El sínodo de la Iglesia Anglicana tumba por un puñado de votos la ordenación de mujeres. El resultado es un serio revés para su nuevo líder religioso.
No habrá obispas en la Iglesia de Inglaterra por unos cuantos años más. La propuesta de compromiso para que las mujeres puedan acceder al obispado fue derrotada por el más pequeño de los márgenes: necesitaba el apoyo de dos tercios de cada uno de los tres colegios que componen el sínodo (obispos, clérigos y laicos), pero solo obtuvo 132 votos a favor entre los laicos, con 74 votos en contra. Es decir, el 64%. Si cuatro que votaron en contra lo hubieran hecho a favor, la propuesta habría sido aprobada, aunque hubiera quedado pendiente de una segunda votación. La decisión se tomó después de varias horas de debate en el sínodo general de la Iglesia de Inglaterra, con algo más de un centenar de intervenciones a favor o en contra de la ordenación de obispas. El resultado supone un bofetón tanto para el actual arzobispo de Canterbury, Rowan Williams, como para su nombrado sucesor, Justin Welby, que intervinieron para pedir el voto a favor. Aunque se sabía que el margen sería muy estrecho entre los laicos, el resultado causó estupefacción y amenaza con deteriorar de forma muy profunda el prestigio de la Iglesia de Inglaterra. “Es un día muy negro”, sintetizó el obispo de Lincoln, Christopher Lowson. “Es un desastre”, opinó su colega de Bristol, Mike Hill. El de Salisbury, Nicholas Holtman, se declaró “destrozado”. La propuesta no ha encontrado problemas para lograr el visto bueno entre obispos y clérigos En opinión de la reverenda Rachel Weir, que preside Watch, uno de los grupos más favorables a las obispas y que contemplaba la propuesta de compromiso como un mal menor, “es un día trágico para la Iglesia de Inglaterra después de tantos años de debate y de todos nuestros intentos de alcanzar un compromiso”. El compromiso, por el que las parroquias que rechazan a las obispas tenían el derecho de ser atendidas por un obispo varón y obligar así a la obispa a delegar su poder, ha sido insuficiente. Ahora, con el debate paralizado para quizás 10 años, se abre otro debate: la composición del colegio de laicos, que se elige de forma indirecta, y la barrera de dos tercios que se exige para aprobar el cambio. No hubo problemas para superar esa barrera entre los obispos (44 a favor, tres en contra y dos abstenciones) ni en el colegio de clérigos (148 a favor y 45 en contra). Para los tradicionalistas, en especial anglo-católicos y evangelistas, aceptar la existencia de mujeres sacerdotes fue en su día un paso muy difícil pero en cierto modo aceptable en la medida de que podían ignorar su existencia. El compromiso sobre las obispas ha resultado insuficiente para ellos porque habrían tenido autoridad para ordenar sacerdotes, algo que consideran inconcebible. Cuatro sufragios más en el colegio de laicos hubieran bastado para su aprobación Consciente de esas divisiones, Justin Welby, había intervenido a primera hora de la tarde para pedir el voto a favor de permitir a las mujeres el acceso al obispado pero también para pedir que eso no sea un motivo de división y enfrentamiento entre quienes están a favor y quienes se oponen. “No podemos caer en la trampa de creer que esta es una decisión de suma cero, que lo que uno gana lo pierde otro: esa no es la teología de la gracia”, dijo. Y puso especial énfasis en la necesidad de que la Iglesia de Inglaterra demuestre que es capaz de “gestionar la diversidad de visiones sin división; diversidad en concordia, no diversidad en antagonismo”. Antiguo ejecutivo de empresa y comprometido personalmente en la mediación en conflictos, el futuro arzobispo de Canterbury recordó a los congregados: “Mientras nosotros estamos aquí hablando, en este mismo momento, en lugares como Israel y Gaza o como Goma, en Congo, hay matanzas y sufrimiento porque la gente no puede superar sus diferencias. Nosotros, cristianos, somos los que llevamos la paz y la gracia como un tesoro por el mundo. Tenemos que ser nosotros quienes aportemos una forma mejor de hacer las cosas, quienes acarreemos ese tesoro de forma visible y lo distribuyamos con generosidad”. Para sus defensores, el obispado femenino es la lógica consecuencia del camino que la Iglesia de Inglaterra empezó a labrar hace más de 40 años, cuando empezaron los debates sobre la incorporación de la mujer al sacerdocio. Los primeros debates, en los años sesenta, dieron un paso de gigante cuando en 1975 el sínodo anglicano aceptó el principio de que “no hay objeciones fundamentales” para la ordenación de mujeres y luego, en 1978, cuando aprobó un documento para empezar a discutir los cambios legislativos necesarios. En 1985 se aprobó la legislación necesaria para que las mujeres pudieran ser diáconos, pero hasta el 11 de noviembre de 1992 no se dio la luz verde al sacerdocio femenino. La primera mujer sacerdote fue ordenada en la catedral de Bristol el 12 de marzo de 1994. Quedó entonces abierta la batalla por el obispado. Abierta sigue.
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Pues, nada que hacer. El evangelio no me pertenece a mí, ni a los intelectuales, ni a la gente de iglesia, ni a los expertos en Biblia, ni a los "televangelistas", ni a los curas, ni a los obispos, ni a los papas.
El evangelio pertenece a los empobrecidos y empobrecidas del mundo. El alma del evangelio es Jesús y Jesús es un pobre. Jesús vivió, luchó, se desvivió haciéndose solidario del pobre, compañero, amigo, compinche, hermano, defensor del pobre. Peleó por los pobres. Murió pobre entre los más pobres. Así como el sol brilla para todos, buenos o malos, ricos o pobres, así Dios ama a todos, dijo Jesús, sin por eso identificarse con los malos ni con los ricos. Se identificó con los pobres. Él quiso llegar al corazón de todos, pero a través y a partir de los pobres. Se identificó con los pobres haciéndose uno de ellos. Hizo suyos sus sufrimientos y sus esperanzas. Y si amó a todos los demás, fue desde los gritos y los sueños de ellos. Pues son los pobres los que inspiraron a Jesús las Bienaventuranzas y lo del Reino, que son ambos el corazón palpitante del evangelio. Sin los pobres, el evangelio simplemente no existe. Y Jesús tampoco. Él amó a los pobres hasta meterse por entero en la tarea de brindar una vida nueva a todos los rechazados que se le cruzaban por el camino. Se fijaba en ellos como en personas que tienen un nombre y un rostro. Él representaba para ellos la posibilidad de tomar la palabra y de gritar su verdad. Él les escuchaba. Les abría los brazos, les tendía la mano, les levantaba. Sobre los pasos de Jesús florecía la vida. Y cuando Jesús se cruzaba con algunos ricos que explotaban al pueblo, no los maldecía. A veces iba a banquetear con ellos. Pero se presentaba a ellos como pobre, tal como era. No cambiaba su discurso para complacerles. Incluso aprovechaba la oportunidad para decirles unas cuantas verdades. Sin escándalos, pero tampoco con componendas. Si Jesús es la Palabra creadora de Dios sembrada en nuestra tierra, esa Palabra no puede sino ser la palabra de los pobres. Para oír la palabra que Dios dirige a los humanos, hay que escuchar a los pobres. Para conocer a Dios hay que conocer de verdad a los pobres. Para acercarse a él, hay que acercarse a los pobres. Pero los pobres no son todos unos santos. Entre ellos los hay que son antipáticos, repugnantes, tontos, malos, falsos, aprovechados, haraganes, envidiosos, arrogantes y violentos. Para colmo, casi todos sueñan con ser como los ricos. ¿Cómo Dios puede hablarnos a través de esa masa de gente pobre mezclada con puros "desechos" de la humanidad? Pues bien, ¿cómo Dios nos puede hablar a través de aquel "desecho" humano llamado Jesús? Él fue excomulgado por su comunidad, fue torturado por rebelde, condenado por blasfemo y por subversivo, y crucificado por ser enemigo de Dios y de la Patria. Y, a pesar de ello, ese "desecho humano" que sigue colgando de los crucifijos, es venerado por los cristianos como el "Salvador" del mundo. ¿Acaso no es esa la suprema Palabra de Dios en nuestra carne mortal, a saber, que Dios nos salva a través de los rechazados del mundo? Se puede discrepar arguyendo que Jesús era inocente, a la inversa de los pobres que son pecadores igual que los demás. Esto es cierto. Pero no es justo echar a los mismos pobres la culpa de su pobreza. Ellos también son inocentes. La verdad es que los pobres son criaturas de un sistema delirante y perverso que desde hace siglos los fabrica por centenares de millones con la única finalidad de enriquecerse más y más. Ese monstruo crece sin parar con toda impunidad, gracias en particular a la complicidad de una multitud de "buena gente" como nosotros que aún seguimos creyendo ciegamente en la virtud de los más fuertes y en los milagros de la guerra y del dinero. Mientras pretendemos ser unos puntales de la democracia y del cristianismo. Incluso pedimos a Dios que bendiga todo aquello. En un mundo rebosante de riquezas, la pobreza es un crimen abominable contra la misma humanidad. Y las víctimas de ese crimen no son extraterrestres sino millones de personas vulnerables que son los propios miembros de nuestro cuerpo. Dejemos, pues, que el grito de los pobres nos perfore el corazón. ¡Ojalá sus lacras nos espanten y sus sufrimientos nos duelan hasta hacer reventar la gruesa burbuja de nuestra confortable tranquilidad! La nueva evangelización tiene que edificarse sobre las expectativas reales de los empobrecidos y empobrecidas de la Tierra, si no se derrumbará como aquella casa de la que Jesús dice que había sido construida por un tonto; el primer temporal se la llevó como un castillo de naipes porque no tenía sus cimientos asentados sobre roca sino sobre arena (Mateo 7, 26-27). El capítulo 13 del evangelio de Marcos contiene un breve apocalipsis, un relato escrito en un género literario (apocalíptico), que prácticamente desapareció a partir del siglo II de nuestra era.
Debido a las imágenes que dicho género utiliza, habitualmente se le ha atribuido al término "apocalipsis" un significado de "catástrofe" o "destrucción". La realidad, sin embargo, es diferente. Etimológicamente, apo-kalypsis significa "destapar lo escondido" y, por extensión, "descorrer el velo", es decir, re-velación. (A la misma raíz pertenece la palabra "eucalipto", cuyo significado etimológico es: "bien (eu) escondido", haciendo referencia seguramente al hecho de que tiene perfectamente escondidas sus minúsculas semillas). Siempre dentro de la sabiduría de las etimologías, es fácil apreciar que el término "apocalipsis" se halla emparentado con el de "aletheia" (= "sin velo"), que puede traducirse por "verdad", entendida como aquello que es y que percibimos en la medida en que logramos retirar el "velo" que nos impide reconocerla. En este sentido, Verdad es equivalente a Realidad. Así pues, etimológicamente, apocalipsis equivale a verdad. Y, en consecuencia, el escrito apocalíptico pretende "descorrer el velo" que nos impide reconocer las cosas como son, es decir, revelarnos lo que se halla por debajo de la superficie, en un nivel más profundo. En cierto sentido, es como si el autor nos dijera: "las cosas no son lo que parecen". Esto queda patente, de un modo particular, en el Apocalipsis de Juan y en su intención de ofrecer una lectura profunda de la historia de persecuciones padecidas por las primeras comunidades. El texto del capítulo 13 de Marcos pertenece, pues, a este género apocalíptico. En él se nos revela, a través de signos habituales (movimientos celestes y terrestres, tribulaciones...), que este orden de cosas (el "mundo") va a ser renovado en profundidad. Y que eso se producirá con la próxima llegada del Hijo del hombre. La imagen del "Hijo del hombre", tomada del libro de Daniel, fue aplicada muy pronto a la persona de Jesús por los primeros discípulos, que esperaban un rápido retorno en gloria de su Maestro ("no pasará esta generación antes que todo se cumpla"). No sabemos si Jesús compartió o no la idea de un inminente final del mundo, pero entre sus discípulos se convirtió en una esperanza intensa, al menos durante las dos primeras generaciones. Pero, más allá de expectativas típicas de la efervescencia de los grupos religiosos en algún momento de su historia –aunque se aclara que "el día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo el Padre"-, lo que el texto parece rescatar es la contundente confianza a la que convoca la afirmación de Jesús: "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán". En ese sentido, el apocalipsis es ciertamente revelación: viene a decirnos que, más allá de lo que pueda ocurrir en la superficie de la historia, hay una Realidad estable que nos sostiene y que podemos experimentar como "roca firme" en la que hacer pie, de un modo directo y evidente. El texto lo identifica como "mis palabras", refiriéndose a Jesús. Pero, indudablemente, se trata de algo infinitamente más "amplio", que puede experimentar también quien no "conozca" las palabras de Jesús. Lo que ocurre es que el maestro de Nazaret ha puesto palabras a esa Realidad última que nos constituye, la ha vivido y la ha contagiado. Por eso, los discípulos, a la hora de referirse a Ella, la identifican con el mensaje de Jesús. Desde un estadio mítico de consciencia, esas afirmaciones han servido de pretexto para posturas excluyentes y enfrentadas. Desde una perspectiva no-dual, todo se hace integrado e inclusivo: se trata siempre de la misma y única Realidad primera, nombrada de mil maneras, y que los cristianos reconocemos que se expresó en Jesús de un modo admirable. Pero que, al mismo tiempo, se expresa en todo ser humano y en todo lo real: el Fondo último es uno y el mismo en todos. Ese Fondo (Jesús lo llamó Abba: Padre, aunque se reconocía sin distancia ni separación con él: "el Padre y yo somos uno") es lo que "no pasará". Pero no se trata de algo "separado" a lo que debamos "recurrir" para sostener nuestra precaria condición, sino que constituye nuestra verdadera identidad, que percibimos cuando vamos soltando las identificaciones (con el cuerpo, la mente, las circunstancias..., el yo) que habíamos establecido. Estamos en el c. 13 de Marcos, dedicado todo él al discurso escatológico. Este capítulo hace de puente entre la vida de Jesús y la Pasión. Los tres sinópticos relatan un discurso parecido, lo cual hace suponer que algo tiene que ver con el Jesús histórico. Pero las diferencias entre ellos son tan grandes, que presupone también una elaboración de la primera comunidad. Es imposible saber hasta qué punto Jesús hizo suyas esas ideas. En el evangelio se habla del Reino de Dios como futuro y como presente a la vez...
EXPLICACIÓN Estamos ante una manera de hablar que no nos dice nada hoy. Pero si prescindimos de la apocalíptica, dejamos fuera de nuestra consideración una parte nada despreciable de la Escritura, tanto del AT como del NT. Solo con la ayuda de la exégesis podemos abordar estos temas. Lo que dicen literalmente es para nosotros un sinsentido, pero lo que quieren decir, descifrado el lenguaje, puede aclararnos muchas cosas. El lenguaje apocalíptico y escatológico corresponde a un modo mítico de ver el mundo, a Dios y al hombre. Tanto en el AT como en el NT, el pueblo de Dios está volcado sobre el porvenir. Esta actitud le distingue de los pueblos circundantes cerrados en el continuo devenir de los ciclos naturales. Israel se encuentra siempre en tensión hacia la salvación que ha de venir. Desde Abrahán, a quien Dios le dice: "sal de tu tierra", pasando por el éxodo hacia la tierra prometida; y terminando por la espera del Mesías, Israel vivió siempre con la esperanza de algo mejor, que Dios le iba a dar. Pronto se tomó conciencia de que tenía que haber una salvación definitiva. Los profetas fueron los encargados de mantener viva esta expectativa de salvación total. En principio, el día de esa salvación debía ser un día de alegría, de felicidad, de luz; pero a causa de las infidelidades del pueblo, los profetas empiezan a anunciarlo como día de sufrimiento, de tinieblas para la mayoría de los hombres que no hacen caso a Dios. Será el día de Yahvé (intervención de Dios para juzgar) en que castigará a los infieles y salvará al resto. Se trataba de ver el futuro como criterio de valoración juiciosa del presente. La apocalíptica es una actitud vital y un género literario. La palabreja en griego significa desvelar. Pretende escudriñar el futuro partiendo de la palabra de Dios. Nace en los ambientes sapienciales y desciende del profetismo. Desarrolla una visión pesimista del mundo, que no tiene arreglo; por eso, tiene que ser destruido y sustituido por otro de nueva creación. Invita, no a cambiar el mundo, sino a huir de él. El mundo futuro no tendrá ninguna relación con el presente. El objetivo es alentar a la gente en tiempo de crisis para que aguante el chaparrón hasta que llegue el día de Yahvé. El resto que se conserve fiel, reinará con Él. Todo lo demás será aniquilado. Una variante de esta concepción, es el milenarismo, que defiende un reinado terreno de Dios durante un período de tiempo limitado (mil años) en el que todo será dicha; eso sí, solo para los elegidos. Escatología, procede de la palabra griega "esjatón", que significa "lo último". Su origen es también la palabra de Dios, y su objetivo, descubrir lo que va a suceder al final de los tiempos, pero no por curiosidad, sino por un intento de acrecentar la confianza. El futuro está en manos de Dios, pero ese futuro llegará como progresión del presente, que también está en manos de Dios, y es positivo a pesar de todo. Este mundo no será consumido sino consumado. Dios reserva una plenitud de sentido para la creación. Dios salvará un día definitivamente, pero esa salvación ya ha comenzado aquí y ahora. La referencia a los tiempos finales de los evangelios, no es apocalíptica, sino más bien escatológica, aunque nos despiste bastante el hecho de que el NT usa el lenguaje apocalíptico, porque es muy sugerente y llama la atención. Uno de los logros de la apocalíptica fue enriquecer el lenguaje religioso con multitud de símbolos e imágenes. Los evangelistas, no pudieron librarse de esta mentalidad apocalíptica, muy desarrollada en aquella época. APLICACIÓN Con demasiada frecuencia se ha hecho un mal uso de esta temática. Parece que es una tentación constante el acudir al juicio final, para urgir a la gente a que se porte como Dios manda. En todas las épocas han proliferado los milenarismos de todo tipo; incluso en nuestro tiempo se predican calamidades como castigo de Dios porque los seres humanos no somos como deberíamos ser. La experiencia de la muerte nos obliga a unir tiempo y eternidad, contingencia y absoluto, lo divino y lo terreno, cielo y tierra. Hoy debemos interpretar la realidad, a la luz de los nuevos conocimientos que tenemos de ella. Al final del relato de la creación, Dios "vio todo lo que había hecho, y era muy bueno". Es ridículo pensar que la creación le salió mal a Dios y que ahora tiene que arreglarla de alguna manera. Mayor ridículo es creer que el hombre puede malograr la creación de Dios. Tal vez lo que tendríamos que hacer, sería dejarnos de especulaciones sobre como será el más allá y tomar la responsabilidad que nos toca en la marcha del más acá. Para la escatología, Dios es el dueño absoluto del universo y de la historia. El hombre puede malograr la creación, pero no puede volver a enderezarla. Solo Dios puede salvarla. Al superar la idea del dios intervencionista, se nos plantea un dilema insuperable. Por una parte sabemos que Dios no tiene pasado ni futuro; que no está en el tiempo ni en el espacio sino en la eternidad. Por otro lado, el hombre no puede entender nada que no esté en el tiempo y el espacio. Meter a Dios en el tiempo para poderlo entender es un disparate mayúsculo. Por otra parte, sacar al hombre del tiempo y el espacio, es descoyuntarlo como criatura. En tiempo de Jesús se creía que esa intervención definitiva, iba a ser inminente. En este ambiente se desarrolla la predicación de Juan Bautista y de Jesús. También en la primera comunidad cristiana se vivió esta espera de la llegada inmediata de la parusía. Solamente en los últimos escritos del NT, es ya patente un cambio de actitud. Al no llegar el fin, se empieza a vivir la tensión entre la espera del fin y la necesidad de preocuparse de la vida presente. Se sigue esperando el fin, pero la comunidad se prepara para la permanencia. Recordar que la palabra "venir" referida al Hijo del hombre, significa "manifestarse". Tal vez hoy estemos en mejores condiciones para entender las imágenes de la escatología, que ninguna otra época. Hasta hace muy poco tiempo, la historia era exclusivamente cosa del pasado. En nuestros días parece que hemos descubierto la importancia que tiene esa historia no sólo para nuestro presente, sino para nuestro futuro. El hombre se considera fruto de un pasado; sigue su curso en el presente y se encamina hacia el futuro. La escatología está hoy implícita en la manera de entender la existencia humana, pero se trata de "lo último" dentro de la marcha del mundo, no más allá de él. Dios no tiene que actuar para ser justo ni ahora, ni en un hipotético último día. Dios no hace justicia, Él es justicia. Toda acción, sea buena, sea mala, lleva en sí misma el premio o el castigo, no se necesita ninguna acción posterior de Dios. Ante Dios todo es justo en cada momento. No tiene sentido amenazar con la ira de Dios. El triunfo del mal es siempre aparente. Esta mejor comprensión de la manera de actuar (no actuar) de Dios en la historia, hace superfluas las imágenes espectaculares sobre el "exjatón", pero obliga a una reflexión sobre la importancia que el ser humano tiene a la hora de planificar su futuro. Hoy sabemos que el tiempo y el espacio son productos mentales, extraídos de la experiencia de un mundo terreno. ¿Qué sentido puede tener el hablar de tiempo y espacio más allá de lo material? Hablar de un "lugar" (cielo o infierno) más allá de este mundo, solo puede tener un sentido simbólico. Hablar de un "día del juicio", donde no puede darse tiempo ni espacio, es un contrasentido. No hay inconveniente en seguir empleando ese lenguaje, pero sin olvidar que se trata de un lenguaje simbólico y no de realidades objetivas. Meditación-contemplación Jesús nos dice que aprendamos de la higuera. En los brotes que empiezan a moverse en la primavera, tenemos que adivinar los futuros higos. En cualquier fragmento de realidad está ya Dios. ............... La realidad que todos vemos por igual está diciendo cosas distintas a cada uno. El ser humano tiene que aprender a ver mucho más de lo que le entra por los ojos. .................. Hace cuatro mil años, los orientales descubrieron que la realidad que vemos, no es más que apariencia. La verdadera realidad hay que descubrirla más allá y a pesar de lo que vemos y oímos. En el Evangelio vemos el género escatológico en boca de Jesús. Aparte de estas imágenes, las acostumbradas, se añade otra imagen muy usada en el género: EL JUICIO. Al final, el juicio de Dios. En este caso concreto, el juez es Jesús (el Hijo del Hombre). Nosotros solemos creer que cuando se aplica a Jesús el nombre de "el Hijo del Hombre" es para subrayar su humanidad.
Es lo contrario: es un término tomado precisamente de la profecía de Daniel que significa más o menos lo mismo que "El Mesías", "el hombre especialísimo, mensajero de Dios". Nos encontramos, pues, ante una especie de epílogo de la predicación de Jesús. Jesús, rechazado ya definitivamente por los sacerdotes y los doctores, está proclamando su Verdad: Él es el Juez, la norma: optar por él es acertar. Nos encontramos por tanto ante unos textos en que se mezclan varios niveles de redacción y varios "sucesos" diferentes. Podemos aclarar esta mezcla diferenciando tres temas en estos "discursos escatológicos" de los evangelios: - la destrucción de Jerusalén y del Templo - el final de los tiempos - la conducta del cristiano Está claro que los textos muestran una predicción de la destrucción de Jerusalén. Pero muestran sobre todo una interpretación de esa destrucción. Los judíos piensan que el Templo es el centro de la presencia de Dios en la tierra. Por eso pueden pensar que la destrucción del templo es el final: no lo es. Jesús muestra aquí algo muy importante de su mensaje: ha pasado el tiempo en que el Templo, la Circuncisión, el Sábado, los sacrificios... tenían (si tenían) importancia religiosa. Por afirmaciones como ésta decidieron los jefes religiosos de Israel matarle. Jesús anuncia que ése no es el fin sino el tiempo de anunciar el evangelio a todo el mundo. Esta parte del texto muestra por tanto la gran crisis de los judeo-cristianos, que quedaron obligados a dejar atrás todos los resabios judaicos y abrirse al mundo entero cuando el Templo y el culto son destruidos y ellos mismos expulsados de la Sinagoga. Por eso se les advierte de lo mucho que tendrán que sufrir por mantenerse fieles a Jesús. En segundo lugar, se habla del final de los tiempos. Se utilizan ingenuas imágenes tomadas de los apocalipsis judíos y que reflejan concepciones cosmológicas muy primitivas. El mensaje no está ahí, en cómo y cuándo va a suceder el final de los tiempos. Más bien se elude la respuesta: "ni el Hijo lo sabe, sólo el Padre". Y se habla expresamente de los falsos profetas que van a anunciar el final de los tiempos con muchos falsos motivos. En tercer lugar, todo lo anterior se pone como prólogo al mensaje verdadero: estamos viviendo hacia un futuro que necesariamente viene: la vida del ser humano no se explica sin mirar hacia su futuro. Nada de la vida cristiana, ni nada de Jesús, tiene sentido sino mirando al destino de todo. Ya conocemos la imagen del caminante, del peregrino, para el que el valor primero es llegar y todo lo demás se subordina a ese valor, de manera que cualquier cosa es importante o no lo es solamente si ayuda a caminar. Aquí la imagen es otra: el futuro viene hacia nosotros de manera inexorable. Pero el contenido, el mensaje es el mismo: todos nuestros valores se fundan en el final. El final se presenta con otra imagen: el JUICIO. Pero esta palabra no debe ser reducida a la interpretación teatral-superficial y a las amenazas catastrofistas. El juicio significa que al final de todo resplandece la verdad. Mientras dura el camino estamos sujetos a error, a apariencias, a engaños. Esta es una condición del caminante que al final desaparece: al final, la VERDAD. La verdad es Dios, la verdad la anuncia la Palabra de Dios, Jesús. Esto se expresa también con imágenes: Cristo no viene de ningún sitio ni cabalga sobre las nubes sino que todos los humanos se encuentran al final con la revelación definitiva del bien y el mal, el acierto o el error. Y el acierto es Jesús, la Palabra de Dios. Por eso el juez es Cristo. EN RESUMEN, ESTOS TEXTOS SIGNIFICAN: - Para los cristianos de aquel tiempo: que cuando se derrumbe la Antigua Ley no se ha acabado nada: empieza la evangelización del mundo. - Para aquellos cristianos especialmente y también para todos. Que el cómo y el cuándo del final de los tiempos lo sabe sólo Dios y hay que guardarse de los falsos profetas. - Para todos: todos vivimos "de cara al final". El tiempo sólo es tiempo, se acaba: hay que vivir la vida en tensión hacia ese final, porque lo pasajero sólo tiene sentido de cara a lo definitivo. - Las primeras generaciones cristianas tuvieron dos tentaciones: pensar que el final de los tiempos era algo inminente, e interpretar la destrucción de Jerusalén como el final de los tiempos. Se suele afirmar que Jesús mismo pensaba que el final de los tiempos estaba próximo. Personalmente creo que estos textos muestran precisamente lo contrario. Cuando Jesús habla de escatología se desinteresa por el final de los tiempos y da primacía al sentido escatológico personal: es mi tiempo el que se termina; por eso, hay que estar bien despierto. ÚLTIMAS PUNTUALIZACIONES En el contexto más histórico, se trata de que Jesús, rechazado por las autoridades religiosas y por los letrados de Israel, va a afrontar su final y se proclama JUEZ. Juez significa que Él es la norma, la Verdad. Que los que no le aceptan se equivocan y que "aún hay tiempo", pero estamos "en los últimos tiempos", cuando el Reino de Dios ya se ha hecho plenamente presente, cuando hay que optar. La Palabra de Dios está ahí, y puede ser rechazada. Jesús está proclamando la condición humana: el hombre es dramáticamente libre: puede elegir para su mal. La Palabra está presente, para salvar al hombre, porque puede perderse, y Dios no quiere que esto suceda. No es correcto sacar de aquí conclusiones sobre la severidad del juicio, sobre el número de los que "se pierden".... Dios no es un Juez: se usa la imagen de un juicio al final, pero es una imagen, como todas las del género escatológico. La idea es que Dios es la Verdad. Jesús es la Verdad, el acierto. El mensaje no es que Dios se va a portar con los hombres como un Juez severo. Un mensaje aún más fuerte del Evangelio – su mensaje fundamental - es que Dios es Padre, que Jesús es la prueba visible de que Dios es "El Salvador". No podemos separar estos textos de la gran parábola final de Mateo (25,31), en que se da el mensaje definitivo, la materia del juicio: "A mí me lo hicisteis, a mí me lo dejasteis de hacer". Se trata de una última, definitiva y drástica "des-sacralización" de lo religioso: servir a Dios no tiene nada que ver con el templo, el rito... sino con la construcción de humanidad. Así construimos nuestra visión del futuro, y nuestro modo de vivir presente: entre la urgencia de seguir a la Palabra, y de anunciarla, para salvar lo humano, que es lo que Dios quiere; y la consciencia de que el ser humano es libre, incluso - aunque parezca increíble - contra la Voluntad Salvadora de Dios. Otra de las preguntas estériles que nos hacemos es cuántos se salvan, si alguien se condena. Se la hicieron a Jesús: (Lucas 13,23) "- Señor ¿son pocos los que se salvan? Y Jesús contesta: "esforzaos por entrar por la puerta estrecha..." Una vez más, no es propio de Jesús satisfacer curiosidades sino provocar actitudes de conversión. PARA NUESTRA ORACIÓN Muchas parábolas de Jesús, la de la higuera, la del amo ausente que va a volver, la de los talentos, la del administrador infiel, la de las doncellas necias ... hacen referencia a la urgencia de aprovechar el tiempo. Nuestro tiempo es momento de negociar, de caminar, de sembrar... y se acaba. Interpretar toda la vida desde su final, estimarlo todo desde su valor definitivo, no conformarse con el engaño de lo provisional... es Sabiduría de Jesús. Nuestra vida cristiana no tiene sentido sino mirando al final: esto significa que nuestra vida puede tener sentido, un espléndido sentido; pero también se puede decir que, mirando al final, el modo de vida que llevamos puede no tener sentido. Aquí se ponen a prueba todas nuestras "sabidurías". "Carpe diem", "a vivir que son dos días", "la vida es para disfrutarla" ... Todo eso es verdad, y Jesús lo cumple a rajatabla: aprovechar la vida, vivir a tope, porque la vida es breve, disfrutar ya del reino, buscar las felicidades más íntimas, más profundas y duraderas --- NO CONFORMARSE CON MENOS QUE CON SER HIJO, CON EL REINO. Si algo caracteriza a Jesús es la ambición, el deseo de plenitud, personal y de todos. Y engancharse a ese ideal: que todos, empezando por mí, lleguen a ser todo lo que Dios ha soñado. Porque EL REINO es, ante todo, el sueño de Dios. S A L M O 16 Guárdame, Señor, que me refugio en Ti. Decid al Señor: "Tú eres mi Dios, Tu eres mi Bien y no deseo otro" Aunque todo el mundo corra tras sus ídolos mi herencia eres Tú, Señor. Eres Tu quien garantiza mi suerte Eres Tú mi herencia y mi riqueza. Bendigo al Señor, mi consejero y lo tengo presente sin descanso. El Señor a mi diestra. El es mi guía. Así encuentra mi espíritu la paz mi corazón reposa seguro porque Tú no abandonas mi vida. Tú me enseñas el camino de la vida y encuentro ante tu rostro la plenitud de vida y de alegría. El consumismo neoliberal genera hoy una hazaña que deja a los filósofos confundidos: el sujeto humano pasa a la condición de objeto y el objeto -la mercancía- ocupa la condición de sujeto.
El consumo ya no viene determinado por la necesidad, sino que depende, sobre todo, del sueño del consumidor de alcanzar el estatus del producto. O sea que la mercancía tiene marca, estatus, agrega valor a quien la lleva. Al obtenerla el consumidor se deja poseer por ella. El valor que ella contiene, creado por los medios publicitarios y por la moda, emana e impregna al consumidor. En el universo consumista si alguien desea ser bien aceptado entre sus pares en el círculo social que frecuenta, necesita equiparse con todos aquellos artículos de lujo que lo revisten de una aureola capaz de señalizar socialmente el alto nivel de su estatus. Ay de él si no ostenta ciertas marcas de auto, de reloj o de ropa. Ay de él si no frecuenta ciertos restaurantes de postín. Ay de él si no viaja en clase ejecutiva a Nueva York, París o una isla del Pacífico considerada como la nueva Meca. En caso de que el sujeto se resista a ostentar la lista de objetos considerados refinados, corre el riesgo de ser excluido, rechazado, del círculo social que establece como código de identificación cierto nivel mínimo de patrón de consumo. En resumen, el sujeto pasa a ser tratado como objeto. Doblemente objeto: por asimilarse a la mercancía y por ser rechazado por sus pares. Porque en el sistema consumista sólo es aceptado quien transita sin pudor alguno por el universo del lujo y de lo superfluo. Ese proceso de deshumanización estimula la obsolescencia de las mercancías. Ahora se produce para atender, no a unas necesidades, sino a un sueño, a un deseo, a un ansia de alpinismo social. Un producto adquirido hoy -auto, ordenador, ipad- estará obsoleto mañana. Si quiere, usted puede empeñarse en conservar el mismo equipamiento electrónico, suficiente para sus necesidades actuales. Pero todos a su alrededor constatarán su anacronismo. Usted perderá su identidad de tribu, que avanza hacia la adquisición de mercancías más sofisticadas, con un diseño más perfeccionado. El único modo de ser aceptado por la tribu es revestirse de los mismos objetos que, actuando como sujetos, le rescatan del oscuro y mediocre universo del común de los mortales. Esta inversión del sujeto humano hecho objeto y del objeto transformado en 'humano' e incluso 'divino', se logra a través de la publicidad, que no hace distinción de clases. La convocatoria es igual para todos. Tanto el millonario en su avión particular como el joven semianalfabeto de una favela sufren el mismo impacto publicitario. La diferencia está en que el primero tiene fácil acceso a los nuevos iconos del consumismo, mientras que el joven absorbe los iconos en su mochila de deseos y reconoce hasta qué punto es descartado y descartable por no revestirse de objetos que imprimen valor a las personas. De ahí la frustración y la rebeldía. La frustración puede ser compensada por la saludable envidia de los espectadores del brillo ajeno: lectores de revistas de celebridades e internautas que navegan atraídos por el canto de sirena de sus ídolos. La rebeldía lleva al crimen: "No soy como ellos, pero tendré, a sangre y fuego, lo que ellos tienen". ¿Habrá límites para la obsolescencia? ¿Algún día la superproducción hará que la oferta sea asustadoramente superior a la demanda? Todo indica que no. Hace mucho que la industria aprendió que el consumidor es irracional, que no se mueve por principios sino por efectos. Es la emoción la que lo hace aproximarse al mostrador. Aprendió también a lograr que la producción acompañe a la concentración de la riqueza. Ya no se fabrican autos populares. Quienes adquieren más vehículos son las familias que ya poseen al menos otro. Ahora, en la posmodernidad, las personas ya no se relacionan, no se conectan. Los encuentros no son reales sino sólo virtuales. Ya no se vive en sociedad sino en red. Nadie es excluido sino borrado. La intimidad cede su lugar a la extimidad, en expresión de Bauman. Hace desmoronarse los muros de la privacidad. Hasta el punto de que las personas se vuelven mercancías vendibles, escaparates ambulantes que esperan ser admiradas, deseadas, envidiadas y codiciadas. De ahí la onerosa inversión en gimnasios, cosméticos, cirugías plásticas, etc. Muchos buscan ansiosos ser objeto de deseo. Porque su autoestima depende de la mirada ajena. Y el mercado sabe manipular muy bien esa baja autoestima. La aprobación por el Tribunal Constitucional del matrimonio homosexual ha dado lugar, como era previsible, a manifestaciones contradictorias. La Conferencia Episcopal, por ejemplo, ha afirmado en una declaración que...
"...la legislación actualmente vigente ha redefinido la figura jurídica del matrimonio de tal modo que este ha dejado de ser la unión de un hombre y de una mujer y se ha transformado legalmente en la unión de dos ciudadanos cualesquiera, para los que ahora se reserva en exclusiva el nombre de cónyuges o de consortes. De esta manera se establece una insólita definición legal del matrimonio con exclusión de toda referencia a la diferencia entre el varón y la mujer". No cabe duda de que es necesario ir haciendo una reflexión sobre una situación ciertamente nueva y que, como tal, no deja de tener múltiples aspectos. Yo querría, pues, aportar algunas consideraciones que afectan a la moral y a la religión. Ya se sabe que en 1990 la OMS excluyó la homosexualidad de la Clasificación Estadística Internacional de Enfermedades y otros Problemas de Salud. Oficialmente, desde esa fecha las personas homosexuales no son enfermas. Cierto que hay obispos y tratadistas católicos que las consideran como tales y, probablemente con toda buena voluntad, les ofrecen caminos de curación. No caen en la cuenta de que su pretendida oferta de ayuda suena como un insulto. También Freud diagnosticó que la fe era una especie de neurosis y Robert M. Pirsig afirmó que "cuando una persona sufre de una alucinación se le llama locura. Cuando muchas personas sufren de una alucinación se le llama religión". Sin embargo somos muchos los que no queremos que se nos cure de esa "enfermedad". Así pues, hay muchas personas -aunque su porcentaje sea menor de lo que se suele afirmar- que comparten la condición homosexual. Según la moral católica, están condenadas a la castidad. Es fácil suponer que, siendo creyentes, podrían argumentar la injusticia de que Dios les haya creado con una capacidad sexual y a la vez la Iglesia establezca la prohibición de usarla. Razonablemente el recién fallecido cardenal Martini, en la difundida entrevista que hizo poco antes de morir, apoyaba el matrimonio tradicional con todos sus valores y afirmaba estar convencido de que no deba ser puesto en discusión. Pero añadía: "si luego dos personas de sexo distinto o también del mismo sexo ambicionan firmar un pacto para dar una cierta estabilidad a su pareja, ¿por qué queremos absolutamente que no pueda ser?". Son muchos los que estamos convencidos de que la Iglesia debería revisar urgentemente sus ideas sobre el sexo y las relaciones de pareja. La presencia social del fenómeno gay en las sociedades occidentales podría ser un momento favorable. Pero para los católicos la cuestión se complica con el uso de la palabra matrimonio, entre otras cosas porque esa institución social constituye para ellos un sacramento, uno de los siete definidos por el Concilio de Trento. Y la Iglesia ¿no podría introducir en el sacramento del matrimonio el matrimonio homosexual? De hecho lo hizo con otras instituciones. Hoy día es doctrina de la Iglesia que el diaconado pertenece al sacramento del orden. Lo reconoce Pío XII en la Constitución Apostólica Sacramentum Ordinis y sin embargo no siempre fue así. De hecho el nombramiento de los diáconos surgió de una necesidad social -la de atender a los desfavorecidos- y es por tanto una creación de la Iglesia. ¿No podría verse como una nueva necesidad la atención a las parejas homosexuales y la inclusión de sus matrimonios en la categoría de sacramento? Se dirá que voy muy deprisa y ciertamente es así pero el cambio social nos urge y Dios con él. Y también las decisiones de otras confesiones cristianas, que han llegado a conclusiones distintas a las de la jerarquía católica. Pero de este modo llegamos a la cuestión de base y es la de qué es un sacramento y por qué existen esos siete. La moderna teología ha superado esa especie de positivismo según el cual un sacramento es lo que la Iglesia dice que es un sacramento y ha buscado el fundamentar los sacramentos en Cristo mismo. Jesús es el sacramento original, es el lugar privilegiado para el encuentro con Dios. Quien le ve a él ve al Padre. Pero en él hemos conocido que toda la historia es historia de salvación. Así pues, para una mirada creyente todos los acontecimientos remiten de Dios, todos son lugar de encuentro con Él. Toda realidad tiene, para quien la mira con ojos de fe, una estructura sacramental. San Agustín enumera trescientos cuatro sacramentos; cualquier cristiano puede, repasando su vida y el mundo entorno, enumerar muchos más. Como escribió Leonardo Boff: "La fe no crea el sacramento; crea en el hombre la óptica mediante la cual puede percibir la presencia de Dios en las cosas o en la historia. Dios está siempre presente en ellas. El hombre no siempre se percata de ello. La fe le permite vislumbrar a Dios en el mundo y entonces el mundo con sus hechos y cosas se transfigura, es más que mundo; es sacramento de Dios". A partir del siglo XII, algunos teólogos comenzaron a destacar de entre los cientos de sacramentos, siete gestos primordiales de la Iglesia, que punteaban momentos fundamentales de la vida. Entre ellos el matrimonio, ese momento de una entrega definitiva entre dos personas, basada en el amor. Y cuando ahora se oficializa el mismo compromiso entre dos personas homosexuales ¿no puede ser para la Iglesia un signo del amor de Dios, un sacramento? Otoño. En mi hemisferio, cuaresma. Con las cenizas frescas todavía en la frente, me surge esta reflexión...
El otoño es el tiempo de dejar caer. De que lo caduco, como las hojas de los árboles, abandone en ese ritmo lento y contundente, de a una y a la vez irremediablemente, la rama que las aferraba a la vida. Tiempo de despojarnos, y de despojos, de cruzarnos a cada rato con esta realidad de lo muerto, con los montones de hojas que afirman la fragilidad de lo creado. Tiempo de retirada de la belleza, que todavía se hace notoria en los mil tonos de amarillos y marrones, pero con el paso de los días se va confundiendo en una misma masa oscura en el suelo, y reluce la austeridad de la rama pelada, saqueada por el avance del frío y el retroceso del sol. Preparación indeclinable del invierno, que va a llegar, una vez más, en el ciclo conocido del que tantas veces intentamos huir... Tal vez sea algo así la cuaresma... La comenzamos marcándonos con la señal de la ceniza. Sin duda, símbolo de lo que ha muerto y ha sido reducido a su expresión más mínima. Cenizas obtenidas del olivo que el año anterior se utilizara para la alabanza del Domingo de Ramos, ése en el cual Jesús entraba triunfante en Jerusalén, proclamado a los gritos como Rey del pueblo que lo esperaba. Será ésta una de las cosas para dejar caer en la cuaresma. El modo de alabar, de rezar, de celebrar, del año pasado, ya no sirve; no podemos usar los mismos olivos, los mismos argumentos, la misma intensidad. Desafío del salmo, "cantemos al Señor un canto nuevo", necesidad de no aferrarnos a aquello que sirvió alguna vez para nuestro crecimiento espiritual y comunitario, hacer aparecer la novedad de una noticia siempre asombrosa... Los olivos hechos ceniza, han pasado por el fuego. "He venido a traer fuego a la tierra, ¡y cómo me gustaría que ya estuviera ardiendo!". Ésa es nuestra garantía: que aquello que pasa por el fuego, es necesariamente renovado. Animarnos, en este otoño de los tiempos, a encender el fuego del cobijo, de la tibieza, del incendio de lo que haga falta, para convertir en ceniza lo caduco... Atrevernos a vivir con intensidad, al riesgo de lo que se juega a fondo, aunque eso implique casi siempre tiempos de "lo mínimo", de vernos rodeados de cenizas, de sentirnos vaciados de seguridades... Ramas peladas que nos hablan de invierno próximo, fuego que nos promete la supervivencia... Las cenizas tendrán la textura y la liviandad para dejarse esparcir por el viento. Para que el soplo del espíritu las lleve donde sea, las siembre en tierras nuevas, les confiera nuevas fertilidades. Tiempo éste de pregunta, de incertidumbre, de no saber dónde ni cómo ni para qué. Tiempo en nuestro país, en el mundo, de estas mismas perplejidades. Otoño en la ciudad, despojo de tantos, en medio de los aumentos del costo de vida que vuelven a empujar a tantos a los márgenes. Tiempo como creyentes de dejarnos impulsar por su viento, para donde sea necesario nuestro trabajo, nuestro testimonio, nuestra denuncia. Tiempo de confiar en las cenizas, en el otoño y en el viento, para salir a crear lo nuevo, a preparar la primavera... Recuerdo una frase que me regaló hace tiempo una persona querida, de una profundidad impresionante. Palabras de ésas que quedan latiendo y cada tanto vuelven, entregándose como primicias... "Dios crea como el mar crea la playa: retirándose" En estos días de las cenizas y el otoño que se anuncia, tanto en la naturaleza como en lo social, resonaban estas palabras, que me llevan al silencio del padre en la cruz del hijo. Para ser plenamente hombres y mujeres, para estirarnos al máximo de nuestras posibilidades en cada momento vital e histórico, necesitamos esta retirada creadora. Para ser adultos, precisamos que el padre, las seguridades, los apoyos externos, se replieguen lo suficiente como para impelernos a crecer, a hacernos cargo de nuestra propia realidad. De las cenizas de estas seguridades abandonadas, surgirá la maduración; las hojas caídas dan lugar al nuevo brote que llegará después de la larga preparación del frío. La retirada del sol provoca miedo. Si logramos atravesarlo, manteniendo el fuego siempre ardiendo y la esperanza en que el día volverá alguna vez, somos capaces incluso de sostener una noche, un invierno para todos. Invierno de crecimiento, en el que el despojo del otoño permita dejar el vacío suficiente para que lo nuevo, lentamente, vaya abriéndose... Maximino Cerezo: “Los profetas se dan fuera de la estructura eclesiástica” por: José Manuel Vidal11/13/2012 “El lenguaje de la liturgia sólo lo aguantan los viejos, a los jóvenes les es totalmente ajeno”
“La gente pide que haya más vocaciones, pero el seminario es una institución obsoleta” Maximino Cerezo es un teólogo y artista de la Liberación consagrado. Es claretiano y tiene su obra repartida por medio mundo, pero afirma que América Latina “le dio la vuelta”. Amigo de Pedro Casaldáliga, destaca de él su “fe radical, no teórica”, y asegura que “los profetas se dan fuera de la estructura eclesiástica”. Gran conocedor de Latinoamérica, Maximino opina que “el nivel cultural de Hugo Chávez es superior al de muchos jefes de estado de Europa”. Y para el viejo continente desea una renovación litúrgica: “La gente pide que haya más vocaciones, pero el seminario es una institución obsoleta”. ¿Cómo surgió tu vocación por la pintura? ¿Desde pequeño? Bueno, sí. De chiquillo hacía garabatos con más o menos éxito. Luego estudié el bachillerato religioso en Gijón, donde había un ambiente artístico bastante importante, propicio para desarrollar arte. Empecé a pintar como aficionado, y seguí trabajando con los claretianos. ¿Te diste cuenta de tus cualidades desde niño? Me atraía pintar. Era el encargado de destrozar los libros de mi padre haciendo dibujos en las páginas blancas. Era una afición que luego se fue consolidando. Cuando estudié Teología descubrí que era un mundo que me fascinaba. Ahí entré en contacto con varias revistas, con los dominicos de Francia… ¿Tu vocación religiosa surgió después o al mismo tiempo que la vocación artística? No tiene nada que ver. Mi vocación religiosa surgió en un campamento de Juventudes, hablando con un cura capellán que me empezó a dar la tabarra. Me hizo pensar un poco, y luego me decidí. La verdad es que a lo largo de mi vida he querido compaginar las dos vocaciones. ¿Y crees que lo has conseguido? Por lo menos lo he intentado. No es fácil. Me ha costado disgustos, porque he hecho coincidir las dos vocaciones en el mundo de los pobres, de la Liberación. Y eso me ha dado una oportunidad que no todos los artistas han tenido. Ser sacerdote y sentir la llamada del mundo de los pobres, y sentir que, procediendo de un mundo rico como es el europeo, optas por el mundo de los pobres, y quieres transmitir lo que está sucediendo en ese mundo… para mí ha sido muy importante. Yo antes de ir a América pintaba como pinta toda la gente de aquí: cosas muy aéreas, el color y los temas muy a la Europea… Hasta que el mundo de América Latina me dio la vuelta. ¿En la época de Europa coincidiste con Kiko Argüello? Sí, los dos estábamos haciendo Bellas Artes en la misma época. Yo era de un curso y él de otro, pero nos juntábamos. Ahí se produjo el cambio de Kiko Argüello, que aparecía ante los alumnos como un ateo, hasta que fue a hacer cursillos de cristiandad y los cursillos le cambiaron totalmente. Entonces llevaba a todo el mundo a rezar y a hacer vía crucis a todo el mundo a una iglesia que hay en la calle Alcalá. ¿Pictóricamente era bueno? Sí. Ahora se ha metido en esas cosas bizantinas, a reproducir iconos… Era buen pintor, pero reproducir ahora en las pinturas religiosas las formas de los iconos, me parece que es estar fuera de época. Es una pintura que no representa en absoluto al mundo de los pobres. Sin embargo, Rupnik también va en esa línea de pintura angelical casi desencarnada. Sí, desencarnada. Estuvimos un tiempo trabajando juntos, pero luego nuestros caminos fueron muy divergentes. Para mí América fue vivir y nacer de nuevo. ¿Pero te convertiste al mundo de los pobres en una experiencia que hiciste en Filipinas? Sí. Bueno, todo el mundo siempre se está convirtiendo. Yo tuve muchas conversiones en mi vida, pero una de ellas fue, efectivamente, en una isla del sur de Filipinas muy chiquitita. En una tarde le das la vuelta a todo el perímetro de la isla. Ahí fui invitado por el obispo de la diócesis o de la prelatura, que vino por España cuando yo estaba haciendo Bellas Artes. Me invitó a pintar y a hacer unos trabajos en una catedral que estaba construyendo, entonces fui inicialmente por tres meses, pero la cosa se prolongó y estuve más tiempo allí. Entonces estaba viviendo como un cura, en el peor sentido de la palabra: estaba en un colegio mayor de director espiritual, tenía mi coche particular, era profesor de Bellas Artes, capellán y profesor de arquitectura… en contacto con los universitarios hijos de papá, pero en un ambiente en que ya se notaba el cambio respecto a España, donde los grises entraban en la universidad y en los colegios a fichar a la gente. Entonces, fue un salto muy importante. ¿En esa catedral sigue su pintura? Es un mural-mosaico. Iba a hacer una pintura, pero fracasé porque el fondo de la pared estaba hecho de cemento y arena, pero arena con sal del mar. Y no pudo ser. Entonces lo convertí en un mosaico y también hice las vidrieras y un vía crucis. ¿Y la conversión definitiva a los pobres entonces fue en Latinoamérica? Cuando yo vivía aquí estaba dándole vueltas al tema de la universidad. “Esto no es para mí”, me decía. Ante el mundo, me preguntaba qué hacía yo perdiendo el tiempo con esos chavales que me llamaban por la noche porque tenían la duda espiritual de si es pecado besar a la novia. O eso, o me hablaban de masturbación. Sin ningún tipo de interés social. Cuando yo vine de Filipinas, la provincia acababa de aceptar una zona muy abandonada en la zona del sur de Perú, en la selva. Pero no había gente. Los que lo llevaban querían dejarlo, entonces el obispo fue a Roma y habló con los claretianos, y ellos empezaron a distribuir a sacerdotes y provincias. Pero tampoco encontraban gente. Entonces yo fui y dije que quería ir, y en principio me dijeron que no, que yo estaba en la universidad, que era el menos indicado para ir… Insistí, y al final me encargaron buscar más gente. Me mandaron por las casas, por los colegios, a buscar gente joven… Fui a hablar con ellos y conseguimos un equipo de seis. Nos fuimos a Cóbreces e hicimos un retiro allí. Entonces era el año 68, cuando tuvo lugar el encuentro de Medellín, tan importante. En ese mismo año se fue al Mato Grosso Pedro Casaldáliga. Y dos años más tarde fui yo a América Latina. ¿Con Pedro siempre tuviste una química especial? Sí. Somos de provincias diferentes, él catalán y yo del norte, pero trabajamos juntos en una revista de testimonio de la que Teófilo Cabestrero era el redactor jefe, Pedro el director y yo el director artístico. Estuvimos en el mismo equipo trabajando durante 3 o 4 años, y de ahí surgió una relación muy íntima y personal, muy fraterna. No sólo como la de dos frailes que se conocen, sino algo más profundo: amigos que coinciden en muchas cosas. Para mí fue muy importante el testimonio de Pedro, y la llamada de América puede que en parte venga de ahí. ¿Coincidíais incluso en la vena artística? ¿Tus pinturas podrían complementar sus poesías? ¿Hay una especie de simbiosis? Sí, hay una relación especial. El primer libro de poesía que sacó se lo ilustré sin tener idea de cómo era Brasil. Pero a través de sus propios poemas, cuando posteriormente conocí Brasil, me di cuenta de que había tenido bastante visión intuitiva de lo que era el mundo donde se movía Pedro Casaldáliga. ¿Qué tiene Pedro para seducir tanto? Una enorme personalidad y una fe radical, no teórica. Una fe de compromiso profundo con la pobreza personal y con la pobreza como solidaridad con el mundo de los pobres. Y con las causas de América Latina y el mundo de la Liberación. Pedro se identificó totalmente con ello. ¿Por qué ya prácticamente no hay gente como él, no hay profetas? Pregúntale al Espíritu Santo. Aunque no sé si va a responderte. Se acaban los profetas. Saldrán, supongo, de otro momento histórico, porque si creemos en el Espíritu Santo, no va a dejar a la Iglesia así. Pero este momento es antiprofético. Ahora estamos en la segunda esclavitud del Pueblo de Dios, la Babilonia. ¡Y la gente sigue pidiendo vocaciones, que vayan al seminario! Cuando el seminario es ya una institución obsoleta, acabada. Meter a la gente en el seminario es negar el profetismo. Los profetas se dan fuera de la estructura eclesiástica. ¿Cómo se puede cambiar esto? No lo sé. Pero tengo esperanza de que se cambie. En la época de Pío XII estábamos peor que ahora, y de pronto vino un Papa que lo puso todo patas arriba. ¿Habrá que esperar a que pase otra cosa así? Sí. El Espíritu sopla cuando quiere y donde quiere, nadie sabe a dónde va. Cuando más preocupado estás, aparece de pronto. ¿Qué quieres transmitir con tu pintura? El color fuerte lo aprendí del mundo latinoamericano, muy diferentes a los grises o los ocres que yo utilizaba aquí. Esos colores puros y vivos los aprendí a utilizar en América Latina, como los utilizan las mujeres que hacen telas en Guatemala. Lo que yo quiero transmitir con la pintura es un modo de ser de Dios que se concreta en la humanidad de Jesús de Nazaret. No es un Dios lejano o ausente, sino un Dios que se humaniza en Jesús. Pero no para toda la humanidad en general, sino a partir de la opción por los pobres. ¿Un Dios al que se le ve en tu pintura incluso sufrir y llorar como los pobres? Claro. Jesús estaba continuamente anunciando la Pasión a sus discípulos y ellos no lo entendían, y además tenían miedo a preguntar. Lo que yo intento transmitir es la situación pascual del pueblo latinoamericano: entre la vida y la muerte. Una muerte que lleva a la resurrección, como de hecho el pueblo latinoamericano está resurgiendo tantas veces. La sangre de tantos mártires causados por la persecución de tantas dictaduras militares está produciendo una serie de grupos pequeños, pequeñas comunidades eclesiales de base que están repartidas por todo el territorio latinoamericano, quizá con otro nombre (grupo de reflexión, comunidad cristiana…), que están retomando la bandera que llevaban en la mano los que empezaron la lucha. ¿O sea que no es verdad lo que nos dicen a veces de que se ha muerto la Teología de la Liberación? No. ¿Podría decirse que, por el contrario, está fructificando la liberación de los pueblos, por ejemplo, frente a Norteamérica? Sí. Pero de manera diferente al concepto de liberación que teníamos en los años 60 o 70, que era más bien la liberación del problema económico de la gente, la pobreza material. El mundo de la Teología de la Liberación se ha ampliado entre los indígenas, el pueblo afro-americano, las mujeres… El mundo de los pobres no se acaba en el límite económico. Evo, Lula, Chávez… ¿emergen de ahí, de ese mismo magma? Lula sí. Y Chávez también. Y Correa. Correa tuvo mucho contacto con los pensadores latinoamericanos de Ecuador, y con el mundo teológico de Europa. Chávez es de lo jefes de estado más intelectuales que tenemos actualmente en América Latina. Su cultura es superior a la de muchos jefes de estado de Europa, como la de Fidel Castro. Pero en Europa se le da un tratamiento completamente opuesto. Claro, pero, ¿quiénes le tratan así? Los que tienen intereses. Económicos, normalmente. Mira cómo tratan también al pobre Evo, que es un tipo de mucha categoría. Lo mismo que hacían con el mexicano de Chiapas, el subcomandante Marcos: tratarlos de locos. Así nos luce el pelo a los europeos. ¿A dónde vamos, tanto a nivel social como eclesial? ¿Cuáles crees que son las tendencias? Creo que vamos hacia pequeñas comunidades que vivan intensamente la fe a través de un proceso de conversión. Con un compromiso de vida austera, con el horizonte ecológico que hemos descuidado durante mucho tiempo. Creo que vamos abandonando el triunfalismo del cristianismo como régimen de Constantino, para llegar a la pequeña semilla que decía Jesús, que va a crecer pero sin pretender más cosas. ¿Hemos perdido la batalla cultural, de la belleza, de la literatura…? Nuestra forma de hablar es totalmente incomprensible para el mundo de hoy. Con los conocimientos astronómicos que tenemos, ¿qué significa eso del “Dios de arriba”? Hay un lenguaje que manejamos en la liturgia y en las eucaristías que es totalmente ajeno a las generaciones jóvenes. Los viejos lo aguantan, pero son los únicos. Hay sacerdotes (no son los del Opus ni los Legionarios) que acompañan al pueblo, y que van haciendo que la gente mayor salte de la época del catecismo a una visión post-conciliar. Y van entrando poco a poco. Yo colaboro con Emiliano Tapia, que es un párroco de aquí de Salamanca que lleva un barrio popular y dos pueblitos rurales. Estamos intentando formar a un grupo de adultos en una visión diferente. Así he encontrado, aquí, un ambiente muy similar al de América Latina. Pero es muy especial. Emiliano Tapia no se parece a la mayoría del clero de Salamanca. Trabaja en la cárcel, lleva a su casa a los internos que están en régimen de tercer grado, da de comer a unas 20 personas sin papeles (latinoamericanos, nigerianos, árabes…). El mundo de los pobres también está aquí, y también es un desafío. A parte de esa labor catequética y solidaria, ¿sigues pintando? Sí. Acabo de hacer un cuadro para uno de esos pueblos rurales. En lo último que estoy pintando los personajes tienen rasgos un poco mestizos. ¿Ya te vas acercando a Europa? Un poco. Pero todavía sigo pintando muchas cosas para América Latina. TITULARES: El mundo de América Latina me dio la vuelta La fe de Pedro Casaldáliga es radical, no teórica La gente pide que haya más vocaciones, pero el seminario es una institución obsoleta Los profetas se dan fuera de la estructura eclesiástica Chávez es de lo jefes de estado más intelectuales que tenemos actualmente El nivel cultural de Chávez es superior al de muchos jefes de estado de Europa, al igual que el de Fidel Castro El lenguaje de la liturgia sólo lo aguantan los viejos, a los jóvenes les es totalmente ajeno Pareciera que fue la palabra "viuda" la que hizo que se unieran estos dos breves relatos: la durísima crítica a los letrados (doctores de la ley o escribas), a quienes se acusa, entre otras cosas, de "devorar los bienes de las viudas con pretexto de largos rezos", y el enigmático episodio de la "viuda pobre" que echa en el cepillo del templo "todo lo que tenía para vivir".
El primero de ellos contiene la denuncia de un comportamiento que no es inusual entre la autoridad religiosa: el uso de ropajes especiales, la búsqueda de reconocimiento social, el uso de títulos pomposos heredados del pasado y alejados de la vida cotidiana, el afán por lugares destacados, el negocio económico a costa a veces de gente necesitada... Ni un anticlerical hubiera sido más duro. Y, sin embargo, son palabras del evangelio. Tales actitudes, cuando se dan en personas religiosas, duelen y escandalizan más, porque suelen predicar justo lo opuesto. Pero, en realidad, son comportamientos que nos acechan a todos, porque definen bien cuál es el funcionamiento habitual del ego. El ego, ese manojo de necesidades y miedos, no puede buscar otra cosa que su autoafirmación, a costa de lo que sea. Y, dado que el ego solo puede moverse por el mundo de los objetos, lo hace por los caminos del tener, del poder y del aparentar. Sabemos que el ego es solo un error de percepción. No responde a ninguna realidad consistente, sino que es simplemente el resultado de un proceso de identificación de la mente con un determinado conjunto de pautas mentales y emociones, experiencias y circunstancias vividas. Sobre todo ello, la mente aprendió a decir "mío" y se generó el ego, con una consecuencia asombrosa: le atribuimos una entidad en sí mismo y terminamos convencidos de que constituía nuestra verdadera identidad. Una vez producido el equívoco, ya no podíamos hacer otra cosa que vivir para él. De esa manera, nos convertimos en marionetas en sus manos y todo nuestro comportamiento quedó marcado por la egocentración. Afortunadamente, nuestra verdadera identidad puede haber quedado adormecida o incluso aplastada bajo el peso de un ego que sofoca cualquier otra voz, pero no ha sido eliminada. Por eso podemos seguir experimentándola, aunque sea en forma de anhelo, o incluso solo de insatisfacción. De hecho, suele ser la insatisfacción, el desencanto o la hartura, lo que nos pone en camino para buscar en profundidad aquello que realmente somos y que sabe a plenitud. Aquello que nunca puede ser afectado negativamente, que siempre se halla a salvo, y que nos desegocentra eficazmente. Por otro lado, la imagen de la viuda, en la segunda parte del relato, y debido precisamente al contexto, parece ofrecer varios significados. En primer lugar, reflejaría –como antítesis de los letrados- a la persona desidentificada de su yo, hasta el punto que es capaz de darlo todo. Pero caben otras lecturas: en una de ellas representaría a las personas, especialmente mujeres en estructuras patriarcales o machistas, que son víctimas del sistema, en este caso religioso: aquellas cuyos bienes son "devorados" por la autoridad. En tercer lugar, sería no solo víctima, sino culpable de sostener aquel sistema que va contra la vida. Porque es ella la que, precisamente con su limosna –incluso lo que necesita para vivir- sigue alimentando una estructura explotadora y caduca. (No olvidemos que, en el evangelio de Marcos, como en el de Juan, el templo –y la religión que él sostenía- se han dado por caducados). En conjunto, el doble relato supone un cuestionamiento lúcido de toda estructura de poder, particularmente religioso; un cuestionamiento que llega incluso a los detalles más pequeños, como puede ser el ropaje. Llama la atención que, en esa crítica, se mencionen expresamente los "rezos". Incluso lo que, en principio, tendría que ser la actividad más desinteresada y gratuita, como es la oración, se puede convertir en la coartada para obtener beneficios. En cualquier caso, más allá de lo específicamente religioso, podemos leer el relato en clave de (des)identificación egoica, como una llamada a ser lúcidos de nuestras propias trampas y una invitación a reencontrarnos con nuestra identidad más profunda, Aquella cuya voz podemos escuchar cuando acallamos la mente y silenciamos los gritos del ego. |
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