Estamos en el c. 12. Después de la unción en Betania y de la entrada triunfal en Jerusalén, y como respuesta a los griegos que querían verle, Juan pone en boca de Jesús un pequeño discurso que no responde ni a los griegos ni a Felipe y Andrés. Versa, como el domingo pasado, sobre la Vida pero desde otro punto de vista. Aquí la Vida solo puede ser alcanzada aceptando la muerte del falso yo. También hoy Jesús es levantado en alto, pero para atraer a todos hacia él. Los “griegos” que quieren ver a Jesús podían ser simplemente extranjeros simpatizantes del judaísmo. El mensaje de Jn es claro: Los judíos rechazan a Jesús y los paganos le buscan.
Ha llegado la hora de que se manifieste la gloria de este Hombre. Todo el evangelio de Jn está concentrado en la “hora”. Por tres veces se ha repetido la palabra “hora” y otras tres, aparece el adverbio “ahora”. Es el momento decisivo de la cruz, en el que se manifiesta la gloria-amor de Dios y de “este Hombre”. En su entrega total refleja lo que es Dios. Todos estamos llamados a esa plenitud humana que se manifiesta en el amor-entrega. Ahora es posible la apertura a todos. El valor fundamental del hombre no depende ni de religión ni de raza ni de cultura. Los que buscaban su salvación en el templo tienen que descubrirla ahora en “el Hombre”. Si el grano de trigo no muere, permanece él solo. Declaración rotunda y central para Jn. Dar Vida es la misión de Jesús. La Vida se comunica aceptando la muerte. La Vida es fruto del amor. El egoísmo es la cáscara que impide germinar esa vida. Amar es romper la cáscara y darse. La muerte del falso yo es la condición para que la Vida se libere. La incorporación de todos a la Vida es la tarea de Jesús y será posible gracias a su entrega hasta la muerte. El fruto no dependerá de la comunicación de un mensaje sino de la manifestación del amor total. El amor es el verdadero mensaje. El fruto-amor solo puede darse en comunidad. Hoy sabemos que el grano de trigo muere solo en apariencia. Desaparece lo accidental (la pulpa) para ser alimento de lo esencial (el embrión). En la semilla hay vida, pero está latente, esperando la oportunidad de desplegarse. Esto es muy importante a la hora de interpretar el evangelio de hoy. La vida no se pierde cuando se convierte en alimento de la verdadera Vida. La vida biológica cobra pleno sentido cuando se pone al servicio de la Vida. La vida humana llega a su plenitud cuando trasciende lo puramente natural. Lo biológico no queda anulado por lo espiritual. Tener apego a la propia vida es destruirse, despreciar la propia vida en medio del orden es conservarse para una Vida definitiva. La traducción del griego es muy difícil. Primero habla de “psyche” (vida psicológica) y al final de “zoen” vida, pero al añadir “aionion”, perdurable, eterna, (vitam aeternam), está hablando de una vida trascendente. No es un trabalenguas, está hablando de dos realidades distintas. Hoy podemos entenderlo mejor. Se trata de ganar o perder tu “ego”, falso yo, lo que crees ser o de ganar o perder tu verdadero ser, lo que hay en ti de trascendente. El amor consiste en superar el apego a la vida biológica y psicológica. En contra de lo que parece, entregar la vida no es desperdiciarla, sino llevarla a plenitud. No se trata de entregarla de una vez muriendo, sino de entregarla poco a poco en cada instante, sin miedo a que se termine. El mensaje de Jesús no conlleva un desprecio a la vida, sino todo lo contrario, solo cuando nos atrevemos a vivir a tope, dando pleno sentido a la vida, alcanzaremos la plenitud a la que estamos llamados. La muerte al falso yo, no es el final de la vida biológica, sino su plenitud. Si tomo consciencia de esto y he perdido el temor a la muerte, nadie ni nada te podrá esclavizar. El que quiera colaborar conmigo que me siga. “Diakonos” significa servir, pero por amor, no servir como esclavo. Traducir por servidor, no deja claro el sentido del texto. Seguir a Jesús es compartir la misma suerte, es entrar en la esfera de lo divino, es dejarse llevar por el Espíritu. El lugar donde habita Jesús es el de la plenitud del amor. Lo manifestará cuando llegue su “hora”. Allí, entregando su vida, hará presente el Amor total, Dios. No se trata de la muerte física que él sufrió. Se trata de dar la vida, día a día, en la entrega confiada a los demás. Ahora me siento fuertemente agitado. ¿Qué voy a decir? “Padre líbrame de esta hora”. ¡Pero si para esto he venido, para esta hora! En esta escena, que los sinópticos colocan en Getsemaní, se manifiesta la auténtica humanidad de Jesús. Está diciendo que ni siquiera para Jesús fue fácil lo que está proponiendo. Se trata del signo supremo de la muerte al “ego”. Se deja llevar por el Espíritu, pero eso no suprime su condición de “hombre”. Su parte sensitiva protesta vivamente. Pero está en el ámbito de la Vid, y eso le permite descubrir que se trata del paso definitivo. Ahora el jefe del orden este, va a ser echado fuera. Cuando sea levantado de la tierra, tiraré de todos hacia mí. Como el domingo pasado, identifica la cruz y la glorificación, idea clave para entender el evangelio de Juan. Muerte y vida se mezclan y se confunden en este evangelio. Habla de dos clases de muerte y dos clases de vida. Una es la muerte espiritual y otra la muerte física, que ni añade ni quita nada al verdadero ser del hombre. La muerte física no es imprescindible para llegar a la Vida. La muerte al falso “yo”, sí. La Vida de Dios en nosotros es una realidad muy difícil de aprender, pero a la que hay que llegar para alcanzar la plenitud humana. Toda vida espiritual es un proceso, un paso de la muerte a la vida, de la materia al espíritu. Mi plenitud humana no puede estar en la satisfacción de los sentidos, de las pasiones, de los apetitos, sino que tiene que estar en lo que tengo de específicamente humano; es decir, en el desarrollo de mi capacidad de conocer y de amar. Debo descubrir que mi verdadero ser consiste en darme a los demás. El dolor que causa el renunciar a la satisfacción del ego, lo interpreta el evangelio como muerte y solo a través de esa muerte se puede acceder a la verdadera Vida. Si ponemos todo nuestro ser al servicio de la vida biológica y psicológica, nunca alcanzaremos la espiritual. Meditación No muere la semilla al caer en tierra. La quietud, oscuridad, humedad y calor, despliegan el germen de vida que allí late, integrando lo que era accidental en cada grano. Así tienes que transformar tus apariencias en la Vida definitiva y plena que es tu esencia.
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La primera lectura, de tono profundamente optimista, anuncia una nueva alianza entre Dios y el pueblo. Todo tendrá lugar de forma fácil, casi milagrosa, sin especial esfuerzo para Dios ni para nosotros. En cambio, las dos lecturas siguientes ofrecen una imagen muy distinta: la nueva alianza entre Dios y el pueblo implicará un duro sacrificio para Jesús. Un sacrificio que le sumerge en la angustia y le mueve a rezar al Padre. Esta trágica experiencia se recuerda hoy en dos versiones distintas: la de Juan, y la de la Carta a los hebreos, que recoge el famoso relato de la oración del huerto de los olivos contado por los evangelios sinópticos.
Oración en el templo (evangelio) El cuarto evangelio enfoca el relato de la pasión de manera peculiar, bastante distinta a la de los sinópticos: no acentúa el sufrimiento de Jesús sino el señorío y la autoridad que demuestra en todo momento. Por eso no cuenta la oración del huerto. Pero unos días antes sitúa una experiencia muy parecida de Jesús en la explanada del templo de Jerusalén. El evangelio comienza y termina en tono de victoria. El triunfo inicial se concreta en el deseo de algunos de conocer a Jesús (es secundario que se trate de “gentiles”, paganos, como dice la traducción litúrgica, o de “judíos de lengua griega” residentes en otros países que han venido a celebrar la fiesta de Pascua). Y ese triunfo, reflejado en el interés de unos pocos, alcanza dimensiones universales al final: “Atraeré a todos hacia mí”. Pero este marco de triunfo encuadra una escena trágica: Jesús es consciente de que para triunfar tiene que morir, como el grano de trigo; tiene que ser “elevado sobre la tierra”, crucificado. Ante esta perspectiva confiesa: “Me siento agitado, angustiado”. E intenta superar ese estado de ánimo con la reflexión y la oración. Ante todo, procura convencerse a sí mismo de la necesidad de su muerte: igual que el grano de trigo tiene que pudrirse en tierra para producir fruto. Sin embargo, los argumentos racionales no sirven de mucho cuando uno se siente angustiado. Viene entonces el deseo de pedirle a Dios: “Padre, líbrame de esta hora”. Pero se niega a ello, recordando que ha venido precisamente para eso, para morir. En vez de pedir al Padre que lo salve le pide algo muy distinto: “Padre, glorifica tu nombre”. Lo importante no es conservar la vida sino la gloria de Dios. Oración en el huerto (Carta a los Hebreos) El relato de los evangelios sinópticos es muy conocido: Jesús marcha al huerto de los olivos la noche en que será apresado. Sabe que va a morir, siente profunda angustia, y por tres veces reza al Padre pidiéndole que, si es posible, le evite ese trago amargo. La Carta a los hebreos no se detiene a contar lo ocurrido. Pero recuerda lo trágico del momento cuando afirma que Jesús rezó “a gritos y con lágrimas”, cosa que no menciona ninguno de los evangelios. Y lo que pedía (“pase de mí este cáliz”) lo sugiere al decir que suplicaba “al que podía salvarlo de la muerte”. Sin embargo, el final de la lectura es optimista: Jesús salva eternamente a quienes le obedecen. En medio de este contraste entre tragedia y triunfo, unas palabras desconcertantes: “En su angustia fue escuchado”. Quizá el autor piensa en el relato de Lucas, que habla de un ángel que viene a consolar a Jesús. Pero quien conoce el evangelio advierte la ironía o el misterio que esconden estas palabras: Jesús es escuchado, pero muere. El templo y el huerto Es evidente la relación entre las dos lecturas. En ambos casos Jesús se siente agitado (Juan) o angustiado (hebreos). En ambos casos recurre a la oración. En ambas lecturas, la palabra final no es la muerte, sino la victoria de Jesús y, con él, la de todos nosotros. Pero, dentro de estas semejanzas, hay una gran diferencia con respecto a la oración de Jesús: en el evangelio, se niega a pedir al Padre que lo salve, sólo quiere la gloria de Dios, por mucho que le cueste; en la Carta, Jesús suplica “a gritos y con lágrimas” para ser salvado de la muerte. La ciencia bíblica actual tiende a considerar estos relatos dos versiones distintas del mismo hecho. Pero durante años y siglos estuvo de moda la tendencia a armonizar los datos del evangelio. En esta postura, los relatos ofrecen dos momentos distintos y sucesivos de la experiencia humana y religiosa de Jesús. En un primer momento, ante la angustia de la muerte, se refugia en la reflexión racional (he venido para morir como el grano de trigo) y se niega a pedirle al Padre que lo salve. Al cabo de pocos días, cuando la pasión y muerte no son una posibilidad sino una certeza, reza con gritos y lágrimas, sudando sangre (como añade Lucas): “Padre, si es posible, pase de mí este cáliz”. Una reacción más humana, pero perfectamente compatible con lo que cuenta Juan. A las puertas de la Semana Santa, la experiencia y la reacción de Jesús son un ejemplo excelente que nos anima en nuestros momentos de angustia y desánimo, y nos mueve a agradecerle su entrega hasta la muerte. El evangelio de hoy nos invita a tomar conciencia
de cómo estamos gestionando esta dinámica: vivir para nosotr@s o entregar la vida. En aquellos tiempos…, se acercaba la celebración de la Pascua. Y, como en las fiestas de nuestros pueblos y ciudades, la gente llena las calles. Quienes vienen de fuera aprovechan la ocasión para tener experiencias novedosas que puedan contar a la familia y vecindario, en las tertulias que hacen al caer la tarde. Un grupo de griegos tiene la posibilidad de conocer a Jesús personalmente, al famoso rabí que acaba de armar un gran revuelo al entrar en Jerusalén rodeado de gente que le aclama con palmas y ramos. ¡No pueden perderse la ocasión! Creen que necesitan un enchufe para acercarse a él, como pasa con la gente famosa o poderosa; y piden ayuda a Felipe y Andrés para que sean intermediarios. Y, a partir de este momento, el evangelio de Juan nos sorprende porque corta el hilo de la “historia”. Los griegos no vuelven a aparecer en escena y Jesús nos ofrece una extraña catequesis. La gente le hace una pregunta a Jesús y él se marcha, escondiéndose. Extraña manera de comunicarse. Comprenderemos mejor el evangelio de hoy si lo situamos en el contexto del último viaje de Jesús a Jerusalén; en este viaje se entrelazan la vida y la muerte con mucha fuerza. Parece que la muerte le ha ganado la partida a Lázaro, pero Jesús revoca el resultado final, y se presenta como “la resurrección y la vida”. Triunfa la vida por poco tiempo, porque a raíz de esta intervención de Jesús, Caifás, los pontífices y los fariseos deciden matarlo, por eso se va a una zona desértica con sus discípulos. En Betania se deja ungir por María, con una unción que recuerda la que se hace a los cadáveres; Jesús está anunciando el horizonte al que se dirige. Y al entrar en Jerusalén proclama de nuevo el triunfo de la vida. Juan nos ofrece sus palabras. Hoy, cada un@ de nosotr@s y en comunidad, las traducimos. Por ejemplo: aunque parezca que se descompone el grano de trigo, en realidad se está produciendo la eclosión de su fecundidad. Aunque parezca que amar a los demás y entregar la vida, día tras día, es una pérdida, en realidad es la mayor ganancia porque se nos está transformando en una vida plena, intensa, con sentido (eterna). Aunque parezca que ponerse al servicio de Jesús es perder la libertad o una forma de esclavitud, en realidad es trabajar codo con codo con él y en su Reino. Aunque estemos tan turbados como Jesús, y aunque deseemos que nos libre de cualquier proceso que conduzca al sufrimiento y la cruz, hay un horizonte de glorificación y plenitud. ¿Dónde estamos en este juego entre la vida y la muerte? A punto de cumplirse los ocho años de su elección como Papa, Francisco emprende su histórico viaje a Irak, el primero de un Papa a este país. Es su primer viaje desde el comienzo de la pandemia, en mitad de un marasmo de contagios en la zona a lo que hay que añadir la amenaza del autoproclamado Estado Islámico (ISIS) que se afana en eliminar físicamente todo rastro cristiano de Irak.
Siendo tan especial, este viaje sigue una estrategia que diferencia a este Papa de sus antecesores: en sus más de treinta salidas, Francisco ha priorizado las visitas a las periferias del mundo donde las comunidades cristianas viven hostigadas y en minoría, en lugar de viajar a los grandes centros católicos del mundo. Ahora es el turno de Irak, en cuya región de Ur nació Abraham, el padre de las tres grandes religiones monoteístas, y donde sobrevive una minoría cristiana caldea perseguida sin compasión. Ningún sitio mejor para propalar el mensaje de tolerancia y paz de Francisco en nombre de Cristo. Asesinatos, terror, iglesias destruidas… Es el balance posterior a la invasión estadounidense (2003) con el apoyo también de España. Irak tenía millón y medio de cristianos, pero el país se sumió en un caos y guerra civil que propició la aparición del radicalismo islamista. Ahora, tras sufrir la guerra y este terrible acoso, los cristianos son unos pocos centenares de miles, agrupados en su mayoría en las regiones del norte en torno a Nínive. Es destacable la reunión prevista del Papa con el Gran Ayatola Alí Al Sistani, máxima autoridad religiosa de los chiitas y una de las personas con mayor influencia en la zona y en permanente pugna con Estados Unidos. Será este el encuentro con más calado político y espiritual de todo el recorrido cuyo objetivo sería reforzar el diálogo entre cristianos y musulmanes tratando de superar el antagonismo que pretenden generar algunos sectores extremistas en ambos lados. Máxime cuando un mensaje a través de las redes sociales atribuido a las milicias rebeldes le da la bienvenida al Papa porque “usted es un hombre decente”… pero se añade que si la visita papal se hubiera realizado antes (se supone que en anteriores pontificados), cuando tantos cristianos fueron capturados y la tercera parte de Irak cayó en manos del ISIS, hubiera tenido un mayor impacto entre los que sufren. No se sabe si ambos firmarán un documento similar al que supuso el acuerdo sobre la Fraternidad Humana para la Paz en el Mundo que elaboró en 2019 con el jeque Ahmed al Tayeb, la más alta autoridad suní. Pero sería un gesto de gran importancia desde muchos puntos de vista. Francisco viaja al avispero dispuesto a promover la paz, el diálogo y la fraternidad. No en vano, él, como su antecesor Juan Pablo II, siempre se opuso a la guerra en Irak, promovida bajo la premisa de unas supuestas armas de destrucción masiva que resultó ser una patraña. En aquel entonces, Jorge Mario Bergoglio, que ni soñaba con ser Papa, llegó incluso a bendecir una carpa en la plaza de Mayo de Buenos Aires (Argentina) que protestaba por esta guerra y pedía la paz. Sin duda que Francisco es muy capaz en Irak de sacarle brillo a lo mejor del evangelio en estas difíciles circunstancias como “peregrino de la paz” que lleva la actitud de hermanamiento, enmarcada en una estrategia de fraternidad auténtica y en un innegable liderazgo de servicio creíble que se echó en falta en otros viajes pastorales internacionales de antaño, impregnadas de una superioridad moral totalmente contraproducente. Mientras nuestro Papa octogenario muestra el mejor rostro de una Iglesia de frontera, me entristece la postura tan sumamente pasiva de muchas Iglesias del Primer Mundo que muestran su indiferencia ante los pogromos que sacuden a tantas comunidades cristianas perseguidas en Oriente, África y algunas zonas de Sudamérica. Nunca como ahora la persecución ha llegado a estos niveles de mártires mientras que Iglesias, obispados, comunidades laicales no se nos oye levantar la voz, mansamente arrebujados y desentendidos desde una particular manera de entender en este tema el Evangelio… al revés. Feliz singladura, Francisco, ojalá remuevas los corazones más rocosos hasta florecer semillas de paz llenas del Espíritu. Avanza el tiempo de Cuaresma y, en este cuarto domingo, nos encontramos con un discurso de Jesús esencial para comprender su recorrido hacia la Pascua. Este texto forma parte del diálogo tan profundo que mantuvieron Jesús y Nicodemo. Nicodemo era un rico fariseo, maestro en Israel y miembro del Sanedrín, pero con una concepción del judaísmo más abierta y con el convencimiento de que Jesús era un enviado del Dios de Israel.
El diálogo con Nicodemo tiene un momento central en el que Jesús le dice que es necesario nacer de nuevo para ver el Reino de Dios. Los escritos joánicos suelen referirse al Reino de Dios y a la Vida eterna como realidades similares; por eso, en este texto, el Hijo juega un rol fundamental, no de condena o juicio sino para despertar en el corazón de la humanidad esa vida que trasciende nuestro paso por este mundo, una realidad que forma parte de lo que somos. Moisés levantó la serpiente de bronce para que los Israelitas siguieran con vida, ahora es el mismo Dios hecho humano quien va a mantener con Vida Eterna a toda la humanidad. En la primera parte del texto, parece que Jesús hace un claro alegato al tema de la Salvación, cuestión fundamental para el judaísmo y que basan en una liberación de los sufrimientos esclavitudes, situaciones visibles necesitadas de redención y de perdón. Para ello, son necesarios mediadores, profetas, enviados por el Dios de Israel que recordarán la tensión que han de vivir entre el cumplimiento de la Ley y la salvación definitiva con la llegada del Mesías. Los más conservadores exigirán un estricto cumplimiento de normas y mandatos, signos que, si no son cumplidos o creídos, si no se da un apego a los mandatos de su Dios, la persona quedará en manos de un juicio y un triste final. Supongo que ya no arrastramos esta visión de la salvación ¿verdad? Ahora bien, Jesús deconstruye esta concepción farisaica de la Salvación al referirse no al cumplimiento de signos externos sino a la consciencia de una nueva dimensión del ser humano que sostiene las profundidades de su existencia: la Vida Eterna. La Vida Eterna está asociada al Hijo, a ese nuevo referente y espejo del ser humano que, desde la libertad, elige conectar con la LUZ y dejarse inspirar por ella: “para que aparezca con toda claridad que es Dios quien inspira sus acciones”. La primera acción y palabra de Dios en el relato de la Creación del Génesis es precisamente dar existencia a la LUZ, la Luz que es la consciencia y la capacidad de comprender, de dar sentido a la realidad creada. Separa la LUZ de las tinieblas y el texto de hoy nos recuerda que vivir en la LUZ nos encamina hacia la verdad de lo que somos. Podemos elegir entre vivir desde el poder de la Luz, que nos mueve a hacer el bien, a realizar acciones inspiradas por el Dios-Amor, a co-crear una nueva humanidad, o vivir desde la tiranía de las tinieblas que nos enredan en la oscuridad de las trampas, justificaciones y la supremacía de nuestros egos. Camino complejo, de avances y retrocesos, pero si nos ponemos bajo la influencia de la LUZ podremos avanzar sin perder el horizonte de la Vida Eterna, eternizando la Vida, como plenitud de lo que ya somos, pero todavía no. En medio de tantas restricciones y confinamientos, la lectura de este libro de Fidel Aizpurúa, recientemente publicado por Feadulta, ha sido para mí aire puro y horizontes abiertos. He disfrutado mucho con el texto y quería resaltar algunas de sus valiosas aportaciones.
Uno de los rasgos esenciales se evidencia en el título. Aún es tiempo, no todo está perdido. Está escrito desde el optimismocomo opción vital. El autor confía en la capacidad humana para el bien y el amor, la generosidad y la solidaridad. Cree en el talento creativo del ser humano. Y sobre todo tiene la esperanza de que “Aún es tiempo de recrear el mensaje y la vida de Jesús de Nazaret”. Puede que estemos lejos, pero el primer paso es reconocerlo. Es posible que no sepamos dónde vamos, pero nos anima a buscar. Escrito con mucha templanza y en un tono moderado, sin embargo es un libro provocador que hace pensar. Hay en él muchas preguntas y unas cuantas respuestas. La gran mayoría quedan interpelando para que las contestemos nosotros. Solo esa actitud nos ayudará a encontrar caminos nuevos para la fe. El libro tiene doce capítulos en los que el verbo recrear se repite en cada uno de ellos. Recrear el sueño, la cena, el espíritu inclusivo o las palabras de Jesús, por poner tan solo unos ejemplos. Y en cada tema, magníficamente estructurado, hace referencia a tres aspectos: racionalizar, actualizar y socializar. En primer lugar, el autor pretende ayudar a racionalizar nuestra fe. Su tesis: La fe necesita ser pensada si se quiere que sea viva. El evangelio es para personas que piensan, que profundizan, que ahondan. Pero, un pensamiento en libertad. El pensamiento genera horizonte, apertura, salida: “este libro pretende ser algo que sugiera, no tanto algo que sostenga la normativa que ya poseemos.” Habla de la espiritualidad del desplazamiento hacia lo nuevo, de un desplazamiento progresivo, mirando más hacia el futuro que al pasado; más hacia el Evangelio que a la religión. Pensando en una Iglesia en salida hacia los empobrecidos. Los creyentes de hoy necesitan que la experiencia de fe tenga racionalidad y que el diálogo con la cultura y la ciencia sea inexcusable. El autor aporta razones antropológicas, científicas, sociales, políticas y hasta poéticas para justificar la necesidad de esta racionalización de la fe. En segundo lugar, este libro aspira a actualizar nuestra fe. El autor prefiere el término recrear al de renovar. En la renovación hay, según él, el peligro de cambiar para que nada cambie. Es el peligro del cambio superficial, el lavado de cara. Renovación para mantener y consagrar lo establecido. Al hablar de recrear, se está dejando de lado el recuperar. Recuperar es algo que se quiere hacer sin “soltar”, las amarras y los esquemas del paradigma vigente. La espiritualidad de la recreación tiene en su base la espiritualidad del “soltar”. Para soltarse hay que comenzar a desprenderse, a desapegarse, a dejar de absolutizar lo vivido, el pasado. Y hacerlo sin dialéctica destructiva, sin exclusión, sin condena, aunque no sin perplejidad y dolor. Exige afrontar el temblor de pisar el lugar por primera vez. En tercer lugar, sus palabras quieren ser catalizador para socializarnuestra fe. Recrear la fe en el aquí y ahora; en una sociedad multicultural, intercultural, interreligiosa e interétnica. Estamos ante el fin del etnocentrismo y es necesario abrir paso al pluralismo cultural donde caben todos, donde la exclusión es una desviación. Por difícil que parezca, la recreación de la propuesta de Jesús se ha de hacer contando con esta Iglesia, incluso con estas Iglesias. No caer en lo que criticamos, y no excluir a nadie. Sin confundir Reino de Dios e Iglesia, es necesario reorientar, reinventar y renovar la teología; una Teología para la sociedad actual y sus problemas. Y todo este despliegue de argumentos brillantemente expuestos tiene una finalidad muy clara y encomiable: poner al día nuestra fe en Jesús de Nazaret, para conocerle mejor y seguirle más fielmente. Para los cristianos del siglo XXI recrear la fe es recuperar creativamente los orígenes e intentar ajustarlos a la cultura actual con su vocabulario, su imaginario, sus logros y sus alternativas prácticas. Sacar los relatos antiguos y envejecidos de su tierra original para colocarlos en un espacio y un tiempo nuevos. Un contexto cognitivo que está perfilado sobre las nuevas ciencias físicas y humanas, naturales y sociales. La física cuántica, la biotecnología, la biología molecular, la genética, la ecología, la psicología, las comunicaciones globalizadas, la interdependencia cósmica y humana, etc. El diálogo entre fe y ciencia no es solo es posible, sino necesario y enriquecedor para ambas. La persona humana es un ser en evolución permanente. Somos herederos del pasado, aunque no deudores sempiternos. Somos hijos libres, no repetidores. Somos evolutivos, creativos y recreativos. Todavía podemos recrear los sueños de Jesús, sus búsquedas, su grupo, su Cena, su espíritu inclusivo, sus caminos, sus palabras, su silencio, sus propuestas, el canto en los tiempos oscuros, su conflicto y su triunfo. Aún es tiempo. Los niños esperan la “salvación” de fuera y la conciben, además, de forma mágica. La humanidad en su conjunto ha conocido también esa forma de entender su propia salvación. La imagen de la serpiente de bronce elevada por Moisés en el desierto (Num 21,4-9), capaz de curar a quien la mirara, es el paradigma de la salvación entendida de aquel modo.
Con el tiempo, las religiones han podido cambiar la referencia –no se habla ya de una serpiente–, pero han seguido manteniendo el mismo esquema: seríamos salvados, desde fuera, por un Dios que envía a su Hijo como emisario divino y salvador. De la misma manera que nos entiende como seres carenciados que necesitan ser “completados” por algo exterior, una lectura mental nos ve como “pecadores” que necesitan ser “salvados” desde fuera. Sin embargo, así como ahora vemos inasumible la literalidad del mito –aun respetando su valor o significado simbólico–, a cada vez más personas la lectura que hace la mente nos resulta igualmente inapropiada. Más allá de la forma concreta con la que nuestra mente nos identifica, somos plenitud. Más allá de lo que pensamos, sentimos y hacemos, hay “Algo” en lo que nos reconocemos y que permanece estable en medio de todos los cambios que afectan a nuestra persona. Eso es lo que somos. Y eso es “completo”. Descubrirlo es sentirse “salvados”. Estamos ya salvados –siempre lo hemos estado–. Pero no en nuestro pequeño yo –en una supuesta actitud de orgullo religioso que suelen criticar quienes malinterpretan aquella afirmación primera–, sino en esa Realidad profunda que constituye nuestra identidad. El yo no puede presumir de estar salvado, pero lo que somos no necesita salvación alguna. Lo único que realmente necesitamos es reconocerlo. En lenguaje cristiano, una vez superado el mito, podría llegar a decirse que Jesús no nos salva desde fuera ni nos salva de nada. Nos “salva” porque nos muestra, en él mismo, que somos ya plenitud. Que, como él, cuando no nos reducimos al ego, podemos decir con toda razón: “Yo soy la vida”. Como todas las personas sabias, nos ayuda a ver. ¿Qué ideas tengo acerca de la “salvación”? Estamos en el c. III. Este evangelio es un esquema teológico. Cada capítulo tiene identidad por sí mismo, aunque éste es el que menos unidad interna muestra. El punto de partida es el diálogo con Nicodemo: “Te lo aseguro, el que no nazca de nuevo no puede ver el Reino de Dios”. Nicodemo le responde: “Eso es imposible”. Jesús insiste: “El que no nazca del agua y del espíritu no puede entrar en el Reino de Dios; lo que nace de la carne es carne, lo que nace del espíritu es espíritu”. ¿Cómo puede ser eso? Comienza el discurso que hemos leído.
El domingo pasado, Jesús arremetió contra el culto que se desarrollaba en el templo. Hoy arremete contra la manera de interpretar la Ley que tienen los fariseos. En ambos casos se trata de instituciones antiguas vacías de contenido que hay que sustituir. No se trata de una nueva interpretación, (que es lo que busca Nicodemo), sino de algo completamente distinto: hay que nacer de nuevo. No debemos pensar en discursos pronunciados por Jesús. Juan pone en boca de Jesús una cristología propia de finales del s. I. Lo mismo que Moisés levantó la serpiente. Lo que hizo Moisés es recordar al dios egipcio Ranenutet (representado por una serpiente). Su Dios le manda construir la imagen de otro dios. Es imprescindible saber que el dios egipcio era a la vez veneno y antídoto; muerte y vida; opresión y salvación. Al ser crucificado, Jesús representa a la vez muerte y vida, humillación y exaltación. Al decir “levantado”, va más allá de una alusión a la serpiente. La cruz es manifestación de la lealtad de Dios. Es la exaltación de Jesús. Para que todo el que lo haga objeto de su adhesión, (crea) tenga Vida definitiva. "Vida definitiva" denota la calidad de vida propia del estadio definitivo. Traducir por "eterna" empobrece el significado, por insistir solo en la duración y no en la calidad. La consecuencia de “ser levantado en alto”, es alcanzar plenitud de Vida. El Espíritu que nos comunicará, será la fuente de verdadera Vida para todos los que le acepten. Demostró Dios su amor al mundo. El amor se hizo visible en un acto. No se dirige solo a los cristianos, sino al mundo. Jesús es el don de Dios a la humanidad. "Dar a su Hijo" no se refiere aquí sólo a la encarnación, sino a la crucifixión. Para Juan, Jesús es enviado al mundo. Para los sinópticos, a Israel. La salvación está destinada a todos. No solo al pueblo elegido, sino a todas las naciones. Se acabaron los privilegios. La Vida del Espíritu se ofrece a todos. A finales del s. I. el cristianismo era ya una religión universal. El que le presta adhesión no tendrá sentencia. El que se la niega, ya tiene la sentencia. No hay lugar para la indiferencia. La sentencia negativa o positiva, no es consecuencia de un acto de Dios. Es el resultado de una actitud por parte del hombre. Si comprendiéramos bien este versículo, cambiaría todo el modo de entender la moral. Desde la visión farisaica (y la nuestra), Dios juzgaba a los hombres después de ver sus acciones. Si eran conforme a la Ley, los salvaba, si eran contrarias a la Ley, los condenaba. Dios es justicia. Todo está siempre en equilibrio. Cada acto del hombre le coloca en su sitio. Los hombres han preferido las tinieblas a la luz. "Su modo de obrar" denota el proceder habitual, no un acto puntual. En el prólogo se nos había dicho: "Y la Vida era la luz de los hombres". No es la luz la que da Vida (como maestro), sino al revés, es la Vida la que te iluminará. Sin Vida no se puede aceptar la luz. La falta de Vida lleva consigo el rechazo de la luz. Mantener una relación con Dios desde la Ley, desde lo externo, sin Vida, es mantener la relación de injusticia en que están los dirigentes religiosos. El que oprime al hombre no puede aceptar la luz. La adhesión a Jesús exige salir de la situación de opresión. El que obra con bajeza... El que practica la lealtad. "Obrar con bajeza” (practicar lo malo), se opone a “practicar la lealtad”. "Hacer la verdad" es un semitismo que utiliza Juan, y lo opuesto es "hacer la falsedad". El que es cómplice de la muerte no puede aguantar la Vida. La considera como una agresión. No se eligen las tinieblas por el valor que puedan tener en sí, sino por odio a la luz. No son las doctrinas (Luz), las que separan de Dios, sino la conducta (Vida). Quien daña al hombre con su modo de obrar, se opone al amor-vida. Rechazando la luz, cree poder continuar haciendo el mal sin ser descubierto. Practicar la lealtad es lo contrario de obrar con bajeza. Equivale a hacer lo que es bueno para el hombre. Al emplear "lealtad" nos está diciendo que el amor no es algo teórico, sino práctico. La Vida es anterior a la luz. El acercamiento a la luz se hace por amor a la luz, no para que se vean las obras "realizadas en unión con Dios". No obras hechas según Dios, sino algo más. Obras en las que, con la actividad del hombre, se ve la de Dios revelando su gloria-amor. Creer va unido a las obras buenas. La incredulidad acompaña a las malas. En el trozo del discurso que acabamos de analizar nos encontramos con los aspectos más originales de la salvación ofrecida por Jesús según este evangelio: 1) La salvación es Vida. 2) Viene de Dios, que es VIDA. 3) Es don gratuito e incondicional. 4) Es absoluto, no una alternativa a la condenación. 5) Exige la adhesión a Jesús. 6) Se manifiesta en las obras. Cada uno de estos puntos nos tendría que advertir de los errores en que caemos a la hora de hablar de esa salvación. Tendemos a esperar de Dios una salvación raquítica. Hablar de salvación, es plantearse el sentido último de la vida. Sería desplegar las más elevadas posibilidades humanas. El término “salvación” tiene connotación negativa y eso es muy peligroso a la hora de entender el evangelio. El pensar en la salvación en términos negativos ha paralizado nuestro desarrollo. Hemos creído que, si elimino el pecado, estoy salvado. Salvarse no es evitar la condenación. La salvación es siempre positiva. Sería llevarnos a una plenitud de ser, llevando al límite las posibilidades de nuestro verdadero ser. La salvación no me viene de fuera. La salvación surge de lo hondo de mí ser. Desde ahí, Dios-presencia posibilita mi plenitud. Hay que tener muy claro que me salva totalmente Dios y me salvo totalmente yo. La acción de Dios y la del hombre, ni se suman ni se restan ni se interfieren, porque son de naturaleza distinta. "Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti" (Agustín). Todo lo que depende de Dios ya está hecho. Mi salvación depende solo de mí. La conciencia que tenemos de que Dios puede no salvarme, es prueba de que esperamos una salvación equivocada. Queremos que Dios nos libere del sufrimiento, la enfermedad, la muerte. Todo eso forma parte de nuestra condición de criaturas y es inherente a nuestro ser. Ni Dios puede hacer que sigamos siendo criaturas sin limitaciones. Buscar la salvación por ahí es un error garrafal. La salvación tiene que realizarse a pesar de mis limitaciones. La salvación no es cambiar lo que soy ni añadir nada a lo que ya soy. Es una toma de conciencia de lo que en realidad soy y vivir en esa conciencia. Es descubrir el tesoro que está escondido dentro de mí y disfrutar de él. “La vida eterna consiste en que te conozcan a ti, único Dios verdadero y a tu enviado Jesucristo”. Se trata de “conocer”. Meditación Hay que nacer de nuevo. Somos fruto de la evolución de la carne. No he nacido como ser espiritual ya realizado. Tengo la capacidad de llegar a serlo, pero debo desplegar esa capacidad que se me ha dado. Si no la despliego, me quedaré en la carne. Una lectura rápida de las tres lecturas de este domingo revela una relación clara entre ellas: el amor de Dios. En la primera, provoca la liberación de los judíos desterrados en Babilonia. En la segunda afirma Pablo: “Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó…” En el evangelio, Juan escribe la famosa frase: “De tal manera amó Dios al mundo que le entregó a su hijo único”.
Si leemos los textos más tranquilamente, advertimos algo más profundo: ese amor se manifiesta perdonando en distintas circunstancias y por diversos motivos. Al mismo tiempo, requiere una respuesta de parte nuestra. Es preferible leer los textos en el orden cronológico en que fueron escritos. Por eso dejo para el final la carta a los Efesios. Perdón para los judíos basado en la fidelidad a la palabra dada. ¿Encontrará respuesta? (2 Crónicas 36, 14-16. 19-23) La primera lectura nos traslada a Babilonia, en el año 539 a.C., donde los judíos llevan medio siglo deportados. La ciudad cae en manos de Ciro, rey de Persia, y Dios lo mueve a liberarlos. Para justificar el medio siglo de esclavitud, la lectura comienza hablando del pecado de los israelitas, que no se limita a un hecho concreto, se prolonga en una larga historia. A la idolatría e infidelidades del comienzo respondió Dios con paciencia, enviando a sus mensajeros para invitarlos a la conversión. Pero los judíos los despreciaron y se burlaron de ellos. Entonces, la compasión de Dios dio paso a la ira, y los babilonios incendiaron el templo, arrasaron las murallas de Jerusalén, deportaron a la población. Años más tarde, la actitud de Dios cambia de nuevo y mueve a Ciro de Persia a liberar a los judíos. ¿A qué se debe este cambio? De acuerdo con la mentalidad más difundida en el Antiguo Testamento, el pueblo, tras sufrir el castigo, se convierte y Dios lo perdona. Igual que el niño que hace algo malo: su madre le riñe, pide perdón, la madre lo perdona. Sin embargo, en esta primera lectura no aparece la idea del arrepentimiento del pueblo. El único motivo por el que Dios perdona y mueve a Ciro a liberar al pueblo es por ser fiel a lo que había prometido. Volviendo al ejemplo de la madre, como si ella le hubiera dicho al niño: “Hagas lo que hagas, terminaré perdonándote”. Y lo perdona, sin que el niño se arrepienta, para cumplir su palabra. ¿Cómo reaccionan los judíos ante la noticia? El texto no lo dice, pero lo sabemos: unos pocos volvieron a Judá, arriesgándolo todo, sin saber lo que iban a encontrar; otros prefirieron quedarse en Babilonia. (¿Cuántos afroamericanos estarían dispuestos a volver de Estados Unidos a los países de origen de sus antepasados?) Perdón universal basado en el amor, que puede ser aceptado o rechazado (evangelio) El evangelio enfoca el tema del amor y perdón de Dios de forma universal. No habla del amor de Dios al pueblo de Israel, sino de su amor a todo el mundo. Pero un amor que no le resulta fácil ni cómodo, en contra de lo que cabría imaginar: le cuesta la muerte de su propio hijo. Además, el evangelio subraya mucho la respuesta humana: ese perdón hay que aceptarlo mediante la fe, reconociendo a Jesús como Hijo de Dios y salvador. Esto lo hemos dicho y oído infinidad de veces, pero quizá no hemos captado que implica un gran acto de humildad, porque obliga a reconocer tres cosas: a) Que soy pecador, algo que nunca resulta agradable; b) Que no puedo salvarme a mí mismo, cosa que choca con nuestro orgullo; c) Que es otro, Jesús, quien me salva; alguien que vivió hace veinte siglos, condenado a muerte por las autoridades políticas y religiosas de su tiempo, y del que muchos piensan hoy día que sólo fue una buena persona o un gran profeta. Usando la metáfora del evangelio, es como si un potente foco de luz cayese sobre nosotros poniendo al descubierto nuestra debilidad e impotencia. No todos están dispuestos a este triple acto de humildad. Prefieren escapar del foco, mantenerse a oscuras, engañándose a sí mismos como el avestruz que esconde la cabeza en tierra. Pero otros prefieren acudir a la luz, buscando en ella la salvación y un sentido a su vida. Perdón para los paganos basado en la compasión. Respuesta: fe y buenas obras (carta a los Efesios, 2,4-10) La salvación universal de la que habla el evangelio la concreta la carta a los Efesios en una comunidad concreta de origen pagano: la de la ciudad de Éfeso (situada en la actual Turquía). Antes de convertirse, estaban muertos por los pecados, con un agravante: Dios no les había hecho ninguna promesa de salvación, como a los judíos deportados en Babilonia. Sin embargo, los perdona. ¿Por qué motivo? Porque es “rico en misericordia”, “por el gran amor con que nos amó”, “por pura gracia”. Esto es lo que san Pablo llama en otro contexto “el misterio que Dios tuvo escondido durante siglos”: que también los paganos son hijos suyos, tan hijos como los israelitas. Esta prueba del amor de Dios espera una respuesta, que se concreta en la fe y en la práctica de las buenas obras. Reflexión final En el contexto de la cuaresma, que se presta a subrayar el aspecto del pecado y del castigo, la liturgia nos recuerda una vez más que nuestra fe se basa en una “buena noticia” (evangelio), la buena noticia del amor de Dios. Nosotros, que somos los herederos de los efesios, de los corintios, de los tesalonicenses, debemos reconocer, como ellos, que todo es don de Dios y no mérito nuestro, y que debemos responder con fe y dedicándonos “a las buenas obras” que él nos ha asignado. ¿Cuáles son los principales problemas de la humanidad? Yo indicaría estos cuatro:
1.-Pandemia, sanidad 2.- Hambre en el mundo 3.-Guerra, refugiados, emigrantes 4.- Medioambiente y cuidado de la naturaleza Cuatro bloques de problemas que, a mí me parecen, son los más importantes en este momento de la humanidad. Hemos tenido un minuto de lucidez que nos ha venido con la pandemia. Por una vez nos hemos puesto todos en movimiento, nos ha igualado a todas las personas, aunque con diferencias abismales. Pero todos estamos tocados. Nos ha invitado a toda la humanidad a poner manos a la obra y buscar alternativas. Es cierto que la respuesta es desigual y que mientras en Europa tenemos vacunas, con dificultades, en Canadá les sobran, y en África y América apenas les llegan unas gotitas. Pero sí que hay un movimiento general. Y espero que en todos esté el que la respuesta sea general. A la vez estamos embarcados en la transformación de una sociedad industrial hacia otra sociedad informática. Es un momento clave en la historia. Y es preciso que descubramos hacia dónde queremos caminar y trabajemos para que toda la humanidad nos movamos socialmente empujando a los gobiernos y a los grandes capitales hacia otra sociedad más igualitaria, más humana. Dos puntos importantes: que la nueva sociedad parta de la reflexión y de la colaboración de todas las personas, sin olvidarnos de los más pobres, no ya solo como destinatarios sino como agentes de ese nuevo mundo. Lo cual requiere participación muy activa de todos. Es momento de sentirnos impactados todos y mover la sociedad hacia la participación. Hemos demostrado ante el covid que somos un pueblo que sabe luchar en la dificultad y seguir con esperanza. Esa esperanza y ese esfuerzo nos pueden llevar a un mundo alternativo. Los grandes problemas que exponía arriba, se pueden resolver. Hay que intentarlo. Da gusto que el esfuerzo del pueblo se vea reforzado por los grandes líderes y contamos con la ayuda fenomenal del papa, que nos apoya y nos orienta. Ahí tenemos la encíclica Fratelli Tutti. Cuando se va a sacar un paso de la semana santa, se preparan todos los costaleros con el hombro debajo del paso y a una señal del mayordomo, todos arriman el hombro y se levanta el paso. Así necesitamos hacer en la humanidad. Hay muchos y buenos mayordomos de muchos estilos en la sociedad. Que nos indiquen cómo arrimar el hombro y levantar esta realidad. |
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