Una idea empieza a cobrar fuerza en ensayos y reflexiones: perplejidad, desconcierto, incomprensión. Tanto si se trata de describir el paisaje después de la crisis como de entender las noticias cotidianas, nos sentimos cada vez más inseguros, perplejos e incapaces de aprehender la realidad con fuerza suficiente para entenderla y explicarla. Hace unas semanas citaba aquí mismo el libro de Antón Costas El final del desconcierto, unos días después participaba en la presentación del número 12 de la revista Crisis con un especial sobre Desconcierto presente y futuro, y recientemente he sabido que Daniel Innerarity publicará el 21 de febrero un nuevo ensayo bajo el título Política para perplejos.
¿A qué se debe semejante despiste? Podría decirse que el momento de cambio, incertidumbre y nacimiento de nuevos paradigmas en que vivimos acarrea inevitablemente esa inseguridad, y probablemente así sea, pero merece la pena ir deteniéndose en algunos de los hechos concretos que generan esta sensación. Esta semana, uno ha tomado protagonismo: el algoritmo. Es decir, un sistema de toma de decisiones resultante de cálculos automáticos en ordenadores sin más intervención humana que su programación. No es que sea nuevo, ni mucho menos, pero hemos visto cómo se ha convertido en el blanco de todos los que intentaban explicar el batacazo del Dow Jones y del resto de los índices bursátiles. Con la intención de hacer comprender ese Frankenstein en que se han convertido las Bolsas, se nos dice que, en previsión de la subida de tipos de interés por parte de la Reserva Federal, el algoritmo se puso a funcionar y en apenas unas horas provocó un terremoto que ha hecho cerrar la semana con una bajada en torno al 5%, la mayor caída porcentual desde 2011. Pero, ¿qué fue lo que activó esta reacción del famoso algoritmo? Un razonamiento en cadena fundado en expectativas y especulaciones: el incremento del empleo llevaría a un mayor consumo y una subida de los tipos de interés, coincidiendo además con la incertidumbre que genera la entrada en escena de un nuevo presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell. Así dicho, no me extraña que el fenómeno genere desconcierto y perplejidad. O sea, ¿que un incremento del empleo hundió la bolsa? Sin embargo, la cosa cambia cuando se empieza por explicar que hace años que aproximadamente la mitad de las operaciones bursátiles del mundo son “operaciones a corto”realizadas por unas máquinas cuya programación se basa en comprar y vender en cuestión de nanosegundos con el único objetivo de especular en esas operaciones y obtener así beneficios sin mayor aportación a la economía real. A esto, otros analistas añaden más elementos como puede ser la previsible subida del dólar a consecuencia de la posible repatriación de 400.000 millones de dólares de las compañías estadounidenses, o el efecto de “mal de altura” que sufrió el Dow Jones tras un mes de enero en que se había revalorizado un 30%, etc… Y posiblemente, las causas habrá que buscarlas en todos estos elementos y alguno más que ahora se nos escapa. Sea como sea, el algoritmo lo que hace es reflejar decisiones tomadas por humanos que apuestan por una economía especulativa alejada de cualquier anclaje en la economía real. Son los expertos los que programan el algoritmo de acuerdo a unas decisiones de marcado carácter ideológico. ¿O acaso el modelo económico por el que se opta no lo es? Me atrevo a aventurar que el debate es de fondo y no lo resolveremos en dos días. De hecho, la BBC ha difundido un reportaje donde recoge “5 algoritmos que ya están tomando decisiones sobre tu vida y que quizá tú no sabías”. Presta atención a programas encargados de filtrar los curriculum de candidatos a un empleo, –estimando que en EEUU el 70% de las solicitudes de empleo son filtradas por un algoritmo antes de ser analizadas por un humano– en base a criterios que no son conocidos; nombra sistemas que rastrean nuestras compras en Internet como indicador para decidir si el banco debe darnos un crédito en función de lo que compramos; y alerta de que en 10 estados de EEUU los jueces utilizan para dictar sentenciaun programa llamado COMPAS, un algoritmo de evaluación de riesgos que dice predecir las probabilidades de que un individuo cometa un crimen, y en el que, por cierto, alguien ha decidido que los negros tienen más probabilidades de delinquir que los blancos. Los criterios para que un candidato sea idóneo para un puesto de trabajo, merecedor de un crédito bancario o más propenso a delinquir son variables programadas de forma opaca de acuerdo a valoraciones subjetivas de una persona humana o un grupo de ellas. Si se quiere profundizar en el tema, Christopher Steiner en su Automate This. How algorithms took over our markets, our jobs, and the world, explora muchos de los campos en los que estos algoritmos están operando, llegando a predecir, por ejemplo, la capacidad de liderazgo de un sujeto mediante un análisis sintáctico de sus correos electrónicos. Y si se le quiere poner un poco de humor, aquí se describe cómo el algoritmo llevó a Tesla a incrementar su capitalización bursátil en 100 millones de dólares al no saber interpretar una broma en forma de anuncio. Pensar que un algoritmo, en base a un número de variables codificadas puede predecir estos comportamientos de personas, de grupos humanos o de mercados mediante valoraciones neutras, objetivas e irrebatibles, no deja de ser otra forma de pensamiento mágico. Resulta fácil echarle la culpa al algoritmo y obviar que el bicho en cuestión obra de acuerdo a órdenes programadas por humanos con intención, ideología y opciones propias, como no podía ser de otra manera. Más que mirar al algoritmo, podríamos empezar a sospechar que el pensamiento único ha encontrado la manera de convencernos de que lo es. O como decía aquel, “Si no creo en el Dios verdadero, cómo voy a creer en los demás”.
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