Charles Dodd, uno de los mejores especialistas en el estudio del cuarto evangelio, afirma que este relato, conocido como “las bodas de Caná”, en su origen habría sido una parábola, transformada posteriormente en “suceso”.
Sea de ello lo que fuere, de lo que no cabe duda es de que, en el contexto del evangelio de Juan, se trata de un relato profundamente rico en simbolismo y en el que se resume la misión entera de Jesús. Durante siglos, los textos evangélicos se han leído en dos claves sumamente empobrecedoras: una anecdótica y otra moralizadora. En la primera, lo que se narra en los evangelios se veía como hechos que venían a demostrar el poder de Jesús en cuanto Hijo de Dios; en realidad, como digo, no pasaban de ser meras anécdotas –aunque piadosas-, sin más contenido para el lector. En la segunda, el evangelio aparecía como un código de moral, para revisar la propia vida. Ambas lecturas, no solo impedían conectar con la sabiduría profunda de un texto siempre actual, sino que produjeron que aquellas palabras fueran devaluándose y perdiendo interés real. Frente a lecturas tan reduccionistas, me parece necesario ver el evangelio como un libro de sabiduría que enseña a despertar y a vivir. Desde esa perspectiva, el relato que leemos hoy quizás pudiera resumirse en la siguiente síntesis. (No voy a entrar ahora en al análisis de cada uno de los elementos simbólicos que aparecen en el mismo. Quien esté interesado puede verlos en mi libro Sabiduría para despertar. Una lectura transpersonal del evangelio de Marcos, Desclée De Brouwer, Bilbao 2012, pp.90-96, donde comento este texto del cuarto evangelio). La religión oficial (6 tinajas de agua) es algo vacío y triste, incapaz de comunicar el gozo de vivir (vino). Las personas despiertas (representadas en la madre, el “resto fiel”) son las que se dan cuenta de esa carencia, remitiendo a Jesús, con las palabras con las que el pueblo judío, en el desierto, aceptó la alianza del Sinaí: “Haremos lo que el Señor nos diga” (Libro del Éxodo 19,8). Jesús es presentado como quien aporta vida y alegría –“vida en plenitud”, dirá más adelante el mismo evangelio-, a través de su “hora” (en su muerte-resurrección): precisamente cuando se entrega por completo es cuando se hace visible la Vida que la muerte no puede destruir. No es extraño que el relato termine advirtiendo que este fue el primer signo –de un total de siete, el número perfecto, que referirá este evangelio- y que fue así como “manifestó su gloria”. La “gloria” no es sino el esplendor y la belleza de Lo que es, que se manifiesta en toda situación en que se hace patente la Vida y la Unidad. “Gloria” es, por eso, otro nombre de nuestra verdadera identidad. Lo que es, es Gloria, Belleza y Amor. Y eso que es, es lo que somos todos en nuestra realidad más profunda. Lo que ocurrió en Caná es una descripción de lo que sucede cuando conectamos con lo que, más allá de las apariencias, realmente somos. Caná es lo que sucede siempre que despertamos del engaño que nos hace reducirnos a la mente y “tocamos” la Vida que somos: es entonces cuando estamos por fin saboreando el vino nuevo, el mejor.
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