“El que no está contra nosotros está a favor nuestro. Si tu mano te hace caer, córtatela”.
A nivel profundo nos comunicamos cuando expresamos vivencias o sentimientos; sólo entonces somos veraces. No basta afirmar verdades, sino ser veraces. La verdad está ligada a la conciencia, a la persona. Somos veraces en la medida que nos revelamos o nos entregamos, en tanto nos expresamos libremente. Sin embargo, según el pensamiento occidental, el conocimiento consiste en extraer, separar de las cosas su esencia inmutable. Así, la verdad es lo que capta la mente en actitud distanciada, separada. Ese tipo de conocimiento se ha alejado del modo de entender la verdad y de expresar la veracidad. Verdad equivale en la Biblia a fidelidad y se comprueba a través de los hechos. Es decir, la verdad no sólo se piensa sino que se hace, se practica. Se logra con fidelidad, en actitud comprometida. Jesús fue veraz porque hizo/practicó la verdad. Incluso afirmó de sí mismo: "Yo soy la verdad". Amó hasta el extremo a su Abbá y se entregó por la justicia del Reino. A nivel humano le costó muy caro. ¿Quién de nosotros hoy, está dispuesto a practicar así la verdad? ¿Quiénes de los que ejercen el poder y poseen los recursos y los métodos para decir y practicar la verdad en este mundo desgarrado y dividido se dejan la vida construyendo verdad?: personas importantes, influyentes, políticos y gobiernos incapaces de llegar a consensos y ponerse de acuerdo con los opositores en temas esenciales para la normal convivencia de un país (educación, justicia, eutanasia, inmigración, mercantilización de los cuerpos de las mujeres, el paro, el desempleo...), clérigos que han ocultado el sufrimiento vivido por menores a causa de abusos sexuales, de poder y de conciencia cometidos por un número notable de éstos y personas consagradas, cristianos anónimos que decimos seguir a Jesús y no practicamos la justicia que Dios quiere. En la primera lectura Moisés se lo recuerda a su ayudante Josué. “¿Estás celoso de mí? ¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!”. El espíritu de Dios es luz y fuerza. El que lo recibe, sea quien sea, es su testigo en este mundo opaco y atormentado. Es don gratuito no para propio provecho sino para el servicio a los demás. Sin embargo, no parecen abundar los Moisés (o las Miriam) que son testigos del espíritu. Seguimos, por poner un ejemplo, en la confrontación, en las discrepancias irreconciliables, en las mezquinas separaciones, en los nacionalismos excluyentes y manipuladores de la historia, en las medias verdades... mientras la humanidad está al borde del abismo en desigualdad económica y social, en violencia de todo tipo, en la degradación de la tierra y de los mares, en la droga que arruina y deshumaniza a los jóvenes o en el ínfimo esfuerzo pedagógico para superar los períodos negros de la historia que han provocado tanto desencuentro y tanta discordia. Deberíamos evitar escandalizar o servir de tropiezo a aquellos que, aun sin saberlo, "no están contra nosotros". El espíritu de Dios penetra hondamente en el ser humano y conlleva la disponibilidad para la lucha concreta y determinada. Eso significa comprometerse en las causas urgentes y cotidianas que afectan a millares de personas. "Si tu ojo, tu mano o tu pie te hace caer... córtatelo!", porque también nosotros contribuimos a esa porción que obstaculiza el Reino, aquí y ahora. Más allá de esa brecha que se empeñan en agrandar y profundizar, estamos llamados unos y otros a hacer emerger esos pequeños milagros de cada día. Si se me permite, en el documento preparatorio del Sínodo, bajo el lema: “Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión”, se destacan, entre otros[1]: - reconocer y apreciar la riqueza y la variedad de los dones y de los carismas que el Espíritu distribuye libremente, para el bien de la comunidad y en favor de toda la familia humana; - examinar cómo se viven en la Iglesia la responsabilidad y el poder, y las estructuras con las que se gestionan, haciendo emerger y tratando de convertir los prejuicios y las prácticas desordenadas que no están enraizadas en el Evangelio; - sostener la comunidad cristiana como sujeto creíble y fiable en caminos de diálogo social, sanación, reconciliación, inclusión y participación, reconstrucción de la democracia, promoción de la fraternidad social; - la “tragedia global” de la pandemia del coronavirus, ha hecho detonar las desigualdades y las injusticias ya existentes: la humanidad aparece cada vez más sacudida por procesos de masificación y de fragmentación; la trágica condición que viven los migrantes en todas las regiones del mundo patentizan cuán fuertes son aún las barreras que dividen la única familia humana”, como ya se encargó de señalar Francisco en Laudato Si y Fratelli Tutti. El texto trata de articular una respuesta que sirva para todos los rincones del mundo, el caminar “junto a la entera familia humana”, con otras religiones, los alejados o el mundo de la política, la cultura, la economía o la sociedad civil. La finalidad del Sínodo, no es producir documentos, sino «hacer que germinen sueños, suscitar profecías y visiones, hacer florecer esperanzas, estimular la confianza, vendar heridas, entretejer relaciones, resucitar la esperanza, aprender unos de otros, y crear un imaginario positivo que ilumine las mentes, enardezca los corazones, dé fuerza a las manos». Hacer realidad ese anhelo: Que sepamos vivir, amar y respetar en tu nombre. Shalom!
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