La muerte es un proceso natural, que afecta a todos los seres vivos. La muerte no es una anulación sino un cambio, igual que la energía, que ni se crea ni se destruye sino que se transforma.
Pero el gran problema está en que muchas personas y muchos seres vivos mueren de forma injusta y prematura, por las indignas, y muchas veces espantosas, condiciones de vida de que son víctimas: falta de alimentación, falta de cuidados, guerras, violencia, odio entre las personas, emigración, desplazamientos, torturas, contaminación terrestre, acuática, aérea y marítima. Es terriblemente injusto que cien mil personas se mueran de hambre cada día sobrando alimentos para el doble de la humanidad actual. Respecto a los demás seres vivos hay que tener en cuenta que si acabamos con la Tierra acabaremos con el hombre. Entre el año 1850 y el 1950 se estima que desapareció una especie cada año. A partir de 1990 y hasta el 2000 desapareció una especie por día. Desde el año 2000 y hasta el 2002 desapareció una especie por hora. El proceso de desaparición de especies se acelera cada vez más. Según la Unión Mundial para la Naturaleza, en el año 2009 había ya 16.900 especies en peligro inminente de extinción. La extinción de una especie es irreparable y, de momento, irreversible, afectando de manera directa o indirecta a la cadena alimentaria y, eventualmente, al propio ser humano Está claro que existe una máquina de matar dirigida contra la vida. En los últimos dos siglos las reservas de pescado comestible de los mares se redujeron un 90%. El 42% de la selva tropical ya ha sido destruido. Entre 1990 y 2005, el territorio boscoso del planeta se redujo a un ritmo de 16 millones de hectáreas al año, según revela el Informe de Situación de los Bosques en el Mundo 2009. Con la destrucción de la naturaleza nos destruimos a nosotros mismos. Para la cosmovisión de los pueblos mayas la naturaleza es sagrada, y por tanto los elementos naturales no son mercancía. Pero para la globalización neoliberal todo es mercancía: desde los seres humanos (niños guerrilleros, niños secuestrados y engordados para luego matarlos y vender sus órganos para trasplantes o fabricar cosméticos) hasta los animales (las focas desolladas para la industria de la moda, o los terneros y vacas utilizadas para trasportar droga de un país a otro matándolos en destino para extraerla, etc.) y los bosques y ríos contaminados para extraer petróleo o minerales. Ese no es el camino, porque sin estar en armonía con la naturaleza es imposible estar en armonía con Dios.
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