Entrevista de Ima Sanchís a Richard Davidson, doctor en Neuropsicología, investigador en neurociencia afectiva, en La Contra, de La Vanguardia, 27 de marzo de 2017.
“Nací en Nueva York y vivo en Madison (Wisconsin), donde soy profesor de Psicología y Psiquiatría en la universidad. La política debe basarse en lo que nos une, solo así podremos reducir el sufrimiento en el mundo. Creo en la amabilidad, en la ternura y en la bondad, pero debemos entrenarnos en ello”. Su investigación se centra en las bases neuronales de la emoción y los métodos para promover desde la ciencia el florecimiento humano, incluyendo la meditación y las prácticas contemplativas. Fundó y preside el Centro de Investigación de Mentes Saludables en la Universidad de Wisconsin-Madison, donde se llevan a cabo investigaciones interdisciplinarias con rigurosidad científica sobre las cualidades positivas de la mente, como la amabilidad y la compasión. Ha cosechado importantes premios y está considerado una de las cien personas más influyentes del mundo según la revista Time. Tiene multitud de investigaciones y varios libros publicados. Ha ofrecido un seminario para Estudios Contemplativos en Barcelona. Yo investigaba los mecanismos cerebrales implicados en la depresión y en la ansiedad. …Y acabó fundando el Centro de Investigación de Mentes Saludables. Cuando estaba en mi segundo año en Harvard se cruzó en mi camino la meditación y me fui a la India a investigar cómo entrenar mi mente. Obviamente mis profesores me dijeron que estaba loco, pero aquel viaje marcó mi futuro. …Así empiezan las grandes historias. Descubrí que una mente en calma puede producir bienestar en cualquier tipo de situación. Y cuando desde la neurociencia me dediqué a investigar las bases de las emociones, me sorprendió ver cómo las estructuras del cerebro pueden cambiar en tan solo dos horas. ¡En dos horas! Hoy podemos medirlo con precisión. Llevamos a meditadores al laboratorio; y antes y después de meditar les tomamos una muestra de sangre para analizar la expresión de los genes. ¿Y la expresión de los genes cambia? Sí, y vemos como en las zonas en las que había inflamación o tendencia a ella, esta desciende abruptamente. Fueron descubrimientos muy útiles para tratar la depresión. Pero en 1992 conocí al Dalái Lama y mi vida cambió. Un hombre muy nutridor. “Admiro vuestro trabajo, me dijo, pero considero que estáis muy centrados en el estrés, la ansiedad y la depresión; ¿no te has planteado enfocar tus estudios neurocientíficos en la amabilidad, la ternura y la compasión?”. Un enfoque sutil y radicalmente distinto. Le hice la promesa al Dalái Lama de que haría todo lo posible para que la amabilidad, la ternura y la compasión estuvieran en el centro de la investigación. Palabras jamás nombradas en ningún estudio científico. ¿Qué ha descubierto? Que hay una diferencia sustancial entre empatía y compasión. La empatía es la capacidad de sentir lo que sienten los demás. La compasión es un estadio superior, es tener el compromiso y las herramientas para aliviar el sufrimiento. ¿Y qué tiene que ver eso con el cerebro? Los circuitos neurológicos que llevan a la empatía o a la compasión son diferentes. ¿Y la ternura? Forma parte del circuito de la compasión. Una de las cosas más importantes que he descubierto sobre la amabilidad y la ternura es que se pueden entrenar a cualquier edad. Los estudios nos dicen que estimulando la ternura en niños y adolescentes mejoran sus resultados académicos, su bienestar emocional y su salud. ¿Y cómo se entrena? Les hacemos llevar a su mente a una persona próxima a la que aman, revivir una época en la que esta sufrió y cultivar la aspiración de librarla de ese sufrimiento. Luego ampliamos el foco a personas que no les importan y finalmente a aquellas que les irritan. Estos ejercicios reducen sustancialmente el bullying en las escuelas. De meditar a actuar hay un trecho. Una de las cosas más interesantes que he visto en los circuitos neuronales de la compasión es que la zona motora del cerebro se activa: la compasión te capacita para moverte, para aliviar el sufrimiento. Ahora quiere implementar en el mundo el programa Healthy minds (mentes sanas). Fue otro de los retos que me lanzó el Dalái Lama, y hemos diseñado una plataforma mundial para diseminarlo. El programa tiene varios pilares: la atención; el cuidado y la conexión con los otros; la apreciación de ser una persona saludable (encerrarse en los propios sentimientos y pensamientos es causa de depresión)… …Hay que estar abierto y expuesto. Sí. Y por último tener un propósito en la vida, algo que está intrínsecamente relacionado con el bienestar. He visto que la base de un cerebro sano es la bondad, y la entrenamos en un entorno científico, algo que no se había hecho nunca. ¿Cómo se puede aplicar a nivel global? A través de distintos sectores: educación, sanidad, gobiernos, empresas internacionales… ¿A través de los que han potenciado este mundo oprimido en el que vivimos? Tiene razón, por eso soy miembro del consejo del Foro Económico Mundial de Davos, para convencer a los líderes de que hay que hacer accesible lo que sabe la ciencia sobre el bienestar. ¿Y cómo les convence? Mediante pruebas científicas. Les expongo, por ejemplo, una investigación que hemos realizado en distintas culturas: si interactúas con un bebé de seis meses a través de dos marionetas, una que se comporta de forma egoísta y otra amable y generosa, el 99% de los niños prefieren el muñeco cooperativo. Cooperación y amabilidad son innatas. Sí, pero frágiles; si no se cultivan se pierden. Por eso yo, que viajo muchísimo (una fuente de estrés), aprovecho los aeropuertos para enviar mentalmente a la gente con la que me cruzo buenos deseos, y eso cambia la calidad de la experiencia. El cerebro del otro lo percibe. Apenas un segundo para seguir en lo suyo. La vida son solo secuencias de momentos. Si encadenas esas secuencias, la vida cambia. El mindfulness es hoy un negocio. Cultivar la amabilidad es mucho más efectivo que centrarse en uno mismo. Son circuitos cerebrales distintos. A mí no me interesa la meditación en sí misma sino cómo acceder a los circuitos neuronales para cambiar tu día a día, y sabemos cómo hacerlo.
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“La verdad no es un agujero en tierra. La verdad es lo infinito del amor recibido a veces en esta vida cuando ya no nos quedaba nada más. Un segundo basta para conocerlo y comprender –incluso si “comprender” no es la palabra– que este infinito tiene necesariamente un lugar que a su vez tiene que ser también él necesariamente infinito. Un agujero en la tierra no es lo bastante grande para contener todo eso”.
Lo escribe Christian Bobin, lo escribieron con su gesto antes que él estas mujeres que fueron al sepulcro en la madrugada del primer día de la semana. Lo mismo que todos los que pasaron el sábado encerrados en el cenáculo, se sentían engullidas por la muerte, fracasadas en todas sus expectativas, envueltas en la tiniebla del sin sentido. Y, junto a ellas, quizá también nosotros, abrumados por la ausencia de Dios, el exceso de dolor y la desesperanza, como si siguiéramos aún en el anochecer del viernes, volviendo con ánimo abatido de enterrar en el sepulcro proyectos, ilusiones y promesas. Aferrados a la reacción más fácil: “la verdad es un agujero en tierra” y reaccionando "llorando y hacer duelo" (Mc 16,10) "cerrando las puertas por miedo..." (Jn 20,19). La piedra es demasiado grande para nuestras fuerzas, el orden internacional demasiado injusto, la violencia demasiado arraigada, la presencia creyente irrelevante, la Iglesia demasiado temerosa... Vamos a prolongar el sábado, vamos a refugiarnos en una espiritualidad evadida y permanecer en una parálisis inerte. Volvamos a Emaús, lejos de los sepulcros y de los crucificados, escapemos no sólo de su dolor sino también de su memoria. Pero hay en la mañana del "primer día de la semana" un camino alternativo: “En la madrugada del primer día de la semana, fueron María la Magdalena y la otra María a ver el sepulcro (…) De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: —Alegraos. Ellas se acercaron, se postraron ante él y le abrazaron los pies”(Mt 28,1.8) Lo mismo que ellas, sigue habiendo hoy gente que echa a andar todavía a oscuras y se acerca a los lugares de muerte para intentar arrebatarle a la muerte algo de su victoria. Como intentaban borrar algo de su rastro aquellas mujeres a fuerza de perfumes. Saben que no pueden mover la piedra pero eso no les detiene. Son conscientes de la fragilidad y la desproporción de lo que llevan entre las manos, pero esa lucidez no apaga el incendio de su compasión ni hace su amor menos obstinado. Quizá no viven todo eso desde la plenitud de la fe, ni le ponen el nombre de esperanza a sus pasos vacilantes en la noche. Pero hacen ese camino abiertos al asombro, apoyados en el recuerdo de palabras que prometen vida, dispuestos a dejarse sorprender por una presencia oscuramente presentida. Los evangelios de Pascua "están de su parte". Se lo dicen, nos lo dicen a todos, esas mujeres que irrumpen de nuevo en nuestros cenáculos anunciando: "¡Hemos visto al Señor!". De ellas recibimos la buena noticia: Un agujero en la tierra no era lo bastante grande para contener tanto amor. El Viviente sale siempre al encuentro de los que le buscan, los inunda con su alegría, los envía a consolar a su pueblo, los invita a una nueva relación de hermanos y de hijos. Él va siempre delante de nosotros. Galilea es la encrucijada de todos nuestros caminos. Con el Domingo de Ramos damos comienzo a la semana más solemne del año litúrgico: la Semana Santa, en la que todos, como Iglesia, recordamos y actualizamos en fe el Misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, nuestro Señor.
Esta solemnidad, acompañada por numerosos símbolos (la bendición de los ramos, la procesión, los cantos alegres, la lectura completa de la Pasión…) nos ayuda a prepararnos y disponernos para lo que vamos a celebrar durante toda la semana. En concreto, la Liturgia de la Palabra así lo proclama: ¡Jesús es el Señor, el Rey! De este modo es aclamado cuando atraviesa las puertas de Jerusalén. Así es nombrado por los soldados en medio de sus burlas y asimismo se lee en el letrero que sitúan en la cruz donde es colgado. Paradójicamente sólo atravesando la experiencia de muerte, sólo experimentando el fracaso de la cruz, podrán sus discípulos comenzar a reconocerle no como el rey que esperaban, sino como el Rey cuyo reinado está ofrecido a los sencillos, a los humildes, a los empobrecidos… Es el reinado del Amor, de la Esperanza, de la Alegría. Sólo así podremos reconocer en Jesús al Rey del Universo, al Señor de la Vida. A esto nos invita la liturgia cuando nos propone como lectura del Evangelio toda la narración de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. Es esta una bellísima forma de resituarnos, de llamar nuestra atención para que no se nos escape el sentido profundo de lo que vamos a celebrar. El propio relato no necesita comentarios. Lo conocemos bien. La invitación es a no quedarnos ante esta lectura únicamente como meros espectadores, viendo cómo Jesús es conducido de un lado para otro (de Getsemaní a la casa de Caifás, y de ahí al tribunal de Pilatos, el camino hacia el Gólgota y finalmente el sepulcro). Somos invitados a introducirnos en el texto como un personaje más, a implicarnos en él, a dejarnos cuestionar. Y una manera posible para ello quizás pude ser poner atención a todas las preguntas o interrogantes que se pronuncian en el relato. Toda pregunta reclama una respuesta. Y toda pregunta parte de una búsqueda o una necesidad. Cada una de las que en este evangelio se pronuncian nos invita a nosotros a responderla y, sobre todo, a situarnos ante Jesús. Fijémonos en algunas de las cuestiones que se articulan: “¿Qué me dais si os lo entrego?”, pregunta Judas. “¿Dónde quieres que te preparemos la cena de pascua?”, cuestionan los discípulos. “¿Soy yo, Señor? ¿Soy yo acaso, Maestro?”. “¿Con que no habéis podido estar en vela conmigo ni siquiera una hora? ¿Todavía estáis durmiendo y descansando?” les pregunta Jesús en Getsemaní. Más adelante escuchamos algunas otras que nos interpelan con fuerza: “¿A nosotros qué?, preguntan los sacerdotes y ancianos cuando Judas se arrepiente de haber traicionado a su amigo y reconoce: “He pecado entregando a un inocente”. O la pregunta inquietante de Jesús, ya en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Cada pregunta nos va a obligar a dar una respuesta. Cada pregunta nos puede ayudar a cuestionarnos nuestra propia vida: ¿por cuánto entrego a Jesús?, ¿por cuánto entrego a los “Jesús” de hoy?, ¿estoy despierta/o o dormida/o junto ante el sufrimiento de mis hermanos?, ¿a mí qué la vida de los demás?, ¿me importan las otras personas de verdad? Podremos preguntarnos también con quién nos identificamos: ¿acaso con Judas, que le entrega?, ¿con Caifás o Pilatos?, ¿con los discípulos que huyen?, ¿con Pedro que niega?, ¿con Simón de Cirene que comparte el peso de la cruz con Jesús?, ¿con las mujeres que permanecen junto a la cruz?, ¿con José de Arimatea que se presenta ante Pilato para pedir el cuerpo de Jesús?, ¿con María Magdalena y la otra María que permanecen sentadas frente al sepulcro, acompañando hasta más allá de lo impensable?... Muchas cuestiones, muchas propuestas para saborear la Palabra que nos abre a la celebración del Misterio Pascual. Que acompañar al Amor que se entrega para darnos Vida nos transforme en lo más profundo. La madurez psicológica de la persona requiere una armonización creciente entre las distintas dimensiones que nos constituyen: cuerpo, mente, sentimientos, imagen, sombra…, en un proceso de integración, crecimiento y autotrascendencia.
Pues bien, el camino para avanzar en ese proceso pasa por la sensación: el contacto con las propias sensaciones y sentimientos es condición indispensable para habitarse a sí mismo y para venir al momento presente. Parece claro que el cuerpo es la gran puerta que nos introduce en el presente –la mente nos mantiene alejados en el pasado o en la proyección del futuro–, y la sensación, la llave que la abre. Será por eso que, según cuenta una leyenda, cuando le preguntaron al Buddha cómo avanzar en la transformación personal, respondió: “Empieza por la respiración”. La respuesta del Buda es sabia. En una primera instancia, porque es a través del cuerpo, en principio a través de la respiración, como accedemos al cerebro emocional y, de ese modo, a la serenidad y a la unificación. Pero también porque, a otro nivel más profundo, al sentir el cuerpo, salimos de la cavilación mental, y venimos al presente, el único lugar donde puede producirse la integración de la persona y su trascendencia: en el presente, no solo nos percibimos como un “yo integrado” –entre las “orillas” del caos y la rigidez–, sino que emerge la consciencia de una nueva identidad. Decía Abraham Maslow, el gran psicólogo humanista y uno de los “padres” de la psicología transpersonal, que el camino de autorrealización, cuando no se aborta, conduce a la autotranscendencia. El trabajo de integración o unificación del yo no termina en él, sino que abre a un horizonte (transpersonal, transmental), en el que el propio yo –la identidad egoica– será transcendido: a esto nos referimos al hablar de “espiritualidad”. En ese proceso se opera el paso de la “personalidad” a la “identidad”, paso que requiere armonizar el trabajo psicológico con el espiritual: necesitamos cuidar el psiquismo –construir una “personalidad” armoniosa–, conscientes de que somos infinitamente más que él. Por decirlo de un modo simple: no somos un “yo” que haga un trabajo espiritual para crecer en consciencia, sino la Consciencia que ha tomado esta “forma” que llamo yo. A lo largo de estas entregas, me he ceñido a la dimensión intrapersonal de la inteligencia emocional. Junto a ella, se hace necesario reconocer la necesidad de cuidar la dimensión interpersonal. Bajo este prisma, la inteligencia emocional puede definirse como la capacidad de relacionarnos con los otros de una manera constructiva: desde la aceptación, la valoración, el respeto y la asertividad. Como es obvio, ambas dimensiones se entrecruzan, reforzándose o estancándose. El cuidado ajustado de uno mismo potenciará la capacidad de relaciones constructivas con los otros, y la vida relacional, así vivida, será fuente de crecimiento personal. Ambas dimensiones –intra e interpersonal– desembocarán en aquella más profunda que llamamos transpersonal. El reconocimiento de ese triple “nivel” es lo que garantiza y permite el despliegue integral del ser humano en toda su verdad. Hace diez días, el 22 de marzo de 2017, el puente de Westminster y la entrada del Parlamento británico fueron escenario del enésimo atentado terrorista. Pienso especialmente en Aysha Frade, sus dos hijos, su marido, su familia de Galicia… La muerte, que nos asedia cada segundo y se apodera de nosotros cuando menos lo podemos imaginar. Preferimos no pensar en ella. Por instinto de supervivencia. El autor del cuarto evangelio es más profundo: le obsesiona la muerte, y no deja de hablar de ella, pero lo hace para transmitir fe en la vida.
En el prólogo presenta a Jesús, Palabra de Dios, como poseedor de la vida. Más adelante, en un discurso programático, Jesús anticipa la resurrección de Lázaro: «Os aseguro que llega la hora, ya ha llegado, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oigan vivirán» (Juan 5,25). Y el evangelio termina: «Estas cosas quedan escritas para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida por medio de él» (Juan 20,31). Esta obsesión por la vida halla su punto culminante en la resurrección de Lázaro, que se encuentra en mitad del evangelio (cap. 11 de 21). La idea de resucitar a otra vida no estaba muy extendida entre los judíos. En algunos salmos y textos proféticos se afirma claramente que, después de la muerte, el individuo baja al Abismo (sheol), donde sobrevive como una sombra, sin relación con Dios ni gozo de ningún tipo. Será en el siglo II a.C., con motivo de las persecuciones religiosas llevadas a cabo por el rey sirio Antíoco IV Epífanes, cuando comience a difundirse la esperanza de una recompensa futura, maravillosa, para quienes han dado su vida por la fe. En esta línea se orientan los fariseos, con la oposición radical de los saduceos (sacerdotes de clase alta). El pueblo, como los discípulos, cuando oyen hablar de la resurrección no entiende nada, y se pregunta qué es eso de resucitar de entre los muertos. Los cristianos compartirán con los fariseos la certeza de la resurrección. Pero no todos. En la comunidad de Corinto, aunque parezca raro (y san Pablo se admiraba de ello) algunos la negaban. Por eso no extraña que el evangelio de Juan insista en este tema. Aunque lo típico de él no es la simple afirmación de una vida futura, sino el que esa vida la conseguimos gracias a la fe en Jesús. «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre.» El tema de la vida en el cuarto evangelio requiere una aclaración. La «vida eterna» no se refiere sólo a la vida después de la muerte. Es algo que ya se da ahora, en toda su plenitud. Porque, como dice Jesús en su discurso de despedida, «en esto consiste la vida eterna: en conocerte a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesús, el Mesías» (Juan 17,3). Dice el relato que Jesús, al ver llorar a María y a los presentes, se estremeció (evnebrimh,sato), se conmovió (evta,raxen) y lloró (evda,krusen). Sorprende esta atención a los sentimientos de Jesús, porque los evangelios suelen ser muy sobrios en este sentido. Generalmente se explica como reacción a las tendencias gnósticas que comenzaban a difundirse en la Iglesia antigua, según las cuales Jesús era exclusivamente Dios y no tenía sentimientos humanos. Por eso el cuarto evangelio insiste en que Jesús, con poder absoluto sobre la muerte, es al mismo tiempo auténtico hombre que sufre con el dolor humano. Jesús, al llorar por Lázaro, llora por todos los que no podrá resucitar en esta vida. Al mismo tiempo, les ofrece el consuelo de participar en la vida futura. La primera lectura, tomada del libro de Ezequiel, ha sido elegida por la estrecha relación entre la promesa de Dios de abrir los sepulcros del pueblo y volver a darle la vida, y Jesús mandando abrir el sepulcro de Lázaro y dándole de nuevo la vida. Ambos relatos terminan con un acto de fe en Dios (Ezequiel) y en Jesús (Juan). Pero conviene recordar que el texto de Ezequiel no se refiere a una resurrección física. El pueblo, desterrado en Babilonia, se considera muerto. Babilonia es su sepulcro, y de esa tumba lo va a sacar Dios para hacer que viva de nuevo en la tierra de Israel. Florence Nightingale, una mujer extraordinaria considerada precursora de la enfermería moderna, afirmó: “El ruido innecesario es la falta de atención más cruel que se le puede infligir a una persona, ya esté sana o enferma”. Casi dos siglos más tarde, la ciencia ha confirmado que nuestro cerebro necesita el silencio casi tanto como nuestros pulmones el oxígeno.
El silencio contribuye a regenerar el cerebro Hasta hace poco se pensaba que las neuronas no podían regenerarse y que nuestro cerebro estaba condenado a un declive progresivo e inexorable. Sin embargo, con el descubrimiento de la neurogénesis todo ha cambiado, y ahora los neurocientíficos se centran en descubrir qué puede promover la regeneración neuronal. En este sentido, un grupo de investigadores alemanes del Research Center for Regenerative Therapies Dresden han descubierto que el silencio tiene un impacto enorme en el cerebro. Estos científicos comprobaron que en el cerebro de los ratones que se quedaban en silencio durante dos horas cada día crecían nuevas células en el hipocampo, la región del cerebro relacionada con la memoria, las emociones y el aprendizaje. Además, constataron que esas nuevas células eran capaces de diferenciarse e integrarse en el sistema nervioso central para cumplir diferentes funciones. Por tanto, reservar algunos minutos al día para estar en completo silencio podría ser muy beneficioso para nuestro cerebro, ayudándonos a conservar la memoria y a ser más flexibles ante los cambios. El silencio permite que el cerebro le dé sentido a la información Nuestro cerebro tiene una “red por defecto” que se activa cuando estamos descansando. Esa red se encarga de evaluar las situaciones e información a la que nos hemos expuesto a lo largo del día y las integra en nuestra memoria o las descarta si son irrelevantes. Básicamente, esa red funciona reclutando una serie de regiones del cerebro, que son las encargadas de seguir trabajando por debajo del nivel de la conciencia. También es la principal responsable de los destellos de genialidad ya que se encarga de ir atando cabos y buscar soluciones a los problemas. Recientemente, investigadores de la Universidad de Harvard descubrieron que esa red se activa de forma especial cuando reflexionamos sobre nosotros mismos, por lo que sería esencial para reafirmar nuestra identidad. Estos investigadores también apreciaron que la red por defecto se activa cuando estamos en silencio y con los ojos cerrados ya que cualquier estímulo del medio que nos distraiga la “apagaría”. El silencio es el mejor antídoto contra el estrés Las ondas del sonido provocan vibraciones en los pequeños huesos del oído, los cuales transmiten el movimiento a la cóclea, donde esas vibraciones se convierten en señales eléctricas que llegan hasta el cerebro. El problema radica en que nuestro cuerpo está programado para reaccionar de manera inmediata ante esas señales, incluso en medio de un sueño profundo. Por eso, el ruido provoca una activación de la amígdala, la cual responde estimulando la producción de hormonas como la adrenalina y el cortisol, que incrementan nuestro nivel de estrés. Por eso, no es extraño que un estudio realizado por investigadores de la Universidad de Cornell haya descubierto que los niños que viven en zonas cercanas a los aeropuertos, donde hay mucho ruido, son más vulnerables al estrés. De hecho, estos niños tenían una presión arterial más alta y niveles más elevados de cortisol. Afortunadamente, el silencio tiene el efecto opuesto en nuestro cerebro. Mientras el ruido causa tensión y estrés, el silencio tiene un efecto sanador y relajante. Así lo comprobaron investigadores de la Universidad de Pavia, quienes descubrieron que tan solo dos minutos en silencio absoluto son más beneficiosos que escuchar música relajante y provocan una mayor disminución de la presión sanguínea. Por tanto, ahora ya lo sabes: disfruta del silencio. Tu cerebro, tu cuerpo y tu mente te lo agradecerán. La celebración ayer de la última cena, la celebración hoy de la muerte y la celebración mañana de la resurrección, son tres aspectos de una misma realidad: La plenitud de un ser humano que llegó a identificarse con Dios que es Amor. Este es el punto de partida para que cualquier ser humano pueda desarrollar su verdadera humanidad. Pero el amor es la meta a la que llegó Jesús y a la que tenemos que llegar nosotros. Ese amor es lo más dinámico que podemos imaginar, porque es el motor de toda acción humana.
El recuerdo puramente litúrgico de la muerte de Jesús, sin un compromiso de mantener en nuestra vida las mismas actitudes que le llevaron a la muerte, es un folclore vació de contenido. Otro peligro que nos acecha en esta celebración, es caer en la sensiblería. Tal vez no podamos sustraernos a los sentimientos ante la descripción de una muerte tan brutal. El peligro estaría en quedarnos ahí y no tratar de vivir lo que estamos celebrando. Nos importan los datos históricos, pero solo como medio de descubrir la cristología que en ellos se encierra: Jesús es para nosotros el modelo de lo humano y de lo divino. No podemos presentar la muerte de Jesús como el colmo del sufrimiento. La vida de Jesús se desarrolló con relativa normalidad y con una cierta comodidad. Los sufrimientos duraron solo unas horas. Millones de personas, antes y después de Jesús, han sufrido mucho más en cantidad y en intensidad. No podemos seguir hablando de sus sufrimientos como si fueran los únicos. Fue una muerte cruel, sin duda, pero no podemos presentarla como el paradigma del dolor humano. El valor de la muerte de Jesús no está en el dolor, sino en la motivación de esa muerte, en la actitud de Jesús y de los que lo mataron. Tenemos que superar la idea de que “murió por nuestros pecados”. El autor de la carta a los hebreos, (que seguramente no es de Pablo) lo que intenta es hacer ver a los judíos, que ya no tenía sentido el repetir los sacrificios que habían sido la base del culto en el templo, porque ya estaba cumplida en Jesús toda la labor de mediación. Esta idea es posible, solo desde la perspectiva del Dios del AT que premia y castiga; y exige el pago por nuestros pecados. Este Dios no tiene nada que ver con el Dios de Jesús, que nos ama a todos, siempre e infinitamente y que, si pudiera tener alguna preferencia, sería para con los débiles o los pecadores. ¿Por qué le mataron? ¿Por qué murió? Si no hacemos esta distinción, entraremos en un callejón sin salida. Le mataron porque la idea de Dios que él predicó no coincidía con la idea que los judíos tenían de su Dios. El Dios de Jesús, como veíamos ayer, no es el soberano que quiere ser servido, sino Amor absoluto que se pone al servicio del hombre. Esta idea de Dios es demoledora para todos aquellos que pretenden utilizarlo como instrumento de dominio y esclavitud de los demás. Ningún poder establecido puede aceptar ese Dios, porque no es manipulable ni se puede utilizar en provecho propio. Esta idea de Dios es la que no pudieron aceptar los jefes religiosos judíos. Este Dios nunca será aceptado por los jefes religiosos de ninguna época. Jesús murió por ser fiel a sí mismo y a Dios. No se pueden separar las respuestas a las dos preguntas. Jesús como todo ser humano tenía que morir, pero resulta que no murió, sino que le mataron. Esto último, tampoco hace de su muerte un hecho singular. La singularidad de esa muerte hay que buscarla en otra parte. La muerte de Jesús no fue un accidente, sino consecuencia de su manera de ser y de actuar. Creo que en la aceptación de las consecuencias de su actuación está la clave de toda la vida de Jesús. El hecho de que no dejara de decir lo que tenía que decir, ni de hacer lo que tenía que hacer, aunque sabía que eso le costaría la vida,es la clave para comprender que la muerte no fue un accidente, sino un hecho fundamental en su vida. El hecho de que le mataran, podía no tener mayor importancia, pero el hecho de que le importara más la defensa de sus convicciones, que la vida, nos da la verdadera profundidad de su opción vital. Jesús fue mártir (testigo) en el sentido estricto de la palabra. Las palabras y los gestos de Jesús en la última cena, sobre el servicio total a los demás, pueden significar la más elevada toma de conciencia de Jesús sobre el sentido de su vida. Tal vez en ese momento, cuando ya era inevitable su muerte, descubrió el verdadero sentido de una vida humana. Cuando un ser humano es capaz de consumirse por los demás, está alcanzando su plena consumación. En ese instante manifiesta un amor semejante al amor de Dios y puede decir: "Yo y el Padre somos uno". Dios está allí donde hay verdadero amor, aunque sea con sufrimiento y muerte. Si seguimos pensando en un dios de “gloria”, será muy difícil comprender el sentido de la muerte de Jesús. ¿Qué tuvo que ver Dios en la muerte de Jesús? El gran interrogante que se plantea sobre esa muerte recae sobre Dios. No podemos pensar que planeó su muerte, ni que la exigió como pago de un rescate por los pecados, ni que la permitió o la esperó. La paradoja está en que podemos decir que Dios no tuvo nada que ver en la muerte de Jesús, y podemos decir que fue precisamente Dios la causa de su muerte. Si pensamos en un Dios que actúa desde fuera, nada de lo que digamos en relación con esa muerte tiene sentido. Si pensamos que Dios era el motor de toda la vida de Jesús, de sus actitudes y de sus decisiones, entonces Él fue la causa de que Jesús fuera a la muerte. La muerte de Jesús es una verdadero interrogante sobre Dios. Según todas las apariencias, Dios abandonó a Jesús a su suerte cuando le pedía a gritos que le ayudara. ¿Cómo podemos armonizar su silencio con la cercanía en el momento de morir? Aquí está la clave de comprensión del misterio Pascual. Dios no abandonó por un momento a Jesús para después reivindicarlo. Dios estuvo con Jesús en su muerte. Porque fue capaz de morir antes que fallarle, demuestra esa presencia de Dios como en ningún otro momento de su vida. En la entrega total se identificó totalmente con Dios y lo hizo presente. Cualquier otro intento de demostrar la presencia de Dios en Jesús (conocimientos, poder, milagros) es contrario a las enseñanzas más profundas de Jesús sobre Dios. Creo que aún tenemos que reflexionar mucho sobre esa muerte para comprender el profundo significado que tuvo para él y para nosotros. Su muerte es el resumen de su actitud vital y por lo tanto, en ella podemos encontrar el verdadero sentido de su vida. Se trata de una muerte que manifiesta la verdadera Vida. Pero no se trata de la muerte física, sino de la muerte al “ego”, y por lo tanto a todo egoísmo, que hizo posible una entrega a los demás hasta la muerte. Este es el mensaje que no queremos aceptar, por eso preferimos salir por peteneras y buscar soluciones que no nos exijan entrar en esa dinámica. Si nuestro “yo” sigue siendo el centro de nuestra existencia, no tiene sentido celebrar la muerte de Jesús; y tampoco celebrar su “resurrección”. Nosotros tenemos que separar la vida, la muerte y la resurrección de Jesús para intentar entenderlas, pero solamente las podremos entender si descubrimos la unidad de las tres realidades. La muerte fue consecuencia inevitable de su vida, pero en esa muerte ya estaba toda lo gloria que podía recibir Jesús. La trayectoria humana de Jesús terminó alcanzando la más alta meta: desplegar al máximo toda su humanidad, alcanzando y manifestando la plenitud de divinidad. Si no tenemos presente esto, podemos seguir echando balones fuera y sin descubrir lo que tiene de acicate para nosotros el darnos cuenta que un ser humano, en todo semejante a nosotros, pudo llegar a esa meta. La liturgia de este día se centra en el recuerdo de la cena: el lavatorio de los pies y las palabras y gestos que dieron lugar a la eucaristía. Ni los evangelistas, ni los exégetas se ponen de acuerdo si fue o no fue una cena pascual. No tiene mayor importancia, porque para nosotros lo esencial está en lo que va más allá del rito judío de la cena pascual. Esta Pascua no es ya la pascua de los judíos. Es curioso que los tres evangelistas que narran la institución de la eucaristía, no hablen del lavatorio de los pies, y Juan que narra el lavatorio de los pies, no dice nada de la institución de la eucaristía.
Tampoco sabemos el sentido exacto que quiso dar Jesús a aquellos gestos y palabras. La protesta de Pedro deja claro que, en aquel momento, los discípulos no entendieron nada. Sin embargo, el recuerdo de lo que Jesús hizo en la última cena se convirtió muy pronto en el sacramento de nuestra fe. Y no sin razón, porque en esos gestos, en esas palabras está encerrado lo que fue Jesús durante su vida y todo lo que tenemos que llegar a ser nosotros como cristianos. Por eso, la liturgia de hoy es de las más densas de todo el año. Debemos tomar conciencia de la importancia de lo que celebramos, como la toma el evangelista Jn cuando ha hecho esa grandiosa obertura: “Consciente Jesús de que había llegado su “hora”, la de pasar de este mundo al Padre, él que había amado a los suyos que estaban en el mundo, les demostró su amor en el más alto grado. Pero no es menos sorprendente el final del relato: “¿Entendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis el “Maestro” y el “Señor”; y decís bien, porque lo soy. Si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, sabed que también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros”. Comenzamos por el lavatorio de los pies. No porque sea más importante que la eucaristía, sino porque espero que esta reflexión nos ayude a comprenderla mejor. En ese gesto, Cristo está tan presente como en la celebración de la eucaristía. Lavar los pies era un servicio que solo hacían los esclavos. Jesús quiere manifestar que él está entre ellos como el que sirve, no como señor. Lo importante no es el hecho físico, sino el simbolismo que encierra. La plenitud de Jesús como ser humano, está en el servir a los demás. Fijaos que ese profundo simbolismo es lo que se quiere manifestar en el evangelio de Juan. El más espiritual y místico de los evangelistas, el que más profundiza en el mensaje de Jesús, ni siquiera menciona la institución de la eucaristía. Sospecho que la eucaristía se había convertido ya en un rito mágico y formal, vacío de contenido, y Juan quiso recuperar para la última cena el carácter de recuerdo de Jesús como don, como entrega. Jesús denuncia la falsedad de la grandeza humana que se apoya en el poder o en el dominio de los demás, y proclama que la verdadera plenitud humana está en parecerse a Dios, que se da siempre y a todos sin condiciones ni reservas. Poco después del texto que hemos leído, dice Jesús: “Os doy un mandamiento nuevo, que os améis unos a otros como yo os he amado”. Esta es la explicación definitiva que da Jesús a lo que acaba de hacer. Para el que quiere seguir a Jesús, todo queda reducido a esto: ¡Amaos! No dijo que debíamos amar a Dios, ni siquiera que debíamos amarle a él. Tenemos que amar a los demás, eso sí, como Dios ama, como Jesús amó. Una eucaristía celebrada como una devoción más, que comienza y termina en la iglesia, no es la eucaristía que celebró Jesús. Debemos hacer un verdadero esfuerzo por superar la tentación de seguir oyendo misa y comprometernos en la celebración de la eucaristía. En este relato del lavatorio de los pies, no se dice nada que no se diga en el relato del pan partido y del vino derramado; pero en la eucaristía corremos el riesgo de quedarnos en una visión espiritualista y abstracta que no afecta a mi vida concreta. La presencia real de Cristo en el pan y en el vino, entendida de una manera estática y física, nos ha impedido durante siglos, descubrir el aspecto vivencial del sacramento y dejarnos al margen de la verdadera intención de Jesús al compartir esos gestos con sus discípulos. Tenemos que hacer un esfuerzo por descubrir el verdadero significado de la eucaristía a la luz del lavatorio de los pies. Jesús toma un pan y mientras lo parte y lo reparte les dice: esto soy yo. Recordemos que “cuerpo” en la antropología judía del tiempo de Jesús, quería decir persona, no carne. Como si dijera: meteos bien en la cabeza que yo estoy aquí para partirme, para dejarme comer, para dejarme masticar, para dejarme asimilar, para desaparecer dando mi propio ser a los demás. Yo soy sangre (vida) que se derrama por todos, es decir, que da Vida a todos, que saca de la tristeza y de la muerte a todo el que me bebe. Eso soy yo. Eso tenéis que ser vosotros. Por haber insistido exclusivamente en la presencia real de Cristo en la eucaristía, nos acercamos al sacramento como a una realidad misteriosa, pero que no tiene valor de persuasión, no me lleva a ningún compromiso con los demás. La presencia real, por el contrario, debía potenciar el verdadero significado del gesto. Nos debía de recordar en todo momento lo que Jesús fue y lo que nosotros, como cristianos, debemos ser. El haber cambiado este sentido dinámico por una adoración, ha empobrecido el sacramento hasta convertirlo en algo aséptico, que nada me exige y nada me motiva. Lo que Jesús quiso decirnos en estos gestos es que él era un ser para los demás, que el objetivo de su existencia era darse; que había venido no para que le sirvieran, sino para servir, manifestando de esta manera que su meta, su fin, su plenitud humana solo la alcanzaría cuando llegara a la donación total en la muerte asumida y aceptada. Solo un Jesús des-trozado puede ser asimilado e integrado en nuestro propio ser. Descubrir que destrozarnos para que nos puedan comer, es también la meta para nosotros, es el primer objetivo de un seguidor de Jesús. Pero de esto hablaremos mañana, Viernes Santo. Juan no menciona la eucaristía en el relato de la última cena, pero no se olvidó de un sacramento que tuvo tanta importancia para la primera comunidad. En el c. 6 de su evangelio, encontramos la explicación de lo que es la eucaristía. “Yo soy el pan de Vida”; y a continuación: “Quien viene a mí, nunca pasará hambre; el que me presta su adhesión, nunca pasará sed”. Está muy claro que comer materialmente el pan y beber literalmente la sangre, no es más que un signo (sacramento) de la adhesión a Jesús, que es lo importante. Se trata de identificarse con su manera de ser hombre al servicio a los demás hasta deshacerse por ellos. El mayor peligro que tenemos hoy los cristianos es acercarnos al sacramento como medio de unirnos a Dios, olvidándonos de los hombres. En el mismo c. 6, dice un poco más adelante: “El Padre que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo el que me “come” vivirá por mí”. No hay en todo el NT una explicación más profunda de lo que significa este sacramento. Jesús tiene la misma Vida de Dios, y todo el que le siga tendrá también esa misma Vida, la definitiva, la trascendente, la que no se verá alterada por la muerte biológica. Para hacer nuestra esa Vida, tenemos que aceptar la “muerte”, no la física, aunque también, sino la muerte a todo lo que hay en nosotros de caduco, de terreno, de transitorio, de individualismo, de egoísmo. Sin esa muerte, nunca podrá haber Vida. No se trata renunciar a nada, sino de conseguirlo todo. Todo lo que no es esa Vida, antes o después, se desvanecerá. Lo que ofrezco a continuación:
No es un comentario piadoso, al estilo de la Pasión según san Mateo de Juan Sebastián Bach, donde el coro y los solistas van intercalando sus afectos y sentimientos en el texto evangélico. Los evangelios no están escritos con ese espíritu, sino con enorme sobriedad. Aunque es exagerada la idea de que el relato de la Pasión parece escrito por un enemigo de Jesús, en ningún momento pretenden los evangelios fomentar el sentimentalismo. Tampoco es un comentario exclusivamente histórico, que intenta reconstruir lo ocurrido a partir de los cuatro evangelistas. Como ocurre en otros momentos de la vida pública, los evangelios no coinciden en todos los detalles de la pasión. Concretamente, el evangelio de Mateo no cuenta tres episodios conocidos por Lucas: Jesús ante Herodes (Lc 23,6-12); Jesús y las mujeres de Jerusalén (Lc 23,27-31); la actitud de los dos ladrones (Lc 23,39-43). Por su parte, Mateo contiene tres episodios que no aparecen en Marcos y Lucas: anuncio previo de la crucifixión (26,1-2); final de Judas (27,3-10); los guardias en la tumba (27,62-66). Además, incluso cuando coinciden, se advierten también notables diferencias entre los evangelios. Por ejemplo, ninguno de los evangelios contiene las "siete palabras" de Jesús en la cruz. • Marcos y Mateo sólo refieren una: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mc 15,34; Mt 27,46). • Lucas recoge tres: "Padre, perdónalos..." (Lc 23,34); "Hoy estarás conmigo en el paraíso" (23,43); "Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc 23,46). • Juan, otras tres: "Mujer, ése es tu hijo... ésa es tu madre" (Jn 19,26); "Tengo sed" (19,28); "Todo está terminado" (19,30). Esto demuestra que los evangelistas no han querido reproducir fielmente lo ocurrido en la cruz, sino presentar cada uno su punto de vista y su manera de interpretar el sentido de la muerte de Jesús y su actitud última. Finalmente, no es un comentario exhaustivo. Me detendré sólo en las escenas principales, omitiendo algunas. El relato de Mateo podemos dividirlo en siete secciones, tomando básicamente como punto de partida los lugares donde se sitúan las diversas escenas. 1) Preámbulos. 2) La Pascua. 3) En el monte de los Olivos. 4) En casa de Caifás. 5) Ante Pilato. 6) En el Gólgota. 7) El sepulcro. I. LOS PREÁMBULOS (26,1-16) Este primer apartado lo forman cuatro breves episodios: Jesús anuncia su crucifixión (26,1-2); complot de las autoridades para matarlo (26,3-5); la unción de Betania (26,6-13); Judas trata con las autoridades (26,14-16). Mateo sigue básicamente a Marcos, pero con dos cambios importantes. Añade el primer episodio y enfoca de modo especial el último. Conciencia de Jesús de que va a la pasión En Marcos, el relato comienza con la confabulación de las autoridades para matar a Jesús. Sin embargo, Mateo introduce unas palabras del Señor que demuestran su conocimiento de lo que va a ocurrir. Este detalle es fundamental para comprender el sentido de la pasión y muerte de Jesús. No se trata de algo que a Jesús le ocurre sin darse cuenta. Es consciente de lo que va a pasar. Ya lo había anunciado a lo largo de su vida. Ahora lo afirma una vez más, cuando están cerca los acontecimientos. Al mismo tiempo, estas palabras suponen en Jesús una decisión de aceptar su destino. En casos normales, cualquier persona que sabe que le va a ocurrir una desgracia hace lo posible por evitarla. Jesús, no. Se limita a constatarla. Curiosamente, las palabras que Mateo le pone en la boca no hablan de resurrección ni descienden a detalles. Se centran en lo esencial: la muerte de cruz. Traición de Judas El cuarto episodio, Judas vende a Jesús (26,14-16), adquiere matices muy importantes en Mateo. Según Marcos, Judas acude a los sumos sacerdotes para entregarlo, pero no pide una recompensa por ello; son los sacerdotes quienes se ofrecen a darle dinero. En Mateo, Judas busca desde el comienzo una recompensa, que los sacerdotes fijan en treinta monedas. ¿Por qué ofrece Mateo estos matices? Creo que por dos motivos. El primero, muy de acuerdo con la mentalidad profética que advertimos en su evangelio, para denunciar la corrupción que provoca el afán de riqueza. Numerosos textos proféticos dejan clara la validez de la frase de Quevedo: "poderoso caballero es don Dinero". Toda la gente se vende a su poder. Y son muchas las víctimas de la ambición. A esa larga lista se añade ahora Jesús. La parábola del sembrador decía que "el afán de dinero ahoga la palabra de Dios y queda estéril". Ahora nos encontramos con que no sólo ahoga la palabra de Dios, sino que la mata. Pero, junto a esto, Mateo ha querido ver en este episodio un nuevo cumplimiento de algo anunciado en el Antiguo Testamento. Este detalla está muy relacionado con el episodio de la muerte de Judas. II. CELEBRACIÓN DE LA PASCUA (26,17-29) La segunda sección consta de tres episodios: los preparativos de la Pascua (26,17-19), el anuncio de la traición de Judas (26,20-25) y la institución de la Eucaristía (26,26-29). III. EN EL MONTE DE LOS OLIVOS (26,30-56) Tres episodios principales constituyen esta sección: el anuncio de la traición de los discípulos y la negación de Pedro (vv.31-35), la oración del huerto (vv.36-46), el arresto de Jesús (vv.47-56). En el segundo episodio (la oración del huerto), Mateo sigue a Marcos con cambios muy pequeños. En ninguno de estos dos relatos aparece el sudor de sangre ni el ángel consolándolo, que son exclusivos de Lucas. El relato no pretende sólo contar lo ocurrido, sino que es también de gran valor pedagógico para los cristianos. En el conjunto del evangelio, donde raras veces se habla de los sentimientos de Jesús, llama la atención la insistencia del relato en este aspecto. Es el único momento en que se dice que Jesús se llena de tristeza y angustia, y que él mismo lo reconoce. En este momento, no huye física ni psicológicamente, sino que se refugia en la oración. Marcos dice que oró en tres ocasiones, interrumpidas por el diálogo con Pedro, pero sólo en el primer caso pone palabras en boca de Jesús. Mateo nos indica el contenido de los dos primeros momentos. En el primer rato de oración, las palabras de Jesús son: "Padre, si es posible, que se aleje de mí este trago. Sin embargo, no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú". En el segundo, las palabras son: "Padre mío, si no es posible que yo deje de pasarlo, hágase tu voluntad". Hay una diferencia importante de matiz. En el primer caso, parece que Jesús todavía entrevé la posibilidad de verse libre de la muerte: "si es posible". En el segundo, parece más consciente de que no cabe otra solución: "Si no es posible..." Y, en ambos momentos, lo que domina todo es la aceptación de la voluntad de Dios: "no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú", "hágase tu voluntad". Esta actitud de Jesús empalma perfectamente con lo que enseña en la tercera petición del Padrenuestro, no en un contexto genérico, sino en unas circunstancias concretas y muy difíciles. Indudablemente, los evangelistas han querido reflejar en esta oración de Jesús la actitud que debemos tener en los momentos difíciles de nuestra vida y ayudan a comprender las palabras del Sermón del Monte sobre la oración. Allí se dice: "Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y os abrirán ... Pues si vosotros, malos como sois, sabéis dar cosas buenas a vuestros niños, cuanto más vuestro Padre del cielo se las dará a los que se las pidas". Estas palabras, mal interpretadas, pueden llevar a pensar que Dios tiene que darnos todo lo bueno que le pidamos, y nosotros decidimos lo que es bueno. La oración de Jesús en el huerto nos enseña a descubrir algo bueno detrás de algo aparentemente absurdo como el sufrimiento y la muerte. En el fondo de todo esto queda un misterio incomprensible: el de la voluntad de Dios, que no encaja fácilmente con nuestros gustos, ni siquiera con los de Jesús. Esto puede llevarnos a la idea de un Dios cruel, que se complace en el sufrimiento y la muerte de Jesús. La verdad es muy distinta. No se trata de que a Dios le complazca el sufrimiento y la muerte de Jesús, sino que Jesús debe identificarse plenamente con nuestro destino. El sufrimiento y la muerte son hechos inevitables en nuestra vida. Todos, en mayor o menor medida, sufrimos. Y todos tenemos que pasar por el trago de la muerte. En estas circunstancias, si Jesús no hubiese pasado la misma experiencia, nunca podría habernos comprendido plenamente, y nunca nos sentiríamos identificados con él. En este sentido es necesaria la muerte de Jesús, y sólo en este sentido la quiere Dios. Palabras contra la violencia El tercer episodio (arresto de Jesús) también sigue de cerca a Marcos, excepto en los versos 52-54, que son exclusivos de Mateo. La escena es conocida. Se presenta Judas con los guardias enviados por los sacerdotes y senadores, da la contraseña, el beso (al que Jesús responde en Mateo con unas palabras ambiguas; nada en Marcos; claro reproche en Lucas: "con un beso entregas al Hijo del Hombre), lo prenden, y uno de los que están con Jesús hiere con su espada al siervo del sumo sacerdote cortándole la oreja. Aquí es donde Mateo introduce sus versos propios, que son una instrucción a los discípulos sobre la violencia, pero de una violencia muy peculiar, la que se ejerce para defender a Jesús. En primer lugar, la denuncia como muy peligrosa humanamente: "el que a espada mata, a espada muere". Además, en este caso, el recurso a la violencia impediría el cumplimiento de las Escrituras. Es curioso que esta instrucción sólo se encuentre en el evangelio de Mateo; probablemente indica que era un problema candente en su comunidad. Frente a los ataques y críticas de los judíos, algunos podían sentirse animados a usar la violencia para defender "los derechos" de Jesús. Ni siquiera en este caso, que puede parecer tan justificado, es lícito el uso de la violencia. IV. EN CASA DE CAIFÁS (26,57-75) Dos episodios forman esta sección: el juicio ante el Sanedrín y las negaciones de Pedro. El Sanedrín Antes de entrar en el juicio diré algo a propósito del Sanedrín. En tiempos de Jesús estaba formado por tres grupos: • los ancianos (que representaban la aristocracia laica), • los sumos sacerdotes (antiguos sumos sacerdotes y sus familias) y • los escribas (pertenecientes la mayoría de las veces al partido fariseo). Su número de miembros era 71. Su autoridad en tiempos de Jesús estaba limitada a los once distritos de Judea propiamente dicha. Competencias. El Sanedrín era el foro competente para tomar decisiones judiciales y medidas administrativas de todo orden, excepto lo que fuera competencia de los tribunales inferiores o estuviera reservado al gobernador romano. El Sanedrín era ante todo el tribunal competente para decidir en última instancia sobre cuestiones relacionadas con la ley judía. En los casos en los que los tribunales inferiores no llegaban a un acuerdo, las personas afectadas podían acudir al Sanedrín de Jerusalén. A pesar del dominio romano, el Sanedrín conservaba un grado notable de independencia. No sólo ejercía la jurisprudencia civil conforme a la ley judía, sino que participaba también en grado notable en la administración de la justicia criminal. Contaba con una fuerza independiente de policía y consecuentemente con el derecho a practicar detenciones. Podía juzgar así mismo casos no capitales. Es objeto de debate si era competente para ordenar la ejecución de sentencias capitales prescritas por la ley judía sin que fueran confirmadas sus sentencias por el gobernador romano. La más seria restricción que sobre él pesaba consistía en que en determinados momentos podían tomar la iniciativa las autoridades romanas y actuar independientemente. Las sesiones. Los días festivos no había sesión, y mucho menos en sábado. Dado que en los casos criminales no podía dictarse sentencia hasta el día siguiente al del juicio, tales casos no se juzgaban en víspera de sábado o de día festivo. No es posible determinar que todos estos detalles de la Misná se remonten a tiempos de Jesús. Los juicios sólo podían celebrarse durante las horas del día (por consiguiente, la de Jesús debió de ser una investigación preliminar). Los miembros se sentaban en semicírculo. Delante de ellos se situaban los dos secretarios del tribunal, uno a la derecha y otro a la izquierda. Frente a los jueces había tres filas de estudiantes. El acusado debía adoptar una postura humilde, llevar el cabello suelto y vestir ropas de color negro. En casos que pudieran implicar la pena de muerte estaban prescritas formas especiales. Se debía iniciar la vista con el argumento de la defensa, al que seguía el alegato de la acusación. Nadie que hubiera hablado a favor del acusado podía pronunciarse luego en su contra, pero lo contrario estaba permitido. Los estudiantes podían hablar a favor, pero no en contra del acusado. Las sentencias absolutorias debían pronunciarse el mismo día en que se celebraba el juicio, pero las condenatorias tenían que diferirse hasta el día siguiente. Los votos empezaban por el miembro más joven del tribunal, mientras que en algunos casos que no implicaban la pena de muerte, la norma era que la votación empezara por el miembro más experimentado. La mayoría simple era suficiente para una sentencia absolutoria; para una sentencia condenatoria se requería una mayoría de dos por lo menos. Cuando doce votaban en favor y once en contra, el acusado quedaba libre. Doce en contra y once a favor, había que aumentar el número de jueces en dos más, hasta que se llegaba al número de votos necesarios para la absolución o la condena. El máximo de jueces al que podía llegarse era de 71. Juicio de Jesús El primer episodio comienza con dos noticias muy breves. La primera sobre Jesús, que es llevado a casa de Caifás (v.57), y la segunda sobre Pedro, que lo sigue (v.58). Luego se pasa directamente al juicio. El relato del juicio podemos dividirlo en dos partes. En la primera, se presentan numerosos testigos falsos cuyo testimonio no sirve para nada y deja el problema sin resolver. En la segunda, toma la palabra el sumo sacerdote y es él quien interroga y acusa, llegándose a la condena a muerte de todo el Sanedrín. La primera parte supone un esfuerzo descarado por condenar a Jesús a base de acusaciones falsas que no se concretan, hasta que dos testigos declaran: "Este ha dicho que puede derribar el santuario de Dios y reconstruirlo en tres días". Es posible que estas palabras u otras parecidas fuesen pronunciadas por Jesús en algún momento de su vida; curiosamente, reaparecen en la cruz (Mt 27,39-40), y Juan también las trae, aunque en sentido alegórico (Jn 2,19). Para una persona normal, estas palabras sólo servirían para acusar a Jesús de loco. Sin embargo, el tribunal "espiritual" podía ver aquí algo más grave que la locura: la pretensión de atribuirse una autoridad y un poder divinos, como de hecho hará Caifás (en la formulación de Marcos, la acusación resulta más clara y grave: "Puedo destruir este santuario construido por manos humanas y en tres días edificar otro no hecho por manos humanas"). En medio de estas acusaciones, Mateo pone de relieve el silencio de Jesús, incluso cuando Caifás le invita a defenderse. De nuevo se hace presente la imagen del Siervo de Yahvé que, "como oveja llevada al matadero, enmudecía y no abría la boca" (Is 53). Entonces toma las riendas del juicio Caifás. Su pregunta está cargada de matices políticos, y para comprenderla a fondo debemos recordar algo de este personaje. Un judío de este siglo, Josef Klausner, dice así: "El hecho de que fuera sumo sacerdote durante cerca de dieciocho años, mientras que sus predecesores, en tiempos de Grato, no habían estado en funciones más de un año, prueba que era un hábil diplomático y conocía bien la manera de manejar tanto al pueblo como al gobernador romano. Un hombre así temía sin duda a un nuevo "Mesías", pues los saduceos en general no tenían simpatía por las ideas mesiánicas a causa de su influencia perturbadora y del peligro que entrañaban para el orden público". La pregunta de Caifás la introduce Mateo de forma muy solemne: "Te conjuro por el Dios vivo que nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios". Nosotros podemos darle especial importancia al segundo título: "Hijo de Dios", pero éste no es más que una simple explicitación del primero: "el Mesías", igual que en tiempos antiguos se aplicaba al rey el título de "hijo de Dios". La respuesta de Jesús es más ambigua de lo que puede parecer en la traducción de la Nueva Biblia Española. Mientras Marcos pone en boca de Jesús las palabras: "Yo soy", Mateo escribe: "Tú lo has dicho". Y cuando Jesús sigue hablando sobre el Hijo del Hombre, lo hace en tercera persona, sin identificarse expresamente con este personaje. Sin embargo, Caifás capta o quiere captar la intención profunda de las palabras de Jesús y lo acusa de blasfemo. Según Bonnard, "hay que reconocer que, en el fondo, las pretensiones de Jesús eran blasfemas para los oídos judíos ortodoxos, tanto más que nada atestiguaba en su persona insignificante la dignidad mesiánica tal como se concebía entonces" (o.c., 582). A la condena a muerte siguen las burlas. Es la primera de tres escenas centradas en este tema. Mientras Mateo no se detiene en describir los mayores sufrimientos físicos de Jesús (flagelación, crucifixión), si presta mucho interés a estas escenas burlescas: la primera después de la condena del Sanedrín, la segunda cuando Pilato lo condena a muerte, la tercera en la cruz. Es posible que esta insistencia en el sufrimiento moral más que en el físico corresponda a la situación de los primeros cristianos, donde las persecuciones, insultos y burlas podían constituir un problema más real que el de los sufrimientos físicos. Mateo, modificando a Marcos, da a entender que todos los miembros del Sanedrín participan en la burla, escupiéndole en la cara y golpeándolo. Y la burla está de acuerdo con el contexto. Si Jesús ha sido condenado por sus pretensiones mesiánicas, que haga de Mesías y adivine ahora quién le ha pegado. Conviene hacer un alto para tratar brevemente tres cuestiones: las irregularidades del proceso desde el punto de vista judicial, las causas de la condena de Jesús y el enfoque personal de Mateo. 1) Teniendo en cuenta lo dicho anteriormente sobre los procesos del Sanedrín se advierten numerosas irregularidades: a) la sesión se celebra de noche; b) no existe un abogado defensor; c) la condena a muerte está decidida de antemano; d) se dice que intervienen muchos falsos testigos; e) la condena a muerte se emite sin esperar al día siguiente. Algunos de estos problemas se resolverían considerando esta sesión nocturna como mera vista previa de la causa. La auténtica reunión habría tenido lugar por la mañana. Y, si aceptamos que Jesús celebró su última cena el martes o miércoles, habría tiempo para un proceso regular, por lo que respecta al tiempo. Sin embargo, esto no resuelve el problema de los testigos falsos ni el de la justicia de la condena. 2) Las causas de la condena de Jesús. Para una persona con afición a la historia es una pena que los evangelistas no hayan consignado esas muchas acusaciones que se formulaban contra Jesús. Aunque fuesen falsas, serían de enorme interés. Tal como las presentan Marcos y Mateo parecen exclusivamente religiosas, mientras en Juan adquiere mucho relieve el matiz político (ver Jn 11,47-48: "Ese hombre realiza muchas señales; si dejamos que siga, todos van a creer en él y vendrán los romanos y nos destruirán el lugar santo y la nación"). Sin embargo, el matiz político no está ausente en Marcos y Mateo, sino que adquiere un relieve especial en la pregunta de Caifás a Jesús sobre si él es el Mesías. Probablemente, las autoridades judías veían en Jesús un individuo peligroso desde el punto de vista religioso y político al mismo tiempo, sin que podamos deslindar claramente ambos aspectos. De hecho, política y religión estaban más estrechamente unidas en Israel que en la actualidad. 3) El enfoque personal de Mateo. Comparando el relato de Mateo con el de Marcos, se advierte que Mateo acentúa la culpabilidad de las autoridades judías en diversos momentos de la pasión. Indico esos detalles, anticipando algunos episodios: 1) Marcos dice que en el Sanedrín buscaba un "testimonio" contra Jesús; Mateo añade que buscaba "un testimonio falso"; en Mateo, el tribunal está desde el comienzo en contra de Jesús. 2) Cuando llevan a Jesús ante Pilato, Marcos dice que las autoridades "prepararon su plan", y lo llevaron al prefecto romano; Mateo dice que "hicieron un plan para condenar a muerte a Jesús". 3) El episodio del suicidio de Judas, exclusivo de Mateo, también subraya el cinismo y culpabilidad de las autoridades judías, como veremos. 4) En el juicio ante Pilato, Mateo insiste en el deseo de los sacerdotes y senadores de matar a Jesús. 5) Al final de este mismo episodio, Mateo añade los vv.24-25, que acentúan la culpabilidad de los judíos en la muerte de Jesús. Todos estos detalles confirman algo que hemos venido notando en el evangelio de Mateo: la tremenda polémica con los judíos. Al mismo tiempo, nos hace caer en la cuenta de que Mateo no es el testigo más imparcial a la hora de reconstruir la realidad histórica del proceso de Jesús. Sin embargo, sin caer en la injusticia de condenar a los judíos como deicidas, tampoco debemos ser tan ingenuos como para considerar a Caifás y sus compañeros unos santos. Procesos injustos los ha habido en todos los países y épocas, saltándose las normas más elementales del derecho. Sería muy raro que no hubiese ocurrido algo semejante en el de Jesús, cuando la acusación que estaba por medio comprometía a toda la nación. En cualquier caso, lo que los evangelistas pretenden subrayar es que la condena a muerte de Jesús fue absolutamente injusta. Y en esto debemos darles la razón, a no ser que pensemos que siempre, en cualquier momento, es preferible que muera uno por todo el pueblo. V. JESÚS ANTE PILATO (27,1-31) Esta larga sección está compuesta por cinco episodios: 1) Jesús llevado ante Pilato (27,1-2); 2) muerte de Judas (27,3-10); 3) interrogatorio ante Pilato (27,11-14); 4) Jesús y Barrabás (27,15-26); 5) burlas de los soldados (27,27-31). De ellos, el de la muerte de Judas es exclusivo de Mateo. Suicidio de Judas La segunda escena (suicidio de Judas) es exclusiva de Mateo. El evangelista quiere subrayar cuatro cosas: la inocencia de Jesús, reconocida por el mismo que lo traicionó (v.4); la tragedia de Judas, que termina ahorcándose; el cinismo de los sacerdotes, que no se andan con escrúpulos de condenar a un inocente y sí sobre la forma de emplear el dinero; el cumplimiento de una profecía. Desde un punto de vista histórico, resulta muy difícil admitir que esto ocurriese en el momento en que lo sitúa Mateo, cuando los sumos sacerdotes y senadores han llevado a Jesús ante Pilato. Sin embargo, desde un punto de vista literario, el episodio está muy bien situado: antes de que Pilato emita su veredicto, el testimonio de Judas podría haber bastado para salvar a Jesús. Pero las autoridades han tomado ya su decisión. Por otra parte, la versión que ofrece Hechos 1,16-20 sobre la muerte de Judas difiere mucho de la de Mateo. Interrogatorio ante Pilato La escena ante Pilato (11-14) es muy breve. Una pregunta sencilla y directa, con una respuesta clara. Luego el silencio de Jesús, subrayado por dos veces (sólo una en Marcos), cuando lo acusan las autoridades y cuando lo interroga reiteradamente Pilato. La escena resulta algo extraña, por el aparente deseo de Pilato de actuar con justicia y su paciencia con un reo que no ayuda nada a su absolución. Mateo ofrece más adelante la explicación de que Pilato sabía que se lo habían entregado por envidia (v.18). Incluso en esta hipótesis, su actitud, en una persona como él, famosa por su injusticia, sólo se explicaría por el deseo de llevar la contraria a las autoridades, cosa nada extraña. De todos modos, la perspectiva de Mateo será la de culpar a las autoridades judías haciendo caer sobre ellas toda la responsabilidad de lo sucedido. Jesús o Barrabás En esta misma perspectiva se mueve la escena cuarta, cuando hay que elegir entre Barrabás y Jesús. Mateo construye una escena más coherente. Según Marcos, mientras se está tratando el juicio de Jesús aparece un grupo distinto pidiendo la liberación de un preso, y Pilato aprovecha la ocasión para intentar salvar a Jesús. En Mateo, es el mismo Pilato quien se basa en esta costumbre para plantear la alternativa entre Barrabás y Jesús. Como detalle propio de Mateo tenemos la misiva de la mujer de Pilato, que pone de manifiesto la revelación que tiene esta mujer pagana de la inocencia de Jesús, pero que no tendrá repercusión alguna en los sucesos posteriores. Inmediatamente luego tenemos otros de esos detalles típicos de Mateo para culpar a las autoridades judías. Mientras en Marcos "los sumos sacerdotes soliviantaron a la gente para que les entregara mejor a Barrabás", Mateo es mucho más duro: "los sumos sacerdotes y los senadores convencieron a la gente de que pidieran a Barrabás y que muriese Jesús". Los famosos vv. 24-25, (Pilato se lava las manos, exclusivo de Mateo) vuelven a acentuar la culpabilidad de los judíos y son como una manera de firmar su condena para el año 70. VI. EN EL CALVARIO (27,32-61) Más que distintas escenas, que serían muy breves, tenemos aquí pinceladas rápidas que forman un cuadro. En el conjunto, son fundamentales las tres referencias a Jesús como Hijo de Dios. Los que pasaban primero (39-40), las autoridades después (41-43) utilizan este título para burlarse de Jesús. Al final, el capitán romano y los soldados reconocen que "verdaderamente, este era el Hijo de Dios" (v.54). Las burlas en la cruz Y llegamos a un episodio fundamental, el de las burlas en la cruz. Mateo y Marcos quieren dejarnos la impresión de que todos, la gente que presencia el espectáculo, las autoridades, incluso los dos ladrones, se burlan de Jesús. Pero el episodio de Mateo, con un brevísimo añadido ("si eres hijo de Dios"), podemos leerlo también como las últimas tentaciones de Jesús, paralelas a las del comienzo de su vida. Aquí no será Satanás quien lo tiente, sino gente normal y corriente. La primera tentación procede de toda la gente que pasa por allí. Se basa en la pretensión de Jesús de destruir el templo y reconstruirlo en tres días, algo que toman a burla. Y concluyen: "Si eres Hijo de Dios, sálvate y baja de la cruz". Que se deje de palabras, y demuestre su poder con las obras. La segunda procede de las autoridades judías: sumos sacerdotes, escribas y senadores. Supone un nuevo paso, porque parecen reconocer el poder de Jesús para salvar a otros. Pero se lo niegan para salvarse a sí mismo. "Si es el Rey de Israel, que baje de la cruz y creeremos en él". La tercera tentación (exclusiva de Mateo) proviene de este mismo grupo y llega a lo más profundo: "¡Había puesto en Dios su confianza! Si de verdad lo quiere Dios, que lo salve ahora, ya que decía que es Hijo de Dios". Lo que se pone aquí en crisis no es el poder de Jesús, sino la simple pretensión de que Dios lo quiera. Esta tentación es la que puede llegar más honda y resultar más difícil de superar. Ante estas nuevas tentaciones, Jesús no responde nada. No hay citas bíblicas, como al comienzo, con las que refutar las sugerencias del diablo. La palabra de Jesús en la cruz Parece como si en su alma ocurriese lo mismo que en el exterior. Una tiniebla profunda desde la hora sexta hasta la nona (desde la doce del mediodía hasta las tres de la tarde). Y Jesús pronuncia entonces las palabras iniciales del Salmo 22: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" ¿Qué sentido tienen en su boca? Unos las mantienen como simple reflejo de la tragedia que Jesús experimenta en ese momento: la soledad y el abandono de Dios. Otros prefieren interpretar las cosas de forma menos dramática. Para ellos, Jesús no expresa su desconcierto, sino que comienza a rezar el Salmo 22, un salmo que habla de los más terribles sufrimientos, pero que termina en un canto de victoria. Marcos y Mateo, los únicos que recogen estas palabras de Jesús, no dan pistas de solución. Pasan a contar la reacción de los presentes, de forma mucho más lógica Mateo que Marcos. Lo último que cuentan los dos primeros evangelistas es que Jesús dio un gran grito y exhaló el espíritu. Lucas, con su: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu", y Juan con sus palabras: "Todo está consumado", parecen quitar cierta dureza al terrible dramatismo de Marcos y Mateo. Sin embargo, en el relato de Marcos, el grito de Jesús al momento de morir es un prueba de su poder. Una persona que lleva horas colgada en una cruz, respirando dificultosamente, no puede pegar un grito. Por eso, el centurión, al ver que Jesús muere de esa forma, dice: "Verdaderamente, este hombre era hijo de Dios". Mateo cambia el conjunto, y en él el grito de Jesús parece un simple recuerdo de lo dicho por Marcos. Según Marcos, al morir Jesús tiene lugar un portento: "la cortina del santuario se rasgó en dos de arriba abajo". Es el símbolo de un mundo que termina, de que lo invisible se hace visible. A este detalle, Mateo añade otros que pueden parecernos extraños, pero de gran valor simbólico. La muerte de Jesús supone el culmen de su debilidad. No ha podido salvarse a sí mismo. Y parece también el culmen del abandono de Dios: no lo ha salvado. Sin embargo, la muerte de Jesús va a ser una auténtica teofanía, una manifestación tremenda de poder en dos ámbitos: en la naturaleza, con el terremoto y las rocas que se rajan; en el ámbito de los muertos, donde muchos cuerpos resucitan y se aparecen más tarde en la ciudad santa. Estos prodigios resultan desconcertantes al lector moderno. Pero entran en la lógica de los antiguos judíos. Véase el texto siguiente, tomado del Talmud de Jerusalén: «Al morir Rabí Aha, se vieron estrellas en pleno mediodía. Al morir rabí Hanan, las estatuas se doblaron. Al morir rabí Yohanan, las imágenes pintadas se doblaron... Al morir rabí Janini de Berato Horón, el lago de Tiberíades se dividió... Al morir rabí Isaac ben Eliasib, se derrumbaron setenta dinteles de casas que se bamboleaban en Galilea; se dice que habían resistido hasta entonces por el mérito de aquel rabino. Al morir rabí Samuel ben Isaac, fueron arrancados los cedros de la Tierra santa... durante tres horas, truenos y relámpagos surcaron la tierra, en testimonio de la buena conducta del anciano... Al morir rabí Yassa ben Halafta, los arroyos de Laodicea se llenaron de sangre; se dice que era una alusión a que aquel rabino había arriesgado su vida por cumplir el precepto de la circuncisión. Al morir rabí Abahu, lloraron las columnas de Cesarea» (Tratado Abodá Zará 3,1). La idea de fondo es clara. Cuando muere un personaje importante, que ha tenido especial relación con Dios, siempre ocurre algún portento. En este contexto cultural, resulta evidente que los evangelistas no pueden contar la muerte de Jesús sin añadir algún detalle prodigioso que signifique la importancia de su persona y simbolice la transcendencia de su obra. En todos estos casos, lo importante no es lo que se cuenta (pura ficción), sino lo que se quiere dar a entender (la especial relación de ese hombre con Dios). Ante esta teofanía, los únicos que perciben su sentido son el centurión "y los que estaban con él". Las última noticia se refiere a las mujeres que estaban presentes "mirando desde lejos", y a la sepultura de Jesús. La noticia tiene algo de consolador y de trágico al mismo tiempo. Consolador, por la presencia; trágico, por la lejanía. Por otra parte, las mujeres comienzan a adquirir una importancia capital en el relato: ellas serán las únicas testigos de la muerte y de la resurrección de Jesús. VII. EN EL SEPULCRO (27,62-66) La última sección está compuesta por dos breves episodios, uno basado en Marcos (la sepultura de Jesús) y otro exclusivo de Mateo (los guardias). Los guardias en la tumba, exclusivo de Mateo, se basa en la polémica antijudía, para demostrar la realidad de la resurrección de Jesús. Sólo aquí aparecen los fariseos en el relato de la Pasión. RESUMEN FINAL 1. El enfoque cristológico: Jesús es consciente de que va a la pasión. 2. El enfoque jurídico: injusticia del proceso y culpabilidad de las autoridades judías. 3. Otras ideas teológicas: los paganos son los que perciben mejor la inocencia y dignidad de Jesús: la mujer de Pilato, el centurión en la cruz... Lo anunciaban esta semana los periódicos. Venía en los titulares más grandes: se abre en el Parlamento español el debate de la eutanasia y la muerte digna. Es importante acercarnos a este candente tema de actualidad, no sólo con el cabal argumento de la libertad, sino también el de los compromisos. El derecho a la eutanasia es algo que no deseamos cuestionar, pero sí adentrarnos en la esfera de los deberes, siquiera más internos y vitales.
Es cierto lo que proclaman los defensores de la eutanasia en el sentido de que nadie puede obligar a nadie a vivir. La continuidad del aliento, el agotamiento de la vida física o la precipitación del final ha de ser una prerrogativa íntima. Con la eutanasia ocurre algo semejante al tema del aborto. En ambas delicadas y controvertidas cuestiones ha de prevalecer la suprema ley de la libertad. Esta ley es indispensable para nuestra evolución. Es decir, sólo podemos evolucionar desde el más exigente libre albedrío, aún con el evidente riesgo de equivocarnos. No obstante el creernos los dueños absolutos de nuestras vidas, supone en alguna medida obviar nuestra interrelación con las otras vidas, cuestionar esa trama oculta que a todos nos une, olvidarnos de la diversa sinfonía grupal que juntos componemos hasta en nuestro más deteriorado estado. Por lo demás, ¿es la casualidad lo que nos deja postrados y doloridos o es la vida la que nos limita a ese estado? El humano moderno vierte demasiadas cosas y situaciones en el muy estrecho saco de la casualidad. La vida a través de la creación demuestra ser lo suficientemente inteligente y amorosa para no caer en el puro arbitrio. Quizás proceda quitarle poder a la casualidad y otorgárselo a una vida que nos pone a prueba. Desde esa perspectiva la huida no sería lo más recomendable. Hay mucha ciencia ocupada en posibilitarnos esa fuga, ese escape del dolor, de la enfermedad, de la depresión..., cuando quizás lo que nos tocaba era quedarnos plantados, respirando y explorando la razón y origen de esas situaciones. Garantizado el derecho incuestionable a la eutanasia, creemos que la verdadera disyuntiva, más de índole personal que no pública, se plantea en términos de aceptación o de huida. Aceptación es entregarnos en las manos de Dios o de la Vida que viene a ser lo mismo. Aceptación es creer que el Misterio no es arbitrario que no juega a los dados y nos mantiene clavados en las sábanas por puro antojo; es rendición a una Inteligencia superior que determinará a qué puerta llamará el dolor. En ese sentido morir plácidamente o morir presos del sufrimiento no sería una cuestión de ruleta rusa. El desenlace de una dura enfermedad puede ser una agonía o un testimonio de fortaleza interior, amén de todas las variantes intermedias. Nada es gratuito y sin sentido, menos aún el sufrimiento. Una vez más hemos de dar cuenta del axioma hermético que reza que la casualidad el sólo el desconocimiento de la ley superior. La socorrida máxima del "buen morir" no debiera necesariamente significar precipitar la hora. Nuestra sociedad mayoritariamente hedonista pretende a toda costa evitar el sufrimiento, sin embargo hay desafíos que podemos atemperar con el uso de determinados fármacos, pero no necesariamente rehuir. No deseamos criticar ninguna muy libre y respetable opción, sin embargo creemos que es la propia vida la que debe hacerse oír. Nada que adelante, nada que retrase una hora que es siempre sagrada. Quizás no éramos tan dueños del "off", como pensábamos. Cuando decimos que la vida pertenece a Dios, nos referimos también a esa parte de Dios que habita en nuestro interior y que tendría, según la tradición oculta, su cuota de gobierno en el diseño de nuestras vidas. Deseamos ir más al fondo en lo que respecta a esa intimidad que mencionábamos. Revela esa tradición esotérica que no estaríamos aún en pleno contacto con el alma y por lo tanto no alcanzaríamos a conocer toda la razón y alcance de sus designios. Olvidamos que por encima de todo somos esa alma, que la personalidad, sobre la que el alma va tomando control, es a menudo antojadiza. La vida física sería regalo inmenso con fecha concreta de caducidad y por lo tanto no deberíamos interrumpirla, ni la nuestra propia, ni por supuesto la de los otros. No procedería ni aferrarnos, ni propiciar nuestra separación del cuerpo ya con el suicidio, ya con la eutanasia. Desde este lado del velo no es siempre fácil encontrar sentido al aparente "sinsentido". Todas las muertes son dignas. No hay nada indigno en todo esto, pero si cabe es importante tomar como referencia la de esos seres que asumen estoicamente su sufrimiento, que lo ofrecen para la liberación de la humanidad, para la emancipación de su propia alma. |
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