Una vez más, Mateo convierte en alegoría una parábola que había recibido de la tradición. Lo que encontramos, por tanto, en el relato, más que las palabras originales de Jesús, es la “adaptación” o “traducción” que el autor del evangelio hizo de las mismas, para aplicarlas a su propia comunidad.
Por eso, no es extraño que, tal como ha llegado a nosotros, aparezca algún dato anacrónico que muestra lo que acabo de decir: · el incendio y la ruina de Jerusalén (“su ciudad”) se narra como algo ya acontecido (año 70); · el último grupo de enviados representa a los primeros misioneros cristianos (de la comunidad de Mateo), que reúnen tanto “a los buenos como a los malos”; · los que rehúyen la invitación –con sus tierras y sus negocios-, así como los que maltratan y matan a los criados, representan, en la intención de Mateo, a las autoridades religiosas judías, que no aceptaron el mensaje de Jesús; · por su parte, los desprotegidos que terminan llenando la sala del banquete son los miembros de la propia comunidad mateana; · el “traje de fiesta” es una alusión directa al bautismo; parece significar que para formar parte de la comunidad –del “banquete de bodas”- se requiere una conducta acorde con los compromisos bautismales; · el castigo señalado para éstos es la expulsión (a las “tinieblas”: fuera de la luz de la comunidad), con el dolor y la desesperación que conlleva (“llanto y rechinar de dientes”); · la alegoría concluye con un dicho frecuente en el mundo judío, cuya veracidad podrían constatar aquellas primeras comunidades: “muchos son los llamados y pocos los elegidos”; en grupos de tipo sectario –en el sentido neutro, sociológico, no peyorativo, del término-, los miembros se sienten objeto de la “elección divina”, por lo que las deserciones se ven como “traiciones”. Hechas estas precisiones para “ubicar” el relato adecuadamente, podemos acercarnos ahora a su contenido, queriendo descubrir lo que el Espíritu, a través del mismo, quiera regalarnos. Tanto la parábola original como la alegoría que elabora Mateo, se construyen a partir de la imagen de la boda, figura bíblica por antonomasia para referirse a la unión de Dios con el pueblo. El relato arranca con una invitación para la boda del hijo, que tiene como trasfondo los usos de la época. Los ricos invitaban dos veces: la primera por escrito; la segunda, por medio de personas. Eso permitía que el invitado reflexionara sobre su posibilidad de devolver la invitación, y que conociera los nombres de los otros comensales. Por eso, un comentario rabínico dice: “Nadie asistirá a un banquete si no ha sido invitado dos veces”. Después de la segunda invitación, rehusar acudir al banquete se consideraba como una afrenta social que dañaba el honor del anfitrión. Sin embargo –aquí hay que encontrar la novedad de la parábola-, la indignación no lleva al rey a castigarlos, sino que le impulsa a buscar a otros, precisamente los más desprotegidos. Con lo cual, se pone de relieve el núcleo del mensaje que la parábola busca transmitir: el acento no se pone en los que se excusan, sino en el interés del anfitrión por llenar su mesa, que no ceja hasta que “la sala se llenó de comensales”. Se trata de un acento que aparece también en otras parábolas –piénsese, por ejemplo, en el sembrador que no escatima la semilla-, y que muestra a Dios como Derroche y Exceso. De los primeros invitados se dice que rechazaron la invitación. A unos pareció más interesante centrarse en sus tierras y en sus negocios; otros reaccionaron maltratando o matando a los enviados. Más allá de la alusión alegórica a la historia de Israel y a su relación con los profetas, no es difícil percibir en el texto un mensaje de sabiduría, válido para cualquier tiempo. Veámoslo desde una perspectiva genuinamente espiritual o transpersonal. En ésta, la “boda” significa el reconocimiento de la Unidad de todo lo real –unidad que no niega, sino que abraza las diferencias- y, en ella, de nuestra identidad más profunda. Participar de la boda supone haber descubierto y experimentado la Verdad de quienes somos, más allá de la identidad relativa de nuestro pequeño yo. Por eso, la boda es símbolo de Plenitud y de Dicha que, en un modelo dual, se nombraba como “encuentro con Dios”. Más allá de los nombres que usemos, lo importante es la experiencia a la que el texto nos invita: tomar distancia del propio ego,comprendiendo que nuestra verdadera identidad no se halla en él –con sus “tierras”, sus “negocios” y sus intereses-, sino en la “Boda” (Identidad no-dual) que somos con todo lo que es. Conocemos bien que el mecanismo primario del ego es la identificación y la apropiación. El ego se aferra a lo que cree que necesita para ser feliz. De niño lo vivió así, y sigue todavía con aquel “mapa” –los mapas infantiles se graban poderosamente en nuestro inconsciente-. Por eso, aunque la persona se haga consciente de la trampa y el engaño, seguirá cayendo en él, mientras perdure la identificación con el ego. Las “tierras” y los “negocios” son los pequeños intereses del ego, de los que no podemos prescindir mientras estemos identificados con él. Porque el ego nos hace creer que es en ello donde se juega nuestra felicidad. La verdad, sin embargo, es otra. A veces son las crisis las que nos ayudan a abrir los ojos, y el desencanto el que tambalea nuestras creencias egoicas más arraigadas. Crisis y desencanto nos han convertido en “desprotegidos”, como los últimos invitados de la parábola. Entonces empezamos a descubrir que ni somos ese ego con el que nos habíamos identificado, y que no seremos más felices por más que consiga todo lo que desea. No somos el ego, ni tiene que importarnos demasiado como le vaya. Somos la Presencia, el Espacio abierto, aquello precisamente que “no podemos saber”, porque es infinitamente más que nuestra mente. Pero en lo que nos reconocemos, cuando logramos silenciarla, y que percibimos como “Nada”, que es un “Todo” transmental, que sabe a Plenitud: eso es lo que somos. ¿Quién quiere identificarse con su ego? Rota la identificación engañosa, nos encontramos ya participando de la Boda. Siempre lo habíamos estado, pero ni lo habíamos hecho consciente, ni lo habíamos podido disfrutar. Al caer en la cuenta, aceptamos gozosos y agradecidos la invitación al banquete, en el que no falta nadie ni nada.
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Estábamos leyendo en la comunidad una copia del manuscrito en que Mateo había consignado muchos hechos y dichos de Jesús y, al llegar a la parábola de los dos hijos, a todos nos dejó pensativos la posibilidad de creernos que vivíamos según la voluntad del Padre y llamándole “Señor”, cuando en realidad los verdaderos señores de nuestra vida eran otros (el dinero, la fama, el honor…)
En cambio el hijo que en principio se negó a obedecer a su padre pero terminó por ir a trabajar a la viña, nos pareció que era el que de verdad había acertado. Sólo Livia, la mujer de Antipas, levantó la voz para decir que no estaba de acuerdo y que, en su opinión, lo que le faltaba en la parábola era una “tercera hija” y que le parecía estaba también ausente en otra parábola, una del evangelio de Lucas que leían los cristianos de Roma pero que también había llegado a nosotros. Era aquella en la que aparecían también dos hijos, no se sabía cuál de los se había comportado peor con su padre. – “Porque el pequeño – dijo Livia- le pidió la herencia como si tuviera prisa por acelerar su muerte y la despilfarró de mala manera y, si volvió a su casa fue porque tenía hambre, y pensó que junto a su padre no le faltaría nunca un plato caliente, aunque fuera trabajando como un asalariado. En cuanto al mayor, peor aún, porque ni se había enterado de cuánto le quería su padre y se sentía como un criado en su propia casa, a pesar de que el padre le había dicho lo más grande que alguien puede decir a otro: “Tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo…” Así que creo que esos dos padres de las historias que cuenta Jesús se merecían tener una hija que le quisiera de verdad, que no dudara ni un momento de su cariño y que, cuando su padre le pidiera algo, lo hiciera a la primera y además con alegría. Porque era así cómo muchos personajes de la primera Alianza habían respondido a Dios: cuando Él llamó a Abraham a salir de su tierra, a Samuel en medio de la noche y a Isaías enviándole a ir a su pueblo en su nombre, ello le respondieron: “¡Aquí estoy!”, usando esa preciosa expresión hebrea hinnení de disponibilidad y prontitud. Soy tímida y no suelo atreverme a hablar en público pero doy muchas vueltas en mi interior a las cosas cuando tocan mi corazón. Y cuando oí lo de “Hinnení” recordé la respuesta de Maria, la madre de Jesús, cuando recibió el anuncio del ángel: “Aquí está la esclava del Señor”, dijo. Ella era la verdadera hija de Abraham que ella había sido siempre un “sí” a Dios y cuando escuchó lo que le pedía, expuso ante Él su existencia como una tierra vacía y pobre y esperó silenciosamente que fuera Él quien sembrara en ella a su Hijo. Acogió mansamente aquello que no comprendía, lo guardó en su corazón y esperó en las horas de oscuridad a que llegara la luz. Supo estar atenta a la música que Dios tocó en cada momento de su vida y danzó a su ritmo, con la despreocupada confianza de quien no pretende conducir, sino ser conducida. Se abandonó como la arcilla en manos del Dios Alfarero, para que fueran sus manos las que modelaran su vida, aceptó los sorprendentes caminos de su hijo, le acompañó de lejos y cuando le oía, sus palabras eran para ella como el amanecer para el centinela. Y le escuchaba como lo haría el último de los discípulos, como si de todos ella fuera la más pequeña, la más sedienta por aprender, la más necesitada de sabiduría. No había en ella ni un rastro de mirada hacia sí misma, nada que no fuera pura receptividad y el secreto júbilo de estar siendo enseñada por aquél a quien había llevado en su seno y de poder decir: Aquí estoy, hágase en mí según tu palabra… Me llené de alegría al darme cuenta de que en María, Dios ha encontrado por fin, esa “tercera hija” que todos nosotros estamos llamados a ser. Y entendí también por qué, de entre todos los que Jesús había proclamado bienaventurados, a ella, la más dichosa, íbamos a llamárselo todas las generaciones. La misma situación y el mismo esquema que el domingo pasado, un cántico de Isaías, que es interpretada por el evangelista. El domingo pasado el simbolismo se tomaba de la viña, hoy la imagen es el banquete.
También es un relato polémico que intenta acusar a los dirigentes judíos de haber rechazado la oferta de salvación que Dios les hace por medio de Jesús. Mateo se dirige a una comunidad que tenía que superar el trauma de la separación de la religión judía, y el peligro de repetir los mismos errores. Insiste en el tema de la universalidad, que tantos quebraderos de cabeza produjo a las primeras comunidades. EXPLICACIÓN El texto de Isaías es una joya. El profeta por antonomasia tiene que hablar a un pueblo que atraviesa la peor crisis de su historia. Lo hace con una visión de futuro increíblemente lúcida. Creo que hoy el texto del AT supera al evangelio, en belleza formal y en mensaje teológico. Naturalmente que es un lenguaje simbólico. La prueba está en que no sólo habla de manjares enjundiosos y vinos generosos, sino de quitar el velo (luto) de todos los pueblos, de alejar el oprobio y enjugar las lágrimas de todos los rostros, de aniquilar la muerte para siempre. Se trata de una salvación total por parte de un Dios en quien confía el profeta a pesar de las circunstancias adversas. El intento de Isaías es que todo el pueblo soporte la dura prueba, confiando en un futuro que está en manos de Dios. Lo verdaderamente importante del relato de Isaías, el chispazo que tenemos que descubrir, es este: Dios salva a todos. Y solo es un chispazo, porque también allí se ponen condiciones: los que no son judíos tienen que venir a “este” monte para encontrar salvación. El banquete es utilizado en el AT con muchísima frecuencia para designar los tiempos mesiánicos. Jesús lo utiliza también para significar el Reino de Dios. Un banquete no significa mucho para el que puede satisfacer su hambre todos los días; pero para los que acostumbran a pasar hambre diariamente, puede ser una ocasión única para quitar las penas. En concreto, el banquete de boda era la única ocasión que tenía el pueblo sencillo de celebrar una fiesta y olvidarse de la dura realidad de una vida cuyo primer objetivo era la subsistencia. Naturalmente no se trata más que de una metáfora para indicar que Dios llama a saciar todos los anhelos del ser humano. Dios llama a todos a la mayor de las felicidades posibles, dentro de nuestras limitaciones y a pesar de esas mismas limitaciones. Todos estamos llamados a ese banquete. El relato es una interpretación del texto de Isaías desde la perspectiva de la primera comunidad. También hoy, Mateo alegoriza el relato y lo enriquece con la segunda parte (vestido de boda) que no está en Lucas.
Tampoco el añadido del individuo que no llevaba traje de fiesta, tiene mucho que ver con el evangelio. Si salen a los cruces de los caminos para llamar a toda la gente que encuentren, ¿qué sentido tiene que se le exija un vestido de boda? ¿Es que la gente va por los caminos vestidos de boda? Puede hacer referencia a la túnica blanca que se entregaba a los bautizados. Claro que la intención del evangelista es buena, pero se ha entendido literalmente y nos ha metido por callejones sin salida. También está claro que no basta pertenecer nominalmente a una comunidad para sentirse salvado. Solo el que de verdad se revestía de Cristo (Pablo), podía estar seguro de que había entrado en el reino. Pero no se trata de que Dios tome represalias contra el malo, sino de que se queda fuera el que se niega a entrar, al no aceptar las condiciones del Reino. Se trata, una vez más, de evitar malas interpretaciones de la pertenencia a la comunidad. Era muy fácil entrar a formar parte de la comunidad y aprovechar todas las ventajas, incluso sociales que eso importaba, pero sin cambiar las actitudes y vivir de manera acorde con el evangelio. Nada más fácil que confesarse creyente, pero nada más difícil que entrar en la dinámica del verdadero cristianismo. Una vez más Mateo alerta a los cristianos de una pertenencia formal y sin compromiso a la comunidad. APLICACIÓN El mensaje de las lecturas de hoy tiene una acuciante actualidad. Dios llama a todos, hoy como ayer. La respuesta de cada uno puede ser un sí o un no. Esa respuesta es la que marca la diferencia entre unos y otros. Si preferimos las tierras o los negocios, quiere decir que es eso lo que de verdad nos interesa. El banquete es el mismo para todos, pero unos valoran más sus fincas y sus negocios y no les interesa. Todo el evangelio es una invitación, si no respondemos que sí ya hemos dicho no. Como la parábola de los dos hermanos nos recordaba hace unos días, sólo es válida la respuesta de las obras. Cuando el texto dice que los primeros invitados no se lo merecían, tiene razón, pero existe el peligro de creer que los llamados en segunda convocatoria sí se lo merecían. El centro del mensaje del evangelio está en que invitan a todos: malos y buenos. Esto es lo que no terminamos de aceptar. Seguimos creyéndonos los elegidos, los privilegiados, los buenos con derecho a la exclusiva (fuera de la Iglesia no hay salvación). Hay que tener mucho cuidado con las interpretaciones simplistas. De un banquete de los tiempos mesiánicos, se pasó con demasiada facilidad a un banquete para el más allá. Este salto nos lanza peligrosamente fuera de las fronteras del tiempo y deja todo para más allá de este mundo. No creo que fuese ese el sentir de Jesús que se interesó por las personas de carne y hueso que estaban tiradas en la sociedad que le tocó vivir. Especial atención debemos poner en los motivos de los primeros invitados para rechazar la oferta. La llamada a una vida en profundidad queda ofuscada, entonces y ahora, por el hedonismo superficial. El peligro está en tener oídos para los cantos de sirenas que llegan a los sentidos, y no para la invitación que viene de lo hondo de nuestro ser y que nos invita a una plenitud más allá de lo sensible. La voluntad da su adhesión a lo que la inteligencia le presenta como bueno. La tarea fundamental está en descubrir lo que realmente es bueno y separarlo de lo que es sólo aparentemente bueno. No puede haber banquete, no puede haber alegría, si alguno de los invitados tiene motivos para llorar. Sólo cuando hayan desaparecido las lágrimas de todos los rostros, podremos sentarnos a celebrar la gran fiesta. No hace falta ser un lince para darse cuenta de que la realidad de nuestro mundo nos muestra muchas lágrimas y sufrimiento causados por nuestro egoísmo. Seguimos empeñados en el pequeño negocio de nuestra salvación individual, sin darnos cuenta que esa salvación personal que no incorpora la salvación del otro, no tiene nada de cristiana y tampoco tiene nada de humana. Dios no es ningún rey dominador, ni ningún señor poderoso. No nos puede dar ni prometer nada, porque nada hay fuera de Él. Dios es DON, pero que no se da en un momento determinado, sino que está ahí, incluso antes de que nosotros empecemos a existir. Nuestra propia existencia es ya parte del don. Ese regalo está muy bien envuelto, podemos desenvolverlo o mantenerlo escondido sin aprovecharnos de él. Esta es la cuestión que tenemos que dilucidar como cristianos. El problema de los creyentes es que presentamos un regalo excelente en una envoltura que da asco. Para nada presentamos a la juventud un cristianismo que lleve a la felicidad absoluta, más allá de las trampas en las que hoy caen precisamente la mayoría de los jóvenes. MÁS ALLÁ DE LA LETRA Efectivamente, es la mejor noticia: Dios me invita a su mesa. Pero no invitar a mi propia mesa a los que pasan hambre, es la prueba de que no he aceptado, de verdad, su invitación. Una invitación no aceptada se volverá contra mí por desconsiderado. Sigue siendo un peligro el proyectar la fiesta, la alegría, la felicidad para el más allá. Nuestra obligación es hacer de la vida, aquí y ahora, una fiesta para todos. Si no es para todos, ¿quién puede alegrarse de verdad? Mucha gente sigue pensando que ser fiel a Dios es renunciar a ser feliz. Este sentimiento lo provocamos nosotros los tristes cristianos, que damos la impresión de ser menos felices que los demás, porque percibimos la religión como una serie de renuncias contrarias a nuestros verdaderos intereses. Meditación-contemplación Dios nos invita a invitar. La mejor prueba de que no he aceptado la invitación de Dios, es que no soy capaz de invitar a los que aún no participan. Mientras haya una sola persona que no come, el banquete del Reino estará incompleto. ………………. Una vez más puedo engañarme en mi religiosidad. Me dedico en alma y cuerpo a preparar mi propio banquete e incluso invito al mismo Dios a participar en él. Dios no puede aceptar un banquete donde haya excluidos. ………………….. Soy yo el que tengo que pasar a participar de su banquete. y trabajar pora que todos puedan disfrutar de la fiesta. Soy yo el que tengo que eliminar todas las lágrimas. Yo tengo que desvelar la verdad para que llegue a todos. Hay gallineros que tienen travesaños a diferentes niveles para acomodar a las gallinas. En esos gallineros, las gallinas encaramadas en el palo de arriba se alivian sobre las gallinas de los palos inferiores, y las pobres gallinas del último palo abajo reciben las descargas de todas las de arriba.
Nadie puede negar que nuestro mundo sea un gigantesco gallinero de ese tipo. En las altas esferas de la organización internacional, unos cuantos humanos se ufanan como dioses, mientras, más abajo, más de mil millones de otros se arrastran como escarabajos en abismos de lodo. Entre los dos extremos se afana una masa que, por temor a rodar con los últimos, libra una agotadora lucha de cada instante para trepar siempre más hacia arriba. A veces los de abajo se rebelan contra los de arriba, pero cuando logran que algunas gallinas caigan, otras las remplazan enseguida sólo para dejar más sólido el sistema del gallinero. Por cierto, a lo largo de la historia, no faltaron valientes que arremetieron directamente contra esa estructura, pero todos fueron aplastados por ella. Jesús fue uno de ellos. Jesús es ese hombre que pasó a sus seguidores este aviso: “Fijáos cómo los gobernantes de las naciones actúan como dictadores y los que ocupan cargos abusan de su autoridad. Entre vosotros no será así: el más grande se hará el servidor de todos… A nadie llamaréis “padre, maestro o doctor…” (Mt 20, 25-2; 23,1-12). Durante los tres años de su vida pública, Jesús luchó hasta el extremo contra el sistema del gallinero. Esa misma noche en que lo secuestraron para matarlo, estando compartiendo una última comida con sus compañeras y compañeros más íntimos, se levantó de repente, luego se arrodilló ante cada una y cada uno de ellos y les lavó los pies. Cuando terminó de lavarles los pies, les dijo: “Yo os he dado ejemplo para que hagáis lo que yo he hecho” (Juan 13,15). Esto fue su testamento. Lavar los pies a los de abajo es un gesto fuerte, provocador, desestabilizador. Es un gesto sumamente “significativo”, que interpela, llama la atención, cuestiona a gritos. Jesús lo deja a los suyos como un “signo”, como una marca, un componente esencial de la identidad de ellos. Como “un…sacramento”, diría yo - y no como un ritual que cumplir diez minutos al año en la celebración del Jueves santo… Con ese gesto “subversivo” (no es exagerada la palabra) Jesús nos está diciendo que ¡al tacho con las clases sociales, los primeros puestos, los decretos, los títulos, los encajes, las tiaras, los sombreros puntiagudos y todos los oropeles de los poderosos! “Vosotros no sois de ese mundo”(Juan 15, 19; Mateo 23, 3-7). En el mundo de Jesús no cabe el sistema de clases, rangos y honores junto con todos sus abusos y “daños colaterales”… Pensándolo bien, no faltaba ni “materia” ni “forma” para que el lavado de los pies fuera asumido como un sacramento mayor en la Iglesia, pero no ocurrió. A la Iglesia no le pareció oportuno constituirse como un “signo eficaz” para que las naciones vean que se puede ser parte integrante del mundo sin ser una copia o una versión santiguada del mismo. En el “mundo” que Jesús denuncia, es común que los gobernantes, empresarios, banqueros, patrones, curas importantes, funcionarios y estrellas de toda índole se vean a sí mismos como seres superiores y miren a los demás como sus sirvientes o como simples engranajes de su sistema, pero en el mundo que él promueve, todo aquello tiene que ser cambiado de arriba abajo. En ese mundo, que él llama “el Reino”, las personas pueden desempeñar papeles distintos, pero todas tienen la misma dignidad. Si bien las funciones se reparten de acuerdo a las capacidades de los individuos, en ningún caso se otorgan a unos más derechos que a otros. La misma función de autoridad no es de mando sino de servicio. Todos son iguales y nadie es más importante que los demás. En realidad, el “mundo” que Jesús denuncia es ese mismo viejo régimen de la selva que millones de veces se ha reciclado, y que ha logrado abrirse paso hasta nosotros con la ayuda a veces de disfraces lindos como la democracia, el progreso, la justicia social, la paz o… la fe, pero sin jamás alterar un solo pelo de su sacrosanta estructura de gallinero.“Entre ustedes no será así”, dice Jesús. Ustedes no se pondrán de rodillas ante ningún santo padre, no besarán el anillo de ninguna eminencia y no se harán los “fieles y obedientes servidores” de ninguna autoridad o potencia. Serán todos hermanos y hermanas, y nada más. De haber tomado tan siquiera un poco en serio ese signo (o ese “sacramento”) que Jesús nos dejó en su testamento, tal vez los cristianos hubiéramos llegado a ser una luz en este mundo de la mentira, del hambre y de las guerras. Todas las personas y los pueblos sedientos de dignidad, de justicia, de respeto y de igualdad tendrían su mirada puesta en nosotros. Seríamos la esperanza de la humanidad. Seríamos un “sacramento de salvación” como lo planteó el Concilio Vaticano II, ya difunto... Y la Iglesia de Jesús dejaría de ser la sacristía de un gran gallinero en el cual los de abajo siguen lavando los pies de los de arriba. No hace mucho tropecé con una reflexión por escrito del gran exegeta Gerd Lüdemann, estudioso de los dos primeros siglos del cristianismo y catedrático de la Universidad alemana de Gotinga, que sostenía lo siguiente:
Desde el punto de vista eclesial del siglo II, que se apoya en los Evangelios del Nuevo Testamento escritos entre el 70 y el 100 d. de Cristo, Jesucristo fundó su comunidad sobre la base de los apóstoles. A estos eligió él al inicio de su actividad en Galilea. Como testigos de la “resurrección” los apóstoles más tarde nombrarían obispos sucesores, que ocuparían sus puestos y continuarían la actividad de Cristo. Y como Jesucristo debió elegir para el colegio de apóstoles sólo hombres, las mujeres quedaron excluidas, desde el inicio de la Iglesia , del episcopado y también del sacerdocio, que es lo que viene rigiendo en la Iglesia católico-romana y entre los ortodoxos griegos hasta nuestros días. Pero los protestantes en Alemania ya no siguen este ejemplo, desde 1991 las iglesias regionales evangélicas ordenan a mujeres y van transfiriendo también a ellas, cada vez en mayor medida, el episcopado. Hasta ahora se viene echando en falta para este paso una fundamentación bíblica comprensible. Algo que no extraña en vista del patriarcalismo, que impregna numerosos textos del Nuevo Testamento. Ejemplo ilustrativo son las cartas pastorales (primera y segunda a Timoteo, carta a Tito) de un discípulo de Pablo a inicios del siglo II. Indica a las mujeres que guarden silencio en la reunión de la comunidad o en actos religiosos, y les ordena someterse a sus maridos. Las mujeres deben parir hijos y alcanzarán la salvación en el juicio final si “perseveran con discreción y prudencia en la fe, el amor y la santidad”. Las cartas del Pablo histórico, que proceden de la época entre el 40 (primera a los tesalonicenses) y el 55 d. de Cristo (a los romanos) ofrecen otra imagen. Por entonces hubo mujeres organizadoras de la comunidad –así Febe en Cencreas, encomendada por Pablo a la comunidad de Roma-, Prisca -empresaria con su marido Aquila en tiendas de lona- también participó en la actividad misionera de Pablo. También conocemos a profetisas de Corintio; el los actos religiosos exhortaban “a la edificación” y consolaban a otros cristianos. Las cartas de Pablo contienen además una sensacional prueba de que también una mujer es adecuada para apóstol. Al final de la carta a los romanos, Pablo en el cap. 16, v. 7 manda saludos a “Andrónico y Junia (s), mis parientes y compañeros de prisión, ilustres entre los apóstoles, que llegaron a Cristo antes que yo”. Hasta hace poco a las dos personas, a las que envía saludos y que según Pablo entre los apóstoles ocupaban un puesto destacado, se las tenía por hombres. No se tenía en cuenta el acusativo Iounian, que estaba escrito sin acento en los manuscritos más antiguos, impresos con letras mayúsculas con un acento circunflejo en la última vocal alfa = Iouniân. Según eso Pablo saludaría a Andrónico y a Junias, forma acortada de Junianus. El que esta idea fue muy extendida se muestra en que se encuentra en las traducciones del Nuevo Testamento destinadas al uso eclesial (Lutero, traducción estándar, la Nueva Biblia de Jerusalén), pero también en la edición científica usual del Nuevo Testamento de Nestle-Aland, 27 edic. Pero esta tesis es insostenible a juicio de la mayoría de especialistas. Primero, porque los padres griegos de la Iglesia , sin excepción, consideran que Iounian es nombre de mujer, segundo, “Ionias”, como forma recortada o abreviada del usual nombre de varón “Junianus”, no existe por ahora prueba alguna y, tercero, el nombre de mujer “Junia” era muy común en la antigüedad. Que es lo que ocurre en nuestro caso si en lugar del circunflejo sobre la última alfa se coloca el acento agudo en la i: Ionían. La prueba de que Pablo en la carta a los romanos manda saludos a Junia y no a Junias significa que una mujer era ya en la época del cristianismo primigenio apóstol. ¿Qué tipo de apóstol? La expresión “apóstol de las comunidades”, que Pablo usa en otros lugares para denominar a los enviados temporalmente de una comunidad no se hace a modo de parangón. Pablo utiliza de modo absoluto en este caso el concepto de “apóstol”. Andrónico y Junia pudieron ser perfectamente apóstoles como Pablo y pertenecer al grupo de “los apóstoles”. Pablo denomina a este grupo en la primera carta a los corintios, cap. 15 v. 7dentro de un relato histórico resumido, que tiene el formato de declaración y que se introduce en el círculo de los apóstoles: Cristo se apareció primero a Kefas (Pedro), luego a los doce, luego a más de 500, luego a Santiago, luego a todos los apóstoles y al final a Pablo. Según Pablo el mismo “resucitado” legitima el apostolado de Andronico y Junia, y al matrimonio se le ha conferido el mismo poder de dirección y enseñanza apostólica que a él mismo y a los citados en ese relato histórico resumido. Pablo escribe que Andrónico y Junia, sus parientes, eran cristianos ya antes que él (según la cronología corriente: entre el 30 y el 33 d. de Cristo). Les conoce desde tiempo y había sido también alguna vez encarcelado con ellos. Y como la conversión de Pablo, tal como supone la carta a los gálatas, ocurrió en Damasco, este matrimonio pudo aceptar la fe cristiana también en la metrópoli del sur de Siria. Junia no fue la única apóstol en tiempos del cristianismo primigenio; hubo otras de las cuales sin embargo no se conservan noticias. De ahí que resulte importante que Junia perteneciera al círculo apostólico más antiguo, que se constituyó ya al poco de la “resurrección” de Jesucristo. Lo que hace que se desplome como un castillo de naipes el viejo dogma de 2000 años de que Jesucristo fundó la Iglesia sobre la base de un círculo apostólico sólo de hombres, descubriendo un cristianismo hasta ahora desconocido, que fascinará también a los protestantes. Como el héroe de El Caballero de la Armadura Oxidada, el cristianismo de primera generación era “bueno, generoso y amoroso”. Un cristianismo de hondas raíces bíblicas (el Nuevo Testamento se construye en un diálogo, a menudo conflictivo, con el Antiguo: “Se ha dicho…, pero yo os digo…” ), aunque pletóricas de la nueva savia doctrinal y, sobre todo, de la vida de Jesús.
Doctrina y vida inscritas en un contexto histórico-geográfico preciso, manifestación de una cultura, de una política, de unos géneros literarios y de una mentalidad psicosocial y religiosa claramente determinados por la época. Pero también como el protagonista de la obra de Fisher, la Iglesia (ecclesia, inicialmente “comunidad de los llamados”) se centra prioritariamente en lo significante, el andamio –la armadura- de una paralizante ideología que impide percibir lo significado: el hombre plenamente humano. “Con el tiempo el caballero se enamoró hasta tal punto de su armadura que se la empezó a poner para cenar y, a menudo, para dormir. Luego ya no se tomaba la molestia de quitársela para nada. Poco a poco, su familia fue olvidando qué aspecto tenía sin ella”. Y poco a poco también el caballero y la Iglesia –ambos sumamente egocéntricos- dejaron de comprender y valorar en profundidad su pristinidad hasta acabar perdiendo uno y otra el significado de las cosas, de las personas y, consecuencia de ello, el de sí mismos. Y así durante veinte siglos de navegación a la deriva acumulando lastre y adicionando inútiles y onerosos cascos hasta hacer del original una gigantesca matriusca sin otro valor añadido que la pérdida del sentido del viaje para los pasajeros. Cuando lo pertinente y sensato hubiera sido retornar simbólicamente a puerto para someterse a periódicas revisiones. ¿En qué protocolo está escrito que la nave de Pedro (¿y por qué de Pedro?) no precisa como cualquier otro medio de transporte -máxime por su condición de público- hacerlo? ¿Porque es de origen divino? ¿Y desde cuándo Dios es armador? Que nadie se extrañe, pues, si el pasaje va perdiendo confianza en un buque sin tecnologías de última generación, con una tripulación –incluido su capitán- anclada en una teología de diseño cultural agrario. Quizás entre los pasajeros –y todos debieran ser exclusivamente pasajeros, pues así figura en el boceto original- se esté produciendo el más grande de los motines de la historia. Resuenan ya con fuerza amenazante de tsunami las voces de Julieta, la mujer del caballero: “Si no te quitas la armadura, cogeré a Cristóbal, subiré a mi caballo y me marcharé de tu vida”. Argumentos superficiales los de agentes exteriores: el modernismo, el postmodernismo, el relativismo, etc. Las verdaderas causas son, podríamos decir, de carácter hospitalario. En los foros eclesiales –sagrados o no- se despliegan velas teológicas tejidas en telares del medievo que de poco o nada sirven ya para surcar océanos del siglo XXI. El éxodo masivo de los centros religiosos –iglesias y catedrales, ermitas y santuarios, seminarios y monasterios- fácilmente constatable en la actualidad, es que la gente no se considera tomada en serio en su profunda calidad de personas. Se continúa manteniendo una imagen de Dios y un corpus doctrinal hoy a bastantes luces incoherente. No es de extrañar entonces que la antigua fidelizada feligresía –¡y la nueva no digamos!- se mueva ahora incierta hacia portabilidades de otros operadores del mercado que garanticen productos más acordes con las necesidades de la persona. ¿O es que el sarpullido en la piel social de la Iglesia –muchos de los centros mencionados, dedicados a menesteres más próximos a esa realidad profundamente humana, aunque al mismo tiempo más superficiales: museos, salas de espectáculos, etc.- no es síntoma suficiente de que algún artilugio ha dejado de funcionar convenientemente en ella? “Me marcharé de tu vida” en razón de la coraza de frío metal, aunque brillante, que impide a los demás y también a él/ella la comunicación con esa vida que a pesar de todo existe –aunque en hibernación- debajo de la armadura. “Ah, dijo Merlín, no nacisteis con esa armadura. Os la pusisteis vos mismo”. En la Iglesia, la suntuosa muralla de inertes bloques graníticos doctrinales donde definitivamente se ha autoemparedado: 2.758 artículos enlatados en el Catecismo de la Iglesia Católica. (No deja de ser significativa la declaración con que éste se abre en su Introducción: “Conservar el depósito de la fe es la misión que el Señor confió a su Iglesia…” ¿No suena esto un tanto a industria conservera?) ¿Pero es que no se han enterado todavía a estas alturas que, eternos caballeros medievales, cabalgan ustedes de espaldas sobre su caballo lanza en ristre hacia el pasado? Con tales antecedentes el camino de retorno a Ítaca –a los orígenes- no va a ser nada fácil. Desembarazarse de toda esa chatarra exterior e interior comporta una dolorosa odisea no exenta de riesgos y sufrimientos -tenebrosos abismos de Escila y de Caribdis, noches oscuras del alma- hasta alcanzar la séptima morada, que en este caso es la primera. El caballero lo consiguió haciendo algo que nunca antes había hecho: “Se quedó quieto y escuchó el silencio. Se dio cuenta de que, durante la mayor parte de su vida, no había escuchado realmente a nadie ni a nada”. Ni siquiera a sí mismo, a ese yo virgen primitivo que está en la esencia del ser. Cuando lo hizo y se miró al espejo, “la amabilidad, la compasión, el amor, la inteligencia y la generosidad le devolvieron la mirada. Se dio cuenta de que todo lo que tenia que hacer para tener todas esas cualidades era reclamarlas, pues siempre habían estado allí”. Únicamente entonces la Iglesia será plenamente libre y permitirá ser libres a los demás, comprendiendo que el Universo y ella y ellos son uno solo, como finaliza El Caballero de la Armadura Oxidada: “Porque ahora el caballero era el arroyo. Era la luna y el sol. Podía ser todas las cosas a la vez, y más, porque era uno con el universo. Era amor”. Aseguran que en el mundo hay 150 mil sacerdotes en pareja
Treinta representantes de seis países se reunieron en la casa de la viuda de Jerónimo Podestá, ex Obispo de Avellaneda. Dicen que lo reclaman sin ánimo de confrontar y por amor a la Iglesia. La quieren “abierta y renovada”. La Iglesia se fue apartando de la comunidad, debe cambiar y no se ha renovado durante muchísimo tiempo.” La reflexión se escuchó durante el encuentro de la Federación Latinoamericana de Curas Casados y sus Esposas, iniciado el miércoles con la participación de 30 representantes de seis países, en la casa de Clelia Luro de Podestá, viuda de monseñor Jerónimo Podestá, ex Obispo de Avellaneda, quién llevó adelante la organización que hoy representa a unos 150 mil sacerdotes en todo el mundo, según los organizadores, aunque el Vaticano sólo reconoce 60 mil. Durante las jornadas, que culminarán hoy, las parejas analizan las iglesias de la región, los movimientos económicos, sociales, políticos y culturales, la relación con cada comunidad y con las jerarquías y sectores políticos de cada país. Uno de los principales pedidos fue que el Vaticano acepte el celibato optativo, algo que el 75% de los curas avala, según una encuesta encargada hace cuatro años por la Conferencia Episcopal Argentina. “El celibato surgió en el siglo IV, cuando el casamiento entre sacerdotes era algo habitual. La Biblia no habla nada, al contrario, Jesús elige a sus apóstoles casados”, indicó el ecuatoriano Mario Mullo, actual presidente de la Federación. João Tabares, de Brasil, consideró que “si los curas se casan entra el aspecto económico. Para la Iglesia es más fácil mantener a un sacerdote con salario mínimo que a toda su familia. Los bienes eclesiásticos son guardados, no se transmiten. Y en el origen estuvo esta idea platónica de que el alma es prisionera del cuerpo, que es malo.” El padre Lauro Macías, que llegó de México con su pareja, Tere, recordó que “se llegó a decretar que los sacerdotes que no dejaran a sus esposas fueran encarcelados, y ellas y sus hijos eran vendidos como esclavos”. En Oriente, la iglesia católica permite la unión matrimonial, pero en Occidente la cúpula clerical se ha cerrado a discutirlo. Según relataron, Juan Pablo II llegó a comentarle a un obispo que le consultó sobre el asunto: “cambie usted de tema o terminamos acá la conversación”. Sebastián Cozar, de Chile, remarcó: “Pedimos el diálogo, como dice el Concilio Vaticano II, no queremos enfrentarnos ni lo hacemos con ningún resentimiento, sino por amor a la Iglesia. El sacerdote casado es un aporte más a la iglesia.” Según datos que manejan en la Federación, más del 60% de sus comunidades están de acuerdo con que el cura esté casado, y no lo consideran un impedimento para que puedan ejercer su vocación. Para Mullo, “lo fundamental igualmente es concebir una Iglesia renovada, abierta al mundo y a las organizaciones sociales”. El matrimonio no es lo único que une a todos los asistentes. Lo principal es el compromiso con sus comunidades: la lucha por la justicia social, los Derechos Humanos y la búsqueda de un evangelio anclado en los barrios y las clases más necesitadas, anclados en la teología de la liberación. “Al dejar el ministerio, muchos dieron vuelta la página, otros participan en actividades parroquiales, comunitarias, en busca de una nueva iglesia que necesitamos hoy día”, afirmaron los presentes. Lauro, padre de tres hijos, fundó el segundo templo ecuménico que hubo en una cárcel mexicana y aún celebra la eucaristía en los funerales de sus amigos o en bodas que la Iglesia católica se niega a oficiar. “Me salí del estado clerical, pero no del sacerdocio”, aclara. Para Cozar, “la nueva iglesia debe tener más participación comunitaria, más caridad; una iglesia de libertad que no imponga, sino que sea abierta”. Seguimos en el contexto de los últimos domingos; última semana de la vida de Jesús; polémica final y definitiva con las autoridades del pueblo.
Entre este texto de Mateo y sus paralelos de Marcos (12,1) y Lucas (20,9) nos damos cuenta de que Jesús se está enfrentando a todos los "grandes" de Israel: fariseos, sacerdotes, doctores, ancianos. En este contexto se dio la terrible frase de Jesús "los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el Reino de Dios", que leíamos el domingo pasado. Esta postura de Jesús le lleva a las dos parábolas de la reprobación, que leeremos este domingo y el siguiente. El mensaje es claro, en aquel contexto: el Reino se ha ofrecido a Israel, pero Israel no ha respondido a la elección. Les será arrebatado el Reino y entregado a otros. La imagen se toma directamente de Isaías, pues es un tema presente en la predicación de los profetas. La cita de Isaías es, por supuesto, intencionada. Jesús muestra que es él, y no sus adversarios, el que mantiene la continuidad con La Palabra expresada en el Antiguo Testamento, y que sus opositores siguen siendo el Israel denostado por los mismos profetas. Por esta razón son más significativos aún los versos finales, la conclusión que el mismo Jesús saca de todo esto. «¿No habéis leído nunca en las Escrituras: La piedra que los constructores desecharon, en piedra angular se ha convertido; fue el Señor quien hizo esto y es maravilloso a nuestros ojos? Por eso os digo: Se os quitará el Reino de Dios para dárselo a un pueblo que rinda sus frutos.» (Salmo 118) Texto que continúa así: "El que tropiece con esta piedra se hará trizas; al que le caiga encima, lo aplastará" Así, Jesús se presenta como "piedra angular" (nosotros entenderíamos mejor la expresión "primera piedra", "cimientos") y sus opositores como aquellos que desechan esa piedra, tropiezan en ella y están destinados al fracaso total. Resuenan en estas expresiones aquella misma con que termina según Mateo el Sermón del Monte: Quien escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a un hombre prudente que construyó su casa sobre roca.... (Mateo 7,24 y su paralelo en Lucas 6,47) Son por tanto "parábolas de la reprobación de Israel". Las autoridades del pueblo lo entienden perfectamente, y los versos siguientes de estos párrafos lo muestran bien: "Cuando los sumos sacerdotes y los fariseos oyeron sus parábolas, comprendieron que iba por ellos. Intentaron arrestarlo, pero tuvieron miedo de la gente, que lo tenía por profeta" Curiosamente, son casi las mismas expresiones que usa Mateo refiriéndose a Juan Bautista y Herodes: "Herodes quería darle muerte, pero le asustaba la gente, que tenía a Juan por profeta" Es decir que Mateo está ya preparando la presentación de la muerte de Jesús como muerte de profeta, rechazado por el pueblo por atreverse a predicar la Palabra de Dios. Mateo insiste, además, en una progresión de notable calado teológico: Dios envía a Israel siervos, otros siervos y finalmente a su Hijo. El Hijo será matado por Israel y el Reino será entregado a "otros que den frutos", en alusión evidente a los paganos, mucho más con el contexto inmediato de la siguiente parábola, la del convite de bodas. Es así como la comunidad de Mateo entiende la historia de la Salvación. Y tenemos en estos apuntes una pista magnífica para entender el drama de los judíos convertidos a Jesús, que no solo tienen que entender que Jesús da plenitud a la Ley, sino que tendrán que abandonarla en aspectos que pensaban fundamentales (la circuncisión, los alimentos, el Templo). El último aspecto, y no el menos importante, de la narración es lo profundo del pecado de los viñadores: son arrendatarios, pero se quieren hacer dueños. "Matémosle y quedémonos con su herencia". En pocos pasajes del Nuevo Testamento aparece con tal claridad la esencia del pecado de Israel: apropiarse de Dios, de la Palabra, de la Elección, es decir, traicionar a la misma esencia de la elección. Elegidos para ser instrumento de Dios, para dar frutos de santidad que mostrasen a las naciones la Palabra, se han erigido en privilegiados que aprovechan a Dios para su propia grandeza rechazando a los demás pueblos. Son los viejos pellejos, los viejos odres en los que no se puede echar el vino nuevo, el viejo vestido que se rasga con remiendos de la nueva. Así, la comunidad de Mateo, que proviene en su mayoría, según todos los especialistas, de medios judíos e incluso farisaicos, está proclamando en estos textos su profunda conversión a Jesús, porque sus viejos odres y sus viejos vestidos ya se han demostrado incapaces. Cuando se escribe este texto ya ha desaparecido el Templo, y Jerusalén, y la nación judía como tal, y los cristianos han comprendido que era Pablo quien había visto claro, mucho tiempo antes, cuando, dirigiéndose a los judíos de Roma, y citando (también) a Isaías (6; 9-10), decía: "¡Qué bien habló el Espíritu Santo a vuestros padres por medio del profeta Isaías!: Ve a ese pueblo y dile: Oír, oiréis, pero sin entender; mirar, miraréis, pero sin ver. Se ha embotado la mente de este pueblo, con los oídos apenas oyen, los ojos se los han tapado, para no ver con los ojos ni oír con los oídos ni entender con la mente, para convertirse, y Yo los curaría. Pues sabed que esta salvación de Dios se envía a los paganos, y ellos escucharán". (Hechos 28,25) El mensaje básico es por tanto la interpretación de la Pasión: Jesús, el enviado de Dios, rechazado por el pueblo. Con ello, el pueblo, los edificadores desechan la Piedra Angular. Es el gran error, el que preside como tesis el Evangelio de Juan: "Vino a los suyos y los suyos no le recibieron"... pero " a los que le recibieron les dio poder ser Hijos de Dios". Este planteamiento nos puede resultar extraño, poco cercano. Parece como si Dios hubiese entregado su Palabra a un pueblo en exclusiva y que sólo por la indignidad o la traición de ese pueblo se llega a extender el Mensaje a todos los pueblos. Dios ha hecho una Alianza con un pueblo, y no con los otros, ese pueblo es su preferido, más que los otros. Si lo interpretamos así, la verdad es que no nos acaba de gustar. Incluso hay otra manera de interpretar, aún más rabínica: Dios da una serie de oportunidades para dar fruto, un número limitado de oportunidades. Después, se agota el vaso de su paciencia y castiga: destroza la viña... Pero todo eso es el ropaje literario y cultural de la parábola. Recordamos siempre que la Palabra de Dios está envuelta en una cultura y un lenguaje. Lo hemos comparado muchas veces con el caramelo y su envoltura. El papel no se come. Nosotros no nos tragamos ni las creencias ni los modos de pensar ni los tópicos o modos culturales de Israel. Son el envoltorio, el papel que envuelve el caramelo. No llamamos Palabra de Dios a ninguna sabiduría humana, por muy sabia que sea. En esa sabiduría y en muchas otras cosas va "envuelta" la Palabra. Uno de nuestros errores más infantiles ha sido tragarnos el papel y luego decir que, por eso, no nos ha gustado la Palabra. La Palabra aquí es clara y sencilla: Dios es el sembrador y Jesús la Gran Semilla. Aceptarlo es sembrar bien: construir sobre él es edificar bien. Rechazarlo es construir mal, sembrar abrojos. Y esta elección no es indiferente: hay que responder a la palabra de Dios. No en vano todas estas parábolas terminan (cap 25; 31 y ss) en una doble cumbre: la parábola de los talentos y la "parábola" del juicio final. En este conjunto parabólico se muestra por tanto uno de los ejes de la Palabra: Dios siembra, nosotros respondemos: lo que vale al final son los frutos, y los frutos son servir a los hermanos. Un hermoso resumen de lo más central del Mensaje. Lo demás, lo que creía el pueblo de Israel sobre su propia elección, los castigos de Dios al que es infiel a la palabra... y tantas cosas, son el papel del caramelo, por más que haya muchos que deberían saber que lo es, pero dicen que hay que tragárselo. Decir que eso no es el mensaje no es arbitrario. Se desprende de la comparación de estas ideas con el conjunto de palabra de Jesús. Si hay que perdonar setenta veces siete porque así lo hace el Padre, está claro que hay que hablar de que Dios siempre da una nueva oportunidad. Por eso no es contenido sino envoltorio que a la tercera oportunidad ya no hay nada que hacer... No calificamos caprichosamente de "envoltorio" lo que no nos gusta, sino que reconocemos que "no va" con el mensaje básico e indiscutible de Jesús, por lo que nos damos cuenta de que no pertenece al mensaje sino a su envoltorio lingüístico o cultural. Como siempre, independientemente de que esto fuera un mensaje para su momento o para aquellos hombres, es una Palabra de Dios para mí. Yo soy la viña y el Padre es el amo. No es el amo que posee y espera ganancias: está enamorado de la viña: la cuida con amor. Es uno de los ejes básicos de la Palabra que es Jesús. Dios no es "el Amo, el Juez", sino sobre todo es el Padre que lo daría todo por el bien de sus hijos. Esto nos obliga a reconsiderar nuestra vida y nuestra idea de Dios. No pocas veces nos resulta imposible "ver" que todo lo de nuestra vida es un esfuerzo de Dios por nuestro bien. A Jesús le pasó lo mismo: a las puertas de la Pasión, tampoco él entendía que aquello fuese bueno, y pidió con angustia a su padre que cambiase su voluntad. Y tenía razón: aquello no era bueno, no era agradable para Jesús: era bueno y necesario para nosotros: por eso era la voluntad del Padre. A veces, tampoco nosotros vemos el bien que Dios nos hace. Una de las razones es que no entendemos por "bien" lo mismo que entiende Dios. Nosotros queremos el bien sensible ya: la tranquilidad, el cariño, la paz, la salud.... ahora. Es decir, nosotros confundimos el camino con el destino, esta vida con La Vida. Y es éste también uno de los ejes del mensaje de Jesús: todo lo de aquí es camino, y en el camino está el esfuerzo y la provisionalidad: y no es bueno lo agradable, sino lo que conduce a casa. Sólo con este cambio de perspectiva entenderíamos de manera muy diferente la vida y lo que Dios hace por nosotros. Pero el aspecto que hoy se destaca es sin duda la necesidad de "dar fruto". Se espera mucho de nosotros, porque hemos recibido muchísima Palabra de Dios. Porque el dinero, la salud, los amigos, el éxito, son dones dudosos de Dios; incluso pueden ser dones peligrosos, porque además de medios de servirle son también tentaciones que pueden incluso apartarnos del servicio de Dios. Pero somos ricos, millonarios en Palabra de Dios, en magníficos ejemplos que vemos día a día junto a nosotros... Dios siembra su Palabra en nuestra vida con profusión, con derroche... para que la viña dé fruto. No será necesario recordar aquí cuáles son los frutos: sabemos que son dos: ante todo, nuestra conversión, volvernos a Él, aceptarle, salir del pecado y la mediocridad... para servir mejor, que es la otra cara del mismo mandato: "al prójimo como a ti mismo". El resumen está en "servir". Pero hay que ser válido para servir: lo peor de nuestros pecados está en que nos impiden servir bien, que nos hace "inservibles". Es sencillo el mensaje: exigente pero sencillo. Jesús fue un buen servidor, servía siempre, servía para todo, nada había en él inservible. Y es el Hombre, en él se muestra la plenitud de lo humano, el hombre lleno del Espíritu. Y nosotros lo aceptamos como Verdad, Camino, Vida, es decir, queremos ser así, dejarnos llenar por el mismo Espíritu, para servir tanto como él. Eso es ser cristiano: intentar servir así. Esa es la respuesta a la Palabra. Una lectura infantil convierte a esta parábola en una historia de “buenos y malos” y presenta a Dios como un ser separado –incluso distante físicamente: “se marchó de viaje”- que, sin embargo, controla y exige a quienes dejó en sus tierras. No es extraño que se haya leído así, ya que las dos características señaladas –Dios como ser separado e intervencionista (exigente)- son muy típicas de los mitos.
Por eso, en cuanto tomamos distancia del mito –es decir, pasamos de un nivel mítico de conciencia a otro racional-, algo nos dice que ésa no puede ser la lectura adecuada. La primera clave de comprensión nos viene cuando captamos el objetivo que la parábola pretende: sintetizar la historia de Israel desde la perspectiva de la primera comunidad cristiana que, por otra parte, se considera a sí misma como el “nuevo pueblo” que “produce frutos”. Lo que se nos ofrece, por tanto, es un resumen de la historia del pueblo judío que, no sólo no dio los frutos esperados, sino que persiguió y ejecutó a profetas y enviados de Dios, incluido su propio Hijo (Jesús). Por eso –concluye aquella comunidad-, ese pueblo ha sido reprobado –el castigo que se menciona evoca la ruina de Jerusalén, en el año 70- y sustituido por un nuevo pueblo elegido: los que han creído en Jesús, “la piedra desechada” que, sin embargo, ha resultado ser “la piedra angular”. La cita está tomada del Salmo 118, uno de los textos del Antiguo Testamento, al que la comunidad cristiana alude con frecuencia. Parece que encontró en él la explicación de la paradoja de la cruz: ¿cómo podía ser que el crucificado fuera el Señor? El Salmo les ofrecía una respuesta contundente. Hoy podemos comprender que aquella primera comunidad hiciera esa lectura de la historia del pueblo judío, teniendo en cuenta, además, el creciente enfrentamiento que vivía con la sinagoga. Sin embargo, una necesaria toma de distancia nos permite acercarnos al texto con nuevos ojos. Y ahí surge, inevitable, la pregunta: ¿cómo vería Jesús todo eso?, ¿cómo lo viviría? No parece que sea posible responder a esas cuestiones con certeza. Por un lado, es indudable el conflicto que vivió con la autoridad religiosa de su pueblo; pero, por otro, no casa bien con su mensaje la idea de un Dios separado (“el Padre y yo somos uno”), ni la de la “venganza” divina, ni el proselitismo que desecha a su propio pueblo. Todo ello parece más típico de la comunidad naciente que del maestro de Nazaret. En cualquier caso, podemos acercarnos al texto desde nuestra conciencia racional, o incluso transpersonal, para acogerlo desde ella, y permitir que pueda ser “traducido” a nuestro nuevo “idioma cultural”. Al hacer así, caemos en la cuenta de que la parábola habla de todos nosotros, cuando no damos fruto. Eso ocurre cuando vivimos egocentrados, girando en torno a los intereses de nuestro ego. La identificación con él puede llegar al extremo de “matar a los enviados”, con tal de obtener “beneficios”. Frente a esa trampa, que conduce a la muerte, la parábola constituye una llamada para que demos “fruto”. Ahora bien, de acuerdo con el propio mensaje del evangelio –tal como hemos ido viendo en las semanas inmediatamente anteriores-, “dar fruto” no tiene que ver con las ideas del mérito y la recompensa, sino que es necesario entenderlo desde la gratuidad. En este sentido, el “fruto” –siempre a favor de la vida y de las personas- brota de la comprensión de quienes somos y pasa a través de nosotros, como de un “cauce” que ni retiene, ni se apropia, ni presume de ello. Cada vez que surge alguna de las actitudes contrarias –apropiación, orgullo, vanagloria…-, es señal de que nos hemos reducido a nuestro ego: hemos vuelto a vivir egocentrados y a bloquear el flujo de la vida y del amor a todos los seres. Parece claro, por tanto, que el “dar fruto” implica tomar distancia del ego. Lo cual, a su vez, es posible en tanto en cuanto vamos despertando a nuestra verdadera identidad. Porque, mientras piense que soy el yo, no podré sino –a pesar de mis buenas intenciones- vivir para él; sólo en la medida en que comprendo la Identidad “compartida” (no-dual) que somos, resultará posible una forma de vivir desegocentrada. No somos el yo, sino la Conciencia que se expresa en la “forma” de este yo. Para percibirlo, hay que tomar distancia de él, acallando la mente. Por eso, en cuanto te paras –queda conciencia sin pensamiento-, puedes percibir que no eres nada de lo que ocurre (nada de lo que piensas que eres), sino el “espacio consciente” en el que todo ocurre. Y en cualquier momento, aunque sea fugazmente, puedes experimentarlo. ¿Qué significa, en esta “traducción”, la referencia a Jesús como “piedra angular”? En la tradición cristiana, reconocemos a Jesús como el “espejo” luminoso en el que todos nos vemos reflejados, en la No-dualidad que somos. Por eso, podemos llamarlo “piedra angular” (que no descarta ni –como ocurría en la conciencia mítica- entra en comparaciones con otras posibles “piedras angulares”: nada de eso tiene sentido en la conciencia no-dual, porque nada está separado de nada). Por la misma razón, caen los conceptos de “pueblo elegido” y “única religión verdadera”: porque cae el presupuesto (mítico y mental) en el que se apoyaba precisamente la misma comparación. Lo cual no significa olvidar la razón crítica, ni igualar todo en un irenismo amorfo, ni apostar por el relativismo… Nada de eso. Es algo radicalmente más profundo, nada menos que un “cambio de conciencia”: dejamos de ver las cosas desde la mente (y el yo: todas las religiones son religiones del yo) para empezar a percibirlas desde la Conciencia, que es no-separación. La mente sigue ocupando su lugar, continuamos apreciando las diferencias y discriminando lo que nos parece adecuado y lo que no… Pero todo ello lo hacemos ahora desde la “nueva conciencia” que ve en profundidad. Esta es la visión de la espiritualidad genuina: una espiritualidad que, reconociendo la riqueza de las religiones y de los textos sagrados de las diferentes tradiciones, las trasciende. Una espiritualidad, por tanto, transreligiosa y transconfesional. De ese modo, vamos abandonando la “estrechez” de la mente y nos podemos abrir a la Vida, a toda vida, reconociendo en ella a la Mismidad de Lo Que Es, que Jesús llamaba Abbá, y que las religiones han nombrado Dios. ****** Quiero terminar el comentario con una triple referencia. En primer lugar, trascribo un texto de Krishnamurti, que apunta en la dirección indicada. Después, remito a un enlace, en “dibujitos”, que me parece una preciosa metáfora de la Unidad que somos: la No-dualidad que abraza las diferencias… Y las “consecuencias” que derivan de verlo. Y, en tercer lugar, otro enlace del que hablaré luego. (1) CANTO A LA VIDA (Jiddu Krishnamurti) No tengo nombre, soy como la fresca brisa de los montes; no tengo asilo, soy como las aguas sin abrigo; no tengo santuario, como los dioses misteriosos, ni estoy en la sombra de los templos solemnes; no tengo sagradas escrituras, ni estoy sazonado en la tradición. No estoy en el incienso que sube a los altares, ni en la pompa de las grandes ceremonias; tampoco estoy en la dorada imagen, ni en el sonoro canto de una voz melodiosa. No estoy limitado por teorías, ni corrompido por creencias; no soy esclavo de las religiones, ni de la pía asistencia de sus sacerdotes; no soy engañado por filosofías, ni el poder de sus sectas me da nombre. No soy humilde ni conspicuo, ni apacible, ni violento; yo soy el Adorador y el Adorado, yo soy libre. Mi canción es la canción del río en su anhelo por los mares inmensos divagando, divagando. Yo soy la Vida… El mismo contexto que el domingo pasado. Recordad: purificación del templo, protesta airada de los sacerdotes… A lo que Jesús responde con tres parábolas muy parecidas en su significado último. Una la hemos leído el domingo pasado, “los dos hijos enviados a la viña”, otra la leeremos del domingo que viene y la que leemos hoy, tal vez la más provocadora. Al rechazo de los jefes religiosos responde Jesús, según Mateo, con suma crudeza.
Se narra ya en el evangelio de Marcos, del que parece que copian Mateo y Lucas con pequeñas variantes. Cuando se escriben estos evangelios, hacia los ochenta del siglo I, ya se había producido la destrucción de Jerusalén y la total separación de los cristianos de la religión judía. Era muy fácil anunciar todo lo que había sucedido ya. También se había producido e interpretado la muerte de Jesús, que es uno de los elementos sustanciales del relato. Estamos al final de la vida de Jesús y ya se ve claro el fracaso de su predicación ante la cerrazón de los dirigentes religiosos. A pesar de ello se mira al futuro (ya presente) y se da una salida airosa al mesianismo de Jesús. Eso sí, a costa del rechazo del pueblo de Israel. Esto no es probable que Jesús lo tuviera tan claro como los cristianos de la comunidad de Mateo. EXPLICACIÓN No se trata propiamente de una parábola, sino de una alegoría, donde, a cada elemento metafórico, corresponde un elemento real. El propietario es Dios. La viña es el pueblo elegido. Los labradores son los jefes religiosos. Los enviados una y otra vez, son los profetas. El hijo es el mismo Jesús. Los frutos que Dios espera son, para Isaías, derecho y justicia; para los primeros cristianos es el amor. El nuevo pueblo, donde los dirigentes tienen que entregar frutos, es la comunidad cristiana. El relato del evangelio es copia, casi literal, del texto de Isaías. Pero si nos fijamos bien, descubriremos matices que cambian sustancialmente el mensaje. En Isaías el protagonista es el pueblo (viña), que no ha respondido a las expectativas de Dios; en vez de dar uvas, dio agrazones. En Mateo los protagonistas son los jefes religiosos (viñadores), que quieren apropiarse de los frutos e incluso de la misma viña. No quieren reconocer los derechos del propietario. La crítica de la parábola de hoy está dirigida a los jefes religiosos. Como el domingo pasado, como el anterior, se nos habla de la viña. Era una de las imágenes más utilizadas en el AT para referirse al pueblo elegido. Seguramente, Jesús recordó muchas veces en su predicación, el canto de Isaías a la viña; sin embargo, no es probable que la relatara tal como la encontramos en los evangelios. No solo porque en él se da por supuesto la muerte de Jesús y el total rechazo del pueblo de Israel a la primera comunidad cristiana, sino también porque a ningún judío le podía pasar por la cabeza que Dios les rechazara para elegir a otro pueblo. Por lo tanto, está reflejando una reflexión de la primera comunidad cristiana muy posterior, cuando la ruptura entre la naciente Iglesia y la religión judía está consumada y la interpretación de la vida y muerte de Jesús había sido asimilada por la experiencia pascual. “Se os quitará la viña y se dará a otro pueblo que produzca sus frutos”. Una manera muy bíblica de justificar que los cristianos se consideraran ahora el pueblo elegido. Esto era inaceptable y un gran escándalo para los judíos que consideraban la Ley y el templo como la obra definitiva de Dios, y ellos, sus destinatarios exclusivos. El relato no sólo justifica la separación, sino que también advierte a las autoridades de la comunidad que pueden caer en la misma trampa y ser rechazada por no reconocer los derechos de Dios. Recordemos que entre la Torá (Ley) y el mensaje del Jesús, existe un peldaño intermedio que a veces olvidamos, y que seguramente hizo posible que la predicación de Jesús prendiera, al menos en unos pocos. Recordad las veces que se dice en el evangelio: “para que se cumplieran las escrituras”. Ese escalón intermedio fueron los profetas, que dieron chispazos increíbles en la dirección correcta; aunque no fueron escuchados. “La piedra desechada por los arquitectos es ahora la piedra angular”, da por supuesto la apreciación cristiana de la figura de Jesús. Jesús no pudo contemplar el rechazo del pueblo judío como la causa de su propia muerte. Jesús nunca pretendió crear una nueva religión, ni inventarse un nuevo Dios. Jesús fue un judío por los cuatro costados, y nunca dejó de serlo. Si su predicación dio lugar al nacimiento del cristianismo, fue muy a su pesar. El traspaso de la viña a otros sobrepasa con mucho el pensamiento bíblico. En el AT el pueblo de Israel es castigado, pero siempre permanece como pueblo elegido APLICACIÓN Tendremos verdadera dificultad en aplicarnos la parábola si partimos de la idea de que aquellos jefes religiosos eran malvados y tenían mala voluntad. Nada más lejos de la realidad. Su preocupación por el culto, por la Ley, por defender la institución, por el respeto a su Dios era sincera. Lo que les perdió fue la falta de autocrítica y confundir los derechos de Dios con sus propios intereses. De esta manera llegaron a identificar la voluntad de Dios con la suya propia y creerse dueños y señores del pueblo. Si la viña no es propiedad de los arrendatarios, tampoco pueden serlo los frutos. Los destinatarios de la parábola son los jefes religiosos. No se pone en duda que la viña de frutos. Se trata de criticar a los que se aprovechan indebidamente de los frutos que corresponden al Dueño. Claro que podemos y debemos hacer una crítica de nuestra religión. A Jesús le mataron por criticar su propia religión. Atacó radicalmente los dos pilares sobre los que se sustentaba: el culto del templo y la Ley. Tenemos que recordar a nuestros dirigentes, que no son dueños, sino administradores de la viña. La tentación de aprovechar la viña en beneficio propio es hoy la misma que en tiempo de Jesús, y no tenemos que escandalizarnos de que en ocasiones, nuestros jerarcas no respondan a lo que el evangelio exige. Por lo menos, los sumos sacerdotes y los fariseos se dieron cuenta de que iba por ellos. No estoy tan seguro de que hoy los dirigentes sean capaces de aplicarnos el cuento. La historia demuestra que es muy fácil caer en la trampa de identificar los intereses propios o de grupo, con la voluntad de Dios. Esta tentación es mayor, cuanto más religiosa sea la comunidad. Esa posibilidad no ha disminuido un ápice en nuestro tiempo. El primer paso para llegar a esta actitud es separar el interés de Dios del interés del hombre. El segundo es oponerlos. Dado este segundo paso ya tenemos todo preparado para machacar al hombre en nombre de Dios. Que es lo que hacían aquellos jefes religiosos. ¿Qué espera Dios de mí hoy? Naturalmente, es un modo de hablar, porque Dios no puede esperar nada de nosotros porque nada podemos darle. Él es el que se nos da totalmente y no podemos devolverle nada. Lo que Dios espera de nosotros no es para Él, sino para nosotros mismos. Lo que Dios quiere es que todas y cada una de sus criaturas alcance el máximo de sus posibilidades de ser. Como seres humanos que somos, tenemos que alcanzar nuestra plenitud precisamente por aquello que tenemos de específico, nuestra humanidad. Dios espera que seamos plenamente humanos. ¿Pero no somos ya seres humanos? No. Somos un proyecto, una posibilidad. Desde que nacemos tenemos que estar en constante evolución. Jesús, como ser humano, alcanzó esa plenitud y nos marcó el camino para que todos podamos llegar a ella. Según él, ser más humano es ser capaz de amar más. La preocupación por el otro (derecho, justicia) es el camino para alcanzar la meta. Si se adjudica la viña a otro pueblo, es para que produzca sus frutos. Es la conclusión general que podríamos sacar de todo el relato. Ahora bien, ¿de qué frutos nos habla el evangelio? Los fariseos eran los cumplidores estrictos de la Ley. El relato de Isaías nos dice: “esperó de ellos derecho y ahí tenéis asesinatos; esperó justicia y ahí tenéislamentos.” En cualquier texto de la Torá hubiera dicho: esperó sacrificios, esperó un culto digno, esperó oración, esperó ayuno, esperó el cumplimiento de la Ley. Pedir derecho y justicia es la prueba de que el bien del hombre es lo más importante. Jesús da un paso más. No habla ya de “derecho y justicia”, que ya era mucho, sino de amor, que es la norma suprema. La denuncia nos afecta a todos en la medida que todos tenemos algún grado de autoridad religiosa, y todos la utilizamos buscando muestro propio beneficio en lugar de buscar el bien de los demás. No solo el superior autoritario que abusa de sus súbditos como esclavos a su servicio, sino también la abuela que dice al niño: si no haces esto, o dejas de hacer aquello, Jesús no te quiere. Siempre que creamos tener algo de lo que los demás carecen, Dios espera que lo pongamos al servicio de todos. Siempre que utilizamos nuestra superioridad para aprovecharnos de los demás, estamos apropiándonos de los frutos que no son nuestros. El evangelio nos da la única alternativa posible al desastre de la historia: hacer del amor la piedra angular. Edificar sobre Cristo (amor) es la única salida para una humanidad que avanza a trancas y barrancas hacia su plenitud. Meditación-contemplación ¿Qué más cabía hacer por mi viña que yo no haya hecho? Si en nuestro interior descubrimos alguna queja contra Dios, no hemos entendido nada de lo que Dios es para nosotros y nuestra relación con Dios será inadecuada. …………………. El primer paso seguro hacia Dios es descubrir experimentalmente que Él ya ha dado todos los pasos hacia mí. Toda nuestra vida espiritual consiste en responder a ese don total. Cualquier otra actitud es engañosa. ……………. Para nosotros, Jesús es el ejemplo supremo. Su punto de partida fue descubrir que Dios era “abba”. Que quiere decir: padre, madre, hermano, origen, meta… Sentirnos fundamentados en Él será el salto definitivo. |
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