Vivimos días aciagos en el seno de la Iglesia. Las noticias que nos llegan son desmoralizadoras porque proceden de sus mismos pastores con una mezcla de situaciones estrambóticas dignas de un guion de Almodóvar. Lo digo con rabia y tristeza.
Por una parte, tenemos los ataques furibundos de grupos eclesiales, medios de comunicación y políticos que están esperando a que el Papa Francisco diga cualquier cosa para situarle dentro de una diana y proferir las mil y una barbaridades. Algunas reacciones a la entrevista de Carlos Herrera a Francisco es una buena muestra. Que se ponga en duda el amor y el aprecio por un país como el nuestro, tierra de la lengua materna en la que se expresa y vive, resulta ridículo. No se dan cuenta estas gentes analfabetas, que el Papa es el vicario de Cristo en la tierra, y es vicario del hijo de Dios que nació en Belén, la más pequeñas de las ciudades de Israel, que no contaba para nada ni para nadie, donde la historia pasaría sin dejar huella alguna: “Pero tu Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad” (Miqueas, 5,2). Sólo desde aquí podemos entender la elección por las ciudades y países humildes y pequeños del Santo Padre. Si queremos entenderlo, debemos acercarnos desde una hermenéutica cristológica. Puede resultar una obviedad, pero dichas obviedades las ignoran, de forma consciente o inconsciente, personas que quieren sentar cátedra en torno a las palabras de un Papa cercano, humilde y pobre como pocos. Algunos querrían que actuara como príncipe político. Y no lo va a hacer porque tiene que afrontar y leer la historia como pastor, precisamente como se define Jesús a la hora de transmitir su mensaje de salvación y aplicarlo. Y después, de pronto, nos salta en la cara, sin previo aviso, el caso Novell, donde se mezclan las proclamas irresponsables a favor del independentismo -muchos de sus feligreses no lo son- “al tiempo que se aferraba a las posturas rígidas e intransigentes, trasnochadas y acientíficas de la moral sexual”, como apuntaba recientemente Baltasar Bueno en un artículo de Religión Digital. Y todo ello, que no es poco, concluye con la relación sentimental con una escritora erótica-satánica. ¿Alguien da más? Esperamos que esto sea una excepción y si no lo es que se diga, que se haga público y se reforme y se refuercen el sistema o procedimiento para elegir obispos y diáconos acorde y dignos con Jesucristo. Si no se hace, y ya está pasando, la Iglesia correrá el peligro de sufrir una desconexión como la que se da entre las generaciones jóvenes y de una parte muy importante de la sociedad civil con la política. Incluso cuando la política consigue transformar las cosas y hacer su función, las gentes ya no reconocen sus méritos, puesto que siempre se sospecha de cualquier acción política porque está guiada por intereses espurios. Hoy la Iglesia tiene retos sobre la mesa que debe afrontar y según el modo y en cómo se sitúe ante ellos seguirá siendo para una parte de la población una realidad a la que seguir y dar por ella lo mejor que llevamos dentro. Vale la pena seguir el camino y la causa de Jesús de Nazareth, pero para ello tenemos que recordar qué es lo esencial, para qué está la Iglesia y qué queremos que posibilite y proyecte. En un momento de la entrevista con Herrera, Francisco recuerda su texto programático es Evangelii Gaudium. Ahí resume lo que en el Cónclave, cardenales y obispos trazaron como el camino a seguir que tenía que asumir la Iglesia en los próximos años. De igual forma, tenemos muy fácil cómo tiene que comportarse el pueblo de Dios, desde el primero al último y es, en síntesis, aplicar el evangelio, ni más ni menos. Las primeras comunidades cristianas hicieron visibles a Jesús señalando a los más pobres, a aquellos que no tenían carta de ciudadanía. La cruz implica un reconocimiento claro por aquellos que no han sido reconocidos en la historia, por aquellas personas que han sido apartadas de forma sistemática. En el imaginario social greco-romano la dignidad brillaba por su ausencia. Un Imperio como el de Roma, decenas de documentos históricos nos lo muestran, practicaba sin ningún rubor el infanticidio, sobre todo si eran niñas, ya que el derecho romano estaba concebido en función de los varones romanos y libres. Se señaló como una práctica de muerte y asesinato, de ahí la anclada tradición de la Iglesia por la defensa de la vida. Pensemos en las viudas, en los esclavos, en los extranjeros, las mujeres, en las personas leprosas y presas, cómo eran señaladas y dominadas por un juicio arbitrario respecto a sus vidas. A todos ellos el cristianismo les dio defensa y voz. Pablo es claro: “Ya no hay judío ni griego, no hay esclavo ni libre, no hay hombre ni mujer, porque todos vosotros sois uno en Jesús el mesías” (Gálatas 3, 28). El cristianismo supone un aldabonazo y un impulso claro para inocular en la sociedad el lenguaje de la caridad, la esperanza y la misericordia frente a una cultura de la muerte y la violencia sobre una porción altísima de la población. Como apunta García de Cortázar al final de su libro Católicos en tiempos de confusión, “nuestra idea de dignidad del hombre nos exige denunciar el escándalo de la pobreza. A nosotros nos toca recordar que las víctimas de la violencia, emigradas de sus lugares de nacimiento, abyectamente reducidas a cuerpos sin espíritu, son hijas de Dios y hermanas nuestras. A nosotros se nos exige que alcemos la voz para manifestar qué es nuestro cristianismo, no es cualquier forma de solidaridad o cualquier impulso compasivo, el que nos compromete en la defensa de los seres humillados”. ¿Hay que recordar cuál es nuestra misión en el mundo? Y esos príncipes de la Iglesia, ¿son conscientes de su misión? ¿Representan y quieren trabajar por una Iglesia en salida por y para rostros que no cuentan como hicieron Jesús y las primeras comunidades cristianas? Sólo el compromiso social desde una radicalidad evangélica hará que la Iglesia sea importante en las vidas de las personas, desde una coherencia radical en las enseñanzas que se derivan del evangelio. Entiendo que en este mundo hipercomplejo puedan surgir dudas sobre Jesús, sobre su visibilidad, dónde está, qué dice en estos tiempos, puesto que puede parecer inaudito que, como apuntó de forma magistral un joven Ratzinger en Introducción al cristianismo, “la inteligencia que ha hecho a todos los seres se ha hecho carne, ha entrado en la historia y es un individuo, que no solamente abarca y sostiene toda historia, sino que forma parte de ella”. Pero la Iglesia sólo puede ser Iglesia de Jesucristo y ésta tiene que hacer visibles a los que se han quedado en la cuneta de la historia. Y claro que lo hace. Miles de personas se dejan la piel en ello a diario. No olvidemos lo que palpita, lo que está vivo y funda nuevas posibilidades en los barrios y en las misiones más pobres y recónditas de la tierra. Esta es la Iglesia que amamos y no la de los dimes y diretes más propios de la prensa rosa que la del Reino de Dios en la tierra. Que algunos se lo hagan mirar y que tomen nota. No estamos para una nueva forma de prensa rosa eclesial. En cada rincón de nuestra vida, en todos los patios de nuestras casas emerge una Calcuta que debemos atender. Para ello se requiere de una vida sencilla, alejado de los focos y del protagonismo en los medios. Somos una comunidad y lo que pasa en ella nos afecta. Seamos dignos de ella para seguir la obra del pobre carpintero de Galilea que encontraba en el silencio y en la soledad el tiempo de acercamiento y unión con Dios. Aprendamos la lección.
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