Estamos ante una parábola que puede inducir a engaño, por cuanto, en una lectura literal de la misma, se equipararía a Dios con un juez "al que no le importan los hombres", y al que parece que hay que "conquistar" a fuerza de insistencia, hasta que, por hartazgo, se decide a intervenir.
Se trata de un dios que se ha grabado extensamente en el imaginario colectivo, y que ha sido alimentado por no pocas predicaciones y teologías. La imagen de dios como "señor todopoderoso", ególatra y celoso, juez impasible y castigador, ha dominado no pocas conciencias que han crecido bajo el peso de la culpa y del temor. Pues bien, frente a tales imágenes divinas, es necesario rebelarse con contundencia: un tal dios no es digno de fe. No se puede creer en un dios que sería peor que nosotros: insensible ante la necesidad humana y capaz de condenar a alguien por toda la eternidad. Un tal dios es solo un invento de la mente, sostenido por el miedo y la debilidad humana, que ha creído esos mensajes culpabilizadores como provenientes de la misma divinidad (y, por tanto, "palabra de Dios"). Esta parábola solo puede entenderse adecuadamente si la leemos como una parábola de contraste. Es decir, la imagen del juez sería justo lo opuesto al comportamiento de Dios. De modo que, si hasta un juez inhumano es capaz de ceder ante la petición de la mujer, cuánto más Dios –que es todo lo opuesto- estará siempre a nuestro favor, incluso aunque no le pidamos nada. Con esta clave, la parábola puede ser asumida desde la perspectiva de Jesús, que anunciaba a Dios como Gracia y Compasión. Pero sigo preguntándome por qué, entre las personas religiosas, hay tantas que defienden aquella imagen de dios como juez severo. Más allá de la formación recibida, me parece intuir que se trata, simplemente, de una proyección (inconsciente) de la propia "severidad", que es frecuente entre quienes viven una religiosidad exigente, basada en la idea del mérito y de la "perfección". Por eso, creo que no se trata solo de cambiar una imagen por otra: la de un dios severo por la de un dios amoroso. Uno y otro seguirían siendo construcciones de nuestra mente, es decir, ídolos proyectados. Todo dios "pensado" no puede ser sino una caricatura de Dios. Dios no cabe en nuestra pequeña mente, como expresan estos versos magníficos de Charo Rodríguez: "Solo el Dios encontrado, ningún dios enseñado puede ser verdadero, ningún dios enseñado. Solo el Dios encontrado puede ser verdadero". (C. RODRÍGUEZ, Luces en la niebla, edición de la autora, Madrid 2012). Si nos postramos ante un dios pensado, no actuaremos desde Dios, sino en nombre de nuestra propia idea: es el fanatismo, más o menos arrogante o disimulado. Y de ese "dios separado" no puede nacer sino una heteronomía rígida, que nos hace sentirnos como marionetas en manos ajenas. Quizás por ello, por la peligrosidad que tal idea encierra, el Maestro Eckhart repitiera: "Le pido a Dios que me libre de Dios"; que el Dios verdadero me libere de toda idea mía sobre él. ¿Qué camino queda? Acallar la mente. Alguien ha dicho que "Dios es el espacio que hay entre dos pensamientos". Lo cierto es que, al silenciar la mente, quedamos absortos ante aquello que, para nuestra mente, es Nada y que, sin embargo, paradójicamente, lo es Todo. Ahí, descalzos como Moisés (Ex 3,5) y desnudos de nuestras etiquetas mentales, estamos en condiciones de abrirnos al Misterio que, aunque no separado, trasciende el mundo de nuestros pensamientos y de nuestros sueños. Y, en ese Silencio, venimos a descubrir que Dios no solo no es alguien separado, sino que constituye nuestro mismo Fondo, y el Fondo de todo lo que es. Nuestra mente no tendrá conceptos ni palabras para expresarlo adecuadamente, pero habremos experimentado esa otra Dimensión que da sentido a todo lo demás.
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Comentar las lecturas de hoy es complicado porque partiendo de ellas, tenemos que concluir literalmente lo contrario de lo que dicen.
La primera: el mito de la elección. El Dios de Jesús no puede estar en contra de nadie. Amalec es para Dios tan querido como el pueblo israelita, aunque los judíos sigan pensando otra cosa. La segunda: El mito de la inspiración. No toda la Escritura es útil para enseñar. Recordad las palabras de Jesús: habéis oído que se dijo... pero yo os digo... La tercera: el mito de la justicia de Dios. Ni ahora ni después, ni al que se lo pida con insistencia ni al que no se lo pida, Dios va a hacer justicia humana de ninguna manera. La Escritura es fruto de una experiencia religiosa, pero está expresada en conceptos que corresponden a una visión mítica del mundo. Al entenderla y juzgarla desde nuestra mentalidad, que ya no es mítica, distorsionamos el mensaje. Debemos tener la valentía de separar el mensaje del envoltorio en que ha sido transmitido. Nuestra teología ha sido un intento de convertir el mito en logos. La racionalización del mito nos impide descubrir su valor y nos lleva a una falsificación de la verdad que en él se contiene. A este proceso que ha durado veinte siglos, le podíamos llamar mitologización. Por eso desde Bultmann se habla de desmitologizar, no desmitifcar, porque el mito no se puede desmitificar, pero sí podemos y debemos arrancar al mito su verdad que no es racionalizable, y tratar de verterla en un lenguaje que fuera comprensible para una cosmovisión que ya no es mítica. La modernidad cometió el error de lanzar por la borda la increíble riqueza de la experiencia religiosa, porque confundió el embalaje mítico en que venía presentada con la verdad que quería trasmitir. Con el agua del baño hemos tirado por la ventana al niño. Pero las religiones, sobre todo la nuestra, sigue manteniendo el error de no querer prescindir del envoltorio porque después de tanto tiempo insistiendo en que había que mantener a toda costa el mito, ahora no tiene la valentía de proponer la verdad separada del mismo mito. También hoy es imprescindible atender al contexto para entender el texto. A continuación del relato de los diez leprosos que hemos leído el domingo pasado, le preguntan a Jesús los fariseos sobre cuándo llegará el Reino de Dios. Jesús responde con afirmaciones sobre el Reino de Dios y sobre la última venida del Hijo del hombre. Con la perspectiva de ese pequeño apocalipsis, el relato de hoy cobra su verdadero sentido. No se trata de la oración en general, sino de la manifestación de una esperanza en la acción definitiva de Dios al final de los tiempos. No trata de prevenir cualquier desánimo, sino del peligro de caer en el desaliento porque la parusía se retrasaba demasiado. Recordemos que la expectativa de un final inmediato, era el ambiente en que se vivió el primer cristianismo. La parábola del juez y la viuda no tiene aplicación posible desde nuestra religiosidad actual. No se trata solo de no confundir al juez injusto con Dios. Es que ni siquiera podemos esperar que haga justicia. Hoy sabemos que Dios no puede tener ahora una postura y otra para dentro de una hora o para el final de los tiempos. Dios es siempre el mismo y no puede cambiar para amoldarse a una petición. No tenemos que esperar al final del tiempo para descubrir la bondad de Dios sino que hemos de descubrir a Dios presente, incluso en todas las calamidades, injusticias y sufrimientos que los hombres nos causamos unos a otros. El tema es de máxima importancia, porque la oración, en cualquiera de sus formas, es una de las manifestaciones religiosas que más nos dice sobre nuestra manera de entender a Dios y al hombre. En concreto, lo que esperamos de la oración de petición nos puede servir de test para comprender el estadio en que se encuentra nuestra religiosidad. Agustín con su genialidad nos ha metido por un callejón sin salida cuando afirmó que la oración no era eficaz, quia malum, quia mala, quia male. Que quiere decir: porque soy malo, porque pido cosas malas, porque las pido de mala manera. Este razonamiento es insostenible, porque, constatado que Dios no responde, nos las arreglamos para dejar a salvo a Dios, pues la culpa la tenemos siempre nosotros. De manera menos lapidaria yo me atrevo a decir: Si rezamos, esperando que Dios cambie la realidad: malo. Si esperamos que cambien los demás, malo, malo. Si pedimos, esperando que el mismo Dios cambie: malo, malo, malo. Y si terminamos creyendo que Dios me ha hecho caso y me ha concedido lo que le pedía: rematadamente malo. Cualquier argucia es buena, con tal de no vernos obligados a hacer lo único que es posible y además, está en nuestras manos: cambiar nosotros. No es tarea de Dios impartir justicia humana, y la justicia divina se está realizando en todo momento. Para Él todo está en orden en cada instante. No tiene que reparar ningún desequilibrio porque para Dios el injusto se daña a sí mismo en la misma medida que hace daño al otro. Pero, además, el que es objeto de injusticia no será afectado en su verdadero ser si él no se deja arrastrar por la misma injusticia. La justicia humana se impone por el poder judicial. Cuando pedimos a Dios que imponga "justicia" le estamos pidiendo que actúe como los poderosos. Dios no puede actuar contra nadie por muchas fechorías que haya hecho. Dios está siempre con los oprimidos, pero nunca para concederles la revancha contra los opresores. Esta es la clave para entender al Dios de Jesús. En la Biblia "hacer justicia" es liberar al oprimido. Ésta era la acción más propia de Dios. El pueblo de Israel interpretó los acontecimientos favorables como acción de Dios a su favor. Pero cuando las cosas le iban mal tenían que concluir que se debía a que no habían sido fieles a la Alianza. La verdad es que ante las mayores injusticias de entonces y de ahora, Dios se calla. Es muy difícil armonizar este silencio de Dios con la insistencia en la eficacia de la oración. Dios no puede hacer justicia, tal como la entendemos los humanos. Algo tiene que cambiar en este discurso para no seguir haciendo el ridículo. No se trata de la oración en general, sino de una oración muy concreta: la petición a Dios de justicia para los oprimidos. No tenemos que esperar en la acción puntual de Dios, sino descubrir su presencia en todo acontecer y en toda situación. Es mucho más importante saber aguantar la injusticia que alcanzar nuestra justicia. Es mucho más importante ser siempre "justos" que conseguir justicia de otros. La justicia de Dios es una actitud que permite descubrir todo lo que puedo esperar en el momento actual, sin que Dios tenga que hacer nada, mucho menos teniendo que echar mano de su poder. La oración no la hago para que la oiga Dios, sino para escucharla yo mismo y darme la ocasión de profundizar en el conocimiento de mí ser profundo. Todo ello me llevará a dar sentido al sinsentido aparente. El silencio de Dios me obliga a profundizar en la realidad que me desborda y a buscar la verdadera salida, no la salida fácil de una solución externa del problema, sino la búsqueda del verdadero sentido de mi vida en esa circunstancia. Mi justicia la tengo que hacer yo en mí. La injusticia del otro no me debe hacer injusto a mí. El final del relato es desconcertante: "Pero cuando venga el Hijo de hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?" Parece que no viene a cuento, porque hace referencia al final del capítulo anterior, donde hablaba de la última venida del Hijo del hombre. Este capítulo 18 empezaba diciendo que la parábola tenía como objetivo enseñar a los discípulos, cómo tenían que orarsin desanimarse. Una vez más está en juego la fe-confianza. Una vez más, la oración y la fe-confianza se muestran inseparables. La duda de Jesús no la pone en Dios, sino en los hombres. Dios no puede fallar, pero nosotros fallamos en las expectativas que ponemos en Él. Una vez más se advierte el trasfondo de las dificultades de comprensión de la realidad por la que está atravesando la comunidad cuando se escribe el evangelio. Meditación-contemplación La plenitud de la justicia está en la entrega absoluta y total. Esto no tiene nada que ver con nuestra justicia. La mayor de las injusticias sufrida desde esta perspectiva, es compatible con la plenitud humana más absoluta. ..................... Jesús en la cruz, llegó a la plenitud humana porque se identificó totalmente con Dios. Ahí está su máxima gloria. Ese es el camino que él ha marcado para todo ser humano. Darse totalmente es la meta más alta que puede alcanzar el hombre. ..................... Nuestra justicia está siempre mezclada con la venganza. Mi plenitud no está en la derrota del enemigo sino en dejarme derrotar por mantenerme en el amor. Esto es el evangelio. ¿Quién se lo cree? Siguiendo también con la lectura continua de Lucas, encontramos hoy una Palabra de Jesús sobre la oración. Es muy interesante reflexionar sobre varios aspectos más bien técnicos de este pasaje.
En primer lugar, el género mismo de las parábolas. Jesús habla en parábolas. Y no es un capricho. Jesús sabe que nuestros conceptos y nuestras ideas se quedan cortos para abarcar a Dios. Por eso, no hace Teología, una construcción racional sistemática para hablar de Dios. Hace comparaciones. Y las comparaciones tienen una ventaja y un peligro: la ventaja es que "nos ponen en buena dirección" para entender algo de Dios. El agua, la luz, el pastor, el padre... Dios no es agua ni luz ni pastor ni padre... pero pensando lo que son esas cosas para nosotros, entendemos bastante bien lo que es Dios para nosotros. El peligro es que sacamos a veces consecuencias inapropiadas: por ejemplo en esta parábola se puede sacar la consecuencia de que "hay que cansar a Dios" para forzarle a hacernos caso. Y no es ése el mensaje. El mensaje es: "si hasta un juez malo atiende al que le pide, ¿cómo no os va a atender vuestro padre?". Esto nos da la oportunidad de recordar que el mensaje de las parábolas, el mensaje de los evangelios e incluso el mensaje de la Biblia entera, es un único mensaje desarrollado en mil fragmentos que se complementan. Un sólo fragmento, aislado del contexto global, no es significativo. Es importante por tanto recordar el mensaje completo de Jesús sobre la oración, sin limitarnos a un solo pasaje. Encontramos en los evangelios mensajes parecidos al texto de hoy: "Si vuestro hijo os pide un pez, ¿le daréis una serpiente? O si os pide pan ¿le daréis una piedra? Pues si vosotros, con lo malos que sois, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre de los cielos?" (Mt. 7: 9-11) En ellos se muestra que hay que orar, incluso en oración de petición: que es nuestra postura lógica de hijos ante un padre en quien confiamos. Otros pasajes matizan y enfocan correctamente nuestra oración: Mateo, (6:7-8) se nos da un mensaje que parece contradecir al que leemos en la parábola de hoy: "Cuando oréis, no seáis palabreros como los paganos, que piensan que a fuerza de palabras serán oídos. No los imitéis, pues vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de que se lo pidáis". Estos mensajes parecen opuestos, pero no son más que complementarios. Lo vamos a desarrollar más ampliamente a continuación. Lo que Jesús dice sobre la oración es complemento de lo que Jesús hace. Examinemos brevemente la oración de Jesús, norma y modelo de la nuestra. "Una vez, estaba en un lugar orando. Cuando terminó, uno de los discípulos le pidió: - Maestro, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos" Y les contestó: - " Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos hoy el pan de mañana, perdónanos nuestros pecados, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden, no nos dejes sucumbir en la prueba." (LUCAS 11: 1-4 ) No podemos olvidar que la oración enseñada expresamente por Jesús es el Padre Nuestro. Podríamos "traducir" el Padre Nuestro, personalizándolo un poco, así: - PADRE: "Soy tu hijo, necesito decirte todo esto" - SANTIFICADO SEA TU NOMBRE: "Lo que más me importa, lo que más deseo, lo mejor para todos" - VENGA TU REINO : "Que venga a mí, ¡conviérteme!. Que venga a todos." - HÁGASE TU VOLUNTAD: "Ya sé que se hace, lo acepto, vivo fiándome de Ti." - DANOS HOY NUESTRO PAN: "Que no falte tu Palabra, tu Pan, tu Eucaristía. Que no me falte a mí, que no le falte a nadie" - PERDONAMOS COMO NOS PERDONAS: "Me instalo en el mundo de la Familia: el Padre y los hermanos vivimos del perdón." - NO NOS DEJES CAER EN TENTACIÓN: "No me dejes, llévame de la mano, que el mal es más fuerte que yo." - LÍBRANOS DEL MAL: "De lo que tú sabes que es mal, aunque a mí me parezca bien." En resumen, en las "peticiones" del Padre Nuestro no hay oración de petición, en el sentido que nosotros damos a esa expresión. Pedir el Reino, su Voluntad, el Perdón, el Pan, la Liberación del mal, es lo mismo que decir, una y otra vez, que aceptamos y deseamos el Reino. Es la realización de aquella frase de Jesús: Buscad primero el Reino de Dios y su justicia: lo demás, os lo darán por añadidura. Innumerables veces en los evangelios vemos a Jesús orando. Frecuentemente, Jesús se levantaba temprano y se iba al campo, a orar en soledad. Varias veces se dice que "se pasaba las noches casi enteras en oración". Pero, a lo largo del día, cuando no está orando expresamente, "tiene levantado el corazón" hacia su Padre, le invoca antes de cada milagro, le da gracias constantemente, le ve en las cosas y en los sucesos. Vive en oración, es contemplativo en la acción. Y en los peores momentos de su vida, se refugia en la oración, por ejemplo, en la oración del Huerto de Getsemaní, en la que no hace más que quejarse ante el Padre y aceptar su voluntad, y en la Cruz, en la que, en medio de la mayor oscuridad interior, se refugia en la oración vocal. Y muere gritando a su Padre, confiándose a Él. De esto sacamos varias consecuencias importantes: que Jesús es un hombre, lleno del espíritu, pero un hombre. Y como paradigma de lo humano, de lo humano lleno del Espíritu, nos muestra la actitud básica del ser humano: estar en continua referencia a Dios. Los humanos alimentamos nuestra fe en la oración. La oración es como respirar. Siempre respiramos, pero a veces nos damos cuenta, lo hacemos expresamente, intensamente, conscientemente. Así es el clima de Jesús: siempre está en las cosas de su Padre, siempre está con Él, y a veces, muchas veces, de una manera expresa: eso alimenta su vida, la vida del Espíritu se alimenta así. Es parte del espíritu de la parábola de hoy. Orad mucho, constantemente. Jesús ora mucho y pide poco. Cuando pide, suele ser por los otros. Pero hay una vez en que pide, y desesperadamente: "Que pase de mí este cáliz". Y, esa vez, el cáliz no pasará. "Que no se haga mi voluntad sino la tuya". Y, naturalmente, se hizo SU voluntad, no la de Jesús. Nosotros pedimos mucho y oramos poco. Confiamos en cansar a Dios para que al fin nos haga caso. Pero esto no funciona así: ya sabe nuestro Padre lo que necesitamos. Pero sabe también -y nosotros no- lo que nos conviene. Cuando pedimos a Dios cosas desesperadamente hacemos bien, porque para eso somos hijos, para poder decirle a nuestro Padre todo. Dios también hace bien cuando nos da o no nos da: Él sí sabe lo que es bueno. Cuando pedimos y no recibimos, dudamos de Dios: ¿no oye, no es bueno...? Pero deberíamos dudar de nosotros: ¿pedimos cosas convenientes? Generalmente pedimos milagros, pedimos que Dios altere para nosotros el curso normal de los acontecimientos, que intervenga, que me cure, que suceda lo que me interesa... El mundo no funciona así. Dios no funciona así. Por supuesto que puede haber milagros: Dios puede hacer lo que quiera. Pero no lo suele hacer, ni tenemos por qué pedirlo. El milagro es que aceptemos la vida y saquemos de ella, sea como sea, un medio de servir a Dios. Es la inversión de la fe: no usar a Dios para lo que me gusta, me conviene, me interesa. Usar la vida, me guste o no, me vaya bien o no, para servir a Dios. LA FINALIDAD DE LA ORACIÓN ES ORAR Solemos orar para conseguir algo, para pedir, para... La oración es su propio fin: estar con Dios, oír a Dios, sentir a Dios, agradecer a Dios, expresarse ante Dios. La oración es el clima normal de un creyente. Oramos porque creemos, porque nos sale de dentro, porque somos así, porque en la esencia de nuestro ser está Él. Solemos decir que es difícil orar. No es cierto. Es sencillísimo: "levantar el corazón". Como la madre piensa en sus hijos aunque esté haciendo otra cosa. Como un profesional tiene un asunto en la cabeza y le está dando vueltas en el coche, al comer.... Lo tienen dentro, en cuanto no está su mente ocupada en otra cosa, vuelven a ello. La dificultad no está en la oración, sino en nuestro nivel de fe. MODOS DE ORAR Recordemos maneras sencillas de orar. Leer despacio, degustando. Desde la Sagrada Escritura hasta un libro de viajes. De todo se puede levantar el corazón a Dios. Desde cualquier pista se puede despegar. Canturrear: muchas canciones, religiosas y no tanto, nos ayudan a levantar el corazón. Esto tiene la ventaja, además, de que vuelven a despertar los sentimientos que tuvimos alguna vez al oírlas o cantarlas. El salmo de hoy (ver al final) tiene una preciosa música. La cantaremos en la Eucaristía del domingo. Tararearla nos recordará lo que sentimos, nos volverá a traer La Palabra. Recitar fórmulas, jaculatorias, frases, que nos han impresionado alguna vez. Alguna de las lecturas del domingo, frasecitas del evangelio, versos de salmos. Repetirlas muchas veces. Si es en voz alta, mejor, así lo decimos y lo volvemos a oír, y nos llega más adentro. Quedarse mirando, lo que llamamos contemplar, sin pensar apenas. Que una imagen, vista o imaginada, se nos vaya metiendo dentro. Aquí lo importante es sentir. Podemos sentir gozo al ver colores, admiración al ver el mar, ternura al ver niños, compasión, exaltación, horror... Si estamos viviendo ante Dios, todo eso nos hará sentirle más. Si lo hacemos ante imágenes religiosas, cuadros, escenas, símbolos, es exactamente igual; pero sin pensar mucho, dejándose invadir delante de Dios. Hablarle a Dios de los otros. Puedo andar por la calle y mirar a la gente, y pedirle a Dios por los que pasan. Así me daré cuenta de cuántos necesitan ayuda, muestran sufrimiento, preocupación, pobreza.... Distraerse ante Dios. "Me distraigo mucho e la oración". Pues cuéntaselo. Si te distraes, es que eso está muy presente en tu mente, te preocupa: piensa en eso delante de Dios, incluso fingiendo un diálogo, incluso hablándoselo en alta voz. Dios no está ausente de nuestras preocupaciones: hagámoslo presente. Cuéntaselo. Y MIL OTRAS MANERAS QUE A TODOS, A CUALQUIERA, SE OS PUEDEN OCURRIR LA EUCARISTÍA ES ORACIÓN Solemos ir a la eucaristía de espectadores. De espectadores aburridos mientras el sacerdote recita fórmulas. De espectadores críticos en la homilía. Pues no: a la eucaristía vamos de actores, de celebrantes. El sacerdote preside: todos celebramos. En la eucaristía escuchamos y respondemos, rezamos y cantamos, ofrecemos y compartimos... La eucaristía es, ante todo, una gran oración, un lugar de encuentro con Dios en la comunidad de creyentes, un lugar de encuentro con los hermanos creyentes que nos hacen presente a Dios. Si yo no celebro, si no actúo, asistir a la eucaristía es como ver una película ya vista. Pasan cosas en la pantalla, pero yo estoy fuera. Es como una fiesta, un cumpleaños: si todos van "a ver qué pasa, a ver qué nos dan"... será una triste fiesta. Si todos van "a celebrar", "a felicitar", "a encontrarse con los amigos", "a que salga bien"... saldrá bien, y al salir seremos más amigos. Vamos a la eucaristía a expresar la fe, a rezar, a renovarnos, a agradecer. La Palabra de la eucaristía puede alimentar nuestra oración de la semana. Las tres entrevistas que ha mantenido el papa con los medios han dado que hablar. "Si la Iglesia se vuelve como Francisco la piensa y la quiere, habrá cambiado una época", escribía Eugenio Scalfari, autor de la tercera entrevista, aparecida en el diario La Republica.
En estas entrevistas Bergoglio nos hace público su ideario, el que quiere impulsar en la Iglesia, de manera valiente, y también sorpresiva. Y lo hace con toda honradez y con el propósito de no traicionarlo. Un ideario centrado en el Evangelio y en las directrices del Vaticano II que habían sido silenciadas o desfiguradas. En sus palabras afirma que el centro de la Iglesia debe ser el Evangelio de Jesús y no tanto la religión con sus dogmas, leyes y ritos. (Recuerde, mi amable lector o lectora, que la religión fue la que llevó a Jesús al Calvario). Por eso, para Francisco el problema principal al que hay que responder no es tanto el problema de Dios o de la religión, sino el problema del paro juvenil, la soledad de los ancianos y la globalización de la indiferencia. Las frases más llamativas, que han dado la vuelta al mundo, han sido la afirmación rotunda de que el papa no es de derechas o su defensa de los homosexuales, pero sus palabras tienen un hondo calado y darán mucho que hablar en los próximos meses, sobre todo en los círculos eclesiásticos. Indudablemente va a tener muchas presiones para que no salgan las necesarias reformas que la Iglesia necesita. Por eso ha hablado con tanta claridad sobre esta nueva forma de gobierno que quiere ir haciendo realidad en la Iglesia. En el fondo, si somos sinceros, Bergoglio ha dado un giro de 180 grados en el liderazgo de la comunidad de creyentes. El papa quiere ir borrando paulatinamente mil años de autoritarismo y absolutismo, abriendo la Iglesia a un espíritu más comunitario, más democrático, en el que todos nos sintamos pueblo de Dios en búsqueda de nuevos caminos y nuevas soluciones. Desea que la Iglesia sea más fraternal, memos jurídica y más participativa. En una palabra, que deje de ser la última monarquía absoluta. Uno de los órganos que desea reformar es el funcionamiento de la curia vaticana: los dicasterios romanos –dice el papa- no pueden convertirse en órganos de censura. No deben enviarse más denuncias a Roma. Son las conferencias episcopales las que deben solucionar, sobre el terreno, los problemas. Roma debe ser un órgano de consulta, nunca de decisión. Hay unos verbos claves en el servicio que, según Francisco, la Iglesia debe prestar al mundo. Son los siguientes: discernir, acompañar, aprender, estar en búsqueda, consultar, curar, salir de sí y vivir en las fronteras y con los pobres. Estamos llamados, dice el papa, a ser creativos y generosos, animar siempre teniendo a Cristo en el centro. Otro aspecto destacado de sus entrevistas ha sido la defensa de la necesidad del papel, el consejo, la psicología y el corazón de la mujer en la toma de decisiones dentro de la Iglesia. No podemos relegar a la mujer a papeles secundarios dentro de la comunidad. Tienen que estar presentes en todos los organismos, aun en los más altos, donde se tomen decisiones. Sus ideas y su forma de ver las cosas son muy necesarias. Son la mitad de la humanidad. No podemos silenciarlas. Sobre el papel de la Iglesia en el mundo, afirma: la Iglesia necesita con urgencia curar heridas y dar calor a los corazones de los fieles, cercanía, proximidad. Las heridas de tanta gente que sufre necesitan, antes que nada, curación y acompañamiento. El papa habla de las actitudes de curas y obispos. Deben ser capaces de caldear el corazón de las personas, de caminar con ellas en la noche, saber dialogar. Necesitamos curas y obispos no funcionarios, no "clérigos de despacho". Necesitamos una Iglesia de puertas abiertas, y que encuentre caminos nuevos, capaz de salir de si misma, e ir al encuentro del otro. En la segunda de las entrevistas que reseñamos, afirmaba con una gran dosis de sinceridad: "Si uno tiene respuestas a todas las preguntas, estamos ante una prueba de que Dios no está con él... Los grandes guías del pueblo de Dios, como Moisés, siempre han dado espacio a la duda... No se nos ha entregado la vida como un guión en el que ya todo estuviera escrito, sino que consiste en andar, caminar, ver, buscar... Hay que embarcarse en la aventura de la búsqueda, del encuentro,... para dejarse encontrar por Dios...." En fin, un programa renovador, verdaderamente sorprendente y apasionante para creyentes, ateos y agnósticos. ¡Estamos de enhorabuena! Nubes de tierra vuelan detrás de una cosa terrible que baja como cohete de la montaña. De su boca salen chorros de baba y colmillos filosos como cuchillas. Es una bola de pelos con ojos ardientes, un demonio que brinca y ladra desesperado por engullirme a mí y a mi caballo.
Es un perro pastor, un perro ovejero, que cuida las ovejas y las defiende. No deja que se acerque al rebaño ni lobo, ni comadreja, ni hombre que no sea el pastor de las ovejas. Yo en mi vida nunca había visto un animal tan furioso y tampoco tan protector de otros animales. Para que este perro se transformara en tal celoso defensor de las ovejas, apenas nacido fue retirado de la madre y confiado a una oveja que lo amamantó como a uno de sus corderitos. Así, sin dejar de ser perro, el cachorro se convirtió en hermanito de la tribu de las ovejas. Una vez crecido, le salió natural correr a todos los extraños que no eran de la familia. El Papa ha dicho a los sacerdotes: Háganse cercanos del pueblo, cercanos de los pobres, como un pastor de sus ovejas. Arréglense para oler a ovejas... Yo añadiría: inspirémonos del perro pastor. Desechemos ese modelo de pequeños profesores y funcionarios de cosas santas sobre el que la mayoría de los sacerdotes hemos sido tallados. Ese look tiene que cambiar, aunque nos cueste una barbaridad a los Nicodemos como yo. Nuestro(a)s futuro(a)s pastores han de formarse definitivamente fuera de los moldes de las academias y sacristías. Que el amplio submundo de las capas inferiores de la sociedad sea el mundo de ellos y se les pegue al alma como el mundo de las ovejas al mundo del perro pastor. Que se rocen con la gente de distintos pensares, con los menos dóciles y los diferentes, y sobre todo con los pobres, los pequeños, los golpeados y excluidos de la vida. Que se contaminen con el dolor, las broncas, los sueños y las alegrías de estos últimos y encuentren en ellos la inspiración de su espiritualidad. En ese magma tienen que construir su teología antes de esperar que se les caiga cocinada en la boca desde los claustros de nuestros institutos de iglesia. Pues, ¿cómo serán testigos de la Buena Noticia de Jesús a los pobres si no se acostumbran a ver el mundo con los ojos de los pobres y a sentirlo con el corazón de ellos? ¿O si no aprenden a sacar los colmillos para defender a los pequeños que cada día pierden más terreno? ¿O si no aprenden desde los que sufren a identificar la verdadera cara del gran sistema que se presenta a ellos como salvador de la humanidad cuando en realidad él mismo es la raíz de todas sus desdichas?... Este cuento de perro pastor, por cierto, es una metáfora. Los humanos no son ovejas y los pastores no son perros. A Jesús que ha dicho: "Felices los mansos" no le gustaría ver a sus discípulos convertidos en perros rabiosos como el que describí más arriba. Pero al menos acordémonos de esto: Jesús y los profetas, que no despreciaban las metáforas y cuyo corazón rebosaba de compasión y amor a la paz, nunca se privaron de ladrar. Nosotros también sabemos ladrar, pero ¿a quiénes asustamos exactamente: a los lobos devoradores de ovejas... o solamente a las ovejas que no balan como las demás? Tenemos que luchar sin desanimarnos, con los oprimidos de la tierra, por un mundo más justo, porque los grandes y poderosos "ni temen a Dios ni les importan los hombres".
"Hazme justicia", ese es el grito angustioso que nos llega a los países desarrollados desde los empobrecidos del Tercer Mundo. No nos piden limosnas ni ayudas (aunque les hagan mucha falta), nos piden ante todo justicia, porque injustos hemos sido con ellos en la colonización de América Latina, de África o la India, pero aún más injustos somos ahora, porque nuestras multinacionales les quitan sus tierras, sus materias primas y subvencionando nuestros productos les impedimos vender los suyos. Además de quitarles tierras, y materias primas, usamos su mano de obra, pagada al mínimo, muchas veces esclava. Pocas veces los occidentales (Europa, EE.UU., Canadá, Rusia, Japón...) y ahora China, hemos dado muestras mayores de incomprensión, cinismo e indiferencia ante los sufrimientos de los empobrecidos del Tercer Mundo, como estamos dando ahora. Nos justificamos dándoles ayudas para tapar goteras, pero no les dejamos cambiar el tejado, es decir, el sistema neoliberal capitalista que los empobrece. Producimos miles de muertos de hambre cada día. No queremos ver el gran daño que estamos causando al resto de la humanidad. Estamos sordos, no oímos sus gritos. Huyen de la muerte por hambre en pateras desde el África subsahariana a Europa, como hace pocos días hacia Lampedusa con más de 200 muertos y desaparecidos, o en camiones de doble fondo desde América del Sur hacia Norteamérica. La culpa es nuestra porque los obligamos a marchar por empobrecerlos cada vez más con nuestras multinacionales en su tierra, pero cuando llegan les damos la vuelta, policial y militarmente si hace falta, obligados a regresar, multados, a sus países de origen. Les cerramos la puerta para que no entren pero que las tengan bien abiertas para entrar nosotros a quitarles lo que tienen. Con nuestro comportamiento encendemos su odio hacia nosotros. Por aquí no puede ir el futuro de la humanidad. Multinacionales de Occidente En el año 2009 las 500 mayores multinacionales de occidente controlaron el 53 % del PIB mundial. De las 200 multinacionales más grandes del mundo, el mayor número está en EE.UU. Le siguen por este orden: Inglaterra, Japón, Alemania y Francia y más recientemente China. Y de las 50 más grandes del mundo, el 70 %, o sea 35, son norteamericanas. Por eso tenemos que decir que los EE.UU son el poder hegemónico mundial, son el imperio del capitalismo más cruel para la humanidad empobrecida. Dicho esto, también mucha atención a China, que es algo más que tiendas de bajo coste, ubicadas en nuestras calles. En la actualidad, China es el mayor productor del mundo de más de 170 productos, (acero, aluminio, cemento, ordenadores, teléfonos móviles...) Su PIB ya alcanza los 6,24 billones de dólares, que la convierte en la segunda economía mundial y ha acumulado unas reservas que ya superan los 3 billones de dólares (con las cuales podría adquirir compañías enteras incluso en los viejos países imperialistas). China cuenta ya con un nutrido grupo de multinacionales de primera fila mundial y está invirtiendo en numerosos proyectos en países pobres, especialmente en África, que facilitan la penetración de sus corporaciones mineras y petroleras, pero causando un daño enorme a millones de pobres africanos a los que deja sin tierras, desplazados, sin medios de vida, y todo en connivencia con los gobiernos locales a los que sobornan y compran hasta tal punto que estos ponen a su disposición la policía y el ejército del país. China se ha convertido en el mayor emisor mundial de gases nocivos a la atmósfera de nuestro planeta (según la dirección del viento, en los Ángeles respiran polución made in China). El neoliberalismo capitalista no tiene corazón No tiene sentimientos, su dios es el dinero, y a él sacrifica a todos y a todo. Provoca crisis cuando le conviene y siempre sale ganando de ellas, pero perdiendo todos los demás. Como dice Jesús del juez "no temen a Dios ni les importan los hombres". El dinero tiene tal poder, y cada día más, tanto que ya está muy por encima de los gobiernos: estos tienen el gobierno, pero no tienen el poder: de hecho gobiernan a gusto del 1% de la humanidad y en contra del 99% restante. Ahora no gobierna el poder político, sino que es el capital el que gobierna sobre los políticos y sobre el pueblo. Las estructuras criminales del mundo Es evidente que hay que ayudar el Tercer y Cuarto Mundos, porque el hambre no puede esperar. Pero el verdadero problema son las estructuras del orden criminal del mundo que no paran de cocinar cada día más y más hambre, más y más violencia. El problema ya no es solo dar más para socorrer la miseria, sino robar menos a los países empobrecidos. Se derrochan millones de toneladas de trigo, maíz y otros productos producidos en el Tercer Mundo para biocombustibles, mientras allí mismo las personas se mueren de hambre: es un asesinato, es un crimen contra la humanidad. Además, así hicieron subir los precios de los alimentos básicos para la alimentación y en 2009, metieron bajo el umbral de la pobreza a más de 250 millones de personas. La FAO dice que la agricultura actual podría alimentar a 12.000 millones de personas, casi el doble de la humanidad actual. Es evidente que el problema del hambre no es un problema económico. Una vez más hay que decir que es un problema politico. Tal vez estamos ciegos y no lo vemos. Tal vez no nos damos cuenta de que el día en que los empobrecidos del mundo abran los ojos políticamente, puedan pagarnos con la misma moneda con la que les pagamos nosotros ahora. Corrupcion y soborno Las multinacionales en los países desarrollados y democráticos, aunque son el poder principal, y a favor de las cuales gobiernan todos los gobiernos del mundo, aún respetan un poco a la ciudadanía, cada vez menos, pues se deslocalizan como y cuando quieren para ganar más con la mano de obra esclava del Tercer Mundo, donde son pura y dura dictadura fascista. Entran a saco, corrompen gobiernos y administraciones. En 2005 pagaron en sobornos 315.000 millones de euros. No respetan el medio ambiente, destruyen, contaminan, desplazan a la gente, usan paramilitares, pagan a sicarios. Con tal de ganar dinero todo vale. La multinacional inglesa Mal-Mart, la más importante del mundo en venta minorista, llegó a pagar (año 2012) más de 20 millones de € en sobornos en México para abrir nuevos almacenes. Siemens Argentina y Siemens Venezuela, llegaron a un acuerdo con el Departamento de Justicia de los Estados Unidos y la Securities & Exchange Commission para el pago de una sanción de 450 millones de dólares por sobornos múltiples. Sin irnos tan lejos, en España no hay telediario en que no aparezcan día tras día relatos de corrupción de 'sobornantes' y sobornados, con implicación de administraciones públicas, políticos, empresarios, sindicatos, etc. Aparte del daño económico, está el daño moral que causa a la ciudadanía: descrédito de la política, desconfianza en los políticos, desprestigio de los empresarios, desánimo y pesimismo social y sensación de que todo vale con tal de hacer dinero mucho y rápido. En el peor de los casos, unos años de cárcel y el resto de la vida a vivir de lo robado porque la justicia actúa tarde, mal y a veces nunca, fruto de unas leyes que parecen hechas por los defraudadores para favorecerse a sí mismos. A muchos ciudadanos no les importa únicamente que vayan a la cárcel, lo que más les importa es que devuelvan lo defraudado y robado, paguen además una sanción muy ejemplarizante y después de eso vayan también a la cárcel. No hay derecho a dañar a un país material y moralmente de manera tan grave. La ONU que debería ser el árbitro imparcial del mundo ya no solo no sirve para nada, sino que está al servicio del imperialismo como el BM, el FMI, la OMC, etc. Los países empobrecidos quieren relaciones internacionales justas, quieren igualdad y solidaridad mundiales, quieren una nueva humanidad, fruto de la unión de los movimientos solidarios del Norte con los del Sur para romper la estructura del neoliberalismo, salvaje y depredador del hombre y de la Madre Tierra. Todos, creyentes y no creyentes, preocupados por el futuro de la humanidad, hagamos causa común, creando conciencia crítica y luchando por decisiones políticas justas para un mundo mejor, presente y futuro. Jesús nos dice que lo hagamos sin desanimarnos. Desearlo fervientemente con Dios, que respeta la libertad del hombre, y luchar tenazmente para que así sea, es la mejor oración: que venga a este mundo el Reino de Dios: igualdad, justicia, amor, fraternidad, solidaridad, paz, esperanza, vida... para todos los hombres y toda la creación. Oficialmente hay unos seis millones, y cada año se declaran unos 250.000 nuevos casos, pero las cifras son poco fiables, porque hay países que no declaran los enfermos que tienen, como la India o Brasil, porque temen que afecte negativamente a su imagen y desarrollo, lo cual es muy dañino para los propios leprosos, pues la OMS solo facilita tratamiento a los países que reconocen tener enfermos de lepra.
La lepra es una enfermedad muy cruel porque empieza a afectar a las zonas frías: cartílagos, nariz, orejas, y que necrosa siempre de cara al exterior. El enfermo está consciente y tiene los órganos vitales bien, pero se siente muy mal, tanto física como moralmente, y más aún las mujeres, pues la exclusión social mata tanto o más que la propia enfermedad. Ahora, con los recortes, será una enfermedad doblemente maldita, pues tanto en España como en la UE no hay dinero para atender a estos enfermos. Inmigracion y discriminación Jesús curaba siempre a toda clase de enfermos, porque El es la humanización de Dios libertador de todo sufrimiento y esclavitud, como ahora a estos diez leprosos, pero a nueve solo les preocupaba ser reconocidos legal y oficialmente como curados para reintegrarse a la sociedad. Tan solo uno, que no entendía de leyes, ni ritos, socialmente despreciado como extranjero por ser samaritano, vuelve a darle gracias a Jesús. Donde hay liberación, ahí está Dios, pero donde hay opresión ahí falta El. ¿Qué estamos haciendo con la sanidad y los inmigrantes: los estamos curando a todos, no los estamos discriminando? Los leprosos y las lepras de nuestro tiempo Otra clase de lepra mucho más grave, sigue impidiendo curar a los leprosos de hoy y a los afectados por otras muchas enfermedades:es la lepra del egoísmo, de la insolidaridad, de la injusticia, de la falta de compromiso con los más empobrecidos del mundo. ¿Cuándo dedicaremos de una vez los enormes gastos militares 1,4 billones de $ al año en el mundo (España es el sexto exportador de armas), para curar a los seres humanos? Hoy hay muchas víctimas porque hay grandes y terribles victimadores. Son victimadores los fabricantes de armas de guerra, las multinacionales que explotan y oprimen a los países pobres, los gobiernos y empresarios corruptos y corruptores, los fabricantes de ídolos para domesticar a las masas y explotarlas con el consumismo; los creadores de negocio con la invención de enfermedades y necesidades artificiales. Son victimadores los banqueros que engañan con las preferentes, las subordinadas, las hipotecas...; son victimadores los políticos corruptos y cuantos desde la política buscan enriquecerse y situarse entre los de arriba y sobre los de abajo a costa del pueblo; lo son los legisladores que fabrican leyes a favor de los grandes con detrimento de los pequeños. Son victimadores el BM, el FMI, la OMC, el TLC, etc. Son victimadores quienes roban la tierra a los pobres en Africa o América y así los envían en masa a la marginación, a la emigración (pateras, Lampedusa) o al desplazamiento. Son victimadores quienes contaminan, dañan y abusan de la Madre Tierra, hipotecando el futuro de las nuevas generaciones. Son nefandos victimadores quienes negocian con la droga y el cuerpo de las mujeres en la prostitución (los dos negocios más lucrativos del mundo, después de las armas). Son grandes y terribles victimadores quienes secuestran o compran, aprovechándose de la miseria de sus padres, a niños en el Tercer Mundo para venderlos o matarlos y negociar con sus órganos. Todo el sistema del capitalismo neoliberal y cuantos lo secundan activa o pasivamente conformes con él sin combatirlo, son puros y duros victimadores. Todo este desfile de victimadores son la lepra y la lacra más grande y nociva de nuestro tiempo. Podemos citar aun más victimadores como las religiones y los religiosos que cercenan la libertad de conciencia, que captan adeptos para aprovecharse de ellos económica y socialmente, que quieren imponer sus comportamientos éticos a toda la sociedad y condicionan la independencia política para que los gobernantes y legisladores promuevan leyes a su conveniencia. Son terribles victimadores quienes desde su posición de superioridad y dominio abusan de la inocencia infantil (pederastia, trabajo esclavo); son grandes victimadores quienes desde creencias religiosas absurdas imponen la mutilación genital femenina que mata millones de mujeres en Africa. Toda esa lepra de victimadores, arranca de otra aún más profunda: es la lepra de la mente y el corazón de quienes son causa de todas esas múltiples lepras que están azotando a este mundo. ¿Cómo combatir esta lepra? No se combate con medicamentos ni hospitales. Es tarea de todos y todas de toda la sociedad; es tarea de educación crítica, es tarea de creer que es posible, es compromiso con los grandes valores del ser humano; es promoción y lucha por los Derechos Humanos; es preguntarnos por la responsabilidad que tenemos cada uno de nosotros; es conversión de nuestra propia mente y nuestro corazón; es elegir y discernir a la hora de votar. Es manifestarse personal y públicamente en defensa de la sociedad, de todo ser humano, de la Madre Tierra, de la igualdad de derechos y deberes; es luchar hasta ser capaces de convertir a los victimadores por el bien de los victimados y de ellos mismos; es preferir mil veces más ser víctima antes que victimador... Es preguntarnos qué hemos hecho mal para que haya tanto mal en el mundo; es preguntarnos qué culpa podemos tener nosotros en el mal que hacen otros... Es un compromiso inquebrantable con la ética, la honradez, la honestidad, la justicia, la solidaridad, la fraternidad universal, la vida, el amor como ceñidor de la felicidad de toda la creación, como lo fue hasta la muerte, si hace falta, el de Jesús de Nazaret, luchando por los victimados y denunciando y pidiendo la conversión a los victimadores, de los cuales él mismo acabó siendo víctima y perdonándoles "Padre perdónales porque no saben lo que hacen". ¿Los victimadores de hoy saben lo que hacen? Por creer que otro mundo mejor es posible que podamos oír de El: "tu fe te ha salvado". Gratitud. Finalmente y en coherencia con la gratitud que Jesús esperaba de aquellos nueve leprosos, debemos sentirnos inmensamente agradecidos, incluso a nosotros mismos, por la posibilidad que tenemos de hacer el bien a todos y a todo, sobre todo a aquellos a los que su precaria situación de pobreza material, o de impotencia mental y afectiva, les impide mostrarse agradecidos. Una vez más se nos recuerda el texto que Jesús va de camino hacia Jerusalén, donde se enfrentará al templo, lo que le llevará a la muerte y a la plenitud como ser humano en la entrega total. En esa subida se va haciendo presente la salvación, no solo al final del camino como nos han hecho creer.
Jesús sale al encuentro de los oprimidos y esclavizados de cualquier clase. Se preocupa de todo el que encuentra en su camino y tiene dificultades para ser él mismo. Sin la compasión de Jesús, el relato sería imposible. Dice un proverbio oriental: cuando el sabio apunta a la luna, el necio se queda mirando al dedo. Al seguir empleando títulos de relatos como: la oveja perdida, el hijo pródigo, los diez leprosos, etc., nos quedamos en el dedo y no descubrimos la luna a la que apuntan. Hoy el relato lo deberíamos llamar: de diez leprosos curados uno se salva. En el relato vemos con toda claridad que la fe abarca no solo la confianza, sino la respuesta, fidelidad. Es la respuesta que completa la fe que salva. La confianza cura, la fidelidad salva. Mientras el hombre no responde con su propio reconocimiento y entrega, no se produce la verdadera liberación. Una vez más queda cuestionada nuestra fe. Los protagonistas son hoy la lepra, Jesús y un personaje no judío. Los nueve restantes hacen de contrapunto. La lepra era el máximo exponente de la marginación, porque obligaba a los afectados a vivir una marginación deshumanizadora, desde el punto de vista social y religioso. La lepra es una enfermedad contagiosa que era un peligro para la sociedad entera. Pero al no tener clara la diferencia entre lepra y otras infecciones de la piel, se declaraba lepra cualquier síntoma que pudiera dar sospecha de esa enfermedad. Muchas de esas infecciones se curaban espontáneamente y el sacerdote volvía a declarar puro al enfermo. A esta manera de actuar tan lesiva, Jesús quiere oponer una fe-confianza que debe cambiar también la actitud de la sociedad. Al tomar como referencia la salvación del samaritano, está resaltando la universalidad de la salvación de Dios; pero sobre todo está criticando la idea que los judíos tenían de una relación exclusiva y excluyente con Dios. No tiene por qué tratarse de un relato histórico. Los exegetas apuntan más bien, a una historia encaminada a resaltar la diferencia entre el judaísmo y la primera comunidad cristiana. En efecto, el fundamento de la religión judía era el cumplimiento de la Ley. Si un judío cumplía la Ley, Dios cumpliría su promesa de salvación. En cambio, para los cristianos, lo fundamental era el don gratuito e incondicional de Dios; al que se respondía con el agradecimiento y la alabanza. "Se volvió alabando a Dios y dando gracias". Tenemos datos más que suficientes para afirmar que la liturgia de las primeras comunidades estaba basada toda ella en la acción de gracias (eucaristía) y la alabanza divina. El relato está muy resumido y escueto, por eso es muy importante distinguir los distintos pasos: 1º.- Súplica profunda y sincera. Son conscientes de su situación desesperada y descubren la posibilidad de superarla. "Jesús, maestro, ten compasión de nosotros. 2º. - Respuesta indirecta de Jesús. "Id a presentaros a los sacerdotes". Ni siquiera se habla de milagro. 3º.- Confianza de los diez en que Jesús puede curarlos. "Mientras iban de camino" 4º.- En un momento del camino quedan limpios. 5º.- Reacción espontánea de uno. "Viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios y dando gracias". 6º.- Sorpresa de Jesús, no por el que vuelve, sino por los que siguieron su camino. "Los otros nueve, ¿dónde están? 7º.- Confirmación de una verdadera actitud vital que permite al samaritano alcanzar mucho más que una curación. "Levántate, vete, tu fe te ha salvado". En este relato encontramos una de las ideas centrales de todo el evangelio: la autenticidad, la necesidad de una religiosidad que sea vida y no solamente programación y acomodación a unas normas externas. Se llega a insinuar que las instituciones religiosas pueden ser un impedimento para el desarrollo integral de la persona. Todas las instituciones tienden a hacer de las personas robots, que ellas puedan controlar con facilidad. Si no defendemos nuestra personalidad, la vida y el desarrollo individual termina por anularse. El ser humano, por ser a la vez individual y social, se encuentra atrapado entre estos dos frentes: la necesidad de las instituciones, y la exigencia de defenderse de ellas para que no lo anulen. Solo uno volvió para dar gracias. Solo uno se dejó llevar por el impulso vital. Los nueve restantes (se supone que eran judíos), se sintieron obligados a cumplir lo que mandaba la ley: presentarse al sacerdote para que les declarara puros y pudieran volver a formar parte de la sociedad. Para ellos, volver a formar parte del organigrama religioso y social, era la verdadera salvación. Los nueve vuelven a someterse al cobijo de la institución; van al encuentro con Dios en el templo, en los ritos. El samaritano creyó más urgente volver a dar gracias. Fue el que acertó, porque, libre de las ataduras de la Ley, se atrevió a expresar su vivencia profunda. Este encuentra la presencia de Dios en Jesús. Es más importante responder vitalmente al don de Dios, que el cumplimiento de unos ritos externos. La verdadera salvación para el leproso llega en el reconocimiento y agradecimiento del don. Los otros nueve fueros curados, pero no encontraron la verdadera salvación; porque tenían suficiente con la liberación de la lepra y la recuperación del entramado religioso. Estamos ante la disyuntiva: salvación material o salvación espiritual. Sin darnos cuenta nos sentimos inclinados a buscar la salvación en las seguridades y a conformarnos con ella. Incluso no tenemos ningún reparo en meter a Dios en nuestra propia dinámica y convertirle en garante de la salvación que nosotros buscamos, la material. El cumplimiento de una norma solo tiene sentido religioso cuando estamos de verdad motivados desde el convencimiento. Jesús no dio ninguna nueva ley, solo la del amor, que no puede ser nunca un mandamiento. Ese valor relativo que Jesús dio a la Ley, le costó el rechazo frontal de todas las instancias religiosas de su tiempo. Jesús tuvo que hacer un gran esfuerzo por librarse de todas las instituciones que en su tiempo como en todo tiempo, intentaban manipular y anular a la persona. Para ser él mismo, tuvo que enfrentarse a la ley, al templo, a las instancias religiosas y civiles, a su propia familia. Incluso una institución tan básica como la familia puede anular a la persona e impedirle que sea ella misma. El seguimiento de Jesús es una forma de vida. La vida escapa a toda posible programación que le llegue de fuera. Lo único que la guía es la dinámica interna, es decir, la fuerza que viene de dentro de cada ser y no el constreñimiento que le puede venir de fuera. La misma definición de Aristóteles lo expresa con toda claridad. Vida = "motus ab intrinseco". No basta el cumplir escrupulosamente las normas, como hacían los fariseos, hay que vivir la presencia de Dios. Todos seguimos teniendo algo de fariseos. Un ejemplo puede aclararnos esta idea. Cuando se vacía una estatua de bronce, el bronce líquido se amolda perfectamente a un soporte externo, el molde; la figura puede salir perfecta en su configuración externa, solo le falta una cosa, la vida. Eso pasa con la religión; puede ser un molde perfecto, pero acoplarse a él, no es garantía ninguna de vida. Y sin vida, la religión se convierte en un corsé, cuyo único efecto es impedir la libertad. Todas las normas, todos los ritos, todas las doctrinas son solo medios para alcanzar la vida espiritual. Al celebrar la misa, no sé si somos conscientes de que "eucaristía" significa acción de gracias. Además, en ella repetimos más de quince veces "Señor, ten piedad", como los diez leprosos. La gloria es reconocer y agradecer a Dios lo que Él es. El evangelio de hoy tenía que ser un acicate para celebrar conscientemente esta eucaristía. Que de verdad sea una manifestación comunitaria de agradecimiento y alabanza. Antiguamente tenía gran importancia litúrgica la celebración de las Témporas en los primeros días de Octubre. Eran unos días de acción de gracias que tenían mucho sentido para la gente sencilla. Al finalizar la recolección de los frutos, se le daba gracias a Dios por todos sus dones. Meditación-contemplación "Se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias". Se trata del último paso del acto de fe. La confianza produce la curación, pero la fidelidad produce la salvación. Sería una pena que me conforme con la curación. ................ La respuesta interior al don personal de Dios, produce el verdadero milagro de la liberación. La identificación con el Otro, me libera de los otros. En los demás puedo encontrar seguridades. En Dios encontraré libertad. .................. Sin reconocimiento del don, no puede haber respuesta. La principal tarea del ser humano es ese descubrimiento, que nos llevará a una entrega incondicional en fidelidad. Mi existencia depende en cada instante de Él. Una vez más se nos recuerda el texto que Jesús va de camino hacia Jerusalén, donde se enfrentará al templo, lo que le llevará a la muerte y a la plenitud como ser humano en la entrega total. En esa subida se va haciendo presente la salvación, no solo al final del camino como nos han hecho creer.
Jesús sale al encuentro de los oprimidos y esclavizados de cualquier clase. Se preocupa de todo el que encuentra en su camino y tiene dificultades para ser él mismo. Sin la compasión de Jesús, el relato sería imposible. Dice un proverbio oriental: cuando el sabio apunta a la luna, el necio se queda mirando al dedo. Al seguir empleando títulos de relatos como: la oveja perdida, el hijo pródigo, los diez leprosos, etc., nos quedamos en el dedo y no descubrimos la luna a la que apuntan. Hoy el relato lo deberíamos llamar: de diez leprosos curados uno se salva. En el relato vemos con toda claridad que la fe abarca no solo la confianza, sino la respuesta, fidelidad. Es la respuesta que completa la fe que salva. La confianza cura, la fidelidad salva. Mientras el hombre no responde con su propio reconocimiento y entrega, no se produce la verdadera liberación. Una vez más queda cuestionada nuestra fe. Los protagonistas son hoy la lepra, Jesús y un personaje no judío. Los nueve restantes hacen de contrapunto. La lepra era el máximo exponente de la marginación, porque obligaba a los afectados a vivir una marginación deshumanizadora, desde el punto de vista social y religioso. La lepra es una enfermedad contagiosa que era un peligro para la sociedad entera. Pero al no tener clara la diferencia entre lepra y otras infecciones de la piel, se declaraba lepra cualquier síntoma que pudiera dar sospecha de esa enfermedad. Muchas de esas infecciones se curaban espontáneamente y el sacerdote volvía a declarar puro al enfermo. A esta manera de actuar tan lesiva, Jesús quiere oponer una fe-confianza que debe cambiar también la actitud de la sociedad. Al tomar como referencia la salvación del samaritano, está resaltando la universalidad de la salvación de Dios; pero sobre todo está criticando la idea que los judíos tenían de una relación exclusiva y excluyente con Dios. No tiene por qué tratarse de un relato histórico. Los exegetas apuntan más bien, a una historia encaminada a resaltar la diferencia entre el judaísmo y la primera comunidad cristiana. En efecto, el fundamento de la religión judía era el cumplimiento de la Ley. Si un judío cumplía la Ley, Dios cumpliría su promesa de salvación. En cambio, para los cristianos, lo fundamental era el don gratuito e incondicional de Dios; al que se respondía con el agradecimiento y la alabanza. "Se volvió alabando a Dios y dando gracias". Tenemos datos más que suficientes para afirmar que la liturgia de las primeras comunidades estaba basada toda ella en la acción de gracias (eucaristía) y la alabanza divina. El relato está muy resumido y escueto, por eso es muy importante distinguir los distintos pasos: 1º.- Súplica profunda y sincera. Son conscientes de su situación desesperada y descubren la posibilidad de superarla. "Jesús, maestro, ten compasión de nosotros. 2º. - Respuesta indirecta de Jesús. "Id a presentaros a los sacerdotes". Ni siquiera se habla de milagro. 3º.- Confianza de los diez en que Jesús puede curarlos. "Mientras iban de camino" 4º.- En un momento del camino quedan limpios. 5º.- Reacción espontánea de uno. "Viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios y dando gracias". 6º.- Sorpresa de Jesús, no por el que vuelve, sino por los que siguieron su camino. "Los otros nueve, ¿dónde están? 7º.- Confirmación de una verdadera actitud vital que permite al samaritano alcanzar mucho más que una curación. "Levántate, vete, tu fe te ha salvado". En este relato encontramos una de las ideas centrales de todo el evangelio: la autenticidad, la necesidad de una religiosidad que sea vida y no solamente programación y acomodación a unas normas externas. Se llega a insinuar que las instituciones religiosas pueden ser un impedimento para el desarrollo integral de la persona. Todas las instituciones tienden a hacer de las personas robots, que ellas puedan controlar con facilidad. Si no defendemos nuestra personalidad, la vida y el desarrollo individual termina por anularse. El ser humano, por ser a la vez individual y social, se encuentra atrapado entre estos dos frentes: la necesidad de las instituciones, y la exigencia de defenderse de ellas para que no lo anulen. Solo uno volvió para dar gracias. Solo uno se dejó llevar por el impulso vital. Los nueve restantes (se supone que eran judíos), se sintieron obligados a cumplir lo que mandaba la ley: presentarse al sacerdote para que les declarara puros y pudieran volver a formar parte de la sociedad. Para ellos, volver a formar parte del organigrama religioso y social, era la verdadera salvación. Los nueve vuelven a someterse al cobijo de la institución; van al encuentro con Dios en el templo, en los ritos. El samaritano creyó más urgente volver a dar gracias. Fue el que acertó, porque, libre de las ataduras de la Ley, se atrevió a expresar su vivencia profunda. Este encuentra la presencia de Dios en Jesús. Es más importante responder vitalmente al don de Dios, que el cumplimiento de unos ritos externos. La verdadera salvación para el leproso llega en el reconocimiento y agradecimiento del don. Los otros nueve fueros curados, pero no encontraron la verdadera salvación; porque tenían suficiente con la liberación de la lepra y la recuperación del entramado religioso. Estamos ante la disyuntiva: salvación material o salvación espiritual. Sin darnos cuenta nos sentimos inclinados a buscar la salvación en las seguridades y a conformarnos con ella. Incluso no tenemos ningún reparo en meter a Dios en nuestra propia dinámica y convertirle en garante de la salvación que nosotros buscamos, la material. El cumplimiento de una norma solo tiene sentido religioso cuando estamos de verdad motivados desde el convencimiento. Jesús no dio ninguna nueva ley, solo la del amor, que no puede ser nunca un mandamiento. Ese valor relativo que Jesús dio a la Ley, le costó el rechazo frontal de todas las instancias religiosas de su tiempo. Jesús tuvo que hacer un gran esfuerzo por librarse de todas las instituciones que en su tiempo como en todo tiempo, intentaban manipular y anular a la persona. Para ser él mismo, tuvo que enfrentarse a la ley, al templo, a las instancias religiosas y civiles, a su propia familia. Incluso una institución tan básica como la familia puede anular a la persona e impedirle que sea ella misma. El seguimiento de Jesús es una forma de vida. La vida escapa a toda posible programación que le llegue de fuera. Lo único que la guía es la dinámica interna, es decir, la fuerza que viene de dentro de cada ser y no el constreñimiento que le puede venir de fuera. La misma definición de Aristóteles lo expresa con toda claridad. Vida = "motus ab intrinseco". No basta el cumplir escrupulosamente las normas, como hacían los fariseos, hay que vivir la presencia de Dios. Todos seguimos teniendo algo de fariseos. Un ejemplo puede aclararnos esta idea. Cuando se vacía una estatua de bronce, el bronce líquido se amolda perfectamente a un soporte externo, el molde; la figura puede salir perfecta en su configuración externa, solo le falta una cosa, la vida. Eso pasa con la religión; puede ser un molde perfecto, pero acoplarse a él, no es garantía ninguna de vida. Y sin vida, la religión se convierte en un corsé, cuyo único efecto es impedir la libertad. Todas las normas, todos los ritos, todas las doctrinas son solo medios para alcanzar la vida espiritual. Al celebrar la misa, no sé si somos conscientes de que "eucaristía" significa acción de gracias. Además, en ella repetimos más de quince veces "Señor, ten piedad", como los diez leprosos. La gloria es reconocer y agradecer a Dios lo que Él es. El evangelio de hoy tenía que ser un acicate para celebrar conscientemente esta eucaristía. Que de verdad sea una manifestación comunitaria de agradecimiento y alabanza. Antiguamente tenía gran importancia litúrgica la celebración de las Témporas en los primeros días de Octubre. Eran unos días de acción de gracias que tenían mucho sentido para la gente sencilla. Al finalizar la recolección de los frutos, se le daba gracias a Dios por todos sus dones. Meditación-contemplación "Se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias". Se trata del último paso del acto de fe. La confianza produce la curación, pero la fidelidad produce la salvación. Sería una pena que me conforme con la curación. ................ La respuesta interior al don personal de Dios, produce el verdadero milagro de la liberación. La identificación con el Otro, me libera de los otros. En los demás puedo encontrar seguridades. En Dios encontraré libertad. .................. Sin reconocimiento del don, no puede haber respuesta. La principal tarea del ser humano es ese descubrimiento, que nos llevará a una entrega incondicional en fidelidad. Mi existencia depende en cada instante de Él. Hay autores que piensan que éste no es el relato de un suceso, sino una parábola vestida con imágenes. Para nuestra interpretación, nos es indiferente.
Los "protagonistas" del milagro son diez leprosos. En toda la Biblia se llama genéricamente "lepra" a cualquier clase de afección cutánea, a veces simples erupciones curables. Estas enfermedades son muy temidas, y el Libro del Levítico se preocupa mucho de ellas en los capítulos 13 y 14. Se consideran, como casi todas las enfermedades, castigo de Dios, y su curación es casi siempre "milagrosa", o fruto de una especial acción de los sacerdotes o los hombres de Dios. Los "leprosos" son estrictamente excluidos, tienen que vivir fuera de poblado, y hacer diversas muestras (tocar campanillas, lamentarse...) para que la gente no se acerque. Jesús se ha saltado frecuentemente las normas de alejarse de los leprosos. Un episodio característico es el de Marcos 1,40 (paralelo en Mateo 8,4 y Lucas 5,12), en que se dice expresamente que Jesús tocó al leproso, quebrantado el expreso mandato de la ley, que convierte en "impuro" al que toque a un leproso. Es un tema frecuente en los sinópticos, que lo aprovechan para enfrentar a Jesús con la más terrible de las enfermedades y para mostrar a Jesús por encima de la Ley. Curiosamente, el tema está completamente ausente en Juan. La respuesta de Jesús es remitirles a los sacerdotes, no para que les curen, sino para que, según manda la Ley, certifiquen que están curados. Diríamos que Jesús "evita los trámites", ni siquiera hace un gesto de curación. Ya están curados, que los sacerdotes lo certifiquen, para que puedan volver a la vida normal. Pero el énfasis de la narración parece ponerse en la actitud de los curados. De los diez, nueve desaparecen sin más. Uno de ellos, un samaritano (hereje despreciado por los judíos) ni siquiera va a los sacerdotes: vuelve a Jesús agradecido. Jesús insiste precisamente en que es "ese extranjero" el que ha actuado como debía. Se termina con la consabida expresión: "tu fe te ha salvado". Y, a los otros nueve, ¿qué les ha salvado? No parece que se trate de la curación. De esa curación viene para el samaritano agradecido una salvación más profunda. "Tu fe te ha salvado" es un tema frecuente en el Evangelio. Lo encontramos en Mateo 8, el episodio del centurión, Mateo 9, el paralítico, y la mujer con flujo de sangre, Mateo 15, la mujer que pide la curación de su hija, Marcos 5, la hija de Jairo, Marcos 9, "creo, Señor, ayuda mi poca fe"... y en innumerables pasajes en que Jesús exhorta a la fe o reprocha la poca fe. En el evangelio del domingo pasado tuvimos también un breve ejemplo. Allí desarrollamos la idea de la fe, no para mover montañas por capricho, sino para mover la montaña del pecado, para convertir a la humanidad, para construir el reino. Este es el sentido de la fe en los milagros. No se trata de que un convencimiento profundo "hace milagros", desata las potencialidades ocultas y produce sanaciones sorprendentes. Esto puede ser verdad, pero no es el mensaje. El mensaje es que el milagro es manifestación de que aquí está el Espíritu, el que combate todo mal, el que es capaz de curar todo. Creer en Él, en el Espíritu, en la fuerza de Dios que está en Jesús, es la primera piedra del Reino. Creer en Él nos convierte, nos sana, nos limpia, nos hace criaturas nuevas, hace posible el milagro de los milagros, que vivamos para el Reino. Y, un vez más, apreciamos el escaso acierto de la elección de los textos de hoy. La palabra "lepra", de la lectura continua de Lucas, ha atraído otro relato de "lepra" del AT, cuyo mensaje apenas tiene nada que ver con el Evangelio. Los milagros del Antiguo Testamento apenas son otra cosa que "prueba" de que el poder de Dios actúa ahí, de que éste es un profeta verdadero. Los Milagros de Jesús son interpretados frecuentemente así por sus contemporáneos (y aun, en algún caso, por los mismos evangelistas). Pero son mucho más: son la presencia de La Salvación, la revelación de Dios mismo, que es, ante todo, el que sana. Por eso es lo mismo curar que perdonar los pecados: es la presencia del Espíritu, que elimina todo mal. Una vez más, se nos invita a creer en el Espíritu, en Jesús, el Hombre lleno del Espíritu. Se nos invita a creer en el Espíritu que habita en nosotros. Los efectos del Espíritu son curación. Y es el primer efecto del Espíritu en nosotros: curarnos de nuestras enfermedades. Es la esencia de lo que hemos llamado "conversión", y que explicamos tan mal, de forma tan voluntarista. Pensamos que convertirse es decidirse a cambiar, hacer un acto de voluntad y elegir libremente obedecer a Dios. Estos son nuestros tristes esquemas filosóficos, tan apartados de la realidad humana. El Evangelio es más humano, porque Dios conoce al ser humano mucho mejor que los filósofos. Convertirse es que la cercanía de Jesús nos va cambiando. Convertirse es que la presencia del Fuego nos va calentando, la presencia del Agua nos va lavando, nos va fertilizando, la presencia del Espíritu nos va haciendo espíritu, liberándonos del pecado, de la carne, del mundo, que significan lo mismo: todas esas fuerzas que nos esclavizan. No podemos convertirnos por un acto de voluntad. La prueba está en nuestros ridículos propósitos de enmienda que naufragan de una confesión a otra, de unos Ejercicios Espirituales a otros. No podemos vencer a la enfermedad, a la muerte, al pecado. No podemos vencer la atracción irresistible del fruto del árbol prohibido. Pero sí podemos acercarnos a la Fuente, a la Llama, a la Palabra. Y eso sí nos cambia. "Si crees, todo es posible". Y ¿qué haremos para creer?. Tratar a Jesús, orar, conectar con la Palabra, celebrar bien la Eucaristía, leer, contemplar, obedecer a los impulsos prácticos del Espíritu, estar atentos, reconocer cuándo actúa en nosotros el Espíritu de Jesús, dar gracias entonces, acudir al Sacramento de la reconciliación para reconocer el poder del mal en mí y escuchar la Palabra de aliento de mi Madre.... Todo esto se resume en la palabra crecer en el Espíritu. Nosotros, como el samaritano agradecido, sabemos que La Palabra, la Fe, nos ha curado de muchas cosas. Y volvemos a Jesús, agradecidos, porque, inteligentemente, nos damos cuenta de que de Él han nacido todos nuestros bienes. Y escuchamos la Palabra de Dios: ten fe, la Palabra es Poderosa, es tu Liberación. Es magnífico creer en el Dios de Jesús, el Médico, el Libertador. Nuestra vida tiene demasiadas cargas como para que Dios sea la carga de las cargas. No; la carga peor es el pecado, la envidia y la lujuria y la tacañería y la mezquindad y la pereza y tantas y tantas esclavitudes. Dios es Médico, Pastor, Luz, Libertador de los pecados. Ese Dios sí que nos hace falta. En ese Dios están deseando creer todos los pobres y los enfermos del mundo. Por eso el Evangelio, lo que tenemos que anunciar, es "La Buena Nueva", "La gran Noticia". PARA NUESTRA ORACIÓN Como el leproso agradecido, acudimos a la presencia de Dios, para darle gracias por la salud, por la liberación, por la luz que hemos recibido y recibimos de Jesús. Creo que Dios es mi Padre, mi médico, mi libertador el que lo crea todo para bien, el que trabaja sin descanso por sus hijos. Creo más que a mi ojos a su Palabra, Jesús, el Hombre lleno del Espíritu, que es luz, camino y verdad, que es agua, pan y vino, nacido de María, entregado hasta la muerte, vivo para siempre junto a Dios. Creo en el Espíritu, el Viento de Dios, porque lo he visto resplandecer en Jesús y lo sigo sintiendo en mí y en la Iglesia. Por Jesús y por su Espíritu creo en el perdón, creo en la humanidad, creo que en la Iglesia está el Espíritu, creo que la vida es eterna, y la espero para mí y para todos, por el poder y la bondad del Padre manifestada en Jesucristo, nuestro Señor. |
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