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Jesús y Dios. Jesús, nosotros y los otros por: José Luis Sicre

5/18/2019

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El domingo pasado leímos que las ovejas seguían al pastor. Hoy el pastor abandona temporalmente a su rebaño, dejándole un encargo de última hora. Las dos primeras lecturas hablan de las persecuciones presentes y de la gloria futura.
Lectura del santo evangelio según san Juan 13, 31-33a. 34-35
El evangelio de hoy, tomado del discurso de Jesús durante la última cena, aborda brevemente dos temas: Jesús y Dios; Jesús, nosotros y los otros. En realidad, el texto del cuarto evangelio incluye entre estos dos temas un tercero: Jesús y los discípulos. Los responsables de la selección no desaprovecharon la ocasión de suprimirlo, a pesar de su importancia.
Jesús y Dios. (Puede extrañar que no escriba “Jesús y el Padre”, pero en esta primera parte Jesús usa tres veces la palabra “Dios” y ninguna “Padre”.) Estamos en la noche del Jueves Santo. Judas acaba de salir del cenáculo para traicionar a Jesús y este pronuncia unas palabras desconcertantes. “Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él.”
¿Qué quiere decir Jesús? La primera dificultad está en que usa cinco veces el verbo “glorificar”, que nosotros no usamos nunca, aunque sepamos lo que significa. Nadie le dice a otro: “yo te glorifico”, o “Pedro glorificó a su mujer”. Sólo en la misa recitamos el Gloria, y ahí el verbo va unido a otros más usados: “te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificamos”. Pero, en el fondo, después de leer la frase diez o doce veces, queda más o menos claro lo que Jesús quiere decir: ha ocurrido algo que ha redundado en su gloria y, consiguientemente, en gloria de Dios; y Dios, en recompensa, glorificará también a Jesús.
¿Qué es eso que ha ocurrido ahora y que redunda en gloria de Jesús? Que Judas ha salido del cenáculo para ir a traicionarlo. Parece absurdo decir esto. Pero recuerda lo que dice la primera lectura: “hay que pasar mucho para entrar en el reino de Dios”. A través de la pasión y la muerte es como Jesús dará gloria a Dios, y Dios a su vez lo glorificará.
San Ignacio de Loyola, en los Ejercicios Espirituales, anima al ejercitante, en momentos como este, a pedir la gracia de “alegrarse y gozarse de tanta alegría y gozo de Cristo nuestro Señor”. Algo fundamental, pero que podemos pasar por alto.
Jesús, nosotros y los otros. Esta parte es muy conocida, fácil de entender y muy difícil de practicar. El amor al prójimo como a uno mismo es algo que está ya mandado en el libro del Levítico. La novedad consiste en amar “como yo os he amado”. La idea de que Jesús amaba solo a uno de los discípulos (“el discípulo amado”) no es exacta. Amaba a todos, y si a ellos les hubieran preguntado en aquel momento cómo les había amado Jesús dirían que eligiéndolos y soportándolos. Es mucho, pero hay una forma más grande de demostrar el amor: dando la vida por la persona a la que se quiere, como el buen pastor que da la vida por sus ovejas.
Cabe el peligro de concluir: “Si Jesús nos ha amado tanto, también nosotros debemos amarlo a él”. Sin embargo, el mandamiento nuevo no habla de amar a Jesús, sino de amarnos unos a otros. Esto supone un cambio importante con respecto al libro del Deuteronomio, donde el mandamiento principal es “amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser”. Jesús, de forma casi polémica, omite la referencia a Dios y habla del amor al prójimo. Y lo mismo que a los israelitas se los reconocía por creer en un solo Dios dentro de un ambiente politeísta, a los cristianos se nos debe reconocer por amarnos unos a otros.
Sin embargo, cuando se conoce la historia de la Iglesia, queda claro que los cristianos nos distinguimos, más que por el amor mutuo, por la capacidad de pelearnos, no solo entre diversas confesiones, sino dentro de la misma. Curiosamente, la situación ha mejorado mucho entre las distintas confesiones, mientras los conflictos abundan dentro de la misma iglesia. Lo cual es comprensible. Es más fácil pelearse con el hermano que vive contigo que con el que ha formado su propia familia y está más lejos.
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 14, 21b-27
Contiene el final del primer viaje apostólico de Pablo y Bernabé, indicando la conducta que siguieron los apóstoles. En todas las comunidades hacen lo mismo durante la vuelta:
1) Confortar y exhortar a perseverar en la fe. “Confortar” es un verbo exclusivo del libro de los Hechos (14,22; 15,41; 18,23) y siempre tiene por objeto a los discípulos o a las comunidades (no a individuos). ¿Cómo se conforta y exhorta? Advirtiéndoles de la realidad: “hay que pasar mucho para entrar en el Reino de Dios”. Igual que Pablo y Bernabé han tenido que sufrir para anunciar el evangelio; igual que Esteban fue apedreado hasta la muerte (11,19). Las persecuciones y tribulaciones forman parte esencial de la vida cristiana.
2) Designar responsables. La palabra presbíteros etimológicamente designa al “anciano”; en la práctica se aplica a los responsables de la comunidad y terminará adquiriendo un matiz muy concreto: sacerdote. Pero no es eso lo que designan los apóstoles, sino simples encargados de dirigir la comunidad, las asambleas litúrgicas, etc.
3) Celebrar liturgias de oración y ayuno, en las que encomiendan a la comunidad al Señor.
Finalmente, cuando llegan a Antioquía de Siria, pueden dar la gran noticia: Dios ha abierto a los paganos la puerta de la fe. Ha comenzado una etapa nueva en la historia de la iglesia y de la humanidad.
Lectura del libro del Apocalipsis 21, 1-5a
Si la primera lectura se fija sobre todo en las tribulaciones por las que hay que pasar para entrar en el reino de Dios, la del Apocalipsis habla de ese reino de Dios, del mundo futuro maravilloso. No es literatura de ficción, aunque lo parezca. Los cristianos del siglo I estaban sufriendo numerosas persecuciones, y la certeza de un mundo distinto era el mayor consuelo que podían recibir.
Aunque el lenguaje es muy distinto, la idea de fondo es la misma en Apocalipsis y Hechos: ahora la comunidad padece grandes tribulaciones (Hch), hay lágrimas, muerte, luto, llanto, dolor (Ap); pero todo esto llevará al reino de Dios (Hch) y a un mundo maravilloso (Ap).
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