No te extrañe que te escriba. Si ya ¡hasta he escrito cartas a Dios! Me pasa que, de tanto escribir, pienso mucho mejor escribiendo. Y como el escribir a solas es aburrido, imaginarme un interlocutor me inspira más. Esta vez has sido tú la víctima, porque tengo alguna pregunta perdida por ahí…
No voy a preguntarte si fuiste tú la primera testigo de una aparición del Resucitado (como cuenta Juan) o si fue todo el grupo de mujeres (como cuenta Mateo) o si, como narra Marcos, las mujeres salisteis todas asustadas sin decir nada a nadie. Sabemos ya que estos interrogantes, tan importante para nuestra curiosidad (que no para nuestra fe), eran ajenos a las intenciones de los evangelistas que, además, se debieron encontrar con distintas tradiciones orales, en parte coincidentes y en parte distintas. Sé que lo importante para los evangelistas en este caso es el dato de que el Resucitado se refiere a los apóstoles como “mis hermanos”, y en esto coinciden tanto Mateo como Juan. Lo importante es esa nueva situación nuestra desde la Resurrección de Jesús. Pero me queda otra pregunta que puede tener más significado. No sé si tú eres la misma prostituta de aquella escena que cierra el capítulo 7 del evangelio de Lucas. Antes se daba por cierta esa identificación, quizá un poco a la ligera, pues Lucas nunca dice que esa escena de la pecadora ocurriera en Magdala, aunque es verdad que, solo 2 versículos después, nos cuenta que la primera de las mujeres que acompañaban a Jesús era “María, la llamada Magdalena, de la cual habían salido siete demonios”. Estos son los datos que yo conozco y creo que con ellos no se puede llegar a ninguna conclusión cierta. Hoy hay muchos que dan por evidente la no identificación entre la prostituta de Lucas 7 y tu persona. Me pregunto si no es más por razones afectivas que por argumentos científicos… Quizá se pueda añadir que, dado lo que eran los villorrios de en torno al lago por donde Jesús se movía, Magdala era uno los poquísimos que podían tener una prostituta, dado que tenía industrias de salazones (para llevar el pescado a Jerusalén) y eso le daba un aire más urbano y un nivel de vida superior a los del entorno. Flavio Josefo dice que tenía unos 40.000 habitantes pero tampoco son cifras seguras. Creo que no podemos decir nada más. Pero si me intereso por tu identidad, creo que no es sino por pura curiosidad sino porque esa pregunta científica puede esconder otra cuestión mucho más seria. Me explico: Dos o tres veces he visto por ahí este título: “María Magdalena no era una prostituta”. Cabría preguntar al autor o autora que cómo lo sabe. Pero yo prefiero preguntarle si dice eso queriendo reivindicarte y defenderte a ti. Pues esa voluntad de “desfacer entuertos” a lo don Quijote, refleja una definición de la prostituta como pecadora. Y esa es una definición totalmente machista, hecha desde una óptica masculina. Por supuesto habrá habido, y hay, algunas prostitutas que sean verdaderas pecadoras: como aquellas rameras contra las que avisa el libro bíblico de Ben Sira. Pero ese calificativo no vale para la mayoría de ellas. En la mayoría de los casos la prostituta no es una pecadora sino una víctima. Y el poder patriarcal ha impuesto como evidente el primer adjetivo, como suele hacer también nuestra economía machista cuando nos dice que los pobres lo son “por su culpa”. Y claro que algunos lo serán por eso. Pero la mayoría no. Hace ya bastantes años escuché decir a Iñaki Gabilondo, en un programa de televisión, que más del 90 % de las prostitutas que hay en España lo son contra su voluntad. Pero ahí siguen. Con nuestra indiferencia ante esa tremenda tragedia, el verdugo queda libre de culpa y la víctima se convierte en culpable. Y repito: eso no es verdad en la mayoría de los casos. Por eso me duele que una rama del feminismo actual (el que llamo feminismo burgués), nunca haya abierto la boca para protestar contra tamaña calumnia: ¡como si esas pobres prostitutas no fueran mujeres de las que debería preocuparse todo feminismo auténtico! Si tú, querida Magdalena eras de ésas, como sospecho, me entenderás mejor que esas pseudofeministas: sabrías muy bien que uno de los mayores sufrimientos de cualquier víctima lo provoca el hecho de no poder verse reconocida como víctima ni como maltratada. Y solo Dios sabe la cantidad de lágrimas ahogadas, o derramadas en la soledad y el silencio, que ese dolor ha provocado en la mayoría de las prostitutas. Concreciones de ese dolor hay muchas: es típica la crueldad irresponsable del macho que se niega a ponerse un preservativo aún a riesgo de contagiar a la pobre mujer. Es tópica esa relación en la que el eufemísticamente llamado “cliente” se encapricha con una muchacha y juega con ella: cuando ella busca cariño, la maltrata, pero cuando quiere dejarlo de una vez, se pone amoroso y tierno y la engaña. Es más frecuente de lo que pensamos que la relación sexual acabe con violencia física (moratones, mordiscos y demás golpes…), porque el hombre no soporta la dependencia que le ha creado aquella mujer o su propio descontrol sexual, y se venga castigándola a ella en lugar de castigarse a sí mismo. Para otros casos en los que hay cambio constante de pareja, he oído dos veces a hombres casados el comentario de que “cada día la misma comida, cansa”. A lo que intenté responder que si tu mujer y las otras son para ti solo un plato, ya no hay más que hablar. Y clama literalmente al cielo la situación de tantas muchachas, secuestradas como esclavas a las que se les ha robado la documentación, se les ha impuesto una deuda bien alta, real o ficticia, que las mantiene sometidas, y ni se les permite salir de casa para que no puedan escapar. Por todo eso, Magdalena admirada, amiga íntima de Jesús, siento mucho que el evangelista Lucas no aclarase más tu identidad. En el caso de que fueras aquella pecadora que unge a Jesús al final del capítulo 7 de Lucas, entrando en la casa del fariseo que le había invitado a comer, siento mucho que el evangelista, quizá por honestidad narrativa, no diga nada de qué fue lo que provocó esa conducta tuya. Me hubiera gustado saber cuál fue para ti eso que llama La puerta abierta, una gran película que solo podía ser hecha por una mujer. Saber si hubo alguna forma de encuentro previo: quizás una mirada furtiva y tierna que derritió todas tus murallas interiores, o si fue solo la fama y lo que oías decir de Jesús la que te dio suficiente fuerza, suficiente locura y suficiente arrojo como para jugártelo todo a una carta difícil, corriendo aquel riesgo con la certeza de que era un “ahora o nunca”. Tu fe te salvó, como solía decir el Maestro. Nunca sabremos si eras tú o no la pecadora de esa escena que cuenta Lucas. Pero al menos se nos dice que habían salido de ti “siete demonios” (y 7 es número de plenitud). En cualquier caso, no estoy nada seguro de que decir que María Magdalena no era una prostituta, sea una forma de defenderla y ensalzarla. Tú sabes bien que si lo mejor de la tradición cristiana (que es lo menos conocido de ella) te llamó pecadora, no fue para denigrarte como mujer, sino para recordarnos que el amor del Dios es capaz de sacar del mayor pecador una santidad superior a las de todos los buenos, siempre tan amenazados por esa tentación del fariseísmo. Temo pues que quien da por seguro que no fuiste una prostituta cuando los argumentos históricos son tan dudosos, todavía no haya sabido llevar a cabo aquel programa de J. B. Metz, de ir “más allá de la religión burguesa”. Y me confirmo otra vez en que una de las cosas en que más difieren la fe cristiana y la religión burguesa es en el concepto de dignidad. Más cerca está el cristianismo del molesto Max cuando afirma (en el Manifiesto…) que “la burguesía ha llegado a hacer de la dignidad personal un mero valor de cambio”. Y si de veras fuiste una “víctima” en el sentido que he intentado describir aquí, cobra mucha hondura la otra escena de tu encuentro con el Resucitado en el capítulo 20 de Juan y aquella sola palabra que te abrió los ojos: “¡María!”. Nada más.
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Por fin estamos en Jerusalén. Lc ya ha narrado la entrada solemne y la purificación del Templo. Sigue la polémica con los dirigentes. Los saduceos, que tenían su bastión en torno al templo, entran en escena. Era más un partido político que religioso. Estaba formado por la aristocracia laica y sacerdotal. Preferían estar a bien con la Roma y no poner en peligro sus intereses. Solo admitían el Pentateuco como libro sagrado. Tampoco admitían la tradición. No creían en la resurrección. Jesús no responde a la pregunta. Responde a lo que debían haber preguntado.
El planteamiento responde a una visión mítica. Lo que encerraba una verdad desde esa visión, se convierte en absurdo cuando lo entendemos racionalmente desde nuestro paradigma. Pensar y hablar del más allá es imposible. Es como pedirle a un ordenador que nos de el resultado de una operación sin suministrarle los datos. Ni siquiera podemos imaginarlo. Puedo imaginar lo que es una montaña de oro aunque no exista en la realidad, pero tengo que haber percibido por los sentidos lo que es el oro y lo que es una montaña. No tenemos ningún dato que nos permita imaginar el más allá, porque todo lo que llega a nuestra mente ha entrado por los sentidos. Las imaginaciones para el más allá carecen de sentido. Lo único racional es aceptar que no sabemos absolutamente nada. El instinto más visceral de cualquier ser vivo es la permanencia en el ser; de ahí que la muerte se considere como el mal supremo. Para el ser humano, con su capacidad de razonar, ningún programa de salvación será convincente si no supera su condición mortal. Si el hombre considera la permanencia en el ser como un valor absoluto, también considerará como absoluta su pérdida. Todos los intentos por encontrar una salida son inútiles. Todos queremos ser eternos en nuestro yo individual porque no hemos descubierto nuestro verdadero ser más allá de nuestra contingencia. Esa contingencia no es un fallo, sino mi propia naturaleza; por lo tanto no es nada que tengamos que lamentar ni de lo que Dios tiene que librarnos, ni ahora ni después. Mis posibilidades de ser las puedo desplegar aquí y ahora, a pesar de esa limitación. No creo que sea coherente el postular para el más allá un cielo maravilloso mientras seguimos haciendo de la tierra un infierno. Nuestro ser, que creemos autosuficiente, hace siempre referencia a Otro que me fundamenta, y a los demás que me permiten realizarme. La razón de mi ser no está en mí sino en Otro. Yo no soy la causa de mí mismo. No tiene sentido que considere mi propia existencia como el valor supremo. Si mi existir se debe al Otro, Él será el valor supremo también para mi ser individual y aparentemente autónomo. Si el Otro, desde su ser permanente, se relaciona conmigo, esa relación no puede terminar y mi relación con Él también lo será eterna. El pueblo de Israel empezó a reflexionar sobre el más allá unos 200 años antes de Cristo. El concepto de resurrección no se acuñó hasta después de las luchas macabeas. Los libros de los Macabeos se escribieron hacia el año 100 a C. El libro de Daniel se escribió hacia el año 164 a C. Anteriormente solo se pensó en la asunción al “cielo” de determinadas personas que volverían a la tierra para llevar a cabo una tarea de salvación; no se trataba de resurrección escatológica sino de una situación de espera en la reserva para volver. Para los semitas, el ser humano era un todo, no un compuesto de partes. Se podían distinguir en él, distintos aspectos: a) Hombre-carne. b) Hombre-cuerpo. c) Hombre-alma. d) Hombre-espíritu. Por otro lado, los filósofos griegos consideraron al hombre como compuesto de cuerpo y alma. Afirmaban la inmortalidad del alma, pero no concedían ningún valor al cuerpo; al contrario lo consideraban como una cárcel. La muerte era una liberación, una ascensión. Los semitas, al no conocer un alma sin cuerpo, no podían imaginar un ser humano sin cuerpo. Ni siquiera tienen una palabra para esa realidad desencarnada. Tampoco tienen un término para expresar el cuerpo sin alma. La doctrina cristiana sobre el más allá, nace de la fusión de dos concepciones del ser humano irreconciliables, la judía y la griega. Lo que hemos predicado los cristianos hubiera sido incomprensible para Jesús. La palabra que traducimos por alma quiere decir simplemente “vida”. Y la palabra que traducimos por cuerpo, quiere decir persona. El NT proclama la resurrección de los muertos. Aunque nosotros hoy pensamos en la supervivencia del alma, no es esa la idea que nos quiere trasmitir la Biblia. Nos hemos apartado totalmente del pensamiento de la Biblia y ha prevalecido la idea griega, aunque tampoco la hemos conservado con exactitud, porque para los filósofos griegos no se necesitaba ninguna intervención de Dios para que el alma subsistiera y la resurrección del cuerpo era un flaco favor. La base de toda reflexión sobre al más allá está en la resurrección de Cristo. La experiencia que de ella tuvieron los discípulos es que en Jesús, Dios realizó plenamente la salvación de un ser humano. Jesús sigue vivo con una Vida que ya tenía cuando estaba con ellos, pero que no descubrieron hasta que murió. En él, la última palabra no la tuvo la muerte sino la Vida. Esta es la principal aportación del texto de hoy: “serán como Ángeles, serán hijos de Dios”. ¿Cómo permanecerá esa Vida que ya poseo aquí y ahora? Ni lo sé ni puedo saberlo. No debemos rompernos la cabeza pensando como va a ser ese más allá. Lo que de veras me debe importar es el más acá. Descubrir que Dios me salva aquí y ahora. Vivenciar que hoy es ya la eternidad para mí. Que la Vida definitiva la poseo ya en plenitud ahora mismo. En la experiencia pascual, los discípulos descubrieron que Jesús estaba vivo. No se trataba de la vida biológica sino la Vida divina que ya tenía antes de morir, a la que no puede afectar la muerte biológica. Los cristianos hemos tergiversado hasta el núcleo central del mensaje de Jesús. Él puso la plenitud del ser humano en el amor, en la entrega total, sin límites a los demás. Nosotros hemos hecho de esa misma entrega una programación. Soy capaz de darme, con tal que me garanticen que esa entrega terminará por redundar en beneficio de mi ego. Lo que Jesús predicó fue que la plenitud humana está precisamente en la entrega total. Mi objetivo cristiano debe ser deshacerme, no garantizar mi permanencia en el ser. Justo lo contrario de lo que pretendemos. ¿Te preocupa lo que será de ti después de la muerte? ¿Te ha preocupado alguna vez lo que eras antes de nacer? Tú relación con el antes y con el después tiene que responder al mismo criterio. No vale decir que antes de nacer no eras nada, porque entonces hay que concluir que después de morir no serás nada. La eternidad no es una suma de tiempo sino un instante más allá del tiempo. Desde la visión más escolástica, para Dios soy igual en este instante que antes de nacer o después de morir. Desde la visión de Dios que tenemos hoy, no somos nada distinto de Él y en Él siempre hemos sido y seremos lo mismo. "...porque para Él, todos están vivos". ¿No podría ser esa la verdadera plenitud humana? ¿No podríamos encontrar ahí el auténtico futuro del ser humano? ¿Por qué tenemos que empeñarnos en que nos garanticen una permanencia en el ser individual para toda la eternidad? ¿No sería muchísimo más sublime permanecer vivos solo para Él? ¿No podría ser que consumirnos en favor de los demás fuese la auténtica consumación del ser humano? ¿No es eso lo que celebramos en cada eucaristía? Meditación Para Dios todo está en un eterno presente. Como ser humano puedo vivir conscientemente mi relación con el Absoluto. La experiencia de lo Absoluto es mi verdadera Vida. No confundir con mi vida biológica que solo es un accidente. Mi presente se funde con mi pasado y mi futuro. Desde mi contingencia, puedo experimentar un ahora eterno. Hace una semana hemos celebrado la fiesta de los difuntos. Miles de personas habrán visitado los cementerios o, al menos, los habrán recordado y asistido a la eucaristía. Pero las actitudes ante la muerte habrán sido muy distintas: desde una gran fe en la resurrección hasta la duda o incluso la negación. Las lecturas de este domingo nos ofrecen dos actitudes muy distintas ante la esperanza de otra vida: la de quienes creen firmemente en ella (los siete hermanos del libro de los Macabeos) y la de quienes bromean sobre la cuestión (los saduceos).
Los israelitas y la fe en la resurrección En contra de lo que muchos pueden pensar, el pueblo de Israel no tuvo en todos los siglos antes de Jesús una idea clara de la resurrección. Más bien se daba por supuesto que el hombre, cuando moría, descendía al Seol, donde llevaba una forma de vida en la que no era posible la felicidad ni tenía lugar una visión de Dios. La oración que pronuncia el piadoso rey Ezequías (siglo VIII a.C.) expresa muy bien la opinión tradicional (Isaías 38,18-19). «El Abismo no te da gracias, ni la Muerte te alaba, ni esperan en tu fidelidad los que bajan a la fosa. Los vivos, los vivos son los que te dan gracias, como yo ahora.» Los judíos comienzan a creer en la resurrección en los últimos siglos del Antiguo Testamento; los testimonios más claros proceden del siglo II a.C., en el libro de Daniel y en 2 Macabeos. Debió de contribuir mucho a implantar esta fe la idea de que quienes morían por ser fieles a Dios y a sus mandamientos debían recibir una recompensa en la otra vida. La última visión del libro de Daniel termina con estas palabras: «Muchos de los que duermen en el polvo despertarán: unos para vida eterna, otros para ignominia perpetua» (Daniel 12,2). Y, poco después, el ángel dice a Daniel: «Te alzarás a recibir tu destino al final de los días» (Daniel 12,13). Los que se toman la resurrección en serio El libro segundo de los Macabeos contiene en el c.7 una leyenda sobre la muerte de siete hermanos junto con su madre, en la que se afirma claramente la fe en la resurrección. Un fragmento de ese capítulo constituye la primera lectura de este domingo. Los que se toman la resurrección en broma: los saduceos Esta fe en la resurrección fue aceptada plenamente por los fariseos. En cambio, los saduceos la rechazaban como novedad e intentan discutir sobre el tema con Jesús. Los saduceos formaban uno de los grandes grupos religioso-políticos de la época de Jesús, junto con los fariseos, los esenios y los sicarios. Su nombre deriva de Sadoc, sumo sacerdote en tiempos de Salomón. Aunque el partido estaba compuesto en gran parte por sacerdotes, también lo integraban seglares. Su rasgo más destacado es que pertenecían a la aristocracia. Cuentan sobre todo con los ricos; no tienen al pueblo de su parte. «Esta doctrina es profesada por pocos, pero éstos son hombres de posición elevada» (Flavio Josefo, Antigüedades de los Judíos XVIII, 1, 4). Aparte de su condición de aristócratas, otro rasgo característico es que únicamente reconocían como vinculante la Torá escrita (el Pentateuco) y rechazaban «las tradiciones de los antepasados», los comentarios a la ley que se habían ido añadiendo con el tiempo. Como consecuencia de lo anterior, su visión religiosa era muy conservadora: 1) negaban la resurrección de los cuerpos y cualquier tipo de supervivencia personal; 2) negaban la existencia de ángeles y espíritus; 3) afirmaban que «el bien y el mal estaban al alcance de la elección del hombre y que éste puede hacer lo uno o lo otro a voluntad»; en consecuencia, Dios no ejerce influjo alguno en las acciones humanas y el hombre es él mismo causa de su propia fortuna o desgracia. Cuando se acercan a Jesús no plantean los tres problemas, sólo el primero, a propósito de la resurrección. El argumento de los saduceos: la ley del levirato El argumento que aducen es muy simple; más que simple, irónico, basado en una ley antigua. En Israel, como entre los asirios e hititas, se pretendía garantizar la descendencia y la estabilidad de los bienes familiares mediante una ley que se conoce con el nombre latino de «ley del levirato» (de levir, «cuñado»), y dice así: «Si dos hermanos viven juntos y uno de ellos muere sin hijos, la viuda no saldrá de casa para casarse con un extraño; su cuñado se casará con ella y cumplirá con ella los deberes legales de cuñado; el primogénito que nazca continuará el nombre del hermano muerto, y así no se extinguirá su nombre en Israel.» (Dt 25,5-6). Los saduceos parten de la idea, bastante extendida entre los judíos de la época, de que la vida matrimonial continuaba después de la resurrección. Entonces, ¿cómo se resuelve el caso de los siete hermanos que han tenido la misma mujer? La pregunta de los saduceos es inteligente: no niegan de entrada la resurrección, al contrario, parecen afirmarla («cuando resuciten»); pero proponen una dificultad tan grande que el adversario puede sentirse obligado a reconocer su derrota y negar esa resurrección. La respuesta de Jesús Jesús se limita a indicar la diferencia radical entre la vida presente y la futura. «En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán». Los saduceos entienden la vida futura como una reproducción literal de la presente (muchas mujeres, y también muchos hombres, dirían que para eso no vale la pena resucitar). Para Jesús, en cambio, las relaciones cambian por completo: varones y mujeres serán «como ángeles de Dios». Para comprender esta comparación con los ángeles hay que tener en cuenta la mentalidad dualista que reflejan algunos escritos judíos anteriores, como el Libro de Henoc. En él se distinguen dos clases de seres: los carnales (los hombres) y los espirituales (los ángeles). Los primeros necesitan casarse para garantizar la procreación. Los segundos, no. A los primeros, Dios «les ha dado mujeres para que las fecunden y tengan hijos y así no cese toda obra sobre la tierra». Y a los ángeles se les dice: «Vosotros fuisteis primero espirituales, con una vida eterna, inmortal, por todas las generaciones del mundo. Por eso no os he dado mujeres, porque la morada de los espirituales del cielo está en el cielo» (Henoc 15,4-7). En este texto, la mujer es vista exclusivamente desde el punto de vista de la procreación, y el matrimonio no tiene más fin que garantizar la supervivencia de la humanidad. A la luz de este texto, la comparación con los ángeles significa que la humanidad pasa a una forma nueva de existencia, inmortal, en la que no es preciso seguir procreando. De las palabras de Jesús no pueden sacarse más conclusiones sobre la vida de los resucitados. El solo pretende desvelar el equívoco en que se mueven los saduceos y la mayoría de sus contemporáneos en este punto. Lo curioso es que Jesús diga esto a un grupo religioso que tampoco cree en los ángeles. La resurrección Resuelta la dificultad, pasa a demostrar el hecho de la resurrección. Los rabinos fundamentaban la fe en la resurrección usando tres recursos: 1) citas de la Escritura; 2) relatos del AT de resurrección de muertos (los de Elías y Eliseo); 3) argumentos de razón. Jesús se limita al primer recurso citando las palabras de Dios a Moisés cuando se le revela en la zarza ardiente: «Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob». Conviene recordar que estas palabras formaban parte de una de las dieciocho bendiciones que todo judío piadoso rezaba tres veces al día. Por tanto, se trata de palabras conocidas y repetidas continuamente por los saduceos, pero de las que no extraen la consecuencia lógica: «Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos». A una mentalidad crítica, esta argumentación puede resultarle de una debilidad sorprendente. Sin embargo, no es tan débil. Más bien, deja clara la debilidad del punto de vista de los saduceos, que confiesan una serie de cosas sin querer aceptar las conclusiones. Desde el punto de vista de un debate teológico, es más honesto negarlo todo que afirmar algo y negar lo que de ahí se deriva. Años más tarde, en algunos cristianos de Corinto se daba una actitud parecida a la de los saduceos. Aceptaban y confesaban que Jesús había resucitado, pero negaban que los demás fuésemos a resucitar. Se aceptaba el evangelio como algo válido para esta vida, pero se negaba su promesa de otra vida definitiva. Esta contradicción es la que ataca Jesús en los saduceos. Si mi interpretación es exacta, este texto no serviría para demostrarle a un ateo que existe la resurrección. El texto se dirige más bien a gente de fe, como nosotros, que dudan de sacar las consecuencias lógicas de esa fe que confiesan. La convicción de Jesús A lo largo de todo el evangelio, Jesús manifiesta una certeza absoluta sobre la realidad de otra vida después de la muerte. Es algo que le sale espontáneo, en las circunstancias más distintas. En esa nueva vida se consigue la recompensa que Dios nos prepara, se justifican los sacrificios, incluso de la vida, por difundir el evangelio, se enjugan las lágrimas (como dirá el Apocalipsis). Nada de lo que dice y hace Jesús se comprende sin ese convencimiento. Nosotros, que somos a menudo muy distintos, debemos pedirle: “Creo, Señor, pero aumenta nuestra fe”. El evangelio de este domingo nos propone una nueva reflexión, realizada por Jesús, sobre la nueva imagen de Dios y la esencia del ser humano en referencia a su dimensión trascendente. Comienza el texto aludiendo a un momento anterior en el que ha colocado en su lugar natural la dimensión humana, social, económica, política y religiosa. En este momento, la toma de postura de Jesús va a venir por un encuentro tenso con los saduceos. Es importante recordar que ya está cerca la detención de Jesús y el juicio político y religioso al que fue sometido.
Los saduceos pertenecían a la aristocracia sacerdotal de donde provenía el sumo sacerdote. Constituían una de las tres grandes corrientes del pensamiento judío. Su teología era conservadora y sólo aceptaban la Torá escrita rechazando la ley transmitida oralmente. Negaban la resurrección y, esta afirmación, les enfrenta al Maestro. Tuvieron un papel muy relevante en la condena a muerte de Jesús. De hecho, los dos versículos siguientes a este texto, que no recoge la liturgia de hoy, son esenciales para comprender este enfrentamiento: esos dos versículos hablan de que algunos maestros de la ley dijeron a Jesús que tenía razón y ya nadie se atrevía a hacerle más preguntas. Como se puede observar, Jesús usa el argumento de la ley escrita dada a Moisés haciendo referencia a un Dios de vivos y no de muertos. Utilizar este argumento, aunque interpretado por parte de Jesús, le da autoridad y le hace creíble, aparentemente, ante algunos maestros de la ley. Lo que se pone en cuestión, en este texto, no es sólo la resurrección sino la imagen de Dios desde las nuevas claves de su mensaje. Es verdad que hace referencia al momento de la revelación a Moisés ante la zarza que no se consume. Esta referencia encaja bien para definir que Dios se revela como el SER, como le responde Yahvé a Moisés en el texto del Éxodo. Lo que caracteriza en esencia al Dios de Jesús es la VIDA y un Dios que ES, un Dios presente y vivo, no es una idea que se transmitió en un momento histórico, ni una esperanza futura que conquistaremos a través de nuestras obras, premios y esfuerzos egocéntricos. Dios es trascendente, pero Dios está. Y es una experiencia posible pero transpersonal y transcultural. Vamos hacia un estado que supera las categorías humanas. La pregunta sobre el matrimonio que realizan los saduceos pone de manifiesto esta intuición según la respuesta de Jesús. Este colectivo, que representa a la institución judía, va siendo desestabilizado por Jesús con su discurso. Ellos, preocupados por la pertenencia de la mujer viuda que va pasando de mano en mano hasta ver de quién es propiedad. Jesús, preocupado por recuperar la dignidad esencial del ser humano que explicita claramente que es: “ser hijos e hijas de Dios”. En el ámbito de la fe, como bien dice san Pablo en la carta a los Gálatas, hemos sido revestidos de esa dignidad y ya no hay distinción entre judío y no judío, ni entre esclavo y libre, ni entre varón y mujer. En Cristo Jesús, TODOS SOMOS UNO, una encarnación del Dios de la Vida; ya no hay roles, ni privilegios, ni ningún constructo humano porque quedará desvanecido ante ese Dios presente que NOS HACE SER desde nuestra raíz divina. Vivir desde esta convicción y desde esta experiencia tiene unas consecuencias éticas de mucha envergadura en nuestra vida, en nuestra visión del ser humano, de las relaciones humanas, en nuestra fe, en nuestra aportación a la historia y al mundo real de hoy. Vivir desde esta nueva consciencia de SER y de VIVIR podría ser el motor que dé a luz una nueva humanidad. Actualmente, una de las formas más comunes de atacar las personas es usar su nombre al divulgar noticias falsas. Ciertamente si fuera denunciar el uso indebido de su nombre, quién podría más hacer eso sería Dios. Desde tiempos antiguos, reyes y poderosos han usado el nombre de Dios para legitimar su poder y la violencia contra los súbditos. Muchas guerras y crueldades fueran cometidas en nombre de Dios. Mismo las Iglesias y religiones tienen cometido violencia sagrada.
En América Latina, el colonialismo y el dominio de los imperios se han establecido en nombre de Dios. En las elecciones presidenciales que Brasil vivió en 2018, la mayoría de las personas religiosas votaron en la extrema derecha, mientras que la mayoría de los ateos y sin religión votó en la democracia. No pocos pastores evangélicos, así como obispos, curas y grupos católicos si revelan conniventes con el sistema político y económico que oprime a los pobres, discrimina a personas diferentes y destruye à la naturaleza. En Venezuela, eclesiásticos se ponen en contra el gobierno bolivariano, como si eso nada tuviera a ver con la vida de los más pobres. El uso falso del nombre de Dios es antiguo. En la Biblia, cuando Dios hace alianza con los hebreos, ordena: "No pronuncies el nombre divino". La tradición tradujo eso en el mandamiento: "No usar el nombre de Dios en vano"... Pero quien garantiza cuando el uso del nombre de Dios es o no es en vano. Martin Buber afirmaba: "Ninguna palabra ha sido tan mal usada y masacrada en la historia que el nombre de Dios. Sin embargo, precisamente por eso, no podemos dejarla sucia y mal hablada. Tenemos que rescatarla, como expresión de amor gratuito y solidario ". Hoy, el desafío mayor es que las personas y grupos que hablan mal de Dios no son ateos o sin religión. Los que profanan el nombre divino son los que se dicen más religiosos. Quién pone el nombre de Dios en células de dólar, en paredes de banco o en cristales de su coche hace eso como expresión de fe. Woody Allen, cineasta norteamericano declaró: "Dios debe ser un buen tipo, pero sus amigos, yo no los recomendaría". De acuerdo con los evangelios, Jesús no luchó directamente contra el sistema político que, en su época, dominaba el mundo y si contra el poder religioso que, en nombre de Dios, oprimía a las personas. Lo que Jesús hizo de más revolucionario fue transformar el modo de hablar de Dios. Él reveló a Dios como un papá cariñoso que cuida de nosotros con amor de madre y inspira nuestros proyectos revolucionarios de cambiar el mundo. Mucho se habla de la urgencia de revitalizar la iglesia doméstica, es decir, la familia, para despertar la vivencia de fe de los niños y niñas que constituyen el futuro de la Iglesia. Pero este trabajo no se puede hacer ajeno a la imagen de iglesia que de hecho vivimos y buscamos construir. Así se lo preguntaba una joven teóloga que terminando su doctorado en teología y acabando de tener una hija, sentía la responsabilidad de pensar por qué bautizar a su hija, por qué introducirla en esta familia de fe. La pregunta podría resultar simple y sin problemas para aquellas personas que viven una fe tradicional que se conforma con repetir los sacramentos que se han realizado toda la vida.
Pero no para una persona que no sólo busca vivir su fe sino que se pregunta por ella en su tarea teológica y que entiende la profundidad de la piedad popular pero también las dificultades que viven las personas con formación crítica a la hora de confrontar su fe con algunas incoherencias, incomprensiones e intolerancias de algunos sectores eclesiales. Después de un largo proceso de discernimiento y con el compromiso de seguir trabajando por una vivencia eclesial más parecida a la iglesia que Jesús quería, la respuesta que esta teóloga se dio a sí misma, fue positiva. Ella desea que su hija pueda vivir la experiencia eclesial no como un lugar de culto y ritualismo sino como una comunidad de acogida, celebración y comunión de vida. Y que el culto sea expresión de la vida y comprometa con ella. Además ella desea que su hija aprenda en la iglesia el amor a los más pobres, su servicio total y desinteresado hacia todos ellos. En otras palabras, quiere que pueda encontrarse con Dios pero no sólo en la oración sino en el compromiso con las necesidades de cada tiempo presente. Desea que su hija conozca a un Dios Padre-Madre que le haga mirar a todos con respeto, con igual valoración, sin ningún tipo de discriminación, ni exclusión. Espera también que su hija no sienta ningún tipo de discriminación por ser mujer. Y este aspecto aún le parece difícil porque aunque existe una nueva conciencia sobre la mujer en la sociedad y en la iglesia, tantos siglos de subordinación y exclusión no se superan rápidamente. No basta con cambiar algunas actitudes. Se exige un trabajo constante y decidido por transformar la mentalidad machista que nos ha formado. También quiere que en la iglesia no se busque el poder sino que se distinga por el servicio a todos y sin condiciones ya que espera que su hija encuentre en la comunidad cristiana una formación que contrarreste la competencia y el lucro que modela la sociedad actual, donde triunfan los más fuertes y poderosos. En otras palabras, que en la Iglesia sea el Espíritu el que la guíe y la dirija. Finalmente quiere que su hija pueda conocer a Jesús en la comunidad eclesial y el encuentro con él sea el que le comunique vida a la doctrina y sentido a las exigencias de la vida cristiana. Esta teóloga espera mucho de la vida eclesial que quiere ofrecer a su hija y sabe que será muy difícil hacerlo realidad en algunos ambientes eclesiales. Pero ella confía en que el Espíritu abra caminos de renovación en nuestra iglesia. Pero lo que en realidad más desea es que muchas mamás y papás hoy también se pregunten si vale la pena comunicar a sus hijos e hijas, la fe que viven y que esa pregunta los confronte con su propia experiencia eclesial. La iglesia doméstica no se vive por el mero hecho de invocar la urgencia de revitalizarla. Surge de la toma de conciencia del papel que juega en la vida de la familia y en lo que se transmite a los hijos. Nadie da lo que no posee. Nadie comunica lo que no vive. Por eso esta pregunta puede llevar a que unos decidan no bautizar a sus hijos. Pero puede hacer que otros revitalicen su propia fe y constituyan verdaderas iglesia domésticas. Y la renovación de nuestra comunidad cristiana vendrá de la autenticidad personal y de la profundidad con que respondamos por las razones de nuestra fe. Las Lauritas nacieron en la selva. Ellas son mujeres bautizadas católicas que están donde ningún otro llega, ellas están solascon los que allí han nacido. Ellas han ido allí porque quieren que los nativos conozcan y amen a Jesús, como a ellas les sucedió que conocieron a Jesús y lo aman tanto que gastan su vida para él.
Nacidas en una selva de Colombia en 1914, llevan 105 años estando solas en donde otras personas de afuera no llegan, esa es su característica y esa es misión. Desde su nacimiento con Laura Montoya, de ahí el nombre de “Lauritas” como se les conoce, llevan 105 años en lugares muy difíciles, pagando el precio de ser privadas de la Eucaristía. 105 años de misioneras en las selvas por Jesús. 105 años que, por ser mujeres y estar solas, tienen prohibido consagrar la Eucaristía. Laura Montoya (1874-1949) nunca lo entendió, pero aceptó pagar ese precio y poder ir a donde ningún ajeno va a dar a conocer y a amar a Jesús. Le costó mucho, en especial porque fue de la Eucaristía que recibió el deseo de ir a donde ningún otro iba, a la gente desconocida y alejada. Lo intentó inicialmente, pero la autoridad eclesiástica se lo impidió. Era una magnífica maestra, mujer decidida, muy piadosa. Esto no bastaba. Le pidieron que ella y sus compañeras vistieran uniforme, asistieran diariamente a Misa y tuvieran un confesor ordinario. Es decir, que formaran una comunidad de monjas. Laura nunca lo había pensado así. El uniforme las separaba de la gente. Misa diaria y confesor, excelente, pero le impediría lanzarse a donde ningún otro va. Concretar la realización del proyecto fue muy difícil. Laura, como mujer de gran capacidad, logró salvar su proyecto de ir a donde nadie quería ir. La autoridad eclesiástica lo aprobó con dificultad, con el acuerdo que fuera una comunidad religiosa. La presencia del sacerdote, anhelada por ambas partes, quedó en el aire… a costa de que han pasado 105 años y estas mujeres tienen prohibido consagrar la Eucaristía y no va con ellas un hombre soltero sacerdote. En la zona Amazónica las Lauritas llegaron a tener 17 casas. Son lugares con una pastoral de permanencia, no de visita. Llegan a ser miembros de esa comunidad. Lejos de un proselitismo abusivo, comercializado y antievangélico, tienen como meta lo que Jesús pide a la Iglesia por medio del Concilio Vaticano II en el Decreto Ad Gentes #15: “La comunidad cristiana debe establecerse desde el principio de tal forma que sea ella misma capaz de satisfacer sus propias necesidades… Los misioneros susciten tales comunidades de fieles que ejerciten las funciones que Dios les ha confiado, sacerdotal, profética y real… pues por el sacrificio eucarístico pasa con Cristo al Padre, anda en la caridad y se inflama de espíritu apostólico”. El Sacrificio Eucarístico. El Concilio Vaticano II afirma: “La liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde emana toda su fuerza… una vez hechos hijos de Dios por la fe y el bautismo… participen en el sacrificio y coman la cena del Señor… Por tanto, de la liturgia, sobretodo de la Eucaristía, mana hacia nosotros la gracia como de su fuente” (Constitución sobre la Sagrada Liturgia, 10). ¿En qué quedamos, por fin…? entona una popular canción latinoamericana. Las Lauritas y muchas religiosas como ellas y mujeres laicas misioneras, al estar solas, tienen prohibido cumplir esto. Ni ellas tienen la Eucaristía, ni pueden culminar con la Eucaristía la formación de las comunidades. Aún más, si intentasen cumplir esto al consagrar la Eucaristía, son excomulgadas, arrojadas fuera de la Iglesia Católica. Ellas edifican la casa, ponen sus cimientos, distribuyen sus partes por diferentes servicios, la puerta y las ventanas dejan contactar con el resto del mundo, el comedor es hermoso. Hasta aquí llega el trabajo de estas mujeres. PERO… construir el techo que es culmen de la casa y poner el alimento en la mesa les está prohibido. Por ser mujeres están imposibilitadas, por ser mujeres les está prohibido. ¿POR QUÉ? ¿Dios? No el Dios revelado en el Génesis. “Hombre y mujer los creó, a su imagen los creó”. El machismo ha dibujado a Dios como hombre y así el hombre se ha convertido en dios. Alguna exégesis fundamentalista opina que el hombre es superior a la mujer porque esta fue creada después del hombre. Sería lo contrario, ya que la descripción de la creación (y científicamente la evolución) va en ascenso de perfección, lo posterior es más perfecto que lo anterior. Pero en este caso, ninguno es superior al otro, hombre y mujer, “varón y varona”, en hebreo, son igualmente imagen de Dios, qué grandeza la de ambos. La imagen de Dios no es corporal, Dios no tiene cuerpo. Es interesante la imagen de Dios mujer negra creadora. La imagen de Dios es el amar, Dios es amar. Lo que es posterior, y por tanto más perfecto que el hombre y que la mujer, es la pareja, cuando dos son uno por amar, y así se unen a toda la creación. La imagen de Dios es la alteridad por amar. La mujer como inferior al hombre es una contradicción bíblica. Tal vez para que no olvidemos que la mujer no es inferior, vemos en el mundo animal que el macho es el hermoso, pero en el mundo de los racionales, la mujer es la hermosa. ¿Jesús de Nazaret? ¡Cuánto dignificó Jesús durante toda su vida a la mujer! En esto Jesús no fue persona de su época. Se anticipó a épocas que ¡aún hoy no han llegado! Una mujer, al darlo a luz, fue la primera que lo presentó: “el cuerpo de Cristo”, y por siglos lo sigue presentando igual. Los creyentes agradecidos le seguimos contestando eucarísticamente: “Amén”. Otra mujer reanimó a los doce apóstoles, cuando eran hombres derrotados, al anunciarles que Jesús había resucitado. María, la vendedora de pescado en Magdala, es la apóstol de los doce apóstoles. En la última cena estaba representada toda la comunidad de Jesús de todos los siglos, de todos los lugares, de toda clase de seres humanos. Todos y todas estaban presentes. Los doce apóstoles representaban allí la continuidad de las doce tribus de Israel, perfeccionadas en el nuevo “Pueblo de Dios”, todos y todas, ya sin distinción de esclavos y libres, de varones y mujeres, de judíos y no judíos. Físicamente ellos eran de raza hebrea, pero representaban todas las razas, la blanca, la negra, la amarilla, todas, como hoy todas forman parte del Pueblo de Dios. Religiosamente eran judíos, pero representaban a todas y a todos los creyentes “judíos y no judíos”. Casi todos eran casados, pero representaban a casados y casadas y a solteros y a solteras. Eran varones, pero representaban a la gran mayoría del Pueblo de Dios que son mujeres. En esos doce Jesús le dijo a todas y a todos sus futuros y futuras creyentes: “hagan esto en memoria mía”.Reducir esta representatividad universal excluyendo cualquier dimensión, sería desfigurar aquella cena de Jesús. Si se excluyen los esclavos porque no estaban presentes, hay que excluir a los blancos que tampoco estuvieron allí. Si se excluye a más de la mitad de humanidad, como son las mujeres, hay que excluir también a todos los hombres no judíos que tampoco estuvieron allí. A Jesús no se le puede atribuir la prohibición de que la mujer, por tener que ir sola a darlo a conocer y amarlo, no pueda celebrar la Eucaristía. Sería desfigurarlo y ofenderlo. ¿La Iglesia Católica? Es una larga historia la de nuestra amada santa Iglesia Católica. La amamos y somos Iglesia. Su historia, como encargada de hacer presente a Jesús y el Reino en todas las gentes, en todo tiempo y en todo lugar, está llena de líneas admirables y riquísimas de salvación, estas líneas son la gran mayoría. Otras líneas, a causa del elemento humano, no han estado a la altura. También hay otras líneas, tal vez pocas, de fuerte oscuridad. La aceptación de la mujer en la Iglesia Católica es una de las líneas que la historia, pasada y presente, muestra que la Iglesia Católica no ha estado ni está a la altura que debiera. Es un hecho tan visible que no es necesario demostrarlo. Se ve, a muchos duele, a unos pocos satisface, y no falta quien trata de justificarlo por ingenuidad o por malicia. No se puede justificar ni disculpar, pero si se debe explicar, para corregirlo al conocer sus causas. Todo comenzó muy bien, pues el nuevo y admirable trato a la mujer lo inició Jesús de Nazaret. La mujer le respondió muy bien, tanto en su vida de predicador del reino, como en su muerte en la crucifixión. Después la mujer mostró en ella la obra del Maestro cuando fue una mujer la resucitadora de la comunidad de hombres destruidos. Continuar valorando a la mujer no fue automático para los sucesores de Jesús. No era fácil. Ellos eran fermento de transformación, pero la masa era muy difícil de transformar en relación con la mujer, quien no valía casi nada en la sociedad. En relación con la mujer, esa masa fue transformando al fermento! No sólo no influyeron en la sociedad para que valorara a la mujer, sino que se dejaron influir para que dentro de la Iglesia tampoco se valorara a la mujer. Muchas mujeres, por sí mismas, valieron mucho y dieron su vida por Jesús. Esta situación se agravó cuando apareció el clericalismodentro de la Iglesia y se oficializó con Constantino en el siglo 4. Clericalismo no es lo mismo que sacerdocio. Son dos realidades diferentes, pero el clericalismo se injerta en el sacerdocio. Puede y debe haber un sacerdocio sin clericalismo. Francisco lo pide casi diariamente Clericalismo es poder y poder abusivo, superioridad arrogante, clasismo piramidal adornado con títulos y uniformes especiales. Clericalismo es una casta exclusiva y cerrada. El clericalismo construyó la pirámide clerical, unos muy pocos arriba y todo el resto abajo, unos muy pocos dentro y todos los demás afuera, y así quebró “la comunidad” de Jesús. El sacerdote ya maleado con la metamorfosis del clericalismo, obispos incluidos, se adueñó de la doctrina, de la liturgia, y de la autoridad. El resto inmenso de bautizados y de bautizadas quedó relegado a ser “el laico”, ignorante en la doctrina, extraño en la liturgia, pasivo y ciego y mudo y miedoso y chantajeado bajo la autoridad. El que no era clérigo fue anulado. La mujer fue la peor víctima, pues ya lo era en la sociedad y ahora también lo es en su Iglesia Católica. Esta fue la situación durante el Césaro-papismo. Se agravó terriblemente durante el Papo-cesarismo. No mejoró durante el Renacimiento. Al inicio del siglo 20 se inician algunos movimientos en la sociedadpara valorización de la mujer. En la Iglesia Católica la excluyente situación de la mujer continuó obstinadamente intocable. Frente al incipiente movimiento en la sociedad, el clericalismo comenzó a sacralizar esta deformada situación de la mujer en la Iglesia Católica con falsos fundamentalismos bíblicos, enclenques argumentos teológicos y una falsa supervaloración de tradiciones abusivas. El Concilio Vaticano II, en la segunda mitad del siglo 20,reconstruye la “comunidad eclesial” de Jesús con todos los bautizados y todas las bautizadas iguales en la dignidad como “Pueblo santo de Dios”. Todas y todos tienen el derecho divino, del cual nadie nunca ni por ningún motivo les puede privar, de nutrirse con la palabra de Dios, participar en la Eucaristía y hacer las obras que construyen el reino integral en el planeta tierra. Francisco ahora está obedeciendo al Concilio Vaticano II. Ve que lo tiene que hacer con la Iglesia Católica en estilo “Sinodal”, todos y todas caminando en comunión activa, buscando, discerniendo, decidiendo, actuando. Estamos muy retrasados en el tiempo. El desafío y el compromiso son a nivel universal. Pero una zona del planeta pide atención con urgencia, es la zona Amazónica. Por todo esto, Francisco ha incoado un proceso de “Iglesia Sinodal”. No es una reunión. Es un proceso largo, muy participativo, con preparación, realización, y hacia su continuidad. Es un “kayrós” histórico, una hora de grandes decisiones acertadas y audaces ante la situación. Hay unas voces timoratas que acobardan. Pero Dios Espíritu Padre Madre sopla un profetismo valiente en la comunidad de Jesús. Las Lauritas y tantas otras misioneras laicas y religiosas, que tienen que ir solas por las selvas hablando de Jesús, ¿¿¿continuarán duramente castigadas, privándolas la Iglesia Católica de consagrar la Eucaristía para ellas y para sus nacientes comunidades, como lo pide el Concilio Vaticano II interpretando el deseo de Jesús, solamente porque son MUJERES??? No es solución dar la Comunión, esto no es consagrar la Eucaristía. Tampoco es solución el diácono permanente, pues no los hay que vayan por allá, y si fuesen nativos, no sirven porque no pueden consagrar la Eucaristía, y lo único que harían es quitarle al laico lo que ya está haciendo. Jesús con las Bienaventuranzas presenta un camino de discipulado orientado a la felicidad. Esta felicidad prometida no es una utopía lejana, sino un modo de ser y de vivir que afrontando el mal se sostiene en la confianza en un Dios que nunca abandona la obra de sus manos. Ser felices al estilo del maestro galileo es tejer historias de justicia y esperanza haciendo memoria constante de aquello que humaniza y recrea en el cotidiano vivir de cada ser humano.
El Sermón de la montaña es la primera predicación extensa de Jesús en el evangelio de Mateo. En él el Maestro desarrolla las claves centrales que hacen posible la llegada del Reino y su justicia. Un Reino que no es un espacio etéreo y lejano hacia el que hay que caminar, sino el lugar concreto y frágil de nuestra vida a la que Dios llega para ofrecernos su amor y perdón. Y una justicia que nada tiene que ver con nuestro concepto legalista de lo que ha de ser premiado o castigado, sino la herramienta que permite alcanzar el sueño de Dios actuando en la realidad y reorganizando los valores y expectativas humanas. Las Bienaventuranzas son memoria de el hacia dónde y el desde donde se ha de articular el seguimiento de Jesús. En ellas se repite machaconamente la llamada a la felicidad. Ser dichosas o dichosos no significa, sin embargo, alejarse del conflicto o de la carencia, es por el contrario afrontarlos renunciando a la posesión, al poder o a la violencia que quiebran las relaciones y someten el corazón humano. El hecho de que Jesús llame dichos@s a quienes parece que tienen poco o nada de que alegrarse resulta paradójico, pero está cargado de fuerza profética. Es una llamada al compromiso para transformar la realidad y a permanecer en él. A resistir a pesar de la debilidad y sufrimiento que esta tarea conlleva sabiendo como Jesús que la causa merece la pena. con el corazón limpio, Bienaventurad@s los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. La palabra pobre en hebreo no se refiere solo a quien no tiene dinero, sino, en un sentido más amplio, a quien está oprimido, a quien se le vulneran sus derechos y se le humilla. Esta dura realidad demasiado frecuente en tiempos de Jesús se convierte de la mano del evangelista Mateo en una metáfora del modo en que todo seguidor y seguidora de Jesús ha de afrontar y asumir el proyecto del Reino. La expresión pobres de espíritu quiere indicar de este modo no un camino de pobreza interior sino un modo de estar en el mundo y en la comunidad que reconvierte en positivo la vulnerabilidad, la pequeñez y la humildad haciéndolas espacio de gratuidad de honestidad y servicio. Bienaventurad@os los que lloran, porque ellos serán consolados. La aflicción no tiene la última palabra en la vida. Consolar y ser consolados visibiliza la acción compasiva de Dios. La consolación no es conmoverse por la pena del otro u la otra, sino sentirse tocado/a en el lugar donde el otro/a sufre y luchar porque la causa de ese dolor desaparezca. Así lo hizo Jesús con aquella viuda de Nain. Bienaventurad@s l@s mansos, porque ell@s poseerán en herencia la tierra. La actitud que aquí se resalta, es algo más que de no responder violentamente a una provocación. La justificación vital de quien, como Jesús, asume perder para incluir se sostiene en la acogida de lo distinto, en la humildad para no sentirse con derecho a vencer, a dominar a imponer. Así lo vivió Jesús cuando decidió afrontar la cruz. Bienaventurad@s l@s que tienen hambre y sed de justicia, porque ell@s serán saciados. La justicia, como criterio de conducta que visibiliza la alianza entre Dios y el ser humano, una alianza nacida del amor y el perdón divino, es un anhelo, pero también una praxis. Tener hambre y sed de la justicia es vivirse volcada/o hacia el bien común, es estar siempre dispuesta/o a buscar que todo funcione mejor, que el poder no arrebate el servicio, que el éxito no oscurezca los caminos de solidaridad compartidos. Así lo descubrimos tantas veces en la vida de Jesús, en sus curaciones, sus comidas, sus encuentros… Bienaventurad@s l@s misericordios@s, porque ell@s alcanzarán misericordia. En una perspectiva más sapiencial la misericordia se convierte en el camino del dar y recibir que constituyen las relaciones humanas. No se trata de actuar bien para recibir una respuesta positiva de los demás, se trata de dejar que la vida entera se conmueva ante la necesidad de la otra o el otro. Es amar al prójimo como a ti mismo/a, es en definitiva ser entera donación como lo es Dios para cada uno/o. Bienaventurad@s l@s limpi@s de corazón, porque ell@s verán a Dios. Limpio de corazón es una expresión judía que se encuentra con frecuencia en el marco de la espiritualidad bíblica. Con ella se expresa el modo de ser de quien tienen toda su vida orientada desde Dios. El corazón, en lenguaje judío, es el centro del querer, del pensar y del sentir humano por lo tanto cuando se habla de tener un corazón limpio se esta hablando de dejar que Dios, en su amor y perdón, tenga la última palabra en nuestra vida. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Trabajar por la paz es empeñarse en construir las relaciones en armonía, bondad, perdón. Esta actitud es la que nos constituye en hijos e hijas de Dios porque esa filiación nos hermana a unos/as con otros/as, genera sororidad y fraternidad y nos permite vivir en armonía con nosotros/as mismos/as, con los demás y con la madre tierra. Bienaventurad@s l@s perseguid@s por causa de la justicia, porque de ell@s es el Reino de los Cielos. El centro de la vida de Jesús fue la proclamación del Reino de Dios. Este anuncio mostraba a Dios actuando en el mundo con misericordia y perdón. Presentar a Dios así supuso para Jesús rechazo y persecución porque era (y es difícil) de concebir a un Dios absolutamente gratuito y bondadoso que se empeñaba en perdonar, en incluir, en ofrecer nuevas oportunidades. Jesús no solo proclamó a este Dios, sino que actuó en su nombre sanado y salvando, pues solo así era posible hacer real la justicia que brotaba del Reino. Una justicia que muchos no deseaban y que justificó la cruz de Jesús y la de tantos seguidores y seguidoras suyas. “Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros. Una vez más se manifiesta la actitud de Jesús hacia los excluidos, pero hoy de una manera muy concreta. Nos está diciendo cómo tenemos que comportarnos con los que hemos catalogado como malos. Está denunciando nuestra manera de proceder equivocada, es decir, no acorde con el espíritu de Jesús. Solo Lc narra este episodio. No sabemos si es un relato histórico; pero que lo sea, o no, no es lo importante, lo que importa es la manera de narrarlo y las enseñanzas que quiere trasmitirnos, que son muchas.
Es importante recordar que Lc es el evangelista que más insiste en la imposibilidad de que los ricos entren en el Reino. Unos versículos antes, acaba de decir Jesús: ¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios! En este episodio resulta que llega la salvación a un rico, que además es pecador público. Sin duda Lc está reflejando la situación de su comunidad, en la que se estaban ya incorporando personas ricas que daban el salto del seguimiento sin tener que abandonar su situación social y su trabajo. La única exigencia es salir de la injusticia y pasar a compartir lo que tienen con los que no tienen nada. En el relato hay que presuponer más cosas y más importantes de las que dice: ¿Por qué Zaqueo tiene tanto interés en conocer a Jesús, aunque sea de lejos? ¿Cómo es que Jesús conoce su nombre? ¿Cómo tiene tanta confianza Jesús para autoinvitarse a hospedarse en su casa? ¿Qué diálogo se desarrolló entre Jesús y Zaqueo para que éste haga una promesa tan radical y solemne? Solo las respuestas a estas preguntas darían sentido a lo que sucedió. Pero es precisamente ese itinerario interno de ambos, que no se puede expresar, el que marca la relación profunda entre Jesús y Zaqueo. La reflexión de este domingo conecta con la del domingo pasado: el fariseo y el publicano. ¿Os acordáis? El creernos seguros de nosotros mismos nos lleva a despreciar a los demás, a no considerarlos; sobre todo, si de antemano los hemos catalogado como "pecadores". Incluso nos sentimos aliviados porque no alcanzan la perfección que nosotros creemos haber alcanzado, y de esta manera podremos seguir mirándolos por encima del hombro. “Todos murmuraban diciendo: ha entrado a comer en casa de un pecador”. Zaqueo Tiene deseos de conocer a Jesús, pero no se atreve a acercarse. Le señalarían con el dedo y dirían a Jesús que era un pecador. Podemos imaginar la cara de extrañeza y de alegría cuando oye a Jesús llamarle por su nombre; lo que significaría para él que alguien, de la categoría de Jesús, no solo no le despreciase, sino que le tratara incluso con cariño. Zaqueo se siente aceptado como persona, recupera la confianza en sí mismo y responde con toda su alma a la insinuación de Jesús. Por primera vez no es despreciado por una persona religiosa. Su buena disposición encuentra acogida y se desborda en total apertura a la verdadera salvación. Una vez más utiliza Lc la técnica literaria del contraste para resaltar el mensaje. Dos extremos que podíamos denominar Vida-Muerte. Vida en Jesús que manifiesta lo mejor de sí mismo abriéndose a otro ser humano con limitaciones radicales que le impiden ser él mismo. Vida en Zaqueo que, sin saber muy bien lo que buscaba en Jesús, descubre lo que le restituye en su plenitud de humanidad y lo manifiesta con la oferta de una relación más humana con aquellos con los que había sido más inhumano. Muerte en la multitud que, aunque sigue a Jesús físicamente, con su opacidad impide que otros lo descubran. Muerte en “todos” los escandalizados de que Jesús ofrezca Vida al que solo merecía desprecio. ¿Hemos actuado nosotros como Él, a través de los dos mil años de cristianismo? ¿Cuántas veces con nuestra actitud de rechazo truncamos esa buena disposición inicial y conseguimos desbaratar una posible liberación? Al hacer eso, creemos defender el honor de Dios y el buen nombre de la Iglesia. Pero el resultado final es que no buscamos lo que estaba perdido y, como consecuencia, la salvación no llega a aquellos que sinceramente la buscan. Como Zaqueo, hoy muchas personas se sienten despreciadas por los dirigentes religiosos, y además los cristianos, con nuestra actitud, seguimos impidiéndoles ver al verdadero Jesús. Muchos, que han oído hablar de Jesús, quisieran conocerlo mejor pero se interpone la “muchedumbre” de los cristianos. En vez de ser un medio para que los demás conozcan a Jesús, somos un obstáculo que no deja descubrirlo. ¡Cuánto tendría que cambiar nuestra religión para que en cada cristiano pudiera descubrirse a Cristo! Estar abiertos a los demás es aceptar a todos como son, no acoger solamente a los que son como yo. Si la Iglesia propone la actitud de Jesús como modelo, ¿por qué se parece tan poco nuestra actitud a la de Jesús? Siempre que se ha consumado una división entre cristianos (cisma), habría que preguntarse, quién tiene más culpa, el que se equivoca pero defiende su postura con honradez o la intransigencia de la iglesia oficial, que llena de desesperanza a los que piensan de distinta manera y les hace tomar una postura radical. Lutero, por ejemplo, no pretendía una separación de Roma, sino una purificación de los abusos que los jerarcas de la iglesia estaban cometiendo. ¿Quiere decir esto que Lutero era el bueno y el Papa y los cardenales los malos? Ni mucho menos; pero con más de comprensión y menos soberbia se hubiera evitado la división. Hacer nuestro el espíritu de Jesús es caminar por la vida con el corazón y los brazos siempre abiertos. Estar siempre alerta a los más pequeños signos de búsqueda. Acoger a todo el que venga con buena voluntad, aunque no piense como nosotros; incluso aunque esté equivocado. Estar siempre dispuestos al diálogo y no al rechazo o la imposición. Descubrir que lo más importante es la persona, no la doctrina ni la norma ni la ley. No acogemos a los demás, no nos paramos a escuchar, no descubrimos esa disposición inicial que puede llevar a una conversión. La acogida con sencillez tenía que ser la postura de los seguidores de Jesús. Apertura incondicional a todo el que llega a nosotros con ese mínimo de disposición, que puede reducirse a simple curiosidad, como en el caso de Zaqueo; pero que puede ser el primer paso de un auténtico cambio. No terminar de quebrar la caña cascada, no apagar la mecha que todavía humea, ya sería una postura interesante; pero hay que ir más allá. Hay que tratar de restablecer y vendar la caña cascada; avivar la mecha que se apaga. El final del relato no tiene desperdicio: “He venido a buscar y salvar lo que estaba perdido”. ¿Cuándo nos meteremos esto en la cabeza? Jesús no tiene nada que hacer con los perfectos. Solo los que se sienten perdidos podrán ser encontrados por él. Esto no quiere decir que Jesús tenga la intención de restringir su misión. Lo que el relato deja claro es que todos necesitamos ser recuperados. Solo el que tiene conciencia de estar enfermo buscará un médico. Este relato desmonta de raíz el cacareado discurso populista de que Jesús hizo una opción preferencial por los pobres materiales. Sería cierto si entendemos por pobreza la carencia de humanidad. Jesús intentó librar al hombre de su pobreza material que le impedía desplegar su propia humanidad y a liberar al rico de su riqueza que también le impide ser humano con los demás. Es fácil liberar al pobre de su pobreza que no depende de él y está deseando superar. Es más difícil liberar al rico porque está encantado con sus privilegios y no desea otra cosa. Meditación Solo lo que está perdido necesita ser buscado. No se trata de sentirse “indigno pecador”. Se trata de tomar conciencia de la dificultad del camino y sentir la necesidad de ayuda para alcanzar la meta. Si me empeño en caminar en solitario, seguro que me perderé. El protagonista del evangelio de hoy es un jefe de publicanos y rico. Este término no sugiere al lector actual del evangelio el odio y desprecio que sentía el pueblo judío hacia los miembros de esta profesión, que trabajaban al servicio de los romanos y oprimían al pueblo con el cobro de los impuestos. El antiguo publicano no tiene nada que ver con el banquero actual. Pero el odio que suscitan los banqueros en mucha gente desde hace unos años ayuda a entender el evangelio más que una larga exposición histórica sobre los publicanos. Sobre todo, cuando el banquero se ha enriquecido, mientras quienes depositaron su dinero en el banco lo han perdido todo o casi todo.
¿Mandamos a todos los ricos al infierno? Hasta ahora, en su evangelio, Lucas no se ha limitado a defender a los pobres y a anunciarles un futuro definitivo mejor. Ha criticado también con enorme dureza a los ricos. Ha puesto en boca de María, en el Magníficat, unas palabras más propias de una anarquista que de una monja de clausura, cuando alaba a Dios porque «derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, colma de bienes a los hambrientos y despide vacíos a los ricos.» Y Jesús se muestra aún más duro en el Discurso de la llanura (equivalente al Sermón del Monte de Mateo): «¡Ay de vosotros, los ricos, porque recibís vuestro consuelo! ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados, porque pasaréis hambre! ¡Ay de los que ahora reís, porque lloraréis y haréis duelo! (Lc 6,24-25). El ejemplo más claro del rico que llora y hace duelo es el de la parábola del rico y Lázaro, que no podrá disfrutar de una eternidad feliz. ¿Significa esto que ningún rico puede salvarse? El episodio del rico que pretende seguir a Jesús, aunque al final desiste porque no es capaz de renunciar a su riqueza, demuestra que un rico puede salvarse si observa los mandamientos (Lc 18,18-23). ¿Qué ocurre cuando se trata de un rico explotador? La respuesta la da Lucas en el evangelio de hoy, cuya enseñanza podemos resumirla en los puntos siguientes. El caso de Zaqueo (Lc 19,1-10)
La primera lectura, tomada del libro de la Sabiduría (11,22-12,2) es un excelente complemento al evangelio. Muchos piensan que el Dios del Antiguo Testamento es un ser cruel y justiciero, enemigo despiadado del pecador. Quien lea este texto tendrá que cambiar de idea: la actitud de Dios es la misma que la de Jesús con Zaqueo. |
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Febrero 2023
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