Ayer presenté una reflexión bastante prolija sobre desencanto e iglesia neocons. Con razón me han dicho que era demasiada materia para un post. Por eso la re-sumo, para ofrecerla de un modo más conciso, por si alguien sigue interesado en el tema (como el barquero admirado de la imagen, ahora a solas ante la gran luna).
La era de los desencantos 1. Desencanto político: los cambios políticos de los últimos años, que tanto prometían, parecen habernos dejado casi donde estábamos; las utopías (neoliberales y marxistas) han perdido incidencia. Por eso nos cuesta creer en la política. Parece que la sociedad de estabiliza en una especie de dominio de los poderes fácticos (dinero, ansia de dominio, grupos partidistas) sin que haya un deseo eficaz de transformación social en profundidad, al servicio del hombre. 2. Desencanto religioso: las esperanzas de transformación religiosa y eclesial ligadas al Vaticano II parece que no se han cumplido. Mucha gente ha dejado y sigue dejando la religión, o por lo menos la iglesia organizada, por simple cansancio o desinterés. La religión aparece sin fuerza (no hay profetas verdaderos); en otros casos aparece ligada al sistema como institución que quiere defender sin más sus propios privilegios; en otros casos se la mira como un “jardín mágico” donde quedan pequeños restos de humanidad que ya ha sido superada por los cambios de los tiempos. Hay una “reserva religiosa” muerta y sin sentido en medio de un mundo sin religión. 3. Desencanto ideológico: nos cuesta creer en las grandes “teorías”. No es que las refutemos, es que nos resbalan. Por eso casi nadie estudia “filosofía” en el sentido clásico del término, ni cree en ella. Ya no importa el saber como saber, porque el saber no va a solucionar ningún problema clave de la vida, sino un tipo de “saber hacer”, que se convierte pronto en “saber ganar”, de manera que los inteligentes (sabios) son ahora los que consiguen pronto (sin escrúpulos) mucho dinero. 4. Desencanto social y económico: parecía que la economía podría resolver casi todos los problemas; pero los problemas siguen, y además han crecido. La cultura de la “libertad económica”, en manos de algunos “sabios” de los arriban citados, ha desencadenado grandes crisis, que estamos sufriendo todos. Los gurús banqueros, manejando el dinero al servicio de sus intereses, han convertido nuestro mundo en crisis permanente que, según ellos, sólo se resolvería con nuevas crisis e imposiciones del poder fáctico, que se identifica con su “dinero”. Lógicamente, junto a los adelantos materiales ha crecido también el paro.Mucha gente se encuentra preocupada (casi angustiada) por la falta de trabajo. Otros viven bien con lo que tienen, pero se despreocupan de los demás. 5. ¿Hay una nueva vivencia religiosa? En una medida considerable el postmodernismo viene a presentarse como postcristianismo, al menos como muerte de las grandes iglesias. En algunos casos se podría hablar de vuelta al paganismo: quizá deba hablar de un retorno a la sacralización original del cosmos. En otros casos surge una religiosidad sin fe. . . De todas formas, es evidente que en esta perspectiva, el Dios cristiano tradicional aparece como muerto y, por su parte, la Iglesia parece convertirse en “coto de caza” para gente que no tiene forma de afirmarse que criticarla, presentándola como principio de casi todos nuestros males, un fácil chivo expiatoria, para gentes que no creen en lo que hay detrás de esos chivos (que tienen hondo sentido religioso, según Lev 16). 6. Se acentúa el poder de un tipo de información, que constituye la nueva clase dirigente (transformando el capitalismo clásico y la política humanista de antaño). El poder supremo lo ejerce ahora una tecnocracia de información, en el amplio sentido de la palabra, en la que puede incluirse el planeta WikiLeaks, que quizá empieza siendo independiente, pero que termina estando en manos de los mismos gestores del poder-dinero, a no ser que cambien las condiciones éticas del conjunto de la humanidad. Los dueños de esa información (plano de ciencia y de espionaje) se hacen de algún modo gestores y dueños del sistema (en colaboración con los burócratas de la política y con los que fabrican y venden la misma información). Se instaura así el poder de eso que se puede llamar la tecno-info-burocracia. Un reto para la Iglesia. De la información a la comunicación La postmodernidad se presenta en su misma raíz como “crisis de comunicación”: los hombres resultan incapaces de encontrar una verdad universal y de mantenerla, como principio de diálogo universal. Pues bien, en contra de eso, pienso que el cristianismo puede y debe apostar por una especie de razón dialogal, que ponga de relieve la apertura del hombre hacia su prójimo. En esta perspectiva debemos recordar que Jesús es “logos” y el Dios trinitario es “diálogo”. Por eso, creer en Dios significa creer en el diálogo interhumano; en esa línea, la iglesia debe presentarse como mediación humana (social) del diálogo fundante dentro de la historia. Pues bien, de forma paradójica, el portador de ese diálogo ha de ser Jesús crucificado, no el Señor glorioso de un tipo de historia pasada. 1. La debilidad fuerte de Jesús. Más que el Jesús glorificado, sabio y triunfador, de otros momentos, impresiona el Cristo débil, es decir, el Cristo kenótico de Flp 2, 6-11, aquel que se “despoja” de su divinidad fuerte, de su señorío impositivo (del Reino entendido como imposición externa), para hacerse desde dentro hermano de los hombres que sufren, de los crucificados. Jesús aparece así como alguien que tantea, como aquel que va buscando por encarnación real en la historia conflictiva, desde los derrotados de la tierra, los caminos del reino, en un gesto que le lleva a entrar en relación con los marginados de su tiempo. 2. También resulta valiosa su “ruptura del sistema”. Jesús ha quebrado las bases de la “racionalidad socio-religiosa” de de un tipo de judaísmo (Reino por la fuerza) y de un tipo de helenismo (sabiduría impuesta desde una cumbre de logos), según sabe y dice Pablo en 1 Cor 1. Jesús actúa precisamente allí donde el viejo mundo acaba, donde quiebran las seguridades precedentes, de judíos y griegos. Así muerte, desde el límite, ser de frontera, apelando al Reino de Dios (es decir, al Dios que ha abandonado todos los caminos anterior, cf. Mc 15, 33-34). 3. Jesús no ha resuelto teóricamente los problemas, no ha ofrecido a los hombres una seguridad racional o social, ni ha impuesto por fuerza política o social el Reino de Dios. Pero les ha puesto en pie, con voz de esperanza y ejemplo de vida, en el lugar de la crisis del mundo viejo (allí donde se anunciaba el fin de todo) y precisamente allí, donde acaba y termina el proyecto de judíos y greco-romanos, les abre a la posibilidad de una experiencia nueva de reino, es decir, de un Dios que no es poder externo, sino encarnación, de un Dios que no es huida sino compromiso fuerte con la vida. No le ha dicho a los hombres y mujeres simplemente “yo soy”, sino Vosotros Sois, tenéis mi aliento y podéis caminar, tenéis mi vida y podéis vivir, siendo creadores, no simplemente acaparadores. 4. Por todo esto, pienso que la postmodernidad puede ser un momento muy apropiado para volver hacia Jesús. No se trata de alegrarnos del fracaso de la razón, para caer en irracionalismos sino todo lo contrario: se trata de asumir desde Jesús nuestra limitación humana ( de un tipo de racionalidad), para descubrir y desplegar nuestra mayor grandeza, en clave creadora y esperanzada, en línea de comunicación personal de vida. Se trata de hacernos creadores o, mejor dicho, de saber que somos creadores, con el Dios que se ha puesto en nuestras manos, como el Padre se pone en las manos del Hijo, dejando así en nuestras manos y en nuestro corazón el proceso de la misma creación, quedando él mismo, entre nosotros, con nosotros, como expresión y fuerza de nuestra debilidad, desde el fondo de ella. 5. Lo que está en el fondo es la imagen de Dios, como han sabido algunos de los más lúcidos representantes de una modernidad que se hace post-moderna, desde Whitehead (que ha descubierto lo divino en el mismo proceso de la realidad), hasta los teólogos del amor crucificado, no de la “muerte” sin más, del Dios Cristiano, como J. Moltmann: Dios crucificado. En algún momento se movió en esa línea, entre nosotros, en la Hispania profunda, el gran Unamuno. Dios no está fuera, sino dentro del mismo sufrimiento humano. No vigila desde arriba lo que pasa, para corregir desde dentro el “reloj” a veces atrasado o parado de la naturaleza o de la historia (como decían algunos racionalistas). 6. Dios está inmerso en la trama de la realidad, como dice el credo (encarnación), de tal forma que no puede entenderse como un Motor o Causa impasible que está fuera, más allá de la cadena de causas de la historia (como suponen de un modo ingenuo las cinco vías del tomismo clásico, mal entendidas). No ha dejado nada para sí (no se ha reservado nada, fuera de la creación (Flp 2, 6-11; dogma de Nicea), no se ha resguardado a sí mismo, fuera del riesgo de la vida, de nuestra vida. De esa forma es Dios siendo en nosotros que llevamos en nuestra vida la Bandea de su vida. 7. La fe en Dios, siendo admiración y agradecimiento emocionado, es compromiso por la vida. No se trata de creer en Dios y saber que todo está resuelto, sino de comprometerse con él en la “solución”, como Jesús lo hizo, pues somos en él y con él encarnación de lo divino. Por eso, la postmodernidad nos sitúa ante la exigencia de un “compromiso por Dios” y desde Dios, acogiendo con Jesús la voz de los más pobres, e iniciando con ellos (desde ellos) y con todos (para todos) un camino de humanidad. Sabiendo que Dios está precisamente en ese camino, con nosotros. 8. Desde ese fondo se plantea el tema de la Iglesia, entendida como comunidad de aquellos que se comprometen en ese mundo, desde Jesús y con Jesús, a crear una comunidad de creyentes, esto es, de buscadores de Reino. Éste es un tiempo bueno (el mejor desde el siglo II dC) para descubrir la tarea de la Iglesia. Hasta ahora, como efecto de un pacto con el sistema de poder mundial (greco-romano) la Iglesia ha tendido a convertirse en signo del poder establecido, de un Dios más cómico y filosófico que cristiano. Conclusión En la línea anterior, la postmodernidad puede ser un momento peculiar de descubrimiento eclesial. Parece que la iglesia, en estos últimos siglos, había tendido a presentarse como espacio de seguridad es: una sociedad perfecta donde el hombre encuentra respuesta a todos los problemas de la vida. Pues bien, en un proceso que ha encontrado su centro en el Vaticano II, ella va descubriendo con más fuerza sus limitaciones y sus valores. Por un lado, la iglesia descubre mejor su encarnación: ella se sabe limitada, pecadora, con los hombres y mujeres de la tierra. En otro tiempo tuvo la tentación de presentarse como “reino”; pero ahora ella se viene a descubrir más bien como simple mensajera de ese reino desde las mismas limitaciones (pequeñeces) de la historia. Por eso, ella participa, como humana, de las contradicciones y fracasos de los hombres de la postmodernidad. Pero, al mismo tiempo, la iglesia puede impulsar un nuevo tipo de presencia misionera, no sólo en línea de anuncio (palabra) del Reino de Dios, sino también en perspectiva de compromiso social, al servicio del hombre y de apertura a los Reino de la gracia, de la comunicación gratificante, de la gran Esperanza. Estamos entrando en el tercer “momento fundante” de la iglesia: ella fue a veces una secta mesiánica intrajudía, esperando la salvación del Dios de fuera; se hizo luego comunidad grecorromana, imponiendo de algún modo la salvación del Dios/sistema; ahora, por fin, puede volverse universal, abriendo entre los hombres el camino del Dios creador, encarnado en la vida y la pascua de Jesús.
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