También hoy hemos saltado dos episodios en la lectura del evangelio: la transfiguración y la curación de un muchacho que los discípulos no pudieron curar. Pasamos al segundo anuncio de la Pasión. Tiene su lógica, porque el tema principal que leemos hoy es el mismo que leímos al final del domingo pasado y que no comentamos. Jesús atraviesa Galilea camino de Jerusalén, donde le espera la Cruz. El evangelio nos dice expresamente que quería pasar desapercibido, porque ahora está dedicado a la instrucción de sus discípulos. Esa nueva enseñanza tiene como centro la cruz. Trata de convencerles de que no ha venido a desplegar un mesianismo de poder sino de servicio a los demás, pero no lo consigue.
Este segundo anuncio de la pasión es prácticamente repetición del primero. No deja lugar a dudas sobre lo que Jesús quiere transmitir. Los discípulos siguen sin comprender, a pesar de que ya el domingo pasado nos decía que se lo explicaba “con toda claridad”. Si les daba miedo preguntar es porque algo intuían que no les gustaba. Esa indicación nos muestra que más que no comprender, es que no querían entender, porque la muerte ignominiosa de Jesús significaba el fin de sus pretensiones mesiánicas. Hasta que no llegue la experiencia pascual, seguirán sin entender la parte más original del mensaje. ¿De qué discutíais por el camino? Jesús quiere que saquen a la luz sus íntimos sentimientos, pero guardan silencio porque saben que no están de acuerdo con lo que Jesús viene enseñándoles. Entre ellos siguen en la dinámica de la búsqueda del dominio y del poder. Tenemos que recordar que en aquella cultura el rango de las personas se tomaba muy a pecho, y era la clave de todas las relaciones sociales. Quien quiera ser el primero que sea el último y el servidor de todos”. Exactamente el mismo mensaje del domingo pasado. Y lo encontraremos una vez más en el episodio de la madre de los Zebedeos, pidiendo a Jesús los primeros puestos para sus hijos. No nos pide Jesús que no pretendamos ser más, al contrario, nos anima a ser el primero, pero por un camino muy distinto al que nosotros nos apuntamos. Debemos aspirar a ser todos, no sólo “primeros”, sino “únicos”. En esa posibilidad estriba la grandeza del ser humano. Pero esa grandeza está en nuestro verdadero ser, no en añadidos que nos distingan de los demás. Dios no quiere que renunciemos a nada. A veces los cristianos hemos dado a los de fuera la impresión de que para ser Él grande, Dios nos quería empequeñecidos. Jesús dice: ¿Quieres ser el primero? Muy bien. ¡Ojalá todos estuvieran en esa dinámica! Pero no lo conseguirás machacando a los demás, sino poniéndote a su servicio. Cuanto más sirvas, más señor serás. Cuanto menos domines, mayor humanidad. La sabiduría me hará ver que el bien espiritual (el mío y el del otro) está por encima del material. Si me pongo en esta perspectiva nunca haré daño al otro buscando un interés egoísta a costa de los demás. Acercando a un niño lo puso en medio... El chiquillo abrazado por Jesús, está muy lejos de ser una estampa bucólica. No es fácil descubrir su sentido y la conexión con lo que antecede. Para ello es precisa alguna aclaración. En tiempos de Jesús, los niños no gozaban de ninguna consideración; eran simples instrumentos de los mayores que lo utilizaban como pequeños esclavos. Por otra parte, la palabra griega “paidion” que emplea el texto es un diminutivo de “país”, que ya significa niño y también criado y esclavo. En algún códice lo pone con artículo determinado, que indicaría “el chiquillo”, no uno cualquiera. Sería, el pequeño esclavo, el botones o chico de los recados. El último en la escala de mandados. Tampoco se trata de un niño pequeño digno de lástima sino de un muchacho que ya puede desenvolverse en la vida. En el contexto de la narración, sería el chico de los recados de la casa donde estaban o que el grupo tenía a su disposición. Aquí descubrimos la relación con el texto anterior. El niño estaría en la escala más baja de los que se dedican a servir. El que acoge a un niño como éste, me acoge a mí. No se trata de manifestar cariño o protección al débil sino de identificarse con él.Al abrazarle, Jesús está manifestando que él y el muchacho forman una unidad, y que si quieren estar cerca de él, tienen que identificarse con el insignificante muchacho de los recados, es decir hacerse servidor de todos. Uno de los significados del verbo griego es preferir. Sería: el que prefiere ser como este niño me prefiere a mí. El que no cuenta, el utilizado por todos, pero sirve a los demás, ese es el que ha entendido el mensaje de Jesús y le sigue de verdad. Y el que me acoge a mí, acoge al que me ha enviado. Este paso es muy importante: acoger a Jesús es acoger al Padre. Identificarse con Jesús es identificarse con Dios. La esencia del mensaje de Jesús consiste en esta identificación. Repito, el mensaje no consiste en que debemos acoger y proteger a los débiles. Se trata de identificarnos con el más pequeño de los esclavos que sirven sin que se lo reconozcan ni le paguen por ello. Esa actitud es la que mantiene Jesús, reflejando la actitud de Dios para con todos. Después de dos mil años seguimos sin enterarnos. Y además, como los discípulos, preferimos que no nos aclaren las cosas; porque intuimos que no iban a responder a nuestras expectativas. Ni como individuos ni como grupo (comunidad o Iglesia) hemos aceptado el mensaje del evangelio. La mayoría de nosotros seguimos luchando por el poder que nos permita utilizar a los demás en beneficio propio. Siguen siendo inmensa minoría los que ponen su vida al servicio de los demás y les ayudan a vivir sin esperar nada a cambio. Hay dos maneras de servir: una es la del que voluntariamente se somete al poderoso para conseguir su favor y aprovechar de alguna manera su poderío. Esto no es servicio sino servidumbre, y lejos de hacer más humana a una persona la envilece. Esta actitud es muy criticada por Jesús. En torno a todo poder despótico pulula siempre una banda de aduladores que hacen posible el despotismo. La diaconía que se desarrolló en la primitiva Iglesia, significaba, en su acepción civil, “servir a la mesa”. En cristiano indicaba el servicio a los más necesitados, por lo que no tenían obligación de hacerlo. Este servicio es el que humaniza. Si es la esencia del mensaje. ¿Por qué ha fracasado estrepitosamente? El domingo dijimos que no podía conocer a Jesús si no me conocía a mí mismo. Dando un paso más, decimos hoy que sin ese conocimiento, es imposible llegar a ser auténtico cristiano. Ahora bien, como llegar a conocerse a sí mismo es muy difícil, la iglesia trató de racionalizar el mensaje con razones externas. Resumiendo mucho, tal vez demasiado, podíamos resumirlo en dos: 1ª Es la voluntad de Dios. 2º Si lo cumples, Dios te premiará, si no lo cumples, te castigará. A la 1ª hay que decir: esa pretensión es tan etérea y difusa que con la mayor facilidad se puede tergiversar y deteriorar sin que tengamos posibilidad de advertirlo. Por otra parte, ¿Quién me asegura que esas exigencias son la voluntad de Dios? La 2ª es aún más burda. Bastaría caer en la cuenta de que es la misma técnica que utilizamos los seres humanos para domesticar a los animales: palo y zanahoria. ¿Cómo hemos podido llegar a pensar que Dios nos tiene que tratar como animales para que alcancemos nuestra meta? Hoy hemos superado la idea de un Dios antropomórfico con cualidades humanas y motivaciones exactamente iguales a las nuestras. Como no nos han conducido por el camino del conocimiento de nosotros mismos y el Dios que nos habían propuesto es absurdo, los cristianos nos hemos quedado con el “culo al aire”. Ni somos capaces de descubrir las exigencias del evangelio en lo hondo de nuestro propio ser, ni encontramos razones externas suficientes para que nos motiven. Hemos quedado en la inopia. El que quiera ser primero que sea el último. Debemos estar muy atentos a esta lección. En la medida que sirva a los demás sin esperar nada a cambio, en esa medida me estaré acercando al ideal cristiano. ................ Aunque sea muy frecuente entre nosotros, el confiar en las obras para esperar una gloria mayor, no deja de ser una visión raquítica de Dios y una visión raquítica del ser humano. ............ Si me doy a los demás hasta consumirme, ¿Dónde colocaré los adornos (la gloria) que pretendo alcanzar? Si estoy pensando en mí mismo, cuando me doy al otro, ¿Qué clase de entrega estoy llevando a cabo?
0 Comentarios
Marcos (imitado más tarde por Mateo y Lucas) estructura la segunda parte de su evangelio a partir de un triple anuncio de Jesús de su muerte y resurrección; y a los tres anuncios siguen tres relatos que ponen de relieve la incomprensión de los discípulos. El domingo pasado leímos el primer anuncio y la reacción de Pedro, que rechaza la idea del sufrimiento y la muerte. Hoy leemos el segundo anuncio, seguido de la incomprensión de todos.
Segundo anuncio de la pasión y resurrección Mientras recorren Galilea, como una enseñanza que no se da en un momento preciso ni está motivada por especiales circunstancias, Jesús repite el núcleo de lo dicho anteriormente. En comparación con el primer anuncio, esta vez no concreta quiénes serán los adversarios; en vez de sumos sacerdotes, escribas y senadores habla simplemente de “los hombres”. Todo se centra en el binomio muerte-resurrección. Segunda muestra de incomprensión Al primer anuncio, Pedro reaccionó reprendiendo a Jesús, y se ganó una dura reprimenda. No es raro que ahora todo callen, aunque siguen sin entender a Jesús: «ellos no entendían lo que les decían y temían preguntarle» (Mc 9,32). La prueba más clara de que no han entendido nada es que en el camino hacia Cafarnaúm se dedican a discutir quién es el más importante. Mejor dicho, han entendido algo. Porque, cuando Jesús les pregunta de qué hablaban por el camino, se callan por vergüenza a reconocer que el tema de su conversación está en contra de lo que Jesús acaba de decirles sobre su muerte y resurrección. ¿Discípulos de Jesús o discípulos de Qumrán? Para comprender la discusión de los discípulos y el carácter revolucionario de la postura de Jesús es interesante recordar la práctica de Qumrán. En aquella comunidad se prescribe lo siguiente: «Los sacerdotes marcharán los primeros conforme al orden de su llamada. Después de ellos seguirán los levitas y el pueblo entero marchará en tercer lugar (...) Que todo israelita conozca su puesto de servicio en la comunidad de Dios, conforme al plan eterno. Que nadie baje del lugar que ocupa, ni tampoco se eleve sobre el puesto que le corresponde» (Regla de la Congregación II, 19-23). Este carácter jerarquizado de Qumrán se advierte en otro pasaje a propósito de las reuniones: «Estando ya todos en su sitio, que se sienten primero los sacerdotes, en segundo lugar los ancianos, en tercer lugar el resto del pueblo. Cada uno en su sitio» (VI, 8-9). La enseñanza de Jesús, revolucionaria con respecto a Qumrán, dice: El que quiera ser primero debe ponerse el último y servir a todos. El evangelio de Juan visualiza esta idea poniendo a Jesús como modelo al lavar los pies a los discípulos. Una acción simbólica nada romántica La discusión sobre el más importante supone, en el fondo, un desprecio al menos importante. Jesús va a dar una nueva lección a sus discípulos, pero no solo con palabras, sino con un gesto simbólico, al estilo de los antiguos profetas: toma a un niño, y lo estrecha entre sus brazos. Alguno podría interpretar esto como un gesto romántico, pero las palabras que pronuncia Jesús van en una línea muy distinta: “El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, no me recibe a mí sino a Aquel que me ha enviado”. Jesús no anima a ser cariñosos con los niños, sino a recibirlos en su nombre, a acogerlos en la comunidad cristiana. Y esto es tan revolucionario como lo anterior sobre grandeza y servicio. El grupo religioso más estimado en Israel, que curiosamente no aparece en los evangelios, era el de los esenios. Pero no admitían a los niños. Filón de Alejandría, en su Apología de los hebreos, dice que «entre los esenios no hay niños, ni adolescentes, ni jóvenes, porque el carácter de esta edad es inconsistente e inclinado a las novedades a causa de su falta de madurez. Hay, por el contrario, hombres maduros, cercanos ya a la vejez, no dominados ya por los cambios del cuerpo ni arrastrados por las pasiones, más bien en plena posesión de la verdadera y única libertad». El rabí Dosa ben Arkinos tampoco mostraba gran estima de los niños: «El sueño de la mañana, el vino del mediodía, la charla con los niños y el demorarse en los lugares donde se reúne el vulgo sacan al hombre del mundo» (Abot, 3,14). En cambio, Jesús dice que quien los acoge en su nombre lo acoge a él, y, a través de él, al Padre. No se puede decir algo más grande de los niños. En ningún otro sitio del evangelio dice Jesús que quien acoge a una persona importante lo acoge a él. Es posible que este episodio, además de servir de ejemplo a los discípulos, intentase justificar la presencia de los niños en las asambleas cristianas. [El tema de Jesús y los niños vuelve a salir más adelante en el evangelio de Marcos, cuando los bendice y los propone como modelos para entrar en el reino de Dios. Ese pasaje, por desgracia, no se lee en la liturgia dominical.] Nota sobre la primera lectura El libro de la Sabiduría es casi contemporáneo del Nuevo Testamento (entre el siglo I a.C. y el I d.C.). Al estar escrito en griego, los judíos no lo consideraron inspirado, y tampoco Lutero y las iglesias que sólo admiten el canon breve. El capítulo segundo refleja la lucha de los judíos apóstatas contra los que desean ser fieles a Dios. De ese magnífico texto se han elegido unos pocos versículos para relacionarlos con el anuncio que hace Jesús de su pasión y resurrección. En el evangelio de Marcos se subraya el contraste entre la actitud de Jesús, caracterizada por la “entrega”, y la de los discípulos, marcada por la ambición.
Es precisamente esa postura diametralmente opuesta la que explica por qué “no entendían nada y les daba miedo preguntarle”. No vemos las cosas como son; vemos las cosas como somos. Es sabido que son nuestros “intereses” los que explican, tanto la incapacidad para ver las cosas de otra manera, como los miedos que nos paralizan. Son los intereses que nacen de nuestra identificación con el ego: al pensar que somos él, no podemos sino vivir para él. Esto es lo que las tradiciones sapienciales han llamado “ignorancia”, que explica aquellos comportamientos que nos hacen daño o provocan dolor a otros. Todo ello es consecuencia de aquella ignorancia básica, que nos impide “ver” o entender cómo es la realidad, y que nos mantiene sumergidos en el miedo. Los “intereses” del ego, que condicionarán irremediablemente nuestra existencia mientras perdure nuestra identificación con él, son mecanismos defensivos, a través de los cuales, el propio yo busca consolidarse, persiguiendo una seguridad que siente como imprescindible, pero que, paradójicamente, no se halla nunca a su alcance. Una vez que la mente etiqueta lo que percibe y siente como “favorable” o como “desagradable”, se instaura en la persona una dinámica regida por la “ley del apego y de la aversión”. Tanto al aferrarse a algo como al rechazarlo, el yo no hace otra cosa sino perseguir sus propios “intereses”. Cualesquiera que sean mis creencias, mientras dure la identificación con el yo –la creencia de que el yo es mi identidad-, mis intereses no podrán ser sino egocentrados, girando permanentemente en torno al propio ego. Más aún, mientras permanezca en la identificación, la persona no podrá advertir que la frustración radica en el error de origen: haber confundido la propia identidad con el yo para el que se vive. Esa ignorancia radical la mantiene en un callejón sin salida: no puede dejar de vivir para el yo, pero a cada paso percibe la inutilidad e incluso vacuidad de su intento, al comprobar la impermanencia de todo aquello a lo que se aferra y la inevitable decepción, que puede llevarla a lamentarse, como hace el Qohéleth, en el libro del Eclesiastés: “Vanidad de vanidades, todo es vanidad. ¿Qué provecho tiene el hombre de todo su trabajo con que se afana debajo del sol?... Sale el sol, y se pone el sol, y se apresura a volver al lugar de donde se levanta… Todas las cosas son fatigosas más de lo que el hombre puede expresar; nunca se sacia el ojo de ver, ni el oído de oír. ¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará; y nada hay nuevo debajo del sol” (Ecl 1,2-9). En cualquier caso, bienvenida la frustración, la decepción o la crisis si cumplen el papel de ayudarnos a “despertar” y salir de aquella ignorancia de base, que confunde toda nuestra percepción y alimenta nuestros miedos. Solo la nueva comprensión de quienes somos hará posible que podamos liberarnos de la esclavitud de los “intereses” del yo que antes nos dominaban. Nos hemos saltado la segunda multiplicación de los panes y la curación del ciego de Betsaida. El relato presenta a Jesús en la región de Cesarea de Filipo, que está río Jordán arriba, en las estribaciones del monte Hermón, donde nace. Este episodio marca un antes y un después en el evangelio de Mc. Por una parte, Jesús comienza a proclamar un nuevo mensaje, el de la cruz. En esta enseñanza Jesús va a traspasar el límite de lo comprensible. Comienza también el “camino” hacia Jerusalén donde se consumará su obra.
Seguramente no es un relato histórico. No puedo imaginarme a Jesús preocupándose de lo que pensaban de él los demás. Toda su vida la empleó en descubrir su verdadera identidad; no es verosímil que esperase de los seguidores un conocimiento de su persona y menos aún un reconocimiento de lo que era. Sabía de sobra que no habían entendido nada. La doble pregunta de Jesús parece suponer que esperaba una respuesta distinta. La realidad es que, a pesar de la rotunda respuesta de Pedro: “tú eres el Mesías”, la manera de entender ese mesianismo, estaba lejos de la verdadera comprensión de Jesús. Pedro, como se manifestará más adelante, sigue en la dinámica de un Mesías terreno y glorioso. Para él es incomprensible un Mesías vencido y humillado hasta la aparente aniquilación total. A penas tres versículos después, Pedro increpa a Jesús por hablarles de la cruz. El Hijo de hombre tiene que padecer mucho. “Hijo de hombre” significa, perteneciente a la raza humana, pero en plenitud. Por cierto, “este hombre” es el único titulo que se atribuye Jesús a sí mismo. “Tiene que” no alude a una necesidad metafísica o a una voluntad de Dios externa, sino a la exigencia del verdadero ser del hombre. “Padecer mucho” hace referencia no solo a la intensidad del dolor en un momento determinado (su muerte), sino a la multitud de sufrimientos que se van a extender durante el tiempo que le queda de vida. Jesús proclama, con toda claridad, cual es el sentido de su misión como ser humano. Diametralmente opuesta a la que esperaban los judíos y la que también esperaban los discípulos de un Mesías. Nada de poder y dominio sobre los enemigos, sino todo los contrario, dejarse matar, antes de hacer daño a nadie. Pedro se ve obligado a decirle a Jesús lo que tiene que hacer, porque su postura equivocada le hace pensar que ni Dios puede estar de acuerdo con lo que acaba de proponer Jesús como itinerario de salvación. Como Pedro habla en nombre de los apóstoles, Jesús responde de cara a los discípulos, para que todos se den por enterados del tremendo error que supone no aceptar el mesianismo de la entrega al servicio de los demás y de la cruz. Ese mensaje es irrenunciable. Pedro le propone exactamente lo mismo que le propuso Satanás en el desierto: el mesianismo del triunfo y del poder, por eso le llama Satanás. Claro que esa manera de pensar es la más humana que podríamos imaginar, pero no es la manera de pensar de Dios. Lo que acaba de decir de sí mismo, lo explica ahora a la gente. “Si uno quiere venirse conmigo, que se niegue a sí mismo…” No es fácil aquilatar el verdadero significado de esta frase; sobre todo si tenemos en cuenta que el texto no dice negar, sino renegar de sí mismo. Aquí el ‘sí mismo’ hace referencia a nuestro falso yo, lo que creemos ser. El desapego del falso yo es imprescindible para poder entrar por el camino que Jesús propone. “El que quiera salvar su vida la perderá…” No está claro el sentido de ‘psykhe’: no puede significar vida biológica, porque diría ‘bios’; tampoco significa alma porque los judíos no tenían el concepto de alma, propio de los griegos. No se trata de elegir entre dos vidas, sino buscar la plenitud de la vida en su totalidad. El que no es capaz de superar el yo y no dejar de preocuparse de su individualidad, malogra toda su existencia; pero el que superando el egoísmo, descubre su verdadero ser y actúa en consecuencia, dándose a los demás, dará pleno sentido a toda la vida y alcanzará su verdadera plenitud humana. La inmensa mayoría de los cristianos seguimos en la postura de Pedro. La esencia del mensaje de Jesús sigue sin ser aceptada porque nos empeñamos en comprenderlo desde nuestra raquítica racionalidad. Ni el ADN ni los sentidos ni la razón podrán comprender nunca que el fin del individuo sea el fracaso absoluto. Por eso hemos hecho verdaderas filigranas intelectuales para terminar tergiversando el evangelio. Si creemos que lo importante es lo sensible, lo material, lo que me da seguridades egoístas, lo defenderemos con uñas y dientes y no dejaremos que lo que vale de veras cobre su importancia. ¿Quién es Jesús? La respuesta no puede ser la conclusión de un razonamiento discursivo. No servirán de nada ni filosofías ni sicologías ni teologías. Los análisis externos de lo que hizo y dijo no nos lleva a ninguna parte, porque no son comprensibles. Solo una vivencia interior que te haga descubrir dentro de ti lo que vivió Jesús, podrá llevarte al conocimiento de su persona. Jesús desplegó todas las posibilidades de ser que el hombre tiene. La clave de todo el mensaje de Jesús es esta: dejarse machacar es más humano que hacer daño a alguien; morir a manos de otro es más humano que matarle. Debemos seguir preguntándonos quién es Jesús. Pero lo que nos debe interesar es un Jesús que encarna el ideal del ser humano querido por Dios, que nos puede descubrir quién es Dios y quien es el hombre. La pregunta que debo contestar es: ¿Qué significa, para mí, Jesús? Pero tendremos que dejar muy claro, que no se puede responder a esa pregunta si no nos preguntamos a la vez ¿Quién soy yo? Porque no se trata del conocimiento externo de una persona: Cuándo y cómo vivió, quienes son sus padres, en qué cultura se desarrolló, cuál era su entorno social y religioso. Ni siquiera se trata de conocer y aceptar su doctrina. Se trata de algo más profundo y vital: responder a la pregunta, con mi propia vida. Dios no puede querer ninguna clase de sufrimiento. Dios quiere siempre el bien total del hombre. El hombre, como fruto de una larga evolución, es un ser complicado. La razón, recién llegada, se sustenta sobre una estructura biológica, fruto de 3.800 años de evolución. La razón no puede funcionar sin apoyarse en lo biológico, pero puede ir más allá de sus planteamientos. Aquí está el verdadero conflicto. Hay dos mecanismos que la han hecho posible el desarrollo biológico: Todo aquello que favorece la vida biológica y la seguridad del ser vivo, le produce placer el individuo lo buscará con ahínco. Todo aquello que deteriora su estructura física, le producirá dolor y el individuo huirá de ello por todos los medios. Pero el hombre no puede tener como principal objetivo la seguridad biológica, sino lo específicamente humano. La razón puede dejarse llevar de las exigencias biológicas y ponerse a su servicio; puede utilizar toda su capacidad para buscar el placer o para huir del dolor. Pero el hombre, desde su vivencia interior, puede descubrir que su meta no es el gozo inmediato, sino alcanzar la plenitud humana, que le llevará más allá de lo que le ofrecen los sentidos y apetitos. Si la mente no cede a las exigencias de la parte inferior, y pretende imponer su criterio de buscar el bien superior, la biología reaccionará produciendo dolor. Este dolor es el que Jesús propone como inevitable para alcanzar la plenitud. La cruz, como símbolo de la entrega total, es la meta de la vida humana. La hora de la plenitud de Jesús fue la hora de la muerte en la cruz. Ahí consumó su carrera. Se identificó con Dios que es don total. Ya no necesita más glorificaciones ni exaltaciones; entre otras razones, porque no hay después, sino un eterno ser en Dios. Jesús vivió y predicó que lo específicamente humano, es consumirse en la entrega al bien del hombre concreto. El evangelio de Marcos se divide en dos grandes partes, divididas por el pasaje que hoy leemos. Hasta este momento se ha ido planteando el enigma de quién es Jesús, y ahora es él quien plantea la pregunta a sus discípulos: ¿quién dice la gente que soy yo?
Lo que piensa la gente Para la gente, Jesús no es un personaje real, sino un muerto que ha vuelto a la vida, se trate de Juan Bautista, Elías, o de otro profeta. De estas opiniones, la más "teológica" y con mayor fundamento sería la de Elías, ya que se esperaba su vuelta, de acuerdo con Mal 3,23: "Yo os enviaré al profeta Elías antes de que llegue el día del Señor, grande y terrible; reconciliará a padres con hijos, a hijos con padres, y así no vendré yo a exterminar la tierra". En cualquier caso, resulta interesante que el pueblo vea a Jesús en la línea de los antiguos profetas, en lo que pueden influir muchos aspectos: su poder (como en los casos de Moisés, Elías y Eliseo), su actuación pública, muy crítica con la institución oficial, su lenguaje claro y directo, su lugar de actuación, no limitado al estrecho espacio del culto. Lo que piensa Pedro Jesús quiere saber si sus discípulos comparten esta mentalidad o tienen una idea distinta: “Y vosotros, ¿quién decís que soy?” Es una pena que Pedro se lance inmediatamente a dar la respuesta, porque habría sido interesantísimo conocer las opiniones de los demás. Según Mc, la respuesta de Pedro se limita a las palabras “Tú eres el Mesías”. ¿Qué significaba este título? En el Antiguo Testamento se refiere generalmente al rey de Israel; un personaje que se concebía elegido por Dios, adoptado por él como hijo, pero normal y corriente, capaz de los mayores crímenes. Pero la monarquía desapareció en el siglo VI a.C., y los grupos que esperaban la restauración de la dinastía de David fueron atribuyendo al mesías esperado cualidades cada vez más maravillosas. Los Salmos de Salomón, oraciones de origen fariseo compuestas en el siglo I a.C., describen detenidamente el papel del Mesías: librará a Judá del yugo de los romanos, eliminará a los judíos corruptos que los apoyan, purificará Jerusalén de toda práctica idolátrica, gobernará con justicia y rectitud y su dominio se extenderá incluso a todas las naciones. Es un rey ideal, y por eso el autor del Salmo 17 termina diciendo: «Felices los que nazcan en aquellos días». Si imaginamos al grupo de Jesús, que vive de limosna, peregrina de un sitio para otro sin un lugar donde reclinar la cabeza, en continuo conflicto con las autoridades religiosas, decir que Jesús es el Mesías implica mucha fe en el personaje o una auténtica locura. Lo que piensa Jesús de sí mismo En contra de lo que cabría esperar, Jesús prohíbe terminantemente decir eso a nadie. Y en vez de referirse a sí mismo con el título de Mesías usa uno distinto: “Hijo del Hombre”, que parece inspirado en Ezequiel (a quien Dios siempre llama “Hijo de Adán”) y en Daniel. Lo importante no es el origen del título, sino cómo lo interpreta Jesús: el destino del Hijo del Hombre es padecer mucho, ser rechazado por las autoridades políticas, religiosas e intelectuales, sufrir la muerte y resucitar. En una concepción popular del Mesías, como la que podían tener Pedro y los otros, esto es inaudito. Sin embargo, la idea de un personaje que salva a su pueblo y triunfa a través del sufrimiento y la muerte no es desconocida al pueblo de Israel. Un profeta anónimo la encarnó en el personaje del Siervo de Yahvé (Isaías 53). Conflicto entre Pedro y Jesús Igual que el poema del libro de Isaías, Jesús termina hablando de resurrección. Pero Pedro se queda en el sufrimiento, se lleva a Jesús aparte y le increpa, sin que Mc concrete las palabras que dijo. Jesús reacciona con enorme dureza. Pedro lo ha tomado aparte, pero él se vuelve hacia los discípulos porque quiere que todos se enteren de lo que va a decirle: «¡Retírate, Satanás! ¡Piensas al modo humano, no según Dios!» La mención de Satanás recuerda lo ocurrido después del bautismo, cuando Satanás somete a Jesús a las tentaciones. El puesto del demonio lo ocupa ahora Pedro, el discípulo que más quiere a Jesús, el que más confía en él, el más entusiasmado con su persona y su mensaje. Jesús, que no ha visto un peligro en las tentaciones de Satanás, si ve aquí un grave peligro para él. Por eso, su reacción no es serena, sino llena de violencia. Enseñanza para todos De repente, el auditorio se amplía, y a los discípulos se añade la multitud. Las palabras que Jesús (“el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvara”) parten de una idea conocida en el AT: la elección entre la vida y la muerte. Pero con una notable diferencia: elegir la vida equivale aquí a seguir a Jesús, eligiendo con ello negarse a sí mismo, cargar la cruz y morir. Cuando el discípulo acepta el destino del Siervo de Dios, el destino de Jesús, termina consiguiendo el triunfo, la vida verdadera. Nos encontramos ante un texto que el evangelista consideró decisivo ya que lo sitúa como el eje central de su relato, que queda dividido por el mismo en dos partes.
Por un lado, constituye la proclamación de Jesús como “Mesías” por parte de los discípulos, personificados en Pedro. Hay que recordar que ese mismo título es el que abre todo el evangelio, que comienza justamente con estas palabras: “Comienzo del evangelio de Jesús, el Mesías” (Mc 1,1). Por otro lado, es el momento decisivo en que se clarifica completamente el sentido del mesianismo de Jesús: no va a ser el Mesías esperado que habría de venir con poder para someter a los enemigos del pueblo, sino el Siervo que se entrega hasta el final por amor. La vida de Jesús puede sintetizarse, adecuadamente, en esa palabra: entrega. Desde su mensaje acerca de Dios hasta su práctica cotidiana entre la gente, todo se resume ahí: es el hombre entregado –desegocentrado-, que vive desde la más exquisita desapropiación y en la más gratuita compasión. Desapropiado de sí, desidentificado del yo, reconoce a Dios como su identidad más profunda (“El Padre y yo somos uno”) y así lo presenta: como Gracia y Compasión. A partir de ahí, se siente siempre a salvo (“Yo soy la vida”) y se vive como cauce a favor de los demás (“He venido para que tengan vida, y vida en plenitud”). Es, por tanto, su propia vivencia la que ofrece en forma de enseñanza a sus discípulos, después de que hace ver a Pedro lo equivocado de su percepción. Salvar el yo es perder la vida. La vida es entrega porque es gratuidad y plenitud. Quien se ancla en ella porque la reconoce como su verdadera identidad, no puede sino “volcarse” hacia fuera, es decir, entregarse. Eso es “salvar la vida”. Por el contrario, cada vez que nos reducimos al yo, bloqueamos el fluir de la vida, y apenas sobrevivimos en la superficie de lo impermanente. Durante toda nuestra existencia, la vida seguirá siendo maestra. Una y otra vez se nos presentarán situaciones –oportunidades- para seguir aprendiendo la enseñanza más importante, aquella que responde adecuadamente a nuestro anhelo: quiénes somos en profundidad. Por decirlo brevemente: la vida no tiene otro interés sino el de que la reconozcamos como nuestra verdadera identidad. Una relación conflictiva y superadora
En la cultura y espiritualidad cristina domina, en general, el monolitismo referente a la familia. Se habla de la “familia cristiana” como institución unívoca que prolonga la familia modélica de Jesús. Pero, a la luz de los evangelios, ¿fue tan modélica la familia de Jesús? 1. El conflicto en la familia de Jesús Entre la extrañeza por las obras que hace y el poco aprecio de sus paisanos por la humildad de su origen, los tres evangelios sinópticos dejan constancia de la familia nuclear de Jesús: “¿No es este el carpintero [Mt 13,55 dice “el hijo del carpintero, y Lc 4, 22, del “hijo de José”], el hijo de María y hermano de Santiago y José, de Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanas con nosotros”, Mc 6,3?[1] Como atestigua Lucas en el libro de los Hechos 1, 14, parte de esta familia se encuentra en la naciente Iglesia después de la pascua. Santiago, a quien se conoce como “hermano del Señor” (Gal 1,9), presidió la Iglesia madre de Jerusalén (Hch 15,13), y, junto a Pedro y Juan, “dio la mano” a Pablo y Bernabé cuando tuvieron que acudir a Jerusalén para dar cuenta de su predicación entre los gentiles (Gal 2,9). Este dato se mantiene también durante el s. II en la tradición extracanónica[2]. Pero, contrariamente a esta aparente “armonía familiar”, los evangelios sinópticos, más pegados al tiempo real de Jesús, dan algunas noticias sobre el comportamiento de la familia de Jesús antes de la pascua. Y no son precisamente apologéticas. Reflejan grandes tensiones entre Jesús y sus familiares. Una relación nada armónica que va desde el escepticismo que refleja el evangelio de Juan (“es que ni siquiera sus hermanos creían en él”, Jn 7,5) hasta el conflicto, como veremos a continuación. El modo extraño de comportarse Jesús acaba rompiendo la armonía de la familia que llega a pensar que padece “trastorno mental”. Y, para salvar ante el pueblo su reputación, la familia se siente en la obligación de recluirlo. La escena que cuenta Marcos Mc 3, 21-31, seguido de Mateo y de Lucas, es paradigmática. Jesús está en casa de Pedro y una multitud, descontenta con el sistema (“no podían ni comer”) se apiña a su entorno. Pero “al enterarse los suyos se pusieron en camino para echarle mano, pues decían que había perdido el juicio… Llegó su madre con sus hermanos y, quedándose fuera, lo mandaron llamar”. La fama de la familia, en especial de María, su madre, está en entredicho. “El hijo sensato, como rezaba el refrán popular, es alegría del padre, pero el hijo necio es pena para la madre” (Prov 10,1). En una sociedad agraria como aquella, el reconocimiento de la madre está en el número y valía de hijos varones; pero el fracaso de estos acarrea también el fracaso de la madre. Por esta razón han venido su madre y sus hermanos para retornarlo a la cordura familiar. Entre la multitud, sentada en semicírculos a los pies de Jesús, alguien le pasa el aviso: “Tu madre y tus hermanos te buscan ahí fuera”. Ni siquiera entran para no hacerse cómplices de sus extravíos. Sin inmutarse, Jesús reacciona con una pregunta: “¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?” A nadie, y menos a su madre, le podía dejar buen estómago esta respuesta. Si no fuera por la aclaración que, después de observar la reacción del auditorio, él mismo hace, cabría pensar en una grave desconsideración con su familia y hasta de una humillación pública de su madre. Pero no parece ser esa la intención de Jesús. En su respuesta deja claro que lo que más profundamente vincula a los seres humanos no es el origen, sino la participación en el mismo proyecto. “Mi madre y mis hermanos, dice, son quienes se ponen en camino para hacer lo que Dios anhela”. La participación en el Reino de Dios, viene a decir, no se funda tanto en la sangre o la carne, representada allí por su madre, cuanto en el proyecto de fraternidad que constituye a la gente por igual en hermanos y hermanas. Reforzando esta escena emblemática de la casa de Pedro —pero ahora sin la presencia de los familiares directos— está esta otra que narra exclusivamente Lucas en 11, 27-28. Para todo el mundo es notorio que el establishment judío no soporta de buen grado la transformación física y mental de la gente que sigue y oye los discursos de Jesús. El poder oficial le acusa de magia por la terapia que practica y le exige señales del cielo para acreditar el origen divino de sus poderes. En estas, una mujer que lo viene siguiendo y conoce perfectamente el bienestar y la esperanza que infunde en las masas, grita mirando a Jesús y contra la ceguera de los dirigentes: “dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron”. Jesús no la desmiente, pero aclara en seguida que la dicha, aun de esa madre afortunada, no está tanto en la vinculación natural con él, sino en la fidelidad de ambos al proyecto global de Dios: “Dichosos, mejor, los que escuchan el mensaje de Dios y lo cumplen”. Mantener estos datos conflictivos, contra la poderosísima tendencia de esa primera época cristiana a convertir a Jesús en leyenda y objeto de culto es, a juicio de Gerd Theissen, profesor de Nuevo testamento en Heidelberg, un buen indicio de su historicidad[3]. 2. Apuntando directamente a las causas El extraño comportamiento de Jesús con su madre y sus hermanos apunta directamente a las causas: su modelo de familia, como luego veremos, no coincide con el que ellos representan. El de Jesús es justamente la alternativa a la familia patriarcal. Frente a la dependencia y sumisión de la primera, Jesús apuesta abiertamente por la autonomía y la igualdad en las funciones y en los sexos. Veamos algunos ejemplos paradigmáticos: . El referente a la paz y la espada, en Lc 12 51-53: “¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? Os digo que paz no, sino división. Porque, de ahora en adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; se dividirá padre contra hijo e hijo contra padre, madre contra hija e hija contra madre, la suegra contra su nuera y la nuera contra la suegra”. La decisión a favor o en contra de Jesús está causando, en las comunidades de Lucas, una división profunda en el seno de las familias. No hay paz, sino guerra porque, en el fondo, se están enfrentando dos proyectos alternativos, el de la verticalidad patriarcal y el de horizontalidad del proyecto de Jesús. Y todo esto se manifiesta tanto en el conflicto generacional que enfrenta a los hijos con los padres como en el conflicto de género que rompe la dependencia de las mujeres frente a los varones.[4] . Odiar a la propia familia (Lc 14, 26). La expresión, para nuestra sensibilidad, resulta hiriente. No nos está permitido odiar a nadie y menos a la propia familia. Tampoco, así como suena, encaja bien en el pensamiento real de Jesús. Este aparece más certeramente expresado en este dicho a propósito de los enemigos: “Os han enseñado que se mandó: amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos” (Mt 5, 43). Los paralelismos con otros lugares del Antiguo y Nuevo Testamento han inclinado a los exégetas a traducir el verbo griego “miseo” (odiar) por “amar menos” o “amar más” (como en Mt 10,37). Las nuevas Biblias castellanas[5] entienden adecuadamente la opción alternativa por el seguimiento de Jesús al traducir este semitismo por “preferir”: ”Si uno quiere ser de los míos y no me prefiere a su padre y a su madre…”. Superado este semitismo, estamos, como en el dicho anterior sobre la paz y la espada, ante la doble ruptura generacional y de género. Ante el peligro de convertir la familia en gueto privilegiado y clasista, excluyente de los extraños y frecuente foco de egoísmo colectivo y posesivo, Jesús ofrece un proyecto de familia abierta, levantada sobre la gratuidad y la universalidad[6]. . El divorcio o la igualdad del hombre y la mujer (Mc 10, 11; Mt 19, 8; Lc 16,18). Los tres evangelios sinópticos reflejan este dicho de Jesús. Pero, mientras Marcos lo acomoda a la mentalidad grecorromana, más liberal, Lucas se mantiene más pegado a la tradición androcéntrica judía: “Todo el que repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio; y el que se casa con una repudiada comete adulterio”. Como afirma Dominic Crossan[7], Jesús no se opone directamente al divorcio, sino a la legislación judía que lo convierte en privilegio exclusivo del varón. En este contexto jurídico, contra el que Jesús reacciona, se rompe el proyecto ideal del Génesis 2, 24 que apunta a la constitución, desde el amor, de un solo ser sin sometimientos ni dominios en la pareja. La ley judía está siendo injusta porque deshumaniza a la mujer y a toda la familia sometiéndolos al capricho y dominio del patriarca. El conflicto, una vez más, surge entre la igualdad que propugna el Reino y el sometimiento que vige en la familia patriarcal, reflejo, a su vez, del dominio de la clase dominante sobre el pueblo. 3. La alternativa de Jesús o la familia Dei El tipo de familia que propone Jesús es en definitiva una respuesta crítica y, a la vez, una propuesta alternativa al modelo patriarcal vigente. Surge como reacción espontánea a la provocación ética que está generando la realidad sociopolítica y religiosa de la Galilea de su tiempo. Una realidad impuesta desde el poder que está dejando fuera de las instituciones oficiales a mucha gente. No podía ser nunca bueno un sistema que ignora y excluye a la mayoría social. Y la familia androcéntrica y patriarcal, que reproduce en el espacio doméstico este mismo desajuste social, es, por este motivo, rechazable. La alternativa de Jesús apuesta por una forma de articulación social que, invirtiendo el (des)orden establecido por las instituciones oficiales del imperio y del templo, comienza desde abajo, desde las víctimas que estas mismas instituciones están creando. Su propuesta o tipo de familia que Jesús propone y pone él mismo en marcha se concentra en lo que él mismo consideraba la familia Dei[8]. En esquema, se reduce a las dos claves siguientes: Frente a la familia patriarcal fundada sobre la propiedad de los bienes y de las personas que se convierte en un sistema cerrado, excluyente, y frecuentemente posesivo, el nuevo proyecto se levanta sobre la sociabilidad y la gratuidad de los bienes y las personas, abierto a la inclusión y la universalidad. Y frente a la verticalidad que se impone desde arriba y reproduce el viejo (des)orden de autarquía y sumisión, Jesús propone un nuevo tipo desde abajo que se levanta desde la autonomía e igualdad de todos los miembros. Al poder monárquico y absoluto de la figura del padre que todo lo somete y domina se opone la toma de conciencia de la igual dignidad desde la que todas y todos son hermanos: “vosotros, en cambio, no llaméis a nadie “padre” vuestro en la tierra, porque uno solo es vuestro “Padre”: el del cielo” (Mt 23, 9). De entre la multitud de gente que lo seguía, algunas personas se comprometen con el nuevo modelo. Provienen desde distintas situaciones. Un colectivo amplio lo constituyen los que nada tienen, víctimas del sistema; otros lo hacen por vocación. El primer grupo lo constituyen los que Holl calificó de “malas compañías”, es decir, los pobres y mendigos, los sin hogar y sin tierra, desarraigados y siempre en camino. Entre los segundos se cuentan los que, por opción, han dejado casa, hacienda o familia. Unos y otros van creando en torno a Jesús círculos de pertenencia de forma espontánea., desde los “meros oidores de su palabra” y los discípulos y discípulas que lo siguen de forma itinerante entre las aldeas hasta los mismos labradores que ponen su casa y sus bienes a disposición de los que anuncia un nuevo estilo de vida, el del Reino de Dios. Una reflexión final Pretender trasladar la realidad de hoy al evangelio y querer descubrir en él la presencia explícita de todos y cada uno de los tipos de convivencia que hoy se dan, es, quizás, demasiado artificial. Pero tampoco sería correcto dejar tanta vida fuera del evangelio. Hay, a mi modo de ver, dos instancias desde las que todos estos tipos de familia entran por la puerta grande en la nueva Familia de Jesús o Familia Dei: desde la situación de exclusión, rechazo y marginación de la que—si no jurídicamente en algunos países— están siendo objeto sociopolítica y religioso-culturalmente en la “buena sociedad” y en las viejas iglesias. Son ellos hoy aquellas “malas compañías” de las que quiso rodearse Jesús en su día. Esto en primer lugar. Y, luego, desde el principio del amor, omnipresente en todos los rincones de los evangelios[9]. También hoy se puede oír la propuesta de Jesús: “amadlos como yo los he amado”. El mundo estaba acostumbrado a mirar al Vaticano y ver en el frontispicio de la impresionante Basílica de Maderno un letrero también enorme: 'La Iglesia del no'. Era la Iglesia de la exclusión. La que ponía la doctrina por delante del Evangelio y, en base a eso, expulsaba del templo a todo tipo de pecadores. O incluso, a todos los que no entraban en todo por la aduana de su severa doctrina. Una Iglesia de cátaros y de puros que, al estilo de los fariseos, veía la paja en el ojo ajeno, pero se olvidaba de la viga en el suyo.
Y en esto llegó Francisco y colocó otro enorme letrero en el Vaticano: 'Ésta es la Iglesia del sí'. Y, en dos años, ha conseguido hacer pasar a la Iglesia de la exclusión a la inclusión.De la aduana al 'hospital de campaña'. Iglesia de puertas y ventanas abiertas. Una Iglesia que predica y da trigo. Una Iglesia más madre que maestra. Una Iglesia samaritana y con entrañas de misericordia. "Cómo desearía una Iglesia pobre y para los pobres”, comenzó diciendo el Papa gaucho. Y, con sus hechos y sus gestos, fue abriendo la institución no sólo a los pobres, sino también a los pecadores y a los "descartados”, que el sistema deja en las cunetas de la vida. Para gran escándalo de los rigoristas que, como los fariseos, protestan y se indignan ante los gestos inclusivos del Papa. Y ponen el grito en el cielo y hasta amenazan con un cisma. Francisco, consciente de estar guiado por el impulso del Espíritu, sabe que tiene pocos años (ley de vida) para recristianizar a la Iglesia y empistarla por caminos mucho más evangélicos en el fondo y en la forma. Y aprieta a fondo el acelerador, para que la Iglesia sea realmente una casa abierta. Extrañados y mirando para todas partes asombrados, entran en el Vaticano y acceden al Papa personas y colectivos pobres, excomulgados, expulsados, marginados. La lista es larga, porque eran muchos los excluidos. A poco de iniciar su pontificado, en el vuelo de regreso de Río de Janeiro, rompió una lanza por los homosexuales: "Si una persona es gay, busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarla?”. Y el colectivo gay comenzó a sentir que la Iglesia ya no los maldecía o decía mal de ellos. Francisco fue más allá, recibió en Roma y abrazó a un transexual extremeño, Diego Neria. Nada menos que, en la capilla Sixtina, el Papa bautizó con sus propias manos a un niño de una madre soltera y a otro de una pareja casada sólo por lo civil. Francisco repite, una y otra vez, que los sacramentos no se le pueden negar a nadie. Y, cuando algunos de los suyos no le hacen caso, interviene directamente o a través de terceros. Una de las claves del Sínodo sobre la familia, tanto en su primera como en su segunda parte, fue y será el debate sobre la admisión a la comunión sacramental de los divorciados vueltos a casar. El mero hecho de que el Papa colocase este tema en la agenda de la asamblea eclesial es ya sumamente significativo, a falta de saber qué decidirán al respecto los padres sinodales primero y el Papa, después. Francisco no sólo incluye a los colectivos excluidos de fuera de la Iglesia, sino también a los marginados de dentro. Por ejemplo, ha recibido a varios sacerdotes casados y secularizados y ha rehabilitado a los teólogos perseguidos, especialmente a los líderes de la Teología de la Liberación. Y hasta ha beatificado a monseñor Romero, que, durante décadas, pasó por ser una especie de hereje comunistoide. Aires frescos en la Iglesia de la primavera de Francisco, que sigue adelante a pesar de los 'lobos' que continúan aullando, sabedor de que nadie puede parar la primavera en primavera. Quiero recordar que estas líneas están escritas en el siguiente contexto: la comunidad cristiana ¿puede o no considerarse una “religión”? Para entender mi punto de vista, lo expondré brevemente: considero la Religión como una de las mayores creaciones del género humano, respondiendo a sus necesidades de seguridad, de tranquilidad y sosiego psicológicos, y de defensa contra las fuerzas hostiles, primero de la propia naturaleza, y depués de otros grupos humanos potencialmente peligrosos en su agresividad. No hay más que leer las innumerables súplicas que el pueblo de Israel presenta a su Dios para que lo defienda y proteja contra las fuerzas de la naturaleza, o de las embestidas de los enemigos. Quedémonos, pues, con la idea fundamental: la religión surge del hombre, y su dirección es de abajo-arriba.
La sagrada Escritura es, desde las primeras páginas, un intento indiscutible y claro de dejar bien sentado que la iniciativa la tomó Dios-Yavé, que creó al hombre, le puso una norma-prueba con lo del fruto del árbol de la ciencia, y del bien y del mal, fue guiando a los patriarcas, y, cuando en vedad comienza la verdadera y auténtica historicidad de Israel, con el Éxodo, Él elige un líder, lo alecciona, a él y a su ayudante Aarón, y los envía a una misión que jamás podría ni siquiera haber pasado previamente por la cabeza de ambos. Todo esto dejando de lado, en esta ocasión, el estilo y función del lenguaje bíblico, con su simbolismo, y sus géneros literarios. Pero lo que la Biblia nos cuenta no comienza desde abajo, sino que viene de arriba. A esto lo llamamos, con mucho más sentido y precisión, Revelación. La experiencia judeo cristiana es pues, no una Religión, sino una Revelación. Y así lo vivieron los primeros cristianos, con altibajos, como es de imaginar. No fue tan idílica, como nos hicieron sentir en algún momento nuestros formadores, la Iglesia primitiva. Peo runa cosa quedó siempre salvaguardada: la fidelidad al evangelio, en sus línea maestras. Y la evidente falta de los tres elementos necesarios para poder hablar de religión: A), el espacio sagrado, (no tenían templos, celebraban sus reuniones en las casas, o en lugares escondidos, en Roma en las catacumbas); B), carecían del verdadero alcance de lo que consideramos tiempo sagrado (sólo reconocían la Pascua anual, y sus pequeñas sucursales de cada “dies dominica”, de los domingos, que les hacía ir, como decía San Justino, de Pascua en Pascua hasta la pascua anual de primavera, y, más tarde, hasta la Pascua definitiva en la Vida eterna), y, sobre todo, no había nada parecido a lo que hoy llamamos clero. A los que objeten que sí que tenían cuadros ministeriales, como presbíteros, epíscopos, diáconos, lectores, encargados de la seguridad de los centros de celebración, -ostiarios-, catequistas, viudas, etc., hay que decirles que esta misma existencia de ministerios nos reafirma en la idea de que los ministerios ni eran “profesionales”, y, lo que tal vez es más importante, no era necesario formar parte, primero, para llegar a ellos, de un clan o una casta, como hoy apreciamos en la Iglesia, en lo que podemos denominar, sin ningún atisbo de ofensa ni impropiedad, casta clerical. (Es emblemático el caso de San Ambrosio, (Tréveris, c. 340 – Milán, 4 de abril de 397, siglo IV, por tanto), un poco más tarde de lo que podemos llamar Iglesia primitiva, fue aclamado como obispo por la asamblea cristiana de Milán, cuando todavía no era ni siquiera bautizado. El problema es que no se trata, ahora, de una simple división administrativa, sino de una seria separación, verdadera brecha y muro jurídicos, llamados eclesialmente, canónicos. Y lo peor es que esa división, y ese tajo que se produce en la Iglesia, poco a poco, partir del siglo V, es presentado en el actual Derecho Canónico como de “institución divina”. Así leemos en en el último Código de este derecho de la Iglesia la siguiente proclamación aterradora: C. 207, § 1. Por institución divina, entre los fieles hay en la Iglesia ministros sagrados, que en el derecho se denominan también clérigos; los demás se denominan laicos”. Que la Iglesia se divida en dos cuerpos tan diferentes, y que uno de ellos, el de los clérigos, ostente todos los poderes, tanto ministeriales-litúrgicos, como organizativos y jurisdiccionales, no solo es ya asustador, sino que alcanza tintes definitivos cuando se declara que esta situación es así “por institución divina”. (Sería mucho mejor, y mas esclarecedor, hablar de “institución cristológica”, o, todavía mejor, jesuana, algo que resultaría igualmente falso y falaz). ¿Alguien que haya leído atentamente el Evangelio podría imaginar a Jesús estableciendo esa enorme y gigantesca diferencia entre sus seguidores, en el Reino de Dios que Él anunciaba? Mi respuesta es que no. Y también lo es de un buen número, cada vez mayor, de teólogos, y, sobre todo, de biblistas, que, por prudencia, no se pronuncian con la meridiana claridad con que lo hago en estas líneas. Es mucho más sincero, verdadero, y, claro está, mucho más frágil, reconocer que esta triste y extraña vuelta a lo más característico de la “religión natural” no viene de Dios, ni de Jesús, ni de Jesucristo, sino de la propia, y siempre temerosa debilidad humana, que pretende blindarse, para asegurar su poder, ante la incerteza que provocaría vivir la radical igualdad fraterna que Jesús predicó en su Evangelio. Desde que surgió en América Latina en la década de 1960, la Teología de la Liberación (TdL) ha promovido el debate sobre los pobres y los oprimidos y su importancia, principalmente para la Iglesia Católica. Para los críticos, la corriente significa una politización indebida de la fe; para los defensores el modelo, representa, más allá de una revolución espiritual y cultural, la reapropiación de la Palabra de Dios por parte de los pobres.
A pesar de las reflexiones consideradas "revolucionarias” y "comunistas”, la TdL siempre provocó la oposición del ala más conservadora de la Iglesia, desde su origen con el sacerdote peruano Gustavo Gutiérrez. Uno de los exponentes de la TdL en Brasil, Leonardo Boff, por ejemplo, fue condenado por el Vaticano a un año de "silencio obsequioso”. Con más de 50 años de existencia, la corriente pasó por algunas generaciones de teólogos y teólogas que siguen renovando la "opción por los pobres”. Después de los años 90, sin embargo, la TdL atravesó un período de declinación y el envejecimiento de sus líderes. Sin embargo, con el Papa Francisco reorientando el foco cristiano hacia los pobres y oprimidos, la corriente retorna a los debates que involucran a la Iglesia. Un ejemplo de las actuales discusiones es el II Congreso Continental de Teología, organizado por la red católica Amerindia, a realizarse en Belo Horizonte (Estado de Minas Gerais - Brasil), del 26 al 30 de octubre de 2015. Con el tema "La Iglesia que camina con Espíritu y desde los pobres”, el encuentro reunirá a teólogos/as y comunidades cristianas de las Américas para profundizar las reflexiones sobre la reforma de la Iglesia, estructurando propuestas para un "hacer cristiano en comunidad”, y con la opción por los pobres. Para comentar sobre las principales contribuciones y el futuro de la Teología de la Liberación, Adital entrevistó al teólogo y sociólogo Dirceu Benincá, que explica por qué la corriente todavía es incomprendida por algunos sectores y cómo puede ser identificada en las acciones del Papa Francisco. Según el teólogo, la TdL tiene en su ADN la perspectiva "profética” y la comprensión de que la fe tiene necesariamente una dimensión política. Benincá comenta además cómo la fe cristiana fortalece la consciencia crítica y fomenta una espiritualidad de lucha colectiva por mejores condiciones de vida. Adital: ¿Qué significa la opción preferencial por los pobres, punto central de la Teología de la Liberación? Dirceu Benincá: Representa una revolución teológica y eclesial, así como una oposición frontal al sistema capitalista. La evangélica opción preferencial por los pobres, asumida por la Teología de la Liberación (TdL), viene acompañada de un posicionamiento claro, contrario a todas las injusticias sociales, desigualdades económicas, autoritarismos políticos y colonialismos culturales, causas de pobreza y miseria. Esa opción surge como consecuencia de una decisión consciente de la Iglesia libertadora, inspirada en el proyecto de Jesús de Nazaret. No podemos olvidar que la TdL surgió en América Latina, en los años 1960, como reacción a un sistema marcado por dictaduras militares, explotación, dependencia externa y mucho sufrimiento humano. Inmediatamente, se propagó también por África, Asia e inclusive hacia algunos ambientes del Primer Mundo. Se inspira en los documentos producidos por el Concilio Ecuménico Vaticano II (1962-1965), evento histórico que promovió la apertura de la Iglesia Católica al diálogo y la interacción con el mundo moderno. La TdL tuvo un significativo impulso con la Conferencia del Episcopado Latinoamericano, en Medellín (1968). En ella, los obispos analizaron, con una seria preocupación, la "violencia institucionalizada” y las "estructuras injustas”, que pesaban sobre los pueblos. Establecieron como gran directriz de la Iglesia la opción preferencial por los pobres, lo que quedó más explícito en la Conferencia de Puebla [México] (1979). En 1992, en la Conferencia de Santo Domingo [República Dominicana], los obispos afirmaron: "El creciente empobrecimiento a que están sometidos millones de hermanos nuestros, que llega a intolerables extremos de miseria, es el más devastador y humillante flagelo que vive América Latina y el Caribe” (nº 179). En Aparecida [Brasil] (2007), hubo una revalidación de la importancia de la TdL ante los desafíos del tercer milenio. La opción preferencial por los pobres es, pues, la toma de consciencia del verdadero compromiso de la Iglesia en la sociedad dividida en clases. Compromiso que se traduce en la lucha incesante por la garantía del derecho fundamental a la vida digna para todos. De ahí la centralidad en los pobres, cuya vida está más amenazada y atribulada. Con la Teología de la Liberación, la Iglesia hace lo que no podría dejar de hacer para ser auténticamente cristiana. Adital: ¿Cuáles son hoy los rostros de esos pobres y oprimidos? DB: En la sociedad actual, los pobres y oprimidos tienen múltiples rostros. Trascienden fronteras geográficas, históricas, étnicas, de género, culturales o religiosas. El empobrecimiento, la exclusión social, la violación de derechos y de la dignidad humana son consecuencias directas de los procesos neocoloniales y neoliberales, que ganan amplitud y profundidad con el avance de la globalización. Se trata de un fenómeno que se reproduce, se expande y tiende a ser naturalizado por el sistema hegemónico. La pobreza y la miseria no son cuestiones meramente matemáticas y económicas. Permean las diversas dimensiones de la vida personal y social. Entre los pobres y oprimidos, no pueden ser olvidados los migrantes, los catadores de materiales reciclables, los habitantes de calle, las mujeres, los jóvenes, los ancianos, las víctimas de la droga y del tráfico humano, los desempleados, los trabajadores esclavizados y tantos otros, según lo referido en el Nº 402 del Documento de Aparecida. En esta lista, se incluye también a nuestra "Casa Común”, como afirma el Papa Francisco inmediatamente al comienzo de la encíclica Laudato Si’: "Entre los pobres más abandonados y maltratados, se cuenta a nuestra tierra oprimida y devastada...” (nº 2). Adital: En términos prácticos, ¿cómo se realiza la Teología de la Liberación en las acciones del día a día? ¿De qué modo ayuda la fe cristiana a la liberación de la miseria y de la pobreza? DB: La fe cristiana puede recibir diferentes orientaciones prácticas, ya sea en una perspectiva intimista, fundamentalista, individualista, mercadológica o, de manera diferente, en una dirección comunitaria, solidaria, profética, libertadora. En el día a día, contribuye a la liberación de la miseria y de la pobreza, en la medida en que acerca a las personas, fortalece la conciencia crítica y creativa, estimula el diálogo, la participación y la solidaridad, fomenta una espiritualidad que mueve a la lucha colectiva por la mejora de las condiciones de vida. La TdL generó muchas prácticas innovadoras y una nueva manera de ser Iglesia, identificada con las Comunidades Eclesiales de Base (CEBs), con la lectura contextualizada de la Biblia y con el protagonismo de los laicos. Inspiradas en las primeras comunidades cristianas, provocaron nuevas reflexiones teológicas y nuevas discusiones sobre el papel de la Iglesia en la sociedad. Se constituyeron en espacios privilegiados para vivir la fe, combatir el individualismo y ejercitar la vida comunitaria. Las CEBs y la TdL crearon una dialéctica efectiva y eficaz entre fe y vida. Así pensadas y vividas, la fe y la espiritualidad ayudan a la liberación, al tiempo que superan una visión mágica de Dios y un modelo meramente dogmático y ritualístico de religión. Al apuntar a los cambios sociales y personales posibles y necesarios, la fe cristiana incorpora un compromiso libertador y se constituye en un combustible capaz de sustentar la reacción ante las más diversas formas de opresión. Para la TdL no basta la búsqueda de la liberación de alguna angustia existencial, lo que le vale es la liberación integral. Adital: ¿Por qué la Teología de la Liberación es una corriente considerada incomprendida, difamada y hasta perseguida? DB: Creo que hay dos razones básicas para eso. La primera tiene que ver con la denuncia que hace la TdL de las causas de la pobreza y de la miseria de millones de personas en el mundo. Los teólogos y teólogas de la liberación se niegan a ver ese fenómeno como una generación espontánea, consecuencia sin causa o hecho ante el cual quepan sólo acciones asistenciales o invocaciones a la piedad divina. Antes, por el contrario, toman tales realidades como productos históricos de un sistema social abominable, que genera desigualdades, enriquecimiento de algunos a costa de muchos. Ese sistema, consubstanciado en el capitalismo, se reconfigura continuamente pero mantiene inalterada la lógica del imperialismo, de la acumulación y de la exclusión social. La otra razón se refiere a "qué hacer” ante esa realidad, después de denunciarla. La TdL señala la concientización, la organización y la búsqueda de la transformación de las estructuras injustas. Cuando los pobres se organizan y emergen como sujetos de derechos, comenzando por el "derecho a tener derechos” (Hannah Arendt), acaban inmiscuyéndose en varios intereses de segmentos de la sociedad y de la propia Iglesia. De ahí surgen, naturalmente, reacciones adversas, acusaciones, incomprensiones e intentos de censura. Pero la TdL no produce adeptos del miedo y sí del coraje, de la lucha y de la esperanza a toda prueba. Adital: La Teología de la Liberación es acusada de ser una politización de la fe o una teoría comunista, ¿por qué? DB: La TdL nace en un contexto social e histórico marcado por profundos procesos de opresión y exclusión. Sin embargo, eso no sería suficiente para que fuera identificada con una teoría marxista/comunista, pues podría haber asumido una orientación político-religiosa de legitimación del poder dominante, como lo hicieron en otros tempos otros modelos teológicos. Sin embargo, en el ADN de la TdL está la perspectiva profética y la comprensión de que la fe tiene necesariamente una dimensión política. Dimensión demostrada por Jesús al asumir la causa de la liberación de los pobres, lo que resultó en su muerte en la cruz. Para leer, interpretar y buscar la transformación de la realidad, con sus múltiples contradicciones, los teólogos de la liberación utilizan teorías críticas entre las cuales pueden estar los abordajes marxistas. En la base de la acusación de que la TdL se desvió hacia el "nefasto” comunismo está la intención de sus opositores de descalificar ese pensamiento teológico. Ningún eventual o puntual reduccionismo teórico de la TdL puede ser una razón suficiente para considerarla inadecuada. El análisis contextualizado y crítico de la realidad, asociado con la evocación de un Cristianismo pragmático y libertador, convierte a la TdL en una propuesta incómoda para muchos. Ésa es la causa de muchas acusaciones indebidas. Adital: ¿Qué contribuciones trajo la Teología de la Liberación a América Latina? DB: Una de las principales contribuciones fue la consolidación de un nuevo paradigma teológico y de una nueva metodología pastoral, basada en el triplete ver-juzgar-actuar. La TdL hizo ver que las estructuras sociales y el funcionamiento de la sociedad son producciones humanas, que pueden y en muchos casos deben ser transformados. Y además de eso, que esa tarea es consecuencia inmediata de la fe cristiana y requiere el protagonismo de los pobres. Ellos ya no son vistos como meros objetos de caridad sino como sujetos de su historia y de su emancipación. Articulada con la Pedagogía, la Filosofía y otras ciencias con una orientación libertadora, la TdL contribuyó a crear consciencia crítica. Entre sus legados hay una fuerte cultura política y ciudadana, de donde emergieron múltiples movimientos populares, pastorales sociales, organizaciones no gubernamentales, instituciones, grupos de base, movimientos políticos, sindicales, culturales en defensa de la justicia, de los derechos, de la dignidad, en fin, de la vida de los marginados, oprimidos y excluidos. Se destaca también la formación de un incontable número de líderes sociales y eclesiales, así como el testimonio de muchos mártires de la fe cristiana y de la lucha por la liberación. Adital: Muchos afirman que la Teología de la Liberación es una corriente que ya perdió actualidad y relevancia. ¿Cómo evalúa esa concepción? DB: Es verdad que hoy la TdL no tiene tanta visibilidad, o tal vez sea mejor decir, ya no es tan combatida abiertamente, como en los años 1980 y 1990. Los tiempos son otros. Muchas cosas cambiaron en el interior de la Iglesia y de la sociedad, inclusive, con una gran contribución dada por la propia TdL. En mi evaluación, no perdió actualidad ni relevancia. Mientras haya situaciones de pobreza y de exclusión, su contribución será relevante. Y actual también siempre será, dado que está enraizada en el proyecto libertador de Jesucristo. No se trata de un modelo teológico acabado sino en permanente proceso de construcción. Y en eso reside su gran capacidad de actualizarse continuamente. La actualidad de la TdL puede ser percibida con claridad en la figura del Papa Francisco, que, con simplicidad, alegría y ternura evangélica, sabiduría y coraje profético, lenguaje y metodología popular, está causando grandes impactos positivos en la Iglesia Católica y en el mundo entero. Esa manera de hacer Teología, de conducir y alentar a la Iglesia, es altamente provechoso porque integra la fe con la vida concreta. Ante el actual sistema neoliberal, que transforma todo y a todos en mercancía, la TdL no es sólo útil y necesaria. Es también indispensable. Adital: ¿Cuáles son hoy los nuevos líderes de la Teología de la Liberación, además de los dos principales teólogos brasileros Leonardo Boff y Frei Betto? ¿Hay un trabajo de renovación? DB: Hay varios otros teólogos y teólogas brasileros con significativas contribuciones en el ámbito de la Teología de la Liberación. No voy a dar nombres. El hecho de que sus producciones no sean tal vez tan conocidas como las de los dos teólogos citados no significa que no tengamos a alguien más haciendo, reflexionando y escribiendo en esa dirección. Por otro lado, se debe considerar el avance de tendencias más carismáticas y conservadoras en el interior de las Iglesias, en general. Creo que el intenso y exitoso trabajo que el Papa Francisco está realizando contribuye de manera directa a la renovación de la Iglesia y al fortalecimiento de la TdL. Agréguese a esto los muchos encuentros, congresos, seminarios, publicaciones, centros teológicos y proyectos de formación de laicos que, ciertamente, favorecen la revigorización de esta perspectiva teológica. Adital: ¿Cuáles son las convergencias y divergencias entre los más antiguos y los jóvenes en la Teología de la Liberación? ¿Qué debe hacerse para la construcción de un diálogo y de una continuidad? DB: De manera genérica, pienso que las convergencias están relacionadas con las referencias bíblicas y teológicas en defensa de la liberación integral de la persona humana, de la justicia social y de la vida digna para todos. Si hay divergencias, tal vez se den en cuestiones de método y puntos de vista sobre temas específicos. Sin embargo, la TdL no huye de las divergencias, pues ellas también ayudan a generar el debate, tan necesario para dar consistencia a la propia Teología. La discusión de temas emergentes, como la ecología, nuevas modalidades de ministerios (ordenación de mujeres, ordenación de hombres casados, celibato opcional), nuevas constituciones familiares y otros vinculados a las nuevas realidades políticas, culturales y religiosas están en el horizonte de la TdL. Para eso, pienso que es fundamental el coraje profético de miembros de la jerarquía para romper ciertos tabúes y fomentar el cambio desde adentro de la Iglesia. Estos son también desafíos para los teólogos y teólogas de todas las generaciones. Adital: ¿Cuál es el futuro de la Teología de la Liberación? DB: Es difícil prever el futuro de la Teología de la Liberación, incluso porque se ha vuelto cada vez más difícil hacer cualquier tipo de previsión sobre el futuro. Hay una inestabilidad y una volatilidad muy grande en la sociedad llamada "alta modernidad”, modernidad líquida (Bauman) o posmodernidad. Aunque prevalezca tal escenario, apuesto a la necesidad imprescindible de fortalecer la TdL, dada su importancia para la vida de las Iglesias y para la sociedad como un todo. Creo que ella da la razón fundamental de la fe y de la esperanza cristiana. Creo también que el futuro de la TdL pasa inevitablemente por tres puntos: defensa incondicional de los derechos y de la vida de los pobres, fortalecimiento de la cultura del cuidado de la "Casa Común”, empeño decidido y urgente para democratizar el poder en la Iglesia, con la participación de las mujeres en condiciones de igualdad de derechos con los hombres. Adital: ¿Cómo evalúa la relación del Papa Francisco con la Teología de la Liberación? ¿Qué contribuciones ha hecho el Sumo Pontífice al tema? DB: El Papa Francisco es la expresión más autentica de quien comprendió la autenticidad, la vitalidad y la actualidad de la TdL. Sus contribuciones son innumerables y, por cierto, muchas de ellas serán percibidas con el paso del tiempo. Sin embargo, vale registrar su valiente empeño para promover cambios internos en la vida de la Iglesia, comenzando por el Vaticano; su apertura ecuménica, junto con el lenguaje y la manera popular de ser que lo caracterizan. Eso no le impide hacer profundas y valientes denuncias proféticas ante situaciones y estructuras que hieren la dignidad humana. Su postura en defensa de los pobres y de sus organizaciones es inconfundible. El diálogo con los movimientos populares es otra actitud inédita y de gran significado social, eclesial y teológico. Hay una nítida intencionalidad, con acciones concretas, para garantizar un papel más central de las mujeres en la vida de la Iglesia, más allá de una sensibilidad ante las nuevas constituciones familiares. La convocatoria al cuidado del medio ambiente, expresado de manera emblemática en la encíclica Laudato Si’; su testimonio de pastor con "olor a oveja”, lejos de pompas principescas; su insistencia en la misión de una Iglesia "hacia afuera”, comprometida con las causas de la justicia y no autorreferencial. ¡Todo eso retrata la comprensión y la contribución del Papa Francisco a la Teología de la Liberación! |
Ayuda al Blog que publica todos los días diferentes áreas, queremos seguir publicando
EL BLOGEl blog es uno dedicado al análisis en general de muchos puntos desde la ópica teológica. La meta es impulsar el estudio amplio y profundo de la fe y de la razón, siendo ambos elementos fundamentales de la vida. SABES QUE PUEDES HACER COMENTARIOS A LAS REFLEXIONES O ENSAYOS TEOLOGICOS QUE APARECEN EN EL BLOG, SI PUEDES INTENTALO...
Archivos
Febrero 2023
Categorias |