Una crisis con cinco interrogantes y siete parábolas (Mt 13)
Al llegar a este momento del evangelio de Mateo (capítulo 13), el horizonte ha comenzado a oscurecerse. Lo que comenzó tan bien, con el seguimiento de cuatro discípulos, el entusiasmo de la gente ante el Sermón del Monte, los diez milagros posteriores, ha cambiado poco a poco de signo. Es cierto que en torno a Jesús se ha formado un pequeño grupo de gente sencilla, agobiada por el peso de la ley, que busca descanso en la persona y el mensaje de Jesús y se convierten en “mis hermanos, mis hermanas y mi madre”. Pero esto no impide que surjan dudas sobre él, incluso por parte de Juan Bautista; que gran parte de la gente no muestre el menor interés, como los habitantes de Corozaín y Betsaida; y, sobre todo, que el grupo religioso de más prestigio, los fariseos, se oponga radicalmente a él y a su doctrina, hasta el punto de pensar en matarlo. Mateo está reflejando en su evangelio las circunstancias de su época, hacia el año 80, cuando los seguidores de Jesús viven en un ambiente hostil. Los rechazan, parece que no tienen futuro, se sienten desconcertados ante sus oponentes, no comprenden por qué muchos judíos no aceptan el mensaje de Jesús, al que ellos reconocen como Mesías. Las cosas no son tan maravillosas como pensaban al principio. ¿Cómo actuar ante todo esto? ¿Qué pensar? Mateo, basándose en el discurso en parábolas de Marcos, pone en boca de Jesús, a través de siete parábolas, las respuestas a cinco preguntas que siguen siendo válidas para nosotros: ¿Por qué no aceptan todos el mensaje de Jesús? ― Parábola del sembrador. ¿Qué actitud debemos adoptar con los que rechazan ese mensaje? ― El trigo y la cizaña. ¿Tiene algún futuro este mensaje aceptado por tan pocas personas? ― El grano de mostaza y la levadura. ¿Vale la pena comprometerse con él? ― El tesoro y la piedra preciosa. ¿Qué ocurrirá a los que aceptan el mensaje, pero no viven de acuerdo con los ideales del Reino? ― La pesca. Este domingo se lee la primera; el 16, las tres siguientes; el 17, las otras tres. ¿Por qué no aceptan todos el mensaje de Jesús? La primera parábola, la del sembrador, responde al problema de por qué la palabra de Jesús no produce fruto en algunas personas. Parte de una experiencia conocida por un público campesino. Para nosotros, basta recordar dos detalles elementales: Galilea es una región muy montañosa, y en tiempos de Jesús no había tractores. El sembrador se veía enfrentado a una difícil tarea, y sabía de antemano que toda la simiente no daría fruto. El ideal sería contar o leer esta parábola a personas que no la hayan escuchado nunca. Al final se mirarían extrañados y dirían: ¿y qué? A lo sumo, las últimas palabras de Jesús "¡Quien tenga oídos, que oiga!", les indicarían que la historieta tiene un sentido más profundo, pero no saben cuál. Estamos ante un caso de parábola enigmática, que pretende provocar la curiosidad del lector. Por eso, inmediatamente después, surge la pregunta de los discípulos: ¿Por qué les hablas en parábolas? Y esto sirve para introducir el pasaje más difícil de todo el capítulo. La liturgia permite suprimir la lectura de esta parte y aconsejo seguir su sugerencia, pasando directamente a la explicación de la parábola. ¿Por qué la palabra de Jesús no da fruto en todos sus oyentes? Cuatro posibilidades 1) En unos, porque esa palabra no les dice nada, no va de acuerdo con sus necesidades o sus deseos. Para ellos no significa nada la formación de una comunidad de hombres libres, iguales, hermanos, hijos de un mismo Padre. 2) Otros lo aceptan con alegría, pero les falta coraje y capacidad de aguante para soportar las persecuciones. 3) Otros dan más importancia a las necesidades primarias (la comida, el vestido) que al objetivo a largo plazo (el Reino de Dios). Dos situaciones extremas y opuestas, el agobio de la vida y la seducción de la riqueza, producen el mismo efecto, ahogar la palabra de Dios. 4) Finalmente, en otros la semilla da fruto. La parábola es optimista y realista. Optimista, porque gran parte de la semilla se supone que cae en campo bueno. Realista, porque admite diversos grados de producción y de respuesta en la tierra buena: 100, 60, 30. En esto, como en tantas cosas, Jesús es mucho más comprensivo que nosotros, que sólo admitimos como válida la tierra que da el ciento por uno. Incluso el que da treinta es tierra buena (idea que podría aplicarse a todos los niveles: morales, dogmáticos, de compromiso cristiano...). Toque de atención y acción de gracias La parábola podría leerse también como una llamada a la responsabilidad y a la vigilancia: incluso la tierra buena que está dando fruto debe recordar qué cosas dejan estéril la palabra de Dios: el pasotismo, la inconstancia cuando vienen las dificultades, el agobio de la vida, la seducción de la riqueza. Pero es más importante dar gracias porque el Señor ha sembrado en nosotros su palabra, la hemos acogido y, aunque solo sea un treinta por ciento, ha dado su fruto. Llamada a la fe y al optimismo: Isaías 55,10-11 y Salmo 64 La crisis ante la situación actual puede venir en muchos casos de que centramos todo en la acción humana. Cuando nosotros fallamos, especialmente cuando fallan los demás, creemos que todo va mal. Sólo advertimos aspectos negativos. En cambio, la primera lectura de hoy, que usa también la metáfora de la semilla y el sembrador, nos anima a tener fe en la acción misteriosa de la palabra de Dios, fecunda como la lluvia, que no dejará de producir fruto. Este breve pasaje parece muy sencillo y teológico, casi al margen de la vida diaria. Sin embargo, es el punto final de los capítulos 40-55 del libro de Isaías, donde se anuncia la liberación de Babilonia y la vuelta a la patria. ¿Cómo será posible? A través de un rey humano, Ciro de Persia, y de la Palabra de Dios, que mueve la historia. También nosotros debemos estar convencidos de que la semilla plantada no dejará de dar fruto. Será como la palabra del Señor, que «no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad». La acción de Dios la subraya el salmo, usando también imágenes campesinas. El Señor no solo planta la semilla, también riega la tierra, iguala los terrones, envía la llovizna, bendice los brotes. Al final, «los valles se visten de mieses que aclaman y cantan». El futuro es más esperanzador de lo que a veces pensamos.
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El evangelio de este domingo narra una de las piezas bíblicas más populares y significativas del mensaje cristiano. Podríamos meternos en la escena y visualizarnos junto a aquella gente que escuchaba las enseñanzas de Jesús y que, una vez más, generan discontinuidad con la tradición judaica.
La parábola es un rasgo característico de la predicación de Jesús. Son pequeños relatos muy transparentes que Jesús recogió de la vida cotidiana de su tiempo. Algunas parábolas ya pertenecen a nuestro patrimonio cultural más allá del sentido religioso. Ahora bien, Jesús no inventó las parábolas, sino que formaban parte de un estilo de comunicación utilizado por todos los pueblos y culturas y por la misma tradición rabínica. Lo realmente original es que constituyen la forma propia de Jesús de hablar y de enseñar y conservan lo más nuclear y original de su enseñanza sobre el Reino de Dios. En esta parábola, lo primero que nos encontramos, es una paradoja con respecto al sembrador que claramente es Jesús, inspirado por Dios, actuando en el ser humano a través de su mensaje. Lo lógico sería que un buen sembrador preparara la tierra para no malgastar las semillas y procurar tener la mayor seguridad de que van a germinar; no busca trabajar sin réditos. Pero este sembrador las lanza hacia todos los espacios, buenos o malos, preparados o no. Rescata de este modo la universalidad de su mensaje que traspasa las fronteras del Pueblo Elegido, y los cercados que protegen las buenas tierras según los escribas legalistas. No elige la tierra perfecta, aquella que cumple perfectamente con la ley o cree a ciegas la doctrina, aquella que comercia con el mensaje y espera recibir un premio por su buena conducta. No es así en esta parábola. Jesús amplía a toda la humanidad la capacidad de encontrar un sentido profundo de la vida y toda persona es digna de recibirlo. El problema que plantea la parábola no es sobre las propiedades de la semilla o si quien siembra lo hace bien o mal, que ya ha quedado justificado, sino que centra su atención en la calidad y disposición de la tierra donde cae y cómo reacciona ante esa semilla. Lo que está en juego es la respuesta a ese mensaje que Dios deja libertad para recibirle o no. Y este mensaje no es sólo para escuchar, no es una voz que se impone y cierra al oyente el espacio de respuesta, al contrario, ahora la responsabilidad está claramente en el terreno y sus propiedades. Vamos a adentrarnos en estos tipos de terreno y que el mismo Jesús explica su significado al final del relato. Serían cuatro posiciones ante la vida que son las mismas que ante la fe, porque somos el mismo terreno para lo uno y para lo otro. La primera posición representada en la semilla que cae en el borde del camino hace referencia a nuestra querida superficialidad. Quedarnos en la periferia de las cuestiones que pueden dar sentido a la vida es muy propio de vivir en la zona de confort, de una falta de motivación para adentrarnos en nuestra propia realidad y encontrarnos con la verdad que somos y vivimos. En este terreno la semilla es comida por los pájaros de la autojustificación, de la construcción de un personaje que vive sometido a la imagen, a las expectativas de otros, a una vida tejida de ideologías, dogmas, modas, etc … Otras semillas cayeron en terreno pedregoso, en una posición ante la vida en la que los obstáculos, los problemas, las dificultades, van ocupando la tierra, nuestra consciencia, donde es imposible lograr la profundidad por la falta de tierra, por no hacer espacio para que brote la fuerza y la luz. Algunas semillas cayeron entre cardos que ahogan el mensaje, como dice la parábola; podrían ser los cardos de nuestros pensamientos alienantes y emociones desestabilizantes que nos van desconectando de quiénes somos y debilitando nuestra capacidad de tomar decisiones en libertad. Pero otras semillas cayeron en buena tierra, en ese espacio de nuestra persona donde brota la vida y donde Dios nos vincula, un espacio fértil, de raíces profundas, que va absorbiendo la savia divina para hacernos crecer como piezas únicas y conectadas al tiempo y al ser de Dios. Esta tierra sí da fruto. Cuenta la parábola que - unas espigas dieron grano al ciento; otras al sesenta, y otras, al treinta por uno-: tampoco se exige la uniformidad de los frutos, que todos den exactamente lo mismo y de la misma manera. Lo que sí se espera es que ese fruto sea del color y sabor de la paz, la justicia, la solidaridad, del reconocimiento de la dignidad de cada ser humano; en definitiva, se trata de visibilizar el Reinado de Dios encarnado en la existencia humana y capaz de cambiar el rumbo de la historia. ¿Nos atrevemos? En los diversos grupos en los que hemos revisado la época pasada y las consecuencias del coronavirus hay un clamor general de gratitud y de ver lo positivo que ha sido el comportamiento de muchísimas personas.
Por supuesto, está la entrega generosísima de miles de profesionales a todas las escalas. Pero saliendo del torrente que hemos vivido en el campo estrictamente sanitario, han existido miles de gestos de ayuda, colaboración y servicio. En cantidad de bloques de vecinos han existido unos carteles a la entrada, donde ha habido personas que se han ofrecido para hacer cualquier servicio: compras, visitas, llamadas de teléfono. Los vecinos, que casi no nos conocíamos, hemos salido puntualmente a la ventana a las 8 de la tarde para aplaudir. Y se ha dado en muchas ocasiones que alguna persona ha tocado todos los días algún instrumento y ha ofrecido la música a los vecinos. Me gustaría saber lo que han crecido las llamadas de teléfono a personas familiares pero también a quienes sospechamos que estaban solas. No nos hemos dado besos, porque no nos lo permiten las normas sanitarias, pero nos hemos saludado con un cariño inmenso y nos hemos deseado lo mejor. No me atrevo a poner lista de colectivos que han participado en esta entrega generosa, pero apunto: Cáritas, Cocina Económica, Bancos de alimentos, comida, ropas, donativos, mascarillas… Sería una pena que se nos acabara la vis afectiva y solidaria al pasar esta situación. Puede ocurrir que hasta ahora era el cariño lo que mandaba y ahora corre el riesgo de salir a flote nuestros intereses particulares y cambiemos el trato afectuoso por la discusión, las ideas, los partidos políticos… Será bueno el que tengamos en común intereses generales, necesidades comunes. Hay muchos motivos que nos unen para trabajar por unas mismas metas y aun discrepando, ser capaces de unirnos por lo que vivimos de común. Simplemente porque somos una misma humanidad, tenemos un mismo peligro de que vuelva el virus y nos necesitamos. Invito a todos los animadores natos y a todos los líderes a crear cada día más motivos de unión y actividades en las que todos nos sintamos afectados por la misma causa. Y aunque parezca raro, será estupendo que compartamos las necesidades, que nos unamos en lo que nos ocurre de tristeza y dolor, pues aunque parezca mentira, en el fondo nos unimos más en las penas que en las alegrías. Una persona que se cae, atrae más personas que la que va andando sana. Con cuidado sanitario, pero necesitamos celebrar fiestas y encuentros alegres que nos unan y nos lleven a sentirnos juntos con unas mismas causas. Y pienso si las actividades que hemos realizado (palmadas, música, recados y compras, visitas...) ¿No será bueno el aumentarlos día a día? Qué bonitos han sido esos días pasados aun en medio de la enfermedad pero con el apoyo entregado. Hay muchos virus entre nosotros que requieren curación y hay muchísimos millones de personas contagiadas en todo el mundo. Es preciso hacer con ellos lo que hemos vivido entre nosotros. Que el virus sea sanación de egoísmos. No podemos mirar para otro lado. Cuando vuelvan los bárbaros será ya tarde para contenerlos. Rebrotan como un contagio vírico.
Que algunos cristianos en razón de su condición sexual tengan que formar una comunidad, como es el caso de Crismhom, lejos de la integración social ideal y reunirse en locales fuera de las parroquias deja en muy mal lugar a la Iglesia católica, que de algún modo los rechaza, pues no constan en el relato de Génesis 1. La moral sexual católica sigue centrada en una visión negativa del sexo porque sigue rechazando las múltiples expresiones de la atracción física y privilegiando la abstinencia sexual. Su espiritualidad sigue insistiendo en la salvación de nuestras almas más que en la posibilidad de una vida humana auténtica tal como nos garantizan la vida y las palabras de Jesús. Nos alejamos así de la realidad humana de Cristo y entonces el cristianismo “se nos muestra como algo enemigo de la vida, antibiológico, como algo sobrehumano e incluso inhumano” en palabras del pensador F. Ebner. La jerarquía no puede seguir torturando las mentes de los cristianos haciéndoles creer que todo lo que dice la Biblia sobre la sexualidad es válido para el hombre de hoy sin atender a la cultura de aquellas épocas. Leamos la carta a los Romanos de Pablo, pero recurramos a las ciencias del hombre y no a sus escritos para tener conocimientos sobre la sexualidad. Si atendemos al desafío de los estudios de género el problema de la Biblia está en reclamar que la naturaleza humana se ha de entender según el orden divino de la creación tal como aparece en Génesis 1. Es lo que opina el profesor católico de Yale John J. Collins en su obra “The Bible after Babel” (Michigan, 2005). Y añade esto: “Tal como se muestra ahora la humanidad no es solo hombre y mujer, sino que admite diversas variantes y combinaciones entre medias. Desde esta perspectiva la famosa frase de Génesis 1, 27, “varón y mujer los creó”, es no solo problemática, sino opresiva. Produce el efecto de relegar a enteras categorías de gente (homosexuales, transgénero) al estado de la anormalidad. Hay, por supuesto, diferencias biológicas reales que no se pueden negar, pero la simple oposición binaria no hace justicia al espectro de la sexualidad humana”. Es una lástima que la Congregación para la Educación Católica en su documento “Varón y mujer los creó”, de 2019, no tuviera en cuenta opiniones tan sensatas como las del profesor Collins que nos advierte de que la Biblia no es una guía infalible en el diálogo con el feminismo y los estudios de género, sino más bien problemática. Los relatos bíblicos son “construcciones humanas” que reflejan la cultura de un tiempo y un lugar y que no son inocentes en la cuestión de las relaciones de poder. El relato de Génesis 1, texto básico de la antropología cristiana, no está menos condicionado culturalmente que las leyes sobre la esclavitud. En “Varón y mujer los creó” se habla de dialogar, pero no hay mucho diálogo, aunque sí un leve avance, ya que distingue entre la llamada “ideología de género” y las diferentes “investigaciones” sobre el “gender”. Fue siempre algo evidente. Basta leer las primeras páginas de una obra como “¿Qué es el género?” (Icaria, 2016) para ver que en ese enfoque “no se trata de negar una diferencia”, el sexo biológico, “sino de comprender cómo esta diferencia ha llegado a estar social y culturalmente sobredeterminada”. El documento “Varón y mujer los creó” explica en el párrafo 11 las orientaciones sexuales como algo que surge de la separación del sexo y del género, pero las cosas suceden justo al revés. Y en el n. 16 habla contra el acoso y la violencia en la educación “en razón de las tendencias afectivas” que antes ha negado. Es un documento poco convincente que repite doctrinas ya conocidas y sigue ignorando los avances científicos y los problemas reales de la gente. A veces usa la terminología de los pensadores personalistas, pero no reconoce que el tú de nuestro yo se encarna en cuerpos sexualmente diversos. Ya en su momento Crismhom hizo una certera crítica de este documento. Es justo que no haya discriminación en razón de las “tendencias afectivas”. Pero sería de desear que la doctrina de la Iglesia diera “un paso adelante” en este tema y dejara de hablar de conductas objetivamente desordenadas al hablar de la homosexualidad. No lo hace este documento, pero sí el catecismo. Y sería de desear porque, al parecer, hay cristianos que se sienten legitimados por la doctrina católica para agredir a una comunidad cristiana, como recientemente ha sucedido en Madrid, y enviar a sus miembros al fuego eterno con pintadas insultantes. Por no hablar de otras muchas agresiones que da a conocer la prensa. Ello pone de manifiesto que ciertos grupos, entre ellos algunos que se dicen cristianos, están llenos de odio y de fanatismo. Seguramente esos grupos defienden un cristianismo militarista y triunfalista, un reino de Dios que triunfe sobre el mal con la ayuda de las armas y del poder temporal. Sueñan con la cristiandad de tiempos pasados donde, por supuesto, hay diablo e infierno porque de ellos habla la Biblia. A quienes defienden gobiernos autoritarios les conviene que se predique un Dios déspota al que temer, hecho a su imagen. No les interesa que se profundice en esos temas desde estudios bíblicos serios. Con razón el papa Francisco nos previene contra el triunfalismo religioso. Intentar imponer la fe y la justicia por la fuerza contradice el mensaje evangélico por más que algún discípulo del Nazareno estuviera dispuesto a usar la espada. La transformación social llega a través de la conversión, a través de la “revolución de los corazones” como decía Ebner, que lleva a luchar activa y pacíficamente para que a nadie le falte el pan y el aire para respirar, porque todas las vidas cuentan. Máxime en tiempos de pandemia. Así es como se va construyendo el reino de Dios del que la Iglesia debe ser humilde servidora. Ese reino de Dios, conviene recordar, viene “sin ostentación”, sin llamar la atención con grandes signos externos. Está ya “en nosotros” como llamada a la conversión, y allí donde hay relaciones sociales justas, es decir, “entre nosotros”, “en medio de nosotros”, como traduce hoy la mayoría de los exegetas. Es la enseñanza del Evangelio de Lucas en 17, 20-21, siendo secundario si el metà paratērēseōs griego reproduce las palabras originales de Jesús o ha sido añadido al redactar el Evangelio. El pensador Ferdinand Ebner escribió un artículo en la revista Der Brenner en 1922 titulado “El escándalo de la representación” en el que se preguntaba si ciertas prácticas no contradecían el espíritu de esa enseñanza. Ya había hecho alusión a ese versículo en sus Fragmentos de 1921. El reino de Dios es el reino del amor, el que hace la comunidad de los hombres transformando las relaciones sociales en nuestro mundo. Así lo ha explicado también G. Lohfink en su libro “Das Geheimnis des Galiläers” (Herder, 2019): el reino de Dios está presente allí donde hay relaciones de equidad entre los hombres. Y el autor señala que en la Iglesia no se ve mucho de ese reino de Dios. Lo que se ve con demasiada frecuencia es, nos dice, “riñas, división, envidia, desconfianza, arrogancia y abusos”. Y ostentación de su influencia y poder, podemos añadir. El orgullo reivindicativo y la exhibición tienen su lugar en los desfiles y paradas de nuestra sociedad laica. Pero la soberbia no es una virtud cristiana. En ese sentido la renuncia a la mitra episcopal sería un gesto más importante de lo que pensamos, y, sin buscar excusas, perfectamente compatible con la atención a los problemas graves de la Iglesia. No cabe duda de que los ampulosos gestos que a veces se ven chocan con esa enseñanza de Lucas 17, 20-21. Ebner ponía como ejemplo en sus anotaciones de 1919 la fiesta del Corpus Christi, no exenta de paganismo, ostentación y boato, “con sus bandas de música y salvas de honor”. Una lectura literal del pasaje oscuro, casi incomprensible de Jn 6, 54-58 nos ha llevado hasta la pompa – “Gepränge”, escribe Ebner - y el paganismo de ciertas celebraciones religiosas. Este año, debido a la pandemia, no ha habido muchas procesiones. Pero no han faltado gestos aparatosos: ostensorios de plata y oro exhibidos desde los lugares más insospechados. En España y fuera de nuestras fronteras. En Düsseldorf se ha celebrado el Corpus este año con la misa y la bendición “de lo alto”, desde una altura de 168 metros, en el mirador de la Rheinturm, una estructura que se eleva hasta los 240 metros. Un gesto ostentoso difícilmente superable. Quienes gustan de las ocurrencias y de dar la nota tienen ahora el listón muy alto. El papa Francisco, quizá comprendiendo que las Jornadas Mundiales con celebraciones ante miles de personas tienen mucho de ostentación, quiso recordar en su homilía del 28 de julio de 2016 en Częstochowa, que, “contrariamente a lo que cabría esperar y quizá desearíamos, el reino de Dios, ahora como entonces, “no viene llamando la atención” (Lc 17, 20), sino en la pequeñez, en la humildad”. La Iglesia lleva siglos ignorándolo. El 2020 fue declarado por el Papa como Año de la Biblia. Esto me estimuló a releerla y estudiarla con la nueva perspectiva de otras tantas lecturas de estos últimos años.
La Biblia, como los libros de otras religiones antiguas, recoge la experiencia de algunas personas profundamente espirituales sobre la realidad última que fundamenta el orden del mundo, la justicia de las relaciones humanas, y nuestra relación con esa realidad última, a la que frecuentemente denominamos Dios o Diosa. Esas experiencias espirituales son como una luz intensa que sólo se aprecia cuando incide en algún objeto, en alguna situación humana; por eso sus relatos muestran situaciones humanas en las que descubren de alguna manera esa presencia divina, aunque la expliquen mediante leyendas míticas y con los torpes conocimientos de su época. La teología de la liberación, que parte tenazmente de la situación concreta y actual de nuestros pueblos, no duda en iluminarla con las grandes experiencias religiosas que nos muestra la Biblia; y la más persistente de todas, es que Dios está de parte de los más desfavorecidos. Generalmente hacemos una lectura literalista de esos relatos, aceptando sus decisiones o los conceptos y datos que ya están superados o desmentidos por la ciencia, la historia, arqueología… incluso rechazados por nuestra conciencia ética. También la teología, que se funda en esos relatos, tropieza con un posible politeísmo en los orígenes bíblicos (Elohim significa dioses; hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza Gén 1,26). Actualmente existe un gran sentido de la autonomía humana, que rechaza la intervención de Dios en el mundo físico y en la libertad de nuestras decisiones. Sin embargo la gran lección de toda la Biblia es que Dios está siempre de parte de los débiles y actúa a su favor. ¿Cómo entender estos pasajes? ¿Cortando toda comunicación con Dios? ¿O podemos descubrir una presencia de Dios Espíritu “más íntimo que nuestra propia identidad”? Nuestra actitud al leer el Antiguo o el Nuevo Testamento no puede ser literalista, como la del abogado que estudia el código penal o un tratado político; nosotros debemos superar la expresión cultural, tratar de descubrir la luz que inspiró ese texto, y cotejarla con la luz que despierta en nuestra conciencia. Algo así como al leer Antígona no nos quedamos en las costumbres griegas sino que apreciamos la defensa heroica de un deber de fraternidad superior a los decretos e intereses políticos de un rey. También en España se cuestionó en conciencia la ley que sancionaba a quien acogiera a un inmigrante refugiado. Para entender los relatos del Antiguo Testamento es importante situar cada libro en las circunstancias históricas en que se redactó, teniendo en cuenta las leyendas anteriores que se recogen en esa última redacción que ha llegado hasta nosotros. Por eso es conveniente que, antes de leer cualquier libro o pasaje, consultemos la Introducción que cada edición antepone, explicando las circunstancias, el autor, la época, el género literario, y el contenido del texto. Para una buena información sobre la progresiva y compleja formación de los textos finales, y de la situación sociopolítica en que se han redactado, tenemos el estudio completo y ameno que hace José Luis Sicre en su “Introducción al Antiguo Testamento”, con el capítulo final “Breve Historia de Israel” muy práctico para poner en orden los acontecimientos de una Historia tan convulsa. Un estudio más reducido y esquemático puede verse en “Ciudad Biblia”, de Xabier Pikaza. También “La Biblia Traducción Interconfesional (BTI)” tiene buenas Introducciones, breves explicaciones a pie de página, y al final añade una “Cronología histórico Literaria”, que facilita el situar los libros y los acontecimientos mediante una tabla sinóptica de cuatro columnas con la Fecha, Historia General, Historia Bíblica, y la Historia Literaria. Nosotros citaremos generalmente por la traducción y las breves y valiosas introducciones de Luis Alonso Schökel. Nosotros facilitaremos en un adjunto un cuadro simplificado para relacionar los principales libros con acontecimientos de su época, y en los próximos capítulos iremos comentando los libros agrupados por temas: la Ley, los libros históricos, proféticos, poéticos, y sapienciales. La comprensión de estos textos nos será de gran ayuda para conocer que, más allá de nuestras creencias y prácticas religiosas, existen otras formas en que se manifiesta la experiencia mística, los orígenes de nuestra espiritualidad, y las referencias y alusiones que podemos descubrir en el Nuevo Testamento. Pentateuco Estamos acostumbrados a leer la Biblia como un libro unitario, que contiene la revelación progresiva de Dios al hilo de la historia del pueblo judío, con una Promesa de protección y de salvación que convertiría y acogería a todos los pueblos. La Biblia realmente tiene cierta continuidad basada en la historia del pueblo judío, asumida por los cristianos como “historia de fe”, pero durante dos mil años de historia ha recogido leyendas, historias, leyes, poemas y proverbios, procedentes de diversos pueblos y culturas. Esta variedad de escritos hizo necesaria la definición oficial de un Canon, y de una interpretación común consensuada y aceptada. El Pentateuco no es un libro escrito por Moisés en el siglo XIII a. C.; es una primera muestra de esta necesidad de establecer un texto y una interpretación común, que abarca desde la creación hasta la muerte de Moisés a las puertas de la Tierra Prometida. En el siglo VI a. C, Ciro, rey de Persia, autorizó y apoyó el regreso de los judíos a Jerusalén y la reconstrucción de la ciudad; pero el pueblo que había permanecido en Jerusalén se había contagiado de las idolatrías de los pueblos vecinos. Los profetas y el Gobernador vieron la necesidad de recuperar la identidad del pueblo con la reconstrucción del Templo y la promulgación oficial de una Ley a modo de constitución (la Torá, el Pentateuco), basada en la revisión de las leyendas y leyes atribuidas a Moisés. El Pentateuco consta de cinco libros: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio, y su redacción definitiva fue pactada entre las diversas tendencias que se habían ido produciendo: Yavista y Elohísta (s. X y IX), que aportaron las leyendas sobre los Patriarcas, la salida de Egipto, y la teofanía del Sinaí (siglos X-VIII a. C); Deuteronomista (s. VII-VI), centrada en Jerusalén y con el aporte de los primeros profetas; y finalmente la Sacerdotal (s. V), centrada en el Templo. La corriente Sacerdotal predominó en la redacción y adaptación final de todos los textos, fundiéndolos en un relato o yuxtaponiendo las diversas versiones de un mismo suceso, como podemos apreciar en los dos relatos de la creación, Sacerdotal (Gén 1,1 – 2,4) y Elohísta (Gén 2,4b - 3,24); pero imprimió al conjunto la clave identitaria de un nacionalismo centrado en el culto en el Templo de Jerusalén. Quizás el cristianismo ha tratado de hacer algo semejante centrándose en la doctrina y en la sede de Roma. Génesis Este libro recoge rasgos de una religiosidad primitiva, anterior a la formalización de las diversas religiones, expresados mediante mitos inolvidables por su plasticidad narrativa; estos mitos tratan del origen del Universo y de la Humanidad, y afrontan los grandes problemas del ser humano: el origen de la vida, el bien y el mal, nuestra relación con Dios, y nuestras relaciones humanas Su estructura abarca: La creación y el pecado; la expansión de la Humanidad y el Diluvio; Los Patriarcas, Abraham, Isaac, y Jacob; La historia de José y el asentamiento en Egipto. Es un libro que hay que releer por su belleza literaria y para ahondar en las raíces de nuestra religión; pero no de una manera literalista como documento histórico, sino como una novela histórica que describe con ingenuidad mística nuestras relaciones con Dios: su oferta gratuita a pesar de nuestras respuestas egoístas, a pesar de nuestra orgullosa apropiación individual de lo que nos ha sido dado comunitariamente. Nos resultará inspirador releer algunos pasajes buscando la imagen de Dios, aunque siempre sean aspectos parciales, que nos muestran relatos como la creación (c.1-4). Noé y el diluvio (6-9)con la alianza “que establezco para siempre con vosotros y con todos los animales que os han acompañado”. La torre de Babel (11); algunos pasajes de Abraham (12-25): “Deja tu tierra natal y la casa de tu padre, y dirígete a la tierra que yo te mostraré”, su encuentro con Melquisedec “sacerdote del Dios altísimo”, y el sacrificio de Isaac. Las experiencias místicas de Jacob (28 y 32) “Realmente el Señor está en este lugar y yo no lo sabía” o su lucha con el ángel. Y el papel desempeñado por algunas mujeres como Eva, Sara, Rebeca, o Raquel. Estos pasajes nos refrescarán el sentido de una espiritualidad carismática que nos desconcierta porque todavía no ha quedado sometida bajo el peso organizativo de las leyes. Estos relatos nos son muy conocidos por la Historia Sagrada que leímos en la catequesis, pero leídas como adultos nos impresionará que un arameo o un acadio (da igual) de hace 4.000 años (cuando Dios era temido como el trueno) tuviera la intuición (inspiración, revelación) de que “creó Dios al ser humano a su imagen; a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Gn 1,27) “lo puso en el jardín del Edén para que lo cultivara y lo cuidara” (Gn 2,15), y bajaba a este jardín a pasear y conversar con ellos (3,8). Ahora estamos valorando nosotros la espiritualidad (y la política) del cuidado de la naturaleza y del cuidado de las personas. Éxodo Es el libro más actual, no tanto por su relato como por su valor simbólico de liberación de un pueblo oprimido. Éxodo significa salida, porque el libro cuenta la salida de las tribus hebreas de Egipto donde paulatinamente habían sido sometidas a trabajos forzados en una situación de esclavitud. Estos hechos tuvieron lugar hacia el siglo XIII a. C. pero fueron narrados mucho después, tal vez resumiendo diversos desplazamientos en una gran epopeya. Es la epopeya de la formación del pueblo hebreo como una institución social y religiosa. Para nosotros tiene mayor interés recordar los pasajes de la opresión en Egipto, el niño salvado de las aguas, la vocación de Moisés, y la reclamación ante el faraón (1-7); la Pascua, el paso por el mar Rojo, y el canto de Moisés (12-15); la alianza del Sinaí (19-20), y el becerro de oro (32-34). Sicre propone analizar estos pasajes desde el pueblo, el faraón, Moisés, y Dios. ¿Qué sentido podemos darle hoy a la intervención de Dios en la liberación del pueblo hebreo y en la liberación actual de pueblos y de grupos humanos? ¿Y qué sentido tiene hoy hacer una alianza con Dios? Levítico Nuestra Biblia griega denominó este libro como Levítico porque está dedicado a los ritos y sacrificios de los levitas, miembros de la tribu de Leví, encargados en exclusiva de ejercer el sacerdocio y el servicio en el templo. Es por tanto un libro de leyes, dirigido a los sacerdotes pero que afectaba plenamente a todo el pueblo, que tenía que cumplir los ritos de purificación y abonar los tributos establecidos para el servicio del templo y el sustento de los sacerdotes. Leyes frecuentemente minuciosas y complicadas, atribuidas a Dios con la frase inicial “El Señor se dirigió a Moisés y le dijo”, pero que realmente fueron surgiendo con la práctica durante siglos, y recogidas en este libro por la tradición sacerdotal, predominante en la compilación final del Pentateuco. Estos ritos y sacrificios, tras la destrucción del segundo Templo (año 70 d. C.), ya no tienen sentido para los judíos; menos aún para los cristianos porque, como explica la carta a los Hebreos, Cristo ha cumplido de una sola vez el sacrificio por el Pueblo. En cuanto a las leyes que regulaban la vida social, también han quedado superadas por el código civil o penal de cada país. Podemos decir que esos textos legales nos sirven hoy como “libros de consulta más que de lectura”. Sicre dedica un capítulo a la formación y al por qué de estas leyes. No obstante algunos cristianos todavía citan algunos textos del Levítico para argumentar contra la homosexualidad. Es una muestra de cómo todavía algunos se aferran a la literalidad de los textos bíblicos cuando les interesan, aunque no a otros que hablan de justicia y fraternidad. Números La traducción de los LXX denominó Números a este libro porque comienza haciendo el censo del pueblo y completando las leyes necesarias para su organización antes de partir del Sinaí, caminando durante cuarenta años a través del desierto, hasta la Tierra Prometida. El título hebreo “En el desierto” resulta más apropiado porque abarca el período que va desde la teofanía del Sinaí hasta su llegada a la ribera oriental del Jordán Más que una historia real de lo acaecido durante esa prolongada etapa, se trata de una interpretación teológica, elaborada más tarde por la tradición sacerdotal, basada en leyendas yavistas y elohístas. Esta reflexión teológica no es un relato idealista de triunfos con la Presencia de Dios en la Tienda, la morada de Dios, que llevaban consigo. Esta travesía del desierto es más bien un ejemplo simbólico del camino de purificación que Dios emplea con su pueblo. Jesús también pasó simbólicamente cuarenta días en el desierto después de su experiencia mística en el Jordán y antes de comenzar la proclamación del Reino de Dios. En esta larga peregrinación somos testigos de las debilidades, desconfianzas, e infidelidades del pueblo, que incluso en un momento se rebela y quiere volver a Egipto. Dios muestra su determinación de destruirlo, pero cede a ruegos de Moisés, aunque esa “generación dura y perversa” que salió de Egipto no será la que entre en la Tierra Prometida. Deuteronomio El Deuteronomio es un libro complejo. Está redactado entre el siglo VII y el V por iniciativa del rey Josías (o basado en el descubrimiento de un “Libro de la Ley”), para renovar en el pueblo el sentido de la propia identidad como pueblo escogido por Dios. Este es un período convulso en la historia de Israel (Norte) y de Judá (Sur), exilio en Babilonia, destrucción del Templo, regreso a Jerusalén por concesión de Ciro, y construcción del segundo Templo (515 a. C.). Deuteronomio significa segunda ley, porque este libro sería como un resumen y complemento de toda la legislación desde la Ley del Sinaí hasta la llegada a la Tierra Prometida, y fue empleado por Esdras y Nehemías para renovar en el pueblo el cumplimiento de la Ley. Este libro sirve como puente entre el Pentateuco y la historia deuteronomista (Josué, Jueces, Samuel, y Reyes), entre la muerte de Moisés y el gobierno de Josué, entre el fin del desierto y la entrada en la Tierra Prometida. Fue elaborado principalmente por la corriente deuteronomista, de carácter más laico que la sacerdotal, que trataba de restablecer la unidad de Israel y Judá mediante su identificación como pueblo elegido por Dios. Para este fin contó con el ferviente trabajo realizado en el Reino del Norte por los profetas Elías, Eliseo, Amós y Oseas, y en el Sur por Jeremías. El Deuteronomio es importante para el judaísmo como resumen teológico y político de su identidad como pueblo elegido por Dios, basado en la Alianza, que les garantiza su protección, de alguna manera condicionada a la fidelidad como su pueblo. Vídeos de la Escuela de Formación en Fe Adulta (EFFA) José Luis Sicre. Introducción al A.T.: Estrenamos con esta primera clase un interesante ciclo sobre el Antiguo Testamento y contamos para ello con un experto de primera línea con reconocido prestigio internacional en estas materias. ¿Qué es la Biblia Hebrea? ¿Cómo fue el proceso de selección de los escritos que la componen? El aspecto religioso no es el único relevante. Se valora todo lo que contribuye a definir la identidad del pueblo judío. ¿Cuántas versiones de la Biblia hay? ¿Qué fiabilidad tenemos respecto a la integridad de los textos? ¿Qué aporta la lectura de la Biblia para un cristiano de nuestro tiempo? José Luis Sicre. El Pentateuco: Un repaso a la estructura y contenido de los cinco primeros libros de la Biblia con multitud de interesantes anotaciones que ayudan a comprender mejor los textos y a conocer la intención de los escritores sagrados. Las narraciones del Pentateuco no pretenden ser biografías, ni explicaciones científicas, ni libros de historia. Son visiones teológicas de Dios y el mundo, cuya motivación muchas veces sería solucionar problemas del momento. Como botón de muestra, la fe de Abraham y Sara ante las promesas de Dios, que no se cumplen de forma inmediata, reconfortaría a los judíos en el exilio de Babilonia. Xabier Pikaza. Teoría de las Religiones (I): ¿Qué nos diferencia a los humanos de otros animales? ¿Qué es el fenómeno religioso? ¿Cuál es su relación con la cultura? Para estos interrogantes hay muchas respuestas. Repasamos las opiniones más destacadas de los últimos siglos, Freud, Jung, René Girard, Zubiri o Carl Rahner entre otros. Xabier Pikaza. Teoría de las Religiones (II): Seguimos revisando las diferentes teorías acerca de lo religioso, como las tesis formuladas por Max Weber, Émile Durkheim, Schleirmacher, Gadamer o Hegel. De esta forma logramos una imagen a grandes rasgos del papel de las religiones en la vida de los hombres de todos los tiempos, incluida su relación con el poder a lo largo de la historia. Queda como reto saber qué papel van a ejercer a partir de ahora las religiones. Bibliografía José Luis Sicre: “Introducción al Antiguo Testamento”.Editorial evd 2016. Un estudio completo y ameno para entender el Antiguo Testamento. Tema I, Aproximación al Antiguo Testamento: Problemas y valores. Tema II, El Pentateuco. Xabier Pikaza: “Ciudad Biblia. Guía para adentrarse, perderse y encontrarse en los libros bíblicos”. Ed verbo divino 2019. Introducción a la lectura de la Biblia, y al Antiguo Testamento; 17 grandes temas del Antiguo Testamento. Pentateuco p. 59-74. Biblia Traducción Interconfesional (BTI). Ed. Biblioteca de Autores Cristianos, Verbo Divino, Sociedades Bíblicas Unidas, 2008. Introducción al Antiguo Testamento, al Pentateuco y a cada uno de los cinco libros; con comentarios a pie de página a la mayoría de los versículos. Ed. Biblioteca de Autores Cristianos, Verbo Divino, Sociedades Bíblicas Unidas, 2008. Nueva Biblia Española, dirigida por Luis Alonso Schökel y Juan Mateos. Ed. Cristiandad, 1990. Introducción al Pentateuco, y a cada uno de los cinco libros Jon Sobrino escribió El principio misericordia, lo que ha venido a ser un clásico de la teología aplicada al terreno concreto, con la mente puesta en lo que experimentó en El Salvador, pero perfectamente extrapolable al resto del Planeta. Lo mismo ocurre con los evangelios, circunscritos a una realidad histórica concreta con vocación universal. Ahora aparece otro libro en la misma clave, El principio compasión, escrito por el presbítero y teólogo José Ramón Pascual, a todas luces muy recomendable.
El autor se centra en la compasión samaritana dejando claro dos cosas muy importantes: que la compasión revela a Dios y que, por tanto, no puede desligarse de la realidad histórica en la que tantas cruces humanas deben desclavarse también desde lo humano liberando a las víctimas en lo posible su condición de tales. Y no porque ostenten una superioridad moral, ya que su prioridad evangélica es ética, derivada de su necesidad: dolor, injusticia, en todas sus manifestaciones. Jesús pidió en repetidas ocasiones a sus seguidores un esfuerzo transformador desde una actitud concreta, entonces y ahora. Todos estamos incluidos en el amor apasionado de Dios siendo libres para excluir en su nombre o para salvar samaritanamente. Jesús no hace del sufrimiento y la penitencia su centro ni el de los demás; el suyo es un dolor solidario y atento al sufrimiento de los otros sin dejar de confiar en el Padre. No espera pasivamente, sino que ora y sale al encuentro de todos sin distinción ni calculando los inconvenientes. Y cuando le escuchan, utiliza comparaciones con ejemplos deliberadamente rompedores, que lo fueron entonces y siguen siéndolo ahora, chocantes con las creencias arraigadas de quiénes son los buenos y los malos, los puros e impuros, los santos y pecadores. Esta actitud suya se repite a lo largo de su vida hasta convertirse en el mensaje transversal del Nuevo Testamento. Hoy y aquí, su actitud sería la misma aunque adaptada al contexto social de este tiempo, pero el mensaje hoy resultaría igual de chocante y rompedor a como lo fue entonces. No pocos miembros significativos de aquella comunidad teocrática judía se negaron a tolerar el mensaje de amor y la llamada liberadora de Jesús. Solo hay que leer el pasaje 23 de Mateo para ver la durísima polémica que mantuvo con las autoridades religiosas judías y la descalificación radical que Jesús mostró hacia sus conductas, lo mismo que siglos antes lo hicieron muchos profetas. O qué no decir de la llamada imperativa al amor a nuestros enemigos, que ofrece pocas interpretaciones. Pero de tanto leer y escuchar el evangelio con la mirada contemporánea, sus ejemplos y personajes acaban por quedarse atrapados en la sociología de aquél momento, alejados de nosotros. Esta semana tenemos una buena piedra de toque: el día del Orgullo LGBT para avanzar en la igual de sus colectivos. Su origen se remonta a los disturbios que ocurrieron el 28 de junio de 1969 en Nueva York, fecha que ha quedado para la reivindicación de la liberación homosexual ante tanta discriminación, humillación y desigualdad social. Volvamos al siglo I en la Palestina de Jesús: leprosos, mujeres, extranjeros, samaritanos, romanos invasores, infieles de toda forma y condición religiosamente excomulgados en origen. Si no por sus malas acciones, por las de sus antecesores. No soy gay, pero tengo personas cercanas que sí lo son. Excelentes personas. Para una parte de la Iglesia, son pecadores o degenerados; o las dos cosas. Para el Jesús de Nazaret que conocemos, el Cristo, son personas a amar y aprender de sus experiencias, sin juzgar, prioritarias por su condición de marginados (los que lo sean). Homosexuales fieles por amor a sus parejas, heterosexuales que engañan y humillan a las suyas ¿Dónde está la verdad? En el amor, ciertamente, no en la condición de cada cual. Tampoco en cualquier norma inmisericorde. Como afirma en su libro José Ramón Pascual, el sufrimiento de los excluidos es lugar teológico. La moral no deriva de la razón, sino del Otro y su realidad dolorida y excluida que exige justicia restaurativa ante toda desigualdad y pretensión de dominio y explotación. Lo dicho, la exclusión es el problema. Y la práctica evangélica, nuestra obligación. En el evangelio de hoy hay tres párrafos bien definidos. El primero se refiere a Dios. El segundo, a la interdependencia total entre Jesús y Dios. El tercero, hace referencia a la relación entre nosotros y Jesús. Los tres manifiestan aspectos esenciales del mensaje de Jesús. Los dos primeros se encuentran también en Lc, pero en el contexto del éxito de los 72 y la intervención del Espíritu que llenó de alegría a Jesús. En la primera comunidad cristiana todos eran personas sencillas, que no podían gloriarse de nada y buscaban ser acogidas y guiadas. ¿Qué hubiera dicho Jesús de la Iglesia después de Constantino?
“Te doy gracias, Padre, porque…” Lo importante no es la acción de gracias en sí sino el motivo. Jesús no puede afirmar que Dios da a algunos lo que niega a otros. Lo que quiere decir es que, el Dios de Jesús no puede ser aceptado más que por la gente sencilla y sin prejuicios. Los engreídos, los soberbios, los sabios tienen capacidad para crearse su propio Dios. Los “sabios y entendidos” eran los especialistas de la Ley. Su pretendido conocimiento de Dios les daba derecho a sentirse seguros, poseedores de la verdad. No tenían nada que aprender pero eran los únicos que podían enseñar. ¿Quiénes eran los sencillos? “El “nepios” griego tiene muchos significados, pero todos van en la misma dirección: infantil, niño, menor de edad, incapaz de hablar; y también: tonto, infeliz, ingenuo, débil. No tenía capacidad de razonamientos y les faltaba la mínima preparación para desplegarla. En todos descubrimos la ausencia de cálculo, la falta de doblez o segundas intenciones. Para la élite religiosa, los sencillos eran unos malditos, porque no conocían la Ley, y por lo tanto no podían cumplirla. Los sencillos eran los “sin voz”, “la gente de la tierra”. Según dice el Papa Francisco, los descartados. Estas cosas son las experiencias de Dios que Jesús vivió y que nos quiere transmitir. No se trata de conocimiento sino de experiencia profunda. “Todo me lo ha entregado mi Padre…” Ese conocimiento de Dios no es fruto del esfuerzo humano, sino puro don; aunque no se niegue a nadie. El error de nuestra teología, fue creer que conocíamos a Jesús porque conocíamos a Dios; si Jesús era Dios, ya sabíamos lo que era Jesús. El texto nos dice que la única manera de conocer a Dios es aproximarnos a Jesús, pero no por conocimiento sino por haber hecho nuestra la experiencia de Dios que él tuvo. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados que yo os aliviaré. La imagen de yugo se aplicaba a la Ley, que, tal como la imponían los fariseos, era ciertamente insoportable. El hombre desaparecía bajo el peso de más de 600 preceptos y 5.000 prescripciones, además de las tradiciones que eran innumerables y sumían a la gente en la imposibilidad de cumplirlas. Para los fariseos, la Ley era lo único absoluto. Jesús dice lo contrario: “El sábado está hecho para el hombre, no el hombre para el sábado”. La principal tarea de Jesús es liberar al hombre de las ataduras religiosas. Mi yugo es llevadero y mi carga ligera. Jesús libera de los yugos y las cargas que oprimen al hombre y le impiden ser él mismo. No propone una vida sin esfuerzo; Sería engañar al ser humano que tiene experiencia de las dificultades de la existencia. Sin esfuerzo no hay verdadera vida humana. No es el trabajo exigente lo que malogra una vida, sino los esfuerzos que no llevan a ninguna plenitud. Todo lo que hagamos a favor del hombre se convertirá en felicidad porque traerá plenitud y felicidad. Jesús propone un “yugo” pero no de opresión que vaya contra el hombre, sino para desplegar todas sus posibilidades de ser más humano. Jesús quiere ayudar al ser humano a desplegar su ser sin opresiones. El yugo y la carga serían como el peso de las alas para el ave. Claro que las alas tienen su peso, pero si se las quitas, ¿con qué volará? El motor de un avión es una tremenda carga, pero gracias a ese peso el avión vuela. Nuestras limitaciones son las que nos permiten avanzar hacia la meta. Lo que acabamos de leer es evangelio (buena noticia). No hemos hecho caso a este mensaje. En cuanto pasaron los primeros siglos de cristianismo, se olvidó totalmente este evangelio, y se recuperó “el sentido común”. Nunca más se ha reconocido que Dios se pueda revelar a la gente sencilla. Es tan sorprendente lo que nos acaba de decir Jesús, que nunca nos lo hemos creído. Dios no comparte con el hombre el conocimiento, sino su misma Vida. Los que no creen en la evolución pueden disfrutar de una buena salud. Si Dios se revela a la gente sencilla, ¿Qué cauces encontramos en nuestra institución para que esa revelación sea escuchada? ¿No estamos haciendo el ridículo cuando seguimos siendo guiados por los “sabios y entendidos” que se escuchan más a sí mismos que a Dios? A todos los niveles estamos en manos de expertos. En religión, la dependencia es absoluta, hasta el punto de prohibirnos pensar por nuestra cuenta. Recordad la frase del catecismo: “doctores tiene la Iglesia que os sabrán responder”. Jesús no propone una religión menos exigente. Esto sería tergiversar el mensaje. Jesús no quiere saber nada de religiones. Propone una manera de vivir la cercanía de Dios, tal como él la vivió. Esa Vida profunda es la que puede dar sentido a la existencia, tanto del listo como del tonto, tanto del sabio como del ignorante, tanto del rico como del pobre. Todo lo que nos lleve a plenitud, será ligero. Este camino de sencillez no es fácil. Los cansados y agobiados eran los que intentaban cumplir la Ley, pero fracasaban en el intento. De esas conciencias atormentadas abusaban los eruditos para someterlos y oprimirlos. Nada ha cambiado desde entonces. Los entendidos de todos los tiempos siguen abusando de los que no lo son y tratando de convencerles de que tienen que hacerles caso en nombre de Dios. Pío IX dijo: “solo hay dos clases de cristianos, los que tienen el derecho de mandar y los que tienen la obligación de obedecer”. Hoy ningún jerarca repetiría esas palabras, pero en la práctica, todos actúan desde esa perspectiva. Descubramos en qué medida separamos la fe de la vida, la experiencia del conocimiento, el amor del culto, la conciencia de la moralidad, etc. Los predicadores seguimos imponiendo pesados fardos sobre las espaldas de los fieles. Nuestro anuncio no es liberador. Seguimos confiando más en los conocimientos teológicos, en el cumplimiento de unas normas morales y en la práctica de unos ritos, que en la sencillez de sabernos en Dios. Seguimos proponiendo como meta la “Ley”, no la Vida. La gran carencia de nuestra comunidad hoy es la falta de experiencia interior. Pero esa situación nunca se podrá superar insistiendo en la doctrina, condenando a los que se atreven a discrepar de la doctrina oficial o imponiendo documentos que tratan de zanjar cuestiones discutibles. Lo que hay que enseñar a los cristianos es a vivir la experiencia del Dios de Jesús. Solo ahí encontraremos la liberación de toda opresión. Solo teniendo la misma vivencia de Jesús, descubriremos la libertad para ser nosotros mismos. Meditación Jesús conoce al Dios interior y nos lo puede revelar. Debemos buscarlo en lo hondo de nuestro ser y aceptar ese Dios como el único que puede liberarnos. Todo dios que venga de otra parte será opresor. Mientras más agobiados nos sintamos, más necesitamos al Dios de Jesús que es el nuestro. En los tres domingos anteriores (11-13) hemos leído unos fragmentos del discurso de Jesús a los apóstoles cuando los envía de misión (Mt 10). No se cuenta la vuelta de los discípulos ni el resultado de su actividad. En los capítulos siguientes (Mt 11-12) tenemos episodios muy distintos que ayudan a definir la figura de Jesús y describen las distintas reacciones que provocan su persona y su actividad.
¿Es realmente el Mesías esperado? Juan Bautista duda, y envía a sus discípulos a preguntar si tienen que esperar a otro. Los de Corozaín y Betsaida no se dejan afectar por su predicación, se niegan a convertirse. Los fariseos lo acusan de infringir la ley y el sábado, deciden matarlo y dicen que está endemoniado. Sin embargo, en medio de todos estos que desconfían, se desinteresan o se oponen a Jesús, hay un grupo que lo acepta por dos motivos muy distintos: por revelación de Dios, y porque, desde un punto de vista religioso, se sienten agobiados, cargados, y encuentran alivio en Jesús y su mensaje. Al final, este grupo aparecerá como la familia de Jesús, sus hermanos, sus hermanas y su madre. Sabios y sencillos (Mateo 11,25-30) El pasaje de este domingo contiene una acción de gracias, una enseñanza y una invitación. Acción de gracias. Jesús ve que la gente se divide ante él, y las cataloga en dos grupos. El de los «sabios y entendidos», que tienen una sabiduría humana, y por eso se escandalizan de Jesús o lo rechazan. Son especialmente los escribas, que dominan las Escrituras tras muchos años de estudio; también los fariseos, muy unidos a los escribas, que siguen sus enseñanzas y se consideran perfectos conocedores de la voluntad de Dios. Pero están también los “sabios y entendidos” desde un punto de vista humano, los que se consideran capacitados para criticar a Juan Bautista y a Jesús, aunque no hayan estudiado teología. Por otra parte, está el grupo de la «gente sencilla», sin prejuicios, a la que Dios puede revelarle algo nuevo porque no creen saberlo todo. Pescadores, un recaudador de impuestos, prostitutas, enfermos… Esta gente acepta que Jesús es el Mesías, aunque no imponga la religión a sangre y fuego; acepta que es el enviado de Dios, aunque coma, beba y trate con gente de mala fama; se deja interpelar por su palabra y enmienda su conducta. Esto, como la futura confesión de Pedro, es un don de Dios. La capacidad de ver lo bueno, lo positivo, lo que construye. Los sabios y entendidos se quedan en disquisiciones, matices, análisis, y terminan sin aceptar a Jesús. Enseñanza. En pocas palabras tenemos un tratadito de cristología, centrado en lo que tiene Jesús y en lo que puede revelarnos. Lo que tiene, se lo ha dado el Padre. El mejor comentario se encuentra en el cuarto evangelio, donde se dice que el Padre ha dado a Jesús los dos poderes más grandes: el de juzgar y el de dar la vida. A estos dos poderes se añade aquí el de revelar al Padre. Estas personas sencillas, a través de Jesús, van a conocer a Dios como Padre, no como un ser omnipotente o un juez inexorable. Él se lo revelará, porque es el único que puede hacerlo. Pero esta revelación del Padre no es algo abstracto, teórico. Es un respiro para los rendidos y abrumados por el yugo de las leyes y normas que les imponen las autoridades religiosas. Los rabinos hablaban del “yugo de la Ley”, al que los israelitas debían someterse con gusto y con deseo de agradar a Dios. Pero ese yugo se volvía a veces insoportable por la cantidad de mandatos y prohibiciones, y por la idea tan cruel de Dios que transmitían. En cambio, el yugo de Jesús pone a la persona por delante de la Ley, como lo demostrarán los dos relatos inmediatamente posteriores, centrados en la observancia del sábado. Resumen. Estos versículos contienen un dinamismo muy curioso: el Padre revela al Hijo, el Hijo revela al Padre, pero el gran beneficiado es el hombre que acoge esa revelación; se ve libre de una imagen legalista, dura, agobiante, de Dios y de la religión. Su piedad, al hacerse más divina, se hace más humana. Un rey sencillo, pero de inmenso poder (Zacarías 9, 9-10) El hecho de que Jesús se presente como «manso y humilde» trae a la memoria la promesa de un rey «modesto, montado en un asno», anunciado por el profeta Zacarías. Estamos, probablemente, a finales del siglo IV a.C., poco después de que Alejandro Magno haya pasado por Palestina camino de Egipto. A la imagen grandiosa del monarca macedonio, montado en su caballo Bucéfalo, contrapone el profeta la imagen de un rey de apariencia modesta, montado en un burro, pero de enorme poder, capaz de llevar a cabo lo que otros profetas habían atribuido al mismo Dios: sin necesidad de ejército (destruirá los carros de guerra de Efraín y la caballería de Jerusalén, romperá los arcos de los guerreros) instaurará la paz y dominará desde el Éufrates hasta el fin del mundo. Un rey excepcional, casi divino. Los evangelistas relacionarán este texto con la entrada de Jesús en Jerusalén. En el contexto de este domingo, pretende reforzar la imagen de un Jesús manso y humilde, que no instaura la paz en las naciones sino en los corazones. «Te ensalzaré, Dios mío, mi rey» (Sal 144) El salmo elegido para este domingo reúne bien las dos lecturas. Recoge la imagen del rey, pero no destaca su poderío militar ni su dominio universal, sino su clemencia, misericordia, piedad, bondad. «Es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas». Igual que Jesús, que alivia a cansados y agobiados, el rey prometido «sostiene a los que van a caer, endereza a los que ya se doblan». Por eso, la reacción que debemos tener al escuchar las palabras del evangelio es la de bendecir al Señor Jesús día tras día, por siempre. En aquel tiempo, exclamó Jesús: «Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.»
Para entender estas palabras de Jesús hay que retomar lo que Mateo narra en los versículos anteriores. Al comienzo del capítulo 11 (11, 1,7) los discípulos de Juan el Bautista se acercan al Maestro para preguntarle si él es el Mesías. Jesús no responde directamente, sino que los remite a su actividad y a su palabra y los invita a discernir si lo que él hace responde a lo que la Escritura dice sobre los signos que acompañan a quien es enviado de Dios. (Is 35, 5-6; 42, 18). A continuación, se dirige a las personas que se ha congregado en torno a él y las confronta sobre sus expectativas frente a Juan el Bautista y frente a él mismo. Para Jesús el pueblo está ciego y busca a tientas esperanza, pero no sabe leer los signos de los tiempos (11, 8, 19). Jesús está experimentando con fuerza la incomprensión de su mensaje. En algunas ciudades de Galilea no han creído en su palabra y no han acogido los signos que ha realizado para hacer visible el reino de Dios. Esta experiencia le lleva a pronunciar palabras muy duras contra dos de ellas: Corazaín y Betsaina porque han tenido la oportunidad de creer y la han rechazado (11, 20-24). Ante todo eso, Jesús se dirige a su Padre/Madre Dios agradeciéndole que los pequeños y sencillos hayan podido encontrar esperanza y salvación en su mensaje y en sus actuar. Los que aparecen como sabios y entendidos han puesto sus intereses por delante de la oferta de Dios y no han podido acogerla ni entender que él es su enviado (Is 29,9-24), En medio del cuestionamiento Jesús experimenta con profunda emoción que Dios ha optado desde siempre por los/as más desvalidos/as, por los/as pobres, los/as marginados/as que no tienen a quien acudir, por eso sus curaciones, sus comidas con pecadores/as, su denuncia de la injusticia son expresión de esa preferencia de su Abba. Él se reconoce como hijo del Dios Padre/Madre que lo ha enviado e invita a quienes lo escuchan a reconocer esa filiación. En el mundo antiguo el mayor orgullo de un hijo es parecerse a su Padre, es continuar su obra y aumentar su honorabilidad en su familia y en la sociedad. Con su conducta Jesús está imitando a su Padre y se está declarando digno hijo de tan buen Padre. No es por tanto su capricho actuar así, sino que porque conoce a su Padre/Madre sabe que su misión es restaurar, reconciliar, sanar y salvar. Tradicionalmente en la religiosidad de Israel recitar y vivir el shema(Dt 6, 4-25) se interpretaba como llevar el yugo del reino de los cielos. Encontrarse con un Dios que acompaña, cuida y ama es no solo una experiencia liberadora sino una responsabilidad y un compromiso. Jesús evoca esta imagen del yugo para remitir a sus oyentes a la experiencia fundante de su fe pero también para ampliar la interpretación que hacen de ella. Jesús sabe que en su sociedad (como en la nuestra) unos pocos oprimen, abusan y esclavizan a muchos y que la religión muchas veces se convierte en una carga que dobla la vida, que impide encontrase con ese Dios que consuela, perdona y salva. Por eso se indigna Jesús, porque muchos/as prefieren vivir de una religión que alivia pero que no pide grandes esfuerzos, escogen relacionarse con un Dios al que se le puede satisfacer con oraciones y ofrendas, pero olvidan que Dios es gratuidad, amor y perdón. Por eso Jesús los invita a llevar su yugo, a dejarse guiar por él porque Dios quiere aligerar nuestras cargas, consolarnos, animarnos… “¿Cómo hacerles entender que de Ti nunca nacerá nada que les limite o les agobie, porque tú eres un Dios que quiere hacer ligeras sus cargas y que no les pides penosas ascensiones a montañas sagradas, ni templos en los que pagar diezmos, ni altares donde inmolar holocaustos? Por eso cuando los veo preguntándose cómo agradarte, les recuerdo las palabras de miqueas: lo que el Señor espera de vosotros no son humillaciones ni postraciones, sino que caminéis humildemente junto a Él aprendiendo de su ternura y su justicia. Porque Tú no buscas criados que te sirvan, sino hijos con los que compartir el sueño de tu Reino, colaboradores entusiasmados por hacerlo llegar a todos los que están esperando, tirados en las cunetas de los caminos” (Dolores Aleixandre, Dame a conocer tu rostro (Gn 32, 30. Imágenes bíblicas para hablar de Dios, pág. 46) Jesús finalmente invita a aprender de él, a ser sus discípulas/os y a ofrecer junto a él palabras y gestos de consuelo, caminos de liberación y perdón y experiencias de gratuidad y encuentro. Todo ello hoy cargado especialmente de sentido. En estos tiempos difíciles que seguimos viviendo no son ofrendas y holocaustos a Dios lo que el hermano o la hermana que sufre necesita, sino que cada una y cada uno de nosotros, discípulas/os de Jesús escuchemos su Palabra, imitemos su conducta y seamos consuelo, esperanza, reconciliación…cada día y con quien lo necesite. Por eso te alabo Padre/Madre… El agua pasada no era necesariamente transparente, pero quién no se inclinaba a beber de ella. Ayer fuimos todos un poco más bárbaros. Yo no cortaría hoy tantas cabezas siquiera petrificadas.
Quien esté libre de pecado, no lea estas letras. Si juzgamos el pasado, no conviene abstraernos de los condicionamientos del momento. Será necesario considerar las coordenadas culturales del ayer antes del mazazo que dictamina severo. Winston Churchill permanece encerrado dentro de una jaula con seria amenaza de claustrofobia. Mientras tanto los Colones de piedra son apeados y decapitados. Podemos criticar el pasado cuando la violación de los derechos humanos fue flagrante, pero deberemos ser más reservados cuando los actores principales actuaron en consonancia con el inconsciente colectivo del momento. Las esculturas de piedra de nuestras ciudades no son mobiliario imprescindible, pero representan espejo en el que leernos, no necesariamente en el que morirnos de la vergüenza. Lo más importante es la determinación del presente para alcanzar superiores niveles de civilización. Estamos en camino y aún debemos cobrar más distancia de la cueva y su código poco refinado. En lo que a la historia humana se refiere es más cauto remitirnos a la observación y no incursionar tan ligeramente en el juicio. La contemplación serena del pasado es imprescindible para obtener de él las lecciones hoy tan necesarias, pero en esa contemplación desapegada conviene democratizar los errores. No conviene tampoco escribir la historia en blanco o en negro. Mínima objetividad urge de gamas. Churchill arremetió contra el “mequetrefe en pañales” cuando Ghandi se decidió a acabar con la dominación inglesa en la India, pero a la vez supo levantar a todo un pueblo en la lucha contra el nazismo. Colón se embarcó en una arriesgada aventura sin saber si volvería y no desenvainó espada en atropello de indígenas al otro lado de las aguas. El célebre navegante no merecerá altares, pero tampoco estuvo comprometido en masacres. Descubrió y dio cuenta. La barbarie de después lleva seguramente muchos de nuestros apellidos. No tiene mérito rodar hoy la cabeza de Colón por el asfalto. Prima más bien reconciliarnos con nuestra propia historia antes que confrontarla. La historia somos nosotros y los ángeles sólo sobrevolaron sobre ella. Si la perspectiva no se impone, puede venir la ceguera. Desde nuestro presente de cierto progreso de la conciencia humana no se puede dictaminar implacable sobre los protagonistas de nuestro pasado. Hay que ponerse las gafas del momento so pena de cometer una nueva injusticia. Otra cosa es la villanía, la abyección. Otra cuestión son los que entraron a sangre y fuego en la selva desconocida del continente recién hallado. Otro tema son los bárbaros negreros que transgredieron la más elemental ética de todos los tiempos, los que arrancaron a hombres y mujeres de sus hogares en el corazón de África para venderlos como esclavos y aumentar su delictiva fortuna. Ellos no merecen estatua, pero no olvidemos que ningún mercader sin escrúpulos actúo en soledad. Hacían falta barcos y por consiguiente capitanes y marineros. Hacían falta armas y por lo tanto herreros y mercaderes. Hacían falta leyes y ello requería a su vez políticos y legisladores… Estamos caminando, abandonando para siempre la explotación del humano por el humano, haciendo poco a poco realidad el otro mundo posible fundamentado en el superior principio de fraternidad humana. En ese noble afán poco ayuda mirar hacia nuestro propio pasado con falta de comprensión y exceso de rabia. Hurgando y hurgando podríamos además tropezar con nuestra propia responsabilidad en el atropello. |
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Febrero 2023
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