Descubrimiento sensacional
Hace unos días, en los diarios de prensa de todo el mundo, se dio a conocer que en el Colisionador de Partículas (LHC) en Ginebra, perteneciente al Centro Europeo de Investigación Nuclear (CERN), una sorprendente noticia, habían descubierto la PARTÍCULA HIGGS (nombre del científico que la predijo en 1964). Preguntarán muchos, ¿qué es y qué tiene esa llamada partícula Higgs, para que haya causado tanto revuelo? Pues los científicos dicen que todo el mundo material que vemos de galaxias, estrellas y planetas, así como plantas, animales y personas, están compuestos de partículas de masa pequeñísimas llamadas FERMIONES (quarks y leptones, que son onda-partícula al mismo tiempo). Con los quarks llamados arriba y abajo (de una trillonésima de metro), se forman los protones y neutrones (de una mil billonésima de metro cada uno); además hubo otros quarks con los nombres, encanto, extraño, cima y fondo. A su vez, los protones y neutrones forman los núcleos (de una cien billonésima de metro). El núcleo con los electrones que lo rodean componen el átomo (de diez billonésima de metro) Esas súper diminutas dimensiones, son imposibles de ver. Otras partículas que componen la materia son los llamados leptones, uno de ellos es precisamente el electrón con dimensiones más reducidas que el quark; los otros leptones se llaman neutrino, tauón y muón, a los que se añaden, neutrino electrón, neutrino tauón y neutrino muón. El decir, que el átomo (núcleo rodeado de electrones) es como el Sistema solar (el Sol rodeado de planetas); el primero de dimensiones microscópicas y el segundo de dimensiones astronómicas. Si entre el núcleo y los electrones hay espacios vacíos, podemos decir que la materia que nos parece compacta, no lo es tanto, en gran parte está vacía a escala microscópica. ¡Qué cosas dicen los científicos! Cuesta creerlos, ¿no les parece? Claro, para mantener unida y dinámica la materia existen otra clase de partículas que son llamadas partículas de fuerza, los BOSONES como el fotón de la luz, el gravitón de la gravedad, el gluón que une las partículas en el núcleo, y el vector (W y Z). Hay que añadir la partículas que los científicos llevaban buscándola más de 50 años, el llamado bosón de Higgs, que es el que hace posible que las partículas quarks y leptones tengan masa. ¡Vaya lío!, dirán algunos, Y tienen razón. Pero atención a la ciencia. Sin la partícula Higgs no existiría el Universo, ni el Sol, ni la Tierra, ni los animales ni los seres humanos. Por eso, irónicamente, la llaman la “partícula de Dios”: a) porque ni a Dios ni a la Higgs se los ha visto jamás; b) porque como Dios, es la partícula creadora del Universo. Una fracción de segundo después del Big Bang (gran explosión) acaecido hace 13.750 millones de años, surgió el “campo con su partícula Higgs”. Al expansionarse el Universo proveniente de un punto de energía, los “campos con sus partículas Higgs” ocuparon todas las partes del mismo Cosmos; y esta partícula “divina” fue dando masas de diferentes dimensiones a las otras partículas que iban apareciendo con el enfriamiento progresivo del Universo primitivo en expansión. Pues bien, esta esquiva Higgs (campo y partícula), después de millones de colisiones de protones en el Colisionador LHC de Ginebra, a velocidades cercanas a la luz (300.000 km por segundo), acaba de ser comprobada su existencia. Su dimensión es aproximadamente unas 134 veces más grande que el protón, pero también tan pequeña que no se puede ver. Ahora ya sabemos por qué las personas tenemos cuerpo. De la materia a la vida Los astrofísicos han dado sus teorías para comprender el Universo (por creación de Dios según los creyentes o por azar según los ateos). Éstas son: MODELO ESTÁNDAR, compuesta por: 1, Relatividad para describir lo grande (Teoría General sobre la gravedad y Teoría Especial sobre la luz). 2, Mecánica Cuántica para comprender lo diminuto (con Fermiones, partículas de masa; y con Bosones, partículas de fuerza). Así que, tenemos un proceso: a) Big Bang, b) Partícula con su campo Higgs y c) Universo con el 30% de materia gravitatoria (4% visible, 26% oscura) y el 70% de energía oscura expansiva. Todo el Universo visible o invisible, pequeño o grande, está compuesto de partículas; las de masa debido a la interacción con la partícula Higgs. Pero, preguntarán, ¿y LA VIDA que ha surgido en el planeta Tierra? De unos átomos apareció el primer organismo celular vivo, que en una evolución de 3.500 millones de años, ha dado existencia a una enorme variedad de plantas, animales y personas. Por azar y necesidad dicen científicos incrédulos; por voluntad divina dicen científicos y creyentes cristianos. La Ciencia y la Biblia Puede que algunos afirmen que esas teorías científicas contradicen la verdad bíblica. Pero recuerden, que la jerarquía de la Iglesia condenó a Galileo por decir que era la Tierra la que daba vueltas alrededor del Sol y no al revés; luego tuvo que venir el papa Juan Pablo II a pedir perdón, pues el error estaba en la autoridad de Iglesia y el acierto en el científico Galileo. Y es que la Biblia vale pare enseñarnos el camino hacia el cielo (Reino de de Dios trascendente), mientras que la ciencia está para descubrir el cielo (Universo de energía y materia en expansión). La Biblia es la Palabra de Dios; pero hay que tener en cuenta que se expresa en palabras humanas (históricas, científicas, culturales, lingüísticas, artísticas, simbólicas). Como Palabra de Dios es verdadera pero va apareciendo en un proceso, desde la Creación hasta la Redención. Mientras que la palabra humana, puede tener aciertos y errores humanos; La Revelación de Dios está enmarcada en el ropaje de la cultura humana, que en la Biblia es la antigua judía-hebrea del Oriente Medio. Así tenemos que siendo verdadera la revelación en la Biblia, hay muchos errores y carencias en las palabras humanas en donde se expresa; o bien esa expresión bíblica de los antiguos hebreos se nos ha quedado anticuada. ¿Habrá que cambiar del ropaje cultural y lingüístico judío y griego antiguos por un ropaje cultural moderno para dar a conocer a Dios?. Si eso hacemos, la Revelación sería la misma y hasta puede que se comprendiese mejor. Si el libro del Génesis dice que el mundo fue creado por Dios en 6 días y al sétimo descansó, eso lo debemos interpretar: a) Dios es creador del Universo y todo cuanto contiene, incluido los seres humanos; b) los seis días es una fórmula simbólico-literaria de la antigua cultura judía, que para muchos se ha quedado obsoleta en la actualidad. Pero hoy vivimos en culturas modernas y científicas. Podemos afirmar que Dios es creador sí, pero es más actualizado expresar ese criterio de fe en las fórmulas literario-científicas modernas al que han llegado los astrofísicos con su investigación de más de 500 años. Incluso podemos expresar a Dios creador en otros símbolos más actualizados y conformes con las culturas modernas de la globalización. Importancia de la justicia Si Dios, en la naturaleza (compuesta de partículas y células), nos ha dado la vida, será para cuidarla y alimentarla amorosamente, como el buen jardinero a las flores de su huerto. Recordemos las palabras bíblicas: “Id y dominad (= cuidad, conservar) la Tierra”; a las que hay que añadir el mandato divino: “Amad al prójimo como a ti mismo”. Aprovechamos, pues, el descubrimiento de la partícula Higgs, que ha hecho posible la materia en el Universo de la que surgió la vida en la Tierra, para DENUNCIAR a las oligarquías de todos los pueblos, causantes de innumerables muertes de sus hermanos de la raza humana. -Es criminal, que haya más de 3.000 millones de seres empobrecidos, de los que 1.000 millones subsisten en extrema pobreza y 30 millones mueren anualmente de hambre, mientras los enriquecidos son cada vez más ricos. -Es delincuencia y saqueo, la corrupción impune que practican las multinacionales y las clases dominantes de todos los pueblos, con la complicidad interesada de sus gobiernos sumisos y en contra del bienestar de las mayorías oprimidas. -Es vandalismo, las agresiones y guerras genocidas armadas de las potencias contra pueblos en vías de desarrollo, solamente por intereses geopolíticos y apropiación de sus riquezas. La palabra justiciera de de Dios nos interroga “Caín, Caín, ¿Qué has hecho con tu hermano Abel?”. “Hipócritas, más valiera que os ataseis un piedra al cuello y os tiraseis al mar”.
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En la postura tradicional de la plegaria cristiana, juntamos las palmas y los dedos de las manos en orientación de súplica hacia el cielo. Con este mismo gesto, los orientales expresan el respeto y reverencia que les suscita el reconocimiento de la divinidad encarnada en la persona a la que se dirigen.
Cada día la gente –y en consecuencia la sociedad- se está desvinculando confesionalmente más de las religiones tradicionales. Cada vez entiende menos una espiritualidad exclusivamente enfatizada hacia lo divino que, como en el caso de Albert Camus le precipita en "una fractura entre el mundo y mi espíritu". Simultáneamente el homo religiosus del presente anhela encontrar una respuesta más satisfactoria a la ancestral pregunta sobre el sentido de la vida; algo que le ayude a realizar su humanidad. El Nuevo paradigma de una nueva visión del mundo acorde con la ciencia y la cultura del siglo XXI, demanda un nuevo enfoque en las relaciones de lo creado con su Creador. Willigis Jäger lo resume diciendo que el discurso sobre Dios depende esencialmente de nuestra visión de mundo, visión que ha cambiado radicalmente durante las últimas décadas. Cabe esperar, concluye en su obra "Sabiduría eterna", que las religiones superen su rigidez y conduzcan al ser humano a la experiencia de la unidad, de la vinculación y del amor. Pero nuestra Iglesia Cristina ha fundamentado tradicionalmente sus columnas de fe sobre las arenas movedizas de un espiritualismo desencarnado que inconteniblemente se nos escurre entre los dedos. La declaración catequética de que los enemigos del alma son tres -mundo, demonio y carne- ha derivado en toda una teoría y praxis de olímpico desprecio a lo corpóreo: una suicida declaración de guerra civil del hombre contra sí mismo. El hombre es también un sacramento. Quizás el más grande sacramento de Dios que con mayor claridad manifiesta la realidad divina. Realidad interior que le compete por su cualidad de criatura, pues todo cuanto ha sido creado es, sin distinción, sacramento. Entendemos por encarnación espiritual la unión de la naturaleza creada con la naturaleza divina. Es el misterio de Dios cosificado. Encarnación del espíritu en todas las criaturas, que nos otorga carta de ciudadanía con todas ellas. Lo que, a su vez, nos hace más partícipes de la propia esencia del Ser Supremo. El hombre Jesús de Nazareth –espiritualidad encarnada- se constituyó en ejemplo de cómo remontar la idea de un Dios conceptualizado en formato de LEY, hasta llegar a un Dios en formato de VIDA. Inmanentemente vivido, su poderosa fuerza empuja al hombre a conocer, sentir y actuar en una red social que desborda toda frontera finita, y que da acceso a la infinita, provocando en toda criatura el compromiso y alianza con cuanto existe y ES. Es el modo de hacer del Dios en ellas encarnado, del Dios en existencia. Y es la manera más propia de un culto religioso genuinamente humano y más adecuadamente rendido -el realmente salvador: compasión y el servicio al otro. Jesús nos lo propone en un hermoso catálogo de actitudes, sentimientos y acciones: las obras de misericordia que, encuadernadas en piel humana, hacen operativo y concreto el precepto del amor universal. Éste parece ser el camino más seguro para avanzar eficientemente desde el nivel "egocéntrico del yo" hasta el más holístico del "nosotros y todo lo demás". Un manto inconsútil de espiritualidad integral: la que nos propone hoy la Psicología Transpersonal y otras disciplinas del ser. Un escenario en el que, como en un ballet, todos los componentes de la coreografía danzan simultáneamente al son de una misma suprema melodía, la "Sophia perennis", donde -unánimes pero no únicos- se respetan con sumo escrúpulo los tempos y ritmos de la diversidad. Lo demás no pasa de ser sino una espiritualidad tullida, postrada en una silla ortopédica de ruedas, que inhabilita al paciente para recorrer en libertad los múltiples caminos del espíritu: despejados a veces, a veces sinuosos. Y no sólo le inhabilita a él sino también a cuantos compañeros inexcusables de viaje transitan la existencia con la mirada puesta en idéntico objetivo: la humana plenitud. Cosa evidentemente absurda, cuando se define al hombre como un ser de encuentro con el otro y lo otro, "un ser en el mundo" en el que y con el que se realiza como persona. Si nos quedamos únicamente con la espiritualidad de un más allá, corremos el gravísimo riesgo de embarrancar en el vacío. La del más acá, la encarnada, la de la existencia, es el puente necesario sine qua non para acceder a la otra orilla. Otra orilla que en el caso humano es también ésta, porque mientras estemos en esta vida el cuerpo es materia y espíritu: jamás el uno sin el otro. Es famosa la frase de A. Damasio, uno de los neurocientíficos más prestigiosos de la actualidad: "Cuando descubrimos los secretos del espíritu, lo percibimos como el conjunto de fenómenos biológicos más elaborados de la naturaleza y no como un misterio insondable". Ya W. James apuntaba hace más de una centuria que la psicología debía ser una ciencia fundamentada en la fisiología. Hoy cabe afirmar que otro tanto debe ocurrir con la espiritualidad que llamamos encarnada. Así también lo sugiere Candace Pert, psicofarmacóloga de crédito internacional, cuando propone un nuevo paradigma referido a este orden de relaciones: "la mente no domina al cuerpo, sino que se convierte en cuerpo; cuerpo y mente son una sola cosa". A quien lo ignora le puede suceder lo que al protagonista del ballet La Sílfide: se olvida de su prometida Effie y se enamora perdidamente del hada. Al intentar retenerla con el velo encantado, lo que consigue es romperle las alas y que se le escape la vida de su cuerpo sobrenatural. James ve morir en sus propios brazos el que había sido su ideal, lo que le causa también a él la propia muerte. Nos lo advirtió ya un poeta y místico del siglo XVII: "¡Detente! ¿A dónde corres? El cielo está en ti. Buscas a Dios en otra parte y lo pierdes de continuo". Las socialdemocracias europeas pueden ofrecer hoy una salida de la crisis alternativa: un programa para el crecimiento que evite el desguace progresivo del Estado del bienestar y permita reinventar el círculo virtuoso entre productividad, redistribución y cohesión social.
La deriva de los últimos años confirma aquella máxima que muchos defendemos desde hace tiempo: Europa no es posible sin el proyecto socialdemócrata; el proyecto socialdemócrata no es posible sin Europa. La via de la austeridad sin fin propicia el ascenso de la ultraderecha y el antieuropeísmo por todas partes, poniendo en jaque algunos principios fundamentales de nuestras democracias. No es extraño que las voces partidarias de salir del euro proliferen en los países víctimas de la recesión. ¿Que el euro sea percibido por muchos ciudadanos más como una prisión que como una protección no es acaso un cierto fracaso del proyecto europeo? Al mismo tiempo, las políticas neokeynesianas que pueden devolvernos a la senda del crecimiento sólo serán efectivas si se articulan a escala comunitaria. Las socialdemocracias europeas pueden ofrecer hoy una salida de la crisis alternativa: un programa para el crecimiento que evite el desguace progresivo del Estado del bienestar y permita reinventar el círculo virtuoso entre productividad, redistribución y cohesión social. La columna vertebral de esta estrategia debería ser una nueva arquitectura fiscal europea, que se puede resumir en estas diez medidas: 1. De entrada, ralentizar el calendario del ajuste para los países con mayores déficit, ahora que se ha demostrado que “el ajuste será lento o no será”. 2. Dotar al BCE de capacidad para comprar deuda pública –como los bancos centrales de Estados Unidos, Inglaterra y Japón- y reformar su mandato para que priorice el crecimiento y no sólo la inflación. 3. Crear los eurobonos, una vez ya establecida la coordinación presupuestaria entre los estados de la UE. 4. Impulsar una pequeña gran revolución tributaria: impuestos al capital financiero (tasa Tobin), impuestos verdes, equiparar la fiscalidad entre rentas del capital y del trabajo, etc. 5. Junto con lo anterior, armonizar los impuestos sobre aquellos factores productivos con mayor movilidad (sociedades) y generalizar los impuestos a los bancos, al patrimonio y a las grandes fortunas. 6. Intensificar la batalla contra los paraísos fiscales —incluidos los del interior de la UE— y acabar con el fraude fiscal en los países más defraudadores, entre ellos España. 7. Financiar la inversión pública —esa que además de relanzar el crecimiento nos prepara para el futuro— por medio un Banco Europeo de Inversiones reforzado con más capital. 8. Establecer un verdadero presupuesto público europeo, orientado hacia la I+D+i, las redes transeuropeas de transporte, las energías sostenibles y las telecomunicaciones. 9. Crear una agencia europea de rating, para librarnos del oligopolio de las agencias norteamericanas, que han dado sobradas muestras de poco acierto y dudosa independencia. 10. Dotar al MEDE —nuestro particular Fondo Monetario Europeo— de reglas más flexibles y capital suficiente, para que pueda actuar más como un instrumento de prevención que de rescate. ¿Hay motivos para el optimismo? Ciertamente: muchas de estas medidas están en el programa del nuevo presidente francés. Pero, una vez hecho este paso importantísimo, es preciso que este programa deje de ser sólo “francés” y pase a ser “europeo”. Parte de este decálogo lo suscribieron socialistas franceses y alemanes el pasado marzo, con motivo del mitin conjunto de Hollande y Gabriel en París, a través de una declaración de sus respectivas fundaciones. Pero necesitamos una foto más grande, en todos los sentidos: con el decálogo completo, con más líderes del socialismo europeo —a poder ser con todos ellos— y con un compromiso firme de sus respectivos partidos. Necesitamos que, gracias a esta foto ampliada, los ciudadanos de la UE perciban que ha nacido, ahora sí, un auténtico partido socialista europeo, ese que los tiempos demandan de manera urgente. Sin embargo, este programa fiscal, por ambicioso que sea, quedaría cojo si no fuera acompañado de una nueva, seria y efectiva regulación del sistema financiero. La izquierda tiene que decir a los ciudadanos del continente, de modo alto y claro, que sus gobiernos lucharán para recuperar el poder perdido ante las finanzas, que la democracia restablecerá su supremacía frente a los mercados de capitales —esos que, por poco o mal regulados, están en el origen de la crisis—. Por esto, el decálogo anterior habría que completarlo con otro que detallase el contenido de tal regulación financiera. De la mano de parte de la literatura más solvente sobre la crisis (Rajan, Stiglitz, Krugman, Rodrik, etc.), proponemos que este segundo decálogo afronte como mínimo los siguientes retos: 1. Impedir la creación de bancos sistémicos —too big to fail o, mejor, too sistemic to fail— y vigilar los que existen para impedir que incurran nuevamente en comportamientos de riesgo moral. 2. Controlar las innovaciones financieras (derivados, CDS, etc.) y prohibir aquellas que entrañan más riesgos que ventajas, para evitar que se conviertan en “armas de destrucción masiva” —según la acertada expresión de Warren Buffet—. 3. Separar nuevamente la banca comercial de la banca de inversión; regular adecuadamente la “banca en la sombra” (banca de inversión, hedge funds, etc.) para que “quede iluminada”, de acuerdo con el principio de que “todo lo que es susceptible de ser rescatado en tiempo de crisis debe estar regulado en tiempo de bonanza” (Krugman). 4. Garantizar que los bancos dispongan de capital suficiente para “rescatarse a sí mismos” en caso de futuras crisis (acuerdos de Basilea III), para evitar la repetición del bochornoso espectáculo de los rescates públicos y asegurar que, descartados estos rescates, el sector financiero queda sometido a la disciplina del mercado igual que los demás. 5. Evitar la “captura del regulador”, empezando por lo que Rajan llama la “captura cognitiva”: la capacidad del sector financiero para dominar las voluntades o para colonizar las mentes de las agencias públicas que deben regularlo; evitar, en suma, los efectos perversos de la “puerta giratoria”. 6. Regular los bonus de los directivos del sector financiero, para que incentiven la prudencia y la estabilidad a largo plazo y no los beneficios a corto plazo, casi siempre asociados a riesgos irresponsables. 7. Penalizar la especulación financiera: limitando las ventas bajistas y al descubierto, instaurando la tasa sobre las transacciones a corto plazo. 8. Instaurar algunos mecanismos de control a la circulación del capital financiero (Rodrik). 9. Devolver un espacio a la banca pública en el conjunto del mapa financiero; potenciar la banca ética, minoritaria pero importante a nivel cualitativo. 10. Proteger los consumidores de productos financieros de posibles abusos —incluyendo, por supuesto, la dación en pago. Estos dos decálogos deberían servir para construir, con suficiente realismo, la hoja de ruta actual del progresismo europeo. Deberían servir para devolver una esperanza a los ciudadanos de la UE: que nuestra sociedad no será más injusta ni más pobre que la de nuestros padres, eso que tantos europeos estamos esperando hoy de la política. Pero, dado que la política somos nosotros mismos, depende fundamentalmente de nosotros que esta esperanza se haga realidad. Antoni Comín i Oliveres es profesor de ESADE (Universitat Ramon Lull) y exdiputado del Parlament de Catalunya por el grupo PSC-CpC. Las tres lecturas de hoy nos hablan de limitaciones del ser humano. Tanto Ezequiel como Pablo como Jesús se dan cuenta de lo poca cosa que son, pero terminan descubriendo que esas limitaciones no anulan las posibilidades de humanidad plena que Dios espera de ellos. Somos humanos, tal vez 'demasiado humanos' como decía Nietzsche, pero la plenitud de humanidad, que podemos alcanzar, es algo increíblemente grandioso y más que suficiente para dar sentido a una vida.
Viniendo al evangelio, con este texto concluye Marcos una parte de su obra. Después de este relato, que manifiesta la aceptación por el pueblo (la mayoría) de las tesis de los dirigentes, nos vuelve a poner a Jesús en relación con los representantes oficiales de la religión. Sigue enseñando, pero al pueblo (los menos) oprimido, que quiere liberarse. Jesús se convence de que no hay nada que hacer con la institución, y en adelante se va a dedicar al pueblo marginado. Este episodio se encuentra en los tres sinópticos, pero relatos paralelos se pueden encontrar en Juan y en otros lugares de los mismos sinópticos. Marcos no tiene relatos de la infancia. Por eso puede narrar sin prejuicios este encuentro con los de su "pueblo". Es un toque de alerta ante el afán de divinizar la vida humana de Jesús. Para los que mejor le conocían, era solo uno más del pueblo. Sus paisanos estaban tan seguros de que era una persona normal, que no pueden aceptar otra cosa. Eran sus compañeros de niñez, habían corrido, jugado y trabajado con él, sabían perfectamente quién era. Lo encuadraban en una familia (requisito indispensable en aquella época para ser alguien). Hasta ese momento no habían descubierto nada fuera de lo normal en él. Es lógico que no esperasen nada extraordinario. ¿De dónde saca todo eso? EXPLICACIÓN Jesús vuelve a su pueblo (el texto griego y la Vulgata dicen "patria"). Ni nombra al pueblo ni hace referencia al lugar geográfico. Se refiere más bien al ambiente social en que desarrolló su vida. Llega con sus discípulos, es decir, convertido en un rabino que tiene sus seguidores fijos. No sale nadie a recibirle. Tuvo que esperar al sábado, e ir él a la sinagoga a hablarles. No fueron a la sinagoga a escucharle, sino a cumplir con el precepto del sábado. Es Jesús el que, por su cuenta y riesgo, se pone a enseñarles sin que se lo pidan. Marcos ya había advertido de la relación de Jesús con sus parientes. En 3,21 dice que sus parientes vinieron a llevárselo, porque decían que no estaba en sus cabales. Quedan impresionados, como ya sucediera en la sinagoga de Cafarnaúm. El texto griego no dice: "desconfiaban de él", sino "se escandalizaban" (exkandalizonto), que indica una postura mucho más radical. No se dignan pronunciar su nombre, se refieren a él despectivamente con el pronombre "ese". Le dicen que es hijo de María; no nombran a su padre, que era la manera de considerar digna a una persona. Es curioso que Mateo corrige el texto de Marcos y dice: "hijo del carpintero". Pero Lucas va más lejos y dice: "el hijo de José". Estos evangelistas, que copian de Marcos, seguramente intentan quitarle al texto toda posible interpretación peyorativa. Para Marcos, no era hijo de José, porque había roto con la tradición de su padre; ya no era un seguidor de las tradiciones, como era su obligación... Fijémonos bien. Ese conocimiento, yo diría excesivo, de Jesús, es lo que les impide creer en él. Conocen muy bien a Jesús, pero se niegan a reconocerle como lo que es. Hay que estar muy atentos al texto. En aquel tiempo, cualquiera de la asamblea podía hacer la lectura y comentarla. Si no aceptan la enseñanza de Jesús, es porque no se presentó como carpintero sino con pretensiones de maestro. Tampoco lo rechazan por enseñar como un Rabí, sino por enseñar cosas nuevas. La religión judía estaba demasiado segura de sí misma como para admitir novedades. Ya se encargaban los jefes religiosos de adoctrinar al pueblo para que no admitiera nada distinto a lo que ellos enseñaban. Jesús no ha estudiado con ningún rabino ni tiene títulos oficiales. Precisamente por eso, la sabiduría que manifiesta tiene que venir de Dios (profeta) o del diablo (magia). Al hacer Jesús alusión al rechazo del "profeta", está respondiendo a las cinco preguntas puramente retóricas que se habían hecho sus paisanos. Jesús no enseña nada de su cosecha, sino que habla en nombre de Dios. Esa era la primera característica de un profeta. Al no aceptarle, están rechazando a Dios mismo. La extrañeza de Jesús no es por verse rechazado sino por verse rechazado por su pueblo. Rechazado por los sometidos a quienes intentaba liberar. El golpe psicológico que recibió Jesús fue realmente muy fuerte. Nos queda por aclarar un apunte muy interesante en el relato. Su desconfianza impide que Jesús pueda hacer allí milagro alguno. El domingo pasado decía Jesús a la hemorroísa: "tu fe te ha curado"; y a Jairo: "basta que tengas fe". La fe o la falta de fe, son determinantes a la hora de producirse un milagro. ¿Dónde está entonces el poder de Jesús? Tenemos que superar la idea de un Jesús que tiene la omnipotencia de Dios y que puede hace lo que quiere en cada momento. Ni Dios ni Jesús pueden hacer lo que quieren si entendemos el "hacer" como causalidad física. La idea de un Jesús con el comodín de la divinidad disponible en cualquier momento, ha falseado el verdadero rostro de Jesús. APLICACIÓN El relato de hoy nos está hablando de la humanidad plena de Jesús. Nos está confirmando que es uno de tantos, sin privilegios de ninguna clase. Por eso es tan difícil aceptarle como profeta envidado de Dios. También para nosotros sigue siendo difícil descubrir a Dios en aquel, que simplemente se muestra como muy humano. También hoy rechazamos por instinto cualquier Jesús que no esté de acuerdo con el que aprendimos de pequeños. Yo he oído más de una vez esta frase: "No nos compliques la vida. ¿Por qué no nos dices lo de siempre?" Acostumbrados a oír siempre lo mismo, si a alguien se le ocurre decir algo distinto, aunque esté más de acuerdo con el evangelio, saltamos como hienas. Todo lo que no responda a lo sabido, a lo esperado, no puede venir de Dios. Esa fue la postura de los jefes religiosos del tiempo de Jesús y esa es la postura de los jerarcas de todos los tiempos. Pero esa es también la postura de todos los que lo niegan. Como no responde a las expectativas, no existe. Aceptar a Jesús, como aceptar a Dios, implica el estar despegado de todas las imágenes que nos podemos hacer sobre él. Siempre que nos encerremos en ideas fijas sobre Jesús, estamos preparándonos para el escándalo. Dios nunca se presenta dos veces con la misma cara. Si de verdad le buscamos lo descubriremos siempre diferente y desconcertante. Si esperamos encontrar al Dios domesticado, nos engañamos a nosotros mismos aceptando al ídolo que ya nos es familiar. La consecuencia inesperada de toda religión institucionalizada, será siempre el tratar de manipular y domesticar a Dios para hacer que se acomode a nuestras expectativas. El profeta no es el que adivina el porvenir, sino el que habla de un Dios desconcertante e imprevisible que puede salir en cualquier instante por peteneras. El profeta nunca estará conforme con la situación actual, ni personal ni social, porque sabe que la exigencia de Dios es la perfección total a la que no podemos llegar nunca. El auténtico profeta será siempre un inconformista (hoy diríamos un indignado). Lo más "antiprofético" y antievangélico será siempre la persona o la institución instalada. A pesar del rechazo de "muchos" queda siempre la esperanza de que "pocos" sigan abiertos a la enseñanza y a la acción de Jesús. El gran espejismo en que hemos caído en el pasado, fue pensar que "todos" tenían la obligación de aceptar el mensaje de Jesús. Nada ha hecho más daño al cristianismo, que el querer imponerlo a todos. Desde Constantino hasta nuestra historia reciente, hemos cometido el disparate de hacer cristianos por "decreto". La opción por el evangelio seguirá siendo cuestión de minorías. Meditación-contemplación El conocimiento de Jesús nos impide descubrirlo. Todo lo aprendido sobre él, se convierte en prejuicio, que nos impide abrirnos a su significado profundo. Lo que es y significa Jesús, no se puede meter en doctrinas. ............... También las "ideas" que tenemos sobre Dios, impiden la apertura a lo que Él es en realidad. Toda idea sobre Dios es un ídolo, que nos impide acercarnos a Él. Si quieres conocer a Dios, abandona toda "idea" sobre Él. ............... A Dios solo se llega viviendo su presencia en nosotros. Para llegar a la vivencia tengo que superar el conocimiento. El conocimiento de Dios me ha venido de fuera. La experiencia de Dios me llegará de dentro. Jesús en su pueblo, en Nazaret. Sus palabras en la sinagoga producen admiración. El carpintero, el hijo de María, con el que hemos convivido treinta años, nos sale ahora como maestro de Sabiduría... ¿dónde ha aprendido? ... Y se escandalizan de él. No le llevan a los enfermos para que los cure, no se fían de él. Es el reverso del domingo pasado, cuando Jairo y la mujer enferma sí se fían, y consiguen la curación.
Como tema marginal; aparecen "hermanos y hermanas" de Jesús. Antes se tenía por cierto que "hermanos y hermanas" era el nombre genérico de "primos". Es interpretación antigua, pero no antiquísima. Parece que los medios más cercanos a la redacción de estos escritos no dan pie para ella. Hoy los autores especializados no se ponen muy de acuerdo, y sus soluciones dependen en gran manera de otros condicionamientos (su postura acerca de la virginidad de María y otros más). El tema es interesante, aunque no significativo para nuestra fe, y desde luego, no podemos desarrollarlo aquí. REFLEXIÓN No pocas veces envidiamos a los que convivieron con Jesús. Pensamos que conociéndole sería mucho más fácil creer en él. Hoy se nos invita a revisar esta opinión. Pongámonos en la piel de los vecinos de Nazaret. Han convivido treinta años con José, María, Jesús; le han conocido como el carpintero, hijo de carpintero. Hace unos meses se fue al Jordán, con el Bautista; y ahora reaparece enseñando como un rabí y dicen que cura enfermos ... La sorpresa está más que justificada: y la tendencia a rechazarlo: ¿quién se ha creído que es? ¡como sino lo conociéramos de toda la vida! Pienso que lo tenían más difícil que nosotros. Porque había que creer en aquel hombre, y la evidencia de su humanidad, de su normalidad, les resultada un obstáculo insuperable. A veces simplificamos injustificadamente la fe en Jesús de su madre. Solucionamos el problema otorgándole a María una revelación más que especial, haciéndola tan consciente de la naturaleza de su hijo como hacemos a Jesús consciente y omnipotente ya en el seno de su madre. Debemos revisar seriamente nuestros "conocimientos". También para María era Jesús objeto de fe. Jesús creció como un niño normal, necesitado de su madre para todo. Y su madre también tuvo que creer. Esto sitúa correctamente nuestro acto de fe e invita a revisar nuestros motivos. Sus vecinos escucharon sus palabras y contemplaron sus curaciones. Y, para muchos, no fue suficiente. Nosotros leemos o escuchamos esas palabras y curaciones. ¿Cómo saltamos del conocimiento a la admiración y de la admiración a la fe? Y ¿qué significa exactamente, más allá de admirar, "creer"? Creer en Jesús significa admitir que en él está actuando el Espíritu, que sus dotes de sanador, sus estupendas palabras, no son simplemente fruto de un hombre genial, sino la obra de Dios mismo en él. Creer en Jesús significa aceptarlo como "hombre lleno del Espíritu", significa aceptar que "Dios estaba con él". Esto es lo que no podían entender sus convecinos, esto es lo que les producía escándalo. Para ellos, Dios había hablado por medio de Moisés, el gran milagro había sido el paso del mar; ahora tienen que aceptar que Dios habla por boca de su vecino Jesús el carpintero y sana por su medio. Tendrán que aceptar más: que Dios está con Jesús de una manera muy superior a la de Moisés. Jesús es El Hijo, el Predilecto, y hay que escucharle a él, incluso cuando sus palabras corrijan a Moisés. Nuestra fe en Jesús significa pasar de la admiración por un hombre extraordinario a la aceptación de Dios presente en él. La humanidad de Jesús, Jesús hombre, nos plantea la pregunta que se hicieron también sus contemporáneos: ¿quién es éste?. Creer significa contestar: éste es el Hombre lleno del Espíritu, el Hijo Predilecto, la Palabra hecha carne. PARA NUESTRA ORACIÓN Son muchos los caminos hasta la fe. Algunos de nosotros nos encontramos quizá con que, por decirlo de alguna manera, "heredamos" la fe en Jesús. Cuando fuimos conscientes, nos dimos cuenta de que la fe en Jesús estaba en nosotros, incluso aunque no le conocíamos muy bien. Fue entonces cuando nos preguntamos por qué, movidos sin duda por la necesidad de personalizar, de hacer nuestra la fe que habíamos recibido. En cualquier caso, el itinerario para una fe adulta siempre es el mismo: conocer, admirar, creer. El conocimiento lleva a la admiración, la admiración a la pregunta, la pregunta a la respuesta: "Tú eres el Ungido de Dios, el Hijo Predilecto". Llegar a esta respuesta es también obra de Dios, y es, sobre todo, invitación. No se cree en Jesús para disfrutarlo, sino para seguirle, para trabajar con él en las cosas del Padre. En todos los problemas de Jesús con sus contemporáneos aparece un problema que hoy también nos afecta: la mayor dificultad de aquella gente para creer en Jesús era su propia religión. Consideraban "La Ley de Moisés", incluidas las interpretaciones de los rabinos, como Palabra de Dios inmutable para siempre. Y Jesús no pensaba así: Jesús era el vino nuevo, pero la gente se negaba a romper los odres viejos. Pienso que éste es un peligro que está hoy presente en la Iglesia. Todas las tradiciones de la iglesia, incluso las que claramente no proceden de Jesús, e incluso son contrarias a lo de Jesús, se mantienen con un vigor extremo, incluso parece que tienen más fuerza que la fe en el mismo Jesús y la aceptación de su estilo, sus criterios, sus valores. Por eso, cuando se oye hablar de "Nueva Evangelización" hay muchos que dudan de que se pretende una evangelización y sospechan que se trata de revitalizar las tradiciones mas inmediatas, es decir, no volver a Jesús ni aceptar la novedad de su vino, sino remendar el odre viejo. Llega el verano una vez más, es el tiempo esperado para el placer del descanso; dejar los relojes, retomar los libros pendientes, estrechar relaciones con las amigas y amigos, mirar despacio los amaneceres frescos o alargar las veladas para gozar las noches luminosas u oscuras.
Termino de entregar la memoria del curso y de alguna manera me he visto haciendo balances de muchas cosas. Son buenos los balances; hacer memoria de lo hecho, de nuestros objetivos en curso, o en la vida. Son momentos de desnudez, de asentir con humildad a lo poco que llegamos pese a nuestros esfuerzos y mirarlo de cara con serenidad, con paz. Sin sobrestimarnos, pero ofreciendo con gozo todo lo dado. Con estos sentimientos y un hueco en horario, he sentido ganas de rezar, de ponerme ante lo sagrado. A cinco minutos de mi instituto tengo un convento de clausura y hacia ahí me he ido. A la monja del torno le ha sorprendido tanto el que quisiera entrar para orar, que ha ido a llamar a la superiora y ésta ha bajado a disculparse porque no era posible. Aún he seguido en el empeño de entrar en una iglesia vecina al convento; estaba cerrada. Entonces he entendido que el espacio sagrado era un banco de un jardín en el camino. ¡Cuántos edificios religiosos y qué pocos espacios abiertos al encuentro para lo sagrado! Pero, también, ¡cuántos sacerdotes y religiosas, y qué pocos pastores para vaciar el alma y compartir miedos o heridas, para encontrar acogida y apoyo! Será que esa es la vida, que nacemos solos y la vida nos fuerza a la soledad más rica, a saber que no hay un alma gemela, ni una conciencia idéntica, ni palabras tan ricas y puras que puedan dejarnos compartir lo más íntimo. Los plateros majestuosos estaban ahí, ofreciéndome toda su sombra, y mil estallidos de pajarillos en su tarea matinal. De repente he podido ver. Ahí estaba lo sagrado, en todo, también en el ruido de coches y en el indigente que comía un bocadillo en el banco de enfrente. Los plateros me empezaron a hablar en su silencio armonioso: esos gigantescos árboles estaban ahí, dejando caer cascarones grandes de la corteza de sus troncos que les habían acompañado todo el año. Caían pedazos de su cuerpo: el platero en su metamorfosis, entregando parte de su vida, se despojaba sereno y humilde ante mis ojos, sin pretensión ni de ser visto. Y yo ahí ante lo sagrado, viendo el Misterio. En ese instante sentí presente a Jesús, el nombre propio que nosotros los cristianos usamos para hablar de quien vivió a Dios más adentro que sus propias entrañas, hasta decir: "el Padre y yo somos uno" En ese momento también yo gocé esa unidad; podría decir las mismas palabras de Jesús, y todo lo que vino después fue Paz, una Paz cargada de Presencia. Violeta Parra puso versos bellos en su poema "Gracias a la Vida" que Mercedes Sosa cantó como nadie: Gracias a la Vida que me ha dado tanto... Me dio dos luceros que cuando los abro perfecto distingo lo negro del blanco. Y en el alto cielo su fondo estrellado y en las multitudes el hombre que yo amo. Descubrir en las multitudes al amado, eso es lo sagrado. Sentir que entre los apretujones de la vida una mano te roza y te electriza todo el cuerpo porque está cargada de Presencia. Jesús vivió en las multitudes al Padre que amaba y del que se sentía amado; su plenitud se dio en las calles. Sus santuarios y templos fueron los encuentros, las comidas, las sanaciones. La Vida en todo, regalando Vida ante la venda de nuestros pobres ojos. La Conferencia Episcopal afirma que la ideología de género impone una “cultura de la muerte”
Los obispos no se pronuncian, todavía, sobre la crisis social y económica, como les reclaman muchos fieles, pero sí sobre el sexo, el amor, la familia, el matrimonio, las feministas y los homosexuales. También pontifican contra “la ideología de género y la cultura de la muerte”. El motivo lo desveló ayer el jesuita Juan Antonio Martínez Camino, portavoz de la Conferencia Episcopal y prelado auxiliar del cardenal Antonio María Rouco en Madrid. “¿Para qué queremos finanzas si no tenemos familia?”, proclamó en conferencia de prensa. Su tesis es que “uno de los elementos de la crisis es el mal trato a la familia, un capital social fundamental, más importante que las finanzas”. España, según el prelado, está a la cabeza de las políticas más desastrosas en tales materias. Con el entusiasmo de un enamorado a la manera de san Juan de la Cruz, el portavoz episcopal presentó esta mañana, por fin, la pastoral del amor, que los prelados han tardado año y medio en pulir, después de trabajarla en tres asambleas plenarias y en incontables comisiones. Se titula ‘La verdad del amor humano. Orientaciones sobre el amor conyugal, la ideología de género y la legislación familiar’, y figura como “la primera acción” del plan de los obispos para recuperar España para su Iglesia, en lo que han llamado “Nueva evangelización”. La pastoral tiene 22.382 palabras. La idea del documento y su primer borrador fue obra de la Subcomisión Episcopal de la Familia, cuyo presidente, Juan Antonio Reig Pla, obispo de Alcalá de Henares, ha sido marginado en los trámites finales del proceso tras sus broncas manifestaciones homófobas en la televisada homilía del Viernes Santo pasado. Tampoco apareció ayer en la conferencia de prensa, como suele ser habitual cuando una comisión presenta documentos doctrinales. Las tesis de Reig, sin embargo, persisten a lo largo de la pastoral, aunque muy peinadas para no generar más polémica de la habitual. “No hubo dificultades especiales [en el redactado final], más que las propias del asunto”, dijo Martínez Camino. Aplazada una u otra vez la publicación -en las dos últimas semanas, para no coincidir ni chocar más de lo normal con homosexuales y lesbianas ante el Día del Orgullo Gay-, la pastoral sobre el amor humano mantiene un tono duro y deja en evidencia de nuevo el desencuentro episcopal con todo lo que tiene que ver con el sexo, el placer y las relaciones humanas. Debió sentir esa sensación el propio portavoz episcopal cuando, segundos antes de terminar su comparecencia, dijo, como a modo de disculpa: “Pedimos que se nos atienda porque todo ha empeorado en los últimos años. No son manías del clero sobre el sexo. No es una cuestión de querer amargar la vida a la gente”. Pedimos que se nos atienda porque todo ha empeorado en los últimos años. No son manías del clero sobre el sexo En seis capítulos, el primero para proclamar la “buena noticia del amor y la familia”; y con dos largos apartados para denunciar los estorbos que se oponen a sus ideas, y para concretar sus propuestas, los obispos dejan pronto mensaje de su pesimismo antropológico. Dicen: “Las prácticas abortivas, las rupturas matrimoniales, la anticoncepción y las esterilizaciones, las relaciones sexuales prematrimoniales, la violencia en el ámbito de la convivencia doméstica, las adicciones a la pornografía, a las drogas, al alcohol, al juego y a internet, etc., han aumentado de tal manera que no parece exagerado afirmar que la nuestra es una sociedad enferma”. Detrás de todo este negativismo, perciben una “profusión” de mensajes ideológicos y propuestas culturales, por ejemplo, la “absolutización subjetivista de la libertad que, desvinculada de la verdad, termina por hacer de las emociones parciales la norma del bien y de la moralidad”. Como si hablasen por teléfono con Dios y tomando como punto de referencia a Cristo, que según ellos, fundó la Iglesia de la que son jerarcas, los prelados pontifican que el origen del amor, su fuente escondida, se encuentra en Dios. “El origen del amor no se encuentra en el hombre mismo, sino que la fuente originaria del amor es el misterio de Dios mismo, que se revela y sale al encuentro del hombre”. Si así ama Dios al hombre, la conclusión de los prelados es que “el amor, en su dimensión apetitiva, es la vocación fundamental e innata de todo ser humano”. Pronto entrarán en materia polémica (para ellos), bajo un apartado que titulan, Génesis en mano, ‘Varón y mujer los creó’. Al fondo, las uniones entre personas del mismo sexo, que en España se conoce, por ley, como matrimonio. Dicen: “El cuerpo y el alma constituyen la totalidad unificada corpóreo-espiritual que es la persona humana. Pero esta existe necesariamente como hombre o como mujer. La persona humana no tiene otra posibilidad de existir. La dimensión sexuada, es decir, la masculinidad o feminidad, es inseparable de la persona”. Por ello, las características del amor conyugal los obispos las tienen claras “y son inamovibles”. Para ser como un amor divino, “ha de ser amor de persona a persona con el afecto de la voluntad”; no puede sino ser fiel y exclusivo; tiene que ser un amor fecundo y ha de ser para siempre. El documento habla de “la oscuridad del pecado”, de modo particular la interpretación narcisista de la sexualidad. En este punto, el documento habla de “la oscuridad del pecado”, de modo particular la interpretación narcisista de la sexualidad. En su opinión, hay dos corrientes, aparentemente contrapuestas, que distorsionan la consideración del hombre hecho “a imagen de Dios” y, derivadamente, las imágenes del matrimonio y de la familia. Se trata del espiritualismo y lo que los prelados llaman “ideología de género”. Los obispos dicen que una y otra parten de un mismo principio: una injusta valoración de la corporalidad y que, por eso, “no pueden ver el amor entre el hombre y la mujer como un modelo para todo amor”. Detrás de estas corrientes, tan contrapuestas por sensibilidad y propósitos, lo prelados españoles ven un mismo denominador: una concepción antropológica dualista. Dicen: “En el caso del espiritualismo puritano, porque la corporeidad se ve como un obstáculo para el amor espiritual. En las teorías de género, porque el cuerpo queda reducido a materia manipulable para obtener cualquier forma de placer”. El documento episcopal renuncia a enumerar o hacer análisis de “los factores que hayan podido intervenir en la deformación de la imagen del matrimonio que existe en no pocos ámbitos de nuestra sociedad”. Tampoco pone de manifiesto los presupuestos metafísicos sobre los que se basa (entre otros, la negación de la condición creatural del ser humano). En cambio, sí expresa “su voluntad de denunciar que detrás de esa visión obscurecida y fragmentada “parece existir el influjo de algunos mensajes ideológicos y propuestas culturales, entre cuyos objetivos está, sobre todo, proponer la absolutización subjetivista de una libertad que, desvinculada de la verdad, termina por hacer de las emociones parciales la norma del bien y de la moralidad”. Añaden: “Los obispos ya hemos hablado sobre esta progresiva disolución de los significados básicos de la institución matrimonial en nuestra sociedad. Nos hemos referido a la fragmentación con la que no pocos perciben los distintos significados de la sexualidad. Pero es en la actualidad cuando se ha llegado a plantear la más radical de las separaciones, aquella que disocia radicalmente sexualidad y amor. Nos referimos de manera particular a la propuesta de la llamada ideología de género”. Los antecedentes de esta ideología hay que buscarlos, según dicen los prelados, “en el feminismo radical y en los primeros grupos organizados a favor de una cultura en la que prima la despersonalización absoluta de la sexualidad”. Añaden: “El proceso de deconstrucción de la persona, el matrimonio y la familia, ha venido propiciado también por filosofías inspiradas en el individualismo liberal, así como por el constructivismo y las corrientes freudo-marxistas. Primero se postuló la práctica de la sexualidad sin la apertura al don de los hijos: la anticoncepción y el aborto. Después, la práctica de la sexualidad sin matrimonio: el llamado amor libre. Luego, la práctica de la sexualidad sin amor. Más tarde la producción de hijos sin relación sexual: la llamada reproducción asistida (fecundación in vitro, etc.). Por último, con el anticipo que significó la cultura unisex y la incorporación del pensamiento feminista radical, se separó la “sexualidad” de la persona: ya no habría varón y mujer; el sexo sería un dato anatómico sin relevancia antropológica. El cuerpo ya no hablaría de la persona, de la complementariedad sexual que expresa la vocación a la donación, de la vocación al amor. Cada cual podría elegir configurarse sexualmente como desee”. Así se ha llegado a configurar, aseguran, una ideología con un lenguaje propio y unos objetivos determinados, “de los que no parece estar ausente la intención de imponer a la sociedad una visión de la sexualidad que, en aras de un pretendido liberacionismo, desligue a las personas de concepciones sobre el sexo, consideradas opresivas y de otros tiempos. En lo que llaman “descripción de la ideología de género”, los obispos reúnen un conjunto sistemático de ideas, encerrado en sí mismo, que se presenta como teoría científica respecto del sexo y de la persona. Dicen: “La idea fundamental, derivada de un fuerte dualismo antropológico, es que el sexo sería un mero dato biológico: no configuraría en modo alguno la realidad de la persona. El sexo, la ‘diferencia sexual’, carecería de significación en la realización de la vocación de la persona al amor. Lo que existiría –más allá del “sexo” biológico– serían “géneros” o roles que, en relación con su conducta sexual, dependerían de la libre elección del individuo en un contexto cultural determinado y dependiente de una determinada educación. ‘Género’, por tanto, es, según esta ideología un término cultural para indicar las diferencias socioculturales entre el varón y la mujer”. Sexualidad neutral Los obispos señalan como “núcleo central” de esta ideología “el dogma pseudocientífico según el cual el ser humano nace sexualmente neutro”. Escriben: “En consecuencia, hombre y masculino podrían designar tanto un cuerpo masculino como femenino; y mujer y femenino podrían señalar tanto un cuerpo femenino como masculino. Entre otros “géneros” se distinguen: el masculino, el femenino, el homosexual masculino, el homosexual femenino, el bisexual, el transexual, etc. La sociedad atribuiría el rol de varón o de mujer mediante el proceso de socialización y educación de la familia. Lo decisivo en la construcción de la personalidad sería que cada individuo pudiese elegir sobre su orientación sexual a partir de sus preferencias. Con esos planteamientos no puede extrañar que se “exija” que a cualquier “género sexual” se le reconozcan los mismos derechos. De no hacerlo así, sería discriminatorio y no respetuoso con su valor personal y social”. Conocidos son, según los obispos, los caminos que han llevado a la difusión de esta manera de pensar. Uno de las más importantes, dicen, ha sido la manipulación del lenguaje. En su opinión, “se ha propagado un modo de hablar que enmascara algunas de las verdades básicas de las relaciones humanas. Es lo que ha ocurrido con el término “matrimonio”, cuya significación se ha querido ampliar hasta incluir bajo esa denominación algunas formas de unión que nada tienen que ver con la realidad matrimonial. De esos intentos de deformación lingüística forman parte, por señalar solo algunos, el empleo, de forma casi exclusiva, del término “pareja” cuando se habla del matrimonio; la inclusión en el concepto de “familia” de distintos “modos de convivencia” más o menos estables, como si existiese una especie de “familia a la carta”; el uso del vocablo “progenitores” en lugar de los de “padre” y “madre”; la utilización de la expresión “violencia de género” y no la de “violencia doméstica” o “violencia en el entorno familiar”, expresiones más exactas”. Los obispos españoles, que se opusieron el siglo XIX a la legalización del matrimonio civil –hasta entonces los españoles sólo se podían casar por lo religioso: los prelados de entonces acogieron la reforma del Código Civil como una puerta al “concubinato universal”-, clamaron hace siete años contra la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo. “Lo peor que le ha ocurrido a la Iglesia en dos mil años”, dijo entonces el portavoz Martínez Camino. Desde entonces no han parado de clamar contra esa ley, a veces con graves ofensas a quienes viven la sexualidad de ese modo. Esta vez atan con prudencia las palabras, como escarmentados por la polémica Reig Pla. Dicen: “Detrás de la pretendida neutralidad de estas teorías se esconden dramas personales que la Iglesia conoce bien. Pero hemos de tener siempre viva la esperanza. El bien y la verdad, la belleza del amor, son capaces de superar todas las dificultades, por muchas y graves que sean. La Iglesia, continuadora de la misión de Cristo, abre siempre su corazón y ayuda de madre y maestra a todos y cada uno de los hombres. Nadie puede sentirse excluido, tampoco quienes sienten atracción sexual hacia el mismo sexo. Ciertamente el magisterio de la Iglesia católica enseña que es necesario distinguir entre las personas que sienten atracción sexual hacia el mismo sexo, la inclinación homosexual propiamente dicha («objetivamente desordenada») y los actos homosexuales («intrínsecamente desordenados»); además, en la valoración de las conductas hay que diferenciar los niveles objetivo y subjetivo. Por eso, una vez más no podemos dejar de anunciar que los hombres y mujeres con atracción sexual hacia el mismo sexo «deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta”. Pero no resisten la tentación de considerar al homosexual un enfermo, necesitado de ayuda, también la ayuda de la Iglesia católica. Dicen: “No termina ahí la expresión del respeto y estima que se debe a las personas como tales. Nadie debe quedar excluido de la comprensión y ayuda que pueda necesitar. Las personas con atracción sexual hacia el mismo sexo deben ser acogidas en la acción pastoral con comprensión y deben ser sostenidas en la esperanza de superar sus dificultades personales. Con esa intención hacemos nuestras las palabras de la Congregación para la Doctrina de la Fe: Los obispos deben procurar sostener con los medios a su disposición el desarrollo de formas especializadas de atención pastoral para las personas homosexuales. Esto podría incluir la colaboración de las ciencias psicológicas, sociológicas y médicas, manteniéndose siempre en plena fidelidad con la doctrina de la Iglesia”. Después de execrar de la asignatura Educación para la Ciudadanía, que el Gobierno del PP va a suprimir, y de achacar todos los males a la llamada Ley del Aborto, los obispos, célibes forzados por ley interna, subrayan los desastres que producen en España el descenso de la nupcialidad y el retraso cada vez mayor de la celebración del matrimonio (la edad media del primer matrimonio es de 33,4 años en los varones y 31,2 años en las mujeres). Por eso concluyen anunciando que van a replantearse “a fondo la pastoral prematrimonial”, como tarea de la llamada Nueva Evangelización de España. Tan humana es la necesidad de confirmar nuestros lazos, que aun él, ya resucitado, necesitó preguntar.
"Señor, tú sabes...", fue la respuesta habitual del amigo. Como si nos alcanzara con saber, y no precisáramos escucharlo muchas veces, al menos en los momentos cumbre del recorrido. La pregunta viene después de la experiencia. Noche larga y oscura, cerrada, impotente. El esfuerzo inútil, tiras las redes y no sale nada. Otra vez el mar como escenario: el reino de lo inconciente, de las profundidades insondables, de lo desconocido que quiere irse desvelando. Y otra vez parece enemigo. En calma ahora, le demuestra que no todo es como espera, que trabajar(se) no es suficiente, que la oscuridad acecha, y puede atacar de nuevo. La muerte no ha sido del todo vencida en el corazón de Pedro. La resurrección es anuncio, no "con-vence", no triunfan juntos. La muerte nos habita, en las honduras, y siempre hay algo más que pide ser reanimado... Vivenciamos una y otra vez el quiebre, la cruz, para tener oportunidad de resucitar distintas regiones de lo que somos. Frente al vacío, a la nada, a la impotencia de la noche entera sin pesca, Jesús llega con su aporte indiscutible, su deseo de alimentar, de hacer fiesta juntos... Cuando nuestro interior está inmerso en la fragilidad, las barreras pueden caer. En lugar de optar por el encierro, puede sorprendernos un encuentro. Tan inesperado y potente, que hasta el más íntimo se hace un desconocido que irrumpe prodigando novedad. Faceta reverdecida del otro, que nos vuelve a poner de cara a nuestras preguntas. ¿Es tu amor capaz de atravesar la muerte? ¿Es verdaderamente más fuerte que la oscuridad? ¿Te atreves a hacer surgir lo nuevo, en lo de siempre? La insistencia de Jesús fuerza el replanteo profundo, transforma lo cotidiano en semilla de eternidad; palabra proferida tres veces, valor de juramento. Sorprende en Jesús esa dinámica vital, que hace brotar peces de las redes incansablemente huecas. Esa conexión intensa con la vida cíclica, muerte que abre el renacer, soledad que se colma de grano generador. Allí le atraviesa a Pedro la pregunta, en pleno misterio del vacío habitado. Todavía no tragó la partida, e irrumpe el exceso de presencia. El que ama ha visto la sobreabundancia, la red cargada de peces hasta que casi no se la podía arrastrar. Se ha abierto a la capacidad de "tolerar" esa desmesura, de amplificarse hasta casi romperse confiando en que él no destruye sino expande... Y ahí mismo, Jesús y su planteo, "necesito confirmar que estás, que seguís conmigo": el Señor de la historia, el maestro, pidiendo su sí. El Inmenso, el Eterno, sujetándose al lazo que Pedro le ofrezca... El amor exige respuesta, ponerle el cuerpo, presencia concreta y comprometida... Si me amas, entonces, apacienta. Si el tuyo es un amor resucitado, impulsa a mayor resurrección. ¿Vas a dejar que yo muera? ¿O es sacramento-instrumento de (mi) resurrección, en la resurrección de otros, en la tuya propia, en generar y sostener más vida para todos? La cuestión se debate en el después, en continuar mi camino, en prolongar y hacer crecer mi sueño... En ponerse a cargo, de la historia propia y la colectiva. Para que las estructuras de muerte sean por fin vencidas. Hagan ustedes lo mismo, lleven a comer, ayuden a elegir buenos pastos, protejan del lobo... Aunque La Piedad, el famoso grupo escultórico de Miguel Angel se halle notoria y destacadamente alojado en un muro lateral de la Basílica de San Pedro y más precisamente a metros del ingreso, pareciera sin embargo, que el sentimiento que evoca el espíritu sufriente de la madre de Cristo con el cadáver de su hijo en el regazo hubiera desaparecido de la Santa Sede.
La prueba más reciente ha sido la actitud del Vaticano ante los sucesos confiscatorios del gobierno en Paraguay cuyo destinatario, un hijo de esa Iglesia que equivocado o no, culpable o no, merecía ser tratado con toda la consideración que un padre o una madre dedican invariablemente a un hijo. Pero inesperada e imprevistamente ha sido el Vaticano el primero en aplaudir a los victimarios del hijo, mientras sus propios hermanos prelados convalidaban el proceso. Piedad, misericordia, compasión... ¿algún lector recuerda el significado de estas palabras? ¡Parecen tan antiguas! Y sin embargo nadie puede ignorar la urgencia de reincorporarlas al lenguaje cotidiano, no para, aceptar simplemente situaciones a que nos han venido conduciendo el egoísmo, la indiferencia, el materialismo, el individualismo, de nuestra vida contemporánea sino para sacudirnos la molicie, la estéril resignación, la aquiescencia ante un estado de cosas que pide urgentes cambios frente a un panorama de necesidades insatisfechas, de abandono, de falta de posibilidades de desarrollar una existencia digna, para una enorme mayoría de nuestros coetáneos. Lo sucedido en Paraguay, no solo hubiera merecido un poco más de comprensión, de análisis y de prudencia por parte de las autoridades religiosas que se precipitaron a convalidar el derrocamiento de Lugo, como sin embargo sí lo ha hecho la comunidad de religiosos y religiosas paraguayos, CONFERPAR con su fundamentado rechazo al arbitrario y desprolijo juicio político realizado al ahora ex presidente y a la falta de ecuanimidad y de equilibrio que hubiera debido primar entre los sectores que condujeron al país a esta institucional encrucijada. Pero como es de rigor en el mundo contemporáneo la justicia social no es "santo de la devoción" de los poderosos a los que una ceguera existencial les impide comprender que la verdadera naturaleza de los actuales conflictos los tiene por principales protagonistas aunque también es cierto que aún comprendiéndolo se niegan a aceptarla puesto que el hacerlo les exigiría renunciar por lo menos en parte a sus generalmente mal habidos privilegios. Lo ocurrido en Paraguay contiene dos aristas igualmente dolorosas; la primera el hecho en sí, la destitución precipitada y arbitraria del Presidente Lugo, el quiebre institucional y la manipulación de la voluntad popular, el artero golpe a la democracia en suma y la segunda la imperdonable, impiadosa y colectiva reacción de las máximas autoridades eclesiásticas, de nuestra iglesia Católica en cuyas actitudes hubiera sido de esperar el máximo de prudencia, de sensatez, de fraterna comprensión hacia el hermano caído y que por el contrario reaccionaron con el mayor de los rigores y sin la menor manifestación de caridad cristiana. Mencionar la imagen de La Piedad de Miguel Angel en las primeras líneas de esta reflexión me llevó a recordar que ese evocativo grupo escultórico cuyo sentido profundo pareciera haber sido olvidado dentro y fuera de la iglesia, se halla a la derecha de la entrada de la Basílica, solo saliendo de ella lo tendremos a la izquierda... ¡Toda una paradoja! Se relatan dos sucesos que, al parecer, ocurrieron juntos, puesto que en los tres Sinópticos se relatan entrelazados (Mateo 9, Lucas 8). El relato forma parte de la actividad de Jesús, que pasa por toda Galilea curando a los enfermos, de tal modo que su fama se hace enorme, y acuden a él de todas partes.
Es notable la diferencia entre la gente normal, que lleva sus enfermos a Jesús, y la gente importante, que le pide que acuda a su casa y los cure. Pero Jesús no se niega a nadie. El relato de la mujer que toca la orla del manto de Jesús es bastante misterioso, y tiene ciertos ribetes semi-mágicos que nos sorprenden. Muy probablemente estamos en presencia de una amplificación semi-legendaria. La actividad de sanador de Jesús le dio fama indiscutible, y sus "hazañas" fueron sin duda engrandecidas al ser repetidas de boca en boca. El evangelista transcribe sin embargo el relato por su contenido, tan importante: el poder de la fe. Una interpretación ingenua y superficial de los milagros de Jesús tiende a entenderlos como manifestaciones del poder divino. Con ellos demuestra Jesús su naturaleza divina. No es suficiente, ni es esa la intención de los evangelistas. Jesús cura porque en él está el Espíritu, porque se parece a su Padre, que es compasivo, que es el Médico, que es el que nos ha creado para la vida y la salud. Lo más importante de los milagros no es que se manifiesta un poder sino qué poder se manifiesta: el poder de sanar. La acción de Jesús muestra lo acertado del Libro de la Sabiduría: No fue Dios quien hizo la muerte ni se recrea en la destrucción de los vivientes; él todo lo creó para que subsistiera... El Dios de Jesús es un padre que crea por amor, no un ingeniero que fabrica para exhibir poder. El Dios de Jesús es un padre que engendra y trabaja por sacar adelante a sus hijos. Este es el fundamento primero de nuestra confianza en Dios. No pocas personas piensan en un dios lejano, creador hace miles de años, ausente durante nuestra vida, que espera al final como un juez implacable. No es ese el Dios que vemos en Jesús. Es una madre que sueña en tener hijos porque a ello le empuja el amor. No ama a los hijos que ya tiene y conoce, sino que engendra porque ama de antemano. Y no los abandona: trabaja por sacarlos adelante, los alimenta, los cura, los corrige. Y prepara un banquete para ellos cuando lleguen al final del camino. Estas imágenes de la vida humana son mucho más estimulantes, pero, sobre todo, son las de Jesús, no las que nosotros nos hemos inventado. Jesús completa y fundamenta al libro de la Sabiduría. Nuestra fe en la inmortalidad no se funda en ninguna filosofía, ni en Pitágoras ni en Platón ni en ninguna sabiduría humana; se funda en que conocemos a Dios, y sabemos cómo es el corazón del Creador. La historia de la Creación se concibe a veces en tres estadios: primero, el Gran Ingeniero, solo; después, el Gran Ingeniero que crea todas las cosas como un alarde de poder y Sabiduría; finalmente, el Gran Ingeniero vuelve a estar solo, cuando todas las cosas, criaturas temporales, hayan desaparecido. El Dios de Jesús nos hace pensar en otro esquema: primero, la madre soñando en tener hijos y queriéndolos antes de que nazcan; después, la madre trabajando por sacar a sus hijos adelante, instruyendo, alimentando, curando; finalmente, todos los hijos reunidos en casa, al final del largo viaje, fuera ya del todo peligro y de todo mal. Evidentemente, esta imagen no explica por qué el camino es oscuro, por qué corremos tantos riesgos, por qué ha permitido el Padre tanto mal y tanto dolor en el camino. Pero la imagen sigue siendo válida, aunque no sea completa. Y es la fuente de nuestra fe en la Vida definitiva (y de nuestra esperanza en que ninguno falte en el banquete, porque si alguno faltase, no podría ser completa la alegría del Padre). La enorme abundancia de curaciones que consignan los evangelios, y muy en especial Marcos, revelan por tanto un aspecto básico de Jesús. El Hijo "está en las cosas de su Padre". Las cosas de su Padre son sus hijos, y el Primogénito, el Hijo Preferido, lleno del Espíritu de su Padre, se dedica en cuerpo y alma a sanar y a iluminar, a liberar de esclavitudes, con todos los que tropieza, pobres, ricos, judíos, paganos, samaritanos, publicanos, prostitutas: para Jesús no hay ninguna diferencia: son todos hijos que necesitan la luz y la curación. Los detalles de cada curación son anecdóticos, y nos ayudan a comprender que se trata de sucesos, no de narraciones míticas, aunque estén amplificados por la leyenda. Nos importa, en todas las curaciones de Jesús, ver con los ojos de la fe: entender cómo es Dios, recordando la frase del evangelio de Juan: "El que me ve, ve a mi Padre". Éste es el lugar correcto de la fe. Sería ingenuo pensar que el secreto de la curación reside en que Dios premia la confianza que se pone en él. Esta actitud es semejante a la de los que piensan que la oración todo lo alcanza, como si pudiéramos "forzar la voluntad de Dios". La fe de que habla Jesús no es el disparador de un efecto mágico. Jesús está alabando a la mujer y a Jairo, que han confiado en él, mientras otros sospechan o lo rechazan. Los que creen en él, se acercan y son curados. Más significativa aún que la fe de la mujer es la incredulidad y burla en casa de Jairo. Pero "No temas, basta con que tú tengas fe". No podemos permitirnos la ingenuidad de atribuir a todas nuestras convicciones, a nuestra fe en la bondad de Dios, en Jesús mismo, la categoría de certezas racionales, de evidencias. Estamos hablando de fe y, concretamente, de fe en Jesús, es decir, de fiarse de él, de apostar por él. Todo el mundo apuesta: hay quienes apuestan únicamente por disfrutar la vida. Es una apuesta, que puede salir mal. Algunos apostamos por Jesús de Nazaret, por sus criterios y valores. Y es una apuesta razonable: da sentido a la vida para todas las personas, lleva a más desarrollo personal, a más solidaridad. Y se funda en la fiabilidad de una persona admirable... De aquí en adelante, la fe, nuestra apuesta personal, por Jesús y por el Dios de Jesús, con todas sus consecuencias. Pero hay también un desafío a la felicidad. Todo el mundo quiere curarse, porque todo el mundo aborrece el dolor, el mal, porque todo el mundo quiere ser feliz. Contra la felicidad se interpone la enfermedad y la muerte... y tantas cosas más. El desafío del ser humano es ser feliz en una vida frecuentemente hostil. La apuesta por una felicidad basada en que todo me salga bien fracasa. El Antiguo Testamento se aferra a la idea de que "a los justos todo les sale bien porque Dios les protege", pero es mentira. La realidad es que a todos les salen muchas cosas mal, y que todos mueren. ¿Es posible la felicidad en un mundo lleno de mal y abocado a la muerte? Esta certeza existencial de fracaso global ha desesperado a muchos y se ha constituido en argumento para negar que pueda haber un dios tras tanto absurdo y tanto dolor. Los que creen a Jesús y le siguen hacen otro planteamiento, más existencial incluso, menos cognitivo. Ante todo, no entienden la felicidad como algo que viene de fuera, resultado de satisfacciones recibidas, sino como una satisfacción interior, que puede ser más fuerte que la alegría o tristeza que deparen los acontecimientos. En segundo lugar, entienden la vida no como búsqueda de la propia satisfacción sino como misión de evitar en lo posible el dolor de los demás. En tercer lugar, no pretenden entender la providencia divina, sino que dejan su propio destino y el de todos en las manos de Dios, confiando en que el Padre sabrá los porqués y tiene en su mano el futuro de sus hijos. Así, la búsqueda de la felicidad se transforma: ya no se busca simplemente sentirse a gusto porque todo salga bien, sino sentirse bien por tener sentido, misión y confianza en el Amor que es Todopoderoso... a pesar de la infelicidad del mundo. S A L M O 3 2 Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de Ti. Cantad de alegría ante el Señor alabadle de todo corazón, cantad al Señor un cántico nuevo con todas las fuerzas de vuestro espíritu. Es justa la Palabra del Señor, todas sus obras son Verdad. El Señor busca la justicia y el bien, la tierra entera está llena de su amor. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de Ti. Desde lo alto de los cielos mira el Señor y contempla a los hijos de los hombres. Él, que forma el corazón de cada uno, que discierne todas sus acciones. El Señor vela sobre todos sus hijos, sobre todos los que esperan en Él. Él preserva su vida de la muerte y salva su vida para siempre. Nuestra alma espera en el Señor, nuestro refugio, nuestra fuerza. En Él nuestra esperanza y nuestra fe. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de Ti. |
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