Vamos a conversar con Xabier Pikaza, nacido en Orozko (Bizkaia), junto al caserío Arbaiza, origen de mis antepasados ‒¡qué casualidad! ‒, toda una vida entregada a la pregunta por el sentido de la vida y a interpretar la relación entre Dios y la humanidad bajo sus formas de expresión religiosas. Se doctoró en teología en la Universidad Pontificia de Salamanca, donde impartió clases, y en filosofía en la Universidad de Santo Tomás de Roma. Hombre libre y comprometido con el pensamiento crítico. Ha escrito numerosos libros y ensayos sobre teología, filosofía e historia de las religiones. Porque Xabier no se cansa de hacernos inteligible la experiencia de Dios en la historia de la humanidad, y en nuestra historia singular, dentro de la que estamos llamados a vivir como creyentes en el Jesús Resucitado.
Es un hombre sabio y cercano que vive en un pequeño pueblo de Salamanca. Quien le conoce cuenta que Xabier trasmite esa vocación de los maestros por hacer que brote la experiencia de Dios en la realidad de hoy. Hola Xabier, ¿Qué tal estás? No puedo quejarme. Mabel y yo compartimos un cuarto de trabajo al final de San Morales, sobre un inmenso maizal transgénico, al que siguen terrenos ondulados y al fin, cuando está claro, el macizo de Gredos. Aquí se nota menos la pandemia. 1. Vivir tiempo de excepción Queremos conversar contigo sobre este tiempo de pandemia, una experiencia colectiva que nos ha hecho colapsar y sobre la que queremos reflexionar en este número de Iglesia Viva bajo el título “Tiempo de pandemia, vivir en estado de excepción”. Este tiempo Covid ha irrumpido como una experiencia impensada y en cierto modo ha desbordado nuestro imaginario sobre lo que nos parecía posible pensar y vivir. Es lo más parecido a una plaga bíblica que genera un enorme sufrimiento. La cercanía de la muerte, de forma inopinada, nos ha atravesado y ha alterado el lugar desde donde aprehendemos el mundo. Nos ha obligado a girar sobre nosotros mismos y a hacernos preguntas que siempre están ahí, no son nuevas, pero que esta vez resulta inevitable responderlas. Estamos sometidos de forma sobrevenida a una gran incertidumbre que ha cambiado la percepción de nosotros mismos y, por lo tanto, nuestra relación con Dios y con el mundo. Por eso quiero comenzar pidiéndote una reflexión que nos abra al tiempo presente, de tipo narrativo y subjetivo que atienda más a lo qué nos está pasando, que a las causas o razones. Xabier, ¿qué es lo que está aconteciendo? El estado de excepción ¿nos ha quitado un velo? Si es así, entonces ¿qué se nos desvela? Como dices, es claro que un tipo de velo ha caído. Es tiempo de excepción. Eso en sí no es bueno, pero nos permite entender mejor que Jesús no tenía reglas, pues todos y cada uno eran para él excepciones, y precisamente con ellas quiso iniciar su “reino”, en contra de un tipo de Templo, Imperio y Dinero, que quería y quiere hacernos hombres‒regla, con leyes uniformes de sacralidad y economía dirigida. Pero la Covid 19 ha empezado a levantar el velo y hemos podido ver que somos excepciones, hombres y mujeres que viven, que aman, esperan y mueren, y eso nos permite quizá entender mejor las cosas. Es curioso. Empiezas aludiendo a la religión como regla. Lo dijo hace un siglo M. Weber, cuando estudió el proceso de racionalización de las religiones, para terminar diciendo que, culminando un camino iniciado por ellas, esta sociedad reglamentada nos ha encerrado en una “caja de hierro” de leyes y dinero. Un tipo de sacerdotes bíblicos habían metido a Dios en el “cuarto” o cubo de la recámara del templo, el Santo de los Santos, con un pesado velo que nadie podía traspasar, sólo el Sumo Sacerdote, una vez al año, por Kippur, con sangre de Chivo expiatorio, para presentarse ante Dios y recibir sus órdenes. Pero el evangelio dice que al morir Jesús el velo se rasgó (cf. Mt 27, 51), y Dios quedó libre, y los hombres también, sin leyes y con miedo, pero también con esperanza pues no hacían falta chivos expiatorios. Coinciden muchas personas bien pensantes en subrayar que vivimos un cambio de época. Yo diría que estamos en un tiempo de interrupción de la historia, de ruptura de una línea del tiempo, un acontecimiento de naturaleza emocional que desborda nuestras certezas construidas como resultado de la experiencia histórica y que presenta, por eso, una dimensión de misterio, en cuanto que acontecimiento inesperado, no intencionado, que nos transciende ¿Cómo lo interpretas tú? La Covid ha trazado una hendidura en el tiempo. No es una hendidura más para ajustar la máquina, de forma que todo siga igual. Ésta puede y debe ser una verdadera mutación, para iniciar un tiempo de humanidad sin velos de opresión. San Pablo dice en 2Cor, 3 que Moisés y los judíos se pusieron un velo, no sólo ante boca y narices, como nosotros, sino ante los mismos ojos, porque tenían miedo de aceptar el fondo de su realidad, que era y sigue siendo la muerte, que nos lleva a asegurar lo que somos oprimiendo (matando) a los contrarios. Nuestra religión nació del miedo a la muerte. No aceptamos el riesgo de nuestra finitud, y así construimos sistemas socio‒religiosos para borrar la presencia de la muerte; pero la Covid nos sitúa nuevamente ante ella… ¿Piensas, según eso, que la Covid 19 despierta en nosotros un miedo religioso? En un sentido sí. En un plano químico‒biológico, la Covid no tiene que ver nada con la religión. Pero en otro nos sitúa ante un hecho religioso. Las religiones nacen de la vivencia de la muerte, pero luego, al racionalizarse, sirven para controlar su miedo, expulsando al Dios originario de la vida, de tal forma que en un momento dado podamos vivir sin pensar en la muerte, metiendo a Dios y a la muerte en la cámara oscura, donde ocultamos y justificamos a las víctimas, como hacía el sacerdote judío, entrando cada año con la sangre borbotante del chivo expiatorio. Pero ha venido la Covid 19 y hemos tenido que sacar a Dios del cuarto oscuro, para que nos diga lo que somos, una frágil vida de miedos y amores, a flor de muerte. Esto nos pone ante una gran mutación. Tú hablas de mutación. ¿Se podría hablar más bien de un tiempo de interrupción o sería mejor decir que habitamos el presente como una pesadilla que enseguida pasará y recuperaremos nuestra normalidad? Muchos quieren verlo así, como en los días nefastos de las religiones, unos días que no se contaban, porque eran una interrupción en la línea del tiempo, como el Kippur judío, cuando el sacerdote entraba con sangre de chivo expiatorio en ese cuarto oscuro de Dios, tras el velo (cf. Lev 16), para exorcizar y expulsar en su presencia el mal acumulado, para decirnos que Dios nos perdonaba y que podíamos empezar limpios el año nuevo, como si nada hubiera pasado. Pero la carta a los Hebreos sabe que la entrada anual del Sacerdote en la cámara de Dios, con sangre expiatoria de muertos inocentes, para que todo siga igual, ha perdido su sentido. No podemos seguir llevando a Dios la sangre expiatoria. Tenemos que abrir la puerta, romper el velo (una máscara de siglos), para mirar cara a cara a la muerte, y reconocernos (aceptarnos) como somos, en el borde de ella todos, sin vivir ya más de la sangre de otros. En ese sentido la Covid no es una simple interrupción, sino que ofrece la posibilidad de una mutación social y cultural, más allá de la simple evolución que ha dominado hasta ahora. Veo que vuelves a la Biblia, con libros como Levítico y Hebreos, que, en general, ya nadie lee. Son mis libros, y me ayudan a entender, y también 2 Sam, 24 donde se dice que el templo (¡la religión de Israel!) se fundó precisamente para conjurar la Gran Peste que avanzaba matándolo todo, como los cuatro caballos del Apocalipsis 6, 2‒8. Pero el ángel de la muerte, se paró en la era de trillar que Arauna, último rey jebuseo, tenía en el alto Jerusalén, prometiéndole a David que Dios cuidaría desde allí a los apestados. Ese es un relato mítico. No sé si puede entenderse al pie de la letra. Claro que es mítico, y por eso es verdadero. Según el mito hebreo, el Dios del templo habita en medio de la peste, como promesa de vida en el riesgo de la muerte. Lo malo es que hemos querido emparedarle en un Santo de los Santos, en vez de decir que está en nosotros. Lo malo es que seguimos buscando chivos expiatorios, como decía R. Girard (La Violencia y lo Sagrado). Y así seguimos buscando nuevos chivos…, en vez de volver a la experiencia de Jesús y de la carta a los Hebreos: Romper el velo, vivir sin echar la culpa a los demás, habitar al descampado fuerte de la vida, aceptando en amor (¡y en esperanza!) lo que somos, sin religiones que quieran protegernos con su velo, sin sumisión a un Capital divinizado… Y en ese contexto ha irrumpido la Covid. Supongamos que es así. En esa línea bíblica que te sitúas: ¿qué puede aportar el cristianismo en este tiempo de interrupción o mutación como tú dices? ¿Podríamos hablar de este espacio de excepción como lugar teológico, un espacio/tiempo decisivo desde donde reconfiguramos nuestra experiencia de fe en el Jesús Crucificado y Resucitado, el Cristo que elige a los pobres? Para Jesús, todo hombre o mujer era, y en ese tiempo de Covid aún más, una excepción. Por encima de todas las leyes y las religiones, lo que importa es la excepción, el hombre amenazado por la peste. Los judíos de Jerusalén construyeron un templo (una religión de ley) para que les librara de la peste, y de esa forma esclavizaron más a todos, como dice san Pablo… Pero la carta a los Hebreos contesta que no hace falta ese templo, ni esa religión, pues la misma vida de los hombres es el templo, para que así podamos existir en medio y por encima de la peste, con la ayuda de nuestro saber, de toda la ciencia, pero siempre al servicio de la humanidad. Según eso, la vacuna de la ciencia es importante en un tiempo de peste, pero se necesita una vacuna o fuerza superior de humanidad, y aquí se plantea de nuevo el tema de la verdadera religión. 2. Dios y ciencia, criaturas y creadores A eso quería llegar. Hablemos sobre nuestra confianza en Dios y en la ciencia. Hablemos de nuestra condición de criaturas y de sujetos creadores a la vez. En el relato de La Creación (Génesis, 1) nos reconocemos criaturas a imagen y semejanza de Dios, agradecidas por la bondad de todo lo creado, atribuyendo un valor sagrado a la Tierra y al resto de las criaturas que la habitan. El texto nos interpela, a su vez, como personas libres. “Creced, multiplicaos, llenad la tierra y sometedla” es el mandato bíblico. Este relato, por su carácter original, ha inspirado muchísimas interpretaciones a lo largo de la historia, pero hay una que ha sido central en el pulso de la Modernidad, la que nos anima a dominar el mundo y a recrearlo. La ciencia ha significado a la vez emancipación de las catástrofes naturales, de las enfermedades y de la oscuridad de la ignorancia y también expolio cuando se convierte en tecno-economía. El progreso nos ha henchido de poder, o, por lo menos, de la sensación de tener un gran poder sobre el entorno. ¿Crees que la experiencia de la muerte ante un riesgo biológico desconocido, no controlado por nuestro sistema, ha cambiado nuestra forma de entender la relación con la Tierra, con los recursos y la forma de habitarla? El ser humano es el único viviente que ha descubierto y sabe que muere, y a pesar de ello persiste, se ha esforzado por vivir, sospechando de algún modo que la muerte es un servicio a la vida, en forma de presencia distinta, de pervivencia o resurrección, como dirán los cristianos. Pues bien, nuestro sistema racional, al modo del continuo cartesiano, ha querido opacar la muerte y vivir olvidando su amenaza, como si ella no contara ante la inmortalidad de la empresa constructora, del capital y del mercado. De esa forma, este sistema no sólo niega la “excepción” suprema de la muerte, en sentido humano (no puramente biológico), sino el sentido de la misma vida, que consiste en ser creando vida y compartiendo lo que somos (¡no simples cosas!), para así legarlo a los que son en/con nosotros y legarlo a los que vendrán después, para vivir en ellos. Morir así no es maldición, la maldición es vivir sin dar vida, sin resucitar como Jesús en aquellos que nos siguen. Ciertamente en estos días asistimos a la carrera por la vacuna. Hay una gran confianza depositada en la ciencia, que aparece como la gran salvación que nos va a librar del sufrimiento producido por la Covid. Son muchos los investigadores que han lo mejor de sí mismos en el conocimiento del virus y en la curación de la Covid. Podría decirse que vivimos un ambiente cultural en el que se ha desplazado la confianza que se depositó en el poder de Dios hacia el poder de la ciencia de cara a paliar el sufrimiento colectivo producido por esta “peste” del s.XXI. La cuestión que quiero preguntarte es ¿cómo relacionarnos en este contexto con Dios? ¿Dónde está Dios en este tiempo? Dios no cabe en las coordenadas cartesianas, ni en una interpretación moralista de la razón práctica kantiana, perdona esta apelación a la filosofía… Y, sin embargo, tras haberlo dicho todo en el plano de la ciencia, queda en silencio lo más importante, como añadía L. Wittgenstein, pero no para callar sin más, sino para hablar de otra manera, de un modo poético, simbólico, religioso, en el sentido radical de la palabra, como los antiguos que plantaban una piedra sagrada en la llanura o montaña de los muertos, indicando así que están, que son, que somos en ellos. Esto no es hablar de Dios por ley o ciencia (por ella no hay Dios, como decía Pablo, añadiendo que la “buena” ley mató a Jesús), sino hablar de la vida, de ser unos en otros y con otros, superando así o, quizá mejor, resignificando la muerte. 3. ¿Por qué no hablar de Dios? Ya veo que hablas de Dios de un modo elusivo… Pero eres teólogo, y me gustaría que hablaras de Dios, y que lo hicieras desde nuestro contexto cristiano, en este tiempo de excepción que se abre por el coronavirus. Eso quisiera… Quizá podría empezar retomando lo que vengo insinuando, que Dios es la “excepción de la excepción”, la interrupción máxima, que nos permite vislumbrar (¡no demostrar, ni imponer!) la gran Presencia. Los animales no vislumbran esta interrupción, los humanos sí, por eso son distintos. Perdona que retome un ejemplo de mi niñez. He oído “lecciones” sobre Dios en universidades, he leído libros de expertos, he enseñado por años Teodicea y Trinidad en la Universidad Pontificia de Salamanca, pero la lección mayor la recibí en el duelo por mi abuelo F. Antón. Yo tendría ocho años, y estaba en el caserío. Mi abuela y mis tías prepararon la cena de honor y despedida, para los vecinos del valle y la ladera. Me mandaron a dormir al cuarto de al lado, pero no perdí palabra. No hablaron de Dios, sino de la vida de mi abuelo, en guerra y paz, en derrota y esperanza; las cosas que él hizo, el hombre que él era, como si estuviera allí con ellos… Y sentí que estaba, que resucitaba y vivía en la vida del valle, en su familia, en mí mismo, su nieto. Supe y sé que merecía la pena haber vivido, y permanecer en la palabra de compañeros y amigos, familiares y descendientes… Pasados los años he pensado que la “resurrección de Jesús” empezó de esa manera, en la conversación de Magdalena y sus amigos, tras la muerte de su amigo. Los teólogos soléis decir que Dios lo puede todo. Tu abuelo murió de mayor y bien acogido en el recuerdo de su familia y su valle. Pero la Covid 19 es distinta. Muchos mueren solos, sin despedida ni recuerdo. Muchos creyentes se preguntan ¿por qué no manda Dios que pare la pandemia? ¿Y por qué dejó que Jesús muriera…? Sí, veo la diferencia. Jesús, mi abuelo, los de la Covid… Me gustaría que las cosas no hubieran sido como fueron en los días duros de la gran pandemia de marzo, cuando murió a solas, encerrado en un cuarto oscuro de residencia, sin que pudiéramos saludarle y decirle “aquí estamos”, mi amigo del alma, el Prof. Antonio Vázquez, maestro de psicólogos de Salamanca, sin que hubiera después despedidas, recuerdos celebrados ante el pan y el vino de la casa, como en el caserío de mi abuelo... Murió así, y Dios sin parar la pandemia… ¿Es que no puede? En un sentido químico‒biológico no puede, no es una supra‒vacuna. Pero está, y ha estado, porque él es la Vida” (Hai, dicen los judíos) en el camino de la muerte. En Él vivimos, nos movemos y somos, sigue diciendo Pablo en Hch 17, 28. No está fuera para recomponer algunas cosas mal compuestas, ni para tapar agujeros que hemos podido abrir, como quieren muchos. Está dentro, asumiendo y compartiendo el riesgo y camino de una vida que se entrega y recrea por la muerte: Somos quienes somos porque morimos, resucitando en los demás, siendo así germen, semilla de vida, y eso debemos decirlo sobre todo en la pandemia. Dejemos que pueda ser así, pero ¿qué sentido tiene morir con sufrimiento, morir de Covid 19? No sé responderte en un modelo de ciencia cartesiana, aunque el mismo Descartes tuvo que apelar al fin a un Dios tapagujeros para justificar su conocimiento del mundo… No puedo apelar así a Dios, pero estoy convencido de que hay un sufrimiento que es parte de la vida, de la maduración, la gratuidad, la esperanza… Un sufrimiento para la nueva humanidad que es resurrección. Pero nosotros hemos tendido a convertirlo en dolor para la muerte, es decir, para la violencia, aprovechando la sangre de los chivos expiatorios para justificarnos ante el Dios del cuarto vacío, como en el simbolismo del templo de Jerusalén. En vez de aprender sufriendo en amor a favor de la vida de todos, como dice Hebreos 2, 14‒18, hacemos sufrir a los de inocentes, pobres, niños, como dijo F. Dostoievski en Hermanos Karamazov. Vuelves al “chivo expiatorio”. Parece que el tema te obsesiona. Posiblemente. Dostoievski, el filósofo le dijo a su hermano monje que no podía perdonar a Dios por el Sufrimiento de los Niños… y el monje le respondió: “Yo tampoco podría, pero está Cristo…”. Esa no es una respuesta cartesiana, sino un testimonio vital: El monje apela a Jesús, en un mundo donde el filósofo no tiene razones. Tampoco las tiene el monje, pero apela por la vida, superando así un pecado que tendemos a decir que es culpa de Dios. 4. Covid 19. Pecado y castigo. Una experiencia problemática Apelas al “pecado”. Este lenguaje resulta insoportable para muchos. Gran parte de nuestros contemporáneos piensan que los jerarcas religiosos viven del pecado y del infierno para tener sometida a la gente, pero a muchos no les importa ya ese pecado, ni ese tipo de infierno ¿No te parece mejor renunciar a ese lenguaje? En un sentido sí. Von Campenhausen, historiador del cristianismo primitivo, demostró que un tipo de jerarquía nació precisamente cuando algunos se arrogaron el poder exclusivo de perdonar, dominando así a todos con el miedo del infierno, del que sólo ellos podían liberarles... Pero el tema es aún más hondo. Parece que Covid 19 nos ha puesto ante un tipo de “pecado original”, evocado simbólicamente por Génesis 2‒6 y por san Pablo (Romanos 1‒5), como si fuera necesario encontrar culpables. Ya lo veo. Es como si todo pudiera resolverse sabiendo quién tiene la culpa. No lo digo yo, lo dicen muchos, desde políticos a gente de la calle… No quiero seguir en esa línea. Pero quiero seguir en esa línea, ya que debo añadir que, siendo una expresión de nuestra naturaleza biológica, físico–química, la Covid 19 está relacionada también con la forma de vida del conjunto o, quizá mejor, de algunos hombres y mujeres. Ciertamente, hay Covid porque hay virus en el despliegue de la naturaleza, pero también porque el conjunto de la humanidad no ha dedicado todo su cuidado a la salud de los demás, al equilibrio ecológico, y eso puede llamarse pecado. Hay, sin duda, un pecado especial de ciertos grupos de poder, pero puede hablarse también de un pecado de la humanidad, que en vez de optar por una vida al servicio de la Vida ha optado por una economía y política de muerte, condenando a los más pobres. Éste es el pecado imperdonable: Utilizar y matar, de forma directa o indirecta, a los pequeños, impidiéndoles que vivan (cf. Mc 3,22-30 y Mt 12,22-32). No tiene perdón, pues si no cambiamos moriremos todos, un tipo de suicidio cósmico‒biológico. En ese sentido, este virus Covid, siendo una “malformación” químico‒ biológica, está relacionado con un tipo de pecado humano. Pero las iglesias toman el pecado como algo individual que va en contra de Dios. Y hacen bien en un sentido, pero como sabe Mt 25, 31‒46, el mandamiento principal es “no matar” y el pecado es impedir que los hambrientos coman, que los exilados tengan casa y los enfermos asistencia, mandando a la cárcel a los sobrantes. En esa línea va el pecado de Covid. Jesús llamó bienaventurados a los que sufren, pero añadiendo “ay de vosotros los que gozáis” imponiendo sufrimiento a los demás (Lc 6, 21‒26). Éste es el “ay” mayor de Dios, el “ay” que Jesús dirige a los que medran con el sufrimiento de los otros. Éste es el pecado desatado, la peste que David vio avanzando sobre Jerusalén y el Apocalipsis sobre el mundo entero. Evidentemente ese pecado tiene raíces y componentes químico‒biológicos, como todo en la vida, pero, al mismo tiempo, de un modo especial, es un “virus” humano, vinculado a la forma de ser que estamos promoviendo, con nuestro deseo de tener, de poder, de disfrutar, a costa de los demás, destruyendo la casa común de la vida. David levantó un altar para conjurar ese pecado; Jesús, en cambio, salió a la calle para acompañar a los enloquecidos, leprosos y excluidos. Sí, pero en vez de hacer como Jesús, parece que cierta iglesia quiere seguir alzando altares como David, construyendo templos. Puede ser, tú sabes mejor eso, pues eres historiadora. Yo sólo me refiero a lo que dicen día a día periódicos y radios, incluso de la Iglesia Católica, con un tipo de TV, buscando sin cesar culpables, condenando a unos u otros, desde una perspectiva política y económica, desde un nacionalismo que quiere imponerse sobre otros, echando siempre la culpa a los demás. Seguimos en la ley del “talión” (ojo por ojo, diente por diente…) que Jesús superó en el Sermón de la Montaña, sin que el conjunto de la sociedad, incluida la Iglesia, no quiera enterarse. ¿Qué les dirías a los que echan la culpa a Dios partiendo de tu Biblia? Déjame pensar…Prefiero hacerte un esquema, para así aclararme, resumiéndolo en tres afirmaciones: La Covid 19 no es castigo de Dios por el pecado de los hombres, sino una parte del riesgo de la vida. “Dios” (pónlo entre comillas) ha querido que la vida humana surja del proceso químico‒biológico de una naturaleza amenazada (¡y enriquecida!) por formaciones de tipo vírico, bacteriano etc. La naturaleza es generosa pero se defiende en una línea que parece de talión. El Dios cristiano puede siempre perdonar, la naturaleza no puede, y responde con talión (ojo por ojo…). En ese sentido, algunos piensan que la Covid 19 es un talión biológico, una “venganza cósmica”. Pero los cristianos se atreven a decir que Dios es más que naturaleza. No va en contra de ella, pero la transciende en una línea de gratuidad y libertad. Ciertamente, en un sentido, la naturaleza “no perdona” (en general), pero Dios perdona siempre, abriendo un camino de vida sobre la misma Covid 19. Éste es su exceso y excepción de la que he venido hablando. Supón que admito lo que dices. Entonces, ¿cómo actúa Dios por encima de la naturaleza? Actúa “sobre”, no en contra, y lo hace de dos formas. (a) Como siembra y promesa de Vida en esta tierra amenazada por la Covid 19 y el talión de la naturaleza, como sabe la parábola del Sembrador, de Mc 4, 3‒9. (b) Actúa ¡al mismo tiempo! por los hombres a quienes pide que sean semilla de gratuidad, dirigiendo (encauzando, curando…) los riesgos de la naturaleza, en vez de aumentarlos, como sucede en la actualidad. 5. Covid-19. Venganza de la vida, oportunidad de gracia Dices que la naturaleza puede “vengarse”, mientras Dios perdona siempre. La humanidad en conjunto busca la vacuna. Ciertamente, asistimos a una gran carrera de vacunas por prestigio nacional y por dinero. Muchos han puesto su confianza en ella, diciendo que será omni-salvadora, por no decir omni-potente. Algunos creen aún en el Dios sanador de Jerusalén o de Epidauro en Grecia, pero se aferran de un modo especial a la Vacuna… La mayoría de los católicos han dejado de rezar a los Santos de la peste (Roque, Sebastián), y sólo confían en Santa Vacuna. Piensan que la Covid 19 es un “agujero negro” del talión de la Naturaleza, pero que la Santa Vacuna de la Ciencia logrará taparlo... ¿Alguien podría decir que rechazas la vacuna? Ella es muy importante en un sentido, y así espero ansioso que llegue pronto para amigos y familiares enfermos, e incluso para mí, que estoy en mala edad. Pero quiero que sea para todos, al servicio de la gratuidad humana, no del interés económico‒social de algunos, y quiero que vaya vinculada con un cambio de actitud y de conducta de todos, en especial de los llamados “poderosos”. En este contexto suelo evocar un dicho de Jesús sobre los malos exorcistas, que parecen curar sin hacerlo, de forma que los demonios expulsados (vacunados) van por ahí, recorriendo el desierto, hasta que “piensan”, y se alían con otros siete demonios peores y vuelven y ocupan la casa del antes enfermo e infectan más enfermedades (cf. Mt 12, 43‒45; Lc 11, 26‒28). He pensado más de una vez en ese texto extraño…Pero ése es un lenguaje simbólico, y hay que contextualizarlo, dotarle de un significado histórico. Es un texto extraño, pero retrata lo que puede hacer un tipo de religión y de vacuna, como decía expresamente Jesús en Mt 23,15 (recorréis tierra y mares para convertir paganos y los hacéis peores que antes) y como ha repetido Michel Foucault en algunas páginas memorables sobre médicos, enfermos y locos. Jesús sabía de qué hablaba. No rechazaba las vacunas (los exorcismos de entonces, siglo I d.C.), pero sabía que hay vacunas (exorcismos) que parecen curar, y en algún sentido curan, pero lo hacen para seguir creando enfermedades y peores. Muchos quieren y piden vacunas, pero no para curar a todos sino para fortalecer a los privilegiados del sistema, de manera que la post‒vacuna será peor que la Covid antigua. ¿Cómo se compagina eso que dices con el sistema sanitario actual? ¿No querrás condenarlo en conjunto? ¡De ninguna manera! Este sistema, especialmente si es público, al servicio de todos, es uno de los grandes logros de la modernidad. Pero en su fondo, dirigiendo los hilos del “aparato”, puede haber una máquina egoísta que se aprovecha de la Covid 19 para ganar mucho dinero y someter más a los hombres. No me opongo en modo alguno a la vacuna, pero quiero que ella sea no sólo químico-biológica, sino humana, en el sentido radical de la palabra. Que con ella se descubra y diga lo que está al fondo del sistema sanitario, en línea económico-social, para así vincular las buenas vacunas de tipo químico-biológico, y la más honda de la terapia y justicia de la vida, en la línea de lo que quiso Jesús y han querido otros hombres generosos. Alguno puede pensar que estás cayendo en manos de un Dios mítico, que actúa por fuera de la ciencia. No quisiera dar esa impresión. El Dios de Jesús actúa por la vida de los hombres y la ciencia ha formado y forma hoy parte importante de la vida. En esa línea, este Covid 19 puede ser una ocasión para estudiar y conocer mejor la raíz y la finalidad de la medicina, con la ayuda de todos los saberes y quereres de la ciencia, sin caer en la trampa de aquellas instituciones que aprovechan el dolor de los demás para imponerse ganar dinero. La vacuna principal es la aceptación del sentido de la vida, la opción gratuita por el bien de todos, empezando por los más pobres, el descubrimiento de la vida como regalo, al servicio de la resurrección, es decir, de la Vida de todos. Sí, esa experiencia y esa opción, una vacuna simplemente química, bajo el dictado del capital, podría acabar destruyendo aún más la vida de los hombres en el mundo. (cf. Mt 6, 24). Lo que quiero es una curación integral, en la línea de Jesús, que aceptando en su plano a los médicos, quería liberar de un modo gratuito (por humanidad) a los más pobres, caminando con ellos en acogida y compasión, en gozo compartido, en esperanza de Reino. En ese sentido, la ciencia médica es hoy absolutamente necesaria, pero al servicio de la vida concreta de todos, no sólo en los países ricos, sino en el mundo entero, en comunión personal, en justicia, en solidaridad. El Dios de Jesucristo no está fuera, como ser extra mundano, que a unos cura, a otros destruye, sin que sepamos cómo. Él es el impulso de fondo de la Vida, así, con mayúscula, también en el sufrimiento, no por masoquismo, sino por solidaridad, para sufrir con los que sufren, morir con los que mueren, abriendo en y con ellos un camino de bienaventuranza, es decir, de gozo fuerte, de placer intenso, como en “parto” para el nuevo nacimiento. A ese Dios oramos con la misma vida, es decir, siendo amor generoso a los demás. No se trata de pedir de un modo mágico, esperando que él arregle las cosas desde fuera, sino ser en Dios, que él sea en nosotros, en Espíritu y Verdad, como dijo Jesús a la samaritana en Jn 4, 23. ¿Tú crees que saldremos más humanos de esta experiencia, como afirmaba el papa Francisco? ¿Se han modificado nuestros vínculos sociales, la forma de percepción del “otro”? Habrá de todo. Algunos saldrán (¿saldremos?) peor, si utilizamos esta “peste” (y la posible vacuna) para aprovecharnos de los otros. Otros podrán (¡podremos!) salir mejorados, si encontramos en la “peste” un medio, un lugar, para encontrarnos y reconciliarnos, desde la debilidad, sin dejarnos dominar por un sistema de salud que se puede utilizar para esclavizar a los menos capaces en línea de poder. Todos tendremos que aprender a vivir en la “excepción”, de la que comenzaba hablando esta entrevista. 6. Diálogo entre Job y Dios. ¿Qué sentido tiene el sufrimiento? Hace poco, como reflexión al hilo del funeral que se celebró en Madrid por la víctimas de la pandemia, hacías resonar el grito de Job cuando estaba ya en la tumba muriendo por un tipo de virus que se podía comparar al Covid 19, con un lamento “Tierra no cubras mi sangre, que no encuentre descanso mi grito (16,18)” Nos introducías así en el diálogo que establece Job, víctima que sufre y protesta, con Dios, omnipotente; y nos lo propones como un relato adecuado en tiempos de pandemia y de miedo. ¿Me podrías explicar esto? La historia de Job no es evangelio, pero puede ayudarnos a caminar en línea de evangelio. Job nos enseña que Dios está en el sufriente, el “apestado”, y nos muestra que la primera respuesta es la solidaridad… Como he puesto de relieve en “Lectura de Job” (San Pablo, Madrid 2020), el pecado de los “amigos”, defensores del sistema, no es haberle criticado, sino haber empezado desligándose de él, sin solidarizarse con su dolor. Job nos dice que no podemos echar tierra sobre los caídos por el virus, como si nada hubiera pasado, ni podemos hacerles funerales para descargar nuestra conciencia y olvidarles después! La presencia de los muertos de peste “sin enterrar” (sin haber recibido justicia) tiene que ser para nosotros un aguijón de vida. ¿Cómo hacer entonces el duelo de los que han muerto y están muriendo? Un tipo de duelo es necesario, como he dicho al hablar del “funeral” casero de mi abuelo… Pero ese duelo no puede ser una catarsis externa, como un somnífero para olvidar después, sino una forma de entrar en el misterio de la muerte como esencia de la vida, con agradecimiento y respeto, recreando el recuerdo de los difuntos, con esperanza (=experiencia superior) de resurrección. En esa línea, en el libro de Job, cuando los lectores u oyentes esperan la lección más alta de la sabiduría teológica, Dios se limita a recordarle los enigmas de la naturaleza, el fragor de la tormenta necesaria para el campo, el enigma de los animales más extraños, desde el onagro al halcón y del avestruz al cocodrilo. En toda vida (¡toda respetable!) late el enigma y misterio del Dios que se revela en el respeto y cuidado de todos, empezando por los más amenazados. Siguiendo el sentido del relato de Job como víctima sufriente que clama justicia a Dios las personas no creyentes y justas nos preguntarían a quienes seguimos al Dios de Jesús, ¿Necesitáis la experiencia del sufrimiento para ser mejores personas y para emancipar a la humanidad del mal? ¿Qué le responderías tú? No me gusta mucho esa palabra “necesitar”. Yo necesito un desayuno a la mañana, una cama en la noche… A Dios no le necesito de esa forma, podría vivir sin él. Pero me ha venido, por la historia de mis antepasados, por el testimonio de Jesús, por muchos amigos, y ésa ha sido para mí la mayor de las sorpresas… Utilizando una palabra que ha salido aquí, desde el principio, Dios ha sido y es para mí la gran “excepción”, una parada sorprendente que me ha permitido buscar fondo y altura y anchura…, siempre en y con los otros. Pero te he preguntado en especial por el sentido del sufrimiento en el cristianismo. Gracias por insistir. Tampoco me gusta la frase “ser mejores personas”. No creo que se pueda andar diciendo por ahí que “soy mejor porque creo o soy cristiano”, o que nosotros somos los mejores por ser cristianos. Ese lenguaje me parece moralmente infantil. Los cristianos no necesitamos el sufrimiento para ser mejores o para que lo sean otros, pero tenemos que ser solidarios con los que sufren, si es que creemos en Jesús. Le preguntaron: “Por qué está ciego aquel mendigo de Jerusalén, quién tiene la culpa”. El respondió: “Ahora no es tiempo para hablar de culpas, sino para ver lo que podemos hacer por él, cómo podemos acompañarle” (Jn 10). Reyes Mate nos recordaba en el número 277 de esta revista que la historia consiste en responder a la pregunta por el sufrimiento y por la muerte causados por la libertad humana, haciendo así una crítica a la deriva gnóstica del cristianismo. ¿Cómo lo ves tú? ¿De dónde nace el sufrimiento? Buda se atrevió a decir que el sufrimiento nace del deseo de los hombres, de forma que debemos superar todo deseo para vencer de esa manera el sufrimiento. Jesús no respondió ni eso (aunque Pablo parece acercarse a la visión de Buda en Rom 7, 7; 13, 9). El sufrimiento no está aquí para nada, no tiene ninguna finalidad, sino que forma parte de la inmensa aventura de la vida, y así debemos compartir el dolor con los que sufren. Ciertamente, el sufrimiento puede ser “educativo”, haciendo que algunos maduren, como parecen decir las bienaventuranzas de Mt 5, 1‒11. En ese sentido, en la línea de Lc 6, 21‒24, el sufrimiento puede conducirnos a la solidaridad. He escrito algún trabajo sobre la diferencia entre las bienaventuranzas de Mateo y Lucas, pero no estoy seguro de acertar. No tengo respuestas teóricas, que acaban siendo ideológicas, quiero la respuesta de la vida. Pero lectores de Iglesia Viva quieren quizá saber más. ¿Qué les podrías decir? En uno de sus pasajes más hondos, san Pablo se arriesga a decir que los sufrimientos de este tiempo son “dolores de parto”, signo de una humanidad gestante que nace a la vida para crecer en dolor y solidaridad con los que sufren (Rom 8). Pero quizá es mejor no hacer demasiados argumentos, dejando viva la esperanza y quedando con la desnuda palabra de Mt 25,31-46: “Estuve enfermo y me visitasteis”. Lo único claro en el Nuevo Testamento es que dolor y enfermedad son espacio y tiempo para el encuentro con los demás, desde Cristo, el mesías sufriente de la historia, a quien los Cantos del Siervo del segundo Isaías presentan como un “apestado”. Ante esa afirmación cesan las palabras, queda la llamada a la acción solidaria, del Jesús que dice: “Venid a mí, porque estuve enfermo y me visitasteis…”. En vez de esa palabra “venid”, muchos artistas y teólogos (desde Miguel Ángel en la Capilla Sixtina) han apelado a la contraria, de tipo parenético, no dogmático: “Apartaos de mí malditos, al fuego eterno”. Pero sobre esto habría que tener otra conversación, creo que por hoy ha sido ya mucho. 7. Los templos vacíos y las Iglesia de las Catacumbas Una última reflexión. Nos acaba de dejar Pedro Casaldáliga con quién tenías amistad y quién colaboró en un libro tuyo titulado El Pacto de las Catacumbas. La misión de los pobres en la Iglesia (2015), en el que se evoca aquel pacto alumbrado en el contexto del Concilio Vaticano II. No es casualidad que entre los muchos recuerdos que guardas sobre él sea precisamente éste uno de los aspectos que quieras mostrar, en plena experiencia de la pandemia que ha provocado el vaciamiento de los templos y una fuerte crisis de la sacramentalidad en la comunidad católica. También la Iglesia debe responder desde su carisma de comunión a una situación sobrevenida en la que estamos obligados a evitar las concentraciones y los encuentros sociales. ¿No crees que es una gran oportunidad para recuperar el contenido original del sacerdocio y empoderar sacramentalmente a las comunidades, a las familias y a los pequeños grupos de referencia en la fe? Hace tiempo que la Iglesia tiene que pasar su aggiornamento hacia la horizontalidad. Posiblemente la imagen de las catacumbas sugiera hacia donde caminar. Me gustaría saber tu opinión sobre todo ello. Es buen final el tema de las catacumbas. Hay una sociedad triunfante, que aparece incluso en los medios de comunicación de la Iglesia, que quiere que todo esto de la Covid pase sin mover un dedo (cf. imagen de Lc 11,46), para que ella (la Iglesia) sea sociedad perfecta (¡de los que pueden triunfar!), imponiendo de nuevo un tipo de magisterio superior sobre pobres y excluidos, los que viven en Covid constante. Pero una iglesia así tiene que pasar, es una reliquia quizá grande y gloriosa, pero reliquia. Por otra parte, como tú dices, es tiempo de recuperar el sacerdocio de todos, el empoderamiento sacramental a las comunidades… Y aquí surge la gran pregunta y tarea: Cómo crear iglesias verdaderas de creyentes… En esa línea, la Covid debería llevarnos a las catacumbas de la historia, para compartir la vida en medio del riesgo de la muerte. Es lo que quería y nos decía Pere Casaldáliga, cuyo recuerdo y presencia pascual nos hace hoy mejores. Todo es presencia y gracia, todo es pascua, nos decía. Todo ha de ser camino de resurrección, desde las catacumbas en que estamos. Pero hemos hablado ya mucho, quizá no podemos comenzar con un nuevo argumento. Xabier, ¿qué te gustaría añadir sobre este presente, sufriente, que nos abre a algo nuevo, todavía difícil de nombrar? Me gustaría, pero quizá por hoy ha sido suficiente. Gracias a ti, por invitarme (incitarme) a pensar, por escucharme. Gracias a “Iglesia Viva” y a sus lectores, que han sido para mí una referencia y compañía desde el año 1966, cuando salió el primer número, encabezado por trabajo memorable titulado “La hora de la aceptación”, de J. I. Tellechea (1928‒2008), amigo y colega de la U. Pontificia (Salamanca), que pasó casi año y medio confinado, sin doblegarse ni un momento, en la UVI del hospital de Donostia, donde íbamos a verle tras un cristal protector, como cuenta en su libro “Los tapices de la memoria” (Salamanca 2003). Gracias por compartir con nosotros tus reflexiones e intuiciones
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Estaba anocheciendo, el día era gris y lluvioso. Las farolas ya encendidas iluminaban el camino húmedo y sembrado de hojas de otoño, caídas, en el suelo, pero hermosas. Como una alfombra iban suavizando el camino solitario.
Eran las hojas caídas y no el cemento lo que atraía mi mirada y animaba mi pisada a evitarlas ¡no las pises! ¡Son hermosas! Están muertas pero su presencia me acompaña en el camino. ¡Cuántos de nosotros hemos tenido que recurrir a abrazar la fe en estos últimos tiempos para despedir, con paz, a seres queridos…! Cuando el viejo árbol de otoño, a mi paso distraído deja caer sus hojas y las deja marchar, yo puedo entristecer con ellas o sonreír porque me trasladan el guiño de los que, también muertos, me acompañan en el camino. Parques, jardines, senderos, bosques… todos llenos de presencia de aquellos que nos invitan a entrar en el silencio de las hojas de otoño que suavemente se desprenden y danzan con el viento en su último viaje. Luego se dejan pisar para que el crujido me hable, me recuerde el aliento de la presencia. Todo en el universo tiene un lugar, todo en el Cosmos está vivo. Todos están presentes y es la misma madre tierra la que nos lo recuerda hoy, con sus hojas de otoño que chisporrotean bajo mi pisada. Dulce pisada que me habla de ell@s. Jesús vivió en una época marcada por la omnipresencia de la ley judía de un pueblo que esperaba impaciente la llegada del Mesías que les liberara de los invasores -entonces eran los romanos- y una sociología estructural que fabricaba muchos excluidos.
A pesar de tan ominosa realidad, Jesús amplía el concepto “prójimo” reducido entonces al círculo de “los nuestros". Él está con el que sufre, sin exclusiones de ningún tipo aunque le cueste la vida. Las excepciones son cosa nuestra. No aprueba que los romanos ni los publicanos y terratenientes judíos opriman al pueblo. Pero se centra en lo que entiende como esencial, básico: mostrar la Buen Noticia del amor del Padre desfigurada por la interpretación religiosa y las cargas que imponían los jefes político-religiosos con tanta hipocresía en nombre de Dios. Para Jesús, cualquier limitación de acoger desaparece ante la persona que tenga necesidad de mí -como prójimo- y que yo pueda ayudar, independientemente de cualquier otra consideración, aun de tipo religioso. Es el comienzo de la religión del amor y de la verdadera imagen de Dios. Y ahora sigue urgiendo mostrar el verdadero rostro de Dios Amor con testimonio y ejemplo a nuestro alrededor. Este domingo celebramos precisamente el gran día de la culminación que lo es para miles de millones de personas que nos han precedido y ya gozan de un eterno presente en la plenitud del Amor de Dios. “Haced esto en memoria mía”, el estribillo que echamos en falta en buena parte de nuestra Iglesia occidental. Es con Jesús que nace el cristianismo no como una ideología sino como una relación de amor sintiéndonos comunidad, más allá del conocimiento de verdades fundamentales; hechos de amor, no solo verdades en forma de leyes. No se habla de “enseñanzas de los apóstoles”, sino de Hechos de los apóstoles. Para todos, la sentencia inapelable “Por sus hechos los reconoceréis”. Antonio Salas nos recuerda que, si exprimiésemos a fondo el potencial del evangelio, acaso algún día se considere tan religiosa la asistencia a misa (cometido religioso) como la lucha a favor de un marginado (cometido profano). Desde luego que las prioridades actuales necesitan una urgente revisión en la práctica porque la fe sin frutos es una fe muerta. Veamos un ejemplo concreto que nos puede revelar hasta qué punto el mensaje de Jesús puede ser maravilloso y rompedor cuando lo practicamos con amor. Lo cuenta Joan Chittester en uno de sus libros. Ocurrió en una conferencia en Asia para analizar los problemas de las mujeres, en especial de las necesidades de las mujeres de los países en desarrollo, donde la mayoría de asistentes a dicha conferencia eran pobres y mujeres, y solo unos cuantos eran activistas bien financiados y observadores oficiales. Cuando se intercambiaron los correos electrónicos entre los participantes para mantener el contacto, una de ellas llamada Rose, pastora presbiteriana keniata, justificó dejar en blanco su dirección de e-mail diciendo que no tenía correo electrónico porque era muy caro para su comunidad. Y cuando podía utilizarlo, la conexión era demasiado lenta y poco fiable. Al finalizar la conferencia y la gente se despedía, otra conferenciante le dijo a Joan Chittister justo antes de compartir el taxi juntas: “No puedo irme sin ver antes a Rose. Le prometí que le daría una cosa”. “¿Qué le diste a Rose?”, le preguntó Chittester durante el trayecto en taxi a su compañera. “Mi tarjeta de crédito”, me respondió. “¿Tu tarjeta de crédito?” -dijo Chittester-: ¿y por qué demonios se la has dado?”, le insistió. “Para que pueda pagar las mensualidades de su correo electrónico”, le respondió tranquilamente. Solo recuperaremos el interés de los alejados como verdadera buena noticia dando pasos firmes hacia lo esencial; y estamos demasiado pasivos, calculadores, interesados: “No me preocupan el grito de los violentos, de los corruptos, de los deshonestos, de los sin ética -decía Martin Luther King-, lo que más me preocupa es el silencio de los buenos”. Por eso, el ejemplo del samaritano compasivo desborda el contexto religioso judío de entonces para convertirse en un referente atemporal y una llamada al compromiso de todos, al qué hay que hacer y cómo hacerlo. Aceptemos con la humildad del publicano que Dios nos quiere a todos igual, que las indignidades y exclusiones son cosa nuestra, no suya. Y que Cristo murió por todos -no por “muchos”- porque todos somos llamados a ser eternidad de amor gozando la presencia de Dios Amor, tal cual es, pero empezando aquí, tras las huellas de Jesús. Esta es nuestra fe y no admite atajos aunque algunos parece que leen el evangelio del revés. En los tres domingos que quedan vamos a leer todo el capítulo 25 de Mt (el último antes del relato de la pasión). Los tres episodios que en él se narran (diez doncellas, los talentos y juicio definitivo, siguen siendo advertencias a su comunidad con el fin de poner en guardia a los cristianos de las consecuencias definitivas de sus actitudes vitales. Dios no puede hacer ya nada. La pelota está en nuestro tejado y depende de nosotros que la juguemos o no, que la juguemos bien o mal. En cualquier caso, pitarán el final del partido.
Los textos de estos últimos domingos del año litúrgico nos invitan a despertar, a estar preparados. Por fortuna, ya no pensamos en ese Dios vengativo que está al acecho para ver como puede cogernos en un renuncio y condenarnos. Ya no se oye la tremenda frase: “Dios te coja confesado”, que es un insulto a Dios y a todo el mensaje de Jesús. Dios no nos espera al final del camino para someternos a un juicio. No, Dios es el principio y está en nosotros todos los instantes de nuestra vida para que podamos llevarla a plenitud. Hoy no tiene sentido meter miedo: No sabéis el día ni la hora. ¡Temblad! Y eso que, en el ciclo (A), nos libramos de textos apocalípticos, que son todavía más terroríficos. No es la muerte la que tiene que dar sentido a nuestra vida, sino al revés; solo viviendo a tope, se aprende a morir. Aunque solo os quedara un segundo de vida, haríais mal en pensar en la muerte. Sería mucho más positivo el vivir plenamente ese segundo. La muerte ni quita ni añade nada. El sentido debemos dárselo a la vida, mientras somos conscientes. Recordad: después de un año o más de desposorios, se celebraba la boda, que consistía en conducir a la novia a la casa del novio, donde se celebraba el banquete. Esta ceremonia no tenía ningún carácter religioso. El novio, acompañado de sus amigos y parientes iba a casa de la novia para conducirla a casa de su propia familia. En su casa le esperaba la novia con sus amigas, que la acompañaban. Todos estos rituales empezaban a la puesta del sol y tenían lugar de noche, de ahí la necesidad de las lámparas. La importancia del relato no la tiene el novio ni la novia, ni siquiera los acompañantes. Lo que el relato destaca es la luz. La luz es más importante que las mismas muchachas, porque lo que determina que entren o no entren en el banquete es que tengan o no tengan el candil encendido. Una acompañante sin luz no pintaba nada en el cortejo. Ahora bien, para que dé luz una lámpara, tiene que tener aceite. Aquí está la madre del cordero. Lo importante es la luz, pero lo que hay que procurar es el aceite. El aceite y la luz son las obras que manifiestan una actitud adecuada. Jesús había dicho: “Yo soy la luz del mundo”. Y también: “Vosotros sois la luz del mundo”. El ser humano es luz cuando ha desplegado su verdadero ser; es decir, cuando trasciende y va más allá de lo que le pide su simple animalidad. No es que nuestra condición de animales sea algo malo, al contrario, es la base para alcanzar nuestra plenitud, pero si no vamos más allá cercenamos nuestras posibilidades de humanidad. La primera lectura nos puede ayudar a encontrar el sentido de la parábola. La verdadera Sabiduría es encontrar el sentido de la vida. Dar sentido a la vida es más importante que la vida misma. La vida tiene sentido, pero tenemos que descubrirlo. Esa es la tarea específicamente humana. Nuestra vida puede quedar malograda como vida humana. Esa es la advertencia de la parábola. Hay que estar alerta, porque el tiempo pasa. Hay que despertar, porque de lo contrario, perderás la oportunidad de ser tú. ¿Cuál es el aceite que arde en la lámpara? Si acertamos con la respuesta a esta pregunta, tenemos resuelto el significado de la parábola. En (Mt 7,24-27) se dice: “Todo aquel que escucha estas palabras mías y las pone por obra, se parece al hombre sensatoque edificó su casa sobre roca. Y todo aquel que no las pone por obra, se parece al necio que edificó sobre arena”. La luz son las obras. El aceite que alimenta la llama es el amor. El ser sensato no depende de un conocimiento mayor sino de la plenitud de Vida. Así se entiende que las sensatas no compartan el aceite con las necias. No es egoísmo. Es que resulta imposible amar en nombre de otro. Nuestra lámpara no puede arder con aceite prestado. Dar sentido a la vida no se puede improvisar en un instante. Solo con lo que hay de Dios en mí, descubierto, reconocido, desplegado, puede considerarse encendido nuestro ser. Ese despliegue constituye la Sabiduría de la que nos hablaba la primera lectura. Sin esa llama, seremos irreconocibles incluso para el mismo Dios. Interpretar la parábola en el sentido de que debemos estar preparados para el día de la muerte es tergiversar el evangelio. Esperar una venida futura de Jesús es pura mitología que nos lleva a un callejón sin salida. La parábola no hace especial hincapié en el fin, sino en la inutilidad de una espera que no va acompañada de una actitud de amor y de servicio. Las lámparas deben estar encendidas siempre; si esperamos a prepararlas en el último momento, toda la vida transcurrirá carente de sentido. Obsesionados por una “salvación eterna” y para el más allá, hemos interpretado esta parábola como una advertencia: ¡Cuidado! Si a la hora de la muerte no estás preparado, irá al fuego eterno para toda la eternidad. Nada más lejos del sentido del relato. Si el aceite es el amor manifestado en obras, lo que cuenta es toda una vida consumida en favor de los demás. No podemos pensar en el último día para que tenga sentido. Hay que buscar una interpretación más de acuerdo con todo el mensaje de Jesús. La venida de Jesús al final de los tiempos es una imagen escatológica, que no podemos tomar al pie de la letra. Tiene un significado mucho más profundo. Jesús, con su muerte en la cruz, consumió todo su aceite en una llamarada que sigue iluminándonos. El don total de sí mismo trasformó todo lo humano en divino. Allí culminó su “historia humana”, porque solo permanecerá de él lo que le identifica con Dios, y Dios está fuera del tiempo y del espacio. No nos cabe en la cabeza que el consumirnos sea nuestra meta. Los primeros cristianos esperaron la segunda venida de Jesús de una manera temporal. Nosotros seguimos esperando esa venida en la que no se hablará de cruz, sino de gloria para todos. No nos gusta cómo terminó Jesús su paso por la tierra, por eso hemos inventado un futuro a nuestro gusto para él y para nosotros. Esperamos que vuelva glorioso y nos comunique esa misma gloria. Esta visión surge de nuestro falso yo, que nunca aceptará el desaparecer, mucho menos consumirse en beneficio de los demás. Si queremos dejar de ser necios y empezar a ser sensatos, debemos desplegar nuestra vida desde otra perspectiva. Tenemos que abandonar todo proyecto de glorificación, sea en este mundo o sea en el otro, y entrar por el camino del servicio a los demás hasta la entrega total. El aceite solo da luz a costa de consumirse. Si aceptamos el programa del evangelio, solo porque nos han prometido una “gloria”, la cosa no puede funcionar. Estamos completamente equivocados si pretendemos alzarnos con el santo y la limosna. Meditación-contemplación Su experiencia de Dios fue su lámpara encendida. Dentro de ti debes descubrir el aceite. Si prende, dará luz que alumbrará tus pasos. Tú eres la lámpara, el aceite y la luz. Nadie te los puede prestar, porque es tu propia vida. Se acerca el fin de curso
Nos acercamos al final del año litúrgico, que terminará el 22 de noviembre. Como si nos aproximáramos al final de curso y tuviéramos que hacer un examen, la Iglesia quiere que nos preparemos a fondo y con tiempo. Para ello, en estos tres últimos domingos del año (32-34), se leen tres parábolas que se complementan: las diez muchachas, los talentos, el Juicio Final. Estas parábolas sólo se encuentran en el evangelio de Mateo, que las añade con un fin muy concreto. El evangelio de Marcos termina la enseñanza de Jesús con el discurso sobre el fin del mundo. Era un final consolador, que promete la vuelta del Señor y nuestra victoria. Pero Mateo añadió estas tres parábolas, que animan a tomarse la vida muy en serio. Un terremoto ¿inesperado? El 30 de octubre tuvo lugar un terremoto en el mar Egeo que afectó a Turquía y algunas islas griegas. Los diecinueve muertos contabilizados hasta el momento en el que escribo, si pudieran volver a la vida estarían plenamente de acuerdo con las palabras del evangelio: «Estad en vela, porque no sabéis el día ni la hora». Vigilar no es vivir angustiado San Luis Gonzaga estaba un día jugando al frontón y le preguntó un compañero: «Hermano Luis, si supieras que ibas a morir dentro de poco, ¿qué harías?». Y él respondió: «Seguir jugando». ¿Cómo se conjugan la vigilancia y el juego? La parábola de hoy puede ayudarnos a comprenderlo. Las diez muchachas En tiempos de Jesús, cuando se celebraba una boda, un grupo de muchachas acompañaba al novio a recoger a la novia para celebrar la ceremonia. A partir de este hecho tan trivial crea Jesús la parábola. Nos encontramos ante diez muchachas divididas en dos grupos de cinco: unas necias, que se olvidan del aceite para los candiles; otras sensatas, que llevan aceite de repuesto. Hasta aquí todo es posible. Pero la parábola adquiere de repente un tono irreal, porque quien da el plantón no es la novia, sino el novio, que se retrasa hasta la medianoche. Mientras, las diez se han quedado dormidas, y los candiles siguen consumiendo aceite. Al llegar el novio, unas pueden reponerlo fácilmente, los otros están casi agotados. Las sensatas no quieren darles aceite, y el novio se niega a admitirlas después de cerrada la puerta. La conclusión de la parábola es desconcertante: «Por tanto, estad en vela, porque no sabéis el día ni la hora». Es desconcertante, porque ninguna de la diez ha velado, todas se quedaron dormidas. Lo cual significa que la vigilancia, en este caso, equivale a la sensatez de llevarse la provisión de aceite. ¿Qué significa esto en la práctica? Dos interpretaciones posibles La parábola se ha interpretado en dos líneas principales. Una concede especial importancia al aceite, viéndolo como imagen de la fe, del fervor, de las buenas obras, de lo que debemos estar provistos cuando llegue el esposo, Cristo. Otra no presta atención al aceite; lo importante es estar preparados ya, y no retrasarlo hasta un momento que resulte demasiado tarde. Esta segunda línea parece la más exacta, como lo demuestra su traducción al lenguaje moderno. Diez universitarios se acercan al fin de curso. Cinco han estudiado durante todo el año, asistido a las prácticas, tomado apuntes; otros cinco han empalmado movida con movida. En el momento de entrar al examen piden a los primeros que les pasen las respuestas. Los otros se niegan, como es lógico. El examen se prepara con tiempo, no se improvisa ni se copia. De todos modos, las dos interpretaciones se complementan. Si decimos: «Lo importante es estar preparados», ¿en qué consiste la preparación? «En llevar aceite de repuesto». Y ¿qué es el aceite? Mateo dejará claro dentro de dos domingos, en la parábola del juicio final, que el aceite del que debemos estar provistos son las buenas obras: dar de comer al hambriento, de beber al sediento, vestir al desnudo, etc. La clave de la 1ª lectura La primera lectura, tomada del libro de la Sabiduría, ofrece una perspectiva muy interesante. Se ha elegido porque su tema empalma con el de la sensatez de las cinco muchachas. En esta lectura, la sabiduría no es algo intelectual, un conjunto de conocimientos, sino una persona a la que se ama, se busca y se encuentra, o que se encuentra sentada a nuestra puerta esperándonos. Los primeros cristianos aplicaron esta imagen personalizada de la sabiduría a Jesús, que es la Sabiduría de Dios. Con esto, la parábola adquiere un sentido nuevo. ¿Cómo podemos estar preparados? ¿En qué consiste la vigilancia? En tener ese contacto con Jesús, pensar en Él, hablar con Él, dejarnos encontrar por Él. Para que no nos ocurra lo que dice el novio a las cinco muchachas insensatas: «No os conozco». La amistad con Jesús, la capacidad de diálogo con Él, no se improvisan. Hay que ejercitarlas todos los días para poder disfrutar luego del banquete de bodas. Sin olvidar que el segundo mandamiento es igual que el primero: el amor y la preocupación por el prójimo tampoco se improvisan. El evangelio de este domingo comienza marcando claramente la pretensión de Jesús: cómo situarnos ante la llegada del Reino de Dios. Y, nuevamente, recurre a una alegoría para poder comprenderlo. Mateo ha situado esta parábola dentro del discurso del anuncio del final de los tiempos y de la plenitud del Reinado de Dios. Ya nos ha dejado claro que no estamos abocados a un duro juicio sino a un banquete, una fiesta inclusiva pero que necesita de una disposición personal para ello. Jesús no parece querer identificarse con el novio; es ésta una interpretación muy posterior de la tradición cristiana. Lo que sí tendría sentido, en coherencia con el discurso de Jesús, es su voluntad de recordar la necesidad de una mayor vigilancia para vivir esa plenitud a la que todo ser está llamado a vivir.
Se trata de una parábola no siempre bien leída porque la palabra “doncellas o vírgenes” genera otros escenarios de significado ajenos a la narración y pueden despertar cierta incomodidad. Cuenta la parábola que unas doncellas esperaban al novio de una Boda que no terminaba de llegar. Las doncellas se agrupan en dos modos de esperar: las previsoras y las imprudentes. Para comprender esta parábola, es importante conocer el contexto cultural de la época. En la sociedad de Jesús podría darse el retraso del novio en una Boda porque se interpretaba como una complicación en la negociación sobre la dote o regalos para la novia. Esto daba más importancia a la novia y a sus familiares que estaban negociando para defenderla bien. Las amigas no casadas de la novia practicaban un ritual antes de darse el enlace que consistía en ir a buscar al novio con lámparas encendidas. El esposo solía llegar cuando los invitados comenzaban a cansarse y bajo el efecto del buen vino consumido. En esta espera todas las “doncellas” se duermen y son despertadas por el que vocifera que ya llega el novio. Las previsoras lo tenían todo preparado, las imprudentes buscan desesperadamente aceite para poder consumar el ritual. Ellas no pueden participar porque no tienen aceite, han ido a comprarlo y cuando llegan no pueden entrar, no son reconocidas y no les abren la puerta. ¿Hacia dónde nos conduce esta parábola? ¿Por qué el Reinado de Dios se parece a esta historia? El Reino de Dios no es una categoría humana sino divina, pero en esta vida humana puede ir desplegándose y encarnándose porque forma parte de nuestra identidad esencial. La vida humana transcurre en un doble dinamismo: dormir y despertar. No sólo en un sentido biológico, sino existencial. Cuando las muchachas despiertan se encuentran con dos realidades diferentes: las imprudentes entran en pánico, sienten la carencia, buscan desesperadamente, y en el lugar equivocado, el aceite que pueda encender la luz. Intentan pedirlo prestado, comprarlo, pero, al parecer, no llegan a tiempo. Cuando vivimos desde esta dejadez de lo que es esencial, nos encontramos con esta realidad de vacío que intentamos llenar y compensar cediendo a nuestro “ego” todo el poder; y nos empeñamos en ser quienes no somos. Nos revestimos de una imagen irreal, irreconocible, como les ocurre a las imprudentes al llamar a la puerta. Las muchachas previsoras, al despertar, se encuentran una realidad de abundancia y pueden encender la luz. No tienen ya que comprar nada porque estaban situadas en la corriente que avanza hacia la plenitud; son portadoras de luz porque han sabido gestionar responsablemente el aceite de la vida; han facilitado el ritmo natural de la “boda” y no ha sido necesario llamar a la puerta porque ya estaban dentro. Han ido conectando con la fuente del aceite necesario para despertar a una nueva conciencia que es luz y disposición para llegar a ser lo que son como posibilidad. DESPERTAR no es desperezarse del letargo de la noche y del sueño; DESPERTAR es vivir la noche y el día desde esta conciencia de que la vida no es una compraventa de lo que somos en esencia, sino una consciente decisión de vivir lo que SOMOS. Y el impacto de esta posición ante la vida repercute no sólo en nuestra conciencia sino en quienes son semejantes; es reconocer que todo fondo humano está llamado a despertar en la luz, que todo ser lleva en sí una dignidad por la que merece la pena empeñarse en que se reconozca. En estos momentos de incertidumbre, de oscuridad social, sanitaria, económica, mantengamos las lámparas encendidas para que tod@s lleguemos a SER en conexión a la misma Fuente. ¡¡¡FELIZ DOMINGO!!! El Papa Jorge Mario Bergoglio venido del Nuevo Mundo, y el primer jesuita de la historia que ha llegado a Papa, recoge y merece elogios de muchos y recibe piropos de todas partes.
Dicen de él, por ejemplo, que “en estos momentos en que faltaba un líder mundial, él aparece como su líder” (Arzobispo, R. Blásquez); “con “Fratelli Tutti” mis sueños están cumplidos” (obispo, N. Castellanos); “déjense estimular por las propuestas del Papa” (obispo, Víctor Fernández a los empresarios); “el Papa reivindica un mayor protagonismo a las mujeres” (J. Bastante); “la Casa del Papa para los refugiados ya está en Roma” (Villa Serena); “Francisco ha inaugurado una primavera eclesial” (José Manuel Vidal). Y así toda una retahíla de alabanzas, apologías y aplausos caen diariamente, y desde muchos ángulos del mundo, sobre este hombre modesto, sin blanca, escaso de salud, moderado en su hablar, siempre sobrecargado de tarea, siempre abocado a los demás, de paso apocado. Pero, en todas las acciones, procesos y maniobras que llevamos a cabo los humanos, siempre hay, por desgracia o por suerte, quien añada a los hechos su visión y su punto de vista. Claro que también en esa operación pueden salir sandeces, intrigas y torpezas, que nosotros rechazamos por vocación. Por tanto, intentamos escribir nítidamente, amigablemente, aunque con ese sol como reluce por todas partes, parezca que queremos prender fuego por doquier. Nada de eso. Y vamos al grano. No falta quien pida al Papa que, por favor, acelérela marcha y apresure el paso que el tiempo vuela y el mundo es grande y hay mucho para otear, indagar, descubrir, predicar, deshacer y rehacer, formar y conformar. Que a paso de buey muy poco se adelanta y eso resulta ser “un quiero y no puedo”. Así los mansos, si así podemos llamarlos, alaban que “al peligro se vaya con tiento y no menos con tiempo” y que cada dos por tres se tenga que chillar y gritonear “Agárrense, que viene curva” ¿Es que siete años de mando no son suficientes para haber consultado con la almohada tantos reveses, tanta corrupción, tantos desmanes, tanto daño y tantísimo para cambiar. ¿Será porque “a la olla que hierve, ninguna mosca se atreve”? ¿Quién es el valiente que da el primer paso, que acalla al cercano enemigo que saca metralla y defiende el castillo a batir? “Las cosas de palacio van despacio” –arguye el que manda en la operación, pero le contestan los inquietos compañeros: cierto que “oír, ver y callar es cosa de obrar y alabar”, pero ¿“ver las orejas al lobo es cosa también de obrar y alabar”? ¿Es que el Papa no oye el quejido que desde todas partes claman las mujeres pidiendo más poder y responsabilidades dentro de la Iglesia? ¿No hay numerosos obispos en la vieja Europa, en la cristiana América Latina, en las nuevas cristiandades de África y Asia que piden a gritos que no disponen de ministros que guarden el redil y lo alimenten con el pan de vida eterna a través de los sacramentos del Bautismo, Penitencia, Eucaristía, Confirmación, Extremaunción, Orden Sacerdotal y Matrimonio? ¿Es que Francisco no ha visitado medio mundo y ha visto con sus propios ojos que los grandes seminarios que muchas diócesis de la cristiandad edificaron a base de sacrificios inmensos de los fieles, al cabo de 50 años de edificados están totalmente vacíos y los que funcionan se dedican ahora a otros menesteres que no son propiamente aquellos a los que querían quienes, con tanto celo y esperanza, contribuyeron a su edificación? Y ¿que a la vez en estos últimos 50 años han dejado el sacerdocio promesas grandes un tiempo para el porvenir de la Iglesia y sus Misiones? Muchos o no pocos de estos exsacerdotes volverían al ministerio dejado si se les admitiera en las condiciones en que se encuentran con esposa e hijos, pero también con su semilla de una fe firme y no muerta y su vocación apostólica, no mermada. A ellos se unirían un alud de hombres casados –ahora ya tal vez diáconos- que en este momento sostienen la Iglesia con una donación digna de encomio, pero faltos de medios y de una filiación más notoria, legal y clara, recibida del Papa o sus obispos. Sabemos que todos esos cambios, tan radicales en la Iglesia, son rabiosamente rechazados por un sector no pequeño de obispos y sacerdotes (“¿quién es tu enemigo, el de tu oficio!), que prefieren ver el estado tan deprimente que vive la Iglesia en esta tercera década del siglo XXI, esperando sin duda que volverán aquellos tiempos en que cada diócesis, cada año, un grupo de diez o más jóvenes recibían el sacramento de la Ordenación Sacerdotal y se destinaban a que cada ciudad o pueblo, por pequeño que fuera, tuviera su Párroco y sus Vicarios que necesitaba. Pero, hay otro sector que abandera la promoción del sacerdocio para la mujer dentro de la Iglesia, ejerciendo el poder y responsabilidades y oficio que hasta ahora ha mantenido sólo el varón. Con elemento femenino en la Iglesia, entraría en ella un nuevo estilo de ser y de actuar: un ser y una actuación más maternal, más cercana, más fina. La mujer es más intuitiva, más diestra, más hábil y observadora en las cosas, más afín a su estado como mujer. De cosas del pueblo, de la Parroquia, “sabe más que Lepe”. El hombre es, por ser varón, ¿más inteligente que la mujer? Falta probarlo. Ella, eso sí, es más certera cuando escudriña y sopesa y ha de describir la familia, la niñez, la juventud, la política, la religión, el matrimonio, la sociedad…. El gran problema que mantiene hoy la Iglesia con la mujer es que la Iglesia con la mujer sería otra Iglesia y hacer la intentona de abrir esa puerta, sería creer uno que con eso se agarra a un clavo ardiendo y que después tal vez podría pasar las de Caín. Para otros, constituiría poner una pica en Flandes, una victoria total, un pensar en que, si Dios da la llaga, da también la medicina; lo que está de Dios, a la mano se viene; sólo Dios acierta a reglar con regla tuerta; que venga Dios y lo vea; Casa de Dios, casa de “todos”. Para otros, lo mejor es aplazar, dejar el problema para el siguiente. Y este siguiente se romperá la cabeza con las mismas dudas e interrogantes. Y así van a pasar años, tal vez siglos. Y todo sucederá porque se seguirá pensando que ellos mismos se bastan y que con la compañía de la mujer la Iglesia está más cerca de provocar escándalos que de recibir con ello una compensación, una ayuda, una renovación. He aquí el ensayo, el programa, la teoría que siempre ha defendido un sector de la Iglesia, capitaneado por grandes santos y doctores de la Iglesia. Mientras no se vea clarísimo que los beneficios de la admisión de la mujer en la Iglesia pesan más que los inconvenientes que pueda traer ella, se mantendrá vivo el interrogante y la puerta estará cerrada a esa abertura de la Iglesia a un hecho de tal naturaleza. Mientras tanto, la Iglesia irá languideciendo, desapareciendo y quedando sólo en el centro de cada ciudad, cada pueblo, como monumento histórico, memoria de piedra del pasado. “No hay atajo sin trabajo” –le decimos al Papa Francisco. Y también “asiento en alto, temor y sobresalto”. Es lo que sin duda acapara el Papa Francisco ante esa obra ingente y gigante que le espera a él y no poco al que le pueda suceder en el cargo. Las leyes las imponemos nosotros, pero nuestra naturaleza, nuestro destino –como estamos viendo con la COVID-19– destruye las normas, planes y deseos de los hombres y nos invita a ver caminos nunca imaginados y que tal vez habíamos tenido en menos y despreciables y despreciados. Padre Bergoglio: “Al mejor cazador se le escapa la liebre”. No vaya a ser Vd. ese cazador que, siendo Vd. tan ducho, experto y asendereado en la materia, la liebre se le pueda escabullir… POST DATA- Sepa el Papa Francisco que ha escrito estas líneas un jesuita, que, como teólogo, entró en la provincia jesuítica de Argentina, mientras él entraba de novicio en la misma Provincia al cabo de dos semanas, allá en febrero y Marzo de 1958. No nos conocimos personalmente porque él se incorporó al noviciado de la ciudad argentina de Córdoba y yo entré en el Colegio Máximo de San Miguel de Buenos Aires, donde permanecí tres años. Valga esta coincidencia, como signo de la empatía que yo me aplico con el Papa Bergoglio y que espero él tenga también conmigo. Gracias. En el cementerio solo olvidamos unas viejas lágrimas a poner al sol y secar. Se acerca el "día de los muertos", pero las mejores flores no las colocaremos en el frío mármol, sino en el altar de la vida. Mármol para los que carecen de techo y de casa, no para los que vuelan. Lo último que desean nuestros seres queridos es asirnos a esa piedra negra, a esa honda pena.
Se acerca el "día de los muertos", pero teclado en mano queremos cantar a la vida. Es, se consuma, encarna, se realiza aquello que nosotros y nosotras cantamos. Ésa es la Ley insoslayable. No existe aquello que no cantamos, que no creemos, que no alumbramos. Los tiempos del coronavirus son también los de cantar unidos a la Vida que nunca expira. El momento del obligado perimetraje físico es el de glosar una eternidad sin límite alguno. En la hora de la angustia desbocada vamos a cantar al amor de Dios, Aquél que nunca, nunca se acaba. El Dios de la compasión infinita no frecuenta casinos. No se entretiene a la ruleta. Esto no es un virus ciego, una lotería que a unos toca y a otros no; esto es un plan de estancia en esta escuela con un curso que ya estaba programado, con un vuelo al Hogar de pasaje ya reservado. Dice la Sabiduría sin tiempo ni nombre que la muerte la creamos nosotros a fuerza de pensamiento, de creer en ella. Viven los seres que amamos, en otra esfera, en otra morada y luz. El mármol negro nunca impidió el aleteo de las almas. La sepultura no podía atrapar, la tierra no podía retener a quienes estaban destinados a la eternidad. Sigue el mismo discurso. Después de las controversias, Mateo sigue hablando para su comunidad y poniendo en boca de Jesús lo que quiere decir él a aquellos cristianos. Su intención es hacer ver la diferencia entre el antiguo Israel y la nueva comunidad. En el relato de hoy, Jesús no habla a los fariseos, sino a la gente y a sus discípulos. Mateo pide a su comunidad que no caiga en los mismos errores que critica. Su preocupación está justificada, porque el cristianismo cayó muy pronto en un fariseísmo peor que el judío.
Nos llevaría demasiado tiempo el explicar cada una de las frases que hemos leído. Vamos a revisar solo algunas. La verdad es que hoy no se necesita ninguna exégesis especializada. Se entiende todo perfectamente. Otra cosa es que nos interese, de verdad, seguir las directrices del evangelio. De muchos, que se encuentran hoy sentados en cátedras, se podía decir lo mismo que el evangelio dice a los fariseos. ¡Qué poco han cambiado las cosas! El texto sigue teniendo una rabiosa actualidad. El ambiente reflejado en este texto no es el del tiempo de Jesús, sino el de la comunidad de Mateo. Los furibundos ataques contra los fariseos, que aparecen en los evangelios, seguramente no corresponden a Jesús, sino a una situación que comienza a partir de la muerte de Jesús y se agudiza a partir de la destrucción del Templo en el año 70. Desaparecido el sacerdocio y el culto, los fariseos se hicieron con el absoluto control del judaísmo e impusieron a todos su manera de pensar. Solo entonces decidieron expulsar del judaísmo a los cristianos y declararles formalmente herejes. Lo que reflejan los evangelios es la reacción de los cristianos contra esos fariseos, que se mantuvo a través de los siglos. En el texto de hoy encontramos dos pistas para descubrir que esas palabras no las dijo Jesús: a) Nunca pudo decir que el único Señor era él mismo. b) La denominación de “hermanos”, que el evangelista pone en boca de Jesús, fue un distintivo de la primera comunidad cristiana. El saber que no lo dijo Jesús no resta un ápice la importancia de la advertencia a aquellas primeras comunidades. Ellos no hacen lo que dicen. No es exacto que los fariseos fueran por definición “fariseos”. Eran cumplidores, pero su rigorismo en la interpretación de la Ley les obligó a disimular que eran incapaces de cumplirla, para poder seguir exigiendo a los demás lo que ellos no hacían. Pero el engaño mayor consistía en exigirles, en nombre de Dios, unas prácticas que no les podían traer salvación, porque solo eran preceptos humanos. Cargan a la gente con fardos pesados e insoportables. Eran 613 los preceptos que tenía que cumplir todo israelita para ser fiel a la Ley; según algunos, todos tenían la misma importancia. En ese fárrago de prescripciones, la vida humana quedaba aprisionada y las personas sumidas en una frustración alienante. Recordemos que Jesús había dicho: “Mi yugo es llevadero y mi carga ligera”. Todo lo que hacen es para que los vea la gente. Cuando se pone la perfección en el cumplimiento de normas externas, solo caben dos salidas: En la medida que la alcances, la soberbia. Soy más que los demás y puedo mirarlos por encima del hombro. En la medida que no la alcanzas, la simulación. Lo que los demás piensen de mí es más importante que lo que soy realmente. De ahí el afán por exagerar todos los signos externos de religiosidad. Muchos cristianos de hoy estamos es esa misma dinámica. Vosotros, en cambio... Aquí tenemos la clave del texto. La nueva comunidad no debe comportarse como los fariseos, sino desde la autenticidad. Esto es lo que quiere dejar claro Mateo. El mensaje central del evangelio consiste en abandonar todo intento de superioridad y entrar en una dinámica de servicio incondicional a los demás. Cuando Jn habla del pecado del mundo, se refiere siempre al oprimir o al dejarse oprimir. “No os dejéis llamar maestros, no llaméis a nadie padre, no os dejéis llamar jefes”. ¡Qué poco dura lo auténtico! Seguramente ya se empezaba a estructurar la comunidad y ya había, en aquella época, quien quería ser más que los demás. Los seres humanos somos capaces de remover el cielo y la tierra, con tal de justificar el estar pon encima de los demás y de alguna manera utilizarlos en beneficio propio. El primero entre vosotros será vuestro servidor. Jesús exige lo que él vivió. El mismo Jesús comenta en otro lugar: “lo mismo que el Hijo de hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos”. Recordad que cuando Juan dice “dar su vida”, no emplea “zoe” ni “bios”, sino “psiques”. No está hablando de la vida biológica, que entregó en la cruz, sino de la vida psicológica (propiamente humana) que pone al servicio de los demás durante toda su andadura. Ciertamente, a primera vista el principal reproche se hace a los superiores. A ello nos empuja también la primera lectura. Sin duda ninguna, la jerarquía debía hacer un serio examen de conciencia partiendo de estas palabras del evangelio y de otras que van en la misma dirección, pero los títulos se los damos nosotros. Una vez más debemos recordar que Jesús no lanza sus diatribas contra la autoridad, sino contra la autoridad que se ejerce como poder. El que quiera ser primero, que sea el último y el servidor de todos. La Iglesia empezó muy pronto a organizarse copiando en su estructura el organigrama del imperio. Poco a poco, le fue dando más importancia al poder, y terminó sacralizándolo, en contra del evangelio. Una vez que entró por esa dinámica, no ha visto la manera de salir de ella. Desde la Edad Media, se han alzado en todas las épocas voces en contra de la estructura de poder (jerarquía) de la Iglesia Romana. Nadie ha sido capaz de emprender con éxito esa renovación. Juan Pablo I lo anunció, pero no vivió para realizarla. No toda la culpa la tienen los superiores. Un examen cuidadoso de la psicología humana, nos llevara a descubrir, que somos los inferiores los que tendemos a buscar el refugio de otras personas en las que depositamos la confianza para encontrar seguridad, a cambio de que nos liberen de las responsabilidades, aunque eso suponga un cierto grado de sumisión. La carga de que me libero parece mayor de la que supone la sumisión. Esta es la trampa, porque actuando de esta manera renunciamos a la libertad responsable. Obedecer órdenes no te garantiza el cumplimiento de la voluntad de Dios. Ser fiel a Dios es ser fiel a ti mismo, a tu auténtico ser. Lo que Dios quiere de ti, te lo está diciendo Él desde dentro de ti mismo. Entre Dios y tú no puede haber intermediarios. Todo el que quiera doblegar tu voluntad, en nombre de Dios, te está engañando. Es verdad que nunca podremos alcanzar la plenitud en soledad, pero los demás, todos los demás, tienen que ayudarme a descubrir la meta de esa plenitud, mostrándome el camino para alcanzarla o indicándome los errores que me lo puedan impedir. Meditación En el orden espiritual todos valemos lo mismo. Todo lo que somos se lo debemos a Dios y Dios da a todos por igual porque se da Él mismo. Mi tarea consiste en descubrir y vivir esa realidad. Si la descubro también en los demás, la tentación de creerme superior desaparece. Los protagonistas de las tres lecturas (hoy tendré también en cuenta la segunda) son las personas que deberían estar al servicio de la comunidad. Unos se portan mal con Dios y con el prójimo; Pablo se entrega por completo a sus cristianos.
El mal ejemplo de los sacerdotes (1ª lectura) La primera lectura nos traslada a Judá en el siglo IV a.C. Por entonces, los judíos están sometidos al imperio persa. No tienen rey, sólo un gobernador, y los sacerdotes gozan cada vez de mayor poder y autoridad. Pero no lo ejercen como correspondería. Contra ellos se alza este profeta anónimo (Malaquías no es nombre propio sino título; significa “mi mensajero”). Las acusaciones que hace a los sacerdotes son muy duras, pero parecen muy genéricas: no dar gloria a Dios, no obedecerle, no guardar sus caminos, hacer tropezar a muchos. Si la liturgia no hubiese mutilado el texto, quedarían claras algunas de las cosas con las que los sacerdotes desprecian a Dios: ofreciendo sobre el altar pan manchado, animales ciegos, cojos, enfermos o incluso robados. En definitiva, no dan importancia al altar ni a lo que se ofrece a Dios. El mal ejemplo de los escribas y fariseos (evangelio) En los domingos anteriores leíamos diversos enfrentamientos de grupos religiosos judíos con Jesús. Ahora le toca a él contraatacar. Y lo hace con un discurso muy extenso, del que hoy sólo se lee la primera parte, dirigido contra los escribas y fariseos, los principales representantes religiosos de los judíos después del año 70 (cuando los romanos incendiaron el templo de Jerusalén, los sacerdotes pasaron a segundo plano porque no podían ejercer su función cultual). Los escribas eran los especialistas en la Ley de Moisés, algo así como nuestros canonistas y moralistas. Los fariseos eran los seglares piadosos, que se esforzaban sobre todo por cumplir las normas de pureza y por pagar el diezmo incluso de lo más pequeño. Ni buen ejemplo ni buena enseñanza El discurso comienza con una afirmación llena de ironía. Aparentemente distingue entre lo que dicen y lo que hacen. Lo que dicen es bueno, lo que hacen... es que no hacen nada. Sin embargo, esta afirmación hay que matizarla teniendo en cuenta el resto del evangelio. Entonces se advierte que Jesús no está de acuerdo con la enseñanza de escribas y fariseos, porque en otras ocasiones ha mostrado su desacuerdo con ellos, e incluso ha puesto en guardia a los discípulos contra su doctrina («la levadura de los escribas y fariseos»). Así lo demuestra la referencia a su enseñanza: toda ella se resume en agobiar a la gente con cargas pesadas, que ellos no se molestan en empujar ni con el dedo. Por consiguiente, la única forma adecuada de interpretar las palabras iniciales es la ironía. Jesús está en desacuerdo con la conducta de escribas y fariseos, y también con su enseñanza. Filacterias y alzacuellos, borlas y colorines El discurso sigue con el mismo enfoque irónico. Después de afirmar que «no hacen», dice que hacen muchas cosas, pero todas para llamar la atención. Y se detiene en algo a lo que Jesús daba mucha importancia: la forma de vestir. Las filacterias eran pequeñas cajas forradas de pergamino o de piel negra de vaca que contienen tiras de pergamino en las que están escritos cuatro textos bíblicos (Dt 11,13-22; 6,4-9; Ex 13,11-16; Ex 13,2-10). Desde los trece años, durante la oración de la mañana en los días laborables, el israelita varón se ponía una sobre la cabeza y otra en el brazo izquierdo, pronunciando estas palabras: «Bendito seas, Yahvé, Dios, Rey del Universo, que nos has santificado por tus mandamientos y que nos has ordenado llevar tus filacterias». Mateo alude a una costumbre de los judíos beatos, que llevaban las filacterias todo el día y agrandaban las borlas para hacerlas más visibles. El origen de las borlas se remonta a Nm 15,38s: «Di a los israelitas: Haceos borlas y cosedlas con hilo violeta a la franja de vuestros vestidos. Cuando las veáis, os recordarán los mandamientos del Señor y os ayudarán a cumplirlos sin ceder a los caprichos del corazón y de los ojos, que os suelen seducir». Los judíos beatos agrandaban esas borlas que llamar la atención. Escribas y fariseos caen en estos defectos, a los que se añaden otros detalles de presunción. Ni rabí, ni monseñor, ni padre Mateo, que no quiere limitarse a ironizar, sino que desea evitar los mismos peligros en la comunidad cristiana, termina esta parte introductoria exhortando a evitar todo título honorífico: maestro, padre, consejero. En su opinión, no se trata de una cuestión secundaria: el uso de estos títulos equivale a introducir diferencias dentro de la comunidad, olvidando que todos somos iguales: todos hermanos, hijos del mismo Padre. Más aún, esos títulos significan desposeer a Dios y al Mesías de la dignidad exclusiva que les pertenece, para atribuírsela a simples hombres. Por eso, frente al deseo de aparentar de escribas y fariseos, el principio que debe regir entre los cristianos es que «el más grande de vosotros será servidor vuestro». Y el que no esté dispuesto a aceptarlo, que se atenga a las consecuencias: «A quien se eleva, lo abajarán, y a quien se abaja, lo elevarán». Una anécdota que viene a cuento Me contaban hace poco que un compañero fue a visitar a un cardenal. Cometió el tremendo error de llamarle “Excelencia” (título de un obispo) en vez de “Eminencia”. Al interesado se le mudó la cara ante tamaña ofensa. Y mi compañero no consiguió lo que pedía. El buen ejemplo de Pablo (2ª lectura) Por pura casualidad, y sin que sirva de precedente, la segunda lectura de hoy se puede relacionar con las otras dos. Frente al mal ejemplo de desinterés, autoritarismo, vanidad y presunción, Pablo ofrece un ejemplo de entrega absoluta a los cristianos de Tesalónica, como una madre, trabajando día y noche para no resultarles gravoso. |
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