Nos encontramos, nuevamente, con un texto que sitúa a Jesús en su gran viaje desde Cafarnaún hasta Jerusalén. Un viaje que es, más bien, una catequesis itinerante para ilustrar a sus discípulos sobre lo esencial de su novedoso mensaje con respecto al judaísmo. Veremos que la curación de los diez leprosos no pretende enseñar una técnica para realizar un milagro, no se detiene en una explicación de un hecho espectacular, más bien en el significado de lo que supone vincularse a Jesús como un compromiso de fondo con los más vulnerables y excluidos.
Antes de entrar en un pueblo se acercaron diez leprosos que, desde lejos, le gritaron que se compadeciera de ellos, llamándole “Maestro”. Jesús ya es un gran líder con un mensaje interesante, diferente y con fama de milagrero. Es importante conocer que la lepra, en esta época, era una enfermedad con una tremenda connotación religiosa. No se sabía mucho de ella y era interpretada como una maldición de Dios por algún pecado cometido personal o de sus antepasados. Eran expulsados de la práctica del culto, la familia no se hacía cargo y apartados de toda relación humana. Estos leprosos se sitúan a lo lejos de Jesús porque cumplían las prescripciones legales evitando el contacto con las personas sanas. Un ejemplo de la tradición judía de cómo se contrae esta enfermedad lo encontramos en María, la hermana de Moisés, cuando cuestiona el comportamiento de su hermano y contrae la lepra. Esta maldición recae en ella por tener palabra ya que las mujeres no eran autorizadas para ello. Los leprosos piden a Jesús compasión. Desean ser compadecidos, percibir que su desgracia no pasa desapercibida y sentir el calor de la comprensión de alguien significativo y con autoridad. Nuevamente, igual que en la parábola del Buen Samaritano, Jesús muestra que la compasión no es suficiente, que quedarse en la esfera de los sentimientos no soluciona el problema. Se requiere una acción que ayude a la persona a recuperar su dignidad. Esta es la clave de la miseri-cordia, poner corazón-acción en la miseria humana y restaurarla desde dentro. La respuesta de Jesús puede generar cierta incertidumbre: Id a presentaros a los sacerdotes. Al ser la lepra una enfermedad relacionada con lo religioso era el sacerdote quien confirmaba si la enfermedad era curada o no. Si era así, volvían a su vida normal y quedaban nuevamente admitidos en el Templo y en la sociedad. Jesús no necesita un aval objetivo, una comprobación de este hecho porque quiere mostrar un signo que vaya más allá de la curación física o la inclusión en lo religioso. La enseñanza es clara: la relación con el Dios de Jesús no es el cumplimiento de un rito sino una experiencia liberadora y sanadora de lo que contamina la auténtica existencia desde este vínculo con Dios. Mientras iban de camino quedaron limpios. Uno de ellos, notando que estaba curado, se volvió alabando a Dios a voces, y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole las gracias; era un samaritano. Esta anotación es de mucha trascendencia porque, una vez más, el evangelio nos pone delante la percepción de nuestra fe como algo superficial o como una vivencia más profunda. Quedar limpio, ser purificado, es quedarse en un nivel más periférico. De los diez leprosos, nueve se sienten con posibilidad de volver a su vida de siempre, una curación que no supone ninguna novedad radical, desde la raíz, tan solo volver a la vida judía con todos los derechos y obteniendo el perdón. Ahora bien, uno de ellos es consciente de algo más: se siente sanado, es decir, es capaz de percibir el impacto de Dios en su vida. Una percepción que ya no se queda en una limpieza exterior sino en una experiencia profunda que transforma. La purificación tiene más que ver con una acción humana mientras que la curación es más propia de Dios, como en algunas ocasiones indica la tradición judía en el Antiguo Testamento. En la curación ya nada es igual. Por eso, este leproso se vuelve a agradecer lo que Jesús ha hecho por él, el resto necesitan de la ley y del cumplimiento de la misma para que se lo confirmen. El leproso agradecido quizá percibe que la relación con Jesús no es una ayuda para sobrevivir en medio de la vorágine de la vida, sino que ayuda a VIVIR con dignidad y pleno sentido. Y este leproso es capaz de agradecer y proclamar a gritos esta curación porque era samaritano, una persona liberada de la dogmática judía y que ha comprobado, en su misma existencia, que es Dios quien restaura la dignidad y el valor de su persona. Precisamente por eso se postra ante Jesús, porque ha reconocido la manifestación de la divinidad a través del Mesías, un gesto que era reservado para la adoración y agradecimiento a la acción de Dios. Concluye Jesús pidiéndole que se levante y que se vaya, no especificando que sea a ver a los sacerdotes. En definitiva, no vivas tu fe sólo como momentos de postración y adoración ante Dios, sé consciente de que la consecuencia de ese vínculo es vivir “en pie” apoyado en tu capacidad de ser y vivir desde la fuente interior, siempre en beneficio de rescatar la dignidad de los que son tus hermanos y hermanas. Este sería el verdadero milagro capaz de cambiar nuevamente la historia y el auténtico significado de que “tu fe te ha salvado”.
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En estos tiempos de postmodernidad y postcristianismo (tiempos en realidad de regresión espiritual) es habitual, en el ámbito de la espiritualidad, escuchar discursos que oponen la “experiencia espiritual” a la fe (confundida con la creencia), dando a entender que la experiencia espiritual es más profunda que la fe.
En 1959 Jung fue uno de los primeros en expresar esta misma idea en una entrevista en la BBC, en la que al preguntarle si creía en Dios, respondió: “No necesito creer en Dios; lo conozco”. Hoy se ha generalizado esta idea de que la espiritualidad es ante todo un conocimiento, si bien un conocimiento no de tipo teórico sino experiencial, con el riesgo de reducir la espiritualidad al acceso subjetivo (aspecto esencial, a la vez que no el único) que el ser humano tiene de lo espiritual. Como señaló Leonardo Boff el término “experiencia” hace referencia a un tipo de conocimiento. La etimología de la palabra expresa bien a que conocimiento se refiere: “ex – peri – ciencia”,siendo “ex” una partícula latina que indica “salir de sí”, “peri”, un prefijo griego que significa “alrededor de, por todos los lados” y “ciencia” un modo de hablar del conocimiento. Para Boff el término experiencia haría referencia a un tipo de conocimiento (ciencia) que se logra al salir el ser humano de sí (inmediatez, superación de la separación objeto-sujeto) y abrirse al objeto por todos sus lados o aspectos (no solo los aspectos racionales). La experiencia hace referencia a un tipo de conocimiento, el conocimiento más pleno, de aquello que se manifiesta o muestra a la conciencia (órgano del conocimiento). En las espiritualidades anteriores a la tradición judeocristiana, la espiritualidad era entendida como un conocimiento, que, o bien, abría a la persona al universo espiritual (valores- arquetipos suprahistóricos) para que guiaran su conducta sin fusionarse con ellos (humanismo espiritual o exoterismo); o bien, llevaba a una supuesta salida de la historia y a la fusión con esas realidades espirituales (gnosis, esoterismo). La forma más plena de experiencia espiritual, la mística (Presencia de la Transcendencia en el seno más profundo de la inmanencia en comunión sin fusión) también se daba en el núcleo de las espiritualidades esotéricas o humanistas precristianas, transcendiéndolas, sin llegar todavía esta mística a poder reconocer la plena realidad y valor espiritual de la historia (la alteridad), como hará la tradición judeocristiana. El judaísmo será la primera tradición que entenderá la espiritualidad como fe, es decir, más que como una experiencia (conocimiento) como una existencia, un modo de existir (una salida de sí para encontrarse con el Misterio en la historia, al que el corazón- toda la persona- libremente se adhiere). La fe tiene una dimensión experiencial (conocimiento inmediato) y, a la vez, la conciencia de que la experiencia subjetiva es siempre limitada, que hay una realidad más allá de nuestra experiencia, a la que solo la confianza en lo Real (el Misterio) nos permite acceder. La fe tiene en cuenta la realidad de la historia, la realidad de la alteridad más allá de mi interioridad, y eso le hace tomar conciencia de la alteridad del Misterio no reducible a mi experiencia de él, a la vez que accesible a mí porque así Él (el Misterio) lo desea en la Historia de Salvación. La fe se realiza en el cumplimiento de la Ley para el judaísmo. Con la Encarnación de Jesucristo, toda la historia se vuelve lugar de salvación si vivimos en ella desde Cristo. La fe se libera (integrándola y transcendiéndola) de la Ley para poder vivirse en toda la historia desde la Gracia. La Iglesia será el signo y el instrumento de esa salvación para tod@s en la historia (sin monopolizarla). De este modo, la espiritualidad cristiana será ante todo un modo de vivir, de existir y no solo una “experiencia”, un conocimiento, una gnosis. Pablo llamará a la espiritualidad cristiana una “epignosis”, un conocimiento por encima de la gnosis, que en realidad es una praxis, una manera de existir. No es pues solo una realidad interior, es una realidad interior y exterior, histórica y suprahistórica, individual y colectiva, humana y divina. La fe cristiana no es una simple creencia, pues supone un encuentro personal con el Misterio (y desde ese encuentro una apertura a las enseñanzas que el Misterio transmite- creencias-) y tampoco es una simple experiencia o conocimiento– aun el de la experiencia mística es limitado-, pues transciende el conocimiento que podamos tener del Misterio; es una existencia vivida en la confianza por y desde Cristo abriéndose al Espíritu que se expresa en toda la realidad ( interior y exterior, “sopla donde quiere”…) que nos lleva al Padre, lo Real. Las antiguas experiencias religiosas eran concebidas como experiencias de gnosis (conocimiento); con el judeocristianismo la espiritualidad es concebida como fe, que integra la experiencia (conocimiento) y lo que va más allá de mi experiencia, a través de la confianza (fe). Es una espiritualidad manifestada de un modo más pleno, pues se muestra explícitamente esa dimensión que va más allá de la experiencia. En las antiguas experiencias espirituales (más allá de su discurso gnóstico) también podemos encontrar la fe, pero de un modo implícito, por ello, menos pleno. La fe cristiana, al concebir la espiritualidad como una existencia en relación con un Misterio (Dios) que se hace como nosotros (encarnación) dándonos una dignidad que las viejas religiones nos negaban, nos ayuda a liberarnos de dos de los peligros que tiene la religión:
Una Mística que es una praxis, una existencia, que integra lo interno y lo externo, y no una simple experiencia interna que termina experimentándose en lo externo (vuelta al mercado al final del camino que se dice en el zen) sin llegar a descubrir el valor en sí de lo externo (no solo por su carácter de manifestación del Misterio) como ocurría en la vieja mística. Olvidar las novedades del cristianismo, que han dignificado al ser humano y le han liberado de miedos y culpas, para construir un mundo más humano y, por ello, más divino, supondría un retroceso a formas más autoritarias y deshumanizadas de vivir la espiritualidad. De ahí, la importancia de recordarlas. Están en todas partes. Los vemos a montones en el patio de los colegios cuando vamos a recogerlos. Los vemos también gozando y alborotando en los columpios o en los parques de nuestras ciudades; o corriendo por las calles, o de la mano de sus padres, o sentados en su silleta porque todavía no saben andar. Convivimos con ellos porque son nuestros hijos o nuestros nietos, les decimos que les queremos, les damos todo lo que necesitan, disfrutamos con sus gracias, con sus ocurrencias, nos sentimos felices a su lado... pero estamos aniquilando su futuro con nuestro modo de vida...
Y no solo estamos hablando de que van a tener que soportar unos veranos asfixiantes, o que no se podrán bañar en las playas donde nosotros nos bañábamos porque habrán desaparecido —que también—, sino de cosas que van a condicionar radicalmente sus vidas. Estamos hablando de que los informes solventes más optimistas afirman que van a padecer una escasez trágica de recursos esenciales para la vida debido a la pérdida de cosechas y la destrucción de los océanos, y que, como consecuencia de ello, se va a producir una situación caótica con migraciones masivas en busca de estos recursos y conflictos generalizados por obtenerlos. Estamos hablando de que van a estar sometidos a todas las enfermedades tropicales como la malaria o el dengue; o que la supervivencia dejará de ser algo que se da por supuesto; o que su esperanza de vida va a quedar seriamente mermada... Y esto, querámoslo o no, es lo que les espera, pero nosotros hemos creado un espejismo que nos hace vivir ajenos a su futuro. Actuamos como si nada estuviese ocurriendo, sin renunciar a una vida de despilfarro que está acabando con su mundo. Sí, con su mundo, que será muy distinto al nuestro. Ellos son las víctimas, los que van a pagar a doblón nuestros excesos, pero no tienen voz ni tienen voto en este asunto. Y es este panorama, ya irreversible, el que nos está llevando a muchos a denostar esta cultura cientifista que está engullendo cualquier vestigio de humanismo que pudiese quedar en nosotros. El que nos hace maldecir a todos los mentecatos que a lo largo de la historia nos han asegurado que a través de la ciencia íbamos a controlar la Naturaleza, vencer las enfermedades y lograr en esta vida la felicidad que la religión sitúa después de la muerte. A recelar —por decirlo suave— de aquellas personas influyentes que, haciendo gala de una irresponsabilidad supina, niegan la realidad y propician que nuestra agresión al mundo natural siga en aumento. A perder la fe en un mundo que muestra tal insensibilidad ante lo que está ocurriendo. Todos hablamos de ecología; la ecología se ha convertido en el mejor eslogan político y comercial de la historia, pero es puro cinismo. Lo cierto es que todos, sin excepción, podríamos hacer mucho más por nuestro mundo... pero no estamos dispuestos a variar un ápice nuestros hábitos, y así esto no tiene remedio. Cada vez es menor el número de personas que niegan el cambio climático, pero si Ud. es una de ellas, o si alberga dudas al respecto, me voy a permitir enunciar aquí un principio que está generalmente aceptado por aquellos que habitualmente toman decisiones importantes. Dice así: “En decisiones de mucha envergadura hay que dar más peso a los pronósticos negativos que a los positivos, pues las consecuencias catastróficas que acarrearía la confirmación de los primeros, son de un orden de magnitud muy superior a los inconvenientes que pudieran derivarse de sus contrarios”. Es decir, en caso de duda, actúe como si el cambio climático fuese una realidad tan cruda como nos la presentan los expertos más pesimistas. Cuando Lillanna Kopp se preguntó durante las sesiones del Concilio Vaticano II, ¿A dónde van? ¿Por qué se van? en su corazón de profeta estábamos nosotras y nosotros.
Ella escuchó a la Ruah, como mujer no le era permitido hablar durante el Concilio, pero sí escuchar, rezar, pensar, estudiar, crear. Había que actualizar todo. Era una obra gigantesca. Sin amedrentarse, asumió su responsabilidad. Y puso su persona: mente, corazón y fuerzas, al servicio de aquel momento histórico, bisagra entre el pasado oscuro ya, y, la emergente: nueva comunidad cristiana. Se van, se iban, nos vamos, porque el vino nuevo es para gente nueva, para comunidades nuevas. Corría el año 1970, era la vida religiosa, sobre todo la femenina, en USA y Canadá ─donde ella se movía y facilitaba “una puesta al día”─ según palabras de los Padres Conciliares, la que sufría una hemorragia de gente joven y preparada. ¿A dónde van? Se saben llamadas a vivir en profundidad los consejos evangélicos, pero están buscando algo que todavía no tiene forma, estaba en gestación en el corazón de diferentes mujeres y hombres del momento. Y con la humildad de quien se sabe hija de Dios y empoderada hasta los dientes de una fuerza creativa, dadora de vida, ─eso es lo que el celibato es─, Lillana lanza una iniciativa, y un grupo de unas 30 mujeres dan a luz, desde su búsqueda e insatisfacción con lo existente, a una forma nueva de vida consagrada, que se abrirá también, en igualdad al laicado. Tendrá que ser no canónica: dentro de las iglesias, pero libre del control directo de las jerarquías, para que pueda crecer con libertad y creatividad: para que pueda dar respuesta, sobre todo, a la demanda de cientos de mujeres preparadas, entregadas, que se sentían languidecer en estructuras cargadas de polvo de siglos. Así nace Las Hermanas Para la Comunidad Cristiana. Comunidad abierta, no canónica por ser ecuménica: abierta a personas de otras iglesias cristianas, colegial, profética, respuesta del Espíritu a un momento histórico. Mujeres, hombres, consagrados, casadas, viudas, solteros, separados, jóvenes, menos jóvenes… en los cinco continentes, unas 3000 personas nos llamamos Herman@s Para la Comunidad Cristiana (S/BFCC: Sisters/Brothers For Christian Community). Desde personas con varios doctorados, jueces, empresarias, profesores, educadoras, teólogas, médicos, cajeras, obispos, ordenadas, barrenderos… de todas las razas. (sfccinternational.org. Traducido al español en: espiritualidadintegradoracristiana.es) Llegó a España el año pasado a través de nosotras, Carmen y Magdalena (espiritualidadintegradoracristiana.es) y queremos compartir la experiencia con nuestros lectores. Es con “temor y temblor” y mucho gozo, que hoy, en mi oración del amanecer, sentía que la Ruah, a través de las palabras de nuestra hermana y fundadora Lillanna Kopp, me decía lo mismo: ¿A dónde van? Veo multitudes asistiendo a retiros, encuentros, espacios de silencio, tantos, que nuestros obispos se ponen nerviosos porque no pillan, como jerarquía, que la gente se mueva hacia donde se mueve la vida. La iglesia nos dio algo de doctrina…pero no espiritualidad profunda. Es otro paradigma. Los pioneros de la historia saben que éste es el vino nuevo del Espíritu para este momento histórico: UNA ESPIRITUALIDAD NUEVA, PERSONALIZADA, IMPREGNADA DE PALABRA Y DE VIDA Y DE JUSTICIA Y DE IGUALDAD. PERO, SOBRE TODO, UNA ESPIRITUALIDAD SIN GURUS. No podemos sustituir la figura del cura por un maestro espiritual, por buenísimo que sea. Sustituir el “oír misa” por “oír a otros y otras”. El paradigma actual nos indica un camino de colegialidad e igualdad. Claro que la formación que estas personas proporcionan es un regalo de Dios. El peligro está en hacernos consumidores de, sin encontrar cómo nosotros y nosotras, pueblo llano, podemos desarrollar todas nuestras capacidades y talentos para la humanidad. Esa formación nos da la fuerza para ESCUCHAR a Dios directamente. Nos quita las inseguridades y nos abre al Espíritu que nos habla desde ese silencio habitado. Desde ahí, tenemos fuerza y motivación para abrir caminos desandados, como peregrinas y peregrinos; ligeros de mochila y llenas de esperanza. Al descubrir, “on-line”, a través de un artículo, la comunidad S/BFCC, nosotras iniciamos un proceso de verificar que no era un sueño. Las dos hemos cumplido los 60. Somos soñadoras con los pies en el suelo. Ha sido año y medio de conocimiento mutuo y de estudio orante de su ideología. Este verano, después de dejar la comunidad a la que habíamos pertenecido 40 años, hicimos nuestro compromiso final con esta nueva comunidad. Reconocemos que España nos resulta difícil. Después de vivir años en Australia, y sobre todo en USA…aquí la unión iglesia-estado nos ha dejado un panorama bastante desolador si lo comparamos con otros países. En USA hemos hecho pastoral universitaria seria, entre otras pastorales, y sin éxitos superficiales, hemos experimentado sobre todo menos agresividad e indiferencia. Pero estamos aquí, aquí aceptamos ser enviadas. Y posiblemente portadoras de esa Vida Nueva que experimentamos a través de una comunidad que no tiene jerarquía de ningún tipo, todo se decide colegialmente después de orar y estudiar los temas a tratar. No tenemos propiedades en común como desnudez evangélica. Cada persona trabaja para su sustento y cada persona es apoyada al máximo en que desarrolle los talentos recibidos para la humanidad. Es por todo ello que sentimos la responsabilidad de compartir tanta riqueza, y proponemos hacerlo, además de desde un estilo de vida…de forma estructurada en 4 fines de semana a lo largo del año, para que podáis participar todos y todas. También ofrecemos mucho contenido “on-line” incluso la Pascua de este año 2019, con más de 3000 entradas gracias a la publicación del enlace por Eclesalia y Fe Adulta, además de nuestros dos blogs y página web. El objetivo es presentar una comunidad alternativa, con humildad y generosidad. Regalo de la Ruáh para el siglo XXI. Iniciada por una mujer que falleció hace muy poco, que como tú y como yo era una buscadora, enamorada de Jesús y peligrosamente abierta al Espíritu. El contenido es tan liberador, tanto, que aunque no te interese lo más mínimo conocer otra comunidad, simplemente por abrirte a algo con sabor a madurez evangélica, merece la pena. En España y Latino América, en la lengua de Cervantes, nos sentimos invitadas a salir al encuentro de tantas y tantos que “somos buscadores de caminos y respuestas para nosotros y para nuestros hijas y nietos”. Educadores, familias, personas sensibles a la vida, a la naturaleza: es para vosotros. Cuatro fechas: Noviembre: Escuchar Febrero: Amar Abril (Pascua): Servir Agosto: Celebrar-gozar Desde nuestros talentos personales, lo ofreceremos todo desde una eco-espiritualidad responsable: los temas, la música, la danza contemplativa. Todo envuelto con el mimo y cariño que inspira algo tierno, recién nacido en nuestra tierra. ¡Queremos que viva! Las personas que lo deseéis y podáis, todos los meses una mañana de Sábado en Vizcaya. Y para todos y todas, tenemos salud y fuerza, podemos viajar y ofrecer estos programas y esta vida que nos desborda, en otros lugares. La física cuántica demuestra que cada persona tiene su propia realidad. Los físicos han sospechado durante mucho tiempo que la mecánica cuántica permite que dos observadores experimenten realidades diferentes y conflictivas. Ahora esta suposición ha quedado demostrada.
Según un estudio publicado en el portal ArXiv, físicos de la Universidad Heriot-Watt (Reino Unido) demostraron por primera vez cómo dos personas pueden experimentar realidades diferentes, y lo hicieron recreando en la práctica un experimento teórico de física cuántica. En 1961, el físico Eugene Wigner, ganador del Premio Nobel dos años después, describió un experimento mental que mostraba cómo la extraña naturaleza del universo permite que dos observadores, por ejemplo, ‘Wigner’ y ‘los amigos de Wigner’, experimenten realidades distintas. El experimento involucró a dos personas que observaron el mismo fotón, la unidad cuantitativa más pequeña de luz, que en diferentes condiciones puede existir tanto en forma de polarización horizontal como vertical. Un fotón puede existir en uno de estos dos estados, pero hasta que no hayan sido polarizados —es decir, observados—, se encuentran en ‘superposición’, es decir, un estado en el que ambas condiciones se cumplen al mismo tiempo. El experimento mental descrito por Wigner consiste en que un científico analice con calma el fotón y determine su posición. Otro científico, desconocedor de la medición de su colega, es capaz de confirmar que el fotón (y, por lo tanto, la medición del primer científico) aún existe en una superposición cuántica de todos los resultados posibles. Como resultado, cada científico está en su propia realidad. Y, técnicamente, ambos tienen razón, incluso si no están de acuerdo el uno con el otro. Para dar vida a este experimento teórico, se tomó un láser con un sistema de separación de haz y una serie de seis fotones que anteriormente fueron medidos por varios dispositivos que sustituían a los dos científicos humanos del experimento imaginado por Wigner. Según la página web del Instituto Tecnológico de Massachusetts, el desarrollo de una instalación de este tipo ya se había llevado a cabo anteriormente, pero esta fue la primera vez que se logró realizar el experimento hasta el final. Utilizando estos seis fotones se crearon dos realidades alternativas: una que representa a ‘Wigner’ y otra que representa a ‘los amigos de Wigner’. ‘Los amigos de Wigner’ midieron la polarización de un fotón y almacenaron el resultado. Luego ‘Wigner’ realizó una medición de interferencia para determinar si la medición y el fotón estaban en superposición. El experimento produjo un resultado inequívoco. Resultó que ambas realidades pueden coexistir aunque produzcan resultados irreconciliables, tal como lo predijo Wigner. «Eso plantea algunas preguntas fascinantes que obligan a los físicos a reconsiderar la naturaleza de la realidad», indicaron los científicos del MIT. Sigue el evangelio con propuestas aparentemente inconexas, pero Lc sigue un hilo conductor muy sutil. Hasta hoy nos había dicho, de diversas maneras, que no pongamos la confianza en las riquezas, en el poder, en el lujo; pero hoy nos dice: no la pongas en tu falso ser ni en la obras que salen de él, por muy religiosas que sean. Confía solamente en “Dios”. Los que se pasan la vida acumulando méritos no confían en Dios sino en sí mismos. La salvación por puntos es lo más contrario al evangelio. Pero ese dios al que tengo que rendir cuantas tiene que dejar paso al Dios que es el fundamento de mi ser y que se identifica con lo que yo soy en profundidad.
Una vez más debemos advertir que las Escrituras no se pueden tomar al pie de la letra. Si lo entendemos así, el evangelio de hoy es una sarta de disparates. En realidad son todo símbolos que nos tienen que lanzar a un significado mucho más profundo de lo que aparenta. Ni hay un Yo fuera a quien servir, ni hay un yo raquítico que patalea ante su Señor. Cada uno de nosotros es solo la manifestación de Dios que a través nuestro manifiesta su poder para hacer un mundo más humano. No hay un mí ningún yo que pueda atribuirse nada. Ni hay fuero un YO al que pueda llamar Dios. Ni Dios puede hacer nada sin mí ni yo puedo hacer nada sin él. ¿De qué puedo gloriarme? Esa petición, que hacen los apóstoles a Jesús, está hecha desde una visión mítica (dualista) del Dios, del hombre y del mundo. La parábola del simple siervo cuya única obligación es hacer lo mandado, refleja la misma perspectiva. Ni Dios tiene que aumentarnos la fe ni somos unos siervos inútiles ni necesitamos poderes especiales para trasplantar una morera al mar. La religión ha metido a Dios en esa dinámica y nos ha metido por un callejón del que aún no hemos salido. Descubrir lo que realmente somos sería la clave para una verdadera confianza en Dios, en la vida, en cada persona. El relato nos da suficientes pistas para salir del servilismo y de la adoración al Dios cosa. Jesús no responde directamente a los apóstoles. Quiere dar a entender que la petición –auméntanos la fe- no está bien planteada. No se trata de cantidad, sino de autenticidad. Jesús no les podía aumentar la fe, porque aún no la tenían ni en la más mínima expresión. La fe no se puede aumentar desde fuera, tiene que crecer desde dentro como la semilla. A pesar de ello, en la mayoría de las homilías que he leído antes de elaborar ésta, se termina pidiendo a Dios que nos aumente la fe. Efectivamente, podemos decir que la fe es un don de Dios, pero un don que ya ha dado a todos. ¿Que Dios sería ese que caprichosamente da a unos una plenitud de fe y deja a otros tirados? Viendo cada una de sus criaturas, descubrimos lo que Dios está haciendo en ellas en cada momento. Al hablar de la fe en Dios, damos a entender que confiamos en lo que nos puede dar. Se interpretó la respuesta de Jesús como una promesa de poderes mágicos. La imagen de la morera, tomada al pie de la letra, es absurda. Con esta hipérbole, lo que nos está diciendo el evangelio es que toda la fuerza de Dios está ya en cada uno de nosotros. El que tiene confianza podrá desplegar toda esa energía. Lo contrario de la fe es la idolatría. El ídolo es un resultado automático del miedo. Necesitamos el ser superior que me saque las castañas del fuego y en quien poder confiar cuando no puedo confiar en mí mismo. Dios no anda por ahí haciendo el ridículo jugando a todopoderoso. Tampoco nosotros debemos utilizar a Dios para cambiar la realidad que no nos gusta. La fe no es un acto sino una actitud personal fundamental y total que imprime un sí definitivo a la existencia. Confiar en lo que realmente soy me da una libertad de movimiento para desplegar todas mis posibilidades humanas. Nuestra fe sigue siendo infantil e inmadura, por eso no tiene nada que ver con lo que nos propone el evangelio. La mayoría de los cristianos no quieren madurar en la fe por miedo a las exigencias que esto conllevaría. La fe es una vivencia de Dios, por eso no tiene nada que ver con la cantidad. El grano de mostaza, aunque diminuto, contiene vida exactamente igual que la mayor de las semillas. Esa vida, descubierta en mí, es lo que de verdad importa. Tanto a nivel religioso como civil, cada vez se tiene menos confianza en la persona humana. Todo está reglamentado, mandado o prohibido, que es más fácil que ayudar a madurar a cada ser humano para que actúe por convicción. Estamos convirtiendo el globo terráqueo en un inmenso campo de concentración. No se educa a los niños para que sean ellos mismos, sino para que respondan automáticamente a los estímulos que les llegan. Los poderosos están encantados, porque esa indefensión les garantiza un total control sobre la población. Lo difícil es educar para que cada individuo sea él mismo y responda personalmente ante las propuestas de salvación que le llegan. Para la mayoría, creer es el asentimiento a una serie de verdades teóricas, que no podemos comprender. Esa idea de fe, como conjunto de doctrinas, es completamente extraña tanto al Antiguo Testamento como al Nuevo. En la Biblia, fe es equivalente a confianza en... Pero incluso esta confianza se entendería mal si no añadimos que tiene que ir acompañada de la fidelidad. La fe-confianza bíblica supone la fe, supone la esperanza y el amor. Esa fe nos salvaría de verdad. Esa fe no se consigue con propagandas ni imposiciones porque nace de lo más hondo de cada ser. No debemos esperar que Dios nos libre de las limitaciones, sino de encontrar la salvación a pesar de ellas. Esa confianza no la debemos proyectar sobre una PERSONA que está fuera de nosotros y del mundo. Debemos confiar en un Dios que está y forma parte de la creación y por lo tanto de nosotros. Creer en Dios es apostar por la creación; es confiar en el hombre; es estar construyendo la realidad material, y no destruyéndola; es estar por la vida y no por la muerte; es estar por el amor y no por el odio, por la unidad y no por la división. Tratemos de descubrir por qué tantos que no "creen" nos dan sopas con honda en la lucha por defender la naturaleza, la vida y al hombre. Superada la fe como creencia, y aceptado que es confianza en…, nos queda mucho camino por andar para una recta comprensión del término. La fe que nos pide el evangelio no es la confianza en un señor poderoso por encima y fuera del mundo, que nos puede sacar las castañas del fuego. Se trata más bien, de la confianza en el Dios inseparable de cada criatura, que la atraviesa y la sostiene en el ser. Podemos experimentar esa presencia como personal y entrañable, pero en el resto de la creación se manifiesta como una energía que potencia y especifica cada ser en sus posibilidades. Creer en Dios es confiar en la posibilidad de cada criatura para alcanzar su plenitud. La mini parábola del simple siervo nos tiene que llevar a una profunda reflexión. No quiere decir que tenemos que sentirnos siervos, y menos aún inútiles, sino todo lo contrario. Nos advierte que la relación con Dios como si fuésemos esclavos nos deshumaniza. Es una crítica a la relación del pueblo judío con Dios que estaba basada en el estricto cumplimiento de la Ley, y en la creencia de que ese cumplimiento les salvaba. La parábola es un alegato contra la actitud farisaica que planteaba la relación con Dios como toma y da acá. Si ellos cumplían lo mandado, Dios estaba obligado a cumplir sus promesas. Es la nefasta actitud que aún conservamos nosotros. Pablo ya advirtió que la fe y la esperanza pasarán, porque perderán su sentido. La verdad es que también el amor, tal como lo entendemos nosotros, también tiene que ser superado. Desde nuestra condición de criaturas no podemos entender el amor más que como una relación de un sujeto que ama con un objeto que es amado. El amor “a” Dios y el amor “de” Dios van mucho más allá. En ese amor, desaparece el sujeto y el objeto, solo queda la unidad (el amor) “amada en el amado transformada”. No entender esto es causa de infinitos malentendidos en nuestra relación con Él. Meditación Si la confianza no es absoluta y total no es confianza. El mayor enemigo de la fe-confianza son las creencias, porque exigen la confianza en ellas mismas. Tener fe no es esperar que las cosas cambien. Es ser capaz de bajar al fondo de mí mismo, para anular el efecto negativo de cualquier limitación. Después de la parábola del rico y Lázaro, Lucas empalma cuatro enseñanzas de Jesús a los apóstoles a propósito del escándalo, el perdón, la fe y la humildad. Son frases muy breves, sin aparente relación entre ellas, pronunciadas por Jesús en distintos momentos. De esas cuatro enseñanzas, el evangelio de este domingo ha seleccionado solo las dos últimas, sobre la fe y la humildad (Lucas 17,5-10).
Menos fe que un ateo Cuenta Lucas que un día los apóstoles le pidieron a Jesús: «Auméntanos la fe». Ya que no eran grandes teólogos, ni habían estudiado nuestro catecismo, su preocupación no se centra en el Credo ni en un conjunto de verdades. Si leemos el evangelio de Lucas desde el comienzo hasta el momento en el que los apóstoles formulan su petición, encontramos cuatro episodios en los que se habla de la fe:
Pero la actitud de los apóstoles no es la de estas personas. En el capítulo 8, cuando una tempestad amenaza con hundir la barca en el lago, no confían en el poder de Jesús y piensan que morirán ahogados. Y Jesús les reprocha: “¿Dónde está vuestra fe? (8,25). La petición del evangelio de hoy, “auméntanos la fe”, empalmaría muy bien con ese episodio de la tempestad calmada: “tenemos poca fe, haz que creamos más en ti”. Pero Jesús, como en otras ocasiones, responde de forma irónica y desconcertante: “Vuestra fe no llega ni al tamaño de un grano de mostaza”. ¿Qué puede motivar una respuesta tan dura a una petición tan buena? El texto no lo dice. Pero podemos aventurar una idea: lo que pretende Lucas es dar un severo toque de atención a los responsables de las comunidades cristianas. La historia demuestra que muchas veces los papas, obispos, sacerdotes y religiosos/as nos consideramos por encima del resto del pueblo de Dios, como las verdaderas personas de fe y los modelos a imitar. No sería raro que esto mismo ocurriese en la iglesia antigua, y Lucas nos recuerda las palabras de Jesús: “No presumáis de fe, no tenéis ni un gramo de ella”. Ni las gracias ni propina En línea parecida iría la enseñanza sobre la humildad. El apóstol, el misionero, los responsables de las comunidades, pueden sufrir la tentación de pensar que hacen algo grande, excepcional. Jesús vuelve a echarles un jarro de agua fría contando una parábola con trampa. Al principio, el lector u oyente se siente un gran propietario, que dispone de criados a los que puede dar órdenes. Al final, le dicen que el propietario es Dios, y él es un pobre siervo, que se limita a hacer lo que le mandan. El mensaje quizá se capte mejor traduciendo la parábola a una situación actual. Suponed que entráis en un bar. ¿Quién de vosotros le dice al camarero: «¿Qué quiere usted tomar?». ¿No le decís: «Una cerveza», o «un café»? ¿Tenéis que darle las gracias al camarero porque lo traiga? ¿Tenéis que dejarle una propina? Pues vosotros sois como el camarero. Cuando hayáis hecho lo que Dios os encargue, no penséis que habéis hecho algo extraordinario. No merecéis las gracias ni propina. Un lenguaje duro, hiriente, muy típico del que usa Jesús con sus discípulos. El profeta Habacuc y la fe (Hab 1,2-3; 2, 2-4) La primera lectura, tomada de la profecía de Habacuc habla también de la fe, aunque el punto de vista es muy distinto. El mensaje de este profeta es de los más breves y de los más desconocidos. Una lástima, porque el tema que trata es de perenne actualidad: la injusticia del imperialismo. En su época, el recuerdo reciente de la opresión asiria se une a la experiencia del dominio egipcio y babilónico. Tres imperios distintos, una misma opresión. El profeta comienza quejándose a Dios. No comprende que Dios contemple impasible las desgracias de su tiempo, la opresión del faraón y de su marioneta, el rey Joaquín. Y el Señor le responde que piensa castigar a los opresores egipcios mediante otro imperio, el babilónico (1,5-8). Pero esta respuesta de Dios es insatisfactoria: al cabo de poco tiempo, los babilonios resultan tan déspotas y crueles como los asirios y los egipcios. Y el profeta se queja de nuevo a Dios: le duele la alegría con la que el nuevo imperio se apodera de las naciones y mata pueblos sin compasión. No comprende que Dios «contemple en silencio a los traidores, al culpable que devora al inocente». Y así, en actitud vigilante, espera una nueva respuesta de Dios. La visión que llegará sin retrasarse es la de la destrucción de Babilonia. El injusto es el imperio babilónico, que será castigado por Dios. El justo es el pueblo judío y todos los que confíen en la acción salvadora del Señor. El tema tratado por Habacuc no tiene relación con la petición de los discípulos. Pero las palabras finales, “el justo vivirá por su fe”, tuvieron mucha importancia para san Pablo, que las relacionó con la fe en Jesús. Este puede ser el punto de contacto con el evangelio. Porque, aunque nuestra fe no llegue al grano de mostaza ni esperemos cambiar montañas de sitio, esa pizca de fe en Jesús nos da la vida, y es bueno seguir pidiendo: “auméntanos la fe”. Los compañeros de Jesús le piden que aumente su fe. Esta petición hay que entenderla en el marco de la enseñanza que el Maestro les proponía en los versículos anteriores (Lc 17, 1-4). Él les había invitado a perdonar siempre y a no ser nunca ocasión de pecado para otros. Esta propuesta a los discípulos les parecía difícil de asumir, por eso le piden que aumente su fe. En su respuesta, Jesús reorienta el horizonte de sus deseos porque no se trata tanto de creer más, sino de creer de otra manera.
Para Jesús la fe no consiste en asentir a verdades o en creer en algo que alguien dice, más bien para él se trata de asumir una conducta marcada por la lealtad, la entrega y la solidaridad que nace de la confianza en su persona y en su mensaje. Los discípulos en el texto lucano se sienten abrumados por la exigencia que supone asumir una conducta que implica vivir desde la gratuidad y la bondad de corazón y necesitan razones poderosas que compensen el esfuerzo. Pero el maestro cuestiona su necesidad. La fe que ellos desean no sirve para vivir en la dinámica del Reino. No se trata de hacer obras extraordinarias (que una morera se autotrasplante en el mar) sino de vivir de otra manera. Quien tiene una fe auténtica es capaz de hacer lo imposible porque confía, no en sus fuerzas, sino en la Palabra de Jesús. El ejemplo que el Maestro introduce al final sobre el señor y el criado se orienta a reforzar esta idea. Nadie en su sociedad contemplaba que un amo sintiese compasión de su esclavo cansado, sino que lo urgiría a terminar sus tareas antes de descansar. A Jesús esta evidencia en las relaciones entre amo y siervo le permite mostrar a sus discípulos lo que se espera de ellos si quieren vivir en fidelidad su pertenencia a la comunidad del Reino. No se trata de justificar la conducta del amo, que sin duda para nosotras y nosotros es abusiva, sino de aprender de la fidelidad del criado que se comporta como se espera de él. Quien se sienta llamada o llamado a seguir a Jesús no ha de buscar destacar por su heroicidad o su ejemplaridad, sino que ha de actuar entregándolo todo, viviendo en gratuidad y disponibilidad y atenta o atento siempre al bien del otro/a. Ser como ese siervo al que nada se le debe era seguramente para Lucas, una metáfora del modo de actuar al que estaban llamados /as quienes habían recibido un servicio en la comunidad. La diakonía era la clave no sólo para el discipulado, sino que también el modelo para ejercer cualquier rol comunitario. Llevar a cabo la tarea encomendada, responder al liderazgo para el que se ha sido elegido, no ha de ser motivo de vanagloria, sino una respuesta agradecida al Dios amor y bondad que sostiene la existencia y un compromiso firme contra todo lo que destruye al ser humano. La regla de conducta comunitaria ha de ser, por tanto, la gratuidad, la disponibilidad absoluta para darlo todo sin esperar nada a cambio. La fe en Jesús se aquilata en esa respuesta. La inutilidad del siervo/a no responde a su incapacidad para llevar a cabo su trabajo, ni a una humildad impotente ante la realidad. La sentencia final del relato invita, por el contrario, a vivir con honestidad y sencillez el camino de seguimiento, respondiendo desde lo mejor de cada una/o sin claudicar en la acogida y el perdón, sin buscar el poder ni cerrar las puertas a la esperanza. Anoche soñé con un maravilloso lienzo en blanco. Sin quererlo, de tal manera se grabó en mi retina que al despertar no podía olvidarlo, pues lo seguía viendo. Me paré a pensar en el mensaje que, esta imagen del lienzo blanco, como la nieve, quería decirme.
Sabemos que los sueños en la Biblia tienen un gran significado y están llenos de simbología. Pero seguía sin descubrir el mensaje de este sueño… Cerré los ojos y empecé a soñar despierta. En este sueño, que no era sueño, se me abrió la inteligencia y pude intuir el mensaje que el lienzo me traía. El lienzo me decía: este lienzo es un regalo del Altísimo, es tu vida misma y de ti depende la belleza de la obra de arte que sobre mí vas a pintar. ¿Cómo?, ¿pintar yo? ¡Cuando no sé hacer una raya derecha! Poco importa, me decía el lienzo, tú empieza a hacer rayas, círculos, a poner nombres, escribe lo que tu corazón te diga, deja de lado la inteligencia. No tengas prisa, date tu tiempo, hazlo con mucha serenidad, paz y armonía; desde el silencio y la oración. Porque lo que vivas en el interior, eso es lo que vas a plasmar. Pasaron los días y mi lienzo continuaba con toda su belleza luminosa y pura; yo tenía miedo de mancharlo con mis garabatos mal trazados y prefería contemplarlo en toda su belleza, como una página en blanco. Pero una voz me decía: “Esa no es la belleza que al lienzo le gusta. El lienzo ha sido creado para que el artista realice su obra sobre él. Él es feliz cumpliendo su misión: servir de soporte y desaparecer detrás de la obra del artista, esto le basta”. ¡Qué lección de vida tan bonita y profunda! Desaparecer para que el artista realice su creación y sea contemplada, admirada. Pero detrás de la creación, sigue estando el lienzo, sin el cual difícilmente el pintor hubiese podido pintar su obra. Entonces comprendí la necesidad que tenemos unos de otros, lo importante que es la complementariedad y cómo cada elemento y persona tiene su misión propia en este mundo. Basta con descubrirla y amarla para ser feliz. Mi miedo a estropear el lienzo me paralizaba y el lienzo insistía diciendo: “Pierde el miedo, ponte manos a la obra, coge los pinceles y empieza a trazar lo que tu corazón te dicte”. Me quedé en silencio profundo, yo diría que en contemplación y en ese instante las ideas brotaban y brotaban de mi corazón; pero eso, eran ideas para la prosa, no para formar una imagen. Entonces, me dije: ¿cómo formar una imagen con la prosa, es decir con palabras? Las palabras escritas tienen que tener un mensaje para quienes contemplen este lienzo. Y empecé a escribir con diversos colores y puse: amor, libertad, comprensión, empatía, escucha, paciencia, hospitalidad, generosidad, entrega, olvido de si, perdón, solidaridad, respeto a la diversidad, amar la diferencia, paz, basta ya de violencia de la clase que sea, cesen las armas, armonía, unidad, tolerancia, fraternidad, justicia, igualdad, bendecir, no juzgar, desear siempre el bien para los demás y ser agradecidos, humildad. Construir puentes entre los pueblos que acorten las distancias y tejan la relación; puentes que derriben los muros de la exclusión y la explotación. Y como broche de oro: compartir con el más necesitado, con aquellas personas marginadas que no cuentan para la sociedad: los pobres, los incultos, los ancianos, los enfermos y las personas discapacitadas. Todas estas palabras, con colores muy diversos y escrituras diferentes, formaron un rostro: el rostro de Jesús. Lo que él nos enseña con su propia vida plasmada en los evangelios. Con esta bella imagen mi lienzo recobró nueva vida y se sentía feliz Al terminar mi “obra”, le pedí disculpas a mi querido lienzo por tanta chapuza; le dije que me perdonara, era lo que intentaba hacer todos los días y lo único que sabía pintar. No había tenido la dicha de estudiar bellas artes. El lienzo me sonrió y se mostró sumamente feliz y agradecido; pues le agradaban mis garabatos y atrevimiento y se sentía orgulloso de tener la ocasión de recordar a los humanos esos valores evangélicos, tan esenciales para la convivencia humana; para juntos y unidos formar un mundo mejor, más humano y más fraterno; donde cada persona encuentre su lugar, tenga lo necesario para llevar una vida digna, sea querida y pueda querer sin miedo; formando así la familia universal donde el color de la piel, la raza, la religión, la cultura y las diferentes lenguas formen un lienzo maravilloso que nos de vida, colorido, alegría y orgullo de formar todos juntos la Humanidad Universal que es la nuestra. Me atreví a decirle al lienzo, eso está muy bien y me gozo contigo, pues yo también pienso que urge recobrar los valores humanos y espirituales que Jesús nos enseñó si queremos construir una sociedad distinta de la que vivimos, donde cada persona pueda ser ella misma y se sienta feliz; pero ahora, dime: ¿Dónde voy a colocarte para que te contemplen? Empezando por los míos, estoy segura que no les gustará verte continuamente en la casa; no digamos a los extraños y mucho menos puedo llevarte a una exposición. La verdad que me has causado problemas desde el principio y todavía más grandes al final. ¿Qué hacer contigo? A lo que el lienzo, dulcemente y calmadamente, contestó: “Esto que has pintado es para grabarlo en tu interior y vivirlo día a día y para que muchas otras personas lo graben también; porque cada persona está llamada a ser un lienzo blanco donde se refleje la belleza que habita en su interior y sea para el mundo el mismo rostro de Jesús: el Rostro de los rostros, el anticipo de la nueva Jerusalén que nos espera”. Me ha ocurrido en dos ocasiones, las dos en el aeropuerto de Roma: estar esperando la salida de mi vuelo en una puerta de embarque equivocada, por despiste mío o por un cambio no anunciado de última hora, y escuchar con sobresalto mi nombre por los altavoces conminándome a embarcar de inmediato. He recordado la anécdota al saber que un jesuita amigo y admirado, se está muriendo de cáncer y que fue quien me encargó, hace unos años, escribir algo sobre “acompañar la muerte” en la revista Manresa que él dirigía. Y ahora pienso que, lo mismo que en el aeropuerto hubiera agradecido tener cerca a alguien que me sacara de mi distracción, le deseo de todo corazón que a la hora de esa “salida” tan decisiva como es la final, pueda contar con buena compañía.
Escribí entonces que los altavoces existenciales nos van avisando con tiempo: “No eres más que una suma de días”, decía Rabi’a, una mística sufí del s. VIII, “cuando un día se va, con él se va una parte de ti. Y cuando una parte de ti se va, no tardará en irse todo”. Según Epicuro “En todas las demás cosas es posible procurarse una seguridad pero, a causa de la muerte, los humanos habitamos en una ciudad sin muros”. Y para Madeleine Delbrel “llevamos nuestra muerte empezada y pronto terminada como nuestro propio y definitivo alumbramiento. Pero se trata de nacer bien cada vez que morimos, de nacer un poco cuando morimos un poco, y de nacer mucho cuando morimos mucho. Se trata, en este trato con la muerte, de aprender a tratar con la vida” A pesar de que solemos vivir ajenos a esos avisos, en algún determinado momento, tomamos conciencia de la proximidad de la muerte y nos invade un sentimiento de alarma que puede desembocar en ese miedo que, según Hebreos, conduce a la esclavitud (cfr. He 2,15). Nos sentimos entonces tan desvalidos como una “ciudad sin muros” y con dos caminos abiertos ante nosotros: refugiarnos en el Único que puede cobijarnos o buscar despavoridos falsas protecciones y defensas que, además de no preservarnos de la muerte, nos alejan de la Vida. Cómo evitar esas trampas, cómo ayudar también a otros a desenredar esa madeja, cómo estar a su lado cuando los muros protectores se agrietan amenazando derrumbamiento y pequeñas muertes empiezan a asomarse por las ventanas. Otros lo hicieron antes que nosotros: José estaba a la cabecera de Jacob, su padre, cuando este moría (Gen 48,2); Moisés tuvo cerca de él a Josué (Dt 32,44) y cuando Noemí, ya vieja y sola, emprendía el camino hacia su tierra de origen, su nuera Rut acompañó su retorno. También Jesús en su camino hacia la muerte contó con el apoyo de Simón de Cirene para llegar hasta su final (Mc 15,21). Quizá lo que nos toca a nosotros es algo modesto: tratar de estar al lado de otros para ayudarles a descifrar los mensajes que llegan desde los “altavoces” y acierten con su verdadera “puerta de embarque”, conscientes al mismo tiempo de que también nosotros estamos en la lista de pasajeros. Recuerdo el impacto que me produjo en la adolescencia aquella escena de la película “Balarrasa”, de tanto éxito en el medio nacional-católico de entonces: después de un accidente de coche, una mujer agonizaba y decía a su compañero al hacer balance de su vida: “Mira mis manos, están vacías”. Eso desencadenaba la conversión y vocación misionera del protagonista que tomaba la decisión de llegar a la muerte con las manos llenas. Más allá de lo bienintencionado del mensaje, la realidad es que ese camino puede conducir fácilmente al narcisismo o a la autosuficiencia. A la muerte llegamos todos con las manos afortunadamente vacías y tenemos que asumir serenamente esa realidad dejando que sea Otro quien nos las llene. Y cultivar ya desde ahora esa convicción que expresa Erri de Luca: “No es el amante el que conoce el amor sino el amado, el que acepta quedar transfigurado por la visión de los ojos de otra persona”. Doy testimonio de que el amigo por el que rezo en estos momentos ha ido ejercitando a lo largo de su vida la práctica de dejarse mirar así. |
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