Cuántas veces en la vida nos lamentamos, -y no sin razón-, del mal llamado “silencio de los buenos”… Ese “silencio cómplice”… que genera tanto sufrimiento…, tanto dolor…, tanta violencia…, y tanta muerte… Silencio que, sin aparentemente causar daño, va dejando el espacio donde la palabra, podría ser como un “dique” para abortar la barbarie… y el estado de destrucción provocado por tantos “mercaderes de la muerte”…
Pensándolo bien, muchas de las situaciones dolorosas… que vivimos actualmente, podrían haberse evitado si, tú y yo, hubiésemos intervenido más decididamente sin temor a “perder amigos”…, sin miedo alguno a defender los derechos de los más débiles, y sin “casarnos” con los poderosos o influyentes en nuestro mundo. Cuán diferentes serían las cosas si todos los seres humanos, allí donde nos encontrásemos nos convirtiéramos en defensores a ultranza, de los más débiles…, de aquellos que son pisoteados…, de los masacrados…, de quienes no cuentan para nada…, porque son ninguneados… o amordazados… por quienes se creen amos y señores de un mundo que ha sido creado hermoso para todos y cada uno de los hijos de Dios. Amigo, amiga: nos ha sido dada la palabra… y la sensibilidad del corazón…, para “comulgar” con todas las situaciones que, de alguna manera, deberían hacernos reaccionar dando valor a esa palabra cuando sea necesario, y al silencio cuando pueda ser más constructivo que la misma palabra. Un día tú y yo, seremos juzgados, tanto por el mal que hayamos hecho…, como por las actitudes cobardes y cómplices… con las que permitimos que cualquier ser humano fuese pisoteado sin que reaccionáramos en su favor. Y es que, solemos olvidar con frecuencia que allí donde un hombre sufre, Dios sufre en él… Y, hablando en cristiano -pues tú y yo lo somos-, no podemos inhibirnos frente a tantos y tantos problemas que agobian al ser humano…, porque, ¡no hacer el bien… es un mal muy grande!
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Quienes han madurado sus convicciones cristianas, a costa de perseverancia y radicalidad evangélica, muchas veces a costa de marginación y desconfianza…(Marco Antonio Velásquez).
Si bien la expresión no se escucha, en la práctica se siente y, muchas veces, con fuerza. Tácitamente existe una suerte de definición estricta respecto de lo que se entiende por un buen y un mal católico, por un buen y un mal hijo de la Iglesia. ¿Qué hay detrás de estos estereotipos tan arraigados en la vida eclesial? El hecho parece instalarse en la conciencia cristiana desde la catequesis de iniciación. Es ahí donde el objetivo esencial de propiciar una positiva y estimulante experiencia religiosa primaria, comienza a subordinarse al cumplimiento de obligaciones y al desarrollo de modos conductuales. La influencia de una prolongada cristiandad y la subyacente estructura idealizada de la perfección cristiana han terminado imponiendo el modelo de la espiritualidad del buen católico. Ello define la costumbre y abarca el terreno de la ortopraxis (recta actuación); mientras la coherencia y la función de la conciencia cristiana, quedan recluidas en el campo de la ortodoxia (recta doctrina). Comunmente la conducta personal de los fieles es condicionada por el imperativo del “deber ser”, mientras la actuación de mucha jerarquía está orientada a tutelar y defender los “derechos de Dios”. En esta tensión hay, de un lado, la más sublime subordinación de la voluntad personal del creyente al Dios amado, dando forma al deber ser cristiano; mientras, del otro lado está la asimilación de la jerarquía con la potestad divina. Surge así el paralelismo entre divinidad y humanidad, que en distintos niveles se replica en la dualidad: Cielo – Iglesia; Dios – Jerarquía; Santos – laicado. Con ello se sientan las bases de una eclesiología viciada, que en la práctica es una jerarcología, según la denominación de Y. Congar. Queda entonces fracturada irremediablemente la dimensión de servicio del ministerio jerárquico, quedando el clero en una posición acreedora de los fieles, quienes son deudores de consideración y de obligaciones. Bajo esta concepción jerarcológica, se configura el estereotipo del buen y del mal católico, según una definición tácita y estricta que, más allá de los cumplimientos, supone actitudes. Consecuentemente, en un vasto ámbito de la Iglesia se ha favorecido la conformación de un catolicismo que adolece de un agudo infatilismo laical. La expresión más evidente de ello es la incapacidad de ejercer un discernimiento de la realidad interpelante para expresar un juicio crítico, fundado y de cara a los pastores, que permita a la Iglesia asimilar los pulsos del “mundo”, que privilegiadamente debe percibir el laicado, en cuanto está llamado a encarnarse en las realidades temporales. El resultado es devastador porque se priva a la Iglesia de hacer comunión con los problemas del mundo y de discernir con agudeza los signos de los tiempos. Pese a ello, quienes están de este lado, son los que normalmente alcanzan la consideración de la jerarquía por ser “buenos católicos”. Del otro lado, quienes han madurado sus convicciones cristianas, a costa de perseverancia y radicalidad evangélica, muchas veces a costa de marginación y desconfianza, quedan a la intemperie, huérfanos y desprovistos para actuar con mayor fecundidad en la tarea de “sanar” las realidades temporales, torcidas por el pecado. Como agravante, encuentran dificultades serias para vivir en plenitud la comunión eclesial. Son instrumentos de Dios llamados a dar testimonio en las agrestes fronteras humanas, ahí donde hay enormes contingentes que no interactúan con la Iglesia institucional. Gracias a la presencia activa de estos hombres y mujeres, que han asumido conscientemente su bautismo, esas multitudes anhelantes de Dios pueden experimentar la cercanía de esa Iglesia que es Pueblo de Dios. Acostumbrados a un juicio crítico, insobornables a la hora de buscar justicia y verdad, frontales y libres, en los ambientes eclesiales convencionales son vistos con recelo. Sin palabras decanta la sugestión que no son “buenos católicos”. Al experimentar la marginación, vuelven a las fronteras. Cuando la Iglesia enfrenta el desafío de ir a las periferias existenciales, estos “parteros del Reino” tienen mucho que decir a los pastores, porque son conocedores de llanuras y peligros. Son hijos e hijas de la Iglesia que viven en el corazón del mundo y que aspiran también a ser acogidos con apertura en el corazón de la Iglesia, Pueblo de Dios. Después de unos treinta años de caminar juntos, intentando vivir la fe encarnada en la existencia concreta de cada día, desde el mensaje de la Buena Noticia de la liberación, propuesto por Jesús y concretado en sus Bienaventuranzas, estos son los rasgos de nuestra espiritualidad que intentamos vivir cotidianamente con sencillez y humildad la Comunidad cristiana de base de Canillejas (Madrid).
Los ofrecemos por si pueden ser de utilidad a cualquier cristiano, u otra comunidad que esté, como nosotros, siempre en camino, en búsqueda permanente del Dios vivo, para dar vida, esperanza y alegría a nuestro alrededor. • Para vivir en comunidad necesitamos realizar un esfuerzo diario por ser cada día más humanos, con nuestros/as hermanos/as y con la gente que nos rodea. • Jesús nos dice: "A vosotros/as os llamo amigos/as". Valoramos profundamente la amistad que nos tenemos, como un don y una gracia que hay que agradecer y fortalecer constantemente. • La llamada que Jesús nos ha dirigido para formar parte de nuestra comunidad, está en el origen de este bello y gozoso proceso de vida al que intentamos ser fieles cada día. • Dios es el Misterio de Amor y de Vida que nos mantiene en una búsqueda permanente de su Ser, en lo más íntimo de nuestros corazones, en todas las personas y en el mundo que nos rodea. • Jesús es quien nos ha descubierto, con su vida, el verdadero rostro humano, misericordioso y cercano de nuestro buen Dios, Abba, Padre y Madre. • Él predicó la Buena Noticia del Reino a los empobrecidos, excluidos y marginados. Ellos y ellas son los rostros que nos permiten descubrir la presencia silenciada, dolorosa y esperanzada del Espíritu en nuestro mundo. • La solidaridad es, en nuestros días, el nuevo nombre del amor. Sin una entrega y un compromiso real con las personas más débiles, oprimidas y marginadas, nuestra vida y nuestras palabras serían una farsa. • Precisamos de una mística muy profunda para vivir cada día con más sencillez, con una alegría y una felicidad más intensas. Las bienaventuranzas y los/as empobrecidos/as nos lo ofrecen y nos lo exigen. • Nuestra espiritualidad no admite parcelas, ni tiempos: debe encarnarse y abarcar toda nuestra vida. Siempre y en todo momento, debemos ir adquiriendo, con la ayuda de los demás, una nueva forma de ser y actuar más humana, agradecida, gratuita: más divina. • No precisamos tener más, sino ser y entregarnos más. Para ello tendremos que vivir con más sencillez, ser menos consumistas y "perder el tiempo", enriqueciéndonos al contemplar la belleza, disfrutando y cuidando de la Naturaleza, fortaleciendo la amistad, dialogando en profundidad, escuchando atentamente, celebrando la vida y la fe, en la búsqueda permanente de la auténtica libertad, que está en servir a los demás, como dice san Pablo. • La Verdad no la posee nadie por completo. Entre todos y todas, durante el camino que recorremos en la vida, la vamos vislumbrando, nos va transformando, pero no llegaremos a poseerla nunca. • Junto a Jesús, nuestro principal Camino y Verdad, debemos vivir y beber de miles de manantiales que nos aportarán cauces para llegar a la auténtica Fuente: ejemplos de vida comprometida, testimonios que iluminarán nuestra senda, los/las pobres que nos cuestionan, animan y evangelizan. • La contemplación y la lucha, el silencio y el anuncio, la ternura y la rebeldía profética no son actitudes contrapuestas, sino las dos caras de una misma moneda que debemos llevar a toda nuestra existencia. • Todos y todas recordamos diversas circunstancias y a muchas personas que han influido poderosamente en nuestras vidas, que han fortalecido nuestro compromiso y nos han ayudado a reconocer lo que es de verdad esencial en la vida. Debemos recordarlos con cariño y mantener su presencia viva entre nosotros y nosotras. • A pesar de las derrotas permanentes que sufren los oprimidos por parte de los poderosos de la tierra, ayer y hoy, debemos continuar siempre la lucha por la Justicia y la Esperanza. Si Jesús resucitó, nosotros y nosotras, junto a los excluidos de la historia, resucitaremos también a una nueva vida. En el Reino de Dios, que empieza ya en esta tierra. • El camino hacia la fraternidad universal lo realizamos junto a todas las Iglesias, las diversas religiones y todas las personas que trabajan por la paz y la justicia. Formando redes de amor y solidaridad, porque otro mundo, más cuidadoso con la madre Tierra y con la humanidad, es cada día que pasa más necesario y sólo posible si unimos nuestras manos, nuestras mentes y nuestros corazones. Estamos en el penúltimo domingo del año litúrgico. El próximo celebraremos la fiesta de Cristo Rey que remata el ciclo. Como el domingo pasado, el evangelio nos invita a reflexionar sobre el más allá.
El lenguaje apocalíptico y escatológico tan común en la época de Jesús, es muy difícil de entender hoy. Corresponde a otra manera de ver al hombre, a Dios y la realidad presente. Desde aquella visión, es lógico que tuvieran también otra manera de ver lo último, el "esjatón". Una vez más los discípulos están más interesados por la cuestión del cuándo y el cómo, que por el mensaje. Tanto el pueblo judío en el AT como los cristianos en el NT están volcados sobre el porvenir. Esta actitud le distingue de los pueblos circundantes. Se encuentran siempre en tensión, esperando una salvación que ha de venir. Para ellos esa salvación solo puede venir de Dios. Desde Noé, al que se le ofrece algo nuevo a través de la destrucción de lo viejo. Abraham, al que se le pide salir de su tierra para ofrecerle descendencia y una tierra propia. Pasando por el Éxodo, que fue la experiencia máxima de salvación, desde la esclavitud hacia la tierra prometida. Todos vivieron siempre con la esperanza de algo mejor, que Dios le iba a dar. Los profetas se encargaron de mantener viva esta expectativa de salvación definitiva. Pero también introdujeron una faceta nueva: el día de esa salvación habría de ser un día de alegría, de felicidad, de luz, pero a causa de las infidelidades del pueblo, los profetas empiezan a anunciarlo como día de tinieblas; día en que Yahvé castigará a los infieles y salvará al resto. El objetivo de este discurso era urgir a la conversión. Los cristianos no tienen inconveniente en utilizar las imágenes que le proporciona la tradición judía y el ámbito religioso en el que se desenvolvía. A primera vista parece que entra en esa misma dinámica apocalíptica, muy desarrollada en la época anterior y posterior a su vida terrena. El NT pone en boca de Jesús un lenguaje que se apoya sobre el telón de fondo de los conocimientos y las imágenes que le proporciona el AT. En tiempo de Jesús se creía que esa intervención definitiva de Dios iba a ser inminente. En este ambiente se desarrolla la predicación de Juan Bautista y de Jesús. Las primeras comunidades cristianas acentuaron aún más esta expectativa de final inmediato. Pero en los últimos escritos del NT, es ya patente una tensión entre la espera inmediata del fin y la necesidad de preocuparse de la vida presente. Ante la ausencia de acontecimientos en los primeros años del cristianismo, las comunidades se preparan para la permanencia. Con los conocimientos que hoy tiene el ser humano y el grado de conciencia que ha adquirido, no tiene ninguna necesidad de acudir a la actuación de Dios, ni para destruir el mundo para poder crear otro más perfecto (apocalíptica), ni para enderezar todo lo malo que hay en él para que llegue a su perfección (escatología). El Génesis nos dice que al final de la creación, Dios "vio todo lo que había hecho y era muy bueno". ¿Por qué, nosotros, lo vemos todo malo? Hemos exagerado incluso la capacidad del ser humano para malear la creación. Para Dios todo está siempre en total equilibrio. La justicia de Dios no es un trasunto de la justicia humana, sólo que más perfecta. La justicia humana es el restablecimiento de un equilibrio perdido por una injusticia. Dios no tiene que actuar para ser justo ni inmediatamente después de un acto, ni en un hipotético último día donde todo quedaría definitivamente zanjado. Dios no hace justicia. Él es justicia. Todo acto, sea bueno, sea malo, en sí mismo lleva ya el premio o el castigo, no se necesita por parte de Dios ninguna acción posterior. Ante Dios todo es justo en cada momento. Por fin podemos desistir de aplicar a Dios nuestra justicia. Dios es justicia y toda la creación está siempre de acuerdo con lo que Él es. Él ha querido nuestra contingencia como criaturas que somos. El dolor, el pecado y la muerte no son en el hombre un fallo, sino que pertenecen a su misma naturaleza. La salvación no consistirá en que Dios nos libre de esas limitaciones, sino en darse cuenta de que Él está siempre con nosotros, y todo hombre puede alcanzar plenitud de ser, a pesar de ellas. Lo que en el mundo creemos que está mal y no depende del hombre, no es más que una falta de perspectiva. Una visión que fuera más allá de las apariencias, nos convencería de que no hay nada que cambiar en la realidad, sino que tenemos que cambiar nuestra manera de interpretarla. Lo que nos debería preocupar de verdad es lo que está mal por culpa del hombre. Ese habría de ser nuestro campo de operaciones. Ahí nuestra tarea es inmensa. El ser humano está causando tanto mal a otros seres humanos y al mismo mundo que deberíamos estar aterrados. No nos debe extrañar la referencia a la destrucción del templo. Este evangelio está escrito entre el año 80 y el 90, por lo tanto ya se había producido esa catástrofe. Para un judío, la destrucción del templo era el "fin del mundo". Era lógico asociar la destrucción del templo al fin de los tiempos, porque para ellos el templo lo era todo, la seguridad total. Para ellos era impensable la existencia sin templo. De ahí la preocupación de la pregunta: ¿Cuándo va a ser eso? Poro Jesús responde hablando del fin de los tiempos, no del templo. La única preparación posible es la confianza total en lo que Dios nos está dando. Sin embargo, Jesús introduce elementos nuevos que cambian la esencia de la visión apocalíptica. En la lectura de hoy podemos apreciar claramente estos matices. A Jesús no le impresiona tanto el fin, como la actitud de cada uno ante la realidad actual ("antes de eso"). Es el presente del creyente lo que interesa a Jesús. ¡Que nadie os engañe! (toda mi predicación se podía resumir en esta idea). Ni el fin ni las catástrofes tienen importancia ninguna, si sabemos mantener la actitud adecuada. La realidad no debe perturbarnos "no tengáis pánico". Sabemos que la realidad material termina, pero lo esencial dura. La seguridad no la puede dar la falta de conflictos (siempre los habrá), ni la promesa de felicidad, sino la confianza en Dios. Tampoco debemos seguir edificando "templos" que nos den seguridades. Ni organigramas ni doctrinas ni un cristianismo sociológico, garantizan nuestra salvación. Todo lo contrario, puede ser que la desaparición de esas seguridades nos ayude a buscar nuestra verdadera salvación. Decía ya San Ambrosio: "Los emperadores nos ayudaban más cuando nos perseguían que ahora que nos protegen". Lo esencial del mensaje de hoy está en la importancia del momento presente frente a los miedos por un pasado o las especulaciones sobre el futuro. Aquí y ahora puedo descubrir mi plenitud. Aquí y ahora puedo tocar la eternidad. Hoy mismo puedo detener el tiempo y llegar a lo absoluto. En un instante puedo vivir la totalidad, no solo de mi ser individual, sino la TOTALIDAD de lo que ha existido, existe y existirá. Para el despierto, no hay diferencia ninguna entre el pasado, el presente y el futuro. Si dependo de mi falso yo, elegiré prolongar eternamente esta vida, y cortaría el acceso a mi verdadero ser. Jesús venció a la muerte, muriendo. Pero no nos engañemos, su muerte no fue un paripé, aunque doloroso, para recuperar la misma vida que perdió. Fue la aceptación total de su limitación lo que le proyectó a lo absoluto. Solo descubriendo y aceptando plenamente mi limitación, podré entrar en la dinámica de lo eterno que hay en mí. El mayor peligro que nos acecha es que busquemos en la vida espiritual la manera de potenciar lo material. Meditación-contemplación "Cuidado con que nadie os engañe". Con frecuencia nos convence lo que halaga el oído. Cuando la verdad nos exige esfuerzo, buscamos escapatorias más fáciles de asimilar. .................... Los predicadores de todos los tiempos lo saben, y tratan de aprovechar esa debilidad para engañarnos. Profundizar en la realidad de nuestro propio ser, es el único camino para escapar de las voces de sirena. ..................... Todas las promesas de futuro que se hacen en nombre de Dios son falsas, porque Dios no tiene futuro. Dios no promete, da. Y se da desde siempre y para siempre. En esa eternidad del don, tenemos que entrar nosotros. El relato, posterior a los acontecimientos –aunque luego se pusieran esas palabras en boca de Jesús-, presenta un cuadro caracterizado por la destrucción del templo (ocurrida en el año 70, tras la invasión de los ejércitos romanos), un escenario de guerras, la aparición de falsos mesías y la persecución de los discípulos de Jesús incluso por la propia familia.
Todo ello, en efecto, es una especie de "retrato" de lo ocurrido. No es difícil imaginar la precaria situación de aquellas primeras comunidades, que se situaban todavía dentro de la órbita de la religión judía, como una línea más dentro de ella. Ven cómo el país es asolado y el templo de Jerusalén destruido por completo. El propio judaísmo está en trance de desaparecer. Y cuando empieza a reconstruirse a partir de la asamblea de Jamnia, sobre la base de los fariseos, los seguidores de Jesús quedan excomulgados y empiezan a ser perseguidos. En tal situación de caos, no debía ser fácil mantener la fidelidad ni la confianza. Y es probable que miembros de las comunidades marcharan detrás de alguno de tantos "mesías" que proliferaban en aquellos años. Frente a esos riesgos quiere alzarse esta narración. Al poner en palabras de Jesús la descripción "anticipada" de lo ocurrido, quieren fortalecer la confianza de sus comunidades, haciéndoles notar que no sucedía nada que no estuviera ya previsto y anunciado. Y, aminorado el miedo, lleva la insistencia a dos puntos: por un lado, a la confianza de saberse acompañados por la presencia del propio Jesús, que les dará palabras adecuadas y sabiduría con que hacer frente a los tribunales. Y, por otro, a la perseverancia en medio de la crisis, con una imagen que garantiza toda seguridad: "Ni un cabello de vuestra cabeza perecerá". La metáfora de los cabellos de la cabeza apunta a la mayor certeza en la que podemos apoyarnos siempre: quienes realmente somos no puede ser afectado negativamente por nada. Lo que somos se halla a salvo de todo peligro. Porque, en última instancia, no es diferente de Lo que es. Puede verse afectado todo lo que es impermanente. Todo sin excepción, en el mundo de las formas, se ve sometido a cambios constantes, y todo se da acompañado de su polo opuesto. Sin embargo, más allá de las formas, todo ES. Puede que la persona religiosa se abra conscientemente a la presencia de Jesús; en realidad, en él, está conectando con Lo que es, más allá de lo que percibimos por los sentidos y por la mente. La persona creyente, si no hace de Dios un ídolo a su medida, al abrirse a Él, se está anclando en el Misterio último de lo Real, con quien se descubre no-separada, y donde percibe que todo está a salvo, todo está bien. Pueden darse guerras, epidemias, persecuciones... Si mantenemos la consciencia de nuestra verdadera identidad –no el ego amenazado de muerte por todo ello, sino la Consciencia una-, nos sentiremos en todo momento "salvados". Es la última estancia de Jesús en el Templo. A la escena de hoy le han precedido las fuertes polémicas con los jefes religiosos del pueblo y la invectiva de Jesús contra ellos (más amplia y violentamente en Mateo 23) y el elogio de la pobre viuda que echa una monedita en el Tesoro del Templo.
Lucas sitúa a continuación el "Discurso escatológico", del que hoy leemos la primera parte, que se termina con la parábola de la higuera y la exhortación a la vigilancia. El pasaje termina con un dato que parece biográfico: "De día enseñaba en el Templo; de noche salía y se quedaba en el Monte de los Olivos. Y todo el pueblo madrugaba para escucharle en el Templo" (Luc 19,47 y 20.37) El discurso escatológico mezcla, como en los otros evangelistas, cuatro temas: las predicciones sobre la destrucción de Jerusalén. las predicciones sobre el final de los tiempos. el anuncio de que sus discípulos serán perseguidos. la exhortación a la vigilancia, estad alerta. Los temas se presentan un tanto mezclados, de manera que no es fácil deslindar cuándo está hablando de uno u otro tema, ni cuándo el texto ofrece palabras de Jesús o interpretaciones posteriores de la comunidad. La impresión que se recibe es que se trata de un conjunto un tanto artificial en el que, con motivo de los últimos momentos de vida pública de Jesús, se recogen temas de predicación diversos unidos por la urgencia de responder a la Palabra, como tema espiritual básico. Estos textos nos permiten precisar algo el tiempo en que se escribieron los libros: en tiempos de la destrucción de Jerusalén y en un clima de persecución que afectaba seriamente a los seguidores de Jesús. Por esto, resulta difícil precisar qué hay en ellos de "predicciones" de Jesús y qué de consejos de predicadores para los cristianos que lo están pasando muy mal, especialmente los cristiano-judíos, que ven acabarse su mundo, su capital, su Templo. Si estos predicadores recogen palabras de Jesús, ponen en boca de Jesús sus propias palabras o acomodan a los sucesos, amplificándolas, algunas predicciones de Jesús, es difícil de dilucidar. Es claro que Jesús pronuncia una serie de palabras negando la importancia del Templo, anunciando a sus discípulos que serán perseguidos y tomando pie de todo esto para una exhortación general a estar siempre preparados. Este fue sin duda un golpe tremendo para los cristiano-judíos, que verían desaparecer una de las columnas básicas de su fe: el Templo. Tendrán que entender las palabras de Jesús: el Templo no tiene importancia, es parte de lo antiguo, que está superado. El Templo sí que es un odre viejo, roto por el vino nuevo de Jesús. Pero tendrán que asimilarlo, y la destrucción física del templo les obligará a re-pensar las palabras de Jesús y les hará entenderlas mejor. Entonces surge la pregunta –muy verosímilmente histórica– de los discípulos: "cuándo sucederá todo esto y qué señales anunciarán la catástrofe". Como casi siempre, dan más importancia a las curiosidades que a la esencia del mensaje. Jesús entonces se eleva de esta pregunta (muy importante para los oyentes, pero intrascendente en sentido verdaderamente religioso) al tema general de la persecución y de la vigilancia. Es muy probable, por tanto, que nos encontremos ante un ejemplo típico de manipulación de las palabras de Jesús. Las preocupaciones de las iglesias alrededor de los años 70 se proyectan sobre la enseñanza de Jesús. La enseñanza de Jesús se centra en que el Templo no tiene importancia, en que los discípulos serán perseguidos y en que todo creyente debe vivir siempre en la despierta atención a la palabra. La aplicación parenética lo ha aplicado a las tribulaciones concretas, interpretándolo todo en género profético. ¿Cuándo sucederá eso, qué señales habrá? A Jesús siempre le preguntan tonterías, le hacen preguntas aparentemente religiosas, pero que son sólo negaciones de lo religioso. La Samaritana le pregunta por el Templo, en Jerusalén o el Garizim. Los discípulos están siempre preocupados por la instauración del nuevo reino, en el que esperan recibir hermosas poltronas de ministros. El escriba le pregunta con qué prójimo está exactamente obligado y con cuáles no. Otra vez le preguntan si son muchos los que se salvan. Ahora le piden señales de los cielos para conocer cuándo llegará el final. A veces parece que Jesús está harto. A todas estas preguntas de curiosidad pseudo-religiosa ha contestado siempre respondiendo no a lo que le preguntaban sino a lo que deberían haber preguntado. A la samaritana: ni este Templo ni el otro Templo, sino en el corazón. A los discípulos: os perseguirán, os echarán de la Sinagoga, estáis llamados a lavar los pies de todos. Al escriba: pórtate tú como prójimo. A "cuántos se salvan": entra tú por la puerta estrecha. Ahora, en mitad del templo: lo que vale es la viuda. También respecto a los últimos tiempos dice lo mismo: ni el Hijo lo sabe, sólo el Padre. O, lo que es lo mismo: ¿qué importa eso?, vive atento a la palabra, que lo demás es tirar la vida. Lo peor es que todos estos subterfugios sirven para eludir la atención a La Palabra. El juicio: ¿se alegran de la condenación? Al leer el texto de Malaquías nos parece sentir que Dios justo y vengador condena al fuego a "los malos" sin la menor piedad, sin rastro alguno de dolor. El amor y la misericordia llegan hasta el día del juicio; después, justicia seca. Dios no tiene sentimientos. Es comprensible que en la prehistoria de la fe alguien tuviese esos pensamientos. Desde Jesús, no. Si alguien se pierde, a Dios se le pierde un hijo; el pastor no ha podido encontrar la oveja que se quedó en el monte, la mujer ha barrido la casa pero no ha aparecido la moneda, el hijo pródigo no ha vuelto a casa (para satisfacción quizás del hermano mayor) ¿Cuándo vamos a hacer teología desde las parábolas, no desde nuestros presupuestos judiciales? ¿Será necesario repetir una vez más que Dios quiere que todos los hombres se salven, y que Dios es, antes que nada "El amor Omnipotente?. Por culpa de predicadores catastrofistas ¿deberemos renunciar a la esperanza en el poder salvador del Padre? ¿Admitiremos sin pestañear que en el Banquete final del reino habrá puestos vacíos sin que a nadie, ni al Padre, le importe? ¿En aquel tiempo? En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos. Jesús les dijo:- "Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido." ¿En aquel tiempo? En todos los tiempos, en todas las religiones, desde Mesopotamia, pasando por Egipto, Grecia y Roma, incluyendo a Israel, a las basílicas bizantinas, a las catedrales góticas y barrocas, a San Pedro de Roma, a la catedral de Santiago de Compostela, a la basílica (menor) de la Sagrada Familia ... ¡mira maestro qué piedras, qué construcciones, qué exvotos, cuánto oro, cuánta riqueza, cuántos personajes sagrados vestidos como reyes, cuántos cálices tachonados de joyas...¡ ¡Mira, mira maestro! Y un día dijo Jesús, a propósito del Bautista (que se vestía con un pellejo de camello y no comía más que saltamontes y miel): "¿qué salisteis a ver al desierto, un hombre vestido con ropas preciosas? No, los que visten así están en los palacios de los reyes". Tienes razón, maestro, los templos siempre han sido los palacios de los reyes, reyes de la tierra, reyes de poder, de riquezas, que se exhiben y disfrutan de su aparatoso status y gastan más dinero y tiempo en sí mismos y en sus palacios que en cuidar de tu rebaño (por otra parte debidamente recluido en su redil, sin voz pero con hambre, sin pastores pero con espectáculos). Pero también dijiste, Maestro: "Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido." Y, perdóname, me asalta la inoportuna pregunta que te hicieron entonces, y no puedo menos de repetirla: "Maestro, ¿cuándo será destruido todo eso?". No me importan gran cosa los palacios de los reyes, pero me importa mucho que se derrumben todas las piedras sagradas, todas las vestiduras regias, todos los alardes de vana pompa. Me importa mucho que Pedro vuelva a ser pobre, que no lleve anillo, que no viaje más que a pie y descalzo, y lo justo para animar la fe, que los pastores no vivan en palacios, que no se vistan con telas costosas, que el oro se gaste sólo en dar de comer a los pobres... ¿cuándo sucederá eso, Maestro? No me lo vas a decir, pero creo en tu palabra y confío en que sea pronto. Hasta creo, en mi ingenuidad, que los signos de crisis y desprestigio de la iglesia son señales de que el proceso ha comenzado, y ha comenzado, como todo lo tuyo, desde abajo, desde la fe de los que quieren seguirte de veras, que están cansados de tanto palacio regio, de tanta pompa y despilfarro, y se van alejando, no de ti, sino de ellos. Pero échanos una mano porque también dijiste que "antes de todo eso, os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a los tribunales y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa de mi nombre". Y ya lo están haciendo, hay muchos buenos seguidores tuyos que lo están pasando muy mal y, lo peor de todo, hemos visto a los reyes, a los gobernantes corruptos, a los descaradamente ajenos y hostiles a tu mensaje y a tu estilo, mezclados con tus pastores (vestidos de reyes) que para nada les recriminan nada sino que disfrutan con ellos de la magnificencia de tu (¿?) sagrado templo. ¿A quiénes te referías cuando dijiste "Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usando mi nombre diciendo: ' Yo soy' o bien 'el momento está cerca'; no vayáis tras ellos." Maestro, te decimos aquello de Pedro: "¿Señor, a quién iremos? Tú solo tienes palabras de vida eterna". Pero cuando las palabras de los que deberían decirnos tus palabras nos resultan extrañas a ti, cuando sus gestos y su estilo no son los tuyos, ¿a quién iremos Maestro?. ¿Qué quisiste decir con aquello de : "Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa de mi nombre". ¿Tan mal se tienen que poner las cosas? Padres, parientes, hermanos, amigos ¿son también sacerdotes, teólogos, pastores...? Sin templos de mármol, sin vestiduras de seda, sin cálices de oro, sin altares, sin poder, sin condenas, sin tiaras, ¿cómo será tu iglesia cuando todo eso se derrumbe?. Porque yo creo en ti, Maestro, creo que tu palabra se cumplirá y espero que todo eso se derrumbe. Espero que la única fuerza de tu iglesia sea la de la semilla, la del pan y el vino, la de la viuda que echó su monedita, la del samaritano del camino de Jericó, la de la primera comunidad, en la que no había indigentes porque nadie consideraba sus bienes como propios, la del humilde Pedro que aceptaba las recriminaciones del exaltado e intransigente Pablo. Ya sé que todo eso tardará, pero al menos déjame soñar un poco, déjame rezar con tus propias palabras: "¡que venga tu reino!". Nos invitas al amor. Tan simple y tan complejo. Ese amor que libera, que nos impulsa a desplegarnos unos a otros, despertando sueños de abundancia propios y compartidos, desechando el miedo que paraliza.
El viento nos empuja, cargado de agua, hacia nuevas fecundidades que se gestan en el encuentro. La vida nos reclama esa profundidad que nos alborota y nos ordena a la vez, cuando sentimos ese sostén mutuo, esas miradas que confirman, que piden, que interpelan... Esos ojos que se entregan, en el "surco humilde y oscuro que reclama al grano para ser fecundo", como nos compartía Mauricio Silva. Con la apertura del surco partido, exponiendo la profundidad, confiadamente. Con esa ansiedad de la espera, esa agitación que aguarda la siembra, ese palpitar por la semilla que llega ya pero todavía no. Así queremos estar: arados y expectantes, gozando del roce de la brisa, con todo dispuesto para los granos que se anuncian, que se van posando uno a uno en la tierra y hacen fiesta. Para honrar esa fertilidad como algo "sagradamente humano", algo tan tuyo, Jesús sagradamente humano y humanamente Dios. Solo así, haciéndonos cargo de esta humanidad quebradiza y potente, eterna y finita, que es cuerpo y espíritu alborotado, que es sensibilidad y búsqueda honda de sentido, deseo insaciable de abundancia. Solo así podemos ir integrando, hundiendo las semillas en la tierra, para dar frutos dulces. Viviendo a fondo lo que vivimos, ni más ni menos que eso, para encontrar el tesoro escondido, para toparnos con una perla más valiosa todavía. Seguir cavando en la experiencia para que brote de ella la luz de lo infinito que la habita, cada vez con mayor densidad. Queremos dejarnos soplar por el viento, en estos tiempos de cambio, para que nos lleve de regreso a tu camino; para que nos devuelva a lo que soñaste, despojándonos de tantos ropajes artificiales que nos alejaron de tus búsquedas. Queremos recuperar tu intensidad renovadora, sumarnos una vez más a tu "indignación profética", para hacernos creíbles como el grano de mostaza... Creemos en este tiempo de gracia, de abundancia de la Iglesia que quiere seguir reconociéndose tuya. Creemos en la mirada lúcida que nos hace más fieles a nosotros mismos. Sentimos en las manos la responsabilidad de la herencia profética, de tantas opciones valientes, de tantos que apuestan la vida entera para hacerse abrigo de muchos. Ayúdanos, Jesús compañero, Jesús del abrazo y la mirada intensa, Jesús del coraje de amar hasta el extremo, a descubrir y amplificar el amor, que es anhelo genuino, integral e integrador, que provoca vida nueva. Creados a imagen y semejanza de Dios, que se reveló en Jesucristo, nuestra vocación es vivir... Vivir plenamente como hijos del Padre vivo de la Vida... Vivir saludablemente.
Si las consecuencias de lo que hacemos no traen vida saludable para todos/as, entonces no es Dios... Si nuestra motivación central no es el anhelo sincero de que reine la vida saludable en toda la Creación, y nos dejamos llevar principalmente por el propio bienestar o confort, entonces no es Dios... Si el clamor que pide justicia viene de la crispación y el deseo de venganza, si, consciente o inconscientemente, nos hacemos parte de la espiral creciente de violencia que degrada, destruye, excluye, descalifica y divide... Entonces no es Dios... No es Dios el que nos arrebata lo que queremos o nos impone que castiguemos. No es Dios el que manda castigos ni exige estériles cumplimientos. No es Dios el que se regodea en satisfacciones egoístas. No es Dios el que premia individualismos deficientes de comunión. No es Dios el que justifica la guerra, sea quien sea la persona, el grupo o la nación. No es Dios quien incita a condenar y atacar, a castigar y maltratar. No es Dios el indiferente ni el impersonal. Dios es Dios de vivos y nos mueve a buscar que reine la Vida en toda la Creación. Por eso, busquemos que prevalezca la higiene... personal, familiar y social. Higiene en la forma de vivir, con mesura y equilibrio. Higiene en las relaciones humanas, basadas en la empatía y la compasión. Higiene como pueblo, personas que estudian y trabajan para el bien común. Dejemos de promover la voracidad feroz de cada individuo. Eduquemos para pensar más en los demás, eduquemos para la responsabilidad, la honestidad y la civilidad. Enseñemos una más eficaz forma de comunicación, no más veloz sino más veraz y que promueva la comunión. ¡Busquemos condiciones de vida higiénica para toda la creación! Que en cada hogar y cada edificio, cada calle y cada empresa, en cada pueblo y en cada país, prevalezca la higiene corporal, psíquica y espiritual. No nos contentemos con resolver algunos problemas o satisfacer algunas necesidades puntualmente. Busquemos aprender a vivir de un modo saludable, porque la vida plena no es cuestión de eternidad futura, sino de autenticidad presente. Dios de vivos, ¡Vives! Te invoco, inhalando profundamente y sintiendo la vida fluir en mí. Te evoco, pronunciándote al exhalar, Eres Dios vivo... Gracias, porque la Vida no muere, terminan los ciclos y pasan las historias, pero la Vida vive... Gracias porque, para ti, todo vive, nos llamas siempre a vivir... Ayúdanos, pues, Padre bueno, a vivir como sueñas tú. Vivir buscando la salud y la comunión fraterna. Esforzarnos para el bien común y la compasión. Practicar la empatía en las relaciones y la higiene en lo personal. Concédenos vivir dando vida... ¡Que seamos saludables para los demás! ¡Que vivamos aprendiendo a morir y vivir! ¡Y que viva y reine el Espíritu Santo de la vida en toda la creación! Hay vida más allá del competir, vida con mayúsculas. Hay vida sana, pura, entera más allá de ese diabólico verbo que nos ha tiranizado. Hoy ya no es cuestión sólo de "ser", hoy hemos de "ser competitivos", si no, no somos, no tenemos futuro...
Competir es un verbo que conjugamos muy a menudo en este mundo con exceso de individualismo. Lo mentan hasta la saciedad desde demasiadas tribunas. Insisten en que, "hoy más que nunca, en este planeta global es preciso estar despierto y así prosperar". Si es necesario incluso, que sea a costa del otro. Los adalides de este sistema invitan a marchar ligeros de principios, a dejar a un lado la carga de ética. Sin embargo es posible el 'ganar todos' ('win win'). Mejor no pierda nadie. Ni la Madre Tierra, ni los derechos de los trabajadores, ni quien genera el mismo producto o servicio. Es cuestión de organizarse, de repartirse, no tanto el mercado, sino la satisfacción de las verdaderas necesidades colectivas. Hay un sitio para todos y todas bajo este Cielo, no sin embargo para todas las ambiciones. Si es caso, competir sólo con nosotros mismos para poder servir más y mejor; darnos por entero sin perjuicio de nadie, persiguiendo sólo el beneficio ajeno. En tanto que empresa, tratar igualmente de ser útiles, intentar ofrecer a la sociedad un buen servicio o producto. No pierda nadie. Que la publicidad sea sólo el producto. No más piernas bonitas sobre brillantes carrocerías. No más indigna utilización de la mujer para vender el último modelo de coche que corre más hacia ninguna parte y con el que se liga más rápido. Agresividad es la carta de presentación en la economía del "sálvese quien pueda". Sin embargo cansa competir, mostrar unas uñas que probablemente nos hayamos ensuciado. Queremos otro verbo, otra sintaxis más fraterna. Nos fatiga pensar constantemente en cómo puedo ganar al de al lado, cómo superarle... Agota explorar su punto flaco para poder dejarle fuera de juego, que no ayudarle. Harta un mundo en que a menudo hay más sitio para los más espabilados, los más sin prejuicios, los más "competentes"... ¿Hay algo diferente a la vuelta de esta caduca esquina? ¿Cuándo llega ese otro tiempo de más cooperar y compartir? ¿Cuándo prosperaremos con el otro? ¿Cuándo se unirán nuestros horizontes, nuestras voluntades, nuestros corazones...? El mercado global trae "nuevos competidores y nuevas reglas de juego", decía, no sin falta de razón, en su comunicado-sentencia el Grupo Mondragón. Las cooperativas vascas habían creado un marco productivo y social con un importante grado de solidaridad, pero la solidaridad ha de alcanzar los confines de la tierra, para que sea sostenible en todas partes. Lo tienen aún difícil esas islas, esos ámbitos solidarios limitados. No todo es blanco en la gama de los electrodomésticos. Los aparatos de a cuatro perras la hora de trabajo inundan las grandes superficies. "Fagor" no puede "competir" en este mercado global y por eso echa el candado. Ni el propio Grupo Mondragón, ni el Gobierno Vasco saldrán de nuevo al socorro ni le inyectarán más dinero. ¿Cuánto tiempo tardará hasta que podamos ver en los medios sustituido el verbo "competir" por el de "colaborar"? No es mera semántica, es una cuestión civilizacional. ¿Cuándo dejaremos de defender nuestros propios intereses, para defender cada vez más los de todos? No, no es un simple cambio de palabras, es un salto cuántico de conciencia, es la pendiente instauración de una nueva era. Del apóstol san Pablo se han dicho muchas cosas. No siempre positivas e incluso algunas muy negativas. Se ha dicho que el apóstol de los gentiles en realidad desfiguró el evangelio de Jesús. Que se inventó "otra cosa" muy diferente que no tenía nada que ver con el Maestro. Por otro lado están aquellos que prácticamente han "divinizado" a Pablo, ya que sus escritos son considerados como "palabra de Dios", que han de valer para todo creyente de todas las épocas y en todo lugar.
Pienso no obstante como otros muchos que hay que tomar a Pablo como lo que era, un judío helenista del siglo I que fue transformado por una experiencia muy profunda y personal. Pablo ha sido y es para mí ese amigo que me acompaña en mi peregrinaje espiritual. Trato de verlo en su contexto, cómo interpretó su realidad (que no es la mía), lo que intentó transmitir y lo que finalmente consiguió. Me identifico con muchas de sus luchas y algunas de sus intuiciones. Fui educado en el Pablo-divino, pero he ido descubriendo al hombre real, dándome cuenta progresivamente de la genialidad del Apóstol de los gentiles. Se ha dicho que Pablo fue el inventor del cristianismo. Esta idea surge al constatar la manera en la que el apóstol anuncia "su evangelio" y lo que encontramos en la predicación de Jesús. Hay diferencias notables, en los conceptos, enfoques y sobre todo en el lenguaje. Además se da la circunstancia de que Pablo en sus epístolas apenas se refiere "al Jesús histórico" como se suele decir actualmente. En todo caso, Pablo se centra en la muerte y en la resurrección de Jesús, de donde elabora prácticamente toda su teología. Es cierto que existen esas diferencias entre lo que Jesús predicaba y lo que Pablo anunciaba. Pero podemos darle explicación. Pablo, mejor que ninguno de los discípulos, captó que en el Evangelio había algo esencial: su universalidad. Y se atrevió a dar un paso más. Cuando llevó el Evangelio al mundo pagano, al Imperio, se encontró frente a un mundo cultural muy distinto al del mundo rural de Palestina. Los caminos de Pablo no fueron los mismos por los que anduvo Jesús. El apóstol tuvo que hacer frente a un mundo cultural donde la filosofía daba respuestas éticas muy concretas. Recordamos su encuentro con los estoicos y los epicúreos (Jesús nunca tuvo que enfrentarse a ellos) Además existían las religiones llamadas "de misterio", que apelaban a la conversión personal, y daban respuestas a las preguntas existenciales. No podemos olvidar toda la mitología romana, y sus templos y sus ritos. El Mitraísmo estaba en pleno apogeo y fue un gran rival para la Iglesia naciente. Recordemos también el incipiente movimiento gnóstico que despreciaba el cuerpo y elaboraba un intrincado sistema cosmológico-espiritual de gran atractivo para los buscadores de la época. Pablo se sitúa frente a todo esto dando una respuesta atrevida. Tomando las imágenes, el lenguaje, incluso la mitología ambiente, sitúa en su centro la revelación de Jesucristo. Emplea términos incluso del derecho romano, recoge lo mejor del estoicismo, reinterpreta ciertos ritos, y anuncia algo impensable. La fe cristiana, partiendo de su matriz judía, es en realidad algo que concierne a todo hombre. Pablo compendió lo que Jesús pretendió. El reino de Dios es universal. Y no puede anunciarse de la misma manera en todos los lugares. De ahí su famosa frase: "con el judío me hago judío, y con el griego me hago griego". No hay duda de que la enorme cultura que tenía le ayudó a encarnar ese evangelio según las circunstancias. Era un judío helenista ciudadano del Imperio romano. Quizás Pablo es un modelo a seguir, no tanto por lo que dijo, sino por lo que hizo. Supo llevar lo esencial del Evangelio a las diferentes cosmologías de la época. ¿Deberíamos hacer lo mismo? Era el hombre adecuado en el momento adecuado. Pablo no fue un desfigurador o un inventor del cristianismo. Sino que fue uno de susintérpretes. Se encontró con nuevas situaciones que no encontramos en los evangelios. Y tuvo que "interpretar" cómo responder. Y eso le llevó incluso a innovar. Pero pienso que siempre se mantuvo fiel "al espíritu de Cristo". Le dio su propia forma y lo llamó "mi evangelio". Parecería una actitud arrogante si no fuera porque en realidad desveló algo esencial. El "Evangelio" no es algo estático, sino algo encarnable, en cada uno de nosotros. Sin embargo, algo esencial, central, común se mantiene en todas las expresiones. Confieso que de haber vivido en aquel siglo, me habría gustado formar parte de los que se han llamado "las comunidades paulinas". Y el motivo es que este hombre discernió que en el corazón de la fe, está la libertad. No hay más que leer su epístola a los Gálatas. Creo que es donde mejor captamos lo que "habitaba" en Pablo. Se dio cuenta que incluso la Ley podía esclavizar a los hombres. Y siguiendo a su Maestro Jesús anunció que había algo más profundo y más importante que La Ley: "Porque toda la Ley en esa sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Gal 5, 14) ¿Nos recuerda a alguien? ¿Nos resulta familiar? Jesús se acercó a las mujeres y las dignificó. Se reveló frente a toda esclavitud y barreras que separaban a los hombres. Su actitud con el Centurión fue escandalosa. El reino que anunciaba el Nazareno superaba los obstáculos. ¿Y no fue lo que anunció el apóstol Pablo? Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús" (Gál 3,28) No hay más que enterarse cómo estaba estructurada la sociedad del siglo I para darnos cuenta del impacto de esa comprensión del Evangelio. Hasta a Pedro le fue difícil comprenderlo en su totalidad. Pablo tuvo también sus puntos oscuros. No toleraba demasiado a los oponentes. Recordamos sus enfrentamientos con Bernabé, Marcos o Pedro. Parecía tener un carácter fuerte. Quizás podamos criticar algunas de sus ideas, de la manera en que entendió algunos aspectos de "su evangelio". Y es normal hacerlo, porque él no era el Mesías, ni era un ser divinizado. Pero fue quien llevó la fe de Jesús más allá del contorno judío. Estamos en deuda con él, y somos herederos de una visión y una intuición que resultó ser un auténtico fermento. Podemos acercarnos al apóstol de los gentiles, sin adoración implícita, situándolo en su contexto y valorando lo que hizo manteniendo un espíritu crítico. Sin embargo no podemos prescindir de él, al menos cada vez que pensemos con una mente universal, con una idea de Reino de Dios que no excluye a nadie. No fue Pablo el iniciador de tal pensamiento. Su fuente fue Jesucristo. En medio de sus errores, o ideas muy particulares, descubrimos la genialidad del apóstol de los gentiles. |
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