollo orgánico»; más bien ha sido un camino de continuos retos y peligros, crisis y soluciones, esperanzas y decepciones, éxitos y derrotas. Por consiguiente, relato la historia de una lucha: aquello por lo que he apostado con la palabra y con los hechos. Y, al mismo tiempo, escribo una historia triste: las reformas que habrían sido posibles tras el concilio Vaticano II, pero fueron reprimidas, lo que se desarrollaba en el escenario y lo que sucedía entre bambalinas. … En ocasiones también tendré que expresarme críticamente sobre otros participantes en el drama. Lo cual no ha de ser entendido como una «vendetta» personal. No me falta capacidad de comprensión para otras opciones y posiciones. Pero en lo decisivo, no se trata —y en esto no hay vuelta de hoja— de cualesquiera susceptibilidades personales, sino de una gran disputa sobre la verdad que ha de ser dirimida en libertad. Y ello requiere a menudo una pluma afilada. Libertad y verdad han sido y siguen siendo dos valores centrales de mi existencia intelectual. Siempre me he resistido a que, en las grandes confrontaciones con Roma, a mí se me atribuya unilateralmente la parte de la libertad y a mis adversarios la de la verdad. Es cierto que, en contraste con mis primeros cuarenta años, en la segunda mitad de mi vida el acento se ha ido desplazando más y más de la «libertad conquistada» (primer volumen de mis memorias) a la, precisamente en la Iglesia, «verdad controvertida» (segundo volumen), que estoy convencido que debe y puede ser anunciada, defendida y vivida con veracidad. … Nunca he entendido la «crítica» de manera meramente negativa, sino siempre como presupuesto para algo nuevo. Pero tampoco he entendido la «eclesialidad» como conformismo y dogmatismo teológico, sino siempre como servicio a la Iglesia, a la comunidad de los creyentes, cuyas Sagradas Escrituras, credos, definiciones de fe y grandes teólogos merecen respeto. … Los obispos y los párrocos asumen la tarea del liderazgo (leadership), los teólogos la de la enseñanza (scholarship). Por supuesto, no cabe separar por completo ambas dimensiones y, ya sólo por eso, abogo con decisión por una «colaboración llena de confianza», puesto que las dos partes «tendrían todos los motivos para escucharse, informarse, criticarse e inspirarse mutuamente». Tal colaboración produjo muchos frutos en el concilio. Pero una vez terminado éste, fue siendo sustituida poco a poco por un renovado monopolio de los obispos, quienes se creen obligados a decidir incluso en complejas cuestiones doctrinales y a controlar a sus propios profesores de teología. No sólo en Roma, sino también en muchos países vuelven a estar más solicitados los sumisos teólogos cortesanos que los especialistas en teología de actitud crítico-constructiva. … En último término, lo que a mí me interesa es la verdad de la fe, y no la cuestión del poder, de quién lleva la voz cantante en la Iglesia. La verdad, sí, pero no entendida en primer lugar como un sistema de proposiciones de fe eclesiásticas que (según una antigua fórmula de catecismo) «la Iglesia manda creer». Lo que a mí me interesa es la verdad cristiana en toda su concreción: el Evangelio, el mensaje cristiano, en último término el propio Jesucristo, quien con todo lo que significa para Dios y para el ser humano ha de ser reinterpretado y realizado cada vez en su seguimiento. Para la discusión sobre la verdad cristiana, ¿no es recomendable, en lugar de la instrucción autoritaria, la comunicación libre de coacción, sin la siempre amenazante espada de Damocles de las sanciones disciplinarias? Precisamente en la lucha por la verdad, ¿no deberían decidir los mejores argumentos? Esta lucha todavía no está decidida. … En la época actual, el teólogo cristiano debe encontrar el camino entre elrelativismo de la verdad, para el que no existe ninguna verdad permanente, y el absolutismo de la verdad, que se identifica a sí mismo —e identifica su posición— con la verdad. Pues no sólo existe la «dictadura del relativismo», como dijo el cardenal Ratzinger en el discurso previo a su elección como papa. También existe la «dictadura del absolutismo»: muchos la ven corporeizada en el culto personal del papado. Ninguna de estas dictaduras se corresponde con la verdad cristiana. … Permítanme, para acabar, unas breves palabras con las que resumir el futuro de la Iglesia católica. ¿Qué es lo que necesitamos para los próximos tiempos? Necesitamos: · en primer lugar, un episcopado que no disimule los notorios problemas de la Iglesia, sino que los llame abiertamente por su nombre y los aborde enérgicamente en el ámbito diocesano; · en segundo lugar, teólogos que contribuyan activamente a elaborar una visión de futuro de nuestra Iglesia y que no teman decir y escribir la verdad; · en tercer lugar, pastores que combatan las cargas a veces excesivas de su ministerio pastoral y que asuman con coraje su propia responsabilidad como pastores; · en cuarto lugar, especialmente mujeres sin cuya participación la actividad pastoral se vendría abajo en muchos sitios, mujeres que tomen conciencia de su valía y de sus posibilidades de ejercer influencia. También este libro, amigos míos —así lo espero—, animará a preservar las conquistas del concilio Vaticano II, o incluso a prolongarlas. Para formularlo sucintamente en unos pocos puntos: En el espíritu de Juan XXIII y del concilio Vaticano II: · «aggiornamento» y no «tradicionalismo de la fe y de la doctrina moral»; · «colegialidad» del papa con los obispos y no un centralismo romano autoritario; · «apertura» al mundo moderno y no de nuevo una campaña antimodernista; · «diálogo» también en el seno de la Iglesia católica y no de nuevo la inquisición y la negación de la libertad de conciencia y la libertad de enseñanza; · «ecumenismo» y no de nuevo la proclamación arrogante de una única Iglesia verdadera. En suma, con las palabras del Evangelio de Juan (8, 32): «la verdad os hará libres». ¡Muchas gracias!
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Hans KungTeólogo suizo nacido el 19 de marzo de 1928 en Sursee. Es uno de los grandes teólogos del siglo XX, habiendo sido catedrático emérito de Teología Ecuménica en la Universidad de Tübingen. Es doctor en Filosofía y en Teología, habiendo estudiado en la Sorbona y en la Universidad Gregoriana de Roma. Participó como perito invitado en el Concilio Vaticano II. En 1979 se le prohibió dar clases de teología católica tras sus críticas a Juan Pablo II y a la infabilidad papal. Aunque fue citado en varias ocasiones por la Congregación para la Doctrina de la Fe, institución presidida por Joseph Ratzinger (el futuro Benedicto XVI), nunca acudió, y continuó siendo crítico con Juan Pablo II, especialmente tras la publicación de la encíclica Evangelium Vitae. Küng ha acusado a la Iglesia de ser autoritaria; su obra gira en torno a una idea principal: la convivencia de las religiones como paso imprescindible para la formación de una nueva ética mundial. Otro rasgo de su obra es la no equiparación de Jesucristo con Dios, en franca contraposición con la doctrina oficial de la Iglesia y de otros teólogos notables contemporáneos suyos, como el propio Ratzinger o Hans Urs Von Balthasar, para los que Jesucristo es Dios encarnado. Archivos
Diciembre 2013
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