En esta tarde de víspera del Corpus, en que la iglesia diocesana marcha en la plaza... (pocas veces han salido a marchar... sólo a demostrar fuerzas o a combatir la libertad en el amor... jamás gritando contra el hambre o reclamando verdad y justicia...)
En esta tarde me pregunto por tu cuerpo y tu sangre... No creo en el cuerpo que no se rompe antes de consagrarse, porque te encargaste muy bien de partir primero el pan para después declarar "así soy yo". Aunque esto dice la fórmula, no lo confirma la acción litúrgica... una de tantas veces en que la palabra es desmentida por las prácticas... "Tomó el pan, lo partió y lo dio...". Esto eres, el cuerpo roto, uno de los tantos rotos, partidos, lastimados, entregados... No eres el que se preserva entero, "sin mancha ni arruga". Eres el que se quiebra para recobrar, en y con nosotros, la integridad, y solo si nosotros la recuperamos. Mientras haya rotos en estos pagos, seguirás partiéndote... Eres el que no se guarda ni una miga de sí, para que alcance para todos. Eres el que se identifica con los quebrantados de la historia, con los des-poseídos (o sea, aquellos a quienes les fueron arrebatadas las posesiones básicas) No creo tampoco en una sangre que se derrama "por muchos", que se restringe, que hace acepción. Creo en el empuje irrefrenable de tu vitalidad, que todo lo empapa, que sigue corriendo, que se cuela por cualquier grieta. Creo en el río de tu amor, que no deja a nadie afuera. Creo en la explosión de vida de tu pascua, que recoge todos los llantos y todos los gozos, que hace fiesta con el mejor vino y no se deja detener ni aun por tus mensajeros. No creo en tu cuerpo encerrado en jaula de oro, transformado de pan común y corriente en objeto de joyería. No creo en tu cuerpo atrapado, lejos nuevamente de tu pueblo, velo del templo que te oculta una vez más. No creo en un cuerpo portado sólo por los iluminados ni en tantos indignos de recibirte. No creo en un cuerpo al servicio de la exclusión, del exilio, de marginalidad. Creo en tu camino desde los márgenes y desde los marginales, para la reunión final que concluye la diáspora. Creo en el escándalo de que en la mesa de los pobres, se ofrece Dios mismo. Tampoco creo ya en la iglesia poderosa, que se reúne para exhibir, que se hace presente cuando nadie la llama y pareciera no oír los gemidos de tu pueblo. Que elige tan prudentemente qué banderas levantar. No creo en las vestiduras, en los ornamentos, en nada que aleje tu cena de ese encuentro fraterno donde nos revelaste lo infinito de tu amor; donde nos serviste y nos enseñaste y juntaste coraje para seguir amando. No creo en tantas cosas. Creo en tanto amor derramado... pobre y empobrecido...que no elige dónde estar, se brinda a todos, tirado en la mesa. Expuesto a que lo tomen o no, lo gocen o lo maltraten. Creo en tu cuerpo hecho pedazos. Creo en tu sangre volcada sobre nuestra humanidad, sin medida.
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