Nos encontramos en los últimos versículos del c. 12. Solo queda por delante en el evangelio de Mc el discurso escatológico del c. 13 y la pasión.
Jesús una vez más, enseña. A pesar de que el episodio que acabamos de leer se reduce a cuatro versículos, tiene una profundidad enorme. Es el mejor resumen que se puede hacer del evangelio. La simplicidad del relato esconde el más profundo mensaje de Jesús: toda la parafernalia religiosa externa no tiene ningún valor espiritual; lo único que importa es el interior de cada persona. En las dos viudas de las lecturas, encontramos hoy un nuevo ejemplo de lo que significa una fe auténtica, confianza absoluta. (I Re 17,10-16) La orza de harina no se vaciará, la alcuza de aceite no se agotará. (Heb 9,24-28) "Él se ha manifestado una sola vez en el momento culminante..." Después de manifestar de muchas maneras la actitud de los dirigentes judíos en los versículos precedentes, el evangelio quiere proponernos como ideal, la sencilla postura de la viuda. Lo que el rico, de hace unos domingos, fue incapaz de hacer, lo hace ella con toda naturalidad. El mensaje no puede ser más transparente. Hoy hay poco que explicar. Tenemos que dejarnos interpelar por el relato. En este episodio queda claro el talante de Jesús. Cualquiera de nosotros, progresistas, le hubiéramos dicho a la viuda: no seas tonta; no des esas monedas a los sacerdotes; tienen más que tú. Utilízalas para comer. Pero Jesús que acaba de criticar tan duramente los trapicheos del templo, descubre también la riqueza espiritual que manifiesta la pobre viuda y reconoce que a ella sí le sirve esa manera de actuar, porque es reflejo de su actitud para con Dios. Alejada de todo cálculo, se deja llevar por el sentimiento religioso más genuino. EXPLICACIÓN "Echaban". Las monedas se depositaban en una especie de embudos enormes en forma de bocina, colocados a lo largo del muro. La amplia boca de las bocinas de bronce permitía lanzar las monedas desde una distancia considerable. Los ricos podían oír con orgullo, el sonido de sus monedas al chocar con el metal. Lo que echó la viuda fueron dos monedas del más bajo valor de la época. Las dos monedas constituían una cantidad ridícula. La traducción debería acomodarse a cada época. Hoy serían dos céntimos. Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el cepillo más que nadie. El comienzo "amen dico vobis" indica que la frase es muy importante. La idea de que Dios mira más el corazón que las apariencias no es nueva en la religiosidad judía; se encuentra en muchos comentarios del AT. Jesús profundiza en la idea y se la propone a los discípulos como ejemplo da actitud religiosa. Esta es la originalidad. Dio todo lo que tenía para vivir. Para captar toda la fuerza de esta frase final, tenemos que tener en cuenta que en griego "bios" significa no sólo vida, sino también, modo de vida, recursos, sustento; sería el conjunto de bienes (normalmente alimentos) imprescindibles para la subsistencia. Nosotros tenemos una palabra que se podría aproximar bastante a lo que expresa el texto griego: "víveres" o "sustento". Dio todo lo que constituía su posibilidad de vivir. Equivaldría a poner su vida en manos de Dios. APLICACIÓN Hay que tener en cuenta que Jesús ya había llevado a cabo la "purificación del templo". Sabemos su opinión sobre la manera como se gestionaba el culto y su crítica al expolio de los pobres en nombre de Dios, para que los jefes religiosos vivieran como reyes. De hecho, el templo era el centro económico de todo el país. Esa economía estaba basada en la obligación de ofrecer sacrificios y de dar al templo el diezmo de todo lo que cosechaban, además de voluntarios donativos. El Dios liberador, se había convertido en el dios opresor y exigente que esclavizaba el pueblo por medio de sus dirigentes. En contra de los que solemos pensar, el evangelio nos está diciendo que el principal valor de la limosna no es socorrer una necesidad perentoria de otra persona, sino mostrar una verdadera actitud religiosa. La limosna de la viuda, a pesar de su insignificancia, demuestra una actitud de total confianza en Dios y de total disponibilidad. En nuestras relaciones con Dios no sirven de nada las apariencias. La sinceridad es la única base para que la religiosidad sea efectiva. A Dios no se le puede engañar con apariencias. No se trata directamente de generosidad, sino de desprendimiento. Lo que el evangelio deja claro es que el egoísmo y el amor son dos platillos de la misma balanza, no puede subir uno si el otro no baja. Nuestro error consiste en creer que podemos ser generosos sin dejar de ser egoístas. Lo que Jesús descubre en la viuda pobre es que, al dar todo lo que tenía, el platillo del ego bajó a cero; con lo que, el platillo del amor había subido hasta el infinito. Si mi limosna no disminuye mi egoísmo, no tiene valor espiritual. El evangelio de hoy, ni cuestiona ni entra a valorar la limosna desde el punto de vista del necesitado, porque lo que la viuda echó en el cepillo no iba a solucionar ninguna necesidad. Se trata de valorar la limosna desde el punto de vista del que la hace. Jesús ensalza la actitud de la viuda, aunque acaba de criticar muy duramente la manera que tenían los sacerdotes de gestionar los donativos al templo. La limosna de la que hoy se habla, no es la que salva al que la recibe, sino la que salva al que la da. La diferencia es tan sutil que corremos el riesgo de hablar hoy de tanta necesidad acuciante que podemos encontrar en nuestro mundo y por tanto, de la necesidad de hacer limosna para remediar esas necesidades extremas. Hoy no se trata de eso. Se trata de dilucidar donde ponemos nuestra confianza. Podemos ponerla en la seguridad que dan las posesiones o en la seguridad que nos da la confianza en Dios. La motivación de cualquier limosna no debe ser, en primer lugar, remediar la necesidad de otro, que está en peores condiciones que yo, sino el manifestar el desapego de las cosas materiales y afianzar nuestra confianza en lo que vale de verdad. La cuantía de la limosna en sí, no tiene ninguna importancia; solo tendrá valor espiritual, si el hacerla, supone privarme de algo. Dar de lo que nos sobra, puede aliviar la carencia de los demás, pero ningún valor religioso para mí. Mi limosna valdrá la pena solo si me duele un poquito. El que recibe una limosna, puede estar realmente necesitado de lo que recibe; en ese caso, la limosna ha cumplido un objetivo social. Ese objetivo no es lo esencial, porque puede alcanzarse por circunstancias ajenas a una voluntad humana. El que recibe una limosna, puede aceptarla como una lotería sin descubrir la calidad humana del que se la ha dado. O puede darse cuenta de que la actitud del otro le está invitando a ser también él mismo más humano. Si esto segundo no sucede, es que la limosna como acto religioso, ha fallado para el que la recibe. Alcanzar este último objetivo, depende de la manera de hacerla. El que la da puede ser que tenga sus necesidades bien cubiertas y da de lo que le sobra; o puede ser que se prive de algo que necesita, al hacer la limosna. En el primer caso, aún podía demostrar un cierto desapego al superar el afán de acaparar y buscar en las riquezas seguridad. En el segundo, entramos en una dinámica religiosa. Se podría dar el caso de que un necesitado hace una limosna de la que se va a aprovechar el que no la necesita. En ese caso, el objetivo religioso se cumple. Sin tener esto en cuenta, con frecuencia dejamos de dar una limosna, porque no estamos seguros de que vaya a remediar una necesidad real. Solo cuando das lo último que te queda, demuestras que confías absolutamente. El primer céntimo no indica nada; el último lo expresa todo, decía S. Ambrosio: Dios no se fija tanto en lo que damos, cuanto en lo que reservamos para nosotros. Un famoso escritor actual dijo en una ocasión: solo se gana lo que se da; lo que se guarda se pierde. La viuda, al renunciar a la más pequeña seguridad, manifiesta la verdadera pobreza. Meditación-contemplación La viuda entregó todo lo que tenía para subsistir. Las dos monedas no tenían ningún valor, pero la actitud interna que demuestra ese insignificante don es lo más valioso que podemos imaginar. ............... Los actos solo tienen valor religioso y humano en la medida que son expresión de nuestro interior. No importa que sean espectaculares o insignificantes. Su valor está en lo más íntimo de la persona. .................. Mi escala de valores debe cambiar. Debo dejar de valorar lo que se ve, Para empezar a valorar en mí y en los demás lo que me hace más humano y más cristiano.
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Estamos asistiendo al baile de la confusión. Con tantas mentiras de unos y otros ya no sabemos a qué atenernos. Incluso en ideas y valores morales y éticos se está notando gran deterioro.
Los profetas de la Biblia advierten al pueblo creyente en estas situaciones: Isaías (1, 11-17; 56, 6-8) viene a decir que Dios está harto de cultos vacíos y no se deja sobornar; que el ayuno que agrada a DIos es que se rompan las cadenas de la injusticia y que se desaten los nudos que aprietan el yugo; que se acabe con la tiranía y se comparta el pan con el hambriento; que se reciba al pobre sin techo y se vista al desnudo que no tiene ropa. Miqueas (6, 5-8) dice que seamos leales y fieles unos con otros. Amós (5, 24) que fluya la honradez como manantial inagotable. Hoy, en nuestra sociedad, se puede aplicar el contenido de estos textos. No resplandece la honradez ni la justicia. La ambición está a la orden del día. Nos estamos dejando llevar por comportamientos egoístas e insolidarios. Lo único que se valora es el dinero. Todos adoramos al “becerro de oro”. El sistema capitalista nos está llevando a confundir los verdaderos valoras humanos. Se nos olvida que la dignidad de las personas es el supremo valor. ¿Se está respetando esto en las decisiones políticas y económicas que toman quienes se supone que son creyentes?. Hoy se pone en primer lugar el rescatar a los bancos y no se tiene en cuenta lo que están sufriendo los de abajo. Cada vez se acentúan más las diferencias entre ricos y pobres. Se obliga a las clases medias y trabajadoras a cargar con las consecuencias de las equivocaciones y delitos cometidos por la clase dirigente, y parece que lo que se pretende es volver a reforzar lo métodos del sistema capitalista neoliberal, que es el que ha dado lugar a la crisis y el que tiene por norma ganar siempre y a costa de lo que sea. La ecología y el sostenimiento de la naturaleza, limpia de contaminación, también es importante y hay que tenerlo en cuenta. Hay bienes suficientes para todos pero están mal repartidos. Los mercados y la política no se rigen por principios éticos y solidarios. Desde el punto de vista cristiano y humano se puede decir que son inmorales y perversos. ¿Cómo podemos colaborar todos para cambiar esto?. ¿Tendrán razón los profetas?. Todo israelita debe pagar impuestos al templo, proporcionados a su condición económica. Esto tiene dos finalidades: para los fieles, reconocer a Dios, como una especie de sacrificio en que se ofrece a Dios parte de lo que se posee para manifestar que todo es de Dios; para el Templo, es una de las formas de financiarse.
Teniendo en cuenta que este precepto afecta a todos los israelitas, incluso los que viven lejos de Jerusalén, y que hay mucha gente rica entre ellos, los ingresos del Templo son cuantiosos. De estos ingresos viven también los sacerdotes, muy especialmente los sacerdotes importantes. Conocemos por la arqueología algunas casas de sacerdotes de Jerusalén: suntuosas, al estilo greco-romano, con peristilos, mosaicos, estanques... La ofrenda de estos tributos se hace en los cepillos con boca en forma de trompeta, cerca del Arca del Tesoro, en el "Gazofilacio" del Templo, cercano probablemente al Pórtico de Salomón, magnífica "stoa" de trescientos metros de largo, con cuatro filas de altísimas columnas de mármol con capiteles de bronce dorado y artesonados de cedro. Las enormes riquezas depositadas en el Arca, la ostentosa ofrenda de los ricos, el ambiente de esplendor y lujo casi inimaginables contrastan violentamente con la ofrenda de la viuda. En el original, dos monedas de cobre del más ínfimo valor. La escena se sitúa en el Templo de Jerusalén, en el pórtico de Salomón y frente al Arca del Tesoro, donde la gente deposita las ofrendas. Estamos en la última semana de la vida de Jesús. El contexto es el siguiente: han precedido las disputas de Jesús, primero con los Fariseos por el tributo debido al César, luego con los saduceos por el tema de la resurrección, y finamente con los letrados acerca del primer mandamiento, texto que leímos el domingo pasado. Jesús ha contraatacado después proponiéndoles una pregunta sobre el Mesías Hijo de David, a la que nadie ha sabido responder. Una vez desautorizados sus poderosos enemigos, Jesús sigue con su ataque. Es el texto que hoy leemos. Parece tener dos partes: la advertencia de Jesús al Pueblo contra los letrados (que adquiere extrema violencia en Mateo 23), y el episodio de la limosna de la viuda. Independientemente considerados son fáciles de entender. Dios acepta los actos humanos valorando el corazón del hombre, no juzga según las apariencias humanas. Hay que notar sin embargo que están unidos, y colocados en este contexto de enfrentamiento: Jesús se decanta en favor de los que sencillamente sirven a Dios, y en contra de la religiosidad oficial de Israel. Este rechazo, correspondido naturalmente por los jefes y letrados del pueblo, llevará a Jesús a la cruz. Y llama la atención la expresión usada por Jesús.: "De verdad os digo" (en el original, "en verdad, en verdad os digo"), que es la fórmula que Jesús utiliza para dar énfasis a sus mensajes importantes. R E F L E X I Ó N Una de las constantes de Jesús es que se decanta siempre por la persona más que por la institución, por el cumplimiento sincero, de corazón, sin importarle gran cosa el cumplimiento "legal". La institución no puede aguantar esto, se tiene que basar en el control externo del cumplimiento de lo mandado. Recordemos el gran enfrentamiento acerca del Sábado, que le acarrea la condena tajante:"Este hombre no es de Dios, porque no cumple el Sábado". La traducción a nuestro tiempo sería: "... porque no va a Misa el Domingo". Por eso, la trayectoria de Jesús se va convirtiendo poco a poco en un enfrentamiento con las autoridades. Jesús no dice que no hay que cumplir la Ley, al contrario, insiste en que hay que cumplirla, pero dejando bien claro que este cumplimiento es un medio, no un fin. Esto se refiere muy especialmente a las leyes que los hombres hemos promulgado aplicando la Ley de Dios. Son, en nuestro lenguaje, "los mandamientos de la iglesia", que son una manera establecida de concretar lo que Dios quiere de nosotros. Pero son leyes humanas, que hay que cumplir como medios, y nunca son fines. La limosna de la viuda, el fariseo y el publicano, la acogida a los niños, las comidas con los pecadores, acercarse a los leprosos.... todo va en la misma línea: aceptar el corazón que quiere buscar a Dios, atender primero a la necesidad de las personas... Jesús es así. Dios es así. Dentro de esta línea está la constante atención y preferencia de Jesús por "los pequeños", "los últimos". "Muchos primeros serán últimos y muchos últimos serán primeros" es casi un tópico en el Evangelio. Y nos asoma al juicio de Dios, nos hace ver con los ojos de Dios. En la escena del templo, los sacerdotes, los doctores y los fariseos son los primeros, por su función sagrada y su poder, por su ciencia teológica, por su reconocida santidad. Parece que "tienen derecho" a estar en el Templo y al respeto de todo el mundo. La viuda es la última, puede estar agradecida de que no la echen de ahí, porque no es nadie, ni su dinero significa nada para la impresionante riqueza del templo: a nadie le importa. Pero es la primera para los ojos de Jesús. Jesús mira siempre al corazón, y sabe dónde está el bien o la apariencia. Jesús es un juez experto que no se deja engañar. Ha hecho un inmenso esfuerzo por convencer a los sabios, a los santos y a los poderosos; se le han cerrado a cal y canto. Ha ofrecido el camino la verdad y la vida a la gente sencilla y necesitada, y le han seguido. Le han seguido los últimos, le han rechazado los primeros. Y proclama ahora que el mundo lo ve todo al revés, juzga por las apariencias, mientras Dios ve el corazón. PARA NUESTRA ORACIÓN Esta escena tan sencilla nos desafía una vez más, si nos vemos retratados en ella, como suele sucedernos al enfrentarnos a las escenas del Evangelio. Estas narraciones simples tienen el poder de sacar a la luz lo más íntimo de nuestros escondrijos espirituales. Es increíble la facilidad con que nos consideramos buenos, mejores, superiores, primeros, y la tentación de considerar a otros peores, inferiores, últimos. Una grave tentación. Nuestra consciencia de superioridad suele basarse en la constatación de que tenemos más cualidades, mejor posición o consideración social, más "virtudes" y menos "pecados" reconocidos. A otros los consideramos inferiores por menos cualidades, menos consideración social y más evidentes pecados. Pero cuando Jesús antepone la viuda a los doctores, y mucho más aún cuando dijo "las prostitutas y los publicanos van delante de vosotros en el Reino", estaba desmontando esta consideración, tan humana y tan errónea. Las dos monedas de cobre de la viuda no valen nada: ante Dios valen más que los tesoros que donan los ricos. Un pequeño acto de generosidad de una de esas personas que nosotros consideraríamos quizá "pecadores públicos" pasa desapercibido en el mundo y no es comparable con las grandes acciones sociales de muchos creyentes. ¿Cómo lo mirará Dios?. La regla es, en el fondo, la relación entre lo que se ha recibido y lo que se da. Haber recibido poco significa no ser nadie a los ojos de los humanos, e incluso no tener más remedio que vivir de mala manera. Haber recibido mucho significa ser muy considerado y quizá también vivir virtuosamente. Pero los ojos de Dios saben las causas y su balanza no pesa apariencias. Todas las desgracias de la viuda están en la columna de su HABER, y toda la ciencia y santidad de los doctores están en la columna de su DEBE. Y los ojos de Jesús saben verlo. A nivel eclesial, esto nos llevaría a considerar la atención de la iglesia a los marginados. No simplemente a los que tienen poco dinero, sino a los marginados sociales profundos, los que quedan "fuera de la ley", porque la vida o el pecado les ha llevado ahí. Y no estamos hablando de su ayuda económica sino de su juicio. La insuficiencia de las leyes de la iglesia sobre el divorcio, sobre la asistencia obligatoria a la Eucaristía, sobre la participación en los sacramentos de los "pecadores públicos" que no pueden dejar de serlo.... Todo esto significa que se sigue considerando últimos a los que en realidad son simplemente más necesitados. PARA CONTEMPLAR ¡Cómo disfrutan los ricos escuchando el tintineo de su oro en las arcas de bronce del Templo! Pueden dar eso y más, porque les sobra mucho más de lo que dan. Es la limosna porcentual. Doy un 25 % de lo que gano a Dios, quedo bien con Dios y con los sacerdotes, y el 75 % restante es mío y sólo mío, para lo que yo quiera, porque ya he cumplido. Una viuda pobre se muere de miseria, es la persona más desamparada de Israel. Pero da, quitándoselo de la boca. Se equivoca, porque podría habérselo dado a otra viuda aún más pobre, que ni siquiera tiene esa monedita para dar. Pero da. Jesús lee muy bien el corazón de la gente. Y le importan muy poco los alardes de los ricos, las riquezas del Templo y la opinión de la gente. Le importa el estupendo corazón de la viuda, que sabe que reconocer a Dios es más importante incluso que comer. Estoy seguro de que Jesús sintió la urgencia de liberar a la viuda, de liberar a los pobres del peso obsceno de la riqueza del Templo, del Templo mismo, de los sacerdotes y su poder. Pero, sin ir tan lejos, nos quedamos mirando: hay miles de personas en el Templo, cientos de sacerdotes, docenas de ricos en quienes todos se fijan. Y una viuda pobre en la cual nadie se fija, nadie, más que Jesús. Un mar cantábrico, profundamente azul, y un cielo algo nublado rodeaban al Palacio de la Magdalena, ubicado en una península de la acogedora ciudad de Santander, y sede de los tradicionales cursos de verano de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo. Allí fue el lugar donde, un tiempo atrás, se celebró el Curso Internacional “El Concilio Vaticano II, 50 años después”, organizado por el profesor Juan José Tamayo y Edgardo Rodríguez Gómez desde la Cátedra “Ignacio Ellacuría” de la Universidad Carlos III de Madrid.
A esta cita, desarrollada en realidad como un conversatorio, fueron invitados connotados exponentes de otras religiones relevantes como el representante en España del Dalai Lama, el venerable Thubten Wangchen, el obispo de la Diócesis en Europa de la Iglesia Anglicana, David Hamid, así como estudiosos de diversas orientaciones de la Iglesia católica. Vale la pena mencionar también el estreno en exclusiva en España de la película “Elefante Blanco”, protagonizada por Ricardo Darín, y la amena charla sostenida con su productor Juan Gordon. El evento rememoraba la celebración del Concilio Vaticano II en 1962, aquel acontecimiento iniciado por el Papa Juan XXIII para poner al día a la Iglesia católica y hacerla partícipe de los nuevos retos a los que se enfrentaba la sociedad mundial en la segunda mitad del siglo XX y su proyección al XXI. Aprovechando esta reunión de intelectuales, religiosas y religiosos tuvimos la oportunidad de hablar con Juan Masía, profesor jesuita e importante figura mundial en temas de bioética. Afincado en Japón hace más de tres décadas, el profesor Masiá se dedica a la enseñanza en la Universidad de Sophia en Tokio. Con él hablamos de temas diversos que atañen a la relación de la sociedad y la iglesia, que por lo visto son cuestiones más terrenales de lo que suele parecer. Parafraseando a San Agustín, se diría que estos asuntos pertenecen más al mundo del hombre que a La Ciudad de Dios. Explíquenos, ¿cuál es la importancia del Concilio Vaticano II? Lo que ocurrió en el Concilio Vaticano II fue lo que quería Juan XXIII que ocurriese. Ese abrir las ventanas y poner la iglesia al día tenía que haber ocurrido mucho antes y ocurrió con retraso, pienso yo, y la lástima es que eso que ocurrió, pues, no acabamos de ponerlo en práctica. La iglesia, ya desde la Edad Media, viene arrastrando toda esta historia. Cuando ocurre la Reforma protestante, la iglesia reacciona contra ella con una Contrarreforma. Esa Reforma tenía que haber ocurrido desde dentro, en vez de provocar el efecto contrario. Lo que ocurrió en el Vaticano II es una cosa que ocurre muy pocas veces, casi todos los movimientos de renovación, de reforma, han surgido de abajo a arriba. Con el Concilio Vaticano II fue que desde arriba, Juan XXIII nos dijo: Hay que cambiar. Normalmente se dice desde abajo y poco a poco se va asumiendo; primero no te lo aceptan, luego te frenan y al final, poco a poco, te lo admiten, pero eso de que desde arriba te animen a cambiar es algo que históricamente pasa pocas veces. Los valores del mundo actual chocan muchas veces con los valores tradicionales de la iglesia católica, hablamos en algún caso sobre los conflictos del aborto, la homosexualidad, avances en genética, entre muchos otros. ¿Es posible que algún día ambas posiciones se puedan alinear? Es que cuando dices los valores tradicionales de la Iglesia católica, y la Iglesia católica hace una reflexión sobre su historia, tiene que plantearse su enfoque y aplicación de esos valores. Pero bueno…, lo más sencillo y lo más esencial del evangelio concuerda con lo que hemos venido llamando los valores tradicionales de la iglesia. Y es que es el problema con el que choca Jesús de Nazaret. A Jesús de Nazaret se le tiene por ateo y choca con la religión establecida de su tiempo, y este problema se está repitiendo; entonces, por eso lo de Juan XXIII: retorno al evangelio; que al mismo tiempo es lo más sencillo y lo más difícil: volver a los orígenes y a la vez mirar el mundo de hoy para dialogar y encontrarse con él. Esas dos cosas, volver a la fuente y dialogar con la actualidad son lo principal. Respecto de la anterior pregunta, sobre el choque de valores y las nuevas interpretaciones. ¿Es posible decir que hay una posición oficial y una posición no oficial respecto de estos temas? Bueno…, si llamas posición oficial a lo que encuentran en un documento como, por ejemplo, la instrucción de la Congregación para la Doctrina de la Fe en 1987, Donum vitae: “El don de de la vida”. Lo que dice en ese documento a propósito de la procreación medicamente asistida, pues dice que no. ¿O qué dice de la anticoncepción?, pues dice que no. Bueno muy bien, pero cuidado, ¿cómo hay que leer un documento así?, ¿cómo hay que entender esto? ¿Es esta una cuestión de dogma?, pues no. ¿De doctrina?, pues no. ¿Es una cuestión de pecado?, pues no. ¿Es una cuestión de obediencia al Papa?, pues no. En un momento dado, la Doctrina para la Fe, en un documento aprobado por el Papa, ha sentido la necesidad de decir eso y tenía sus razones para ello. Pero esto no es una cuestión ni de dogma de fe, ni es una cuestión de pecado o no pecado. Muchos problemas de estos que la gente cree que son problemas de moral, de ética, en realidad son problemas de eclesiología que no entendemos. Como si la iglesia fuese un club con unas normas; se tiende a pensar que esto que está escrito ahí son las reglas que obligan a los miembros del club. No es así. Por ejemplo, tiene mucho más peso el Concilio Vaticano II. Comparándolo con las leyes de un país, diríamos que los documentos conciliares son como la Constitución. Tiene mucho más peso lo que dice la Constitución que lo que dice un determinado decreto dado por la administración de un ministerio específico. Usted actualmente vive en Japón y allí, entre muchas otras cosas, enseña bioética ¿Que es la bioética? Pues mira, dicho muy sencillamente, el interés por la biología viene de antiguo y la ética como preocupación e interés por la convivencia humana también viene de antiguo. Pero la biología que había en el tiempo de Aristóteles no es la que hay ahora. Hoy día sabemos muchísimo más, en estos últimos 50 años hemos aprendido muchísimo sobre la vida; pero no solo sabemos más, sino que al saber más sobre ella, se la puede manejar más. Fíjate que el primer niño que nace por procreación asistida lo hace en el año 1978, el primer trasplante de corazón es en el 68, en el 98 estaban hablando sobre las células madre. Avanza el conocimiento sobre la vida y la capacidad de manejarla, la biotecnología, y esto nos plantea unos problemas que no se habían planteado hasta ahora. La ética se hace también más difícil y también más necesaria y se hace más urgente plantearse los problemas éticos en las cuestiones de la vida. Claro, no te los puedes plantear sin tomar muy en serio los conocimientos científicos, biológicos; no puedes hacerlo solamente desde unos principios muy abstractos o desde unos manuales de moral teológica que hasta ahora no se habían planteado estas preguntas, no puedes responder a estas preguntas con las respuestas de antes. Cuando empiezan los trasplantes lo primero que se le ocurre al que está manejando los libros tradicionales de moral es buscar qué hay allí parecido a los trasplantes. Pues nada decían, no se puede cortar un miembro a un niño para luego utilizar ese niño para mendigar. Pero si no le cortas la pierna que tiene una gangrena, pues se va a morir. Entonces el cortarla es para el bien de todo el cuerpo. A esta manera de razonar le ponían un nombre: es para el bien de todo el cuerpo, por tanto es el “principio de totalidad”. Cuando aparece lo de los trasplantes de riñones a otro, se preguntan: ¿esto es bueno para todo tu cuerpo? Será bueno para él que lo recibe, pero para ti no. Por tanto piensan que no pueden aplicar el principio de totalidad. Hasta que llegó alguien capaz de cambiar el paradigma de pensar y dijo: no se trata del “principio de totalidad”, sino de otro principio, “el principio de solidaridad”. Si tú das un riñón a otro, a ti como persona te hace más caritativo, más solidario, mejor, incluso utilizando aquel principio tradicional de totalidad se podría decir que es bueno para la totalidad de tu persona. Lo puedes hacer. Una vez hecho este razonamiento se pasó de enfocar el tema de los trasplantes como si fuera una mutilación innecesaria al de verlo como una donación solidaria. Se vio la ética obligada a flexibilizar, a reinterpretar, a rearticular el principio tradicional. En suma, ¿tal vez la bioética nos ayuda a unir estos principios con las tecnologías rampantes de estos momentos, a darles una salida? Responder a los nuevos problemas de ética que te plantean estos nuevos conocimientos y tecnologías que vienen y son mayores y más difíciles. Hoy la ciencia se ha hecho más amplia, la tecnología más capaz, la sociedad más complicada… y, por consiguiente, la ética más difícil. Pero, eso sí, más necesaria. Por eso hay que hacerla en equipo, hay que hacerla interdisciplinarmente, hay que hacerla con conocimiento de esa ciencia y tecnología. Para finalizar la entrevista, tengo que formularle una pregunta casi obligatoria; ¿el actual revuelo sobre documentos secretos del Vaticano expuesto de manera misteriosa a la opinión pública evidencia una lucha de poder por el futuro del Vaticano? Pues, por poco que sepamos de la historia de la iglesia, y todo lo que sé, ha habido lucha de poder en toda la Historia, no nos extrañará lo que está pasando. Yo creo que en este caso, lo mismo que en el de la pederastia, es muy bueno que todo lo que está escondido salga a la luz, porque contra el vicio del secreto está la virtud de la información. Y nos ayudará, cuánto más se sepa las cosas, también nos hará a todos más humildes y obligará a no seguir con ese secretismo con que se ocultaban. Escribe Nietzsche en su prólogo de El Anticristo que "algunos de los hombres nacen póstumos". Yo me atrevería a ir más lejos añadiendo que tratándose de creyentes de las religiones, casi todos. Y me explico, para que esa respetable mayoría no se sienta ofendida.
No vivimos una espiritualidad contemporánea en versión original. La que, pura y limpia, bebieron los grandes Maestros de la Sabiduría eterna en sus primigenias fuentes cuando el amanecer genesíaco de todas las criaturas. Tiempos del alba en los que 'ser e interser' se entretejen, como el sol y la luz que desde él brilla. Interser es un verbo ausente en nuestros diccionarios. Y sin embargo, su significado colma las páginas de la mística y de la ciencia. De la mística, desde tiempos inmemoriales. Las de la ciencia, desde que se enunció la teoría del evolucionismo y los investigadores y científicos de nuestros días crearon modelos holográficos del cerebro y del universo. Karl Pribram lo expresó en esta brillante imagen: "Cuando una estrella explota en el universo, algo tiembla en mi cerebro". David Bohm, con estas palabras: "En la esfera holográfica, cada organismo representa de alguna manera el universo, y cada porción del universo representa de alguna manera a los organismos dentro de ella". Y la teoría del caos, evidenciando la interrelación causa-efecto en todos los eventos de la vida: "El aleteo de una mariposa en Londres puede desencadenar un tsunami en Hong Kong". La economía y la ecología son hoy sus dos más preclaros testigos de cargo. La mística -punta de lanza de toda sabiduría- se adelantó miles de años a la ciencia, simplemente porque ella no tenía nada que demostrar en los laboratorios. Los tubos de ensayo no eran lo suyo, sino las experiencias profundas de la vida. Método el suyo sin método, que acarreó a los místicos de todas las épocas y lugares persecuciones y hogueras sin tregua. Su espiritualidad trascendió siempre espacios culturales de religiones concretas, quebrando así toda tentativa de aherrojarla, de ponerle puertas al viento. La Cosmología Hindú nos habla en los Puranas de las Perlas de Indra, escritos hace 3.000 años. La describen como una red de cuerdas de seda que se expande al infinito en todas las direcciones. Cada intersección contiene una perla de gran brillo que refleja sobre sí cada una de las perlas de la red; y así sucesivamente como espejos hacia el infinito. Una ley de causalidad que nos vincula con el resto del universo. Curioso maridaje el de Mística y Ciencia –¿un signo de totalidad?- que le confiere atributos de estado y de acción. Una buena definición de sabiduría no puede prescindir del interser en toda actividad desarrollada. Es la mejor manera de proclamar la común-unión –comunidad/comunión- que el escenario de la vida nos revela.. Esta conciencia clara y profunda de unas correctas interrelaciones con el universo entero -la naturaleza no es un esclavo que la ley nos autoriza a explotar, es un compañero de viaje- sería el más eficaz antídoto para curarnos de tanto desvarío. En este sentido, las guerras son siempre civiles, entre hermanos: también hermano Sol, hermano Río, hermano Clima, hermana Amazonía. Su raíz y efecto está siempre presente en la ausencia de paz con uno mismo. Somos en cuanto inter-somos e inter-existimos. Realidad que los místicos de todos los tiempos han experienciado, tratando de compartir una visión de la eternidad, a la vez que formulando un paradigma único de ecumenismo, humanidad y fraternidad universal. Un empeño de espiritualidad vanguardista que a la gran mayoría de ellos les hizo objeto de montería por parte de las instancias jerárquicas de sus correspondientes Religiones. Paradigma y visión que no solo afecta al aquí y al ahora, concebido únicamente como instante presente, sino como momento total; porque también el tiempo posee la naturaleza del interser. Esto significa que en él está el pasado, en cuyo haber y debe hay que contabilizar el legado de todos nuestros ancestros, polvo de las estrellas incluido. Y lo mismo sucede con el futuro. Un gran místico -y como tal, visionario- ha escrito que "Nada de hecho existe aisladamente. Todo está interrelacionado, todo inter-es con el resto de las cosas. Ni una simple flor puede existir aislada de sí misma, solo puede inter-ser con la totalidad del cosmos. Y lo mismo ocurre también con nosotros". Lo ha cantado también muy poéticamente en el siguiente poema: Tú eres yo, y yo soy tú. ¿No es evidente que nosotros "inter-somos"? Tú cultivas la flor en ti mismo, para que así yo sea hermoso. Yo transformo los desperdicios que hay en mi, para que así tú no tengas que sufrir. Yo te apoyo; tú me apoyas. Estoy en este mundo para ofrecerte paz; tú estás en este mundo para traerme alegría. (Thich Nhat Nha Hanh, Poema Interrelaciones) Todo lo dicho nos lleva a concluir que no nos estamos refiriendo a un concepto, ni tampoco a un estado, sino a una manera de ser necesariamente orientada a la acción y a un compromiso. La pregunta que el escriba –teólogo oficial del judaísmo- le dirige a Jesús tenía mucha importancia por dos motivos: porque los propios teólogos habían llegado a formular nada menos que 625 normas –que hacían derivar de la Torah, y que buscaban regular hasta los detalles más nimios de la vida cotidiana-, y porque las respuestas que se daban a aquella cuestión no siempre eran unánimes.
Se comprende que, en tal jungla normativa, la gente se preguntara por el mandamiento "más importante", deseando simplificar lo que se había convertido en un verdadero agobio. Y se comprende también el interés de la pregunta si tenemos en cuenta que existían diferentes respuestas. Para algunos rabinos, el mandamiento más importante era, por ejemplo, el cumplimiento del sábado. La respuesta de Jesús –que en el cuarto evangelio todavía se radicalizará más: "Os dejo un mandamiento: que, con el amor con que yo os he amado, os améis los unos a los otros": Jn 13,34– no es novedosa. Por un lado, algún rabino contemporáneo, como Hillel, había respondido en la misma dirección: "No hagas a tu vecino lo que no quieres que él te haga a ti. En esa frase se resume toda la enseñanza de la Torah. El resto es comentario. Ve y apréndelo". Por otro, lo que Jesús hace es traer una doble cita tomada de la Torah, en el Libro del Deuteronomio (6,4-5) y en el Levítico (19,18). Su novedad, en todo caso, consiste en unir los dos mandamientos, estableciendo un nexo indisoluble entre ellos. Solo hay un amor. Y, en clave religiosa, es imposible amar a Dios si no se ama al prójimo, como bien recogerá más tarde la Primera Carta de Juan: "Quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve" (1 Jn 4,20). Desde una lectura no-dual, el texto adquiere una riqueza todavía mayor. Por una parte, bajo esta perspectiva, que reconoce que el todo está en la parte, y que el Todo es interrelación, es imposible un amor "parcializado". El amor no hace excepciones. Por otra, podemos apreciar que la respuesta de Jesús –tomada del Libro sagrado del judaísmo- no es tanto un mandamiento, cuanto una revelación. No se trata de que el Dios separado del universo mítico reclame ser amado por encima de cualquier otra realidad, como si de un gran Narciso se tratara (aunque comprendamos que, en el nivel mítico de consciencia, no pudiera verse de otra manera). La lectura es, a la vez, más simple y más profunda. Lo que esa respuesta nos revela –y ahí es donde reside su verdad y su fuerza, con la que cualquier persona puede conectar- es que el Fondo último de lo Real, la Fuente de donde todo brota y la Naturaleza básica de la realidad es Amor. Es decir, se expresa en forma de mandamiento ("Amarás al Señor tu Dios..."), porque eso responde a lo que es nuestra identidad más profunda. Somos Amor –como lo es la Mismidad de todo- y solo "acertamos" en la vida cuando vivimos en conexión con él y permitimos que se exprese y fluya a través de nosotros. La Realidad, cuando se la ve sin el filtro del ego (de la mente), es amorosa y es amable. El Ser ("Dios", en las religiones), en cuanto tal, es tanto fuente de amor como el amor mismo. Esto no significa que las cosas nos vayan a ir "bien", en clave de lo que el ego etiqueta como tal. Significa que el Ser es positividad y que la naturaleza fundamental de todo es beneficiosa. Nuestra mente colocará etiquetas de "positivas" y "negativas", "buenas" y "malas", a las diferentes realidades con las que nos encontremos. Pero ya sabemos que la visión de la mente es sumamente limitada y parcial. Lo que es una polaridad abrazada en una unidad mayor, será visto por la mente como un campo de lucha sin cuartel. Por eso, cuando somos capaces de ver libres del filtro mental, percibiremos la Belleza, la Bondad y la Verdad de todo lo que es. El amor del que hablamos aquí no es un movimiento sensible ni un estado emocional. Es la percepción de que nuestra naturaleza esencial –el Fondo que compartimos con todo lo real- es bella y amorosa. Este amor tampoco tiene que ver, en primer lugar, con la voluntad. Es, más bien y en primer lugar, consciencia de no-separación de nada. De esta comprensión es de donde nacerá el comportamiento adecuado. Por el contrario, cuando estamos en la superficie, identificados con nuestro ego y actuamos desde él, sufrimos. Porque hemos perdido la conexión con el Amor; sufrimos porque estamos "lejos" de nuestra profundidad, "lejos" de lo Real. La gran tragedia de perderlo todo. Hasta el nido, hasta la propia casa. Los números son dramáticos. Desde 2008 se pueden haber producido cerca de 400.000 desalojos en España, a un ritmo de 517 desahucios diarios. La gran tragedia del país en el momento actual, junto al paro. La jerarquía española, sensible al drama, lo ha denunciado en repetidas ocasiones.
Primero la comisión permanente de la CEE, en una nota que no tuvo eco público, al quedar tapada por el anexo en que se abordaba la cuestión nacionalista. Después, varios obispos. Entre ellos y de manera destacada, el obispo de Bilbao, Mario Iceta, y el de San Sebastián, José Ignacio Munilla. ¿Puede hacer algo más la Iglesia? Puede y debe implicarse, pasar a la acción, pasar de predicar a dar trigo. Con hecho y gestos concretos. Se me ocurren dos, pero podrían pensarse en otros muchos. El primer gesto concreto podría consistir en resucitar de nuevo las oficinas contra el paro, que ya existieron en los años 80 en casi todos los arciprestazgos. Con ayudas a los parados, bolsas de trabajo, implicación de las parroquias…Se hizo entonces y salió muy bien. Estamos, ahora, en peores circunstancias y se puede volver hacer. El segundo gesto iría dirigido a paliar en la medida de lo posible la crisis de los desahucios. Se trataría de abrir los edificios religiosos semivacios o deshabitados para los que pierden sus viviendas. Hay muchos seminarios casi vacíos. Enormes y casi preparados para recibir familias. Tienen habitaciones, sencillas, pero dignas, y lugares comunes adecuados. También hay muchos noviciados de congregaciones religiosas (masculinas y femeninas), en las mismas condiciones. Quizás también en esto, los frailes y las monjas deberían abrir brecha y dar ejemplo. También hay muchos monasterios de monjes y monjas de clausura semidesiertos. O con albergues, hospederías y posadas. ¿Por qué no ofrecer sus habitaciones a las familias desahuciadas? Y miles de rectorales o casas de sacerdotes (especialmente en el ámbito rural), deshabitadas. Algunas, con pequeños arreglos, podrían acoger a los desahuciados. Muchas cuenta con huertas, que podrían ayudar a su subsistencia. Y asi otros muchos edificios religiosos. Desde colegios hasta pisos. Es hora de tomar medidas. Se puede hacer de una forma rápida y económica. Sendas iniciativas se pueden poner en marcha en la próxima Plenaria del episcopado, que se celebra la semana del 19 de noviembre. Con una breve nota en la que todas las diócesis se comprometan a poner sus edificios vacíos o semivacíos a disposición de los desahuciados. En una demostración fehaciente de que nuestros obispos pisan tierra, están atentos a la realidad social y escuchan el grito de dolor de los que se quedan sin su vivienda familiar. Porque una familia sin vivienda a duras penas puede ser familia y conservar su dignidad. Se puede y se debe hacer por convicción. Lo exige el amor al hermano en una Iglesia que o es samaritana o deja de ser Iglesia. Pero, además y por añadidura, la Iglesia saldría ganando en reconocimiento y credibilidad social. Demostraría con gestos y hechos concretos sus profundas entrañas de misericordia. Porque la gente ya no cree en palabras. Sólo se fía de los hechos. Obras son amores. Hoy cambiamos de escenario. Jesús lleva ya unos días en Jerusalén. Ha realizado ya la purificación del templo; ha discutido con los jefes de los sacerdotes, maestros de la ley y ancianos sobre la autoridad de Jesús para hacer tales cosas; con los fariseos y herodianos sobre el pago del tributo al cesar; con los saduceos sobre la resurrección.
Tenemos que arrancar estas discusiones de los prejuicios con que las hemos interpretado hasta el presente. Las discusiones doctrinales eran muy frecuentes en aquella época y no presuponen hostilidad especial contra Jesús; más bien podrían indicar una valoración importante de la persona. El letrado que se acerca hoy a Jesús, no demuestra ninguna agresividad, sino interés por la opinión del Rabí. EXPLICACIÓN La pregunta tiene sentido, porque en la Torá, se contabilizaban 613 preceptos. Para muchos rabinos todos los mandamientos tenían la misma importancia, porque eran mandatos de Dios y había que cumplirlos solo por eso. Para otros el mandamiento más importante era el cumplimiento del Sábado. Para otros el amor a Dios era lo primero. Aunque responde recitando la "shemá" (Dt 6,4-5), Jesús va a dar un salto muy importante en la interpretación, porque une ese texto, que hablaba sólo del amor a Dios, con otro que se encuentra en Lv 19,18, que habla del amor al prójimo. No solo los pone al mismo nivel, sino que termina haciendo de los dos mandamientos uno sólo. El amor a Dios fue un salto de gigante sobre el temor al amo poderoso y dueño de todo. En el AT el amor a Dios era absoluto, el amor al prójimo relativo, "como a ti mismo". Para la inmensa mayoría de los letrados, el prójimo era el que pertenecía a su pueblo y raza. Según la Torá, era perfectamente compatible un amor a Dios y un desprecio absoluto no solo a los extranjeros sino también a amplios sectores de su propia sociedad judía. En Lucas preguntan a Jesús ¿quién es mi prójimo? y contestó con la parábola del buen Samaritano. La palabra mandamiento tiene un significado distinto cuando la aplicamos a Dios. Dios no manda nada. Dios, al crear, pone en la criatura el plano, la hoja de ruta por la que tiene que transitar para llegar a su plenitud. Dios no tiene ningún deseo añadido para nosotros. Su "voluntad" es la más alta posibilidad de la criatura, no algo añadido desde fuera después de haberla creado. En Juan encontraremos repetidas veces: "Un mandamiento nuevo os doy, que os améis unos a otros como yo os he amado". Jesús no dice que ames al prójimo como a ti mismo, sino que ames a los demás como él te ha amado a ti. El cambio es radical. La inmensa mayoría de los cristianos, no se han dado cuenta de esta novedad. Dios no es solo un ser al que puedo amar, sino el AMOR con el que debo amar. Dios es ágape, don absoluto, infinito y total. Ese amor se manifestó en Jesús. Es puro don, pura gracia que se nos da y nos capacita para amar con ese Amor. En realidad es el único amor. Juan dice: "El amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó". Esa realidad es el fundamento de toda vida espiritual. Es la misma esencia de Dios en la base de nuestra propia existencia. En Dios todo es UNO. Nuestro amor cristiano sería "caritas", la síntesis del eros humano y el agape divino en una manera concreta y singular de acción relacional con los demás. Se trata de una posibilidad específicamente humana. Por eso desarrollar esa capacidad es crecer en humanidad. APLICACIÓN Hablar con propiedad de Dios-Amor-Unidad, es imposible. Nuestro lenguaje está hecho para expresar las realidades sensibles. Al emplearlo para hablar de lo divino se convierte en apunte que pretende ir más allá de lo que puede expresar. Antes de llegar a Dios con nuestros conceptos hemos tocado techo. La única manera de trascender el lenguaje, es la vivencia. Solo la intuición nos puede llevar más allá de todo discurso. El AMOR es la punta de lanza de la evolu¬ción. En realidad, el camino hacia el amor empezó en las primeras millonési¬mas de segundo después del Big-Bang; cuando las partículas primigenias se unieron para formar unidades superiores. Esta tendencia de la materia, lleva en sí la posibilidad de perfección casi infinita. La aparición de la vida fue un gran salto hacia esa capacidad de unidad. La vida consigue unificar billones de células. Llegada la inteligencia, el ser humano está capacitado para una unidad que no es la del egoísmo individual. Un conocimiento más profundo y la voluntad, hacen posible una nueva forma de acercamien¬to entre seres que pueden llegar a un grado increíble de unidad, aunque no sea física. Descubierta esa unidad, surge lo específicamente humano. Esta capacidad de salir de la individualidad e identificarme con el otro, es lo que llamamos amor. Este amor es consecuencia de un conocimiento, pero no racional. Este amor solo llegará después de haber experimentado la presencia en nosotros del Amor que es Dios. Lo mismo que llamamos vida a la fuerza que mantiene unidas a todas las células de un viviente, podemos llamar AMOR a la energía que mantiene unidos a todos los seres de la creación. Si descubro que la base de todo ser es lo divino, descubriré la "razón" del verdadero amor. Todos los místicos de todas las religiones, de todos los tiempos nos hablan de la indecible felicidad de sentirse uno con el Todo. Esa sensación de integración total es la máxima experiencia que puede tener un ser humano. Una vez llegado a ese estado, el ser humano no tiene nada que esperar. Fijaros hasta qué punto demostramos nuestro despiste, cuando seguimos llamando "buen cristiano" al que va a misa, se confiesa, comulga... No debo comerme el coco tratando de averiguar si amo a Dios. Lo que tengo que examinar es hasta qué punto estoy dispuesto a darme a los demás. Solo eso cuenta a la hora de la verdad. El amor teórico, el amor que no se manifiesta en obras y actitudes concretas, es una falacia. Ya lo decía Juan en su primera carta: Si alguno dice que ama a Dios y no ama a su prójimo, es un embustero y la verdad no está en él. Meditación-contemplación Es el tema más importante que se puede plantear un ser humano. Lo malo es que planteado desde la razón no tiene salida. Por mucho que hable del mejor vino, no me emborracharé. Para saber cómo es un vino, hay que beberlo. ..................... Tampoco tendrán éxito los mandamientos y preceptos. El amor es lo más contrario a una obligación impuesta. O surge espontáneamente de lo hondo del ser o se queda en una programación estéril. ................... Aprender a amar es la tarea más importante para todo ser humano. Ser más humano es ser capaz de amar más. Todos los aprendizajes que no te lleven a esa meta, serán una pérdida de tiempo y tarea inútil. El Evangelio de Marcos es un pasaje presente en los tres Sinópticos. (Mateo 22,34. Lucas 10,25). Marcos y Mateo sitúan la escena en Jerusalén, en la predicación del Templo, dentro de las polémica con los Fariseos (el tributo al César), con los Saduceos (la resurrección), y en tercer lugar, con los Legistas o Doctores, que es el tema de hoy.
Lucas lo desplaza de este contexto y lo sitúa al principio de la "subida a Jerusalén". Lucas acompaña esta enseñanza con la parábola del Buen Samaritano, que sólo se ha conservado en su evangelio. Esta versión del Lucas será el evangelio del domingo 15 del ciclo C. Dado que en ese domingo tendremos ocasión de tratar esa aplicación concreta y genial de Jesús expresada en el parábola del Buen Samaritano, no trataremos hoy del tema bajo ese aspecto, sino solamente del "mandamiento del amor" en sí mismo. REFLEXIÓN Hemos visto que los dos "Mandamientos" están ya presentes en el AT, pero debemos señalar dos características significativas: LA PLENITUD EN JESÚS. El AT ha tenido que ir cambiando mucho para llegar a la formulación de "amarás al Señor tu Dios", partiendo del temor y sumisión al Poder del Amo, y partiendo del Dios tribal, de "nuestro Dios", que incluso "mandaba" exterminar a los enemigos, que tenía como nombre "Señor de los ejércitos" e incluso "El Terrible" (hasta doce veces en el AT, en diversos contextos) Si hemos definido muchas veces el AT como una maravillosa "crónica del descubrimiento de Dios", éste es uno de los ejemplos más evidentes y merecedores de reflexión. Dios es el mismo, desde siempre, pero Israel tiene que ir conociéndolo, poco a poco. El AT muestra todo el camino recorrido por la fe de Israel, con todos sus altibajos, sus aciertos y sus errores. Y es bueno que tengamos esto muy presente cuando (quizá demasiado a la ligera) proclamamos ante cualquier pasaje "¡palabra de Dios!". Y no porque no lo sea sino porque son "palabras" de Dios muy diferentes: tan pronto pueden ser una cumbre e la fe de Israel como un valle de sombras en que se nos muestra su superstición o su mala comprensión, en obras o en ideas. En el AT también aparece Dios airado, Dios exterminador, Dios que manda matar, Dios que pasa factura del pecado en los hijos y los nietos del pecador... Es extraordinario el pasaje de Mateo 5, 38-48: "Oísteis que se dijo a los antiguos 'ojo por ojo y diente por diente', pero Yo os digo.....Oísteis que se dijo a los antiguo 'amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo', pero Yo os digo...... Vosotros, pues seréis perfectos como es perfecto vuestro Padre que está en los cielos". (Paralelo en Lucas 6:27-35) Nos encontramos pues ante el término "PLENITUD", tan importante para nuestra lectura del AT. Lo leemos como "la prehistoria de Jesús". Lo que llega a plenitud en Jesús, nos vale. Lo que en Jesús desaparece o se niega, no nos vale. Y vemos cómo Israel ha ido tanteando en su historia, los caminos equivocados, los errores y los pecados que, a pesar de tantas dificultades, traiciones y malentendidos de la Palabra, se nos revela como un "Camino hacia Jesús" guiado por el Espíritu. LA UNIDAD DE LOS DOS MANDAMIENTOS. Los dos mandamientos están en el AT, pero separados (Deuteronomio 6,4 – Levítico 19,18). Como mucho podríamos decir que "el segundo es consecuencia del primero". Hay que amar al prójimo porque Dios lo manda así. Jesús tiene la genialidad de mostrar que "el segundo es como el primero", y no sólo en importancia, sino en esencia, de tal manera que ninguno de los dos puede existir sin el otro. Y podemos afirmar que es este planteamiento el más característico de Jesús y de la espiritualidad cristiana. El Antiguo Testamento difícilmente podría justificar por qué hay que amar a Dios. Al Amo, Creador, Juez... se le obedece, se le respeta, se le admira... se le teme. ¿Amar?. Jesús ha dado la razón profunda de por qué hay que amar a Dios. "Amarás a Dios, porque es tu madre, porque él te quiere". De aquí nace todo lo demás: si hijos, hermanos: el descubrimiento de Dios/Abbá descubre también quiénes son los demás. Por eso los dos mandamientos son "semejantes"; en el fondo, son el mismo. Éste es el genio de Jesús, que al revelar a Dios revela al ser humano. La Ley no es el poder ni la sumisión, sino el amor. El mundo no se mueve por la sola Omnipotencia, sino por el Amor creador. La humanidad no se mueve por la venganza, ni aun por la mera justicia, sino por la fraternidad. Porque somos Hijos estamos en las cosas del Padre, porque nos parecemos a Él. Todos, todos los hijos. Si Hijos, hermanos. Estos textos nos llevan por tanto a la esencia del ser cristiano que empieza siempre por cambiarse al Dios de Jesús y lleva como consecuencia otro modo de estar en el mundo. La primera conversión del cristiano es creer "Dios me quiere", a mí, personalmente, como las madres quieren a sus hijos. Este "convencimiento íntimo" es el centro de la fe. El amor a Dios no es ni puede ser mandamiento: es respuesta: me siento querido y quiero. Los que creen esto son la Iglesia. Esta Madre Universal nos convierte en familia. En nuestras relaciones podrá haber competencia, justicia, corrección, advertencia de errores y maldades... el amor no nos hace ciegos ni tontos y el mal está en el ser humano, en los demás y en mí. Podrá haber todo eso, necesariamente lo habrá, pero como puede y debe haberlo entre hermanos que se quieren. Esa "consanguinidad afectiva" que lleva consigo la fraternidad, eso que hace que el otro, por muy mal que se haya portado sigue siendo mi hermano... esa posición básica que significa que no le quiero por sus cualidades sino por algo anterior, que es mi hermano... Eso es lo que Jesús traslada a nuestras relaciones. Los que se sienten así en relación a los demás son la Iglesia. Y todo esto, por construir. No somos así. Los humanos no han sentido que Dios les quiere, ni muchos de ellos tienen motivos para creerlo, encerrados en tanto mal. Los humanos no han sentido a los demás como hermanos. Ni lo pueden sentir viéndose constantemente agredidos explotados y crucificados por los demás. Construir ese mundo, hacer creíble que Dios nos quiere, querer para que el mundo crea. A eso llamamos "la Misión" porque es la obra de Dios, la plenitud de la Creación, el destino para el que Dios es Creador. Los que aceptan esa misión son la Iglesia. Nosotros, la iglesia, los que hemos descubierto que Dios es Madre, los que nos sentimos hermanos, los que aceptamos la misión de que la humanidad lo descubra. Los que nos sentimos hijos y nos sentimos tan bien así que queremos que todo el mundo viva así. Por todo esto, el Evangelio no es Ley, es Buena Noticia, Noticia liberadora de temor, noticia que da sentido, noticia a la vez comprometedora y tranquilizadora, que exige siempre más. Porque el amor es muchísimo más exigente que la ley. PARA NUESTRA ORACIÓN El amor de Dios no es un conocimiento, una deducción ni una evidencia. Es fe, a la que llegamos por Jesús. Podemos contemplar a Jesús curando al leproso, defendiendo a la adúltera, a Jesús en la cruz... repitiendo "así ama Dios a los hombres... así me ama Dios". La fe en el amor de Dios pasa por la fe en Jesucristo. Es el centro de la Revelación, la esencia del Cristianismo. La razón nos puede quizá llevar al reconocimiento de Dios-Señor, de Dios-Juez. Jesús revela el corazón de Dios, Dios Padre, Dios Salvador, Dios amor, Dios que da la vida por sus hijos. Este es el centro de nuestra fe. Hemos visto el amor de Dios en Jesús. "Tanto amó Dios al mundo que le entregó su Hijo". En Jesús viéndole y entendiéndole, hemos comprendido a Dios y hemos comprendido lo que le importamos a Dios y nuestra propia importancia: somos los hijos. Y así nos encontramos con que Jesús nos instala en "la nueva Alianza", "el Reino", una nueva relación con Dios y con los hombres. Jesús habla de "El Padre", se dirige a Dios llamándole "Abbá", nos encarga que lo hagamos así nosotros ... La mejor de la Buena Noticia es una información novedosa sobre Dios mismo. Para imaginar a los dioses, los humanos siempre hemos recurrido a imágenes de poder: el rey, el animal fuerte, la tempestad, el rayo (curioso parecido con los emblemas de nobleza que aparecen en los escudos de los poderosos). Jesús cambia las imágenes: si queréis imaginar a Dios, pensad más bien en un campesino que siembra, en un médico que sana, en un pastor preocupado por su rebaño, en una mujer feliz de haber encontrado su moneda, en un padre que se vuelve loco de alegría al recuperar a su hijo ... o mejor todavía, pensad en vuestra madre. Es una estupenda noticia, se puede uno sentir en buenas manos, se puede sentir agradecimiento, se puede sentir amor. Sentirse querido por Dios es la fuente del amor a Dios. Nuestro amor a Dios es respuesta al amor de Dios, a sentirse amado por Él. Pero esta consideración es aún incompleta, por demasiado individual y espiritualista. Se ama al que me cuida, a aquel a quien puedo recurrir en mis problemas y me ayuda cariñosamente. Al que está ausente, al que no me soluciona problemas, al que no parece enterarse de que sufro ... a ése no se le ama, más bien se le ignora. Más aún, si sabemos que está enterado de mis problemas, de que puede solucionarlos, y no lo hace, a ése más bien se le tiene aborrecimiento, se siente resentimiento respecto a él, porque parece que no le importo, es decir, que él no me quiere. Jesús en la cruz, ¿se sintió querido o abandonado?. Nosotros en el mundo, ¿nos sentimos queridos o abandonados? La contemplación de la humanidad crucificada ¿es una evidencia del amor de Dios? Creo que no hay una palabra razonable que rompa este terrible cerco de evidencias. Pero creo también que hay una persona, una acción, en un momento concreto y trágico, que nos permite intuir por dónde se sale de este laberinto. Jesús, en la cruz, reza el salmo 21 y repite ¿por qué me has abandonado? Pero poco después, ante la inminencia de la muerte, grita "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu". Es un grito, una "desesperada confianza", una fe en su Padre contra toda evidencia. Es saltar al vacío con la fe indestructible de que hay unas manos que me recibirán. Es fe, no es evidencia. Una vez más, creer en Jesús es creerle, fiarse de él. También creerle acerca de Dios, también fiarse de que Dios, a pesar de todas las evidencias, me quiere más que mi madre. ¿Cómo sentir el amor de Dios? ¿Será una experiencia interior, una mística convicción, algo experimentado en lo más íntimo del espíritu, en la soledad de la contemplación, en el diálogo interior con ÉL? ¿Quiere esto decir que sentir el amor de Dios es propio de místicos contemplativos, evadidos de la áspera realidad de la vida cotidiana? ¿Quiere decir que para sentir el amor de Dios hay que cerrar los ojos a la aparente evidencia de que el mundo funciona cruelmente, a la total evidencia de una humanidad desgraciada, hambrienta, injusta, desamparada, a la tentación permanente de pensar que Dios está ausente, lejano, desinteresado de los problemas de sus hijos? También aquí, estamos en proceso, en camino. Nuestra fidelidad a Jesús, nuestra confianza en su palabra, va, poco a poco, convirtiéndose en una íntima convicción, que rebasa lo intelectual para invadir la afectividad. Podemos llegar a sentirnos queridos por Dios, y esta íntima convicción, tan mental como afectiva, crece en nosotros. La fe crece, la fe en al amor de Dios crece, invade nuestro ser, la mente y el sentimiento. Será porque tres de mis más queridos amigos se han enfrentado inesperadamente últimamente a enfermedades gravísimas. O porque, por suerte para mí, mi compañero es un hombre que no posee nada material pero tiene el corazón y la cabeza más sanos que he conocido y cada día aprendo de él algo valioso. O tal vez porque, a estas alturas de mi existencia, he vivido ya las suficientes horas buenas y horas malas como para empezar a colocar las cosas en su sitio. Será, quizá, porque algún bendito ángel de la sabiduría ha pasado por aquí cerca y ha dejado llegar una bocanada de su aliento hasta mí. El caso es que tengo la sensación –al menos la sensación– de que empiezo a entender un poco de qué va esto llamado vida.
Casi nada de lo que creemos que es importante me lo parece. Ni el éxito, ni el poder, ni el dinero, más allá de lo imprescindible para vivir con dignidad. Paso de las coronas de laureles y de los halagos sucios. Igual que paso del fango de la envidia, de la maledicencia y el juicio ajeno. Aparto a los quejumbrosos y malhumorados, a los egoístas y ambiciosos que aspiran a reposar en tumbas llenas de honores y cuentas bancarias, sobre las que nadie derramará una sola lágrima en la que quepa una partícula minúscula de pena verdadera. Detesto los coches de lujo que ensucian el mundo, los abrigos de pieles arrancadas de un cuerpo tibio y palpitante, las joyas fabricadas sobre las penalidades de hombres esclavos que padecen en las minas de esmeraldas y de oro a cambio de un pedazo de pan. Rechazo el cinismo de una sociedad que sólo piensa en su propio bienestar y se desentiende del malestar de los otros, a base del cual construye su derroche. Y a los malditos indiferentes que nunca se meten en líos. Señalo con el dedo a los hipócritas que depositan una moneda en las huchas de las misiones pero no comparten la mesa con un inmigrante. A los que te aplauden cuando eres reina y te abandonan cuando te salen pústulas. A los que creen que sólo es importante tener y exhibir en lugar de sentir, pensar y ser. Y ahora, ahora, en este momento de mi vida, no quiero casi nada. Tan sólo la ternura de mi amor y la gloriosa compañía de mis amigos. Unas cuantas carcajadas y unas palabras de cariño antes de irme a la cama. El recuerdo dulce de mis muertos. Un par de árboles al otro lado de los cristales y un pedazo de cielo al que se asomen la luz y la noche. El mejor verso del mundo y la más hermosa de las músicas. Por lo demás, podría comer patatas cocidas y dormir en el suelo mientras mi conciencia esté tranquila. También quiero, eso sí, mantener la libertad y el espíritu crítico por los que pago con gusto todo el precio que haya que pagar. Quiero toda la serenidad para sobrellevar el dolor y toda la alegría para disfrutar de lo bueno. Un instante de belleza a diario. Echar desesperadamente de menos a los que tengan que irse porque tuve la suerte de haberlos tenido a mi lado. No estar jamás de vuelta de nada. Seguir llorando cada vez que algo lo merezca, pero no quejarme de ninguna tontería. No convertirme nunca, nunca, en una mujer amargada, pase lo que pase. Y que el día en que me toque esfumarme, un puñadito de personas piensen que valió la pena que yo anduviera un rato por aquí. Sólo quiero eso. Casi nada o todo. |
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Febrero 2023
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