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El pueblo y sus dirigentes

3/12/2011

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El papa Benedicto XVI, en el segundo volumen que acaba de publicar sobre Jesucristo, afirma y argumenta con claridad y decisión que los responsables de la muerte de Jesús no fueron los judíos o el pueblo de Israel, sino los sumos sacerdotes, es decir, los dirigentes de la religión y supremos mandatarios del templo. Es éste un asunto sobre el que se ha escrito mucho y que ha sido ampliamente analizado por los mejores estudiosos, tanto del judaísmo como del cristianismo. Un asunto, además, sobre el que existe un amplio y generalizado consenso. Benedicto XVI ha demostrado así, una vez más, sus profundos conocimientos teológicos y su excelente documentación bíblica.
No pretendo aquí repetir lo que cualquiera puede encontrar en el libro del papa (de próxima aparición) o en otros estudios más específicos que se han publicado, en los últimos años, sobre este importante argumento teológico. Sólo quiero fijarme en dos cuestiones que me parecen de especial actualidad: 1) el antisemitismo; 2) la violencia de las religiones.
En cuanto al antisemitismo, yo confieso que recuerdo, con dolor y escándalo, cómo durante muchos años, en las solemnes oraciones que se hacían en la liturgia del Viernes Santo, al recordar la pasión y muerte del Señor, el obispo o sacerdote, que presidía la ceremonia, pedía a todos los fieles orar “por los pérfidos judíos”. Era una demostración deforme y patética del desprecio que, seguramente sin pretenderlo, la liturgia católica fomentaba en un momento tan sagrado y solemne como es la ceremonia de los “Oficios del Viernes Santo”. La cosa venía de lejos. Desde el año 70, cuando las legiones romanas entraron en Jerusalén y arrasaron la ciudad y el templo, no dejando piedra sobre piedra. Desde entonces, el pueblo de Israel, como el “judío errante”, se ha visto obligado a vivir disperso, sin patria y sin hogar. Y teniendo que soportar la intolerancia y el desprecio de gobernantes que con frecuencia eran tan “cristianos” como faltos de escrúpulos y sobrados de no sé qué falsa ortodoxia. Hoy nos resulta incomprensible hasta dónde llegaron las cosas en España con la triste y famosa manía persecutoria contra quienes no podían demostrar su “pureza de sangre”. Basta leer las “Cartas de España”, de Blanco White, para hacerse una idea la irracional intolerancia que se vivía en la España del s. XVIII contra quienes no podían probar que no estaban contaminados por la sangre impura del pueblo deicida. Es de vergüenza.
Pero lo más grave no es esto. Lo peor de todo es la violencia que entraña la identificación con un “Dios” al que se acepta como “el único verdadero”. Lo que entraña inevitablemente que todos los demás son “falsos”. Tienen razón Ulrich Beck cuando dice que “el universalismo humanitario de las personas creyentes descansa en la identificación con Dios y en la satanización de quienes se oponen a él. Que son los “siervos de Satán”, según se ha dicho desde san Pablo a Lutero. Las tensiones religiosas, las persecuciones motivadas por las creencias religiosas, las descalificaciones, humillaciones, desprecios, insultos... todo eso, que nace de corazones “muy religiosos”, es la demostración más patente de que la religión puede ser una bendición o un peligro. Y es cosa que está a la vista de todos. Sin ir más lejos, ¿no tiene uno la impresión de que palpa o roza estas violencias leyendo algunos comentarios que se deslizan en este blog y en tantos otros que plantean problemas relacionados con la fe religiosa? Posiblemente, a todos nos hace falta, mucha falta, ir desplazando nuestras creencias de la fe cuya meta es la verdad incuestionable a la fe cuya meta es la humanidad entrañable.
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