El movimiento que generó un judío marginal en una zona igualmente marginal en el imperio romano hace poco más de dos mil años se convirtió en una “religión”. Los seguidores de Jesús de Nazaret lo transformaron en un objeto de culto, y el culto necesita ritos para expresarse, así como un lenguaje propio, unas categorías propias, una doctrina que lo identifique, una organización que lo estructure.
En cambio, el evangelio es un mensaje que se proclama: una buena noticia que se comunica al mundo. Jesús anunció la voluntad de Dios invitando a la humanidad a vivir conforme a ella: establecer una relación de amor entre Dios y su pueblo, entre los seres humanos y de éstos con la naturaleza. Así habrá crecimiento, porque solamente el amor es fecundo. Pero la religión es entrar en una estructura que al amor le queda como un corsé estrecho y muchas veces agobiante. El evangelio viene de Jesús. La religión no procede de Jesús. El no fundó religión alguna, ni enseñó ritos, ni doctrinas, ni organizó algún sistema de conducción. Jesús anunció el cambio radical de la humanidad, una revolución a todo el sistema religioso, y que sería llevado a cabo por los empobrecidos de este mundo, ya que ellos son los únicos que no tendrían intereses que defender: solamente propuestas que animar. Pero si Jesús no fundó religión alguna, sus discípulos sí lo hicieron. Ellos iniciaron un culto a Jesús que fue reemplazando al seguimiento de Jesús. Jesús nunca pidió un culto a su persona, pero sí insistió en el seguimiento de su persona y la fidelidad a su mensaje. Con el culto nació la doctrina que lo sustentaba. Con la doctrina apareció la apologética o sea las dicusiones acerca de cómo entender determinadas propuestas de seguimiento. Y entonces, cada vez más, se empezó a nublar el mensaje primitivo y se fueron acumulando declaraciones, distinciones, argumentos, falacias, imposiciones y herejías. El evangelio se había convertido en religión. A partir de ahí, separar lo sagrado de lo profano fue una consecuencia lógica. Lo sagrado requería un sistema propio: la liturgia, el lenguaje, las vestimentas, la organización, una doctrina que justificara. También unos personajes que representaran lo sagrado: el clero se apropió de esa circunstancia. Al comienzo, todos eran laicos. Jesús también era un laico, pues no pertenecía a la clase sacerdotal, ni al grupo de maestros de la ley, ni a la clase farisea de los observantes y puros. Era de la clase popular, sin títulos ni distinciones especiales: el hijo del carpintero del pueblo. Sus seguidores, al convertir el seguimiento en culto, al separar lo sacro de lo profano, dejó en manos del clero la conducción, y todo lo demás, “lo profano” , quedó en calidad de receptores pasivos. Es lo que se vive aún hoy. Salir de esta situación producida por la historia pecadora de nuestra iglesia, costará tiempo y esfuerzo. Volver al evangelio significa renunciar al poder, bajo todas sus formas. Seguir en la religión, al contrario, requiere apoyarse en el poder, también bajo todas sus formas. ¿Estará hoy día ayudando a esta conversión mental y cordial, la catequesis, las homilías, las cátedras de teología, en las “cartas pastorales”, la peparación de los nuevos animadores comunitarios, las llamadas “clases de religión”, la formación en los seminarios?
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Es evidente que el peor enemigo de la anhelada renovación eclesial, teológica y espiritual emprendida por el Papa Francisco reside en el seno de la propia Iglesia.
La elección de Francisco supuso un duro golpe para las corrientes más integristas de la Iglesia Católica, compuestas mayoritariamente por grupos de características sectarias, escasa preparación intelectual y voraces ansias de poder. Por fortuna, un papa jesuita, perteneciente a una de las órdenes más prestigiosas del catolicismo, alabada por su erudición y por la magnífica apertura que lideró el padre Arrupe, se ha atrevido a romper tabúes que parecían inquebrantables. Su exhortación apostólica Amoris Laetitia constituye una verdadera revolución metodológica en la teología moral. Los comentaristas suelen detenerse en cuestiones específicas, sin reparar en que la novedad de este documento estriba en el giro de ciento ochenta grados que promueve en la interpretación de la ética cristiana. A partir de ahora, preguntas como la legitimidad del uso de los anticonceptivos, cuya sola formulación eriza a los integristas, pierden vigor. Por supuesto que un fiel católico puede escoger libremente usar anticonceptivos (se llama libertad, se llama responsabilidad, se llama sentido común, se llama derecho a disfrutar de la sexualidad y a vivirla sin prejuicios atrabiliarios y obsesiones retrógradas); por supuesto que un divorciado vuelto a casar puede comulgar ("Tomad y comed todos de él", dijo -hipotéticamente- Jesús); por supuesto que la Iglesia no tiene autoridad alguna para elaborar dictados infantilistas y elencos rabínicos de dogmas morales que adocenen a la feligresía católica. Demasiada prudencia, demasiado miedo a expresar opiniones propias, demasiado fervor inquisitorial, demasiada hipocresía, demasiada condena indiscriminada, demasiado alejamiento de las palabras y el ejemplo de Jesús, demasiado enquistamiento en esclerotizadas estructuras medievales que responden a espurios orígenes políticos. Como ha escrito José Antonio Pagola, "Somos víctimas de la inercia, la cobardía o la pereza. Un día, quizás no tan lejano, una iglesia más frágil y pobre, pero con más capacidad de renovación, emprenderá la transformación del ritual de la eucaristía, y la jerarquía asumirá su responsabilidad apostólica para tomar decisiones que hoy no nos atrevemos a plantear". Ese temor a equivocarse, ese apego a la pureza doctrinal, esa cercanía al poder y a la riqueza, ese escándalo permanente que ha personificado parte de la jerarquía católica, contrasta clamorosamente con las exhortaciones del Papa Francisco, nuevo Juan XXIII, quien dice: "Más que el temor a equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en unas estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite: "Dadles vosotros de comer"(Mc 6,37. - EG, 46-49). Faltan, claro está, reformas de mayor calado, como el acceso de la mujer al sacerdocio(cuya exclusión resulta injustificable teológicamente, pues Jesús no ordenó a nadie ni eligió a doce apóstoles -en ningún momento se llama en los Evangelios apóstoles al grupo de los Doce, símbolo del Nuevo Israel-) y la desclericalización de la Iglesia (lacra que confunde tendenciosamente jerarquía con Iglesia y establece distinciones anti-evangélicas entre "Iglesia docente" e "Iglesia discente"), pero la línea que sigue el papa Francisco va en la buena dirección. Sólo así el famoso invierno eclesial contra el que alertó Karl Rahner se convertirá en una auténtica primavera. Cualquier persona comprometida con el avance de la humanidad sólo puede felicitarse por semejante audacia, impensable hace unas pocas décadas, cuando la Iglesia permanecía aprisionada por el rigidismo doctrinal y pastoral de Juan Pablo II, sin duda el papa más lesivo para los teólogos y el pensamiento libre desde Pío XII. Juan Pablo II humilló intolerablemente a los mejores pensadores católicos de la época (Bernhard Häring, Hans Küng, Leonardo Boff, Edward Schillebeeckx, Jacques Dupuis, Marciano Vidal...), como Pío XII había hecho con los más conspicuos exponentes de la Nouvelle Theólogie (Yves-Marie Congar, Marie-Dominique Chenu...), genuinos precursores del Vaticano II, un concilio donde los teólogos se rebelaron valerosamente contra los intentos de la curia por secuestrar las sesiones y marchitar los documentos. En pontificados anteriores, la Congregación para la Doctrina de la Fe había retomado las prácticas más perversas heredadas del Tribunal del Santo Oficio y se había dedicado eficazmente a infundir un temor paralizante en los teólogos. Medraron los mediocres, los que se limitaron a repetir catecismos y doctrinas fosilizadas, los que renunciaron a pensar por cuenta propia y petrificaron la labor teológica. Por el contrario, los teólogos más brillantes, los que se afanaron en comprender el Evangelio en diálogo con la filosofía y la ciencia contemporáneas, hubieron de sufrir toda clase de amenazas, monita, procesos ordinarios y extraordinarios... Bien haría Francisco en protegerse de los elementos reaccionarios que aún pululan -aunque lo disimulen- por la Iglesia, y que aprovecharán cualquier oportunidad para traicionarle. Encontrará aliados más fieles para sus reformas en las órdenes religiosas, que, para beneficio de la humanidad, abandonaron el sectarismo y abrazaron el espíritu del concilio Vaticano II. Es entre los jesuitas, los dominicos, los franciscanos, los carmelitas, los agustinos... donde el papa hallará a quienes le ayuden, teológica y pastoralmente, en la ejecución de su revolución paulatina. Para quienes buscamos lo divino más allá de religiones, iglesias y dogmas, y contemplamos la religiosidad humana desde una perspectiva ecuménica y no desde el sectarismo confesional, un papa como Francisco encarna esperanza, la convicción de que el fanatismo no tendrá nunca la última palabra. Y la Iglesia de Roma, tantas veces enemistada con la libertad y el conocimiento, puede ahora transformarse en auspiciadora de los mejores valores de la civilización moderna. El párroco Flavio atendió la consulta matrimonial de los cónyuges Ticio y Cayo (nombres todos ficticios, como en los manuales canónicos de casus conscientiae, pero que convienen a personajes, hechos y dichos reales en un lugar mediterráneo el pasado 13 de Junio, que san Antonio bendiga).
Ticio y Cayo convivían como pareja de hecho desde hace tiempo y, sin ocultarlo, participaban con normalidad en la vida de la parroquia. Ahora, aprovechando que en su país las leyes lo permiten, han formalizado civilmente su situación. Pero desearían la bendición sacramental de su unión y han venido a consultarlo. --- Padre Flavio, usted ya nos conoce bien y sabe que, aunque nos hemos casado civilmente, echamos de menos su bendición. ---Mi bendición, no. La de Jesús, que ya sabéis que no os casa un juez, ni os casa un cura, sino que os casáis vosotros y el Señor bendice la unión para que, a lo largo de la vida, se vaya haciendo irrompible. ---Ah, qué bien, Entonces, ¿Nos podemos casar también en la Iglesia y nos da usted esa bendición del Señor? , dice Ticio. ---La verdad es que estábamos dudando si pedírselo, añade Cayo. ---Se lo comentamos al cura Filiberto y nos dijo que no se puede, que lo dijeron los obispos en la reunión esa del Sínodo, y que también lo dice el Papa en una carta que ha escrito sobre amor y alegría ---Bueno, vamos por partes, dice el cura Flavio. Lo que dice Filiberto que dice Francisco no es del todo exacto. En realidad, Francisco dice dos cosas: primero, que a vosotros hay que acogeros en la Iglesia sin la más mínima discriminación; segundo, que una boda como la vuestra iría en contra de lo que dice el derecho canónico que es el matrimonio. Con esto, ya puedo responder a vuestras preguntas. Porque me habéis hecho dos preguntas distintas: si os podéis casar canónicamente en la iglesia y si la Iglesia puede bendecir vuestra unión ya civilmente formalizada. A la primera pregunta os tengo que responder que no. Hoy por hoy, mientras no se reforme el derecho canónico, no podemos celebrar esa boda canónicamente, cumpliendo con todos los requisitos canónicos e inscribiéndoos en el registro matrimonial. Pero, por otra parte, ni falta que os hace, porque ya estáis casados civilmente. Pero a la segunda pregunta os tengo que decir que sí. Lo mismo que la semana pasada celebramos dentro de la misa la renovación de la promesa matrimonial de nuestros amigos Clara y Felipe, en sus bodas de plata, del mismo modo podemos celebrar dentro de la misa de nuestra comunidad, que os acoge, podemos celebrar la renovación de la promesa de vuestro matrimonio civil y que Dios la bendiga. ---¿Y no le llamarán la atención a usted desde Roma? ---Después de Amoris laetitia, ya no. Mirad lo que escribe un teólogo moral amigo mío. que comenta así en su blog la exhortación de Francisco: Mutaciones en la práctica, evolución de las doctrinas En el n. 251 de Amoris Laetitia Francisco se limita a citar lo que dijeron los obispos sobre “los proyectos de equiparación de las uniones entre personas homosexuales: no existe ningún fundamento para asimilar a establecer analogías entre las uniones homosexuales y el designio de Dios sobre el matrimonio y la familia”. En el número 250, citando palabras suyas en Misericordiae vultus dice: “El amor de Jesús se ofrece a todas las personas sin excepción... toda persona, independientemente de su tendencia sexual ha de ser respetada en su dignidad y acogida con respeto, evitando todo signo de discriminación”. La afirmación del n. 251 presupone que la actual formulación canónica de la doctrina sobre el matrimonio refleja el designio de Dios sobre la familia, lo cuál es exegética y teológicamente cuestionable, al menos en el sentido de cerrar la puerta a toda evolución de la doctrina. Además, tomando en serio la afirmación del n. 250, hay que cuestionar el presupuesto de que la actual formulación canónica de la doctrina sobre el matrimonio refleje el designio de Dios sobre la familia. Sin embargo, hoy por hoy, estando vigente la normativa canónica, no podría ningún párroco permitir en su jurisdicción una boda canónica de una pareja del mismo sexo ni inscribirla en el registro matrimonial con todos los requisitos correspondientes. En un futuro (que quizás tardará más de lo deseable) será posible, si y cuando se haya realizado antes la reforma del derecho canónico, la revisión y evolución de las doctrinas sobre sexualidad y matrimonio y se haya revisado la exagerada juridificación de la vida sacramental. Pero lo que si nos permite la postura del n. 250 es la celebración de una bendición religiosa del matrimonio civil sin boda canónica. Esto se aplica no solamente al caso de la pareja del mismo sexo, sino también a otras situaciones como las de divorciados vueltos a casar civilmente. Precisamente en el párrafo 297, en que insiste en “integrar a todas las personas en la comunidad eclesial según la lógica del Evangelio” acentúa Francisco así:“No me refiero sólo a los divorciados en nueva unión, sino a todos, en cualquier situación que se encuentren” Esta práctica, lo mismo que la de resolver mediante “discernimiento en el foro interno” casos insolubles canónicamente, hace años que se realizaba en las vanguardias de la pastoral en diversos países y diócesis (Háganlo, pero no me pidan permiso, decían algunos obispos con sentido común y evangélico, (que “haberlos haílos también). Ahora, después de la Amoris laetitia, no solo está avalada esta práctica, sino que engendra y provoca el cambio y evolución doctrinal. Con razón decía Francisco en el prólogo de Amoris laetitia que quedan pendientes cuestiones doctrinales. Una de ellas, la de no limitarse a las declaraciones de nulidad, sino a reconocer el divorcio por ruptura de lo que no fue nulo, pero se ha roto irremediablemente, y reconocer las nuevas nupcias. Entretanto, mientras no evoluciona la doctrina, queda el recurso a la práctica pastoral de bendecir la unión de la pareja que se ha formalizado civilmente. Lo mismo que ocurre al resolver en el foro interno el tema del acceso a los sacramentos para los divorciados vueltos a casar, este paso práctico pastoral no es una aplicación o una excepción de una doctrina, sino un paso adelante creativo que provoca, suscita y alienta la evolución de las doctrinas. Por eso es tan decisivo el paso dado por Amoris laetitia. Lo han percibido muy bien quienes la critican por no coincidir con algunas aspectos del magisterio anterior (Humanae vitae, Familiaris consortio...). En realidad esa crítica es la mejor alabanza de la Amoris laetitia, porque eso es lo que estaba haciendo falta con muchos años de retraso: no repetición , sino evolución doctrinal. Lo paradójico es que para lograrlo haya hecho falta repetir por activa y pasiva que nada cambia doctrinalmente, cuando precisamente ese cambio pastoral es el que produce la evolución doctrinal requerida y esperada. “La paciencia lo es todo”, dice el Panchatandra, esa gran recopilación de fábulas e historias moralizadoras sobre la realidad hindú que nos transporta de lo real a lo fantástico continuamente. Cuando leí esta aseveración tan rotunda, no le di mucha importancia. Pero con el tiempo, voy descubriendo la gran verdad que atesora. Ahora suelo unirla al estribillo teresiano “Sólo Dios basta”: La paciencia lo es todo, solo Dios basta, que procuro interiorizarlo con fe en los pliegues más impacientes de mi persona.
Es fácil quedarnos con que la paciencia es una virtud que lleva a aguantar cualquier adversidad de manera pasiva, sin apenas decir nada, cuando en realidad constituye un atributo que exige poner en acción nuestros mejores recursos emocionales. Pero tampoco se queda solo en el logro de la serenidad frente a la actitud impulsiva. Si bien la paciencia implica mantener la serenidad durante los malos tiempos, o ante las ofensas, para un cristiano es mucho más que esto, aunque sea importante. La vida que dediquemos a cultivar la paciencia, es tiempo de siembra interior para ser en lo posible dueño de uno mismo; al fin y al cabo, mucho de lo que nos ocurra dependerá de la forma como actuemos ante los acontecimientos. Pero hay algo más, como decía, que esa actitud de sana paciencia que nos ayuda ante cualquier problema para lograr que los sinsabores sean más manejables, duren menos y sus consecuencias sean más controlables. Ese plus es lo que me ha hecho reflexionar el sacerdote Tomás Halík, en el prólogo de su estupendo libro Paciencia con Dios (Herder). El se refiere a las tres formas de paciencia, profundamente interconectadas, frente a la sensación de ausencia de Dios: se llaman fe, esperanza y caridad. Y llega a señalar que la paciencia es la principal diferencia entre la fe y el ateísmo, en los momentos en que Dios parece estar lejos u oculto. Y lo mismo dice de la esperanza, como otra expresión de la maduración de la paciencia; y del amor, porque un amor sin paciencia no es auténtico amor. El nexo de todo ello está en la confianza y la fidelidad, los dos potentes motores cuyo combustible es la paciencia. Por tanto, para Halík, las tres virtudes teologales son tres formas de asumir el ocultamiento de Dios, que a la postre es un camino muy diferente al del ateísmo y la credulidad superficial. Lo que les pasa a los ateos es que no tienen paciencia ante su verdad incompleta. Pero de igual forma, la fe de los creyentes inmaduros, es de algún modo también incompleta por no asumir la propia naturaleza de nuestra condición de peregrinos hacia la Tierra Prometida; algo que lejos de decepcionarnos con impaciencia frustrante, nos debe servir como reflexión para la maduración de las virtudes teologales y como antídoto a la soberbia excluyente, acusadora y nada paciente tampoco con las debilidades del prójimo. Paciencia como sanación del equilibrio interior pero también como el alimento que nos ayude a experimentar las gracias recibidas en forma de virtudes teologales. Paciencia con Dios, con el hermano siempre, y sobre todo empezando con ejercitar la paciencia con uno mismo: La paciencia activa lo es todo, solo Dios basta. La encíclica “Laudato si” del Papa Francisco ha recogido en parte el pensamiento cristiano ecoteológico y lo ha puesto en el candelero del magisterio de la Iglesia católica desde donde seguramente iluminará muchas conciencias y con ello se podrán transformar muchos comportamientos que están violentando a nuestro ecosistema.
Hemos de hacer lo posible para que esta reflexión franciscana no resulte ser un flash de luz que ilumina intensamente un breve momento para apagarse luego inmediatamente. Quienes reconocen su importancia para la ecología tienen el deber de hacer que esta luz se mantenga permanentemente en el mundo empleando todos los medios que tengan a su alcance. Entre ellos Internet, al que hemos de hacer fuelle que no pare nunca de avivar la llama de la Laudato Si’. Después de la importante atención que los medios le han dado a la publicación de esta encíclica, la primera del Papa Francisco, y también la que por primera vez aborda sistemáticamente los temas ecológicos, todo parece apagarse. No debemos permitir que así sea. Tenemos que mantener siempre viva la luz que emana de este texto tan relevante, que forma ya parte de la doctrina católica. Siempre al alcance de la mano, debemos releerlo de vez en cuando. Por haber sido precisamente el Papa quien ha querido llamar la atención sobre el peligro que corre la Madre Tierra y habernos convocado a la tarea de protegerla y conservarla, todas las fuerzas de las que dispone la Iglesia, que son muchas, debieran ponerse al servicio de esta noble tarea. Ojalá los demás estamentos eclesiásticos no cortocircuiten su mensaje y sepan valorar su importancia moral y mística. Teniendo en cuenta el complejo mecanismo de los comportamientos, en los que en muchas personas entra en juego de manera importante el factor religioso, creo que la “Laudato si” ha sido un paso muy importante en favor del ecologismo, ya que puede favorecer que muchos tomen conciencia de la moralidad inherente a los comportamientos relacionados con la Madre Tierra. Para ello es decisivo que los eclesiásticos, desde sus púlpitos o desde sus cátedras, asuman con responsabilidad la educación moral integrando en ella los criterios de la encíclica Laudato Si’. Es necesario insistir bajando a lo concreto de la vida, y en este caso llegando a la ensuciada realidad. Sabemos muy bien que entre nosotros la mayor parte de la gente considera moralmente neutro dejar basura, degradable o no, en cualquier rincón de la playa donde hemos disfrutado de un día de sol, o en la montaña donde nos hemos recreado en busca de silencio, o allí donde hemos disfrutado de una belleza paisajística. Es necesario un cambio de mentalidad y hacer que el paraguas de la moral proteja los intereses maltratados de la Madre Tierra, que en definitiva son los intereses de todos los vivientes. No creo que haya muchos entre quienes celebran el sacramento de la penitencia que en la confesión individual digan al sacerdote: “padre me acuso de no estar reciclando la basura.” O, si se trata de una confesión comunitaria, pienso que no será en muchas de ellas donde se invite a la reflexión sobre los comportamientos que suponen maltrato a la naturaleza. Es necesario que las personas religiosas consideren inmorales estos hechos. El separar los deshechos para situarlos en los lugares adecuados para el reciclado es un comportamiento que no está suficientemente generalizado. Los creyentes que se mueven dentro de los esquemas morales tradicionales tienen que acostumbrarse a ver estos “pecados”, pues es algo que daña, a veces gravemente, a nuestra Madre Tierra, creatura de Dios, que además es Casa Común de todos los seres vivos, a los que también se perjudica con tales desaprensivos modos de ser y hacer. No sé cuántos creyentes considerarán, además de monstruosamente criminal, pecado gravísimo, por ejemplo, provocar el incendio de un bosque, violando así derechos vitales del ecosistema. Todos tendrían que considerar, además de ofensa a la Madre Tierra, ofensa gravísima que se hace también a Dios. De igual manera se ha de enfocar la responsabilidad moral en el quehacer positivo en relación a la Creación a la que hemos de proteger de cualquier agresión, cuidar sus heridas, favorecer su desarrollo… Cuando en el proceso evolutivo el ser humano se ha hecho presente, la mística católica entiende que Dios ha puesto en sus manos la vida, tanto la propia como la del resto de las criaturas. Que haya brotado en él la consciencia reflexiva le va a hacer especialmente responsable del mundo. Lo dramático es ver precisamente a los humanos protagonizar, aplaudir o consentir actos vandálicos en contra de la vida: el principal, naturalmente, el maltrato de los seres humanos, muchos en situación de esclavitud, más o menos encubierta, otros inmisericordemente explotados, otros, siempre muchos, muriendo por carecer de lo esencial para poder subsistir…; se maltrata de mil maneras a los animales, a veces con publicidad incluida, como se hace en fiestas donde el divertimento termina dándoles muerte. Desde la instancia religiosa hay que hacer ver a quienes no lo consideran así que estos hechos no son moralmente neutros. Debemos todos reeducar nuestra conciencia moral, situándola dentro de los nuevos parámetros ofrecidos por la encíclica del Papa Francisco. En el ámbito institucional de la educación deben asumir esta responsabilidad tanto los padres como los profesores. Entre estos están los que imparten la enseñanza de la religión católica tanto en centros privados como públicos, que debieran incluir en sus clases los temas ecológicos. Esperemos que así lo hagan los programas propuestos por la Conferencia Episcopal Española y los textos los traten con la importancia que les corresponde. Lo mismo hay que decir de la catequesis en todos sus niveles. Pero, como advierte la encíclica, educar no es sólo informar, es también crear hábitos de comportamiento. Para conseguirlos es muy importante, dice el documento, la educación estética que nos hace sensibles a la belleza y amarla, pudiendo así disfrutar de una de las principales riquezas espirituales que nos ofrece el mundo. Esta acción humanizadora en favor de la vida, llevada a cabo desde la religión, desde la Iglesia, sería muy valorada también por los no creyentes. Mi reflexión, aunque abierto a un contexto internacional de la Iglesia Católica Romana se encuentra más particularmente en el contexto de América Latina, en cierta medida menos involucrados en el tema de la ordenación de las mujeres . Nunca hemos sido asiduos combatientes que dicen. Sin embargo, las últimas semanas en medio del contexto político nacional con problemas, una cantidad significativa de textos sobre el tema ha sido publicada por las redes sociales, especialmente los católicos.
Del mismo modo, la reflexión en varios sitios nacionales en la ordenación de las mujeres y la posible creación de una comisión de estudio en el Vaticanopara el diaconado femenino ha ocupado un espacio significativo. Para una parroquia al este de la ciudad deSao Paulo organizado para informar a una discusión sobre el tema. Muchos textos se han publicado historias de mujeres que de acuerdo a los oficiales de la Iglesia Católica fueron ordenadas ilegítimamente y por lo tanto excomulgadas. Se estima que más de doscientas mujeres están en esta situación hoy y entre ellas también hay unos pocos obispos, ordenados en secreto por obispos refractarios a las órdenes del Vaticano. La cuestión de la ordenación de las mujeres vuelve a salir de las catacumbas y comienza a ver la luz del día, aunque envuelto en mil dificultades derivadas de los grupos más diversos y divergentes posiciones. Una cuestión crítica Reconozco que la realización de la ordenación de mujeres sería un paso que, de acuerdo a algunas personas, podría solucionar en parte una situación de desigualdad en la sociedad pública y, especialmente, en la Iglesia Católica Romana. Sin embargo, debe quedar claro que para muchos adeptos y la ordenación de los fans de la mujer es sólo la afirmación de un “derecho” de ambos sexos para representar a Jesucristo delante de la comunidad y no necesariamente una reivindicación feminista. En otras palabras, se trata de pensar sólo en la integración de la mujer al oficial sacerdocio que guarda la misma manera de pensar y de vivir la Iglesia. Crítica a la autoridad católica de no abrir espacios a las mujeres cuando piden es ser el servicio de la Iglesia en diferentes tipos de trabajo y especialmente en el ministerio ordenado. Sólo quiero abrir algunos elementos de reflexión por delante a esta cuestión de la solución de complejo a la vez. En mi opinión, el problema fundamental radica precisamente en la consideración del derecho de las mujeres a menudo tomado de manera simplista.
A menudo se utilizan las escrituras como deberían y justifican sus decisiones como si fueran emanaciones evangélicos. No hay duda de que siempre hay excepciones y no quieren olvidarse de ellos. Pero lo más común es que los sacerdotes de enfoque una autoridad en las personas y en especial a las mujeres mantener y justificar en muchas maneras en las jerarquías que dominan la tierra. Esta concentración excesiva de poder impide el ascenso y la organización de varios ministerios o servicios desde y en nombre de las comunidades cristianas. Además, el modelo de sacerdote que se presenta es el sacerdocio de Jesús en la interpretación judaizante que parece cada vez más distante de las acciones y las inspiraciones que se encuentran en los Evangelios. En lugar de renunciar al poder que pone en evidencia y junto a sus compañeros seculares fortaleció la alianza entre política, económica y religiosa de los siglos. Imponer decisiones y muchos actúan sin respeto, sobre todo cuando se refiere a la sexualidad femenina . Reconozco el papel social y cultural de los sacerdotes, chamanes, santas madres y los padres, los imanes en las diferentes religiones y su evolución en la historia contemporánea. Estos actores y agentes sociales no sólo son los únicos “guardianes” de la tradición religiosa a la que pertenecen, pero son los líderes que deberían tener el corazón pegado a las necesidades de sus comunidades. Así, la participación de los miembros de los servicios y la construcción de significados actualizados serían una responsabilidad compartida. Esto requiere un diálogo constante y el intercambio de conocimientos y competencias para responder a los desafíos siempre nuevos del contexto en el que vivimos. En este sentido no declararse la extinción de papel personas más preparadas o líderes éticos en relación con el contenido y las tradiciones religiosas, pero estas personas sólo deben tener su autoridad legítima en que están en relación con los problemas experimentados por la comunidad. la reforma política de la Iglesia CatólicaEn esta perspectiva no creo que las mujeres deben fortalecer un modelo de sacerdocio jerárquico masculina y la ordenación o aceptar de una teología jerárquica también en su contenido y simbología principalmente masculina . En el proceso histórico actual no hablar de ” reforma política en la Iglesia Católica “, lo que en mi opinión es necesario y útil. Es como si la política y la organización actual de la Iglesia se derivaron directamente de Dios, de acuerdo con la voluntad de Jesús y reportaron inmutable en los diferentes siglos de historia y en diferentes culturas en las que se implantó el cristianismo. Hablando de “reforma política de la Iglesia Católica” también significa hablar de una reforma de las teologías que sustentan estas políticas personaje masculino patriarcales centralizados. Y la reforma de la teología casi revelar lo obvio, es decir, la existencia no sólo de muchas teologías e interpretaciones, pero entre la vida cotidiana y ordinaria teologías que sustentan la organización de la Iglesia en los diferentes niveles. En concreto me refiero a que una cosa es la vida de todos los días y otra cosa es la teoría política teológica de una organización religiosa con sus leyes y principios, en especial con la diversidad de las personas que participan. La supuesta uniformidad de los dogmas, la legalidad de la ley canónica escrita, a pesar de su utilidad, ir contra el pluralismo de situaciones y creencias presentes en diferentes culturas y momentos de la historia. La Iglesia jerárquica no siempre se respeta, pero a menudo luchó como negación de la verdadera doctrina revelada por Dios. En este contexto, también se puede hablar de teologías feministas y su crítica del centralismo religiosao y eminentemente masculino corte su simbolismo religioso. Denunciaron insistentemente abusan del poder religioso, especialmente en relación con la apropiación indebida de la decisión sobre nuestros cuerpos. Ellos han reinterpretado rica y contextualizada la Biblia y la teología con el fin de responder a los retos actuales de nuestro mundo. Estas teologías son rechazadas o ignoradas por los responsables de la casi absoluta tradición masculina desde que escapó del guión establecido por esta tradición. teología feministaYo sospecho que gran parte del movimiento a favor de la ordenación de las mujeres que no funciona en la línea crítica adoptada por muchas teologías feministas. Ellos sólo buscan la igualdad de género en los ministerios sin lugar a dudas las bases teológicas de apoyo y la Iglesia la política actual. En general, sólo visualizar el derecho de las mujeres a ejercer el ministerio en la Iglesia Católica por defecto, la iglesia “universal” ya se constituyó el punto de vista de su organización jerárquica. Es como si sólo para convertirse en la actualidad en las filas sacerdotales, las mujeres podrían cambiar algo con su presencia el panorama real, la representación visual y formal de su hasta ahora único varón. No ignore la importancia de la representación visual de las acciones, pero sólo esto no cambia dentro de nuestras convicciones. Debe quedar claro
Opino de esa manera porque sé que algunas de las sacerdotisas, los pastores y los candidatos al sacerdocio femenino y mi impresión aunque limitada y discutible, lleva a la percepción de que no puede un cambio cualitativo y significativo en la estructura actual de la Iglesia Católica. Muchos simplemente hacer que el sacerdocio , pero no exponga ni requieren las condiciones de su lado a esta realización. Ellos funcionan como si la Iglesia debe reconocer que eran, sobre todo el episcopado y el papado, instituciones ministeriales masculino.Que son éstas las que les debe conceder el permiso para servir a la comunidad. Ellos, sin saberlo, se convierten o se consideran menos Iglesia identificándola con la jerarquía que gobierna. Algunas de estas mujeres sacerdotisas tienen obras de punta con poblaciones marginadas y ligeramente reorganizado por ellas.Algunos incluso tienen doctorados en teología y estudió en las universidades de renombre internacional. Y, sin embargo, esta formación no es reconocida por los prelados.
Afectos y poderes absolutos y nacionalesEn esta edición de las mujeres ‘s de la ordenación no es un hecho igualmente importante que no siempre se considera. Es el hecho de que el cristianismo en su forma católica sea una religión organizada de las fuertes emociones culturales, donde el circuito de los afectos revela una especie de división social de los poderes que reproduce la sociedad en la que vivimos. La figura masculina de Dios el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo es el poder socio-emocional absoluta , mientras que las figuras femeninas como María y muchos santos son del poder absoluto doméstico, cuidador, cálido, protector y curativo. La representación sacerdotal masculina aparece asociada demasiado emocionalmente con el poder político absoluto masculino, aunque el poder a menudo eficaz y decisivo en lo inmediato es el femenino. Sabemos que el orden masculino sigue una dogmática jerarquía masculina en el fondo, comienza con la imagen de Dios el poder de padre entrega a su Hijo único, que envía el Espíritu y se perpetúa simbolizado por sacerdotes masculinos.
NaturalizaciónOtro aspecto importante de esta cuestión se refiere al peligro de naturalizarmos comportamiento masculino y femenino creyendo que todos ellos pertenecientes a uno u otro sexo e incluso transexuales, se comportaría de la misma manera. Naturalización significa hacer ciertos comportamientos como pre-determinado por la naturaleza o Dios y decir, por ejemplo, que la vocación sacerdotal de las mujeres es el cuidado diario y no lee en las políticas públicas a favor del bien común. Eso fue lo que se cree, por ejemplo, en muchos países en el momento lucha sufragista de las mujeres. Ya no podemos creer que hay tareas o específicamente trabajos masculinos y otros específicamente femenino como si tuviéramos identidades y comportamientos ya están pre-asignados a estas identidades de trabajo predefinidas. En cierto modo estas actitudes son similares a las de Jean Jacques Rousseau y siglos más tarde a la positivista de Auguste Comteque quería educar a las mujeres sobre la base de los hombres y la familia buscada para preservarlos de la política y los vicios de la vida social en beneficio de la sociedad, los esposos y la educación de los niños. Además, consideraban moralmente las mejores mujeres que en los hombres hasta que las víctimas absueltos que les reserve un lugar que no era más que una reproducción tal vez mejoró la naturalización de los comportamientos sociales de género. Hoy en día nos están siendo testigo de las reflexiones y actitudes similares pero con diferentes tonos y justificaciones. Estos necesitan ser deconstruido para que nuestra cara humana mezclada aparece en su complejidad y la ambigüedad. La historiaEn este contexto “petición” de la ordenación de las mujeres no podemos olvidar también las persecuciones que prelados y oficiales de la Iglesia Católica Romana y ejercían el ejercicio en relación con las mujeres. Acusándolas de brujas o usurpadores del poder de pensar que debería ser sólo los hombres fueron condenadas a muerte o perseguidas y castigadas por su vida.
La negativa a pensar en otra forma es a menudo característico de las jerarquías religiosas y políticas … Nos pasó a olvidar que algunas figuras principales de nuestra historia actual que proponga la ‘ingenuidad’ la necesidad de una “teología de la mujer » o una « teología femenina ‘ignorando por completo la ruta realizada por siglos de historia y particularmente la historia de estos últimos 40 años? Y la mayoría ni siquiera aceptan que habla de feminismo dentro de la Iglesia … Continuar utilizando un concepto de igualdad abstracta, la igualdad ante Dios, no para hacer frente a la situación real de la violencia y la explotación experimentado por las mujeres . Es desafortunado … Nos pasó a olvidar el interrogatorio de hoy, cartas de advertencia, advertencias a las religiosas , los teólogos y filósofos que aceptan el don de pensar la vida como parte del servicio al Movimiento de Jesús? Todo está vinculado a todo. Una reclamación no es una sola aplicación de un conjunto. La ordenación de las mujeres se inscribe en este contexto complejo de ideas y creencias que gobiernan las mentes y los corazones de oficina y mantiene las estructuras organizativas anacrónicas. No puede haber un entorno derecha aislado en el que hay que afirmar y vivió. situación ideal?Muchas personas pueden reclamar a buscar una situación ideal para el ejercicio público de la hembra sacerdocio ordenada . De alguna forma. Sólo estoy llamando para ayudar a reflexionar sobre cuestiones nuevas y viejas que algunas soluciones que parecen ocultar justa y equitativa de las complejidades reivindicaciones fortalecimiento de un poder patriarcal jerárquica y en el que siguen viviendo, alimentos y piensos en otras vidas. Incluso antes de su sacerdocio adopción como un derecho de las mujeres, no creo que el actual gobierno de la Iglesia Católica, que tendrá que reflexionar sobre las condiciones del derecho a declararse y los límites del actual modelo de sacerdocio. Si bien este modelo también ofrece algunos servicios a la comunidad cristiana, también está libre de varias responsabilidades hacia la construcción de significados y organización plural de la vida cristiana. Así que estoy en contra de la ordenación de las mujeres como la concesión, en el estilo actual, porque esto también es restrictiva y perjudicial para los hombres y las mujeres. Me di cuenta, aunque muy limitado, la historia de las mujeres en la IglesiaCatólica Romana y el gran camino de luchas que atraviesan en el cristianismo. Dado que la participación estrecha e íntima en el Movimiento de Jesús hasta hoy hemos sostenido y vivido la fe, la esperanza y la caridad, sabiendo de nuestras entrañas que la caridad sigue siendo el más grande. Es ella y desde ella que juega modelos sacerdotales tradicionales en la configuración actual del mundo es probable que mantener e incluso ampliar los poderes autoritarios mucho tiempo debería haber sido revisado y cambiado a la luz del reconocimiento de otros / as y mi dicha mi diferente. Todo esto es sólo una invitación a pensar … “Por una Iglesia desclericalizada”: el nuevo número de Iglesia Viva por: Bernardo Pérez Andreo7/15/2016 Iglesia Viva se ha planteado uno de los mayores problemas de la Iglesia actual, el del clericalismo, siguiendo la misma reflexión que el Papa Francisco ha realizado en varias ocasiones pidiendo una Iglesia con espíritu de profetismo en lugar de espíritu de clericalismo. Este nuevo número, el 266, está dedicado a buscar elementos que nos permitan salir de la Iglesia clerical y avanzar hacia su desclericalización.
En el tercer año del pontificado de Francisco han salido con mucha fuerza las tensiones dentro de la Curia, los cardenales y algunos obispos y grupos cristianos contra las propuestas de cambio y transformación de Francisco en la Iglesia. Se atreven a ir directamente contra el Papa y acusarlo sin pelos en la lengua de actuar contra la doctrina y la verdad del Evangelio. Estas posiciones tienen todas algo en común: una imagen de iglesia fuertemente arraigada en el pasado y que quiere mantener unas supuestas esencias católicas. Si rastreamos bien entre todos los opositores a Francisco, el núcleo común puede identificarse con el clericalismo, con ese espíritu (del que el Papa pidió al Señor que nos liberara) que petrifica la fe y la convierte en una roca inmóvil o un pesado fardo en las espaldas de la gente que la aleja de la experiencia de la vida del Evangelio. Como dice el mismo Francisco, la enfermedad típica de la Iglesia encerrada es la autorreferencial; mirarse a sí misma, estar encorvada sobre sí misma como aquella mujer del Evangelio. Es una especie de narcisismo que nos conduce a la mundanidad espiritual y al clericalismo sofisticado, y luego nos impide experimentar «la dulce y confortadora alegría de evangelizar Se trata de una enfermedad que la Iglesia católica ha ido cultivando durante siglos. No es nada nuevo, sino que la Iglesia se encerró de forma narcisista en sí misma para protegerse de la modernidad y quedó anclada a una experiencia de Iglesia Triunfante medieval, de cristiandad universal, de ser el Reino de Dios en la Tierra, de aglutinar toda la salvación divina en este mundo, de ser la imagen terrena de la Jerusalén celestial. El clericalismo es, por tanto, el mal por excelencia de la Iglesia y por eso nos hemos propuesto en Iglesia Viva analizar la situación de una Iglesia clerical que se ve confrontada con un Papa que busca romper esa inercia secular que la lleva al abismo de su propia perdición. En muchos textos el propio Francisco ha clamado contra esta forma de ser Iglesia; nosotros tomamos algunos de esos textos en varias secciones, pero antes de eso, los tres artículos de fondo tratan de mostrar la raíz del clericalismo, sus consecuencias y formas específicas para su superación. El primero de los artículos es de Xabier Pikaza, "Causas y consecuencias del clericalismo". La lectura de Pikaza es que en el principio la Iglesia no era clerical, es más, en la línea de Jesús era lo contrario: una estructura de servicio al Reino de Dios, de amor a los pobres y marginados. La iglesia es por tanto un cuerpo centrado en la comunión de todos, no una jerarquía, en reciprocidad, partiendo de los inferiores y menos honrados que, como sabe la tradición, son los más importantes (Mc 9, 33-37; 10, 35-45; 1 Cor 12, 12-26). Un tipo de ley eleva a quienes pueden realizar obras más altas, fundando así una sociedad piramidal. En contra de eso, la comunión cristiana se expresa en claves de comunión de todos, y el primer puesto lo tienen los pobres y excluidos (pecadores). Los ministerios no sirven para repartir funciones y méritos entre los más capaces, sino para anunciar y expresar la salvación de Dios a todos por el Cristo. Javier Elzo en "De una iglesia clerical y piramidal a otra sinodal y corresponsable" nos da la clave del problema: de una población católica de más de mil doscientos millones de personas, una exigua minoría es la que ostenta el poder. Nuestra Iglesia es una Iglesia en la que tienen voz y voto los clérigos masculinos aunque unos con más poder que otros. Una iglesia en cuya cúpula muchos tienen una edad muy avanzada; una cúpula donde una sola persona, el papa, tiene un poder gigantesco. Desmesurado. Él nombra a los obispos. También elige a los cardenales quienes, a su vez, elegirán a su sucesor. Tanto poder concentrado no refleja ni la realidad humana actual ni la voluntad expresa de Jesús en el Evangelio. Por eso tenemos que proponer algunas salidas a esta situación. A ello se ha puesto Carlos García Andoin en su texto "Una Iglesia sinodal en la cabeza y en los miembros". Su propuesta es muy seria: el poder existe en la Iglesia; la cuestión es cómo lo abordamos desde el Evangelio para que el poder sea siempre un servicio. La Iglesia no puede posponer por más tiempo la reforma sobre su modelo de gobierno. El actual representa una concepción excluyente del poder, reservada en exclusiva a varones, célibes y ordenados; un poder que resulta extremadamente vertical, centralista, elitista y gerontocrático. Urge un modelo más abierto, transparente, corresponsable e incluyente de gobierno de la Iglesia. En la sección de Análisis sociorreligioso proponemos dos textos incisivos. El primero es de Carmen Bernabé, quien nos ofrece un texto sobre "Las mujeres en la Iglesia. ¿Corresponsabilidad o minoría de edad?" Desde hace años se produce una construcción de "la mujer" que tiene como resultado un esencialismo unilateral, hetero-atribuido y a-histórico. En realidad es una construcción ideológica de la mujer, una verdadera y propia "ideología de género" que decide cuál es el ámbito "propio" y "apropiado" para las mujeres en la Iglesia. Esto las ha postergado en el ámbito eclesial, cuando no fue así en el principio. De la práctica de Jesús se deduce un inclusivismo que repercute en los primeros grupos cristianos, que se construyen sobre la base de la casa, donde la mujer tenía un lugar importante. Con el paso del tiempo, el cristianismo se asimila al resto del Imperio y eso le lleva a postergar a la mujer. La respuesta hoy es un proceso de reunión de carismas como respuesta a la idolatría de la organización. José Ignacio González Faus nos trae una reflexión sobre la seguridad a partir de los atentados terroristas de hace unos meses: "¿Dinero-seguridad-fascismo? (examen de conciencia occidental)". El individualismo y el dinero, los dioses occidentales, nos impiden ir hacia una salida a esta situación de realimentación entre el terrorismo y la respuesta de los Estados. La seguridad para todos no es posible dentro de los parámetros del mundo occidental actual. El fascismo es la respuesta de algunas sociedades a este problema, como se ve en el auge de la extrema derecha en Europa. El núcleo del problema es la adoración del dinero, que nos impide ver una salida humana a la situación. Vivimos en un mundo totalmente injusto y cruel, contrario a la voluntad de Dios, de ahí el auge del fascismo. Debemos ir al Evangelio para encontrar salidas humanas y creyentes a esta crisis de civilización. Recogemos en este número también varios Signos de los tiempos que hemos creído que muestran bien la situación de una Iglesia y un mundo en proceso de transformación, pero que aún no ha llegado a encontrar un camino de cambio, de éxodo civilizatorio. El primero es la exposición de una experiencia de "Diaconado permanente en comunidades parroquiales", cómo nace, qué dificultades encuentra y qué oportunidades abre en las comunidades. En un texto preciso, Javier Elzo repite en este número con "Mujer y atavismo eclesia"l, una reflexión a partir de las palabras de Francisco de estudiar el diaconado femenino. En este mismo sentido traemos la carta de Francisco al Cardenal Oullet, un precioso texto sobre el clericalismo y la necesidad de un laicado adulto en la Iglesia. Otro texto sobre Francisco es el de Ximo García Roca, donde se pregunta por la acusación de populista que se hace al Papa. Esta sección concluye con una referencia al concilio panortodoxo que se está realizando estos días. En Página abierta recogemos el texto de Rahner que ha inspirado el título de este número de Iglesia Viva. El gran teólogo alemán ya se planteó la necesidad de romper con las estructuras clericales que encorsetan al Evangelio en la Iglesia y hacen perder la orientación de una estructura necesaria para el mundo, pero que ha caído en las garras de una mundanización, como muy bien indica Francisco, en la que nada puede aportar a la salvación. No me resisto a incluir unas palabras de Rahner que dan justo en el clavo del problema de muchos jerarcas: Cuando uno pretende tomar una decisión movido solo por el peso de la costumbre, debería guardarse muy bien de ir a teólogos o funcionarios eclesiásticos inteligentes para procurarse fundamentos ideológicos, que pueden parecer muy profundos, pero que solo convencen a quienes ya hace mucho están por otros motivos convencidos de eso, que luego es fundamentado con sutilezas teológicas o jurídicas. Este es el modus operandi del clericalismo desde siempre: primero se toma una decisión y luego se buscan las justificaciones y legitimaciones. Creemos que en este preciso momento eclesial es necesario replantearse el ser clerical de la Iglesia como un parásito que ha infectado toda la estructura y que necesita ser extirpado de un cuerpo, la Iglesia, que nació como la oposición a toda estructura clerical y como la alternativa real y radical al pecado estructural de un mundo organizado con criterios en los que la Iglesia ha caído. Sólo a partir del Concilio Tridentino, siglo XVI, el celibato fue obligatorio para todos los sacerdotes católicos. Con anterioridad, ya desde el siglo IV, se produjeron amagos de imponer el celibato en algunas regiones.
La historia nos evidencia la acentuada disolución de costumbres en el clero de la Baja Edad Media y Renacimiento. Se narra, por ejemplo, que al Concilio de Constanza (1414-1418) acudieron 700 mujeres públicas para satisfacer las necesidades sexuales de los obispos y su séquito. Y por doquier se encontraban hijos bastardos de clérigos, también de obispos y papas. Puede que a esta escandalosa situación intentara responder el Concilio Tridentino. Pienso que es más convincente la motivación de "contra-reforma". Era preciso oponerse a la normativa liberatoria protestante, incluida la sexual. La Reforma había suprimido los institutos con votos de castidad y aconsejaba el matrimonio de los clérigos. Así, pues, desde final del siglo XVI, a ningún clérigo ordenado "in sacris" le estaba permitido contraer matrimonio. El intentarlo se llamaba "atentar" matrimonio. Por supuesto, sería inválido. Para quien deseara dejar el sacerdocio y casarse válidamente sólo le quedaba una vía: probar que su ordenación había sido nula. Eso fue lo que pudo probar nuestro filósofo Xavier Zubiri cuando en 1935 demostró ante el Vaticano su carencia de válido consentimiento para ser ordenado sacerdote. Al año siguiente se casó canónicamente con Carmen Castro. La película francesa "El Renegado", de Leo Joannon, plasma la situación del sacerdote católico en los años 50, de cara al matrimonio y a la sociedad. Juan XXIII se encontró con que en el Santo Oficio estaban abiertos y archivados varios cientos de casos de sacerdotes que habían "atentado" matrimonio civil o estaban conviviendo maritalmente, una vez abandonado el ejercicio sacerdotal. Habían recurrido a Roma para regularizar su situación dentro de la Iglesia. Seguían siendo creyentes y fieles. Muchos de esos sacerdotes eran ya ancianos. La mayor parte de ellos tenían descendencia. El Papa impartió instrucciones para dar adecuada y cristiana solución a esos casos. ------------------------------------------------------------------- Ése fue el origen de la práctica de las "secularizaciones". El Papa reducía al estado laical, con dispensa del celibato, en casos muy individualizados. Lo hacía en base a normas precisas. Pero la analogía se impuso. Pablo VI amplió paulatinamente la concesión a otros casos. Las Normas reservadas fueron enviadas a algunos Episcopados, no a todos. De sacerdotes provectos que ya habían dejado el sacerdocio y habían formado una familia se pasó a sacerdotes, incluso jóvenes, que solicitaban su "secularización" por otros motivos: Débil o nula voluntad de ser ordenado, imposibilidad de continencia sexual, formación seminarística inadecuada, etc. En los años 70, la avalancha de peticiones fue tal que resultaron insuficientes los tres comisarios-jueces que trataban esos expedientes. Fue entonces cuando el cardenal Seper me pidió que aceptara dedicarme también a ese cometido. Lo hice fuera de mi horario de oficina y percibía por ello un plus económico. Durante tres años estudié unos dos mil casos de reducciones al estado laical. Procedían de muchas partes del mundo, sobre todo de U.S.A. y de España. Sacerdotes diocesanos. Religiosos de todas las Órdenes. Algunos, todavía en ejercicio sacerdotal. Otros, casados civilmente, con o sin hijos. Un español, conocido mío, sólo llevaba dos años de sacerdocio y tenía 28 años. Un latinoamericano de 35 años solicitaba la "gratia" para casarse con su actual novia. Había tenido de ella un hijo; pero afirmaba que tenía hijos de otras cinco mujeres. Otro, de unos 30 años, afirmaba, sin probarlo, que había sido iniciado en el sexo a los cinco años con su prima adolescente y que el celibato no le iba. Me consta que algunos exageraban su adicción al sexo para lograr así más fácilmente el decreto de la "gratia". Hasta 1970 la tramitación de estos casos era lenta. Dos o tres años. Se priorizaban los casos de sacerdotes mayores de 45 años. Tanto los obispos como los peticionarios sufrían y criticaban una lentitud que a nada conducía. El sacerdote se unía o se casaba civilmente con su novia sin esperar el rescriptum de Roma, con consecuente escándalo. Para más, en España no existía la posibilidad de matrimonio civil para sacerdotes. Ni para religiosos con voto solemne aunque no fueran sacerdotes. Ni siquiera podían optar a la abjuración de la fe católica, trámite posible para los laicos. ----------------------------------------------------------------- Una vez que yo comencé a encargarme de estos casos, pretendí buscar la vía para acelerar las tramitaciones. Aunque la lentitud era menor, la tramitación no bajaba de un año. Obispos y cardenales españoles se ponían en contacto conmigo por carta o personalmente en Roma. Un día el cardenal Enrique Tarancón me visitó interesándose por un caso especialísimo de Madrid que quería se acelerase. Sólo llevaba un mes en nuestro dicasterio. Le defraudé con mi respuesta negativa. Pero se me ocurrió algo inusual. Le aconsejé que fuera a hablar con el Papa sobre el caso y que le expusiera la angustia de los sacerdotes en semejante trámite. Era preciso conmover a Montini. Que comprendiera que la lentitud nada solucionaba y que creaba nuevos problemas. No sólo a los interesados, también a los obispos. Que, de existir escándalo, se acrecentaba con la demora. Desaconsejé a Tarancón el acudir al Prefecto del Santo Oficio. A diferencia de cuanto sucedía con Ottaviani - quien se enternecía con los bebés natos o sólo concebidos -, el cardenal Seper era insensible a las angustias de los sacerdotes en crisis vocacional. Consideraba que debían sufrir y apechugar, ya que habían sido infieles a su vocación. Era una sádica reacción que no mitigaba en casos de criaturas en curso o que esperaban su legitimación. Para Seper el escabullirse del celibato era un lujo de ricos occidentales. En los países del Este (de donde él procedía) los curas luchaban por lograr un mínimo de libertad y de bienes de consumo. De hecho, poquísimos sacerdotes de los países del Este habían solicitado la reducción al estado laical. Tarancón se fue dispuesto a hablar con el Papa. Apenas una semana después, la Secretaría de Estado hacía llegar a nuestro departamento una carta con firma del sostituto Mons. Benelli. Era voluntad del Santo Padre que los expedientes de reducción al estado laical fueran tramitados y resueltos en tres meses, salvo especiales complicaciones. Estamos en 1972. Desde entonces, las "secularizaciones" salían a docenas cada semana. También las causas en que fundábamos la concesión de la "gratia" eran cada día más lábiles. Prácticamente bastaba que el solicitante confesara que había accedido al sacerdocio sin la madurez suficiente. A final de 1974, se estimaba en 100.000 el total de "secularizaciones" concedidas por Roma. Una cifra importante si la totalidad de los sacerdotes en la Iglesia podía alcanzar el medio millón. Juan Pablo II quiso y logró cortar la hemorragia. Endureció el procedimiento en las curias diocesanas y en el Vaticano. Disminuyeron notablemente las solicitudes y consecuentemente los rescriptos de secularización. Pero es que la base numérica clerical había disminuído con las precedentes seculaciones. Por lo demás, muchos clérigos se secularizaron y siguen haciéndolo prescindiendo de las instancias eclesiásticas. Durante el período en que actué como juez-comisario en estos casos, surgió un problema típico de España. La normativa civil española en materia matrimonial se remitía al Código de Derecho Canónico. Un bautizado no podía contraer matrimonio civil salvo que abjurara de su fe ante el obispo propio, quien debía certificar la abjuración. Los sacerdotes y religiosos, ni siquiera eso. El Código Civil, en la línea del Codex, lo prohibía expresamente. No olvidemos que estábamos en la España preconstitucional. Y el problema se acentuaba con aquellos sacerdotes que habían pasado del Catolicismo al Protestantismo. Sobre todo en Andalucía, algunos sacerdotes católicos se habían convertido en pastores protestantes. Habían contraído matrimonio religioso en su iglesia o secta. No les importaba que la Iglesia católica no reconociera su matrimonio. Pero les importaba mucho que el Estado reconociera esa unión. Por ellos y por sus hijos, ya que éstos seguían siendo social y legalmente "ilegítimos". Para la Iglesia, tales uniones eran sacrílegas. Para el Estado, eran inexistentes. Para la sociedad, eran concubinatos. Algunos obispos habían enviado a Roma peticiones de estos pastores protestantes, anteriormente clérigos en sus diócesis. Pero en el Santo Oficio no se les daba curso. Esos sacerdotes, decíamos, ya no eran católicos. Por tanto, ni ellos tenían derecho a acudir a Roma, ni Roma se consideraba con poder para solucionar su problema. Ángel Suquía, obispo de Málaga, me escribió, me visitó e insistió. El problema parecía insoluble. Dediqué muchas horas a la búsqueda de una salida. Elaboré un informe para el cardenal Seper. Lo llevó a la Particolare de los lunes. Mi propuesta fue aprobada. El Papa dio su visto bueno el viernes siguiente. Ésta fue la solución. En base a que dichos sacerdotes apóstatas habían sido católicos y sujetos a la autoridad católica, Roma estudiaría esos casos por iniciativa del obispo local, no en virtud de la solicitud del apóstata. La reducción al estado laical se hacía in poenam, es decir, por indignidad. Era una constatación, no una gratia. Funcionó. Los interesados pudieron contraer matrimonio civil en base al rescriptum pontificio. Con ello la eventual prole fue legitimada. -------------------------------------------------------------------------- Inesperado e inexplicable puede calificarse el cambio en el proceder curial respecto a obispos, abades y superiores generales de Órdenes religiosas que solicitaban la reducción al estado laical con dispensa del celibato. El caso más conocido es, quizá, el del argentinoJerónimo Podestá, exobispo de Avellaneda. Pero ha habido otros. Diría que muchos otros. Hasta 1970, en esta materia, el Vaticano trató a los obispos y superiores generales religiosos lo mismo que al resto del clero. Eso explica que en 1967 el Papa haya concedido la reducción al estado laical con dispensa de celibato a Josef van den Biesen, obispo vicario apostólico de Albercorn (Zambia), y en 1968 a Daniel Ivanko, obispo auxiliar de Filadelfia. Pero lo que se creía una excepción insignificante resultó ser una sangría proporcional al resto del clero. Se amontonaron las solicitudes de obispos y superiores generales. Ignoro cuales hayan sido los motivos de la Curia y del Papa para el drástico cambio. A partir de 1970, no sólo no se concederían reducciones al estado laical a obispos, abades y superiores generales religiosos. Se tomó la decisión de ningunearlos, no responderles, ni siquiera con un "recibí". Incluso a los curas apóstatas se daba un trato mejor y más respetuoso. El Vaticano nunca respondió a los casos siguientes (la relación no es exhaustiva y se restringe a los años anteriores a 1974): Bernard M. Kelly, obispo auxiliar de Providence, U.S.A. José J. Aguilar García, obispo de Quiché (Guatemala) Mario R. Cornejo Radavero, obispo auxiliar de Lima (Perú) James P. Shannon, obispo auxiliar de Saint Paul and Minneapolis U.S.A. Caetano A. Lima dos Santos, obispo de Ilhéus (Brasil) Jerónimo Podestá, obispo de Avellaneda (Argentina) Alcuin Heising, O.S.B., abad de Siegburg (Alemania) Ansgar Ahlbrecht, O.S.B. abad de Niederaltaich (Alemania) Raimond Tschudy, O.S.B. abad de Einsiedeln (Suiza) Jean Hamin, abad de la Orden del Cister Oliver du Roy de Blicquy, O.S.B. abad de Maredsous (Bélgica) John McCormack, superior general de Maryknoll. ------------------------------------------------------------------ Otra cuestión específica en la materia. Algunos diplomáticos del Vaticano solicitaban la reducción al estado laical con posibilidad de contraer matrimonio. A diferencia de todos los demás, esos casos nunca pasaron por el Santo Oficio. Se los reservaba el Papa personalmente, o bien el Secretario de Estado. Alguna vez aparecían - creo que por error - decretos firmados por el cardenal Villot relativos a algún nuncio o persona adscrita al Cuerpo Diplomático con la concesión de la "gratia" de la "secularización". --------------------------------------------------------------------------- Ya he escrito que los peticionarios de laicización eran de diversa edad y de diversos niveles dentro del clero. Sin embargo, en el Santo Oficio hemos podido constatar que la inmensa mayoría de los solicitantes tenían, o estaban adquiriendo, grados universitarios civiles. Es normal. Los estudios académicos de los seminarios no les habían dado título alguno universitario. Más aún, ni siquiera el bachillerato válido. Se enfrentaban a una vida muy distinta en la sociedad. Ello nos indicaba igualmente que, sin duda, muchos de los que permanecían en el estado clerical no daban el paso de salirse por razones espurias, tales como miedo o incompetencia para abrirse camino fuera de su estatus. No precisamente por vocación o convicción. ------------------------------------------------------------------------ Actualmente las comunidades locales católicas ven sin escandalizarse que sus ministros dejen sus parroquias porque quieren casarse. Los fieles saben que el celibato es una condición que la Iglesia impone a los curas para poder ejercer su cargo. En las décadas de 70 a 90 del pasado siglo el escándalo estaba servido cada vez que un sacerdote desertaba. Eso ocasionó que el Vaticano estremara los cuidados para minimizar el escándalo. El Santo Oficio encargaba a los obispos que las ejecuciones de laicización se realizaran con el mayor secretismo y que el clérigo secularizado cambiara de domicilio y posiblemente de residencia. Estas condiciones o prescripciones raramente se cumplían. Pero esto no es todo. Al clérigo laicizado no sólo se prohibían las actividades propiamente sacerdotales, tales como administración de sacramentos y predicación dentro de los templos. Se les aplicaban otras restricciones a modo de castigo. A los profesores de Religión en cualquier colegio o universidad, se les retiraba la "missio" o autorización para enseñar. Además, en los colegios y universidades dependientes de la Iglesia, debían ser cesados los profesores de cualquiera de las materias, inclusive profanas, tales como matemáticas o historia. En una palabra, los sacerdotes secularizados eran considerados apestados por la Jerarquía. No fueron pocos los obispos que obviaron estas rígidas normas por considerarlas inhumanas y discriminatorias. Traigo a colación sólo dos ejemplos. El cardenal Tarancón desoyó silenciosamente esa norma romana permitiendo a varios curas secularizados continuar en sus cátedras. No respondió a las reprimendas de Roma por ese asunto. Y el Padre Arrupe, Prepósito de la Compañía de Jesús, se hizo poco menos que el sordo durante años, hasta que legalizó civilmente la situación de los exjesuitas profesores. Me explico. Los jesuítas regentan numerosos colegios y universidades en todo el mundo. Sólo en Estados Unidos de América tienen una treintena de universidades o centros asimilados. Varios nuncios apostólicos y elementos reaccionarios católicos insistían ante la Curia para que los superiores jesuítas cumpliaran la normativa. Los jesuitas secularizados continuaban en sus cátedras o en sus puestos de enseñantes. A veces seguian siendo dirigentes responsables en universidades y en colegios. Yo fui encargado de redactar cartas con llamadas de atención al Padre Arrupe. Lo hice repetidamente, a veces reiterativamente y sin respuestas de la curia jesuítica. Las cartas del Santo Oficio eran medianamente largas, explicativas de los hechos denunciados y con invitación a cumplir lo establecido. Al menos, seis cartas en dos años, con sólo dos o tres respuestas de cuatro líneas. Arrupe decía que había dado órdenes a sus provinciales para que cumplieran las normas de la Santa Sede. Y nada más. Un día el Padre Ignacio Iglesias S.J., asesor del Prepósito de la Compañía de Jesús, me llamó. Me acerqué a la Curia Generalicia sita en Borgo Santo Spirito 5, a pocos metros de mi domicilio. Me presentó al Padre Arrupe. Los tres hablamos del problema de los profesores jesuitas secularizados. Me adelantó su proyecto ya definido. Era más que una propuesta. Pocos días después, llegó una escueta carta del Prepósito General. Aseguraba que había dado órdenes de expulsar a exjesuitas secularizados de sus cátedras y de los puestos de enseñanza o gobernanza. Sin embargo, continuaba, los miembras de la Compañía habían quedado en minoría en los órganos rectores de las universidades y colegios. Eso suponía que, aunque por obediencia los miembros jesuitas votaban siempre por la expulsión, sus votos resultaban inoperantes. Fue un efectivo diplomático ardiz de Arrupe para salvar la cara e incumplir los designios del Vaticano. Arrupe hizo que se modificaran los estatutos de las universidades de la Compañía dejando siempre en minoría los miembros jesuitas en los consejos escolares. Naturalmente, los responsables del Vaticano comprendieron la jugada, pero nada legal que oponer. De momento. Porque la Curia romana reservaba para Arrupe desagradables embestidas. Se aceleran los cambios. Las mentalidades evolucionan. Las autoridades son cuestionadas. ¿Quién tiene real capacidad de orientar a los demás? Cuando la Tierra era “plana” y la ciencia no nos prometía descongelarnos en mil años más; cuando las autoridades eclesiásticas cuadraban la pertenencia religiosa con leyes estatales, era más fácil creer en Dios y en su reinado. Hoy triunfa por doquier la libertad. Pero la liberación de toda forma de asociatividad no augura nada bueno, sobre todo cuando comienzan a predominar otras dependencias.
Mi opinión es que la humanidad tendrá que recurrir más que nunca a sus mejores tradiciones, recuperarlas de la tendencia al olvido, aprovechar su vigor, sus sueños de paz y sus ritos de fraternidad. Pensemos en los credos monoteístas y las religiones étnicas, en la cultura griega acogida y transformada por el judaísmo y la cultura romana, por la modernidad, etc… Un futuro borrascoso como el que se atisba, será descifrado por quienes tengan sentido histórico. Sería lamentable, sin embargo, volver al pasado de un modo tradicionalista. El tradicionalismo y la tradición son antónimos. Será inútil el lloriqueo tradicionalista por los años dorados del pasado. Lo que cuenta es el presente, y las tradiciones que ayuden a interpretar su sentido. ¿Podrá el cristianismo traspasar su reserva civilizatoria a las siguientes generaciones? ¿Podrá extraer de su tradición orientaciones que anticipen el triunfo de la historia humana que la Iglesia promete? En Occidente se diagnostica una crisis en la trasmisión de la fe. Hay países como Chile en los que está apunto de descolgarse una generación completa de jóvenes. ¿Volverán a necesitar el cristianismo pueblos que comienzan a considerarse post-cristianos? Pienso que sí, porque Cristo, creo, expresa la realidad del ser humano a un nivel irrenunciable. ¿Pero será capaz la Iglesia de transmitir a este Cristo –un Cristo radical- a las nuevas generaciones? ¿Podrán hacerlo las autoridades eclesiásticas, desprestigiadas como están, y el común de los cristianos, laicos faltos de convicción? Dejemos en suspenso lo que a estos respecta, aunque sea a larga lo decisivo. Si el cristiano no comunica a Cristo persona a persona, el resto por sí solo es palabrería. Pero para que eso ocurra, la institución eclesiástica ha de cumplir una función facilitadora. ¿Cuál? ¿Cómo describirla en pocas palabras? En el catolicismo, en particular, corresponde a la jerarquía eclesiástica la indispensable tarea del magisterio, esto es, la de actualizar la tradición (tradere = entregar) para que esta transmita (tradere = entregar) el Evangelio. La transmisión de Cristo no depende solo del esfuerzo evangelizador de la institución eclesiástica pues atañe en primer lugar a los bautizados, dotado cada uno del Espíritu Santo para interpretar a Cristo en sus vidas de un modo original e irrepetible. Si a estos el anuncio oficial de Cristo con el paso de los años se les ha vuelto ininteligible, el magisterio tiene que redoblar los esfuerzos por captar en todos los bautizados el habla actual de Dios. A este efecto, la Biblia, recibida y comunicada por la misma tradición, hace las veces de gramática para reconocer la voz de Dios entre tantas otras voces. Pero aun así la autoridad eclesiástica no puede pretender agotar las nuevas y múltiples interpretaciones de la tradición. Ella solo puede reclamar una interpretación exclusiva del Evangelio para salvaguardar la unidad de la comunidad cuando esta se encuentra en grave peligro. Si no es el caso, debe respetar y auspiciar tantas interpretaciones del mismo cuantos cristianos quieran vivir su fe con radicalidad. Cabe recordar aquí que la primera gran tradición de la Iglesia es el Nuevo Testamento. Ella misma lo escribió. Lo hizo, recuérdese, en al menos cuatro versiones: Mateo, Marcos, Lucas y Juan. No una, cuatro. Cuatro evangelios, más la interpretación genial de san Pablo y los autores de las otras cartas. El porvenir inquieta. Vivimos con enormes incertidumbres. Si la tradición cristiana puede aún servir como acervo de humanidad, tendrá que recortársele las alas al tradicionalismo que como pájaro asustado vuela hacia pasado (no falta quien insista en el latín, el besamanos a los obispos, etc.). Esta tarea le corresponde a la institución eclesiástica. Esta y sobre todo, la de fomentar que los cristianos tengan una experiencia personal e irrepetible de Cristo; del Cristo que, por otra parte, conduce invisiblemente la historia a través de las grandes tradiciones religiosas, culturales y filosóficas, y no solo a través del cristianismo. Algunos obispos de nuestra Iglesia han recomendado a los fieles que voten este domingo teniendo en cuenta la relación de los partidos con la moral cristiana. Vana recomendación, y vano intento. Deberían nuestros prelados investigar las veces que en el Evangelio Jesús habla en clave moral. No encontrarán ninguna. Solo unas precisiones que hace el Maestro, en el Sermón de la Montaña, (Mt, 5-7), en los famosos pasajes en que Jesús comienza así, “oísteis que fue dicho …”, para seguir “pero yo os digo…”. Lo que habían oído sus discípulos eran normas de tipo moral; pero Jesús demuestra su autoridad profética, -después se darán cuenta que es mucho más que profética- justamente cambiando el sentido, la orientación, y hasta el contenido de los preceptos. Porque si la ley prohibía matar, el seguidor de Jesús debería entender que despreciar al hermano ya sería, para su nueva percepción ética, esta sí, cristiana, una especie de asesinato. Y lo mismo realiza con la interiorización del pecado del adulterio, y, así, en adelante.
Yo no sé, de verdad, qué Teología, tanto dogmática como moral, estudiaron nuestros obispos, pero no llego a entender como se refugian tanto en un concepto de moral que ni proviene de la Palabra de Dios, ni se ve sancionado por la enseñanza de Jesús, ni fue avalada por la comunidad cristiana primitiva. El mismo Jesús no fue considerado por sus contemporáneos como un modelo moral. Lo acusaron de no cumplir la ley, ni la del sábado, ni la importantísma de la “impureza legal”, de saltarse a la torera la estricta prohibición de pasar por Samaria, -hasta puso a uno de los habitantes de esa provincia maldita como modelo del “amor al prójimo” de la Ley, en la parábola del “Buen Samaritano”, y llegó a verse acusado de ser un “comedor y bebedor”, y de mezclarse con publicanos y prostitutas, acusaciones todas de las que Jesús no se defendió, sino que exacerbó más a sus acusadores con frases como “no he venido a salvar a los justos, sino a los pecadores”. Y no se defendió porque eran verdad las cosas por las que lo acusaban, y porque nunca se presentó como paradigma de la moral, sino como testigo de la verdad de su Padre, que es algo que no tiene que ver con lo anterior. Los consejos y deseos de los obispos adolecen, además, de varios puntos flacos. Yo señalaré dos, que me parecen más centrales: 1º), que cuando se refieren a lo moral tenemos todos la sospecha, alimentada con cientos de declaraciones, comentarios y proclamas, de que se trata de un asunto relacionado, o, directamente referido, a lo sexual. Pocas veces hemos oído, o ninguna, a los obispos como colegio episcopal, es decir, en un documento oficial de la Conferencia Episcopal Española (CEE), referirse, en épocas electorales, a los programas de los partidos políticos, alertar a los fieles de su moral en asuntos como la política económica, el liberalismo y capitalismo, la injusta distribución de los bienes, el ensanchamiento de la brecha entre pobres y ricos, de la injusticia de la política salarial, del escándalo de los salarios de miseria: es decir, de la moral de la injusticia social derivada del uso y abuso del dinero en los proyectos de nuestros gobernantes. Y 2º), que la moral no es ni cristiana, ni musulmana, ni judaica, ni budista, ni sintoísta, ni hinduista, sino que, por definición, depende de épocas, en el tiempo, y de lugares, en el espacio. Y no tiene relación directa con una fe, o unas normas religiosas, sino con las costumbres cambiantes que se van solidificando, poco a poco, con el lento transcurso del tiempo. Y que, a nivel individual, que es el que importa a la moral, depende del control de la conciencia del individuo. Y volviendo a la pretensión de colocar el mundo de los comportamientos sexuales en el acerbo de la moral cristiana, es preciso recordar que Jesús no nos dio pautas en ese capítulo del comportamiento humano, ni pocas ni muchas, sino ninguna. Y, al contrario, dio muchas, incontables pistas y alertas, de la tentación y del señuelo del dinero, y cómo por ese camino no se puede servir, al mismo tiempo, a esos dos señores, a Dios y al dinero. Suena a deslealtad, a infidelidad, esa obsesión de los jerarcas de la Iglesia con el tema sexual, que por cierto llevan ya siglos colocando en el centro de las preocupaciones de la moral, cuando nunca han elaborado, en documento positivo entregado a los fieles para su crecimiento humano y espiritual, un verdadero, profundo, documentado, y razonado discurso sobre comportamientos sexuales. Lo más claro e indudable a lo que han llegado es a la afirmación de que determinados comportamientos son pecaminosos “iure divino”, es decir, por derecho divino. Sin reparar que ni en ese tema, ni en ninguno, resulta apropiado con la Historia de la Palabra de Dios mezclarlo, a Dios, con las muchas, complejas, y tantas veces inexplicables, variables del comportamiento de los hombres. Cuando oigo hablar, o leo, esa seguridad sobre el pensamiento de Dios, se me ocurre siempre la misma broma: Si tanta intimidad y precisión tiene alguien con la voluntad y los pensamientos de Dios, es que tiene la clave, que los demás, ignoramos, del acercamiento a lo divino. Y entonces, me dan ganas de pedir, ¿por qué no nos dan a los simples humanos el numero de teléfono de tan fluida y eficaz comunicación? |
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