Sigue Mt en el sermón del monte, con la intención de armonizar el AT con la predicación de Jesús. Ante la lectura de este evangelio, uno se queda sin aliento. “No hagáis frente al que os agravia”. “Ama a tu enemigo y reza por él”. “Sed perfectos como vuestro padre celestial es perfecto”. Si repaso detenidamente estas exigencias, descubriré lo que me falta para cumplirlas como nos pide Jesús. Tal vez Nietzschetenía más razón de lo que pensamos, cuando decía: "Sólo hubo un cristiano y ese murió en la cruz."
Sinceramente creo que la verdadera dimensión cristiana está aún por inaugurar. Hemos construido miles de templos; hemos llevado la cruz a todos los rincones del orbe; hemos elaborado sumas teológicas como para parar un tren; hemos creado leyes que regulan todos los ámbitos de nuestra existencia; pero el único principio esencialmente cristiano está olvidado y sin repercusión alguna en nuestra vida. Está mandado: “ojo por ojo y diente por diente" Pero yo os digo: no hagáis frente al que os agravia. El ‘ojo por ojo’, fue un intento de superar el instinto de venganza que nos lleva a hacer el máximo daño posible al que me ha hecho algún daño. Tenemos asumido que la meta es la justicia, identificada con el ojo por ojo. Creo que la racionalidad y el jurisdicismo occidental nos impiden la comprensión del mensaje cristiano. Reclamamos justicia, pero si examinamos esa justicia que exigimos, descubriremos con horror, que lo que intentamos todos, es hacer de la justicia un instrumento de venganza. Se utilizan las leyes para hacer todo el daño que se pueda al enemigo; eso sí, dentro de la legalidad y amparados por la sociedad. Los buenos abogados son aquellos que son capaces de ganar los pleitos cuando la razón está de parte del contrario. Las frases tan concisas y profundas pueden entenderse mal. No nos dice Jesús que no debamos hacer frente a la injusticia. Contra la injusticia hay que luchar con todas la fuerzas. Tenemos obligación de defendernos cuando nos afecta personalmente, pero sobre todo, tenemos la obligación de defender a los demás de toda clase de injusticia. Lo que nos pide el evangelio es, que nunca debemos eliminar la injusticia con violencia. Si utilizamos la violencia para eliminar una injusticia, estamos manifestando nuestra incapacidad de eliminarla humanamente. No convenceré al injusto si me empeño en demostrarle que me hace daño a mí o a otro. Pero si soy capaz de demostrarle que con su actitud se esta haciendo un daño irreparable a sí mismo, sin duda cambiaría de actitud. Habéis oído que se dijo: “amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo" Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos. Hay que aclarar que para ellos el prójimo era el que pertenecía a su pueblo, a su raza, a su familia. El “enemigo” era siempre el extranjero, que atentaba real o potencialmente contra la seguridad el pueblo. Para poder subsistir, no tenían más remedio que defenderse de las agresiones. Jesús da un salto de gigante y podemos apreciar que la diferencia entre ambas propuestas es abismal. ¿Por qué tengo que amar al que me está haciendo la puñeta? El camino para la comprensión de esta norma, es largo y muy penoso. Tenemos que llegar a él, a través de un proceso de maduración, en el que debemos tomar conciencia de que todos somos una sola cosa, y que en realidad, no hay enemigo. En el fondo, el amor al enemigo no es más que una manifestación del verdadero amor, que por ir en contra del instinto de conservación, se ha convertido en la verdadera prueba de fuego del AMOR. La dificultad mayor para comprender este amor, está en que confundimos amor con sentimiento. El amor evangélico no es instinto ni sentimiento. Por lo tanto no podemos espera que sea algo espontáneo. El verdadero amor, sea al enemigo o a un hijo, no es el instinto que nace de mi ser biológico. El amor de que estamos hablando es algo mucho más profundo y humano. Ni siquiera nuestra razón nos puede llevar a ese nivel. Enemigo es el que tiene una actitud de animadversión, no el que la sufre. El enemigo no tiene por qué obtener una respuesta de la misma categoría que su acción. Alguien puede considerarse enemigo mío, pero yo puedo mantenerme sin ninguna agresividad hacia él. En ese caso, yo no convierto en enemigo al que me ataca. Si le constituyo en enemigo, he destrozado toda posibilidad de poder amarle. Un ejemplo puede aclarar lo que quiero decir. En el mar siempre habrá olas, de mayor o menor tamaño, pero siempre estarán ahí. Al llegar al litoral, la misma ola puede encontrar la roca o puede encontrarse con la arena. ¡Qué diferencia! Contra la roca estalla en mil pedazos. Con la arena se encuentra suavemente y de manera imperceptible. Incluso si la ola es muy potente, en la arena rompe sobre sí misma y pierde su fiereza. ¿Necesitas explicación? Pues voy a dártela. Los enemigos van a estar siempre ahí. Pero la manera de encontrarte con ellos dependerá siempre de ti. Si eres roca el encuentro se manifestará estruendosamente y ambos se dañarán. Si eres playa todo su potencial queda anulado y llegara hasta ti con la mayor suavidad. Un detalle, la roca y la arena, están hechas de la misma materia, solo cambia su aspecto exterior. Así seréis hijos de vuestro Padre… Aquí encontramos una de las mejores muestras de lo que se entendía por hijo en tiempo de Jesús. Hijo era el que salía al padre, el que era capaz de imitarle en todo. Viendo al hijo, uno podía adivinar quién era su padre. También podemos descubrir la idea de Dios que tenía Jesús. Un Dios que ama a todos por igual porque su amor no es la respuesta a unas actitudes o unas acciones sino anterior a toda acción humana. Dios me ama no porque yo sea bueno sino porque él es bueno. En contra de lo que se nos ha repetido hasta la saciedad, Dios no ama a los buenos, sino que Él ama infinitamente a todos. De la misma manera, el amor que yo tengo a los demás, no puede estar originado ni condicionado por lo que el otro es o tiene, sino por la calidad de mi propio ser. El amor no es respuesta a las actuaciones o cualidades de un ser; su origen tiene que estar en mí, y solo afecta al otro como objetivo, como meta. Si somos incapaces de amar al enemigo, podemos tener la certeza de que todo lo que nosotros hemos llamado amor, no tiene nada que ver con el evangelio, y por lo tanto del amor que nos ha exigido Jesús. El evangelio no es ciencia ni filosofía ni moral ni teología ni religión. El evangelio es un lenguaje vitalista. El evangelio no está encaminado a enriquecer la inteligencia sino a encauzar la vida. Meditación-contemplación No pretendas ir a nadie como ola agresiva. Pero al que venga hacia ti con violencia, acógele con suavidad y quedará frustrado en su actitud. No se te ocurra intentar amar a otra persona, si te acercas a ella considerándola enemiga. Descubre, más bien, que no tienes ningún enemigo, porque eso depende exclusivamente de ti.
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El domingo pasado vimos dos recursos de Jesús para combatir el legalismo de los escribas: llevar la ley a sus últimas consecuencias(asesinato, adulterio) y anular la ley en vigor (divorcio, juramento). El evangelio de este domingo termina de tratar el tema añadiendo un nuevo recurso: cambiar la norma por otra nueva. Lo hace hablando de la venganza y de la relación con el prójimo.
Generosidad frente a venganza El quinto caso toma como punto de partida la ley del talión («ojo por ojo, diente por diente»). Esta ley no es tan cruel como a veces se piensa. Intenta poner freno a la crueldad de Lamec, que anuncia: «Por un cardenal mataré a un hombre, a un joven por una cicatriz» (Génesis 4,23). Frente a la idea de la venganza incontrolada (muerte por cicatriz) la ley del talión pretende que la venganza no vaya más allá de la ofensa (ojo por ojo). De todos modos, sigue dominando la idea de que es lícito vengarse. En Las Coéforas de Esquilo se advierte el valor universal de esta idea. Después del asesinato de su padre, Electra pregunta al Coro qué debe pedir, y éste le responde: − Que un dios o un mortal venga sobre ellos... − ¿Cómo juez o como vengador? − Di simplemente, “alguien que devuelva muerte por muerte”. − Pero, ¿crees tú que los dioses encontrarán santo y justo mi ruego? − ¿Acaso no es santo y justo devolver a un enemigo mal por mal? Jesús no acepta esta actitud en sus discípulos. No sólo no deben enfrentarse al que lo ofende, sino que deben adoptar siempre una postura de entrega y generosidad. Para expresarlo, recurre a cinco casos concretos. ¿Cómo debes comportarte con quien te abofetea, te pone pleito para quitarte la túnica, te fuerza a caminar una milla (quizá se refiera a los soldados romanos, que podían obligar a los judíos a llevarles su impedimenta esa distancia), te pide, o te pide prestado? Basta hacerse cada una de estas preguntas, pensando cómo responderíamos nosotros, para advertir la enorme diferencia con las respuestas de Jesús. De todos modos, lo que dice no debemos interpretarlo al pie de letra, porque terminaría amargándonos la existencia. El mismo Jesús, cuando lo abofetearon, no puso la otra mejilla; preguntó por qué lo hacían. Lo importante es analizar nuestra actitud global ante el prójimo, si nos movemos en un espíritu de venganza, de rencor, de regatear al máximo nuestra ayuda, o si actuamos con generosidad y entrega. Amor al enemigo El último caso parte de una ley escrita («amarás a tu prójimo»: Levítico 19,18) y de una norma no escrita, pero muy practicada («odiarás a tu enemigo»). Es ciertos que el libro del Éxodo contiene dos leyes que hablan de portarse bien con el enemigo: «Cuando encuentres extraviados el toro o el asno de tu enemigo, se los llevarás a su dueño. Cuando veas al asno de tu adversario caído bajo la carga, no pases de largo; préstale ayuda» (Ex 23,4-5). Pero es curioso cómo se cambia esta ley en una etapa posterior: «Si ves extraviados al buey o a la oveja de tu hermano, no te desentiendas: se los devolverás a tu hermano. Si ves el asno o el buey de tu hermano caídos en el camino, no te desentiendas, ayúdalos a levantarse» (Dt 22,1.4). La obligación no es ahora con el enemigo y el adversario, sino con el hermano (en sentido amplio). Alguno dirá que, para el Deuteronomio no hay enemigos, todos son hermanos. Pero es una interpretación demasiado benévola. El evangelio es muy realista: los seguidores de Jesús tienen enemigos. Sus palabras hacen pensar en las persecuciones que sufrían las primeras comunidades cristianas, odiadas y calumniadas por haberse separado del pueblo de Israel; y en la que sufren tantas comunidades actuales en África y Asia. Frente a la rabia y el odio que se puede experimentar en esas ocasiones, Jesús exhorta a no guardar rencor; más aún, a perdonar y rezar por los perseguidores. Lo que pide es tan duro que debe justificarlo. Lo hace contraponiendo dos ejemplos: el de Dios Padre, el ser más querido para un israelita, y el de los recaudadores de impuestos y paganos, dos de los grupos más odiados. ¿A quién de ellos deseamos parecernos? ¿Al Padre que concede sus bienes (el sol y la lluvia) a todos los seres humanos, prescindiendo de que sean buenos o malos, de que se porten bien o mal con él? ¿O preferimos parecernos a quienes sólo aman a los que los aman? No se trata de elegir lo que uno prefiera. El cristiano está obligado a «ser bueno del todo, como es bueno vuestro Padre del cielo». Primera lectura (Levítico 19, 1-2.17-18) La idea de imitar al Dios bueno y santo portándonos bien con el prójimo es el tema de la primera lectura. La formulación es muy interesante, alternando prohibiciones y mandatos. Prohíbe odiar, manda reprender, prohíbe vengarse, manda amar. De ese modo, prohibiciones y mandatos se complementan y comentan. No odiar de corazón significa, en la práctica, no vengarse ni guardar rencor. Reprender es una forma de amar; de hecho, lo más cómodo y fácil ante los fallos ajenos es callarse y criticarlos por la espalda; para reprender cristianamente hace falta mucho amor y mucha humildad. Jesús siempre sorprende con frases inesperadas, excéntricas y hasta contradictorias. Así, por ejemplo, cuando nos invita: “Sean perfectos como el Padre es perfecto”.
¿Perfectos? La perfección no es una virtud deseable en nuestros días. Evidentemente el mundo postmoderno en el que vivimos huye de los perfeccionismos. Y ello resulta muy útil para contrarrestar utopías inalcanzables y deseos impertinentes que no tienen mucho que ver con una concepción ajustada de nosotros mismos. En este sentido, podríamos intentar traducir la perfección desde senderos más equilibrados, en términos de plenitud, de sinceridad, de honestidad y hasta de búsqueda de la verdad. Pero la frase de Jesús continúa curiosamente: “como el Padre es perfecto”. Si ser perfectos parecía improcedente, ser perfectos como el Padre no parece ser posible para nadie. ¿Cómo es perfecto el Padre? La palabra “como” que vincula la perfección del Padre a la nuestra me ofrece una clave de interpretación comparativa. ¿Cómo y en qué circunstancias podemos ser como el Padre? Las palabras de Jesús tienen mucho de incomprensibles y habría que dejarlas abiertas. Pero ofrezco aquí una posible interpretación que vincula la práctica de acciones de misericordia con una mirada contemplativa. En clave de bienaventuranzas, el texto que reflexionamos este domingo nos invita a realizar varias acciones concretas que son la parte práctica de esta felicidad: dar a quien nos lo pida, mantenernos firmes, íntegros y con fortaleza cuando nos golpean, acompañar a alguien en su camino… Pero, tal vez, para que ello no se convierta en mero activismo, Jesús nos ofrece un universo de sentido: nosotros como el Padre. Es decir, nos invita a redescubrir la vinculación profunda con Dios. Hoy, con la fuerza que recobra la espiritualidad y el influjo de la meditación, hablaríamos de abrir nuestra conciencia para vernos a nosotros mismos tal como somos, y entendernos en relación profunda con todos y con Dios. Esto mismo ya lo decía, por ejemplo, santa Clara de Asís cuando invitaba a sus compañeras a mirarse en el “espejo de eternidad”. Esta conciencia transformada puede ser la guía que nos impulsa a las acciones de empatía, de no violencia y de compañía, más allá de arrinconamientos, de victimismos o de desempoderamientos. La perfección, como este entendernos a nosotros mismos desde Dios, se presenta entonces como posibilidad de transitar este mundo de las bienaventuranzas. Una de cada tres personas en el mundo vive en un país sin libertad religiosa y 38 países sufren persecución o discriminación, según revela el Informe de Libertad Religiosa en el Mundo 2016, elaborado por la fundación pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada.
El estudio analiza la situación de la libertad religiosa en los 196 países que existen y constata que, durante el periodo analizado –desde junio de 2014 hasta el mismo mes de 2016–, el 20% de los países han sido escenario de «graves ataques» a la libertad religiosa. En concreto, pone de manifiesto que 38 países padecen estas violaciones, de entre los cuales 23 sufren persecuciones –esto es que «existe una campaña activa para exterminar, expulsar o someter a un determinado grupo religioso»– y 15, discriminación derivada de la aplicación de leyes que marginan a los fieles de una religión. Pertenecen al primer grupo de países, aquellos cuyos habitantes son perseguidos por profesar una determinada creencia, entre otros, Afganistán, Arabia Saudí, Corea del Norte, China, Irak, Kenia, Libia, Nigeria, Siria y Somalia. Mientras, entre los discriminatorios, se encuentran Argelia, Egipto, Irán, Kazajastán, Maldivas, Qatar, Turquía, Ucrania y Vietnam. En cualquier caso, de los datos se desprende que en la mitad de estos 38 países la situación se ha mantenido estable en los últimos dos años y en un 8% incluso ha mejorado. El informe señala además que los gobiernos no son los principales responsables de la persecución, sino agentes no estatales como organizaciones terroristas o fundamentalistas. Precisamente, el informe denuncia que uno de cada cinco países en el mundo ha sufrido ataques islamistas radicales y califica de «genocidio» las matanzas llevadas a cabo por el autoproclamado Estado Islámico en Siria e Irak. «Desde 2014 estamos asistiendo a un nuevo fenómeno de violencia sin precedentes calificado como hiperextremismo islamista», advierten los autores. En Occidente, añaden, este «hiperextremismo» corre el riesgo de desestabilizar el tejido social, pues algunos países que han sido víctimas de ataques de fanáticos asisten ahora al auge de «grupos populistas», así como al surgimiento de «discriminación y violencia». Asimismo, precisa que el cristianismo es la religión más perseguida del mundo y que 334 millones de cristianos viven aún hoy en alguno de estos 38 países. Desde siempre sentí una atracción especial por el silencio, antes incluso de saber lo que era. Desde niño, sentía la necesidad de quedarme a solas; siendo joven, empecé a buscar espacios de silencio en monasterios cartujos y cistercienses. Y percibía que el silencio me “recomponía”, aquietándome por dentro y armonizando toda mi existencia.
Sin embargo, la innegable atracción se daba la mano con la dificultad que experimentaba. Buscaba el silencio, pero rara vez lograba acallar el oleaje mental y emocional. Había demasiado ruido –miedo y soledad– y demasiado ego en mi interior. Y me faltaba mucho para comprender que el silencio no tiene que ver tanto con lo exterior, cuanto con la mente y el yo. Me faltaba mucho trabajo interior –trabajo psicológico y práctica meditativa adecuada– para ir aprendiendo a aquietar la mente y silenciar el ego. Hoy sigo experimentando dificultades y mi ego se sigue desbocando. Sin embargo, se me ha regalado una certeza impagable: que el silencio no es “algo” que vaya buscando porque me hace bien, sino que es otro nombre de la Realidad que me sostiene y, en último término, me constituye. Y ahora entiendo, finalmente, por qué me atraía con tanta intensidad: el Silencio es la “casa”, nuestra verdadera identidad. Lo contiene todo –también los ruidos, los pensamientos y las emociones con sus vaivenes–, pero no se reduce a nada de ello. Tras ese regalo, vivo el Silencio, no como algo bienhechor, ni tampoco como una práctica beneficiosa, sino como un estado de consciencia que me permite reencontrarme conmigo mismo en profundidad y con todos los seres. Ahora sé también que no hay nada que lo pueda romper. Y por eso vuelvo a él en medio de cualquier actividad e incluso de cualquier alteración. Volver a él es venir a casa y encontrarme con lo que soy, con lo que somos: Aquello que está siempre a salvo y no puede ser dañado. He descubierto así el Silencio como fuente de liberación. Y no se trata de ningún esfuerzo por “construir” o “producir” ese silencio sanador. Es mucho más sencillo: se trata simplemente de dejarse atraer y aprender a descansar en él. El resto viene dado. No implica tanto esforzarse en poner atención cuanto descansar en la atención que somos. Descansar, vivir en el Silencio significa poner consciencia en todo aquello que hago y vivo: en la tarea que estoy realizando, en la relación que mantengo, en la preocupación que aparece, en la inquietud que altera, en el dolor que desasosiega…, e incluso en la oscuridad que parece cegarme. Sea lo que sea, simplemente, pongo consciencia en aquello que está sucediendo –me introduzco en el estado de consciencia que es el Silencio– y permanezco en la Presencia que soy. Y compruebo, una y mil veces, que lo que brota de ese estado no tiene nada que ver con lo que aparece en el estado mental. El Silencio me unifica y me libera, me mantiene en casa, me otorga una capacidad cada vez más fácil de resituarme cuando mi ego ha tomado el mando y me regala el gozo de experimentar que soy uno con la Vida. Mi afirmación es clara y nace de una convicción profunda, es el grito de mi fe. Algo que es difícil de expresar con palabras. Pero, es lo que intento en este escrito. No digo en qué Jesús creo, porque el descubrimiento que he hecho de El ha supuesto un lento y doloroso proceso de desmitificación a través de los años. He leído mucho y estudiado varias cristologías, por el enorme interés que tengo por su persona. Sin embargo, creo que una cosa es saber sobre Jesús y otra muy distinta creer en él. No quiero meterme en los estudios que se han hecho sobre el Jesús de la historia, el Jesús histórico y el Cristo de la fe. Estudios documentados los hay a montones. Jamás se me ocurriría meterme por esos caminos. También hay magníficas Cristologías, algunas muy modernas con enfoques sugestivos y con gran amplitud de miras. Otro campo en el que sería una ridícula osadía pretender entrar. De modo que descarto con toda claridad todo lo que pueda sonar a estudio o exposición científica de estos temas. Porque estoy convencido de que la fe no se basa en los conocimientos. Se puede conocer algo de Jesús de Nazaret, pero no creer en él, o creer muy poco, o no confiar plenamente en su persona. En mi vida lo importante es la convicción, mi creencia, mi fe. Y esta convicción no es ni será nunca demostrable por la evidencia de sus argumentos. Es algo que se escapa a las pruebas de la razón, es de otra dimensión. Las convicciones son la prueba de la autenticidad de mi fe en Jesús. He descubierto que lo importante no es estar seguro de una serie de conocimientos o de verdades, sino tener unas convicciones que se van traduciendo poco a poco en una forma de vivir, en comportamientos lo más coherentes posible con esta fe.
Proceso desmitificador: Como toda persona creyente, para superar la fe del carbonero, me he hecho una serie de preguntas aunque no haya encontrado las respuestas, y me he dejado interpelar por la realidad en la que vivo. No quería que me engañaran más y cuando leía algún texto del Evangelio, me iba directo al griego a descubrir su verdadero significado. He soportado la perplejidad y el desconcierto, he convivido con la duda y hasta he experimentado el vértigo del agnosticismo o de la increencia. Me ha hecho polvo el silencio de Dios. Bonhoeffer, el teólogo protestante, lo formuló magníficamente: “Ante Dios y con Dios, vivimos sin Dios”. En el compromiso sociopolítico no interviene Dios para nada. La lucha por la liberación de los pobres, por su causa, como la de Jesús, tiene un componente ético de justicia y nada religioso. Y camino por esa senda con total desnudez. En una palabra, he tratado de seguir los pasos hacia la adultez cristiana, lo mismo que caminamos con mayor o menor éxito hacia la adultez humana. 1º) Jesús, ¿es Dios? Y la primera pregunta sería ésta: ¿Jesús era Dios? Si Jesús era Dios y lo sabía todo, en realidad no llevaba una vida humana como el común de los mortales. Jugaba con doble baraja. Sabía lo que iba a pasar, cómo iba a reaccionar cada persona, a cada uno de los acontecimientos desde los más inmediatos hasta los más lejano en una palabra sabía el final de la película. ¿Es posible admitir que la vida de Jesús fue una inmensa comedia de cara a la galería? su asombro, su admiración, su extrañeza, su indignación o sus lágrimas, ¡eran puro teatro! Todo aquello estaba ya previsto en el guión. Me resisto rotundamente a esa farsa porque la considero totalmente irrespetuosa para con Dios y para con los seres humanos. ¿Qué idea tenemos de Dios? Creo que no tiene sentido esa pregunta, porque si desconocemos el predicado, no lo podemos afirmar del sujeto. No sabemos, ni podemos saber nada de Dios, quien es Dios, cómo es Dios. Diríamos al revés, no preguntarnos si Jesús es Dios, sino afirmar que Dios es Jesús. Es el único Dios que hemos conocido. 2º) Jesús, ¿es hijo de Dios? Desde luego, no me creo que Jesús sea Hijo de Dios, es decir, que sea la “segunda persona” de la Santísima Trinidad. Creo que la Trinidad no existe, me parece que es un constructo humano, algo así como un mito o leyenda que también tienen otras religiones. No es lo mismo Hijo de Dios, que “Dios Hijo”. Se trata de la influencia griega que juega con conceptos filosóficos: Hijo de Dios es entendido en términos de naturaleza y esencia y no de fe. Decían que en Jesús había dos naturalezas, divina y humana, (perfectus Deus, perfectus homo, propio del siglo IV del concilio de Calcedonia) pero una sola persona, porque “como Dios todo lo tiene presente”. Desde siempre hemos considerado los términos Dios e Hijo de Dios como sinónimos. Pero, está claro que no era ése el sentido corriente en las culturas de la época. Hijo de Dios era el faraón desde el momento en que llegaba al poder. Hijo de Dios era el emperador romano, revestido del poder divino. Hijo de Dios era el rey de Israel y, de forma colectiva, todo el pueblo elegido. Está claro que, en estos contextos, “Hijo de Dios” no tiene el sentido fuerte que después ha ido adquiriendo en la teología. Por otra parte, conviene recordar que la expresión Hijo de Dios aparece 38 veces en los Evangelios frente a las 98 veces que usa la fórmula: Hijo del hombre. Parece bastante seguro, desde el punto de vista histórico, que Jesús nunca reivindicó para sí el título de Hijo de Dios. En cambio, se apropia el título de Hijo del hombre. No es casualidad. Se trata de un planteamiento muy madurado. Es decir, el centro del mensaje de Jesús no es Dios sino el hombre, todo ser humano. La afirmación es mucho más osada y más desconcertante. Lo que se deduce del prólogo de Juan es que Dios se refleja en Jesús. Efectivamente, avanzamos desde lo conocido (Jesús) hacia lo desconocido (Dios). El término cercano e inmediato es Jesús, su forma de vivir y su forma de morir. Su manera de apostar por la felicidad y por la vida. A partir de su vida tomada en su totalidad podemos barruntar lo que es Dios. Porque a Dios nadie la ha visto nunca; es el Hijo único, que es Dios, y está al lado del Padre, quien lo ha explicado (Jn 1,18). 3º) La filosofía griega: Desde la perspectiva de Jesús, necesita una severa revisión el Dios de la filosofía griega. No tiene nada que ver con el Dios de Jesús la imagen de un dios lejano e inaccesible, impasible e inmutable, ajeno y ausente de los avatares humanos. El Dios, motor inmóvil de Aristóteles, resulta difícilmente conciliable con el Dios de Jesús. La tendencia intelectualista griega ha puesto la teoría por encima de la práctica, el dogma por delante de la ética, la doctrina por encima de la vida, la ortodoxia en vez de ortopraxis. Dios no es persona, porque la palabra persona es propia de la filosofía griega. Nos han presentado un dios que todo lo tiene en un puño: el presente, el pasado y el futuro; para quien no hay sorpresas ni imprevistos, que lo tiene todo bajo control. Es el dios todopoderoso que permite el mal y los desastres naturales. Así han presentado los artistas a Jesús, como el “pantocrator”, el dios todopoderoso sustituto del dios Júpiter de los romanos. Yo creo en un dios débil que se identifica con los débiles, descarto que Dios sea todopoderoso. 4º) Jesús es la Vida. Nunca comprendí la introducción al evangelio de Juan en el que se dice que en el principio existía el Verbo. Luego, el Verbo fue traducido por “logos” y en otra parte traducido por Palabra. Se van aclarando las cosas: Verbo, Palabra, Proyecto. Me gusta la interpretación de Juan Mateos. Textualmente: La traducción del v. 1 puede hacerse así: Al principio ya existía el Proyecto, y el Proyecto se dirigía / interpelaba a Dios, y un ser divino era el Proyecto. El Proyecto de Dios es la vida, una Vida con mayúscula, en su sentido más pleno y totalizador. Desde el nivel biológico (¡pan para todo el mundo!) hasta las calidades de vida que podemos ir añadiendo a medida que nuestro desarrollo va ganando en sensibilidad: la paz, la alegría, la felicidad, la comunicación humana, el bienestar, la ternura, la armonía con la naturaleza, etc. La vida personal, la colectiva y la planetaria. La Vida es la luz de los hombres. El criterio ético por antonomasia, el punto de referencia para calibrar las actitudes y las decisiones es justamente aquello que crea vida. Quienes aceptan el Proyecto se van haciendo hijos de Dios. Una visión dinámica de la maduración humana y de la filiación divina al alcance de cualquier bolsillo. Hacerse hijos de Dios significa imitar a Dios en su capacidad de crear vida, de suscitar esperanza y confianza entre las personas. Porque quienes mantienen la adhesión al Proyecto, esos han nacido de Dios. Y el Proyecto se hizo hombre. Se traducía “el Verbo de Dios se hizo carne”. “Carne” (sarx) dice el texto del prólogo. Con el doble sentido de realidad visible, palpable, verificable y también de fragilidad/debilidad humana. No es puro sueño el Proyecto de Dios. Ni es tampoco una realidad para el mundo futuro. La apuesta por la vida se hace aquí, en esta tierra, con estas personas que nos rodean o que viven a miles de kilómetros. Aquel hombre, Jesús, se fue haciendo hijo de Dios a lo largo de su vida. Su comportamiento se fue pareciendo cada día más a la forma de comportarse Dios. Está claro que Jesús no hace teorías, no especula ni construye edificios filosóficos o teológicos. Jesús vive. Entra en contacto con la realidad y se deja interpelar por ella. A partir de los hechos, reacciona a favor de la vida, defiende la vida allí donde ésta se encuentra más amenazada. Ese es el sentido profundo de su cercanía a los excluidos y marginados, a las prostitutas y a los publicanos… No sienten necesidad de médico los sanos sino los que se encuentran mal (Lc 5,31). 5º) Jesús no lo sabe todo. Al dudar de que Jesús sea Dios, no se puede decir que su vida esté de antemano prevista y programada. Una vida que se sustrae a los avatares propios de la vida humana: la incertidumbre ante el futuro, el desconcierto o la perplejidad, el error y la metedura de pata, el no saber muchas veces qué hacer. Si fuera un Dios que todo lo sabe y todo lo puede, quedarían eliminadas todas las angustias y todas las dudas. ¡Menudo chollo! Durante siglos hemos estado repitiendo un Credo, donde el hombre Jesús queda literalmente anulado por el Verbo de Dios. La vida de Jesús se reduce a su nacimiento de María, la virgen, y a su muerte en cruz. El resto de su vida no interesa. ¿Cómo vivió? ¿Qué hizo y qué dijo? ¿Qué sentía ante los acontecimientos, las relaciones humanas, la vida? Jesús crecía, se desarrollaba como todo ser humano, y tuvo el proceso de maduración propio de todo ser humano. No tenía nada previsto, ni programado. Era un ser que se despojó de todos los “privilegios” de la divinidad, y en un total vaciamiento (kenosis) de todo lo divino, se humanizó de tal manera que se fundió y se confundió con todo lo humano. Con el sufrimiento de los que nada tienen, los que mueren de hambre cada día, con la angustia de los parados de larga duración, con el dolor de las muertes causadas en las terribles guerras entre pueblos, con la exclusión de tantos inmigrantes, con el sufrimiento de los enfermos, con la pobreza y la miseria de todos los pobres de la tierra. Era un ser tan asombrosamente humano que llegó a ser un modelo de vida para toda la humanidad, aunque no sea Dios, porque no podemos saber qué es Dios. 6º) La muerte de Jesús Otro interrogante crucial ¿Y la muerte de Jesús?: ¿por qué murió crucificado? Su muerte en cruz, ¿fue pura casualidad, estaba ya prevista o tiene que ver algo con su forma de vivir? El Credo ya se encarga de decir que fue crucificado “por nuestra causa”, por nuestros pecados, pero nos deja, como quien dice, con los mismos interrogantes. La muerte de Jesús fue horrenda, injusta y despiadada. Fue crucificado precisamente en medio de dos subversivos políticos. El término “lestai” en griego significa eso, subversivos políticos, no que fue crucificado entre dos ladrones vulgares. Fue un asesinato político y religioso. Se lo cargaron los poderes del Imperio romano y los poderes de la religión judaica. Su muerte en cruz es la prueba más descorazonadora de que Dios lo ha abandonado. El propio Jesús clamó dando una gran voz: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Mc 15,34). Esta es la única “palabra” que pronunció Jesús en la cruz, según Marcos y Mateo. Aquel hombre, Jesús, se vio sometido al desconcierto total, a la oscuridad y a la duda más aterradora: ¿de verdad lo había abandonado Dios? Porque hasta su experiencia de la paternidad divina queda aquí en entredicho. Para tratar de solucionar el problema ante aquel desastre se dice que “todo estaba ya escrito”. Fórmula que desde nuestra perspectiva resulta ambigua y hasta escandalosa, porque nos suena a fatalismo. Como si toda la vida de Jesús y su trágico desenlace estuvieran ya diseñados y programados desde toda la eternidad. Según algunos, Jesús no podía sufrir porque gozaba siempre de la visión beatífica divina, pero en la cruz hizo un milagro: ocultó misteriosamente su visión beatífica de Dios… ¡para poder sufrir! Resulta realmente asombrosa y espeluznante esta visión de Jesús y del sufrimiento. La muerte de Jesús no estaba prevista, ni programada. Podemos decir, eso sí, que una posible muerte violenta era incluso altamente previsible. No se desafía impunemente a los poderes establecidos. Sobre todo cuando ese desafío se realiza desde la desnudez de la palabra y desde la solidaridad con los excluidos religiosos y sociales. Jesús fue víctima de su propia manera de vivir, de su enfrentamiento con una religión ritualista y alienante, de su cercanía hacia las personas marginadas. En una palabra, fue víctima de su propia ingenuidad al proponer una sociedad alternativa basada en cosas tan sencillas como el servicio fraternal frente a toda forma de poder y la mesa compartida frente a la riqueza acumuladora. 7º) Jesús resucitó: No tengo ni idea de lo que esto significa. No es un hecho que se pueda probar ni comprobar no es un milagro. Solo puedo entender algo de manera confusa que Jesús sigue viviendo, es el Gran Viviente, que supera las formas de existencia humana, el tiempo y el espacio, propios de la historia humana. No todo terminó en la cruz. Él tiene razón para seguir viviendo, y creo que sigue vivo, aunque no entiendo sus razones. También admito la posibilidad de que voy a resucitar, es decir, a seguir viviendo de forma misteriosa, enigmática. No entiendo nada de esto, pero tengo la creencia, la sospecha, no la certeza, de que pueda resucitar junto con todos los pobres de la tierra que no gozaron de la vida a la que tenían derecho. Si alguien tiene “derecho” a resucitar son ellos los que principalmente han de resucitar. Me parece que no se puede decir que la injusticia triunfará al final. Tengo muchas dudas de que haya otra vida definitiva que va más allá de esta; a pesar de que él lo ha dicho. Yo me fío de El, confío de tal manera en él y en su mensaje que se con una certeza absoluta que Él no me va a fallar, no que vaya a resucitar. Vivo tranquilo y con mucha paz, aunque tenga muchas dudas. No tengo otros apoyos, vivo en una dura soledad, en una clara pobreza económica, “no tengo donde caerme muerto”, en casi completa desnudez psicológica, tampoco tengo otras seguridades sobre un futuro incierto, ese “más allá”, que traspasa las fronteras de mi existencia terrena. Sólo le tengo a Él, del que me fío y confío plenamente. Intencionadamente sin duda, me quiero situar en el doble aspecto, que incluye el título de este breve artículo: La emigración religiosa por motivos religiosos de persecución u otros; y la emigración religiosa implicada en la religiosidad concreta, que emigra con cada emigrante.
Son dos aspectos inseparables de todo movimiento migratorio. Pero quiero mostrar que será fructífero considerarlos y valorarlos por separado, para darles toda su importancia y tratamiento necesario. Porque una cosa es que muchos tengan que emigrar, porque su vivencia religiosa es demonizada y perseguida en su país. Y otra muy diferente que todo emigrante, sea cual sea la razón de su desplazamiento, lleva consigo, con su cultura y modos de vida, su religión de nacimiento. El que emigra por necesidad de salvar su vida, o su modo de vida, puede experimentar una sensación de inevitable extrañeza, al encontrarse con gentes de otra religión. A ello puede agregarse un cierto sentido de inferioridad, sobre todo en cuanto al número. Inevitablemente encontrará mayor dificultad para seguir practicando su religión. Puede experimentar alguna forma de intrusismo o de rechazo en la relación con la religión mayoritaria del país de llegada. En el fondo, su presencia está denunciando por sí misma una irregularidad. He llamado emigración religiosa, también, al hecho de que, con cada emigrante, la religión que vive le acompaña, le marca de manera diferente, para ayudarle o para dificultar su aclimatación a la nueva realidad. La historia nos da, abundantes, y a veces funestas, muestras de la crudeza con que la religión ha marcado el encuentro de grupos humanos, de culturas, y la convivencia misma en zonas del planeta. No solo escisiones y rupturas; largas y encarnizadas guerras de religión han denigrado la esencia misma de lo religioso. Solo encuentro respuesta a esta espinosa realidad en la naturaleza misma de la religión. Salvo posibles inicios de religiones, originadas en mentes torcidas y de motivación ventajista, creo que toda religión brota de la búsqueda de sentido, que el hombre de todos los tiempos experimenta en su interior. A cuya búsqueda responde alguna forma de inspiración. En todas las religiones el autor de esta inspiración es el mismo Dios. Este hecho universal da a todas las religiones un marchamo único de legitimidad. De legitimación para abrazarlas y de motivación para fomentarlas. No entro aquí en la discusión de su verdad/falsedad, que viene después, marcada por la mentalidad de sus mentores autorizados. Solo pretendo una sencilla incursión por el talante, que conviene y será necesario, para que cada emigrante y, con él y por medio de él, cada religión cumpla de lleno su función: ser emigrante. Ninguna religión debe estudiarse, alabarse y menos plantearse como la mejor y, menos aún, la única. Todas son caminos del hombre a Dios. Todas son invitación de Dios a la plenitud del hombre. Lo mejor, que pueden hacer las religiones es acercarse mutuamente, conocerse, valorarse y apoyarse. Para ello, tienen necesidad absoluta de emigrar de sí mismas. Salir de sí y entrar a fondo en la oferta de las otras. Conocer lo mejor y esencial que hay en ellas. Beneficiarse de sus riquezas; son algo que las otras guardan y no deben negar. Llegar hasta incorporar parte o toda la riqueza de otra religión es más delicado. Es lo contrario a mi planteamiento. Lo llaman conversión, pero, salvo casos especiales, ofrece muchos reparos a un análisis libre. Las motivaciones suelen ser más de índole externa que interior. Por eso, mi propuesta es el diálogo del conocimiento y el encuentro de la búsqueda común. Es el Diálogo – Encuentro Interreligioso. Y este, en nuestro tiempo, no puede ser una encomiable decisión de unos pocos llamados a ello. Es necesidad y deber de las jerarquías, en primerísimo lugar. Tarea que no están, ni de lejos, cumpliendo. De hecho, se encargan muy bien de cerrar las puertas a este género de emigración. No les gusta que su religión sea emigrante. Les gusta más que sea misionera, predicadora de la conversión. Leía recientemente un comentario periodístico a propósito de las celebraciones navideñas. El autor se lamentaba de que, en el mundo actual, “nos faltan objetivos”. A la vez que denunciaba la superficialidad, la fiebre por el consumo y el individualismo de nuestra sociedad, citaba a Paul Tillich para afirmar que “la gran tragedia del hombre moderno es haber perdido la dimensión de profundidad”.
Paul Tillich (1886-1965) fue uno de los teólogos más influyentes del siglo XX. Y, en cierto modo, podría decirse que el leitmotiv de su obra es una insistente invitación a recuperar la que él llamaba dimensión de profundidad. Expresión, por cierto, con la que se refería al Misterio que las religiones han nombrado como “Dios”. Sin duda, son ciertas las dos afirmaciones del gran teólogo germano-estadounidense, autor de libros tan interesantes como La dimensión perdida o El coraje de existir, aparte de su monumental Teología sistemática. Por una parte, salta a la vista la tendencia humana a instalarnos en la superficialidad –llámese “zona de confort” o simplemente comodidad– y, por otra, no es menos evidente la certeza de estar habitados por un anhelo que nos llama constantemente hacia la profundidad, de cualquier modo que se la nombre: nuestras raíces, nuestro ser…, en definitiva, nuestra “casa”. Esa es la paradoja humana. Y, sin duda, entre ambos extremos –superficialidad y profundidad– nos debatimos, del modo que mejor sabemos y podemos. Sin embargo, en el artículo al que me refería, el periodista, citando a otro teólogo –español en este caso-, afirmaba: “Las generaciones actuales no tienen ya el coraje de plantearse estas cuestiones [las preguntas acerca de nuestro origen y nuestro destino, nuestros valores y objetivos] con la seriedad y la hondura con la que lo han hecho las generaciones pasadas”. Sin negar la primera parte de esa afirmación –los humanos estamos lejos aún de vivir en la consciencia de lo que somos–, la segunda, sin embargo, me parece poco ajustada, al idealizar tiempos pasados de los que no puede decirse, con rigor, que vivieran con más consciencia que nuestros contemporáneos. Pareciera como si los sectores más conservadores sintieran añoranza de épocas anteriores, en las que se daba un mayor consenso social, cultural y religioso. Pero, en mi opinión, eso no significaba que nuestros antepasados se plantearan aquellas cuestiones fundamentales con mayor “hondura”, sino que sencillamente se adaptaban acríticamente a las creencias social y culturalmente aceptadas. En ese sentido, es innegable que se ha producido un radical “cambio de paradigma”: del monolitismo anterior hemos pasado a una situación de pluralismo difícilmente imaginable hace solo unas décadas. Pero aun con la zozobra que suele acompañar tales movimientos, y con las ambigüedades propias de todo lo humano –incluidos los síntomas denunciados por el periodista–, parece que la humanidad camina hacia una consciencia cada vez mayor. Tal vez, la llamada por Tillich “dimensión perdida” no sea otra cosa que nuestra verdadera identidad. Pero no llegaremos a ella a través del esfuerzo voluntarista, sino gracias a la comprensión. Comprensión que conecta con la propuesta que han hecho los sabios a lo largo de toda la historia (“conócete a ti mismo”) y que define lo que es el genuino “trabajo espiritual”: responder experiencialmente a la pregunta “¿quién soy yo?” y vivir en conexión con lo que realmente somos. Desde ahí comprenderemos que todo lo demás –superficialidad, consumismo, individualismo- son solo pálidas compensaciones que tratan de aliviar el vacío de quien se halla lejos de casa, a la vez que “cantos de sirena” que distraen de lo verdaderamente importante: vivir lo que somos. No somos el yo que se siente llevado a vivir de una manera egocentrada, girando en torno a sus intereses y generando mecanismos de defensa frente a sus miedos y necesidades –aunque tengamos que tener en cuenta todo ello–, sino la Plenitud una, que se está expresando temporalmente a través de esta “forma” (yo) que tenemos. El filósofo alemán Leibniz se preguntó en el siglo XVII por qué hay algo en lugar de nada. Es decir, ¿cuál es la causa de que el universo exista? ¿De dónde salen todas esas estrellas, planetas y nosotros mismos? ¿No sería más fácil y sencillo que no hubiera nada en absoluto? Al fin y al cabo, y como decía Woody Allen, “la nada eterna no está mal, si llevas la ropa adecuada”.
La respuesta de Leibniz era la usual en su época: hay algo porque Dios lo creó y Dios se creó a sí mismo. Aunque se trata de una explicación que deja el asunto relativamente zanjado, no es excesivamente popular hoy en día. No solo porque se intenten buscar explicaciones seculares a cómo es y cómo funciona el mundo, sino porque en realidad tampoco responde a la pregunta, ya que seguimos sin saber por qué Dios es como es y no de otra forma. Damos un repaso rápido a otras respuestas a esta pregunta, no sin antes recordar al filósofo Sydney Morgenbesser, que la contestaba con un “si no hubiera nada, aún os seguiríais quejando”. 1. La ciencia no tiene, pero tendrá, la respuesta. Tal y como recoge Jim Holt en Why Does The World Exist (¿por qué existe el mundo?), el biólogo Richard Dawkins confía en que la ciencia podrá no solo explicar cómo es el mundo, sino también por qué. Una de las teorías candidatas para aclarar cómo se pasó de la nada al Big Bang sería la de la fluctuación cuántica, que apunta que el vacío es inestable y permite la formación de pequeñas burbujas de espacio-tiempo que se forman de manera espontánea. Aun así y como explica el físico Steven Weinberg al propio Holt, una respuesta de este tipo no acabaría de solucionar el problema: las leyes de la naturaleza podrían determinar que debe existir algo y que la nada no es posible. Pero aún quedaría por explicar por qué estas leyes son así y no de cualquier otra forma. 2. Somos un experimento. Hay un episodio de Los Simpson en el que Lisa funda sin querer una civilización en un diente que se le ha caído y que deja en un cuenco con Buzz Cola. Aunque parezca mentira, hay teorías que apuntan a posibilidades parecidas. El físico de la Universidad de Stanford Andrei Linde explica en el libro de Holt que no hace falta mucho para crear un universo en un laboratorio: “Una cienmilésima de gramo de materia” bastaría para crear un pequeño vacío que diera lugar miles de millones de galaxias. Esta teoría de la inflación cósmica no solo podría explicar la expansión del universo, sino que apuntaría a la posibilidad de crear un cosmos en el laboratorio. “No podemos descartar que nuestro propio universo haya sido creado por alguien de otro universo”. Por otro lado, está la teoría de que vivimos una simulación de realidad virtual, como sugiere el filósofo Nick Bostrom en un artículo publicado en 2003. Su argumento se basa en dos premisas: la primera, que la conciencia se puede simular por ordenador. La segunda, que civilizaciones futuras podrían tener acceso a una cantidad ingente de poder computacional. En tal caso, estas civilizaciones podrían programar simulaciones de mundos enteros. Bostrom apunta que un simple ordenador podría ejecutar millones de estas simulaciones. En tal caso, habría muchos más universos simulados que reales, por lo que sería más probable que vivamos en una simulación que en un mundo real. Esto tampoco acaba de responder a la pregunta de por qué hay algo en lugar de nada: pongamos que vivimos una simulación creada por un estudiante de instituto para su trabajo de fin de curso; eso explicaría nuestro universo (totalmente), pero no el universo del estudiante. 3. Dios lo hizo. Hoy en día, las explicaciones que recurren a Dios se acogen con sospecha, pero eso no quiere decir que no las haya. John Leslie y Robert Lawrence Kuhn citan en su libro The Mystery of Existence (El misterio de la existencia) a filósofos contemporáneos como Alvin Platinga y Richard Swinburne, por ejemplo. Uno de los argumentos a los que se suele recurrir para que la idea de Dios no resulte fácilmente descartable es el del “ajuste fino” (fine tuning) del universo. Según esta idea, las leyes físicas están tan afinadas que cambios muy pequeños harían imposible que surgiera la vida. Esta teoría se encuentra con algunas objeciones: - El universo que tiene 13.700 millones de años y su parte observable tiene un diámetro de más de 90.000 millones de años luz. Entonces, ¿por qué es importante lo que ha ocurrido (que se sepa) en un solo planeta? ¿No es posible que la vida no sea más que una excepción poco importante? - El hecho de que algo tenga pocas probabilidades de suceder no quiere decir que no se pueda explicar por leyes naturales. Es muy difícil que me toque la lotería, pero el hecho de que me toque se puede explicar recurriendo solo a las matemáticas. - Además, del mismo modo que hay sorteos de lotería cada semana, también podría haber más universos. Hay cosmólogos que proponen esta posibilidad, basándose en la teoría de cuerdas o en la cosmología de los agujeros negros, por ejemplo. En filosofía, hay que mencionar el realismo modal de David Lewis, que sugiere que todos los mundos posibles existen. Es decir, si hay muchos universos, no sería tan raro que en al menos uno de ellos haya vida. A alguien le tiene que tocar. 4. Vivimos en el mejor de los mundos. Platón escribió en La República que el Bien es la razón de la existencia de todas las cosas conocidas. Para el filósofo John A. Leslie, esta afirmación podría ser literal. En su opinión, que el cosmos exista podría ser una necesidad ética, provocada por el hecho de que un universo bueno es mejor que la nada o, al menos, que nuestro universo es mejor que nada. El hecho de que haya maldad en el mundo se explica porque “no todos los bienes pueden estar presentes a la vez”. Por ejemplo, no podríamos ser libres si solo pudiéramos actuar de forma correcta. Leslie también explica que hay maldad en el universo comparándolo con un museo: aunque el mejor cuadro del Louvre sea la Gioconda, el museo no sería mejor de lo que es si solo incluyera réplicas de este cuadro. Este filósofo canadiense nacido en 1940 no acaba de explicar cómo se pasa de una necesidad ética a una realidad material, pero al menos no llega al extremo de Leibniz, que asegura que vivimos en el mejor de los mundos posibles. El mal es una ilusión, según el alemán: “Solo conocemos una parte muy pequeña de la eternidad”. Del mismo modo, una parte pequeña de un enorme cuadro apenas nos parecería una mancha. 5. Vivimos en el mundo más mediocre. Derek Parfit publicó en 1998 un detalladísimo ensayo en la London Review of Books en el que se preguntaba “¿Por qué hay algo? ¿Por qué esto?”. Parfit explica que hay multitud de posibilidades cósmicas: podría existir un solo universo, o ninguno, o infinitos. Si el cosmos es de una forma determinada, quizás esta forma particular es la que puede explicar el universo. Parfit llama Selector a este criterio. En su opinión, la posibilidad más sencilla sería que no hubiera ningún universo. Siguiendo a Leibniz, la nada no requiere explicaciones. Pero es obvio que hay algo; en caso contrario, Parfit lo habría tenido muy difícil para encontrar una revista que publicara su texto. Quizás el Selector sea la plenitud: la segunda posibilidad que requiere menos explicaciones es que existan todos los mundos posibles. Hay que buscar razones muy concretas si solo existe un universo o si hay exactamente 58, pero si existen todos los lógicamente posibles, tampoco hay mucho que justificar. Sin embargo, en su opinión, lo más probable es que nuestro universo sea uno de los que se puede regir por leyes relativamente simples. Y si el criterio es la simplicidad, justamente lo más sencillo es que ni siquiera haya Selector, es decir, que no haya un criterio concreto. En estas circunstancias y como recoge Holt en su libro, lo más probable sería una posibilidad cósmica “sin ninguna característica en especial. En otras palabras, deberíamos esperar que el mundo fuera absolutamente mediocre”. El universo sería “una mezcla indiferente de bien y de mal, de belleza y fealdad, de orden y caos…”. Es decir, un universo que se parece mucho al nuestro. 6. El problema no tiene sentido. Ludwig Wittgenstein escribía en el Tractatus Logico-Philosophicus que “lo místico no es cómo es el mundo, sino que el mundo sea”, reconociendo que la pregunta de por qué hay algo en lugar de nada resulta, al menos, intrigante. Pero apenas unas líneas más abajo el filósofo concluye que “el enigma no existe”. Para el Wittgenstein del Tractatus, esta cuestión no es más que un pseudoproblema: hablar de por qué hay algo en lugar de nada no tiene sentido, es algo que excede los límites de nuestro lenguaje. No es el único que cree innecesario debatir la existencia de las cosas. Henri Bergson consideraba que la idea de la nada absoluta era absurda: “No tiene más significado que un círculo cuadrado”. Se trata de “una pseudoidea, un espejismo conjurado por nuestra imaginación”. El filósofo Adolf Grünbaum, nacido en 1923, también opina que estamos ante un falso problema. En su opinión y tal y como recogen Leslie y Kuhn en su libro, el universo ha de verse como un hecho natural. Ni siquiera tiene sentido hablar de lo que pasó antes del Big Bang ya que entonces no había tiempo. Es como preguntar qué hay al norte del Polo Norte. El cosmos, simplemente, es. Como decía Bertrand Russell, apostando por este hecho desnudo: “Diría que el universo simplemente está ahí, y eso es todo”. Es una respuesta razonable. Sobre todo porque, si no la aceptamos, corremos el riesgo de no dejar de buscar. Como se explica en el blog de filosofía Reason and Meaning, no nos convence la idea de que el universo no tenga una causa o que sea su propia causa, pero cuando encontramos una posible explicación, nos preguntamos por qué esa explicación es la correcta y no otra, y si hay alguna explicación que, a su vez, la explique. Al final, Morgenbesser tenía razón. Nunca estamos contentos. El pasado 19 de enero asistí al estreno del documental “LOS PÁRPADOS CERRADOS DE CENTROÁFRICA” de Alfredo Torrescalles (director) y Berta Mendiguren (antropóloga que vive en Bangui). El documental se grabó en el 2014 y 2015. Es un interesante documento en el que los propios habitantes de República Centroafricana se expresan en primera persona sobre la violencia de unos contra otros, las muertes, el éxodo de los desplazados y la absoluta desestructuración del país. Todo empezó en marzo 2013.
Escuché que el arzobispo de Bangui (nombrado cardenal por el Papa Francisco el pasado mes de diciembre) y el imán de la mezquita central de Bangui se unieron para intentar pacificar a sus respectivas comunidades. Me pareció muy interesante y comprometido que estas dos personas, de gran representación en su país, pudieran no sólo entablar diálogo sino que también pasaran a la acción juntos, intentando pacificar y ayudar a curar las terribles heridas abiertas en su pueblo a causa de la gran violencia sufrida. Pero la cosa fue mucho más allá… Al salir de la sala me dieron un tríptico informativo del XXIX ENCUENTRO ÁFRICA, del 3 al 5 de febrero de 2017, en el que se trataría de “ISLAM y CRISTIANISMO – Diálogo bajo un mismo techo”. Encuentro organizado por MUNDO NEGRO (Misioneros Combonianos) en el que se haría entrega del Premio Mundo Negro a la FRATERNIDAD-2016, Dieudonné Kzapalainga y a Kobine Layama, arzobispo e imán de Bangui. Ahora con nombres y apellidos pude ver al arzobispo y al imán y entender el porqué del premio que se les había concedido. En los enfrentamientos de diciembre de 2013. En apenas de dos días murieron cerca de 1.000 personas, buena parte de la comunidad musulmana tuvo que abandonar la ciudad. El ahora cardenal DieudonnéNzapalainga acogió en su casa al imán Kobine Layana junto con su familia. Estuvieron viviendo allí nueve meses. Este gesto fue duramente criticado por parte de las comunidades musulmana y cristiana, que no entendían esa forma de acogida y respeto mutuo. Sin embargo, ese gesto también llevó a que unos y otros conocieran a uno y a otro como “los mellizos de Dios”. (*) “Iré al encuentro”, me dije, “esto hay que verlo de cerca”. Se inició el Encuentro con la presencia del cardenal Nzapalainga, el imán Layana y la participación del cardenal Carlos Osoro, arzobispo de Madrid y Riay Tatary, presidente de la Unión de Comunidades Islámicas de España. Ante la mesa había un gran ramo de flores de muy diversos tipos y colores y un cirio encendido. El director de MUNDO NEGRO, Jaume Calvera, explicó el porqué de las flores y del cirio: flores, naturaleza, diferentes pero juntas en el mismo jarrón, nos muestran Unidad; la luz del cirio: la luz del Corán, la luz de Jesús en el Nuevo Testamento (“yo soy la luz del mundo”). Del encuentro se podrían escribir muchas páginas intentando expresar lo que nos compartieron tanto de sabiduría como de experiencia de la vida en República Africana. Pero creo que en esta ocasión debo dejar paso y palabra (a través de mis notas en un cuaderno) a los dos premiados, o mejor dicho, a los “mellizos de Dios” que han recorrido un camino de acogida, diálogo, convivencia, trabajo, dificultades, peligros, problemas… que les han llevado a reconocerse como hermanos unidos en la misma causa, por amor a su pueblo. El cardenal Nzapalainga nos fue desgranando lo vivido y compartido: - Lo primero decir que no somos los dos solos, sino tres, también el pastor protestante de Bangui. - Juntos tomamos nuestras responsabilidades como padres e hicimos una Carta Pastoral Única. - En la Carta explicamos lo que pensábamos de la crisis y el peligro al que nos deslizábamos. - Nosotros no tenemos armas, sólo abrirnos a caminos diferentes. - Los que sí las tenían decidieron usarlas. - Los que tenían el poder demonizaban a los otros como yihadistas. - Salimos, hacía poblaciones que nadie podía llegar, como enviados de Dios. - Decidimos abrirnos para buscar la solución juntos (él y el imán) - En cada población juntamos a todos los líderes de las comunidades y nos sentamos alrededor de una mesa con la finalidad de escucharnos unos a otros. - La verdad salía cuando estábamos en grupo. - Buscábamos la manifestación de la verdad. - Nuestro trabajo juntos nos ha llevado a una gran amistad. - Cuando había un problema, nos poníamos de acuerdo antes de tomar una decisión. - Éramos conscientes que todos podían mentir y crear rumores. - Nuestra historia de diálogo nos ha traído riesgos pero han sido por el pueblo. - El obispo de Bangassou, Juan José Aguirre, nos llamó para que fuéramos a su diócesis, por la violencia que había. - Llamamos a todos: católicos, musulmanes y protestantes y estuvimos hablando toda la noche. - El diálogo interreligioso no era una cosa de los tres sino de la gente del pueblo. Tenían que dialogar. - Formamos a jóvenes que enviamos como mensajeros de paz. - Mensaje: “El otro no es una amenaza, es un hermano”. - El diálogo interreligioso es transmisión de vida. - El diálogo interreligioso ha de pasar por las mujeres que son las que dan vida. - Y así las mujeres se pusieron juntas a protestar, escribir y defender la vida. - Esta es nuestra experiencia y sabemos que no tenemos otra alternativa. - Quienes se repliegan sobre sí mismos, llevan la muerte; los que se abren, arriesgan, pero llevan la vida. - Mis propuestas y sus propuestas son del Espíritu. - No tengo el monopolio de la Verdad. - Esto es lo que estamos intentando vivir en República Centroafricana. Y lo que queremos es que se adhieran muchos más. Y concluyó diciendo, sonriente y mirando al imán: “Ahora quiero dejar a mi hermano que hable”. Tomó la palabra el Imán Layama también con amplia sonrisa: “Creo que ya lo ha dicho todo, pero quiero añadir algún testimonio más”. - Ha habido situaciones de gran peligro. - Los violentos nos acusaron de haberles hecho perder el poder ante la gente, desde que nos unimos los dos para intentar pacificar juntos a nuestras comunidades. - Se creó una Plataforma del Diálogo. No queremos ser sólo tres, queríamos que se unieran sacerdotes, imanes, pastores…Ya se están empezando a reunir. - Se ha hecho un documento estratégico en donde están escritas las cosas que se quieren hacer: una radio para informar de lo que ocurre en verdad, sin esparcir rumores. Durante el conflicto ha habido muchas mentiras y rumores difundidos por radio. Para hablar del diálogo interreligioso. - Quieren evitar la ignorancia en nuestros niños. Crearán una escuela para los niños católicos, musulmanes, protestantes y animistas. - El personal de la radio y de la escuela será también de estas religiones. - También se creará un hospital para que no se vuelva a repetir lo que en esta crisis: sacaban a los enfermos y los mataban allí mismo. - Queremos la refundación de las bases del país basada en la aceptación del otro. - El 65% de la población de República Centroafricana son jóvenes, de los que la mitad no han ido a la escuela y no tiene trabajo. - Se necesitan centros de formación para que puedan progresar. Han visitado varios países (USA, Holanda…) en donde les han invitado a compartir su experiencia de unidad y ya hay comunidades ecuménicas que se han puesto en marcha para añadir al dialogo la acción en proyectos conjuntos; la vía para conocerse, compartir y crear fraternidad. El imán agradeció muy especialmente el Premio MUNDO NEGRO a la FRATERNIDAD, porque se lo conceden por la fraternidad que se ha creado entre los dos (por cierto, es la primera vez que se concede este premio a dos personas juntas) desde que se unieron para ayudar a unir a su pueblo. En los tres días del Encuentro hemos sido testigos de la complicidad fraterna de estos dos hombres unidos por amor a su pueblo de Bangui y expuestos a la acción del Espíritu que convierte en hermanos a quienes se abren y comparten vida. Son ejemplo a seguir en un mundo que levanta muros y alambradas en las grietas que provoca la injusticia y la sinrazón. Repaso, humildemente, lo que acabo de escribir y creo son pequeñas migajas de lo vivido en este Encuentro África, así que animo a esperar el reportaje que, seguramente, saldrá en el próximo número de la Revista MUNDO NEGRO Y también a “participar”, aunque sólo sea de forma virtual, en la Eucaristía que clausuró el Encuentro, televisada por RTVE, La 2, en el programa “Día del Señor”, domingo 5 de febrero 2017. Presidida por el cardenal Nzapalainga y en la que estuvo presente el imán Layama. (*) Doy desde aquí las gracias a “los mellizos de Dios” por dar ese paso hacia delante por la Paz, la Unidad y la Fraternidad. |
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