En este momento de la pandemia, las investigaciones muestran que el 1% de la humanidad concentra en sus manos una riqueza equivalente à la mitad de la población de la Tierra. Esta escalada de desigualdades sociales, como nunca antes da humanidad ha vivido en toda su historia, perpetúa una cultura en la cual la esclavitud de muchos seres humanos todavía parece algo normal y común. Por eso se hace importante que, cada año, la ONU consagre esta fecha (23 de agosto) como “día mundial del recuerdo del tráfico de esclavos y de su abolición”. El objetivo es ayudarnos a superar la cultura en la cual la esclavitud pueda ser posible.
Se estima que en la actualidad más de 60 millones de personas vivan como esclavos. La esclavitud existe en 167 países, incluso en Europa y América del Norte. Allí existen el trabajo precario e inhumano, el comercio de esclavas y esclavos sexuales, el trabajo infantil no remunerado, etc. Hasta los días actuales, el continente africano sufre consecuencias sociales de la colonización, que durante siglos saqueó sus riquezas y esclavizó a sus pueblos. Hasta hoy, petróleo, diamantes y minerales del subsuelo sólo han contribuido a los Estados Unidos y a países ricos de Europa. Para los africanos, sólo trae una inmensa miseria y servidumbre. En Brasil, cinco personas poseen una riqueza equivalente à la mitad pobre de la población brasileña. Por lo tanto, es prácticamente imposible eliminar, en el campo y en las ciudades, situaciones laborales similares a la esclavitud. Las políticas del actual gobierno federal favorecen el trabajo informal y la pérdida de derechos de los trabajadores. Esa misma realidad se encuentra en la mayoría de países en América Latina y Caribe. En el mundo actual, el sistema capitalista es lo más grande responsable del trabajo esclavo que afecta principalmente a indios, negros, mujeres y niños pobres. Es este sistema económico lo monstro que ataca la dignidad de las víctimas, pero también de toda la humanidad que convive con esta barbarie. Sobre todo, las personas y comunidades que están vinculadas a alguna tradición espiritual deben asumir este compromiso por la justicia como testimonio de su fe en la presencia amorosa del Espíritu, Madre de ternura y amor solidario. Para los cristianos, el apóstol Pablo escribe: “Fue para que seamos libres que Cristo nos liberó” (Gl 5, 1). Esta es la energía de liberación en el interior de cada persona humana y de liberación integral para toda la humanidad.
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