“La atención –ha escrito el monje benedictino y maestro zen Willigis Jäger– es el punto de partida y el corazón de todos los caminos espirituales. La vida atenta se basa en el reconocimiento de que la realidad solo puede experimentarse en el aquí y ahora. La práctica de la atención es indispensable para llegar a tener contacto con la realidad. La atención es la práctica más importante y, al mismo tiempo, la más difícil en el camino espiritual. Es expresión de la sabiduría suprema”.
Y una antigua historia zen narra el siguiente diálogo: — Maestro, ¿cuáles son las reglas fundamentales de la sabiduría suprema? El maestro escribió: “Atención”. — ¿Alguna más? El maestro escribió: “Atención, atención”. — ¿Eso es todo?, preguntó de nuevo el discípulo ya impaciente. Sin perder la calma, el maestro anotó: “Atención, atención, atención”. Se cuenta también que a la pregunta: “¿Puedes resumir toda tu enseñanza en una sola palabra?”, Ramana Maharshi contestó: “Atención”. La atención hace posible que se produzca un “paso” decisivo, que podemos ver desde diferentes perspectivas y nombrar de modos diversos. De marionetas de los movimientos mentales y emocionales a la libertad interior, libertad que únicamente garantiza la atención. De la reactividad a la ecuanimidad: la mente (el yo) nos lleva a reaccionar ante los estímulos; la atención permite “tomar distancia” para no reaccionar, sino responder. De la creencia de la separación a la comprensión no-dual, de la consciencia de separatividad a la consciencia de unidad: la mente nos hace creer que todo es una suma de objetos separados; la atención nos muestra la realidad de la no-separación. De la resistencia a la aceptación: la mente se resiste contra aquello que la frustra; la atención acepta, posibilitando la acción adecuada. Del juicio a la bendición: pensar significa juzgar y rechazar lo que no le agrada; la atención, alineada con lo que es, bendice. De la avidez a la gratitud: la mente es apropiación y el “yo” insatisfacción, de donde brota la avidez insaciable para tratar de compensar el vacío; la atención, al revelarnos que somos plenitud, hace vivir en gratitud. De estar “perdidos” a “volver a casa”: la mente es radicalmente incapaz de comprender qué somos, por lo que desde ella resulta imposible salir de la ignorancia; la atención nos hace comprender que somos esa misma atención –en cuanto estado de consciencia– y que esa es nuestra “casa”, de la que nunca nos habíamos alejado. Del “yo” a la Vida: para la mente soy solo este “yo separado” que ella puede delimitar y percibir, un yo que, momentáneamente, tiene vida; la atención me muestra que soy Vida, expresándose en la forma de este “yo”. Del estado mental al estado de presencia: esta es la clave que explica todos los “pasos” mencionados en los números anteriores; la atención, al silenciar la mente pensante, posibilita que sea transcendido el estado mental y que emerja el estado de presencia, con las consecuencias –los “frutos”– antes señalados.
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