No es ideología, es materia de sensatez y de racionalidad. Es algo que, si nos situamos en el plano político, está relacionado también con el privilegio, con la prebenda, con la solemnidad, con los aforamientos, con los retratos oficiales… Y si nos situamos en el plano artístico o de cualquier otra actividad creativa, apunta a la necedad de esos que adoran al artífice o al creador porque se recrean con su obra…
Pero me refiero sobre todo al culto de la personalidad del líder político; un culto que obstaculiza la justa educación de las masas, frena el crecimiento de su iniciativa, debilita en cada individuo el sentido de responsabilidad por la causa común y socava los principios democráticos. Ese culto que un día rindieron millones de borregos a un caudillo sanguinario y, con ocasión de su exhumación, vemos ahora que se lo siguen rindiendo los herederos de aquellos ovinos. En todo caso, endiosar a un líder, del signo que sea, supone negar la crítica de coyuntura, anularse el yo y de alguna manera someterse, convirtiéndole al líder en fetiche. Pero si el líder mereciese un aprecio significativo por su manifiesta voluntad de no excluir a nadie de la acción política, con el la adhesión a su propósito y a sus iniciativas, y el agradecimiento por sus logros, basta. Sobre todo si pensamos que si a veces las causas de ese culto, como en el caso del exhumado, las ha fabricado el diablo, otras son destellos del logos universal…
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