El cuarto evangelio presenta a Jesús como manifestación definitiva del Padre. Todo lo anterior ha sido un largo ascenso hasta la plenitud. La plenitud es Jesús. En él conocemos el rostro de Dios. A Dios nadie le ha visto jamás, pero en Jesús lo hemos visto, lo hemos tocado. Y el texto presenta a Jesús como manifestación del amor del Padre; el Padre es salvador, no condenador; esta es la salvación: creer en Jesús.
Hoy la Iglesia universal celebramos la Fiesta de la Santísima Trinidad. Parece que celebramos algo extraño y lejano, que no va con nosotros. No es así. Celebramos que CONOCEMOS A DIOS, ni más ni menos. Nosotros, hombrecillos sin importancia, pequeños vivientes que pululamos en la superficie de este insignificante planeta, conocemos a Dios. ¿Nos importa mucho conocer a Dios?. ¿Va a cambiar esto nuestra vida? Porque conocemos a Dios, ¿vamos a vivir más cómodamente, vamos a ganar más dinero, se nos van a solucionar los problemas de todos los días?. No es eso, es algo mucho mejor: porque conocemos a Dios sabemos quiénes somos, sabemos vivir, sabemos el modo de no echar a perder nuestra vida. Y eso es lo más importante. ¿Cómo conocemos a Dios? Alguien podría pensar que lo conocemos por un esfuerzo de nuestra mente, de nuestra razón, que podemos demostrar su existencia, describir sus cualidades.... No es verdad. Nuestra mente puede quizá sospecharlo, adivinarlo, intuirlo, desearlo... También puede negarlo. No, ese camino no es bueno. Conocemos a Dios PORQUE DIOS SE NOS HA DADO A CONOCER. Durante siglos, los seres humanos, admirados de las fuerzas misteriosas y terribles del mundo, les llamaron dioses. Algo era, muy poquito, muy lejano. Luego fueron comprendiendo que Dios era demasiado grande para que hubiera muchos, pensaron en que el Universo tenía que tener un origen... llegaron al Dios Creador y Amo, que podía dar leyes y castigar la desobediencia. Israel llegó a detectar que lo más íntimo de Dios era la misericordia, “lento a la ira y rico en piedad”. Era un poquito más, bastante más. Y luego llegó Jesús, La Palabra de Dios hecha hombre. Nosotros los cristianos conocemos a Dios porque lo hemos visto actuar en Jesús. Y en Jesús hemos conocido que Dios es Médico, Pastor, Agua, Luz, que nosotros los humanos somos hijos peregrinos pecadores. Hijos, no esclavos; peregrinos, porque ésta no es nuestra casa; pecadores, que nos equivocamos muchas veces, pero podemos seguir adelante porque contamos con la ayuda y el amor de nuestra Madre Dios. Esto es lo que conocemos de Dios y de nosotros, porque lo hemos aprendido en Jesús de Nazaret, y éste es el centro de nuestra fe. Nosotros creemos en el Dios de Jesús y sólo en él. Y ¿qué significa, entre todas estas cosas, la Santísima Trinidad?. Alguno de ustedes piensa: Es muy sencillo; Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo. El Padre creador que está en los cielos; el Hijo, Dios hecho carne, Jesucristo; El Espíritu Santo, representado como una paloma, que es fuente de todas las gracias. No, esto no nos basta. Esto parece como si creyéramos en tres, en tres dioses. Nuestra fe es mucho más bella y más fácil de entender. Creemos en Dios, nuestra Madre, nuestro Médico, nuestro Aliento, un sólo Dios. A Dios nadie le ha visto jamás, nuestros ojos no pueden sentirlo, pero en el mundo, en la vida de los humanos, se nota su presencia, como un viento que no se ve y está ahí, dobla los árboles y levanta las olas, y hincha las velas de los barcos. Lo sentimos soplar en el mundo, en el amor de las madres, en el trabajo sacrificado de los padres, en la bondad, en la ayuda, en la ciencia, en la inteligencia, en la compasión... Sentimos la presencia del Viento de Dios, que hincha las velas de nuestras barcas y las lleva hacia buen puerto. Y, más íntimamente, el Viento de Dios es Aliento, lo que hace respirar, lo que quita el des-aliento, lo que anima, nos hace vivir con ánimo. Le hemos llamado "el Espíritu", el Viento de Dios. Y en un hombre concreto, en Jesús de Nazaret, hemos visto soplar el Viento de Dios como en ninguno. También en nuestras velas sopla, pero en la suya sopla como un huracán. También a nosotros nos hace hijos, pero a él le hace tan hijo que le hemos llamado "El Hijo", "El Primogénito", hasta “el Unigénito”, para marcar su filiación de modo especial. Así, decimos de él que es "el hombre lleno del Espíritu". También en nosotros está Dios, pero en él decimos que "reside toda la plenitud e la divinidad". Y así, creemos en un solo Dios, el Padre-Madre-Médico-Luz-Pan-Agua-Palabra-Aliento, principio y origen y destino y sentido de todas las cosas y de todas nuestras vidas. Creemos en su presencia en el mundo, en su acción, en su fuerza, en su viento, en su Espíritu que está presente y sopla constantemente en el mundo. Creemos en Jesús, el hombre lleno del Espíritu, tan lleno que en Él vemos cómo es Dios y cómo podemos y debemos ser nosotros. No lo olvidemos. En la Sagrada Escritura, en los Evangelios, no se nos dicen nunca curiosidades para entretenernos. No se nos dice cómo es Dios por dentro para que presumamos de sabiduría. Se nos dice cómo es Dios para nosotros, y cómo podemos y debemos ser nosotros. No es necesario inventar otras mediaciones, no es bueno fiarse de nuestro cerebro para alcanzar el conocimiento de Dios. No es bueno quedarse tan tranquilo definiendo a Dios Uno y Trino. Es bueno, justo, necesario, es nuestro deber y nuestra salvación conocer a Dios en Jesús, y creer sólo en Él. En Jesús hemos visto que Dios nos quiere como las madres quieren a sus hijos, más cuanto más las necesitan. En Jesús hemos visto que Dios se siembra como semilla, que es Palabra constantemente derramada. En Jesús hemos visto que Dios es un viento poderoso que es capaz de elevar nuestra materia hasta los cielos y hacer de nosotros nada menos que Hijos. Esto cambia nuestra vida entera. La llena de máxima confianza, de máxima dignidad, de máximo compromiso. Estaremos en las cosas de nuestro Padre, su Palabra será nuestra sabiduría, nos dejaremos llenar de su viento, seremos creadores para terminar su obra. Jesús nos ha mostrado cómo es Dios y qué es ser hombre. Y se nos llena el corazón de gratitud. Y damos gracias a Dios por Jesucristo, porque por Él sabemos cómo es Dios y quiénes somos. Pero, una vez más, debemos refrescar algo muy íntimo de la Religión, del concepto mismo de Fe. La Fe no consiste en una serie de mensajes que hay que aceptar intelectualmente porque Dios los dice y por tanto nos los creemos. Tampoco consiste en que nuestra curiosidad sobre el Infinito se ve saciada por la revelación. La Fe es recibir y responder al conocimiento de Dios. Dios Salvador se pone en contacto con el hombre, y la vida del hombre le responde. Se nos revela lo que nos hace falta para vivir. Vivir es lo que importa, y por eso importa conocer, porque el conocimiento transforma la vida. Eso es la Fe, cambiar la vida porque conocemos algo de Dios. No en vano, las fórmulas trinitarias se incluyen en los evangelios en las fórmulas de la Misión, que incluyen siempre "En el nombre de la Trinidad - id por todo el mundo - anunciad el perdón de los pecados - Dios está con vosotros ". Lo que nos importa de veras de todo esto no es satisfacer una curiosidad sobre la esencia del Desconocido sino aceptar esta Buena Noticia, que Dios es el Padre y el Aliento de vida, que eso lo hemos visto en el Hijo, que somos hijos por la fuerza de su Espíritu que está en nosotros, que ese Espíritu trabaja por la salvación de todos sus hijos, y que para eso cuenta con nosotros, los hijos, que "estamos en las cosas de nuestro Padre". PROFESIÓN DE FE Creo que Dios es mi Padre, mi médico, mi libertador el que lo crea todo para bien, el que trabaja sin descanso por sus hijos. Creo más que a mi ojos a su Palabra, Jesús, el Hombre lleno del Espíritu, en quien reside la divinidad plenamente , que puso su tienda entre nosotros y es luz, camino y verdad, que es agua, pan y vino, nacido de María, muerto y resucitado, vivo para siempre junto a Dios, primogénito de todos sus hermanos. Creo en el Viento de Dios, porque lo he visto brillar en Jesús y lo sigo viendo en la Iglesia. Por Jesús y por su Espíritu creo en el perdón, creo en la humanidad, creo que en la Iglesia está el Espíritu, creo que la vida es eterna, y la espero para mí y para todos, por el poder y la bondad del Padre manifestada en Jesús, nuestro Señor.
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Suele decirse que el tres es el número de la Divinidad; sumado al cuatro, el número de la humanidad, del cosmos, se obtiene el siete, la cifra de la plenitud.
En esa misma línea, podría verse el tres como el símbolo de la No-dualidad. No es el uno (monismo o panteísmo) ni el dos (dualismo fragmentador), sino el tres que, sin embargo, no deja de ser uno (ésa es la afirmación cristiana sobre la Trinidad). Desde aquí podría hacerse una aproximación al misterio de la Trinidad como la No-dualidad que todo lo abraza. En el Nuevo Testamento, se habla del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo –como, por ejemplo, en la fórmula bautismal que se recoge al final del evangelio de Mateo (28,19)-, pero nunca se detienen a tratar de “explicar” el Misterio; más aún, da la impresión de que no les creaba ninguna dificultad. El “Padre”, el “Señor Jesús” y el “Espíritu” constituían sus referencias, sin necesidad de entender mentalmente la relación entre ellos o sus “procesiones internas”, como diría la teología posterior. Ni Jesús ni el Nuevo Testamento dicen absolutamente nada sobre un supuesto “dogma fundamental”, según el cual “tres personas” (hipóstasis) tienen “una única naturaleza divina”. Este tipo de elucubraciones posteriores, aunque hechas con la mejor intención, más que ayudar a la experiencia espiritual, no pueden sino provocar división –todas las formulaciones mentales son sumamente limitadas y relativas- y, a la larga, generar ateísmo, en quienes, lúcidamente, se nieguen a creer en un Dios así objetivado por nuestro razonamiento. Por lo que se refiere a la historia, la palabra griega trias aparece por primera vez en el siglo II (en el apologista Teófilo); el primero en usar el término latino trinitas es Tertuliano, en el siglo III; y la doctrina clásica de la Trinidad –“una naturaleza divina en tres personas”- no aparece hasta finales del siglo IV. Más aún, la festividad de la Trinidad no fue declarada obligatoria hasta el año 1334. La liturgia de este día nos ofrece un texto breve del cuarto evangelio, en el que se presenta a Dios como amor –tal como se afirmará en la primera Carta de Juan: “Dios es amor” (1 Jn 4,8)-. Dios es amor al mundo y su único deseo es la “vida eterna” o vida en plenitud. El texto parece recrearse en insistir que Dios no condena a nadie (¿a qué se debe que la autoridad religiosa sea tan dada a condenar a quienes discrepan?). Se “condena” a sí mismo el que se niega a ver. En aquella perspectiva mítica, la condena –perder la vida- se veía como consecuencia de no creer en Jesús. Mientras la Iglesia ha permanecido en esa perspectiva, ha afirmado que la creencia estaba ligada al conocimiento y a la fe en la persona de Jesús de Nazaret, hasta el punto de decir: “Fuera de la Iglesia no hay salvación”. La lectura literal y mítica del texto no permitía otra conclusión. Sin embargo, en cuanto tomamos conciencia de que se trataba únicamente de una perspectiva, percibimos que su significado es mucho más profundo. “Creer” en Jesús no significa un asentimiento mental a su persona, que requiere, en todo caso, un conocimiento previo de él. Se comprende que lo vieran así sus discípulos, porque los humanos tendemos a absolutizar siempre “lo nuestro”. “Creer” en el “Hijo único de Dios” significa reconocer nuestra Identidad profunda –eso es lo que vio y vivió Jesús-, porque en ello se juega precisamente nuestra salvación. Mientras permanecemos identificados y reducidos al yo, estamos “condenados” a la confusión y al sufrimiento; para alcanzar la “salvación” y experimentar la Vida, se requiere liberarse de aquella identificación, es decir, caer en la cuenta de quienes realmente somos: “hijos en el Hijo”, el “Hijo único de Dios”. A partir de esa comprensión, al vivirnos conscientemente conectados a la Fuente, anclados en la Identidad última, salimos de la ignorancia, para vivir en la luz y en el amor. Esto es lo que vivió Jesús; “cree” en él quien lo vive. De este modo, sin “reducir” a Jesús, hemos dado el paso de la religión (exclusiva) a la espiritualidad (inclusiva). Sólo así el llamado “diálogo interreligioso” es posible y enriquecedor. Más aún, al celebrar la Trinidad, estamos celebrando el núcleo mismo de la espiritualidad más genuina: la No-dualidad. Más allá del mundo de las formas y, por tanto, de las polaridades y de las antinomias, existe “otro” nivel en el que todo está bien. Esto no significa una devaluación de las formas ni, mucho menos, la afirmación de otro dualismo: las formas son el rostro “visible” –la otra cara- del Misterio. Pero esa nueva comprensión nos permite ver la Belleza y la Armonía de todo lo que es…, más allá de las etiquetas que nuestra mente pueda ponerle. Como dice el libro del Génesis, “vio Dios todo cuanto había hecho, y era muy bueno” (1,31). En esa dimensión profunda, que escapa a nuestra mente, percibimos la Sabiduría que, trascendiendo absolutamente el razonamiento mental y la percepción egoica, nos asegura que todo está bien. Es algo similar a lo que nos sucede cuando nos despertamos por la mañana y recordamos en sueño que nos había agitado durante la noche. Situados en esa sabiduría es cuando podemos comprender que “lo que viene, conviene”. Leído desde la mente, este principio no puede interpretarse sino como resignación. Pero estamos hablando de un nivel diferente que hace que, en lugar de resignación, sea sabiduría. De hecho, la persona que se encuentra en él es cualquier cosa menos “resignada”. Se rinde a lo que es –lo contrario es tan agotador como absurdo-, pero a través de ella fluye siempre el movimiento adecuado, porque nace de la misma Sabiduría (de Dios). Por eso, quiero terminar este comentario, en el día en que celebramos la fiesta de la No-dualidad, en la que todo se abraza, trascribiendo las “cuatro leyes espirituales”, que ha popularizado el maestro hindú Sa¡ Baba. Son éstas: LAS “CUATRO LEYES” ESPIRITUALES 1. "La persona que llega es la persona correcta" Nadie llega a nuestras vidas por casualidad: todas las personas que nos rodean, que interactúan con nosotros, están allí por algo, para hacernos aprender y avanzar en cada situación. 2. "Lo que sucede es la única cosa que podía haber sucedido" Nada, absolutamente nada, de lo que nos sucede en nuestras vidas podría haber sido de otra manera. Ni siquiera el detalle más insignificante. No existe el: "si hubiera hecho tal cosa...hubiera sucedido tal otra...". No. Lo que pasó fue lo único que pudo haber pasado, y tuvo que haber sido así para que aprendamos esa lección y sigamos adelante. Todas y cada una de las situaciones que nos suceden en nuestras vidas son perfectas, aunque nuestra mente y nuestro ego se resistan y no quieran aceptarlo. 3. "En cualquier momento que algo comience, ése es el momento correcto" Todo comienza en el momento indicado, ni antes, ni después. Cuando estamos preparados para que algo nuevo empiece en nuestras vidas, es entonces cuando comenzará. 4. "Cuando algo termina, termina" Simplemente así. Si algo terminó en nuestras vidas, es para nuestra evolución; por lo tanto es mejor dejarlo, seguir adelante y avanzar ya enriquecidos con esa experiencia. Por eso, es sabio quien, más que etiquetar cada acontecimiento o circunstancia como “agradable” o “desagradable”, recibe todo lo que le ocurre como una oportunidad para aprender…, sin perder nunca el “contacto” con su Identidad más profunda, aquélla que se halla a salvo de la impermanencia y de los vaivenes mentales; aquélla que, como diría el propio Jesús, “está inscrita en el cielo” (evangelio de Lucas 10,20). Tampoco hoy celebramos una fiesta dedicada a Dios, celebramos que Dios es una fiesta todos los días, que es algo muy distinto. La fiesta es siempre alegría, relación, vida, amor. El creyente es aquel que se ha sentido invitado a esa fiesta que es Dios y está dispuesto a participar en ella con todo el ser.
El dogma de la Trinidad, tenía que habernos liberado del Dios Poder y habernos lanzado al Dios Amor. El Dios todopoderoso es lo contrario del Dios trino. Dios es amor y sólo amor. La Trinidad quiere expresar el misterio del AMOR-VIDA de Dios que se nos comunica. Se nos dice que es el dogma más importante de nuestra fe católica, y sin embargo, la inmensa mayoría de los cristianos no pueden comprender lo que quiere decir. Solamente en la medida que seamos capaces de amor, podremos conocer a Dios. La Trinidad nos enseña que sólo vivimos, si convivimos. Nuestra vida debería ser un espejo que en todo momento reflejara el misterio de la Trinidad. Pero para llegar al Dios de Jesús, tenemos que superar nuestro falso dios. Sí, el falso dios en quien todos hemos creído y en gran medida, seguimos creyendo los cristianos: El dios interesado por su gloria, incluso cuando hace algo para sacarnos de la miseria. El dios todopoderoso que si no elimina el mal es porque no le da la gana. El dios que salva a uno de una enfermedad o peligro si alguien reza por él, pero que deja hundido en la miseria al que no tiene valedor alguno. El dios ofendido que exige la muerte de su hijo para poder perdonar al ser humano. El dios que premia a los que hacen lo que él quiere, pero condena a los que no. El dios celoso de la moral sexual, pero que no le preocupa mucho la injusticia. El dios que nos exige amar al enemigo pero que a los suyos los manda al infierno. Debemos estar muy alerta, porque tanto en el AT como en el nuevo podemos encontrar trazos de este falso dios. Jesús experimentó al verdadero Dios, pero fracasó a la hora de hacer ver a sus discípulos su vivencia. En los evangelios encontramos chispazos de esa luz, pero los seguidores de Jesús no pudieron aguantar el profundo cambio que suponía sobre el Dios del AT. Muy pronto se olvidaron esos chispazos y el cristianismo se encontró más a gusto con el Dios del AT que le daba las seguridades materiales que anhelaba. La Trinidad no es una verdad para creer sino la base de nuestra experiencia cristiana. Una profunda vivencia del mensaje cristiano será siempre una aproximación del misterio Trinitario. Sólo después de haber abandonado siglos de vivencia, se hizo necesaria la reflexión teológica sobre el misterio. Los dogmas llegaron como medio de evitar errores en las formulaciones formales, pero lo verdaderamente importante fue siempre la necesidad de vivir esa presencia de Dios en el interior de cada cristiano. Se cometió un grave error, cuando a partir del siglo IV, se empezó a dar más importancia a los teólogos que a los místicos. Lo más urgente en este momento para el cristianismo, no es explicar mejor el dogma de la Trinidad, y menos aún, una nueva doctrina sobre Dios Trino. Tal vez nunca ha estado el mundo cristiano mejor preparado para intentar una nueva manera de entender al Dios de Jesús o mejor, una nueva espiritualidad que ponga en el centro al Espíritu-Dios, que impregna el cosmos, irrumpe como Vida, aflora decididamente en la conciencia de cada persona y se vive en comunidad. Sería, en definitiva, la búsqueda de un encuentro vivo con Dios. No se trata de demostrar la existencia de la luz, sino de abrir los ojos para ver. Puede ser útil recordar lo que dijimos el domingo pasado sobre la Trinidad. No debemos pensar en tres entidades haciendo y deshaciendo, separada cada una de las otras dos. Nadie se podrá encontrar con el Hijo o con el Padre o con el Espíritu Santo. Nuestra relación será siempre con el Dios UNO. Urge tomar conciencia de que cuando hablamos de cualquiera de las tres personas relacionándose con nosotros, estamos hablando de Dios. En teología, se llama “apropiación”, (¿indebida?) esta manera impropia de asignar acciones distintas a las tres personas. El lenguaje que utilizamos puede ser útil, siempre que no lo tomemos al pie de la letra. Ni el Padre sólo crea ni el Hijo sólo salva ni el Espíritu Santo santifica por su cuenta. Todo es siempre “obra” del Dios Uno. Refiriéndonos a cada una de las tres personas, queremos explicar los aspectos distintos que encontramos en la creación. Dios crea como uno, pero nosotros podemos descubrir mejor el sentido de esa creación si descubrimos que cada persona deja su impronta en las criaturas: El Padre le comunica una profundidad misterio sa, abismal, insondable. El Hijo, una dimensión de luz y de inteligibilidad. El Espíritu una perspectiva de comunión y amor. Desde la partícula más ligera, el hidrógeno (un protón, un neutrón, un electrón formando un átomo) hasta el universo en su conjunto, están reflejando el ser de Dios. Y aún así, nos será imposible comprender todo el misterio que encierra la creación. Nada de lo que podemos pensar o decir sobre Dios es adecuado a su ser. Cualquier definición o cualquier calificativo que atribuyamos a Dios son incorrectos. Todo lo que sabemos racionalmente de Dios es un estorbo para vivir su presencia vivificadora en nosotros. He descubierto que, con frecuencia, los ateos están más cerca del verdadero Dios que los creyentes. Ellos por lo menos rechazan la creencia en todos los ídolos. Los creyentes no solemos ir más allá de unas ideas (ídolos) que hemos fabricado a nuestra medida. Callar sobre Dios, es siempre más exacto que hablar. Dicen los orientales: “Si tu palabra no es mejor que el silencio, cállate”. Las primeras líneas del “Tao” rezan: El Tao que puede ser expresado no es el verdadero Tao; el nombre que se le puede dar, no es su verdadero nombre. ¡Cuánta palabrería se evitaría si tuviéramos esto en cuenta! Un ejemplo de lo que acabamos de decir sería nuestro discurso sobre los “atributos” de Dios. Dios es esencia simplicísima, no puede tener partes ni cualidades. Todo lo que tiene, lo es. En Él todo constituye su esencia. No se puede decir que es bueno. Es la bondad. No se puede decir que es misericordioso, es la misericordia, etc. De la misma manera, siempre que aplicamos a Dios contenidos verbales, aunque sean los de “ama”, “perdonó”, “salvará”, nos equivocamos, porque en Dios los verbos no se conjugan; no tiene tiempos ni modos. Dios no tiene “acciones”. Dios todo lo que hace lo es. Si ama, es amor. Pero al decir que es amor, nos equivocamos también, porque le aplicamos lo que nosotros entendemos por amor, y en Dios el AMOR, es algo muy distinto que en nosotros. Es un amor que no podemos comprender, aunque sí experimentar. Este experimentar que Dios es amor, sería lo esencial de nuestro acercamiento a Él. Los primeros cristianos emplearon siete palabras diferentes para hablar del amor. Al amor que es Dios lo llamaron ágape. Nuestro amor es una cualidad, que podemos tener o no tener. En Dios es su esencia, es decir, no puede no tenerlo, porque dejaría de ser. Vivir la experiencia de Dios Trino, sería convivir. Estamos hechos para el encuentro y la comunicación. Sería experimentarlo: 1) Como Dios, ser absoluto. 2) Como Dios a nuestro lado presente en el otro. 3) Como Dios en el interior de nosotros mismos, fundamento de mi propio ser. Acercarse a Dios es descubrir la Trinidad. La experiencia del Dios cristiano (el que se reveló en Jesús) nos empujaría a ser como Él, Padre, Hijo y Espíritu a la vez. En cada uno de nosotros se tiene que estar reflejando siempre la Trinidad. Debemos empezar por descubrir a Dios en nosotros, como parte de nuestro ser. Pero no se agota ahí. Descubrimos a Dios con nosotros en los demás. Pero no se agota ahí. Descubrimos también a Dios que nos trasciendey en esa trascendencia completamos nuestra imagen de Dios. Hoy no tiene ningún sentido la disyuntiva entre creer en Dios o no creer. Todos tenemos nuestro Dios o dioses. Hoy la disyuntiva para los que se dicen creyentes y los que se proclaman ateos es creer en el Dios de Jesús o creer en un ídolo. La mayoría de los cristianos no vamos más allá del ídolo que nos hemos fabricado a través de los siglos. Lo que rechazan los ateos, es nuestra idea de Dios que no supera nuestro teísmo interesado. Después de darle muchas vueltas a tema, he llegado a la conclusión que es más perjudicial para el ser humano el teísmo que el ateismo. El Dios revelado por Jesús, es amor. Esto es la esencia del evangelio. La mejor noticia que podía recibir un ser humano es que Dios no puede apartarle de su amor. Esta es la verdadera salvación que tenemos que apropiarnos. Es también el fundamento de nuestra confianza en Dios. Confianza absoluta y total porque, aunque quisiera, no puede fallarnos. En esa confianza consiste la fe. Porque DiosES amor, está incapacitado para condenar. Sólo puede salvar. No confiar en esa salvación de Dios, es estar ya condenado. Meditación-contemplaciónDios es amor, pero ese amor no responde a nuestra idea del amor. Dios es El que ama, el amado y el amor. Los tres a la vez. Incomprensible para nosotros, porque en nosotros son realidades diferentes. En nosotros siempre habrá un sujeto que ama, un objeto amado y el amor mismo. .......................... La creación no es más que la manifestación de ese Dios. En toda criatura queda reflejada su manera de ser. En todo ser creado está el amante, el amado y el amor. El hombre tiene la capacidad de entrar conscientemente en esa dinámica. ................. No puede haber meta más alta, que dejarse arrastrar por ese torbellino. Es Vida en el sentido más profundo de lo que podemos entender. Vida que me lleva más allá de mí mismo y colmaría mi ser. Vida que colmaría mi ansia de felicidad. “La Iglesia española es un búnker conservador”. Esta es la conclusión a la que ha llegado el Foro de Curas de Madrid, grupo que aglutina a cerca de un centenar de sacerdotes progresistas que realizan su labor en la diócesis gobernada, “con el cuño preconciliar”, por el cardenal Antonio María Rouco Varela. En un duro comunicado, critican que la jerarquía eclesiástica “se siente y así lo proclama atacada y acosada, pero a la vez toma posiciones agresivas y beligerantes” y busca, “por todos los medios, imponer en la sociedad sus posiciones”.
En el texto, los sacerdotes denuncian la “incomunicación entre la sociedad y la Iglesia, que ha llevado a esta a ser una de las peor valoradas entre las instituciones públicas”. “No es una Iglesia atractiva, a pesar de que, de cuando en cuando, se empeñe en reunir en las calles a miles de adherentes”, advierten a la vez que insisten en la “alianza con el poder económico e ideológico, y en concreto con la parte más a la derecha de este último”, como se comprueba, por ejemplo, al revisar la lista de colaboradores en la organización de la Jornada Mundial de la Juventud. “La Iglesia ha vivido en España y en otros países una situación de nacionalcatolicismo y de privilegio que en determinados ámbitos era de monopolio. Cerrado ese periodo histórico, le aterra el enfrentarse a un futuro incierto en el que debe abandonar el poder”, afirma el Foro, que sostiene la necesidad de “acciones” que acaben con el poder de la jerarquía. Entre estas acciones incluyen “la denuncia de los acuerdos con el Estado Vaticano” y “alzar la voz para denunciar palabras y actitudes de una Iglesia que no es fiel al Evangelio ni útil para el siglo XXI”. Zenit, agencia de noticias del Vaticano, dijo hace poco que “la crisis humanitaria más olvidada en nuestro planeta es la del Congo” De vez en cuando en los medios asoma la tragedia pues ya no hay modo de ocultarla. Pero lo que se dice de ella es todavía irrisorio e insultante en comparación con la magnitud de la barbarie y el genocidio. Y no hay llanto, ni pedir perdón, ni propósito de enmienda.
En esta Carta a las Iglesias de vez en cuando decimos una palabra sobre el Congo. Es un muy pequeño grano de arena. Ahora, aunque no sea más que por pudor, volvemos a recordar a ese inmenso “pueblo crucificado”. Presentaremos, resumidamente, tres textos que han llegado a nuestras manos estos días. Terminaremos con una breve reflexión. 1. “Quieren prolongar la guerra en el Congo” En Periodista Digital del 27 de noviembre el jesuita Ferdinand Muhigirwa acusa a la comunidad internacional de querer prolongar la guerra en el Congo. “Si la comunidad internacional lo quisiera realmente, la guerra en la República Democrática del Congo terminaría en pocos días”. Y da la razón. “Está claro que la raíz del conflicto son los minerales, de los que se benefician las empresas mineras y los países extranjeros, pero no la población autóctona que se ve obligada a vivir con menos de un dólar al día”. Los organismos supranacionales, como la Unión Europea, prefieren que la contienda se mantenga y ”se prolongue en el tiempo de forma interminable”. El genocidio, por causa de la guerra y la pobreza, es claro. “Es terrible que en un país tan extremadamente rico la población viva abocada a tales niveles de pobreza”. Y crece la deshumanización. En El Salvador lo entendemos bien. Desde hace décadas se produce el abandono progresivo de la agricultura: “la gente no quiere seguir trabajando en los sectores tradicionales porque prefiere enriquecerse en las minas” Y sufren los niños: “Las familias permiten a sus hijos abandonar el colegio desde edades muy tempranas para excavar. Creen que así se van a hacer ricos, cuando después la mayoría no consigue más de 50 dólares al mes”. Son palabras mayores. 1. la guerra en el Congo es un genocidio que ha producido 5 millones de muertos en 15 años. 2. El genocidio puede ser detenido, pero la comunidad internacional, las democracias del Norte, no quieren detenerlo. 3. El Congo es un pueblo activamente crucificado. 2. “El teléfono celular: ataúd del Congo” En lenguaje periodístico Cristóbal Saura explicaba en El portal del medio ambiente, el 6 junio de 2007, por qué ocurre el genocidio y por qué se oculta. El genocidio. En las montañas orientales del Congo hay coltán y niobio, además de oro, diamantes, cobre y estaño. El coltán, abreviatura de colombio-tantalio, está en suelos de una antigüedad de tres mil millones de años. Se usa con el niobio para fabricar los condensadores para manejar el flujo eléctrico de los teléfonos celulares. Cobalto y uranio son elementos esenciales para las industrias nuclear, química, aeroespacial y de armas de guerra. Alrededor del 80% de las reservas mundiales de coltán están en el Congo. Por el control de estos minerales escasos hay una guerra tremenda. Los poderes multinacionales quieren controlar la minería de la región. Conclusión: “el motivo del genocidio son estos minerales que buscan las corporaciones” y además están destruyendo la segunda área verde del planeta después del también amenazado Amazona. Un poco de historia. En 1996 Estados Unidos patrocinó una invasión de fuerzas militares de las vecinas Rwanda y Uganda. Hacia 1998 tomaron el control y ocuparon las áreas mineras estratégicas. Muy pronto, el ejército rwandés comenzó a ganar más de 20 millones de dólares por mes con la minería del coltán. Hay cientos de informes que denuncian abusos de los derechos humanos en esa región minera. Las empresas con capacidad tecnológica convierten el coltán en el codiciado tantalio en polvo y lo venden a Nokia, Motorola, Compaq, Sony y a otros fabricantes que lo usan en teléfonos celulares y otros aparatos de tecnología “de punta”. Keith Harmon Snow dice que para analizar la geopolítica del Congo y las razones de una guerra casi inacabable desde 1996, hay que comprender el crimen organizado por negocios multinacionales. La guerra del Congo se planificó con las inversiones de corporaciones multinacionales de Estados Unidos, Alemania, China y Japón en la región. Y está apoyada por las más poderosas corporaciones, la Cabot Corporation y al OM Group, de Estados Unidos; la HC Starck de Alemania; y Nigncxia, de China. Redes criminales, preparadas y mantenidas por esas multinacionales, practican la extorsión, soborno, violación y matanzas. Y obtienen beneficios sin precedentes con la minería del Congo. Hasta 6 millones de dólares en cobalto crudo salen a diario de la RDC. Sin embargo, casi nunca aparecen estas compañías en los informes sobre derechos humanos. Personajes relacionados con el negocio del coltán han estado muy cercanos al gobierno de Estados Unidos. Sam Bodman fue llamado por el Presidente Bush en 2004 para ser Secretario de Energía. Nicole Seligman fue consejera legal de Bill Clinton. Muchos que alcanzaron posiciones de poder en la administración Clinton pasaron a altos cargos en Sony Corporation. En el negocio participan distribuidores norteamericanos de armas, como Simax, y las compañías que fabrican material de guerra para el Pentágono, llamadas “proveedores de Defensa”, Lockheed Martin, Halliburton, Northrop Grumman, GE, Boeing, Raytheon y Bechtel. Incluso organizaciones pseudo humanitarias como CARE, el Comité de Rescate Internacional; “Conservation”, empresas de relaciones públicas y grandes medios de comunicación como The New York Times. Se han hecho grandes fortunas, vendiendo electrónica de alta tecnología para que la disfruten los norteamericanos y europeos, los japoneses y los “nuevos ricos” de América Latina, China y la India. El encubrimiento. El 5 de junio de 2006, se leía en la portada de la revista Time: “Congo: El Peaje Oculto de la Guerra más Mortal del Mundo”. Es cierto que el artículo mencionaba brevemente el coltán y su uso en los teléfonos celulares y en otros aparatos electrónicos. La guerra era una tragedia horrible, pero nada decía de las actividades de las corporaciones y los gobiernos extranjeros, para, a través de la guerra, apoderarse del coltán. Ni tampoco, de quiénes obtienen de esta guerra resultados financieros y políticos. Johann Hari en The Hamilton Spectator, el 13 de mayo de 2006, sí analizó el origen de esta y otras guerras en África. “El único cambio a través de las décadas ha sido qué recursos naturales se buscan para consumo occidental: caucho bajo los belgas, diamantes bajo Mobutu y ahora coltán y casiterita”. Lo más cruel es que los medios no dicen nada de que estos conflictos han llevado a la población africana a una vida inhumana. 3. “Cada kilo de coltán cuesta la vida a dos niños” Lo dice Alberto Vázquez Figueroa en el ABC del 12 de noviembre de este año. Cuenta el impacto de la guerra del coltán en los niños. Reproducimos sus reflexiones, formuladas con palabras de las preguntas y de sus respuestas. “Los niños, de entre siete y diez años, son grandes víctimas de la lucha por el coltán. Son terriblemente explotados, y se les “paga” 25 centavos de euro al día. ¿Estamos ante la esclavitud del siglo XXI? El coltán lo extraen niños porque se encuentra en yacimientos a muy baja profundidad, y con sus pequeños cuerpos son los que caben mejor por los recovecos. Muchos de estos niños mueren víctimas de horribles desprendimientos de tierra. Y se quedan ahí enterrados. Lo que no han querido las empresas que fabrican aparatos con coltán es que eso se supiera. Yo he vivido dos décadas en África y algo había oído. Hay fotos de esa barbaridad: niños semiesclavos respirando polvo mientras llueve a mares o se los lleva la riada. Eso es un infierno. Han llegado cientos de miles de refugiados y aquello es un desastre. Yo me pregunto: ¿cómo en el siglo XXI toda nuestra tecnología depende de que haya un niño dando martillazos a una piedra y a un pedazo de tierra que se le viene encima? ¡Esto es de locos! Todos recordamos a tutsis y hutus matándose a machetazos, no olvidamos las iglesias quemadas con toda la gente dentro, ni a los niños perseguidos, con los brazos y narices cercenados. 700,000 desplazados y ya casi cinco millones de muertos ¡por el maldito coltán y para que nosotros tengamos una vida más cómoda! No paramos la guerra porque las grandes empresas y gobiernos no quieren que se pare. Si se paraliza la guerra no se hace negocio con el coltán. Se quedaría en el Congo. Quien controle el coltán controlará nuestra vida”. Reflexiones desde El Salvador 1. No es posible leer textos como éstos sin sentirse mal, pero alguno podrá preguntarse por qué fijarnos en el Congo cuando en El Salvador también vivimos en medio de gravísimos problemas. Y además, poco podemos hacer. La respuesta es: “por pudor”. No se puede ser humano, ni en El Salvador ni en Roma, si no hacemos hoy central el dolor del Congo. Y también por un mínimo de honradez. En los peores años de represión contra el pueblo salvadoreño, se levantaron voces en Estados Unidos y en Europa para dar a conocer nuestra tragedia y ofrecernos solidaridad. Poco podemos hacer desde aquí, pero al menos difundamos lo que está pasando en el Congo. 2. Por lo que toca a la UCA, ahora que recordamos a nuestros mártires jesuitas sería irresponsable no recordar a los jesuitas del Congo y sus mártires. Un jesuita, Christophe Munzihirwa, arzobispo de Bukavu, fue asesinado en 1996 por defender a cientos de miles de refugiados. Lo llaman “el san Romero de África”. Ahora recibimos este mensaje de Ferdinand Muhigirwa, jesuita congoleño, director del Centro de Estudios para la Acción Social que clama desde Kinshasa. Nos recuerda las palabras de nuestros mártires. Y nos sentimos hermanos. Y nos acordamos también del Padre Arrupe, cuando nos exigió a todos “la lucha por la justicia”, pagando el precio necesario. 49 jesuitas han sido asesinados desde entonces en el tercer mundo. Y el mismo Padre Arrupe sufrió fuerte persecución al interior de la Iglesia. 3. La realidad del Congo desenmascara la falsedad del “mundo de abundancia, civilizado y democrático”, lo acusa y lo juzga. Casaldáliga escribe: “África ha sido llamada el calabozo del mundo, una Shoá continental”. Nuestro amigo Luis de Sebastián ha escrito un impresionante libro con el título: “África, pecado de Europa”. Bueno y necesario es recurrir al lenguaje religioso de “pecado”. No es políticamente correcto, pero el lenguaje civil, correcto y democrático, no ha descubierto una palabra equivalente. En teología, “pecado” es “lo que da muerte”. Dio muerte al hijo de Dios y sigue dando muerte a millones de hijos e hijas suyas. 4. Por coincidencia, escribimos estas páginas en el tercer aniversario de la muerte del Padre Jon Cortina. En el salmo hemos rezado: “En el consejo de los dioses se levanta Dios y los acusa: “¿hasta cuándo juzgarán inicuamente? Juzguen a favor del débil y del huérfano; hagan justicia al humilde y al indigente; liberen al débil y al pobre y arránquenlos de las manos de los impíos”. Es el juicio de Dios ante la guerra de El Congo contra los dioses, imperios, transnacionales, medios de comunicación. 5. Y permítanme una reflexión personal. Yo me enteré que había una guerra en el Congo hace unos diez años. No sabía lo que era el coltán, ni para qué servía. Y menos sabía de los criminales manejos de occidente para conseguirlo. De todo ello no me enteré ni en la UCA, ni en mis visitas a Estados Unidos y Europa. Me lo contaron sencillas religiosas que vivieron las tragedias de Ruanda y Burundi, y trabajaron en los campos de refugiados de Bukavu, el Congo. Me abrieron los ojos. Y les he visto trabajar en comités de solidaridad en toda España, con suma sencillez, con medios muy limitados, pero con gran lucidez y amor. Publican Umoya, revista sobre la realidad actual de África. Siguen adelante. Y son las que más saben de África. Me recuerdan las palabras que le escuché a Joe Moackley, congresista por Massachussets, cuando venía a defender a los campesinos salvadoreños de la represión del ejército gubernamental: “cuando tengo que votar en el Congreso sobre nuestra política en algún país del tercer mundo, para informarme no me pongo en contacto con nuestras embajadas, sino con religiosas que trabajen allí. Son las que más saben”. 6. Con el coltán se hacen misiles, teléfonos celulares y hasta juguetes. Cuando los usemos recordemos a los 5 millones que han muerto en esta guerra, y recordemos a gentes como Ferdinand Muhigirwa, que nos mantiene en la verdad y en el amor. 7. A las personas a las que he visto mantener la esperanza para el Congo son las religiosas que han estado allá. No son ingenuas, pero con cariño y admiración recuerdan la bondad que han visto. Ayer, ATRIO, entre los signos del desacuerdo existente en la Iglesia Católica con la manera autoritaria con que los últimos papas están conduciendo a la Iglesia, citábamos la inauguración del Consejo Católico americano en Detroit, poniéndo sólo el enlace al texto en inglés. Hoy nos llega, de una colaboradora, ta traducción castellana de ese artículo del NCR que nos apresuramos a poner a disposición de todos.
El diario National Catholic Reporter publicó el sábado 11 de junio un artículo titulado Hans Küng urge una revolución pacífica contra el absolutismo de Roma Por Jerry Filteau Detroit. El conocido teólogo P. Hans Küng ha hecho un llamamiento a los católicos de todo el mundo para llevar a cabo una revolución “pacífica” contra el absolutismo del poder papal. A través de un video envió un mensaje el 10 de junio, la primera tarde de una conferencia del Consejo Católico Americano en Detroit. “Creo que pocas personas se dan cuenta del poder que tiene el papa”, dijo Küng, comparando el poder papal hoy con el poder absoluto de los monarcas franceses que motivó la revuelta del pueblo francés en 1789.” Tenemos que cambiar un sistema absolutista sin hacer la revolución francesa”, dijo. “Tenemos que llevar a cabo un cambio pacífico”. Küng, quien probablemente fue el más famoso de los teólogos expertos en el Concilio Vaticano II, hace casi 50 años, nació en Suiza pero pasó la mayoría de su vida enseñando en la Universidad de Tübingen, en Alemania. Con 83 años, es profesor emérito ecuménico en Tübingeny viaja en contadas ocasiones por razones de salud. Por eso envió su mensaje al CCA en forma de entrevista con el teólogo americano Anthony T. Padovano, grabada el año pasado en su casa, en un video de media hora de duración. John Hushon, co-presidente de la CCA, dijo que se habían matriculado más de 1800 participantes de 44 estados estadounidenses y 13 países extranjeros en la conferencia que se celebra entre el 10 y 12 de junio en Cobo Hall en Detroit. La entrevista con Küng se proyectó en 2 pantallas gigantes en uno de los principales salones del Centro de Convenciones. En ella el teólogo predijo el cambio en la iglesia a pesar de la resistencia desde Roma. El Vaticano II “fue un gran éxito, pero sólo en un 50%”, dijo. “Por una parte”, añadió”, se realizaron muchas reformas, incluyendo la renovación litúrgica, una nueva apreciación de la Escritura, y otros cambios significativos como el reconocimiento de la importancia del laicado y de la iglesia local, y varios cambios en la disciplina de la iglesia. Por desgracia, no se le permitió al concilio hablar sobre la cuestión del celibato, sobre el control de natalidad y la anticoncepción. Por supuesto, la ordenación de las mujeres estaba totalmente fuera de todas las discusiones”, dijo. “Muchos documentos del concilio son ambivalentes porque la maquinaria romana -la Curia Romana- consiguió parar cualquier movimiento de reforma, no completamente, pero sí dejarlo a medio camino”. “Lo que tampoco esperaba yo”, añadió, “fue que pudiéramos tener semejante movimiento de restauración bajo el papa polaco, y ahora el papa alemán”. Cuando le preguntaron qué razones tenía para esperar una reforma en la iglesia hoy, el contestó que la esperanza hoy es “a veces un poco difícil” con una jerarquía restauracionista, pero “el mundo avanza hacia adelante, con o sin la iglesia” y “yo creo que el Evangelio de Jesucristo es más fuerte que la jerarquía”. Refiriéndose a la crisis actual en la Iglesia -abuso sexual de menores por parte de clérigos, escasez de sacerdotes, alienación de las mujeres y los jóvenes- dijo “la humanidad aprende sobre todo a través del sufrimiento” -bien en la iglesia o como consecuencia de la reciente crisis económica en EEUU. Aunque muchos economistas y otras personas vieron venir el estallido económico, “no fue posible pasar una ley en el Congreso antes de la catástrofe”, dijo. Dijo que cree que, al menos, algunos oficiales del Vaticano también reconocen que se necesita un cambio en la iglesia. “Si no aprendemos ahora, tendremos que sufrir más -más sacerdotes se secularizarán, más parroquias se quedarán sin párroco, más iglesias se vaciarán”, y más jóvenes y mujeres dejarán la iglesia o se separarán internamente de ella, dijo. “Todo esto son indicaciones, creo, de que tenemos que cambiar ahora”. La Voz de los Fieles (Voice of the Faithful), CORPUS e Iglesia Futura (Future Church) son los principales patrocinadores del Consejo Católico Americano, 3 grupos independientes católicos que están buscando cambios en la iglesia. Hushon explicó que cuando se formó la CCA hace 3 años quisieron crear “un diáologo paraguas entre todos” los sectores de la iglesia estadounidense, independientemente de las líneas partidistas o ideológicas, pero·”grupo tras grupo, obispo tras arzobispo, dijeron NO, o nos ignoraron”. La división quedó clara el pasado octubre cuando el arzobispo de Detroit Allen Vigneron previno a sus sacerdotes y laicos para que no participaran en la Conferencia de la CCA. La situación se hizo muy tensa el pasado día 3 de juniio cuando Vigneron amenazó con la secularización a cualquier sacerdote o diácono que participara en la liturgia de Pentecostés en la clausura del congreso el domingo 12 de Junio diciendo, “hay razones para creer que los laicos y otros que no están en total comunión con la iglesia harán una concelebración prohibida”. En un nota al National Catholic Reporter anterior a la Conferencia, Hushon negó que esa concelebración fuera a tener lugar, documentándolo con una carta en la que la CCA explicaba al arzobispado que “sólo habrá un presidente y será un sacerdote en buenas relaciones con la Iglesia”. La CCA decidió celebrar la Conferencia en Cobo Hall porque este año es el 35 aniversario de la Conferencia bicentenaria “Llamada a la Acción”, una reunión nacional del laicado católico patrocinada por los obispos estadounidenses, que se reunió en este mismo lugar presidida por el Cardenal de Detroit John Dearden. La conferencia de 1976, a pesar de sus fallos, fue importante para sentar las bases de las pastorales económicas y sobre la paz de la década de los 80, y para prestar mayor atención a los temas de racismo, minorías, vida familiar, personas con minusvalías, respeto a la vida humana y un amplio abanico de iniciativas pastorales y de justicia social que se llevaron a cabo en la diferentes diócesis, o nacionalmente, en los años siguientes. Nos perdemos. Perdemos el horizonte, nos desanimamos, nos agobian los trabajos, las cargas familiares, las laborales, a veces hasta nos cuesta descolgar el teléfono porque también nos roba tiempo. Se multiplican los compromisos, se amontonan los periódicos y los libros en la esperanza de “encontrar tiempo” para atenderlos como quisiéramos. Nos preocupa y ocupa nuestra situación política, los desajustes sociales, las miserias humanas que nos rozan y las nuestras propias que nos invaden…
¿Cómo vivir bien sin que nada cambie? ¿Qué desayuno tomar para poder con el día? La respuesta para mí es darle el primer tiempo a lo espiritual. Acallar. Situarme en el silencio. Tener un tiempo sagrado para sacralizar todo lo que venga. Lo podemos llamar oración, meditación, silencio… No haremos de las palabras problema si entendemos el contenido. Mi espacio sagrado para esta actividad es el comedor de casa, frente a una hermosa planta que tengo, la llaman “cuna de Moisés” o “lirio de la paz” ¡Que nombres tan bonitos! La compré en el 2008, año especialmente difícil en mi vida. Ella creo que sabe que es mi preferida. Ha tenido temporadas que sacaba una o dos flores, pero ahora llevaba tiempo que estaba ahí, quieta, como dormida, aunque sus hojas son espectaculares. En estos días ha estallado con seis bellas y esbeltas espigas que se abren en una especie de lirio blanco. De pronto he caído en la cuenta de lo poco que disfruto de la vida, lo limitada que es mi comprensión, lo superficial de mi mirada. Yo esperaba sólo sus flores y mientras, me he perdido otros muchos misterios que la habitan. Si de verdad supiera mirar y escuchar, vería cómo toma la luz para transformarla en el fino tejido de sus hojas. La oiría respirar y transpirar. Vería el trabajo enérgico de las raíces y la savia recorriendo todo su tallo. Me admiraría del misterio que la envuelve y la llena, y no sólo gozaría con sus flores. Orar es conectar con ese nivel más profundo, cuando todo se aquieta y se entra en el silencio, en el adentro que no alteran los ruidos que llegan del exterior. Es parar el tiempo para estar simplemente ante el Misterio, sabiendo que nada se sabe, haciendo esfuerzos de estirar los brazos y dedos hasta tocar un agua en el fondo de mi pozo. Y si se llega, quedarme muy quieta. Y si no se llega, volver a intentarlo. Pero, ¿he sido yo que he caído en la cuenta, o es la Vida que se abre espacio en nuestros sentidos? Estoy segura de que es lo segundo. Que el Misterio nos ronda, nos llena; se busca caminos, personas, noches estrelladas o amaneceres. Se acerca en los ojos de quienes se cruzan con nosotros en todas las calles. Habla en las plantas y grita en el pobre, en los borrachos que ocupan bancos que esquivamos de nuestras ciudades. Afinar los sentidos para llegar a gustar de la vida, salir a la calle y ver lo que hay; que las prisas no me roben la vida y sus goces, esos, los más pequeños, los más finos: oler un vino antes de beberlo, mirar a los ojos antes de besar, escuchar las golondrinas silbando entre las calles. Todo lo demás es tan evidente que no hay que esforzarse para verlo, nos invade. Jesús miraría así, tocaría así, comería y bebería así, escucharía así y por eso supo oír hasta a los que no le llamaban. Pasaba y se enteraba, porque vivía de otro modo. El evangelio de Marcos nos cuenta que después de la primera multiplicación de los panes, muy cansado, manda a los discípulos a subir a la barca y adelantarse hacia Betsaida, mientras él despedía a la gente. Cuando se queda solo, se sube al monte a orar. Yo había reflexionado muchas veces el texto: el significado de la multiplicación de los panes, el dar de comer, su cansancio y el acuerdo con los discípulos para irse al otro lado del lago, la oración prolongada en soledad toda la noche. Un día descubrí la grandeza de ese despedirse él de la gente. Me paró en seco esta frase y todo lo que ella decía de la humanidad de Jesús. Ese detalle insignificante estaba lleno de contenido sobre su persona: despedirse. Me detuve en pensar cómo despediría a cada una de las mujeres (seguramente mayoría) con sus hijos. Cómo les tomaría las manos y pondría las suyas sobre sus hombros, las caricias a sus hijos, las palabras personales que diría a cada una mirándoles a los ojos… Despedirse es un gesto muy importante, es como el culmen de la comida ofrecida; después de saciar el cuerpo, saciar el alma. Jesús era así porque oraba, se buscaba esos tiempos personales de soledad acompañada. Oraba y ese orar llenaba de Presencia todo su actuar. Oraba en la noche o en la mañana, muchas veces solo o como gesto de agradecido cuando sanaba ante los otros, y enseñaba a orar. No cuentan los evangelios que frecuentara mucho las sinagogas o el templo, pero sí repiten muchas veces que oraba. Por eso Jesús veía lo que otros no sabían ver. Para poder vivir desde esa profundidad, no hay que dejar sonar el despertador y empezar a contaminarnos por los ruidos, las malas noticias, las carreras para llegar a tiempo. Antes hay que situarse en mi yo más real. Saberme acompañada, dejar que Dios afine mis cuerdas que se desperezan sin tensión. Que Dios resuene en mi interior como un arpa, entonces saldrán los mejores sonidos, no perderé la paz en las prisas y veré como Jesús veía todo lo que le rodeaba. Entonces no solo gozaré de las flores, también oiré la savia recorriendo toda la planta y escucharé como respira. Entonces tendré tiempo hasta para la risa. El relato de la aparición del Resucitado aparece unido al regalo de la paz, de la misión, del Espíritu y del perdón.
Juan, que no conoce un episodio en Pentecostés –únicamente aparece en Lucas-, ya había situado el don del Espíritu en el momento mismo de la muerte de Jesús que, “inclinando la cabeza, entregó el espíritu” (19,30). Lo que ahora hace es confirmarlo y escenificarlo como don del Resucitado. El contexto es de oscuridad –“al anochecer”- y de miedo –“con las puertas cerradas”-…, hasta que son capaces de percibir la presencia de Jesús “en medio”. Porque es ahí donde está la Presencia –esa Identidad compartida en la que nos reconocemos-: en medio de todo lo que ocurre, en el corazón mismo de la realidad. Y es entonces, al reconocerla, cuando nos llega la paz y, con ella, la alegría. Pero reconocerla implica ir “más allá” del yo. Identificados con él, tenemos la sensación de estar constreñidos, como en una prisión, en la que la inquietud, la confusión, el miedo y la ansiedad son inevitables, por más que el yo se desespere en su intento de lograr una paz estable y una seguridad a toda prueba. Se podrá lanzar a una carrera compulsiva en búsqueda de compensaciones, pero no logrará hacer pie ni evitar la insatisfacción, porque él mismo es vacío e inconsistencia. Al empezar a reconocer el yo como un “objeto” –una forma- dentro de nuestra Identidad más amplia, tomamos distancia de él, descubriéndonos gracias a esa misma distancia. No somos el yo vacío e inconsistente, sino Eso que lo observa y que no puede ser definido. Esa es nuestra Identidad transpersonal, que compartimos con todos los seres, también con Jesús. A partir de ahí, empezamos a experimentar y a entender la paz que ofrecía el propio Jesús. El yo vive en altibajos de todo tipo; en su nivel, todo es impermanente. Al tomar distancia de él, acallando la mente, emerge la Presencia o Quietud, el “Yo soy” universal, como nuestra identidad más profunda, una identidad que es no-dual. Así podemos entender también, de un modo más profundo, tanto el regalo del Espíritu como el envío: ambas realidades las compartimos con Jesús. La imagen de “exhalar el aliento” contiene una riqueza exquisita: significa compartir lo más “vital” de una persona, su propia “respiración”, su mismo espíritu, todo su dinamismo… Desde una perspectiva no-dual, es una imagen que nos hace ver la Identidad común que compartimos con él y con todos los seres. Más allá de las “formas” particulares, que no se niegan, somos ese mismo “Espíritu” que en todas ellas alienta. Nos falta únicamente reconocernos en él, superando la inercia que nos mantiene tristemente reducidos al yo mental o particular, con todas sus consecuencias de confusión y sufrimiento. No es extraño que, con el Espíritu, Jesús se refiera a la misión: es el mismo Espíritu –su aliento- el que quiere manifestarse en nosotros como se manifestó en él. Pero eso no podrá darse hasta que, reconociendo el Espíritu como nuestra Identidad más profunda, nos dejemos guiar por él, o mejor, nos vivamos desde él, conscientemente conectados a quienes somos. Hablar del Espíritu y celebrar la fiesta de Pentecostés es, por tanto, celebrar la fiesta, la vida y la Identidad última de todo lo que es: es nuestra fiesta. Dejamos de ver al Espíritu como una entelequia que no sabemos bien cómo pensar para reconocerlo como el Aliento último, el Dinamismo vital que late en todas las formas que podemos ver y que en ellas se manifiesta. No hay nada donde no podamos percibirlo, nada que no nos hable de él. Como ha escrito Ken Wilber, “experimente la simple sensación de Ser… La omnipresente conciencia Divina plenamente iluminada no es difícil de alcanzar, sino imposible de evitar”. En general, ni a teólogos ni a predicadores les ha resultado fácil hablar del Espíritu Santo. A diferencia de las imágenes familiares del “padre” y del “hijo”, el Espíritu resultaba inapresable y, por ello, inexpresable. En cualquier caso, aunque frustrante, eso mismo constituía un buen ejercicio de humildad, en el que la mente tenía que reconocer su incapacidad para nombrar el Misterio y terminar rindiéndose ante él, en adoración. Lo que ocurrió, sin embargo, no fue que la frustración acabara siempre en adoración, sino más bien en un simple silenciamiento: del Espíritu no se hablaba. Paradójicamente, desde la perspectiva no-dual, así como desde la más genuina espiritualidad, “Espíritu” parece ser uno de los nombres menos inadecuados para referirse a Dios, en cuanto Dinamismo de Vida y de Amor que hace que todo sea. El Dinamismo es, sencillamente, una de las dos caras de lo Real; la otra es el mundo de las formas. Y ambas abrazadas y entrelazadas en la admirable No-dualidad. Por eso, hablar del Espíritu es también hablar de nosotros y de todo lo Real. En la Biblia hebrea, el Espíritu presenta forma femenina: es la Ruaj, la brisa, “aleteo” de Dios sobre las aguas, soplo impetuoso que genera vida. Aliento, soplo, viento, respiración, fuerza, fuego… con nombre femenino que habla de maternidad y de ternura, de vitalidad y caricia. ¿Cabe algo más evocador para nombrar el Misterio de Lo Que Es? Si Ruaj es femenino, su traducción griega lo convierte en el neutroPneuma. Como si en su intrínseca dificultad para imaginarlo, el mismo término nos estuviera diciendo que se trata de una Realidad que, no sólo trasciende el género (está más allá de la distinción sexual), sino también el concepto de “individuo” y hasta de “persona” (por definición, lo neutro no puede ser “personal”; en todo caso, transpersonal). Con la traducción latina (Spiritus), el Espíritu Santo se hizo masculino, y así ha llegado hasta nuestras lenguas modernas. Pareciera como si, con este cambio, volviéramos a sentirnos cómodos: finalmente, podríamos dirigirnos a él como una persona y en masculino. Eso casaba bien con nuestra conciencia egoica y patriarcal. Necesitamos ir más allá de las formas y de los nombres, recogiendo la riqueza que ellos puedan evocarnos, pero trascendiéndolos para abrirnos al Silencio desnudo y contemplativo en el que saboreamos el “latido” (espíritu) profundo de todo lo que es…, hasta experimentar que, en ese nivel, todo está bien. Me gustaría terminar el comentario con el testimonio de una gran mujer que narra su “experiencia espiritual”, como un estado, a la vez, de reposo y de creatividad. Y que expresa bien lo que la persona vive cuando “deja vivir” el Espíritu, o “se vive desde él”. La mujer a la que me refiero es Edith Stein (1891-1942), sabia y mística, filósofa judía, discípula de Edmund Husserl; tras su conversión al cristianismo, profesó como carmelita descalza, en el convento de Colonia, en 1933, con el nombre de sor Teresa Benedicta de la Cruz. Arrestada por la Gestapo en 1939, fue llevada al campo de exterminio de Auschwitz, donde fue ejecutada en 1942. Su testimonio es el siguiente: “Existe un estado de reposo en Dios, de total suspensión de todas las actividades de la mente, en el cual ya no se pueden hacer planes, ni tomar decisiones, ni hacer nada, pero en el cual, entregado el propio porvenir a la voluntad divina, uno se abandona al propio destino. Yo he experimentado un poco este estado como consecuencia de una experiencia que, sobrepasando mis fuerzas, consumó totalmente mis energías espirituales y me quitó cualquier posibilidad de acción. Comparado con la suspensión de actividad propia de la falta de vigor vital, el reposo en Dios es algo completamente nuevo e irreductible. Antes era el silencio de la muerte. En su lugar se experimenta un sentimiento de íntima seguridad, de liberación de todo lo que es preocupación, obligación, responsabilidad en lo que se refiere a la acción. Y mientras me abandono a este sentimiento, poco a poco una vida nueva empieza a colmarme y, sin tensión alguna de mi voluntad, a invitarme a nuevas realizaciones. Este flujo vital parece brotar de una actividad y una fuerza que no son las mías y que, sin ejercer sobre ellas violencia alguna, se hacen activas en mí. El único presupuesto necesario para un renacimiento espiritual de esta índole parece ser esa capacidad pasiva de recepción que se encuentra en el fondo de la estructura de la persona”. Los textos que leemos este domingo hacen referencia al Espíritu, pero de muy diversa manera.
El relato de Lucas no debemos entenderlo como una crónica periodística. Es teología que debemos descubrir más allá de la literalidad del discurso. Pablo aporta una idea genial al hablar de los órganos al servicio del cuerpo. Un ejemplo de lo que el Espíritu hace con todos los seres humanos, todos formamos una unidad mayor y más fuerte aún que la que expresa cualquier forma de vida biológica. Hoy podemos apreciar mejor la profundidad del ejemplo porque sabemos que la vida mantiene organizadas y da unidad a billones de células que vibran con la misma vida. Cuando un número relativamente pequeño de células se empeña en desarrollarse al margen de esa integración, ocasionan la muerte de todas las demás y la suya propia (cáncer). El evangelio de Juan escenifica también otra venida del Espíritu, pero mucho más sencilla que la de Lucas. Esas distintas “venidas” nos advierten de que en realidad, Dios-Espíritu-Vida no tiene que venir de ninguna parte. Está siempre en nosotros sin posible separación. No estamos celebrando una fiesta en honor del Espíritu Santo ni recordando un hecho que aconteció en el pasado. Estamos tratando de descubrir y vivir una realidad que está tan presente hoy como hace dos mil años. La fiesta de Pentecostés es la expresión última de la experiencia pascual. Los primeros cristianos tenían muy claro que todo lo que estaba pasando en ellos era obra del Espíritu-Jesús-Dios. Vivieron la presencia de Jesús de una manera más real que su misma presencia física. Ahora era cuando Jesús estaba de verdad realizando su obra de salvación en cada uno de los fieles y en la comunidad. Recordemos que una vez muerto, Jesús, Dios y el Espíritu son una única realidad. De acuerdo con la teología más tradicional, la distinción entre las tres personas de la Trinidad sólo tiene efecto en sus relaciones “ad intra” es decir, en sus relaciones entre ellas mismas. Cuando se relacionan “ad extra”, es decir, con el resto de la creación, se comportan siempre como UNO, Dios. Lo que los escolásticos no llegaron a vislumbrar es que no puede existir nada “extra” Dios, porque nada de lo que existe puede estar fuera de Él. Cuando decimos ‘Espíritu Santo’, debemos entender Dios-Espíritu, no una entidad que anda por ahí haciendo de las suyas separada del Padre y del Hijo. Esta simple consideración evitaría la mayoría de los errores que arrastramos sobre el Espíritu Santo. Mi relación con Dios no es la relación de un yo con un tú. Se trata más bien, de la relación de mi yo con el YO, que es la quintaesencia de mi propio yo. Ésta es la experiencia de todos los místicos. El Espíritu es una realidad tan importante en nuestra vida espiritual, que nada podemos hacer ni decir si no es por él. Ni siquiera decir: “Jesús es el Señor” Ni decir “Abba”, si no es movidos desde Él. Pero con la misma rotundidad hay que decir que nunca podrá faltarnos la acción del Espíritu, porque no puede faltarnos Dios en ningún momento. El Espíritu no es un privilegio ni siquiera para los que creen. Todos tenemos como fundamento de nuestro ser a Dios-Espíritu, aunque no seamos conscientes de ello. El Espíritu no tiene dones que darme. Es Dios mismo el que se da, para que yo pueda ser. Cada uno de los fieles está impregnado de ese Espíritu-Dios que Jesús prometió a los discípulos. Pero sólo la persona es sujeto de inhabitación. Los entes de razón como instituciones y comunidades, participan del Espíritu en la medida en que lo tienen los seres humanos que las forman. Por eso vamos a tratar de esa presencia del Espíritu en las personas. Por fortuna estamos volviendo a descubrir la presencia del Espíritu en todos y cada uno de los cristianos. Volvemos a ser conscientes de que, sin él, nada somos. Ser cristiano no consiste en aceptar una serie de verdades teóricas, ni en cumplir una serie de normas morales, ni siquiera en llevar a cabo unos cuantos ritos sagrados. Todo eso no sirve de nada si no llegamos a una vivencia personal de la realidad de Dios-Espíritu que nos empuja desde dentro a la plenitud de ser. Es lo que Jesús vivió. El evangelio no deja ninguna duda sobre la relación de Jesús con Dios-Espíritu: fue una relación “personal”. Se atreve a llamarlo ‘papá’, cosa inusitada en su época y aún en la nuestra; hace su voluntad; le escucha siempre, etc. Todo el mensaje de Jesús se reduce a manifestar su experiencia de Dios como Espíritu. El único objetivo de su predica ción fue que también nosotros llegáramos a esa misma experiencia. El Espíritu nos hace libres. “No habéis recibido un espíritu de esclavos, sino de hijos que os hace clamar Abba, Padre”. El Espíritu tiene como misión hacernos ser nosotros mismos. Eso supone el no dejarnos atrapar por cualquier clase de esclavitud alienante. El Espíritu es la energía que tiene que luchar contra las fuerzas desintegradoras de la persona humana: “demonios”, pecado, ley, ritos, teologías, intereses de un "yo" fenoménico, miedos.. A veces hemos entendido la acción del Espíritu como coacción externa que podría privarnos de libertad. Hay que tener en cuenta que estamos hablando de Dios que obra desde lo hondo del ser y acomodán dose totalmente a la manera de ser de cada uno, por lo tanto esa acción no se puede equiparar ni sumar ni contraponer a nuestra acción. Se trata de una moción que en ningún caso violenta ni el ser ni la voluntad del hombre. Si Dios-Espíritu está en lo más íntimo de todos y cada uno de nosotros, no puede haber privilegiados en la donación del Espíritu. Dios no se parte. Si tenemos claro que todos los miembros de la comunidad son una cosa con Dios-Espíritu, ninguna estructura de poder o dominio puede justificarse apelando a Él. Por el contrario, Jesús dejó bien claro que la única autoridad que quedaba sancionada por él, era la de servicio. "El que quiera ser primero sea el servidor de todos." O, "no llaméis a nadie padre, no llaméis a nadie Señor, no llaméis a nadie maestro, porque uno solo es vuestro Padre, Maestro y Señor." El Espíritu es la fuerza de unión de la comunidad. En Pentecos tés, las personas de distinta lengua se entienden, porque la lengua del Espíritu es el amor, que todo el mundo puede comprender; lo contrario de lo que pasó en Babel. Este es el mensaje teológico. Dios-Jesús-Espíritu hace de todos los pueblos uno, “destruyendo el muro que los separaba, el odio”. Durante los primeros siglos fue el Dios-Jesús-Espíritu el alma de la comunidad. Se sentían guiados por él y se daba por supuesto que todo el mundo tenía experiencia de su acción. Para las primeras comunidades, Pentecostés es el fundamento de la Iglesia naciente. Está claro que para ellas la única fuerza de cohesión era la fe en Jesús, que seguía presente en ellos por el Espíritu. Jesús promueve una fraternidad cuyo lazo de unidad es el Espíritu-Dios-Jesús. La pérdida de la tensión escatológica y el abandono de la vivencia, lleva a una reinterpreta ción de lo cristiano, en términos tomados de la ética greco-romana. A partir de la paz de Constantino, el marco de la acción cristiana queda reducido y encerrado en el espacio de la Iglesia jerarquizada. Ésta deja de sercomunidad de Espíritu para convertirse en estructura jurídica. Es muy difícil armonizar esta presencia del Espíritu en cada miembro de la comunidad con la obediencia tal como se ha interpretado y se sigue interpretando con demasiada frecuencia. En nombre de esa falsa obediencia, se ha utilizado la autoridad para hacer personas sin voluntad propia y completamente dóciles a los caprichos del superior de turno. Lo que se ha pretendido con esa obediencia es el sometimiento aberrante en provecho de la institución o de personalidades autoritarias que utilizan a Dios como instrumento de dominio de los demás. En estos casos, no es la voluntad de Dios la que se busca, sino someter a los demás a la propia voluntad. La verdadera autoridad no se justifica por el Espíritu, sino por la necesidad de la comunidad humana. Pablo propone una comunidad enriquecida por la diversidad de sus miembros. “Obediencia” fue la palabra escogida por la primera comunidad para caracterizar la vida y obra de Jesús en su totalidad. Pero cuando nos acercamos a la persona de Jesús con el concepto equivocado de obediencia, quedamos desconcertados porque descubrimos que no fue obediente en absoluto, ni a su familia ni a los sacerdotes ni a la Ley ni a las autoridades civiles. Pero se atrevió a decir: “mi alimento es hacer la voluntad del Padre.” El único camino para salir del peligro de una falsa obediencia es que entremos en la dinámica de la escucha del Dios-Espíritu que todos poseemos y nos posee por igual. Tanto los superiores como los inferiores, tenemos que abrirnos a la trascendencia y tratar cada día de escuchar al Espíritu y dejarnos guiar por él. Conscientes de nuestras limitaciones, no solo debemos experimentar la presencia en nosotros de Dios-Espíritu, sino que tenemos que estar también atentos a las experiencias pasadas, presentes y pretéritas de los demás. Creernos por encima de los demás anulará toda escucha del Espíritu. Meditación-contemplaciónLa presencia de Dios-Espíritu en nosotros es la base de toda contemplación. El místico lo único que hace es descubrir y vivir esa presencia. No es un descubrimiento intelectual, sino existencial. Es tomar conciencia de que la única realidad es Dios-Espíritu en mí. ................ La experiencia mística es conciencia de unidad. No porque se hayan sumado mi yo y Dios, sino porque mi yo se ha fundido en el YO. Todos los místicos han llegado a la misma conclusión que Jesús: “yo y el Padre somos uno” ...................... No te esfuerces en encontrar a Dios ni fuera ni dentro. Deja que Él te encuentre a ti y te transforme en Él. Es tan sencillo como beber un vaso de agua. Es tan difícil como alcanzar la luna. Todo depende de la actitud del yo. El soplo de Dios
Juan nos tiene acostumbrados a hacer estupendos tratados de teología bajo el vestido de una narración. Aquí riza el rizo de su especialidad. · La comunidad llena de miedo: Jesús se hace presente en medio de ellos. · El mismo Jesús, el de carne y hueso, el crucificado: su presencia produce la paz y la alegría. · Sopla sobre ellos: les envía con el mensaje del perdón. Todo un tratado de eclesiología. Quizá el signo más claro, aunque nosotros nos movemos mal en ese mundo, es el soplo. Juan nos tiene también acostumbrados a citar continuamente el AT sin nombrarlo. Recordemos su prólogo (“en el principio... puso su tienda...") Aquí encontramos otra cita muy clara. "Sopló sobre ellos". La misma palabra empleada en Génesis 2,7, cuando crea al hombre del barro. "El aliento de la vida" salido de la boca de Dios = la comunicación del Espíritu. "Y el hombre vino a ser un ser viviente". "Es el Espíritu el que da vida, la carne no vale para nada" (Juan 6, 63). Lo mismo pasa aquí: el Espíritu de Jesús es el que da vida a la comunidad: es como una nueva creación. Ese viento de Jesús no es para ellos, es para que lo extiendan por todo el mundo. La nueva creación Esto nos hace reflexionar una vez más sobre la presencia de Dios en nuestra vida, sobre "el espíritu de nuestra vida". ¿Con qué espíritu vive la humanidad, vivimos nosotros?. En la Creación, el hombre viene a ser un ser viviente. Y esto es por el Espíritu de Dios. Pero este Espíritu no termina con crear. Es el Espíritu Salvador. Ha sido de hecho necesario que Jesús lo haga presente en el mundo, y que al marcharse, su Espíritu haya sido re-infundido en el mundo. Los hombres suelen vivir con un espíritu de mera supervivencia, o de mero disfrute del mundo. El Espíritu que nos anima es más ambicioso y más generoso. El Espíritu de nuestra vida es no conformarnos con menos que con ser Hijos, es el espíritu que clama "Abbá, Padre", y es el espíritu que nos ha comprometido en la Misión de Jesús, comunicar a todos ese mismo Espíritu. Dios creador no deja de crear, de llevar adelante a sus hijos: su Soplo está siempre presente. El Espíritu de Jesús es el Viento de Dios, del Padre creador que sigue engendrando hijos y empujando a sus hijos hasta su plenitud. El viento de Dios A Dios nadie le ha visto jamás. Ni le verá, no es materia que puedan captar estos ojos de barro. Ni podemos hablar de Él con conceptos, ni podemos hacer metafísica sobre Él. Podemos hablar de Él con parábolas, con símbolos, y así lo hizo Jesús. El símbolo de hoy es el viento y el fuego. Y aquellos hombres y mujeres "se llenaron" de ese viento y de ese fuego, como se enciende una vela, como se llena una botella de líquido, como se infla un globo de aire caliente... Símbolos. Mala tentación, confundir el símbolo con la realidad simbolizada. Dicen que, cuando alguien señala algo con el dedo, es propio de tontos quedarse mirando al dedo. Nos pasa algo así. Las llamas, el viento, llenarse... Miremos a lo que significan. Significan que aquella comunidad había sido transformada por la fe en Jesús, vivía de modo diferente y convincente. Significa que nosotros vemos en eso la acción de Dios Libertador, como la vimos en Jesús. La fiesta de Pentecostés es una invitación a mirar el mundo y sentir el viento de Dios, presente, activo, irresistible. Muchas veces contemplamos la presencia de Dios en los esplendores de la naturaleza. Es necesario tener los ojos de Jesús y contemplar al Espíritu en los humanos: "ver" la presencia del viento de Dios en sus frutos, en el espíritu de Jesús presente en tantos seres humanos. El espíritu de Jesús El espíritu de Dios es el espíritu de Jesús. El espíritu de Jesús es el espíritu de la Iglesia. (¿O no?) ¿Cuál es el Espíritu de Jesús? El Espíritu le hace Hijo. Lo primero del Espíritu es reconocer a Dios, creer en Abbá de una vez y abandonar definitivamente a los dioses/jueces que necesitan sangre para perdonar. El Espíritu de Jesús exige en nosotros la liberación, y antes que nada, la liberación de los falsos dioses, señores poderosos que castigan y piden sacrificios de sangre. Ese cambio de Dios es el que nos cambia, y así sentimos el Espíritu de Jesús en nuestro modo de vivir, cuando aborrecemos nuestras cadenas, nuestras enfermedades, nuestro pecado, cuando sentimos el irresistible deseo de ser Hijos, cuando sentimos como un sueño irrenunciable la exigencia de "Ser perfectos como es perfecto vuestro Padre". Tenemos el Espíritu de Jesús si somos caminantes, si estamos saliendo de la agradable esclavitud del pecado a la exigente libertad de los Hijos. A Jesús, el Espíritu le hace Salvador, el que entrega la vida para la liberación y la salud de todos. El Espíritu de Jesús nos compromete en la Misión de Jesús: liberar a todo ser humano del pecado y de sus consecuencias. Sentimos que nos anima el Espíritu de Jesús cuando experimentamos en nosotros la tendencia a ayudar, a salvar, a perdonar, a fijarnos en lo bueno, a comprometernos en los problemas ajenos, cuando sentimos que toda injusticia, enfermedad... todo mal de cualquiera nos afecta como nuestro. El Espíritu hace a Jesús pobre, desinteresado, desprendido. El Espíritu de Jesús nos lleva a usar de todo lo que tenemos para el Reino, porque no queremos tirar la vida, no consentimos en desperdiciar nada, ni la salud ni el dinero, ni la inteligencia, ni la habilidad, ni el tiempo ni nada... porque todo esto puede ser precioso para siempre y no nos conformamos con sea sólo agradable para unos años. Reconocemos que actúa en nosotros el Espíritu de Jesús cuando sentimos cierto recelo ante la comodidad, ante el placer, ante la seguridad, ante la felicidad que producen las cosas de fuera a dentro, cuando nos sentimos inquietos si nos aprecia todo el mundo, cuando sentimos satisfacción interior en el esfuerzo, en la austeridad, en la ayuda desinteresada y anónima, cuando tenemos que sufrir por la verdad, por el perdón, por la honradez. Y nos damos cuenta de que todo eso no nace simplemente de nosotros sino que es el Espíritu de Jesús el que lo produce, y estamos agradecidos de que se nos exija, porque así salvamos esta vida de la mediocridad, y de la muerte. Reconocemos el Espíritu de Jesús cuando "sentimos a Dios", dentro de nosotros y en todas las cosas, cuando percibimos que está ahí, hablando constantemente, exigiendo y perdonando y alentando la vida y liberando, y experimentamos que podemos conectar con Él en lo más íntimo, y que no llamamos FE a una serie de dogmas, sino a experimentar su Presencia Liberadora que cambia la vida y la hace válida. Y sentimos que todo esto no nos lo inventamos sino que lo recibimos de Él, y sentimos que la vida es más, que hay un sentido y un plan y una presencia y un futuro. Reconocemos que el Espíritu de Jesús está en nosotros cuando lo vemos actuar en el mundo y en la Iglesia, y vemos bondad y esfuerzo, y honradez y solidaridad y cuidado de la naturaleza, y dedicación a los débiles. Con los ojos del Espíritu comprobamos con gozo la presencia del mismo Espíritu en tanto bien, tanta capacidad de sacrificio, tanta compasión como existen en las personas, a pesar de tantos poderes opresores, de tanta frivolidad deshumanizadora, tantas desgracias y abusos, y advertimos que sabemos "leer" su presencia en la vida de las personas para bien, y también el rechazo de muchos a esa presencia, para mal. Pero sobre todo nos hace capaces de ver a los hombres como Hijos, y quererles (querernos) a pesar de sus (de nuestros) pecados. Nosotros no amamos a los demás porque nos caen bien, sino porque el Espíritu que está en nosotros nos hace amar primero y mirar después. Y somos capaces de reconocer el Espíritu de Dios actuando en el mundo, en la bondad, en el sacrificio, en la imaginación, en la... en todo lo positivo que hacen los hombres. "Sabemos" que es la acción de Dios. El Espíritu, alma de la Iglesia, hace de la Iglesia un Pueblo libre dedicado a liberar. El Espíritu no deja tranquila a la Iglesia: la compromete. Ser la Iglesia es muy comprometido; sabemos que muchas personas verán al Espíritu o no verán al Espíritu si lo ven, o no lo ven, en nosotros. Somos la iglesia en la medida en que el Espíritu de Jesús inspira nuestra vida. Si no hay Espíritu de Jesús en nuestra vida, pertenecemos al "Cuerpo" físico, social, externo de la Iglesia, pero nada más.... y el Espíritu de Jesús no será visible. Por eso, no pocas veces no reconocemos en la Iglesia el Espíritu de Jesús sino otros “malos espíritus” (que diría san Ignacio). Porque en la vida soplan espíritus diversos, y de la misma manera que los sentimos actuar en nosotros, para estropearnos, los vemos también en la Iglesia entera, y nos duele cuánto la estropean. Podemos resumirlo así: Es de la Iglesia el que tiene el Espíritu de Jesús. Por sus frutos los conoceréis. "Porque tuve hambre y me disteis de comer" Y así sentimos que Jesús es la Vid, y el Padre el Labrador. Nos sentimos injertados en buena planta, sentimos que crecemos, que la savia de Dios corre por nosotros, que podemos cambiar nuestro mundo, que la planta de los humanos puede florecer. Todo eso es el Espíritu, el Espíritu que se mostraba plenamente en Jesús, el Espíritu que se mostraba en aquella comunidad. Y eso es lo que sucedió, y lo que sucede, que el Espíritu de Dios, que hizo de Jesús el Hijo Vivo Para Siempre, sigue soplando en el mundo para hacernos a todos Hijos Vivos Para Siempre. PARA NUESTRA ORACIÓN Ven, Espíritu Creador, visita el corazón de tus hijos. Llénalos de tu fuerza, Tú que los has creado, Tú que eres el Salvador, regalo del mismo Dios, fuente viva, fuego, amor, dulzura y fuerza de Dios. Da luz a nuestros sentidos, pon amor en los espíritus, llena de tu fortaleza la debilidad de nuestras vidas. Aleja nuestros temores, concédenos la paz, haz que, guiados por Ti, nos liberemos del mal. Haz que conozcamos al Padre, que comprendamos a Jesús, y que siempre creamos en Ti, Aliento de la vida. Demos gracias a Dios Padre y al Hijo, Jesús resucitado, y al Espíritu vivificador, por los siglos de los siglos. |
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