La Eucaristía celebra una entrega, una donación, un servicio; solo es posible celebrarla en búsqueda de justicia, en dinámica de amor-caridad.
Sin embargo, el amor-caridad ha sido con frecuencia falseado, reducido espiritualmente a consuelo de afligidos y en lo material a limosna-calderilla. Urge restituirle su sentido original, la caridad es amor. Pero también el amor ha sido prostituido por la demagogia, la retórica o la inoperancia. Ha quedado reducido al amor-sentimiento o al amor-belleza. ¡Así todos tranquilos! Un primer paso para rescatar el amor-caridad consiste en situarlo como constitutivo antropológico humano. No puede quedar reducido solo al ámbito personal, familiar sino que implica una relación yo-nosotros, yo-hermanos, yo-aldea global, casa común. Sin acción transformadora del mundo, no hay caridad, no hay amor. El amor cristiano es caridad política; ha de alcanzar a la sociedad entera. El prójimo del evangelio no es solo el que está próximo sino el que padece cualquier clase de necesidad, el descartado, el desvalido. Los actuales vulnerables no son hoy personas aisladas, sino clases sociales y países enteros. La liberación y su celebración cristiana solo son posibles a partir de la práctica del amor-caridad política. En el evangelio, Jesús se niega a ser árbitro o juez de un conflicto económico pero advierte del riesgo de toda clase de codicia, de buscar seguridades terrenas, crearnos nuevas necesidades en una espiral de consumismo alienante olvidando nuestro ser esencial, el verdadero objetivo de toda vida humana. Pobreza y riqueza pueden ser igualmente engañosas si la motivación es el ego. El equilibrio del terror al que venimos asistiendo es absolutamente inaceptable, inmoral, inhumano y perverso para millones de personas. Jesús no critica la previsión o la lucha por una vida más digna, ni quiere la pobreza para ningún ser humano sino que advierte del peligro de hacerlo de forma egoísta alejándonos de nuestra verdadera meta como seres humanos. Asimismo, Jesús da a la Iglesia una regla de oro: la Iglesia no ha sido nombrada árbitro o juez del mundo de la economía, no es quien para ofrecer un programa político-económico concreto. ¡Muchos problemas se habrían evitado de haberlo tenido en cuenta la Iglesia! Sí debe procurar o sugerir propuestas o argumentos para que los sistemas económicos-políticos puedan ser generadores de bienes para la humanidad pero también puedan ser juzgados éticamente. Así se explica que la Iglesia haya condenado tanto el neoliberalismo capitalista como la utilización de un sistema totalitario en el que “el sinsentido de la guerra y el chantaje recíproco de algunos poderosos acalla la voz de la humanidad que invoca la paz” (Mensaje del papa Francisco para la Jornada Mundial de los Pobres 2022). La codicia presente en el fondo de tantos conflictos, el indecente negocio bélico sigue poniendo en riesgo la vida de millones de personas y del planeta. “No estamos en el mundo para sobrevivir, señala Francisco, sino para que cada uno se permita una vida digna y feliz”. “La pobreza que mata es miseria, resultado de la injusticia, la explotación, la violencia y la injusta distribución de los recursos. Es una pobreza sin futuro porque la impone la cultura del descarte que no ofrece perspectivas ni salidas. Esta pobreza afecta también la dimensión espiritual que a menudo se descuida, no existe o no cuenta”. Podríamos preguntarnos: ¿Adónde nos está llevando esta carrera de armamento que provoca la muerte de inocentes y más pobreza?, ¿qué podemos hacer?, ¿cuáles son nuestras verdaderas intenciones? Pregunta que nos remite a aquella de Jesús a Judas, poco antes de su traición: "Amigo, ¿a qué vienes?" (Mt 26, 50). Algunos de nuestros dirigentes son cristianos, otros se adhieren a unos principios humanistas que deberían tener alguna relevancia en este asunto crucial. En todo caso, como creyentes, estamos obligados a actuar en consonancia con nuestra conciencia cristiana de evitar determinados males porque somos responsables de enormes bienes. En cada ser humano vemos a Cristo, somos veladores de nuestros hermanos/as. La responsabilidad cristiana no está de uno ni de otro lado dentro de la lucha de poder, sino del lado de Dios y de la verdad, aspecto extremadamente olvidado hoy, y del lado de la totalidad de la humanidad. ¿Cómo parar este desastre en estos tiempos en los que hemos acabado por desechar los valores morales tachándolos de irrelevantes e incluso los propios cristianos ignoramos las exigencias de la ética cristiana en este tema? La rectitud y la verdad moral son tan necesarias para los seres humanos y la sociedad como el aire, el agua, la comida, la casa. Como clama el papa Francisco, “¿Se está realmente buscando la paz? ¿Existe voluntad de que haya una desescalada militar? No nos rindamos ante la violencia, que nos encaminemos hacia la paz y el diálogo”. El apego al dinero conlleva el mal uso de los bienes y del patrimonio. Manifiesta una fe débil y una esperanza miope. El problema no es el dinero en sí, que forma parte de la vida cotidiana y de las relaciones sociales de las personas, sino el valor que le damos nosotros; no puede convertirse en un absoluto como si fuera lo principal para el desarrollo humano. Ese apego nos impide mirar la vida con realismo y ver las necesidades de los demás. La acumulación de riqueza se convierte en el ídolo que termina atándonos a una vida superficial, alienada e hipócrita. Termina el evangelio de Lucas haciéndose eco de las palabras que Dios dirige al hombre, a toda persona, a nosotros, hoy: “¡Necio, esta misma noche morirás!, ¿para quién será lo que has acaparado?” Así sucederá al que amontona riquezas para sí y no es rico a los ojos de Dios”. ¿Amor-caridad o ambición y codicia? ¿Paz y justicia o guerra y desolación? ¡Shalom!
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Los seres humanos tenemos nombre, porque además de ser cuerpo, somos historia. Mejor dicho, somos humanos por eso, porque hacemos de nuestra vida una historia, le damos un sentido y quizá, más profundamente, una misión. Claro que para esto se ha de tener fe. Fe es tener confianza plena en algo o alguien.
¡Qué difícil es hoy tener confianza plena! Lo digo como psiquiatra, porque muchas personas enferman por falta de confianza (en uno mismo, en los otros, en la vida, en Dios...) Nuestro psiquismo se desarrolla a través de los vínculos y el deseo humano es el motor del vínculo. Cuando establecemos un vínculo (estamos hablando de toda relación íntima, sexual o no) se da todo el recorrido del deseo, es decir, hay una reedición de los sentimientos infantiles: "quiéreme", "qué quieres de mí", "quiero el deseo mismo", hasta llegar al deseo adulto que se pregunta ¿qué quiero yo? La esencia del deseo es abrirnos al otro y si la intención es la apropiación se convierte en algo destructivo, mientras que si estamos atentos a la alteridad vamos creciendo, a través del deseo, hacia formas de amor cada vez más altas. Cuando en la oración uno pregunta ¿qué quieres de mí?, se está haciendo niño para ir más allá de sí mismo. Se abandona, aún con una fe oscura, a la relación definitiva. Reconoce íntimamente la propia nada y ama, ama con todo su ser. Desea únicamente agradar a Dios, es decir, ser justo. Y solo así puede descubrir su deseo adulto, que le compromete hasta llegar a ser una auténtica misión. Crecemos gracias a espejarnos en los otros, por eso, en el cristianismo, no es banal que el modelo humano sea Cristo, fusión total con lo divino, es decir, amor a todos los seres humanos. La primera vez que me encontré con un uso chocante del término «imposible» fue en el disco «Rock & Ríos» allá por los años ochenta del siglo pasado (la referencia musical da pistas de los gustos y las canas del que esto escribe). Encabezando la lista de músicos que participaron en la grabación, en los créditos de aquel vinilo podía leerse la frase: «Lo hicieron porque no sabían que era imposible». Años después, la película Lo imposible de Juan Antonio Bayona sobre la familia que sobrevivió al tsunami que en 2004 anegó gran parte de la costa del sudeste asiático, me volvió a confrontar con un significado inquietante de aquello que no puede ser. La última ocasión que me topé con un sentido paradójico de «lo imposible» fue en el título del libro Necesario pero imposible del filósofo Javier Gomá, ensayo que aborda la cuestión de la inmortalidad como prórroga de nuestra condición finita. Tres usos desconcertantes porque siendo «lo imposible» aquello que, por definición, no puede acontecer, en los ejemplos citados lo imposible sucedió.
Traigo esta reflexión sobre lo imposible que planta su hogar inexplicablemente, con motivo del Adviento. El Adviento es tiempo de esperar a Aquel que viene, pero, a poco que nos paremos a pensarlo, lo que aguarda el cristiano es radicalmente imposible: no se puede esperar que Dios se haga humano en un niño y que, además, esto sea una Buena Noticia para toda la humanidad empezando por los más vulnerables. Es un pensamiento absurdo, descabellado, herético… Otra cosa es que siendo imposible e impensable acontezca y nos encontremos sorpresivamente con un Dios en pañales (debilidad anticipadora de un Dios crucificado). Lo imposible solo puede acontecer como sorpresa, nunca como previsión. Mucho me temo que hemos convertido el Adviento en un tiempo predecible carente de sorpresa: la estrella, los magos, la posada, el ángel, los pastores, el sí de María, el niño Dios en un pesebre… El guion ya está escrito, sabemos de antemano el final de la historia. Preparamos y anticipamos, pero no aguardamos una novedad desconcertante. No vivimos con el corazón en un puño anhelando algo tan insólito que ni siquiera podemos pensarlo. ¿Y si este año Dios irrumpiera como imposible real? ¿Y si esta vez nos sacara de nuestras casillas y nos sumergiera en una realidad tan nueva que no podemos ni imaginarla? Este Adviento no proyectemos, no anticipemos, no determinemos cómo será el Dios que viene: preparémonos para dejarnos sobrecoger. Y mientras esperamos el advenimiento de lo imposible, sigamos construyéndolo, aunque no lo sepamos. A veces mi ingenuidad me lleva a pensar que, a poco que nos esforzáramos, el mundo podría ser
un paraíso, un lugar más amable para vivir. Pero ese paraíso se desvanece cuando vuelvo la mirada a la realidad; cuando compruebo que, a pesar de nuestro supuesto raciocinio y trascendencia, no tenemos un comportamiento tan diferente al de otros animales. Ellos también tienen sus líderes, sus leyes, sus depredadores, sus crueldades, sus seres inocentes e indefensos y sus disputas por el alimento y los territorios. ¡Se parecen tanto a nosotros! Incluso forman sociedades que nos podrían dar lecciones de organización, convivencia y solidaridad. Quizá la diferencia estribe en que ellos están programados para actuar así, mientras que de nosotros se espera responsabilidad en las decisiones por esa supuesta facultad de entender, razonar y formarse una idea de la realidad. En cualquier caso, se podría concluir que lo que subyace en los dos comportamientos es la lucha encarnizada por la subsistencia. La última lección, inesperada aunque muy obvia, que nos está trayendo la covid con su variante ómicron es que los humanos solo podemos salvarnos a partir de una igualdad fundamental. La reacción de “nosotros primero”, que pudimos ver en Israel comprando las vacunas a precio más caro, o en los EEUU saqueando aviones que llevaban material sanitario a otro país y hacían escala en algún aeropuerto norteamericano, pareció muy eficaz de momento. Pero, a más largo plazo, ha resultado inútil: anteayer nos dijeron que esa variante había aparecido solo en Sudáfrica y hoy nos cuentan que ya se ha detectado en varios países europeos.
Añadamos que, mientras en Europa hay varios países que han cubierto el 70% de su vacunación, en África ningún país pasa del 7%. Desde este dato se entiende todo y nace la sospecha de que nuestra cacareada “aldea global” pueda convertirse en un enorme recinto, donde cada país viene a ser como la celda de una prisión. Éramos aldea global a la hora de sacar provecho del otro, pero a la hora de ayudarlos a que tuvieran una seguridad como la nuestra, volvimos a ser un planeta dividido, donde hay países de primera, o de segunda o de tercera categoría. Y el bichito nos avisa de que nuevas huidas hacia adelante acabarán trayéndonos nuevos desastres: o nos salvamos todos o seguiremos amenazados todos. Con las consecuencias psicológicas que estamos viendo que tiene esa amenaza para aquellos que no han sido víctimas de la covid19: que, a la pandemia vírica le acompaña otra pandemia psíquica. Porque los países que nos creemos “desarrollados”, seremos más ricos pero no somos más fuertes. Estos datos confirman una verdad radicalmente cristiana: he dicho otras veces que hay una palabra que siendo totalmente “laica” es, a la vez, profundamente teológica. Y es la palabra igualdad. Los humanos somos todos hijos de un mismo Padre y, como hijos, somos todos hermanos en Cristo, e iguales en dignidad y derechos. Por eso los racismos han sido siempre gravemente pecaminosos: tanto si era el racismo de la etnia, o el de la nación o, como sucede ahora, “el racismo del dinero”. La necesidad de una igualdad ante la pandemia (¡en beneficio propio!) nos lleva a la necesidad de una igualdad global, como la que proclaman inútilmente todas las Declaraciones de derechos. Nos hemos querido defender de ese incumplimiento con la excusa de una meritocracia sin matices: los que están arriba lo están gracias a sus méritos, y los que están abajo están ahí por su culpa. Esta explicación, que puede valer para un mínimo tanto por cien de casos, la hemos hecho universal y única, olvidando que la gran mayoría de los que están arriba lo están por algún privilegio gratuito o por alguna injusticia patente o latente: ya san Juan Crisóstomo repetía que “quien es muy rico es un ladrón o hijo de ladrón”; y eso tiene más vigencia hoy que entonces. Bastaría con repasar todas las relaciones de Europa con África: desde la esclavitud (en el siglo XVIII) al colonialismo (en el XIX y XX) hasta ese mecanismo actual por el que, si en un país entra una ayuda al desarrollo de 40, sale de él un reembolso de deuda de 60. Los méritos pueden justificar unas desigualdades como de uno a cinco; pero no de uno a mil, como las que soporta nuestro mundo. Dicho una vez más: primero y tercer mundo encarnan hoy la parábola jesuánica de Epulón y Lázaro, en la que destaca el detalle de que se prescinde de si el rico lo era por sus méritos y el hambriento lo era por su culpa. Lo único que se nos dice es que uno banqueteaba y el otro sufría de hambre y heridas: inspirando a los perros una compasión que no llegaba hasta el Comilón (traducción literal de la palabra epulón). Total: cuando creíamos estar saliendo ya del oscuro túnel pandémico, es de temer que estemos otra vez como al principio y que esa sea “la antigua normalidad” a la que queríamos regresar… Todo por los egoísmos y desigualdades en la salida. Como en aquella vieja parábola del teatro incendiado en el que, por querer salir todos el primero, acabaron pisoteándose unos a otros y no pudo salir casi nadie. ¿Aprenderemos la lección? “No es la conciencia de los hombres la que determina su ser; es, por el contrario, su ser social el que determina su conciencia”: Marx, prefacio de la “Contribución a la crítica de la Economía Política”.
Correcto, si aceptamos que el hombre tiene una sola conciencia. Pero me da la impresión -sólo puedo hablar de impresión porque no puedo probarlo científicamente, ni creo que como a dios otros puedan demostrármelo- de que lo mismo que hablamos de distintas clases de memoria y de inteligencias múltiples, tenemos más de una conciencia en compartimentos estancos. Por lo menos dos, o una dividida en dos. Una sólida o débil desde la que el sujeto examina, analiza, escruta, juzga, condena y compara, considerada a sí misma como el centro de todas las cosas (conciencia personal), y otra eventual, sólida o débil o inexistente, con la que el sujeto ve a los demás como una parte de sí mismo que pertenece a ellos o les ignora deliberadamente (conciencia social). De aquí que el mayor o menor grado de percepción de “el otro” determina que en el proceso valorativo de “el otro”, la segunda conciencia, la social, “ve” a los demás como una prolongación de sí mismo y con análogas necesidades materiales, mientras que la conciencia personal ignora o los relega como simples apéndices de su existencia. Ésta se “desvive” por los demás como si formaran parte de ella misma, mientras que la otra, la personal, “vive” a costa de los demás. Un político, un gobernante, un juez, un empresario y toda la suerte de los sujetos sociales que sobresalen del resto, son gentes con una conciencia personal inflada, patológica. Quiere esto decir en roman paladino que, por definición, carecen de escrúpulos, y aun podría añadirse que si han de persistir en su “ser” tampoco pueden permitirse el “lujo” de no tenerlos. O al menos carecen de la misma clase de escrúpulos que el resto de los mortales, pues la conciencia personal en nosotros es débil en la medida que se agiganta la conciencia social, prácticamente holística (que abarca a toda la humanidad). En último término los escrúpulos de aquellos, mientras permanecen en sus respectivos protagonismos son de un paño que nada tiene que ver con el del resto. De ahí el asombro o la indignación que nos causa tanto lo que hacen y lo que no hacen debiendo hacerlo, los gobernantes, como la distancia existente entre sus razonamientos asociados por norma al electoralismo y a razones “del partido”, y el sentido común de las cosas que tiene el ciudadano despierto asimismo común. El sistema socialista real potencia al máximo la conciencia social. El sistema capitalista (y aún más el neoliberal) lo que intenta (y lo consigue porque es fácil) es robustecer la conciencia personal, y bloquear, anular y aun extirpar todo vestigio de conciencia social para que entre en juego el proceso de selección natural, que no es si no eso brutal entre depredadores y depredados. Mientras la conciencia social no avance comiendo terreno a la persona y lo personal, este sistema no tendrá ninguna posibilidad de sobrevivirse a sí mismo; no la tendrá de superar las recesiones económicas y las crisis sociales, sin constantes millones y millones de víctimas. Si alguien ve inconvenientes más allá de su opinión personal de contrario, quede lo anteriormente expuesto como mera proposición o como provocación dirigida al intelecto. Lo acontecido durante el desarrollo de la actual pandemia ha sacudido ciertamente las antiguas maneras de contemplar el mundo y la vida, desvelando una falta de fondo del sentido de propósito vital, nacida de la perspectiva de un futuro incierto. Nuestra civilización global precisa revisar todos los supuestos tradicionales de pensamiento, y deberá establecer una estrategia de renovación, en la cual, cambios de toda índole, tanto en el seno de individuo como en lo colectivo, pondrán a prueba nuestra capacidad para innovar.
En pocos meses se han trastocado sensiblemente los valores inamovibles de nuestras sociedades y civilización. La ansiedad y la incertidumbre se han instalado, lógicamente, en las mentes, y se han apoderado de “cosas importantes” de la vida: Salud, empleo, seguridad colectiva, relaciones interpersonales seguras, familia, amigos,… afectando tanto a la confianza propia, las relaciones colectivas, y la proyección hacia el futuro. Nuevos retos Retos completamente nuevos para las generaciones que pueblan hoy nuestro mundo, plantean si hay realmente lugar para la esperanza. Felipe Morente M. (UJA) dice: “Se nos agotan las fuentes ideológicas que nos aportaban seguridad, y hasta se desmoronan los motivos para seguir viviendo como antes. Todos los fenómenos holísticos que nos sustentaban están esperando una solución nueva que no llega porque no hay nada más a la vista que lo que nos ha traído a esta situación…Volver a la anterior normalidad ha dejado de seducirnos. Hacia una nueva lógica socio-cultural Las contradicciones del sistema, justifican esa incertidumbre infundida en el horizonte del ‘¿hacia dónde vamos?’”. La pregunta es: ¿Intervenimos en un contexto predecible, o incierto y cambiante? Cada mañana trae algo incierto que debemos vivir, ello exige cambios y adaptabilidad. Adoptar una nueva lógica sociocultural creativa, artística en el más amplio sentido de la palabra, capaz de afrontar los grandes temas que nos atenazan colectivamente, hambre, índice demográfico, salud global y medio ambiente, y capaz de devolvernos el equilibrio, implica que necesitamos inspirar cambios estructurales profundos nacidos de mentes flexibles, abiertas a nuevas opciones ideológicas. Mente rígida, mente empobrecida Paradigmas basados en cambios que atañen a la esencia del individuo, actitudes y enfoque vital, que nos deriven a un espacio estable de bienestar personal y social. El agotamiento de las fuentes de inspiración, genera una sequía generalizada de creatividad, imaginación y frescura como fuerzas de cambio, instalando una rigidez en principios y procedimientos, tanto colectivos, como individuales, ralentizando la renovación. Una mente instalada en la rigidez, es una mente empobrecida que sufre y hace sufrir a otros. Padece una condena autoimpuesta: vivir bajo un modelo obsoleto, que genera altos niveles de estrés y ansiedad… “Un modelo que se nutre de aquello que culturalmente nos enseñaron, y de valores y esquemas que utilizamos sin cuestionar, (…) sumiéndonos en una realidad, a veces, carente de impulso, de variación, de apertura al cambio, y también de nuevas oportunidades” Lo que se denomina estado de “Rigidez Psicológica”. Personas caracterizadas por la rigidez psicológica viven en su particular escenario mental, sin admitir las novedades que trae el discurrir de ese “aquí y ahora” donde suceden tantas cosas. Estos perfiles no aprecian las oportunidades, no toleran las variaciones, rehúyen lo imprevisto… temen arriesgar, abrirse a otras perspectivas con las que permitirse crecer y atender mejor a aquello que estiman y valoran, bloqueándose ante la incertidumbre; “Alguien con rigidez psicológica se limita a seguir unas reglas fijas, las suyas. Es incapaz de mirar más allá de su área de confort, y lo que más le preocupa, es perder el control absoluto de su realidad. Ello ocasiona la incapacidad de ceder ante los demás, atender necesidades ajenas, ser tolerantes, admitir otros puntos de vista… Poco a poco sus relaciones personales pierden calidad, y se eleva la frustración, rompiendo su “férrea estabilidad” generando miedo y contradicción, lo que les lleva a intentar imponerse. El pensamiento convergente Esta manera de pensar enrarece profundamente su vida, así como sus relaciones interpersonales en el ámbito familiar, o sociolaboral. La flexibilidad mental es esencial para una vida sana, afrontar dificultades, disfrutar de unas relaciones sociales más felices, ser creativos y encontrar soluciones a los retos… J.P. Guilford, destaca la importancia de educar, desde un enfoque mental divergente, aunque hasta hoy se ha dado prioridad a un pensamiento convergente, donde la reflexión, pensamiento crítico, creatividad, originalidad, etc. están infravalorados frente al pensamiento lineal, de reglas predeterminadas, basado en procesos estructurados para llegar a una única solución correcta y verdadera, sin posibilidad de soluciones diversas igualmente válidas. Hoy, no se sostiene de manera tan simplista, que todas las cuestiones tengan una única forma de contemplarse y una sola solución correcta. El pensamiento divergente Según Gerard Martí Tejada en su artículo El pensamiento divergente: “El éxito del pensamiento divergente se centra en potenciar la capacidad de análisis desde diferentes puntos de vista de una misma problemática, redefiniendo y cambiando los hábitos del procesamiento de la información, innovándolos”, lo que aumenta la armonía y la creatividad. Disponemos de un gran número de opciones psicológicas y educativas, para entrenarnos y transformar no solo nuestra manera de pensar y trabajar, sino de relacionarnos y vivir nuestra vida (mindfulness, lluvias de ideas, métodos de consulta…). N. Lieberman, demostró en sus experimentos, que el pensamiento divergente, más flexible y abierto, fomenta estados emocionales positivos como la alegría, optimismo y bienestar interior. “Aporta nuevas perspectivas a los problemas, y fomenta un estilo de vida más saludable tanto a nivel psicológico como emocional limitando la aparición de psicopatologías tan habituales como la depresión, ansiedad o el síndrome de burn out laboral”. Una mente abierta es una mente serena, en constante evolución, capaz de conectar con otros a un nivel profundo. Lo que ocurra dentro de ti y cómo respondas cuando se te presente una situación de “confrontación entre mentes” es lo que determinará si tu mente es en verdad abierta.(Carlos Azuaje) Lo acontecido durante el desarrollo de la actual pandemia ha sacudido ciertamente las antiguas maneras de contemplar el mundo y la vida, desvelando una falta de fondo del sentido de propósito vital, nacida de la perspectiva de un futuro incierto. Nuestra civilización global precisa revisar todos los supuestos tradicionales de pensamiento, y deberá establecer una estrategia de renovación, en la cual, cambios de toda índole, tanto en el seno de individuo como en lo colectivo, pondrán a prueba nuestra capacidad para innovar. En pocos meses se han trastocado sensiblemente los valores inamovibles de nuestras sociedades y civilización. La ansiedad y la incertidumbre se han instalado, lógicamente, en las mentes, y se han apoderado de “cosas importantes” de la vida: Salud, empleo, seguridad colectiva, relaciones interpersonales seguras, familia, amigos,… afectando tanto a la confianza propia, las relaciones colectivas, y la proyección hacia el futuro. Nuevos retos Retos completamente nuevos para las generaciones que pueblan hoy nuestro mundo, plantean si hay realmente lugar para la esperanza. Felipe Morente M. (UJA) dice: “Se nos agotan las fuentes ideológicas que nos aportaban seguridad, y hasta se desmoronan los motivos para seguir viviendo como antes. Todos los fenómenos holísticos que nos sustentaban están esperando una solución nueva que no llega porque no hay nada más a la vista que lo que nos ha traído a esta situación…Volver a la anterior normalidad ha dejado de seducirnos. Hacia una nueva lógica socio-cultural Las contradicciones del sistema, justifican esa incertidumbre infundida en el horizonte del ‘¿hacia dónde vamos?’”. La pregunta es: ¿Intervenimos en un contexto predecible, o incierto y cambiante? Cada mañana trae algo incierto que debemos vivir, ello exige cambios y adaptabilidad. Adoptar una nueva lógica sociocultural creativa, artística en el más amplio sentido de la palabra, capaz de afrontar los grandes temas que nos atenazan colectivamente, hambre, índice demográfico, salud global y medio ambiente, y capaz de devolvernos el equilibrio, implica que necesitamos inspirar cambios estructurales profundos nacidos de mentes flexibles, abiertas a nuevas opciones ideológicas. Mente rígida, mente empobrecida Paradigmas basados en cambios que atañen a la esencia del individuo, actitudes y enfoque vital, que nos deriven a un espacio estable de bienestar personal y social. El agotamiento de las fuentes de inspiración, genera una sequía generalizada de creatividad, imaginación y frescura como fuerzas de cambio, instalando una rigidez en principios y procedimientos, tanto colectivos, como individuales, ralentizando la renovación. Una mente instalada en la rigidez, es una mente empobrecida que sufre y hace sufrir a otros. Padece una condena autoimpuesta: vivir bajo un modelo obsoleto, que genera altos niveles de estrés y ansiedad… “Un modelo que se nutre de aquello que culturalmente nos enseñaron, y de valores y esquemas que utilizamos sin cuestionar, (…) sumiéndonos en una realidad, a veces, carente de impulso, de variación, de apertura al cambio, y también de nuevas oportunidades” Lo que se denomina estado de “Rigidez Psicológica”. Personas caracterizadas por la rigidez psicológica viven en su particular escenario mental, sin admitir las novedades que trae el discurrir de ese “aquí y ahora” donde suceden tantas cosas. Estos perfiles no aprecian las oportunidades, no toleran las variaciones, rehúyen lo imprevisto… temen arriesgar, abrirse a otras perspectivas con las que permitirse crecer y atender mejor a aquello que estiman y valoran, bloqueándose ante la incertidumbre; “Alguien con rigidez psicológica se limita a seguir unas reglas fijas, las suyas. Es incapaz de mirar más allá de su área de confort, y lo que más le preocupa, es perder el control absoluto de su realidad. Ello ocasiona la incapacidad de ceder ante los demás, atender necesidades ajenas, ser tolerantes, admitir otros puntos de vista… Poco a poco sus relaciones personales pierden calidad, y se eleva la frustración, rompiendo su “férrea estabilidad” generando miedo y contradicción, lo que les lleva a intentar imponerse. El pensamiento convergente Esta manera de pensar enrarece profundamente su vida, así como sus relaciones interpersonales en el ámbito familiar, o sociolaboral. La flexibilidad mental es esencial para una vida sana, afrontar dificultades, disfrutar de unas relaciones sociales más felices, ser creativos y encontrar soluciones a los retos… J.P. Guilford, destaca la importancia de educar, desde un enfoque mental divergente, aunque hasta hoy se ha dado prioridad a un pensamiento convergente, donde la reflexión, pensamiento crítico, creatividad, originalidad, etc. están infravalorados frente al pensamiento lineal, de reglas predeterminadas, basado en procesos estructurados para llegar a una única solución correcta y verdadera, sin posibilidad de soluciones diversas igualmente válidas. Hoy, no se sostiene de manera tan simplista, que todas las cuestiones tengan una única forma de contemplarse y una sola solución correcta. El pensamiento divergente Según Gerard Martí Tejada en su artículo El pensamiento divergente: “El éxito del pensamiento divergente se centra en potenciar la capacidad de análisis desde diferentes puntos de vista de una misma problemática, redefiniendo y cambiando los hábitos del procesamiento de la información, innovándolos”, lo que aumenta la armonía y la creatividad. Disponemos de un gran número de opciones psicológicas y educativas, para entrenarnos y transformar no solo nuestra manera de pensar y trabajar, sino de relacionarnos y vivir nuestra vida (mindfulness, lluvias de ideas, métodos de consulta…). N. Lieberman, demostró en sus experimentos, que el pensamiento divergente, más flexible y abierto, fomenta estados emocionales positivos como la alegría, optimismo y bienestar interior. “Aporta nuevas perspectivas a los problemas, y fomenta un estilo de vida más saludable tanto a nivel psicológico como emocional limitando la aparición de psicopatologías tan habituales como la depresión, ansiedad o el síndrome de burn out laboral”. Una mente abierta es una mente serena, en constante evolución, capaz de conectar con otros a un nivel profundo. Lo que ocurra dentro de ti y cómo respondas cuando se te presente una situación de “confrontación entre mentes” es lo que determinará si tu mente es en verdad abierta.(Carlos Azuaje) Cuando Jorge Bergolio, cardenal de Buenos Aires, Argentina, fue elegido Papa en 2013, inmediatamente fue llamado Papa “del fin del mundo.” Los especialistas de Nostradamus y del monje Malaquías del siglo XI que predijo, en los años 1143-1144, los 112 Papas à venir, pusieron de relieve el hecho de que el Papa Francisco era el último papa de la lista y que respondía bien, como papa jesuita, a las predicciones de estos dos profetas de que, él sería el último Papa.
Con la llegada del Papa Francisco, la imagen de una Iglesia Santa Católica y Apostólica, sin olvidar la llamada infalibilidad, fue rápidamente reducida a una realidad que puso de manifiesto los escándalos, las manipulaciones, las omisiones sobre muchos hechos que estas mismas autoridades preferían silenciar. Lo que permaneció oculto pronto salió a la luz. Fue la toma de conciencia de abusos sexuales por parte de varios integrantes de esta institución. Fueron también los escándalos relacionados con la gestión del Banco del Vaticano y manejados por cardenales y obispos sin escrúpulos. Nos queda siempre sin respuesta las causas de la muerte del Papa Juan Pablo I, cuya muerte queda con interrogantes. A esto se suman las alianzas del Vaticano y varios episcopados con la gran potencia, Estados Unidos, que controla el mundo y es generoso con quienes cooperan con él. Habría toda una historia que contar sobre estas diversas alianzas donde "los pastores, en todos los niveles, se transforman en figuras políticas, detrás de la imagen que los presenta como representantes de Dios". Hay que reconocer en el Papa Francisco, el coraje que tuvo para que salgan a luz esos escándalos. Muchos cristianos y cristianas denunciaron, públicamente, toda esta doble vida, protagonizada por quienes dirigen la Iglesia: sacerdotes, obispos, cardenales y sin olvidar a la Curia Romana, una verdadera CIA del Vaticano. En la misma línea, muchos creyentes alzan la voz para denunciar a estos personajes de doble cara. Todo esto lleva al Pueblo de Dios a desvincularse cada vez más de estos personajes en los que habían depositado toda su confianza. La credibilidad que podrían haber tenido en ellos se deteriora día a día. Atrás quedaron los días en que se les permitía cualquier cosa. La fe, don de Dios, se basa ante todo en el testimonio y el mensaje que Jesús de Nazaret dejó a todas las personas de buena voluntad. No se puede servir a dos maestros a la vez, nos dice Jesús Nazareno. El “dejarlo todo para seguir a Jesús” no se nota mucho cuando vemos a estos personajes, vestidos de tejidos finos, con aire patriarcal. Al lanzar el gran movimiento de la Sinodalidad, a nivel de laIglesia universal, el Papa Francisco abre la puerta a todos los cristianos del mundo para que ellos mismos se hagan cargo de la organización de su propia vida de fe con todos los recursos y poderes que el Evangelio de Jesús de Nazaret pone a su disposición. Ya, Él y su Espíritu están presentes en cada persona. También tienen los mismos poderes que Jesús confió a Pedro: "lo que atares en la tierra quedará atado en el cielo y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo". Este mismo poder se da también a la comunidad de los cristianos, unidos en la fe. A estos, Jesús les dijo las mismas cosas que le dijo a Pedro. “Mateo 16,19: a Pedro: “A ti te daré las llaves del reino de los cielos: todo lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos. Mateo 18,18: al Pueblo “De cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo. " LOS PRIMEROS PASOS DE LA IGLESIA DEL FIN DE LOS TIEMPOS Ya, sólo en esta etapa, la Iglesia como institución que conocemos en las jerarquías católicas y los poderes del Estado Vaticano está en vía de desaparecer sin que sea para los creyentes el fin de la fe cristiana y del Pueblo de Dios. De una Iglesia institucional unipolar pasamos gradualmente a una Iglesia multipolar, rica en toda la diversidad humana, sostenida por el Resucitado y animada por su Espíritu que distribuye sus dones como le parece. Esta presencia viva del Resucitado y de su Espíritu es el fundamento de nuestra fe y la fuente del cumplimiento de la voluntad del Padre, más atenta a nuestra fraternidad que a rituales que no la tienen en cuenta. Estamos pasando de una Iglesia unipolar a una Iglesia multipolar. Esta última ya no se basa en la Institución de la Iglesia que hemos conocido durante siglos, sino en centenares de comunidades de todas las partes del mundo. Esta última deja espacio a las comunidades locales de creyentes que deciden por sí mismas del camino a seguir para testimoniar del Espíritu de Jesús de Nazaret en su propio entorno. El “Amaos los unos a los otros” es el mandato más importante de Jesús a sus discípulos." Este mandato se aclara con lo que nos dijo Jesús, poco tiempo antes de ser crucificado, que seremos juzgados. El juicio sobre las naciones” Mateo 25: “el culto que más agrada al Padre” “Cuando venga el Hijo del hombre rodeado de esplendor y de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones se reunirán delante de él, y él separará a unos de otros como el pastor separa las ovejas de las cabras. Pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Y dirá el Rey a los de su derecha: ‘Venid vosotros, los que mi Padre ha bendecido: recibid el reino que se os ha preparado desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me recibisteis, anduve sin ropa y me vestisteis, caí enfermo y me visitasteis, estuve en la cárcel y vinisteis a verme.’ Entonces los justos preguntarán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, o sediento y te dimos de beber? ¿O cuándo te vimos forastero y te recibimos, o falto de ropa y te vestimos? ¿O cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?’ El Rey les contestará: ‘Os aseguro que todo lo que hicisteis por uno de estos hermanos míos más humildes, por mí mismo lo hicisteis.’ “Luego dirá el Rey a los de su izquierda: ‘Apartaos de mí, malditos: id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me recibisteis, anduve sin ropa y no me vestisteis, caí enfermo y estuve en la cárcel, y no me visitasteis.’ Entonces ellos preguntarán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o falto de ropa, o enfermo o en la cárcel, y no te ayudamos?’ El Rey les contestará: ‘Os aseguro que todo lo que no hicisteis por una de estas personas más humildes, tampoco por mí lo hicisteis.’ Estos irán al castigo eterno, y los justos, a la vida eterna.” Si hay una moral que obliga a cualquier persona de buena voluntad, es la de este Juicio Final. Nadie puede escaparse de ella que indica el camino a seguir para entrar en la casa del Padre como nos revela el libro del Apocalipsis: “Entonces vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existe más. Y vi la ciudad santa, la Nueva Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, dispuesta como una novia ataviada para su marido. Y oí una gran voz desde el trono que decía: ¡He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres! Él morará con ellos, y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos. Enjugará toda lágrima de sus ojos, y la muerte no será más, y no habrá lamento, ni llanto, ni dolor, porque las primeras cosas pasaron. Y dijo el que estaba sentado en el trono: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y él dijo: Escribe; porque estas palabras son ciertas y verdaderas. Y él me dijo: ¡Hecho está! Soy el alfa y el omega, el principio y el fin. CONCLUSIÓN A partir del momento en que se anticipa el paso de una Iglesia unipolar a una Iglesia multipolar a partir de las decisiones resultadas del Pueblo de Dios, a través la sinodalidad, todas las autoridades de la "Institución eclesial" ya no son necesarias en la Iglesia multilateral. Lo que estamos viviendo actualmente nos obliga a asumir por nosotros mismos la cotidianidad de nuestra fe que nos conduce a la solidaridad con todos y todas que sufren lo que está sucediendo. El amor de los unos con los otros se impone más que nunca. "Yo les reconoceré no por lo que dicen sino por lo que hacen" En la fe, tenemos el privilegio de contar con Jesús de Nazaret, el Hombre que venció la muerte y a quien, el Padre le dio todos los poderes para abrirnos las puertas de la casa del Padre. Nunca olvidemos que él está siempre en el corazón de nuestra vida y con el cual podemos hablar con toda confianza. La humanidad, creada a imagen de Dios Padre, debe recuperar su verdadera naturaleza, a la que nos conduce Jesús, el salvador de nuestra humanidad. En él nos espera un mundo nuevo, liberados de las fuerzas del mal, para experimentar plenamente la gran fraternidad humana en la persona del Resucitado. Para los cristianos y las personas de buena voluntad, la muerte no es aniquilamiento, sino renacimiento a la imagen del Padre y del Hijo. Detrás de los sufrimientos que vivimos está la esperanza de un nuevo día y un nuevo mundo que nos llenará con la plenitud de una eternidad de felicidad. Lucas es el evangelista considerado más social. Vivió en la marginalidad respecto a los centros de poder, conscientemente asumida, donde su comunidad trata de convertirse en Buena Noticia para que la evangelización llegue a ser socialmente relevante a través de la proclamación de la Palabra y con el ejemplo.
La preocupación lucana se centra en exhortar al uso adecuado de las riquezas. Su Evangelio es el que más habla de los pobres, aunque se dirige especialmente a los ricos y a un uso evangélico de las riquezas. En este contexto, propone también el ideal de compartir los bienes. Concretamente, en los Hechos de los Apóstoles nos dice: En la comunidad se vivía el servicio, no había pobres porque los que tenían bienes los ponían en común, y cada uno recibía según su necesidad. Sin embargo, resulta paradójico que Lucas, que es, si se me permite la expresión, el evangelista más “social” de los cuatro, sea el que a la vez muestra un interés especial en presentar a Jesús rezando en los momentos fundamentales de su vida, como algo que debemos entender dirigido también a cada uno de nosotros: en su bautismo (Lc 3, 21); en la elección de los Doce (Lc 6, 12); antes de forzar la elección en sus discípulos (Lc 9,18); en la transfiguración (Lc 9, 28); en la oración espontánea de alabanza (Lc 10, 21), cuando les enseña la oración de relación filial con el Padre (Lc 11) y por supuesto, antes del prendimiento y en su pasión y su muerte (Lc 22,32-41; 23,46). Jesús acudía a la sinagoga como un judío cumplidor más, pero dedicaba muchos más ratos de oración. Nos dice Lucas Jesús se retiraba con frecuencia a lugares solitarios a orar (Lc 5, 16), incluso apartándose de la gente o aprovechando la madrugada para ir a un descampado a buscar esa relación íntima con el Padre que llamamos oración. Este era su alimento principal. Es cierto que una fe sin obras es una fe muerta, pero la oración es esencial para vivir el ejemplo de Cristo. Y esto lo hemos arrinconado. La actitud que mostramos, el cómo hacemos es esencial y para eso necesitamos luz y fuerza. Pero se nos ha olvidado rezar y estar atentos a la escucha; no nos parece importante o nos parece difícil y por eso le dedicamos en todo caso un tiempo accesorio, como si evangelizar fuese obra nuestra, y no el plan de Dios. No es así como actuó Jesús, como narran los cuatro evangelios, especialmente el texto lucano, tan orientado a lo que hoy llamaríamos justicia social. La oración cristiana es relación con el Padre, y eso hay que alimentarlo si queremos dar fruto en humildad, en la escucha mutua, la comprensión y el diálogo, ahora en la clave sinodal del Papa. Por eso es necesario orar siempre y no únicamente cuando estamos en una situación apurada. Tomemos el ejemplo de la santa Teresa de Calcuta, incansable cada día con el sari blanco y sus listas azules, que pasaba por lo menos tres horas al día en oración. Esto suponía para ella el motor de toda su labor activa. Cuenta un periodista que le entrevistó que, ante la cantidad de necesitados que se agolpaban en su centro, él no entendía que esta mujer dedicara tanto tiempo a rezar, cada día. La respuesta de la Madre Teresa fue muy concreta: Sin oración yo no podría trabajar ni media hora. La fuerza que tengo, Dios me la da a través de la oración… Y añadía: “Lo más importante que puede hacer un ser humano es rezar”. ¿Y cómo rezar? Teresa responde: “Siempre empiezo a rezar en silencio, porque es en el silencio del corazón donde habla Dios. Dios es amigo del silencio: necesitamos escuchar a Dios porque lo que importa no es lo que nosotros le decimos sino lo que Él nos dice y nos transmite”. Me parece que estamos ante nuestra principal asignatura pendiente, que no es otra que la desvalorización de la oración fiándolo todo a la acción. La paradoja de Lucas es la misma que encontramos en Teresa de Calcuta… en Teresa de Jesús, en Ignacio de Loyola, y en tantos más. Y el Papa no hace más que repetir la importancia de la oración… Si el cuarto evangelio presenta a Jesús como fuente de alegría (relato de las “bodas de Caná”), para Lucas es el portador de la “Buena Noticia”, la “respuesta” de Dios a los pobres, a todos los que se reconocen necesitados: “libertad para los cautivos, vista para los ciegos, liberación para los oprimidos”.
Tal presentación de la figura de Jesús contiene una sabia intuición atemporal -válida para todo tiempo- y una forma de expresión particular, condicionada por el momento histórico en que se escribe. La intuición es que la realidad se halla definitivamente a salvo. Que, más allá de las apariencias y de las limitaciones de todo tipo, en el nivel profundo, en nuestra identidad última, somos plenitud. El horizonte y el fondo de lo real no es frustración, sino liberación radical. La realidad -nosotros incluidos- es necesidad e incluso carencia en el nivel aparente, pero es, al mismo tiempo, respuesta definitiva. Es otro modo de hablar de la paradoja que nos constituye: somos cautivos y somos libertad; somos ciegos y somos luz; nos experimentamos oprimidos y somos liberación. La forma de expresión, nacida en un momento histórico determinado y condicionada por un determinado nivel de consciencia, coloca esa respuesta en un ser particular, considerado como “salvador celeste” que, desde “fuera”, vendría a saciar plenamente toda nuestra búsqueda. El teísmo -un modo específico en el que se plasmó el anhelo espiritual y la vivencia religiosa de una gran parte de la humanidad durante unos milenios- ve al ser humano en su carencia e incluso en su pecado. Y cree que la salvación ha de llegar de “fuera”, de parte de un dios que contiene todas las respuestas a nuestras necesidades. Podría decirse que, en cierto modo, la visión que el teísmo tiene del ser humano es radicalmente parcial, ya que parece ver solo nuestra forma aparente. Sin embargo, si bien nuestra forma visible es carencia, nuestra profundidad última es plenitud, una con el fondo de todo lo que es, Vida o Consciencia. A partir de esta comprensión, se nos regala un doble reconocimiento: por un lado, nuestra identidad no es el yo particular con el que fácilmente hemos vivido identificados -eso es únicamente nuestra personalidad-; por otro, todo lo que en el cristianismo se dice de Jesús puede decirse con toda razón de todo ser humano. Porque todos somos uno en nuestra identidad profunda: siendo diferentes, somos lo mismo. ¿Reconozco y vivo armoniosamente esa doble dimensión? |
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