Los grandes generadores a duras penas logran subir unos grados la temperatura de ese pequeño y frío “planeta” rectangular. Es la Cumbre Social del Clima anclada en un aparcamiento de la Universidad Complutense de Madrid. Sentados en las frías sillas de plástico, nadie se desprende de su abrigo. Mucho voluntarismo en medio de condiciones muy militantes. El amarillo es el fondo de toda su adusta cartelería sin concesiones. Rigor de militancia en la gran carpa sobre el duro asfalto, tímido calor revolucionario que no termina de contagiar más allá del ámbito antisistema. Por la ciudad universitaria la mayoría de los estudiantes no han trucado apuntes y libros por pancarta. La revuelta del clima no vacía las aulas durante la Cumbre.
La otra Cumbre, la oficial está en boca de todos. Duras críticas a las grandes empresas que subvencionan el magno evento y a la vez aumentan sus beneficios con el desarrollo de proyectos extractivos sin medida y contaminantes. Escucho los duros testimonios de las mujeres chilenas a las que el Estado ha dejado tuertas por tratar de empujar el país hacia delante. Asombro también ante el coraje de las palabras de la hija de Berta Cáceres. La líder ambientalista e indígena hondureña fue asesinada hace tres años, no sin antes soltar aquella frase premonitoria “Dar la vida por la defensa de los ríos, es dar la vida por el bien de la humanidad y este planeta”. “El capitalismo es contrario a la vida”, también fue otra contundente sentencia de esa mujer generosa que sabía que no alcanzaría los cincuenta años. Su lema esencial también podría ser el de todos esos militantes alternativos enfundados en sus parcas oscuras, blindados en sus ideales. Todo empuja un poco en el túnel del tiempo, cuando no salíamos de esas críticas afiladas, de esos inviernos y sus carpas de batalla. La Cumbre mundial por el clima oficial no es otra galaxia. El otro planeta verde se encuentra a siete paradas de metro. Líneas gris y rosa y un poco de paseo acelerado para sacudirse el invierno prematuro. El otro planeta más resguardado, se encuentra acomodado en el sistema, pero también es muy crítico con él. Es un ecosistema más tropical, más colorido y confortable para el cuerpo. Es la “Green zone” de la Cumbre en la madrileña feria de IFEMA. Es un espacio inmenso y abierto, luminoso y sin tabiques. El foco mediático está más ahí, tal como lo certifican la gran cantidad de cámaras profesionales que se distribuyen por la gran sala y envían señal al mundo entero. El público muy variado. Cohabitan empresarios trajeados y escolares uniformados. Políticos, scouts, voluntariado de ONG’s, Greta fans, meditadores... animan esa otra “acampada” tan diversa. En torno al ágora central se articulan multitud de satélites muy participativos. Mucho foro, mucho círculo dando a entender que éste es un reto que nos atañe a todos/as. Los cojines tirados por los suelos sugieren igualmente que el empeño ecologista puede ser gozoso; las obras de arte con materiales reciclados, los dibujos y pinturas, los originales paneles explicativos reafirman que la lucha contra el cambio climático puede ser amable y creativa. A los rigores del clima no sería preciso añadir nuevos rigores humanos. La zona azul es un ecosistema aparte, ése sí tabicado. Allí se urden las grandes decisiones. Allí el común de los mortales tenemos el acceso vedado y sin embargo no quitamos el ojo de sus salas. Deseamos que de su marco amurallado emanen medidas valientes y eficaces, de forma que se cumpla la profecía más verde, al tiempo que esperanzada: “Hemos llegado tarde, pero hemos llegado a tiempo”. Muchas de las corbatas que veíamos en la zona verde procedían de la azul. Con aldeano y cortés inglés, les hubiéramos mostrado el reloj de muñeca al tiempo que suplicado que hagan los posibles para llegar a tiempo. “Time for action”, pero si puede ser esta vez que sea por fin todos juntos, los que se instalan sobre la blanda y cómoda moqueta y sobre el duro y gris asfalto. La Tierra es la causa que puede unirnos a los de la zona azul, verde y amarilla. Hemos de encontrarnos todos los ecosistemas humanos en este desafío vital. La urgencia planetaria demanda que nos reunamos todas las porciones de humanidad no importa el color, el origen, el estrato social, el “curriculum” de incendiario o de bombero... La defensa de la vida y de un futuro sostenible requiere la mayor suma de corazones y voluntades que nunca jamás concitara otra causa. Las grietas aumentan sobre una tierra reseca. El hielo merma, corre diluido y se olvida de ser hielo. Nuevas catástrofes climáticas se gestan no sabemos dónde. El tiempo es ahora y no podemos perder un minuto. Ya corrió la sangre altruista, ya han caído cuántos héroes hicieron falta a favor de los ríos y los bosques. Ya hemos pasado frío en las inmensas carpas clavadas a la vera de los inviernos. Ya nadie por favor cuestionando lo palmario, haciendo oídos sordos a la evidencia. Ahora vamos todos juntos/as sin excepción a salvar la Tierra. Es Madre y sólo hay una.
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La Navidad parece ser, ante todo, una noche de magia, una cena de familia, para descubrir lo que somos, en actitud de gozo compartido. Pero, además de esa cena de familia, muchos los cristianos que quieren celebrar (y celebramos) una “misa” de familia más grande, el nacimiento de Dios que ya sido en Belén y que sigue siendo entre nosotros, dentro de nosotros.
Desde ese fondo quiero poner de relieve cinco fiestas de la Navidad, para que cada uno pueda destacar una de ellas… No hace falta leerlas todas de seguido. Basta quizá una de ellas: La Navidad es Belén, una historia de la Biblia La Navidad son los pastores, los marginados de la historia, los más pobres La Navidad es Dios, Dios mismo que nace entre los hombres Navidad es la Iglesia que da testimonio del nacimiento de Dios Navidad eres tú, Dios nace en tu vida… Tú mismo eres Dios que nace. PRIMERA NAVIDAD. BELÉN DE JUDÁ Tomo aquí Belén en sentido simbólico, como ciudad del Mesías que un día ha nacido, pues de hecho él pudo haber nacido en Nazaret. Así lo cuenta el evangelio de Lucas: En aquel tiempo salió un decreto del emperador Augusto, ordenando hacer un censo del mundo entero. Este fue el primer censo que se hizo siendo Cirino gobernador de Siria. Y todos iban a inscribirse, cada cual a su ciudad. También José, que era de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret en Galilea a la ciudad de David, que se llama Belén para inscribirse con su esposa María, que estaba encinta. Y mientras estaban allí le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada... (Lc 2, 1-14). El nacimiento de Jesús es un hecho histórico, que expresa y proclama el nacimiento de Dios en la historia de los hombres. No nace en el palacio del rey, ni en la catedral de las religiones, sino en un descampado, entre los no aceptamos por la sociedad que esta noche celebra sus grandes cenas. No, no está allí, en esas cenas, está fuera. - Históricamente, Jesús nació de una madre conocida, en un lugar y tiempo que ignoramos (probablemente en Nazaret), para iniciar una vida concreta de entrega a los demás y de anuncio de Reino, en amor, que le llevó a la cruz. - Su nacimiento se ha narrado pronto como símbolo del amor providente de Dios, de un Dios que visita a los hombres, asumiendo su pobreza y ofreciendo, en medio de ellos, un fuerte testimonio de esperanza salvadora, en Belén, lugar de la genealogía mesiánica de David, un pastor que llegó a ser rey. El evangelio no tiene que explicar ni razonar; simplemente cuenta, situando el nacimiento de Jesús en el contexto de historia y esperanza de la humanidad. Sabe que Jesús es el Mesías de Israel y así lo debe destacar, pero sabe al mismo tiempo sabe que es también el deseado de los siglos y así narra: - En tiempo del César Augusto.... Parece que ya existe un rey perfecto, para todos los humanos, Emperador de Dios sobre la tierra. Pues bien, mientras dominaba en Roma el Emperador sagrado (como dice un famoso texto de evangelio político, encontrado en Priene, Asia Menor), nace escondido, fuera del palacio, el rey excelso de la humanidad, mostrando que el otro (el César Augusto) carece del poder real. Bajo un emperador del mundo (en tiempos de globalizaciòn del poder y del consumo), nace el Dios de la vida, sin más riqueza que un pesebre abierto de pastores. - En tiempo del censo. El emperador ejerce su poder organizando un recuento de súbditos que le permita conocer a los hombres de su imperio, para exigirles tributo y tenerlos sometidos. En ese contexto, como miembro de un grupo oprimido, en camino de exilio llega el niño. No se sabe si ese censo se hizo en aquel tiempo, cuando nació Jesús, ni si obligaba a todos a empadronarse en el lugar de origen, pero sirve para situar a Jesús en el contexto histórico de un imperio que quiere tener dominio sobre todo, incluso sobre Dios. El imperio lo cuenta todo, todo lo somete, para controlar los impuestos. Pero hay algo que el emperador no puede contar, es la vida de Dios, que nace en un niño, que no tiene casa que le reciba. SEGUNDA NAVIDAD. NO HABÍA SITIO EN LA POSADA Nace Dios, después de milenios de preparación, pero nadie de los grandes de este mundo le recibe. No le reciben en el pueblo sagrado de Belén (en la Catedral, en el Palacio, en las cortes.. ), no le acogen en las casas de los ciudadanos pudientes del lugar, pues la tienen cerrada por el miedo a los ladrones. Por eso llega al mundo a cielo abierto y le reclinan sobre un pesebre de animales, de manera que así puede aparece como señor y salvador de todos los vivientes. No está allí la televisión para recoger el acontecimiento, ni el emperador de Roma, ni el sacerdote de Jerusalén, ni el sabio de Atenas, ni el místico de la India, ni el comerciante de China, ni el chamán de Siberia… No hay nadie a quien Dios pueda contar su historia… a no ser unos “pastores”, es decir, es decir, unas personas que no están inscritas en los grandes censos. Ellos, los pastores, eran en aquel tiempo, los irregulares, como si hoy dijéramos: los que no tienen casa, ni cena, ni seguridad, los caminantes, exiliados, inmigrantes… Nadie recibe a Jesús (reyes, sacerdotes, comerciantes…). Todos están ocupados en otras cosas, tienen otros trabajos, problemas, comidas… Pero hay gente libre para Dios, es decir, para la vida, en los campos, fuera de las grandes listas de las celebraciones oficiales, como los pastores de antaño. Sólo unos “pastores” que no tienen nada, ni casa, sólo unos establos en el campo abierto. Nace Dios entre los expulsados de la ciudad, entre emigrantes, nómadas de la vida, tribus urbanas o gente de la estepa… Había por allí unos pastores, gente que pasa, que observa en la noche… Normalmente tendríamos miedo: ¿Quién puede estar por ahí en la noche? ¿Quién puede venir a la cueva…? Tendríamos ganas de llamar a la policía. Pero no, entre los excluidos, fuera de la vida social organizada, están los pastores que vienen y encuentran al niño “en el pesebre”. En un sentido, la noche es tiempo de miedo, no es para andar por los campos, no es para meterse en las cuevas… Pero ésta es una noche distinta, noche para que nazca el niño, para que vengan y adoren los marginados de la tierra, entre los que Dios ha nacido. TERCERA NAVIDAD. DIOS VIENE A CELEBRAR Esto es lo más grande. No es fiesta de Belén, ni de pastores… No es fiesta de emperadores, comerciantes, soldados o sacerdotes y sabios… Es fiesta de Dios, que se alegra y baila, porque nace su Hijo entre los hombres de forma salvadora, no para imponerse sobre ellos, no para mandar desde arriba, sino para compartir desde dentro, con ellos, el camino de la vida: «Un silencio sereno lo envolvía todo y al mediar la noche su carrera, Dios quiso que naciera entre los excluidos y expulsados de la sociedad el niño…» (cf. Sab 18,14-16). Ésta es la noche de la palabra de Dios, que no escucha el rey en su palacio, ni el sacerdote en su templo, ni los comerciantes en sus tiendas… Esta es la noche de la fiesta de Dios. Él mismo ha querido nacer, él invita. Parece que está la ciudad engalanada de luces de comerciantes, la catedral está abierta, el palacio iluminado… Todos esperan, los grandes del mundo… Pero Dios ha querido celebrar su fiesta en los arrabales de los pastores, emigrantes… gente que puede ser buena, pero que no se define por “buena” sino por desarraigada, problemática. Allí, entre esa gente, dice Dios su Palabra: No temáis, pues yo os evangelizo un gozo grande para todo el pueblo: hoy os ha nacido en la Ciudad de David un Salvador que es el Cristo Señor. Y esta será para vosotros la señal: encontrareis un niño envuelto en pañales y recostado en el pesebre (Lc 2, 12). Éste es el signo, un pesebre (phatnê) de animales, no hay cuna de reyes, ni altar de sacerdotes, ni hotel de lujo… Dios sólo encuentra un pesebre, en la cueva de los pastores, bajo el puente de los mendigos, en la choza de los carboneros, como se dice en las historias de los olentzeros. Ya lo sé, en muchas las casas, las familias han puesto un árbol para que nazcan allí los regalos, hasta en la plaza del Vaticano lo han puesto y está bien… Pero Dios no dice su palabra a los dueños de los grandes árboles, sino a los pastores expulsados de la gran sociedad. Ellos, los pastores, guardianes de ganado sobre el campo, vigilando en la noche sus rebaños en guardia defensiva (no guerrera), serán privilegiados de la gran esperanza de Dios. Ellos son los herederos de las promesas de David. La ciudad del rey (Belén) está cerrada, no ha querido recibir a su Mesías. Pero hay otra ciudad regia y misteriosa, el verdadero Belén de David y del Mesías, en los campos del entorno, en el pesebre abierto en los rediles, en las guardias de la noche, mientras velan los pastores. Ellos, los pastores de la vida trabajosa, israelitas impuros (no pueden cumplir los reglamentos de la ley), despreciados por los fieles rabinos de la tierra, son portadores de la gran esperanza. Cuando llega el momento del rey mesiánico no salen a la escena los reyes del mundo (César Augusto), ni los grandes maestros de Israel con sus sacerdotes (ni siquiera Zacarías,) sino sólo unos pastores: También expresan la esperanza universal, pues los otros títulos que el ángel evoca para el niño (Sôter o Salvador y Kyrios o Gran Rey) pertenecen al deseo de salvación de la humanidad. Pueden entenderse en plano israelita, pero en sí mismos desbordan ese espacio y pueden (deben) proyectarse sobre un fondo universal. Sólo los pastores comprenden el sentido del pesebre: en el lugar de los animales ha nacido y recibe poder sumo el Salvador y Cristo. Lógicamente se les abre el cielo y escuchan la voz del canto angélico: ¡Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de la buena voluntad! (= a los que Dios ama) (2,14). La misma gloria de Dios (doxa) se expresa en el mundo como paz humana (eirênê). Este es el contenido superior y radical (final) de la esperanza. CUARTA NAVIDAD, IGLESIA EN LA TIERRA La navidad es una fiesta cristiana; ella es con la pascua de resurrección la fiesta cristiana por excelencia. Pero es, al mismo tiempo, una fiesta universal, que tiende ya a celebrarse de algún modo en todo el mundo: ¡El nacimiento de Dios, es decir, de la vida! Es una fiesta anterior al cristianismo. De algún modo, todos los pueblos del mundo celebrado una especie de Navidad: han descubierto que “Dios nace”, que la vida es un don, que cada niño es experiencia de un misterio de amor. Por eso, la Iglesia cristiana no puede apropiarse del todo de esta fiesta, como si fuera suya, pues es de todos, de la humanidad entera. Ésta es para la Iglesia una fiesta afirmativa, con un happy end: los pastores corren a Belén y encuentran a María y a José y al Niño recostado en el pesebre. Es claro que se admiran: ¡reconocen la verdad de la palabra, el cumplimiento de la espera de los siglos, creen y veneran!. Sobre la cuna de Jesús se ha iniciado el camino de la nueva fe. Los primeros creyentes mesiánicos, los más hondos discípulos del Cristo son estos pastores. No saben cómo acabará la historia, no conocen todavía el recorrido y fin del Cristo, pero el signo del pesebre en una noche de guardia sobre el campo, les ha ofrecido una señal que vale para siempre:¡pueden alabar a Dios, ofreciéndole su canto de gloria sobre el mundo, manteniendo su oficio de pastores mesiánicos en el entorno de Belén! Pero es también una fiesta problemática. No sabemos lo que será en el futuro la Navidad. Muchos piensan que ella va a terminar destruida en la feria del comercio mundial, del capitalismo que todo lo destruye. Si es así, si la Navidad acaba siendo simplemente luces de comercio, feria de propaganda de ventas inútiles… la humanidad habría perdido uno de sus signos más valiosos. Por eso queremos que la Iglesia siga ofreciendo el signo de la Navidad, es decir, el signo universal de la vida de Dios que nace entre los más pobres, en camino de justicia y de amor. QUINTA NAVIDAD, DIOS NACE EN MI VIDA Hay una dimensión final de la Navidad que han puesto de relieve desde antiguo los orantes, los contemplativos, los místicos: La navidad soy yo, y eres tú… Dios que nace en mi vida, en tu vida. Ésta es una experiencia que han puesto de relieve los grandes cristianos, desde Orígenes has Gregorio de Nisa, desde Dionisio Areopagita hasta Teilhard de Chardin. Entre ellos quiero destacar a Juan de la Cruz, el santo de la Navidad, que cantaba coplillas a la “Virgen preñada que va de camino… esperando que la recibamos”. Ésta es una experiencia de Navidad que Juan de la Cruz ha desarrollado en su comentario al Cántico Espiritual (CA estrofa 38 y CB estrofa 39). Como se sabe, en el momento culminante del proceso de amor, allí donde el Cántico nos introduce en la intimidad de Dios, Juan de la Cruz afirma que el “alma”, es decir, el creyente “espira en Dios con la misma espiración de Dios”. Eso significa que Dios nace de verdad en nuestra vida, en nuestra propia realidad de personas. Eso significa que cada uno de nosotros, si de verdad descubrimos nuestra verdad, somos Navidad de Dios: «El aspirar del aire es una habilidad que el alma ella aspira en Dios la misma aspiración de amor que el Padre aspira en el Hijo y el Hijo en el Padre, que es el mismo Espíritu Santo, que a ella (al alma) la aspira en el Padre y en el Hijo en la dicha transformación, para unirla consigo. Y esta tal aspiración del Espíritu Santo en el alma con que Dios la transforma en sí, le es a ella de tan subido y delicado y profundo deleite que no hay que decirlo por lengua mortal... Porque el alma, unida y transformada en Dios, aspira en Dios a Dios la misma aspiración divina que Dios – estando ella en Él transformada – aspira en sí mismo a ella (CB 39, 3). Ese “aspirar del aire” es la comunicación de Dios, es decir, el nacimiento de Dios en nuestra vida, pues nos hallamos inmerso en la misma aspiración (respiración) de Dios, recibiendo su aliento (Espíritu de vida) y respondiendo, como el mismo Cristo (Hijo de Dios): dando a Dios su aspiración divina. Eso significa que la Navidad no es ya Belén, ni los pastores, ni la Iglesia de San Pedro, ni la humanidad…. Ciertamente, es todo eso, pero en sentido radical, la Navidad soy yo mismo, pues en mí nace Dios, pues yo mismo soy Jesús, el Hijo de Dios. El hombre que ama se encuentra introducido en Dios y así recibe y comparte (comunica) el mismo ser divino, entendido como “aire” o "espíritu" santo. Esta aspiración pasa, por tanto, “de Dios al alma y del alma a Dios” (CB39, 4), de manera que por ella el alma se vuelve deiforme, transformada en las tres personas “en potencia y sabiduría y amor”. Por eso, los santos (es decir, los creyentes y amantes) son “una cosa (con Dios), por unidad y transformación de amor”, no por esencia natural, sino por don divino. Esto significa que somos Dios por gracia (no por mérito), en comunicación personal, y el amor que somos (tenemos), al dar y compartir la vida (al aspirar el aire), es el mismo amor divino (cf. CB 39, 5-6). Aquí nos deja Juan de la Cruz, para que descubramos y celebremos la Navidad de Dios en nuestra vida. La Navidad eres tú, pues Dios nace en tu vida. Tú eres Belén, tú los pastores… Es muy significativo que el segundo domingo del tiempo ordinario nos siga hablando de Juan Bautista. Todo lo que nos dice Jn del Bautista es sorprendente. Indica una relación especial de esa comunidad con él. Seguramente había en aquella comunidad seguidores del Bautista. Este evangelio tiene muy en cuenta a Juan Bautista aunque se ven obligados a rebajarle. Jn pone en labios del Bautista la cristología de su comunidad como base y fundamento de la comprensión de Jesús que va a desplegar en su evangelio. Esto no quiere decir que el Bautista tuviera una idea clara sobre quién era Jesús. Ni siquiera sus discípulos más íntimos supieron quién era, después de vivir con él tres años; menos podía saberlo el Bautista antes de comenzar Jesús su predicación.
Jn quiere aclarar que no hay rivalidad entre Jesús y el Bautista. Para ello nos presenta un Bautista totalmente integrado en el plan de salvación de Dios. Su tarea es la de precursor, es decir, preparar el camino al verdadero Mesías. Fijaos que Jn no narra el bautismo en sí; va directamente al grano y nos habla del Espíritu, que es lo importante en todos los relatos del bautismo de Jesús. Naturalmente esto es un montaje de la segunda o tercera generación de las comunidades cristianas y quiere resaltar la figura de Jesús que había adquirido categoría divina, frente a Juan Bautista. "El cordero de Dios". Jn propone a Jesús como cordero de Dios, preexistente, portador del Espíritu e Hijo de Dios. No se puede decir más. Está claro que se está reflejando aquí setenta años de evolución cristológica en la comunidad. Es una pena que después, hayamos interpretado tan mal el intento de comunicarnos esa experiencia. Lo que eran títulos simbólicos, que trataban de ponderar la personalidad de Jesús, se convirtieron en absolutos atributos divinos. Lo que tenía de proceso dinámico y humano, se convirtió en sobrenaturalismo preexistente. Es muy difícil precisar lo que el título “cordero” significaba para aquella comunidad. Podían entenderlo en sentido apocalíptico: un cordero victorioso que aniquilará definitivamente el mal (la bestia). Este concepto encajaría con las ideas del Bautista; pero no con las de Jesús. Podían entenderlo como el Siervo doliente. No hay pruebas de que se hubiera identificado al Mesías con el siervo doliente de Isaías, antes del cristianismo. Jn sí interpretó la figura del Siervo, aplicada al Jesús, pero nunca con el sentido expiatorio de pagar un rescate por nosotros. Probablemente haría referencia al cordero pascual, que era para el judaísmo el signo de la liberación de Egipto, pero sin connotación sacrificial. Jn quiere decir que por Cristo somos liberados de la esclavitud. “que quita el pecado del mundo”. Es una frase que manifiesta una cristología muy elaborada. En ningún caso la pudo pronunciar Juan bautista. Esta teología no tiene nada que ver con la idea de rescate en la que después se deformó. El concepto de pecado en el AT debe ser el punto de partida para entender su significado en el NT, pero ha sufrido un cambio sustancial. En el evangelio, pecado no es la ofensa a Dios o a su Ley sino la opresión de un hombre sobre otro. Solo así se entiende la actitud de Jesús con los pecadores. Las prostitutas y pecadores os llevan la delantera en el Reino porque en ningún caso oprimen a nadie. Lo mismo cuando Jesús dice: tus pecados están perdonados, está diciendo que no hay nada que perdonar. Lo que se consideraba ofensa a Dios no era más que un artificio para oprimir al débil. Jesús quita el pecado del mundo no muriendo en la cruz sino viviendo el servicio a todos y en el amor incondicionado. En el AT y en el Nuevo, la palabra más usada para indicar “pecado”, tanto en griego como en latín, significa errar el blanco. No se trata de mala voluntad como lo entendemos hoy. En el evangelio de Jn, “pecado del mundo” tiene un significado muy preciso. Se trata de la opresión que un ser humano ejerce sobre otro y que impide al hombre desarrollarse como persona. Este pecado es siempre colectivo. Se necesitan dos. Siempre que hay pecado, hay opresor y víctima. El modo de “quitar” este pecado no es una muerte vicaria expiatoria externa. Esta idea nos ha despistado durante siglos y nos ha impedido entrar en la verdadera dinámica de la salvación que Jesús ofrece. Esta manera de entender la salvación de Jesús es consecuencia de una idea arcaica de Dios. En ella hemos recuperado el mito ancestral del dios ofendido que exige la muerte del Hijo para satisfacer sus ansias de justicia. Estamos ante la idea de un dios externo, soberano y justiciero que se porta como un tirano. Nada que ver con la experiencia del Abba que Jesús vivió. El “pecado del mundo” no tiene que ser expiado, sino eliminado. Jesús lo sustituyó por el amor. Jesús quitó el pecado del mundo escogiendo el camino del servicio, de la humildad, de la pobreza, de la entrega hasta la muerte. Esa actitud anula toda forma de dominio, por eso consigue la salvación total. Es el único camino para llegar a ser hombre auténtico. Jesús salvó al ser humano, suprimiendo de su propia vida toda opresión que impida el proyecto de creación definitiva del hombre. Jesús nos abrió el camino de la salvación, ayudando a todos los oprimidos a salir de su opresión, cogiéndoles por la solapa y diciéndoles: Eres libre, sé tú mismo, no dejes que nadie te destroce como ser humano. En tu verdadero ser, nadie podrá someterte si tú no te dejas. En aquel tiempo, esta opresión era ejercida no solo por Roma sino por sacerdotes y letrados. Jesús vivió esta libertad durante toda su vida. Fue siempre libre. No se dejó avasallar ni por su familia, ni por las autoridades religiosas, ni por las autoridades civiles, ni por los guardianes de las Escrituras (letrados), ni por los guardianes de la Ley (fariseos). Tampoco se dejó manipular por sus amigos y seguidores, que tenían objetivos muy distintos a los suyos (los Zebedeo, Pedro). Esta perspectiva no nos interesa porque nos obliga a estar en el mundo con la misma actitud que él estuvo; a vivir con la misma tensión que él vivió, a liberarnos y liberar a otros de toda opresión. No tenemos que oprimir a nadie de ningún modo. No tengo que dejarme oprimir. Tengo que ayudar a todos a salir de cualquier clase de opresión. Jesús quitó el pecado del mundo. Si de verdad quiero seguir a Jesús, tengo que seguir suprimiendo el pecado del mundo. Hoy Jesús no puede quitar la injusticia, somos nosotros los que tenemos que eliminarla. La religiosidad intimista, la perfección individualista, que se nos han propuesto como meta del camino espiritual, es una tergiversación del evangelio. Si no hacemos todo lo posible, no solo por no oprimir a nadie sino para que nadie sea oprimido, es que no me he enterado del mensaje. El presentarse como cordero no vende en nuestros días. En el mundo en que vivimos, si no explotas te explotan; si no estás por encima de los demás, los demás te pisotearán. Este sentimiento es instintivo y mueve a la mayoría de las personas a defenderse con violencia, incluso antes de que el atraco se cometa. Pero hay que tener en cuenta que esta postura obedece al puro instinto de conservación y no te lleva a la plenitud humana. Descubrir que “sufrir la injusticia es mucho más humano que cometerla” exige una enorme maduración cristiana. La actitud individual es un sentimiento que está al servicio del ego. Tenemos que superar ese egoísmo si queremos entrar en la dinámica del amor, es decir, de la verdadera realización humana. Es el oprimir al otro, no que intenten oprimirme, lo que me destroza como ser humano. Jesús prefirió que le mataran antes de imponerse a los demás. Esta es la clave que no queremos descubrir, porque nos obligaría a cambiar nuestras actitudes para con los demás. En contra de lo que nos dice el instinto, cuando me impongo a los demás no soy más sino menos humano. Meditación El cordero que eliminó, del mundo, la opresión. Es el mejor resumen de toda la vida de Jesús. Solo actuando como cordero, se puede conseguir ese objetivo. Arremetiendo contra los demás se aumenta la violencia. Ser cristiano significa repetir la manera de actuar de Jesús. Por más que nos empeñemos no existe otro camino. El domingo pasado recordamos el Bautismo de Jesús. En la versión de Marcos y de Lucas, Juan Bautista no dice nada. En la de Mateo, entabla un breve diálogo con Jesús, porque no comprende que venga a bautizarse. El cuarto evangelio sigue un camino muy distinto: Jesús va al Jordán, pero no cuenta el bautismo; en cambio, introduce un breve discurso de Juan Bautista. Es el texto que se lee este domingo (Jn 1,29-34).
Triple esfuerzo de imaginación Para entender este texto conviene realizar un triple esfuerzo de imaginación: 1) imaginar que somos jóvenes; 2) imaginar que vivimos hace veinte siglos en Palestina; 3) imaginar que somos discípulos de Juan Bautista, y no hemos oído hablar nunca de Jesús. Hemos hecho quizá un largo y molesto viaje para escuchar a Juan y hacernos bautizar por él, hemos renunciado a todo para convertirnos en discípulos suyos. Juan es el personaje más grande en nuestra vida. De repente, aparece Jesús, un desconocido, y lo que Juan dice nos desconcierta por completo. Al desconocido lo presenta, en primer lugar, como el cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Fórmula extraña, que ninguno entiende muy bien, pero que sugiere una estrecha relación con Dios y con el perdón de los pecados. Hemos ido buscando un bautismo para el perdón de los pecados, y ahora encontramos a un personaje que los quita. Sigue Juan diciendo que ese desconocido está por delante de mí, porque existía antes que yo. Y lo miramos extrañados, intentando convencernos de que Jesús es más viejo, aunque Juan lo parece mucho más, quizá por culpa de tantas penitencias y por alimentarse solo de saltamontes y miel silvestre. Pero tenemos la sensación de que Juan no se refiere sólo a la edad: está sugiriendo que ese desconocido es mucho más importante que él. Y esto queda claro cuando añade: He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él.Entre nosotros hay algunos conocedores de la teología judía, y se asombran de esto porque muchos rabinos afirman que el Espíritu de Dios lleva siglos sin manifestarse. Muy grande tiene que ser ese desconocido, sobre todo teniendo en cuenta que no solo recibe el Espíritu, sino que también lo transmite en un nuevo bautismo, distinto del de Juan. Finalmente, termina dando testimonio de que éste es el Hijo de Dios, una forma de referirse al rey de Israel, al que Dios adopta como hijo. (Lo dejan claro las palabras que pronunciará poco más tarde Natanael, dirigiéndose a Jesús: «Tú eres el hijo de Dios, tú eres el rey de Israel»: Jn 1,49). Los oyentes de Juan se preguntarían asombrados: ¿quién es este que quita el pecado del mundo, que es más importante que Juan, sobre el que se ha posado el espíritu, que da el espíritu en un nuevo bautismo, que es el rey de Israel? Sin duda, debe tratarse del Mesías, aunque no lo parezca. Leyendo el evangelio (Juan 1,29-34). Contemplar la escena es un recurso magnífico para profundizar en el evangelio y entenderlo, pero la lectura «científica» ayuda también a descubrir nuevos aspectos. El más importante es que Juan Bautista no pronunció este discurso: sus palabras son un recurso del evangelista para suscitar en nosotros, desde el primer momento, la curiosidad y el interés por el protagonista de su historia. Y no sólo esto, sino también una respuesta personal, idéntica a la que refleja el episodio inmediatamente posterior (Jn 1,35-37, que no se lee este domingo). Al día siguiente estaba Juan con dos de sus discípulos. Viendo pasar a Jesús, dijo: Ahí está el Cordero de Dios. Los discípulos, al oírlo hablar así siguieron a Jesús. Esta vez no pronuncia Juan un largo y complicado discurso. Basta una simple referencia, enigmática, al cordero de Dios. Lo importante es que la curiosidad y el interés dan paso al seguimiento. Cuando se relee el texto diez o quince veces (algo imprescindible para entender el cuarto evangelio) se advierten dos bloques de afirmaciones: El primero se refiere a Jesús, del que Juan dice: 1) Es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo; 2) está por delante de mí porque existía antes que yo; 3) el Espíritu su posó sobre él y bautizará con Espíritu Santo; 5) es el Hijo de Dios. Son afirmaciones que se complementan, componiendo un mosaico de la figura de Jesús: empieza hablando de su relación con el mundo, del que borra sus pecados; luego de su relación con Juan; finalmente de su relación con Dios y con su Espíritu. Un personaje del que solo se puede esperar lo mejor y que provoca asombro y deseo de conocerlo. El segundo bloque de afirmaciones se refiere a Juan: 1) he anunciado la venida de uno más importante; 2) dos veces repite «yo no lo conocía»; 3) pero «he salido a bautizar para que sea manifestado a Israel»; 4) he contemplado al Espíritu bajar sobre él; 4) lo he visto y doy testimonio. También estas afirmaciones se complementan, esbozando la misión del Bautista y su descubrimiento de Jesús, desde que Dios lo envía a bautizar hasta que se encuentra con el personaje anunciado. En la visión que ofrece el cuarto evangelio, la vida de Juan Bautista solo tiene sentido al servicio de Jesús, dándolo a conocer a los demás. Algo que podría desilusionar o desconcertar a sus discípulos, pero que debe moverlos a aceptar a Jesús, igual que hizo su maestro. Dos notas: ‒ La imagen del «cordero de Dios», que no coincide exactamente ni con la del cordero pascual, ni con la del chivo expiatorio del Yom Kippur, recuerda bastante al personaje misterioso de Isaías 53 que se ofrece a morir por el pueblo y marcha a la muerte «como un cordero llevado al matadero», sin protestar ni abrir la boca. Teniendo en cuenta que en ámbito cananeo el símbolo de la divinidad era el toro, por su fuerza y bravura, elegir al cordero significa un cambio radical, una opción por lo débil y suave. ‒ «El pecado del mundo» es una fórmula que solo se encuentra aquí, y resulta difícil saber en qué consiste el pecado del mundo. Una pista la ofrece la primera carta de Juan: «Cuanto hay en el mundo, la codicia sensual, la codicia de lo que se ve, el jactarse de la buena vida, no procede del Padre, sino del mundo» (1 Jn 2,16). Todo eso sería lo que elimina Jesús. Pero la cuestión es discutida. La doble misión del Siervo de Dios y de Jesús (Is 49,3.5-6) El protagonista de esta lectura es un personaje misterioso que aparece al final del libro de Isaías. Uniendo diversos poemas de los capítulos 42, 49, 50 y 53 se esboza la figura de un “Siervo de Yahvé”, al que Dios encomienda la misión de convertir a los judíos desterrados en Babilonia (de la salvación política se encargará el rey persa Ciro). El Siervo, después de una etapa inicial de entusiasmo, atraviesa una profunda crisis, pensando que todo su esfuerzo ha sido inútil. Entonces, el Señor le renueva la misión con respecto a Israel e incluso se la amplía, extendiéndola a todo el mundo. Este poema de Isaías ayuda a entender la misión de Jesús de “quitar los pecados del mundo”. Una misión que implica dos aspectos. El primero, relativo al pueblo de Israel, consiste en convertirlo al Señor; de hecho, su mensaje inicial será “convertíos y creed en la buena noticia”. El segundo se refiere al mundo entero: iluminar a todas las naciones para que la salvación de Dios alcance hasta el fin del mundo; sus rápidas visitas a Fenicia y la Decápolis, su buena relación con los despreciados samaritanos, simbolizan y anticipan la misión universal de la Iglesia, sin fronteras ni muros. Nota sobre la segunda lectura (1 Corintios 1,1-3) Desde este domingo hasta el séptimo del Tiempo Ordinario (este año 2020 la Cuaresma comienza el 25 de febrero), la segunda lectura se dedica a diversos fragmentos de la Primera Carta a los Corintios (solo de los capítulos 1-3). El deseo de la liturgia de conocer a san Pablo leyendo breves pasajes de sus cartas cada domingo se basa en un desconocimiento absoluto de san Pablo. No es esa la forma de conocerlo. Pero puede animarnos a leer en privado esta carta, una de las más interesantes del apóstol, en la que trata problema de enorme actualidad. ¿Quien es este Jesus que ha nacido entre nosotros? por: Mª Guadalupe Labrador Encinas. fmmdp1/17/2020 El evangelio de este domingo, con el que volvemos al tiempo ordinario después de vivir las fiestas de Navidad, nos invita a hacer una reflexión sobre lo que hemos celebrado, sobre lo verdaderamente importante de estos días.
¿Quién es este Jesús que ha nacido entre nosotros? ¿Cómo es esta persona que el Padre nos ha enviado? ¿Cómo afecta a nuestras vidas? Son las preguntas que se hicieron las primeras comunidades cristianas y son sus respuestas las que nos llegan en este texto que el evangelio de Juan pone en boca de Juan Bautista, saltándose toda cronología. Juan Bautista que nos ha acompañado durante el Adviento es ahora, al terminar el tiempo de Navidad, el que nos dice: “estad atentos, abrid los ojos, descubrid quién es en verdad este Niño que nos ha nacido y cómo tiene la fuerza del amor para liberar vuestras vidas”. Juan no habla de oídas, no lo ha estudiado en los libros… nos habla de su propia experiencia. Afirma que “ve” a Jesús que se le acerca, que viene a su encuentro y descubre en Él algo nuevo, que “no conocía”. Descubre exactamente quién es Jesús. Ese al que él mismo salió a anunciar, aun sin conocerle. Y eso que “ve” no le deja indiferente, le afecta, le hace tomar postura, resituarse: no soy yo el que va delante aunque haya salido a anunciarle, Él va delante porque existía antes, porque su lugar es el primero. Por eso lo testifica con fuerza, hasta con solemnidad. Confiesa a Jesús como el “cordero de Dios”. Expresión muy familiar y significativa para el pueblo judío contemporáneo de Jesús, pero no para nosotros. Era para ellos una clara referencia a la salida de Egipto, al cordero con cuya sangre se marcaban las puertas de los judíos y los libraba de la muerte abriéndoles el camino a la liberación, a la salida del lugar de su esclavitud para vivir en libertad (Éxodo 12). Les recuerda el cordero que se mataba para comerlo y celebrar cada año en la fiesta de la Pascua, este acontecimiento fundamental para la vida y la fe del pueblo. Pero Juan continúa “este cordero de Dios quita el pecado del mundo”. Es una frase que procede de mucha reflexión teológica y nos puede llevar a descubrir lo que los primeros cristianos pensaban de Jesús. Habla de pecado, en singular. No pecados, como estamos más acostumbrados a utilizar nosotros. No nos está hablando de los pecados o fallos individuales sino de la situación global de la persona humana de opresión, que le impide ser plenamente persona según el plan de Dios. Esta opresión puede ser causada por otro ser humano o por nosotros mismos. Es la injusticia, la humillación, la esclavitud en sentido moral y físico. De ahí se desprenden los demás pecados. Jesús quita el pecado del mundo con su forma de vivir, eligiendo una vida de servicio, de humildad, de pobreza y entrega hasta la muerte. Esta actitud es fruto de una radical libertad que le permite ser “hombre auténtico”, suprimiendo de su vida toda opresión y anulando toda forma de dominio sobre él. Jesús vivió esta libertad durante su vida. Fue siempre libre. No se dejó avasallar ni por su familia, ni por las autoridades religiosas, ni por las autoridades civiles, ni por las costumbres o tradiciones impuestas por los letrados y fariseos. Jesús nos salva ayudando a todos los oprimidos a salir de su situación. Siempre que está en sus manos, los salva de la opresión física, de la enfermedad, y los llama a ser libres, a no dejarse oprimir por nadie, de ninguna forma, a ser auténticamente personas, a no dejarse envolver de nuevo por el dominio del pecado: “no peques más”. Esto que descubre Juan nos puede llevar a preguntarnos, ¿Quién o quienes nos oprimen hoy a nosotros? ¿De qué somos esclavos, de qué o de quienes dependemos, de forma que nos impiden ser libres, vivir la libertad y la salvación que Jesús nos ofrece? Y también, ¿qué formas de opresión estamos ejerciendo sobre otras personas? ¿Somos personas que ayudan a los demás a liberarse de cualquier clase de esclavitud? Juan completa su testimonio, profundizando su mirada: “He contemplado”. Contemplar es más que ver, es observar con atención, interés y detenimiento. Es reflexionar serena, detenida, profunda e íntimamente… Y añade: He contemplado al Espíritu que estaba con Él. Y esa contemplación le abre los ojos y puede descubrir, en la persona del nazareno, al Mesías del Señor, al esperado de los profetas. Descubre el origen divino de Jesús, cuando percibe que en él está el Espíritu. Por eso ya no es él, Juan, que bautiza con agua, el que debe seguir bautizando, sino Jesús, el Hijo de Dios, quien bautizará con Espíritu Santo y fuego. “Ver” bajar el Espíritu, descubrir que el Espíritu se ha posado en Jesús es la clave de este testimonio de Juan. No procede de su esfuerzo, de su vida austera y sacrificada, es un don de Dios, por eso es de fiar. Por eso va más allá de las apariencias: “Viene detrás de mi (humanamente Juan ha nacido antes que Jesús) pero realmente, como Hijo de Dios que es, lo importante más allá de la apariencia de un humilde nazareno, existía antes que yo” Nuestra fe en Jesús nos lleva a esa profundidad de mirada, a descubrir el Espíritu de Dios presente y actuando en nuestro mundo, en nuestra historia. Esta es la consecuencia de la Navidad que acabamos de celebrar. Dios “ha puesto su tienda entre nosotros” y su Espíritu está en la entraña de nuestra vida y en la entraña misma de la historia de la humanidad. Llegamos a pensar que nos la habían robado entre celofán estampado de "Felices precios", secuestrada a la carrera, en un carro de compra con destino a una triste noche de chistes de poco gusto, sobrecargada de champán; que la habían fulminado por anuncios de comprar y más comprar. Llegamos a pensar que nosotros mismos la habíamos asfixiado bajo la gabardina del "progre" que llevamos dentro, orgullo intelectual que va derribando lo entrañable que se cruza en su camino, credo que nos imponía sentar distancia de cuanto relucía desde el hogar.
Pero no, aún sigue ahí, algo asustada entre tanto deslumbre de neón, algo descolorida de olvido, algo apagada por la lejanía de su estrella. Aún llama a nuestra puerta, aún podemos insuflarle ternura, magia, inocencia. Aún podemos sobre todo imbuirla de un sentido sincero y austero. El número de personas que huyen de la guerra, la persecución y los conflictos ha alcanzado en el último año los 71 millones, el nivel más alto del que ACNUR tiene constancia en sus casi 70 años de historia. Habrá que levantar muchos belenes, no importa que carezcan de buey y asno, que el ángel se olvide de cantar “glorias” en su tejado. Habrá que reunir mucho barro y rama seca, que construir ancho alero que cobije a tantos migrantes que huyen de los conflictos, la miseria y la falta de libertades. Habrá que celebrar Navidades más sencillas y por ende solidarias. Navidad es siempre el recuerdo de un pesebre, ya no precisamente en Galilea, ya no importa de qué material, ni en qué latitud nazca el Esperado. Muta la Navidad, pero nosotros nos podemos quedar con su esencia imperecedera. Sencillamente algo nuevo y más elevado que brote en nuestro interior; un anhelo de comunión universal, una oportunidad que concedemos a la más genuina naturaleza del humano. Si en los últimos seis años han fallecido más de 15.000 migrantes hermanos en el Mediterráneo, la Navidad será un flotador que lanzaremos esperanzado desde todas las costas. Habrá que llenar los depósitos de los audaces “Aitamaris”, colmar los almacenes de ONGs como “Zaporeak” que cocinan a fuego urgido. Hay una Navidad que comienza a ser más universal que exclusivamente cristiana. Al fin y al cabo, en todo humano puede aflorar lo mejor que lleva dentro. La Navidad es particularmente de cuantos proyectan fuera sus mejores pensamientos, de cuantos al aligerar bolsillo, abrazan fuerte y lejos, encienden llamas que calientan remotos belenes y chamizos. Jesús no llevaba el letrero de católico. No instituyó ninguna religión. La Iglesia multicolor, la comunión extensa de Jesús es sencillamente la que proporciona amparo y cobijo, no importe el culto que profese. Pertenece a ella quien late en fraterno amor, se haya o no acercado a la pila bautismal. En los tiempos del “password” universalizado ya no es preciso “pedigrí” de pertenencia a la Iglesia de Pedro. Seguidor de Jesús puede ser el devoto de la humanidad, el que sabe que la solidaridad no se detiene en los tabiques de su hogar, el que siente la necesidad de compartir en la inmensa mesa planetaria. ¿Qué son por lo tanto las Navidades sino el recuerdo de la llegada de ese Ser que lo dio absolutamente todo? ¿Que son estos días singulares sino invitación a compartir, a olvidarse un poco de la página de “Amazon”, a dejar de acumular donde ya poco cabe? De seguro que el Nazareno causaría furor en Pinterest”. No sé si está ducho en las nuevas tecnologías o se quedó en el cincel y martillo, en la cultura analógica de carpintero. Desconozco si tiene perfil en “Instagram”; si ha alcanzado la elemental meta de los 5.000 en “Facebook”. Creo sin embargo que nos invita a abonarnos a la red social que no tiene ni membresía, ni fin, a la red de servidores del mundo más allá de nuestra condición de nacionalidad, clase o religión, a la inmensa alianza extendida por toda la tierra, que con o sin soportes digitales, aboga por el progreso del alto ideal de la fraternidad humana. Después se encenderán las numerosas luces de ecológico “led”, se entonarán con más o menos acierto los villancicos, pero la magia de la Navidad no es otra que la de una solidaridad sin fronteras que se ensancha especialmente en estos días. El Papa Francisco lo ha expresado más sencillo, escueto y poético: “La campana de Navidad eres tú, cuando llamas, congregas y buscas unir; la cena de Navidad eres tú, cuando sacias de pan y de esperanza al pobre que está a tu lado; la felicitación de Navidad eres tú, cuando perdonas y restableces la paz, aun cuando sufras…”. ¿Qué son los días que ya se acercan entre zambomba y pandereta, sino la fiesta, no del descorche y derroche sino del dar? Las tabletas de turrón se van apilando en ese rincón de la cocina que sólo ella conoce. Hombres cargados de luces, encaramados en largas escaleras arrebatan, con excusa de adorno, los celestes retazos de oscuridad. En los jardines de nuestras ciudades se organiza el campamento al que retorna una Familia singular. Ojalá en otras tantas puertas de precaria lona, algo de oro, incienso y mirra; ojalá en ellas también el “toc, toc” de Sus Majestades de Oriente. Una vez más viene sin avisar, se toma la confianza de sorprendernos en pleno ajetreo invernal, pero algo nos llama a adherirnos a esta Fiesta universal. Sea bienvenida una vez más. Es una fecha cargada de connotaciones profundamente humanas: la circuncisión e imposición del nombre a Jesús, la maternidad de María, el comienzo del año. El día de la paz. No me gusta tratar más de un tema en cada homilía, pero hoy tenemos que hacer una excepción. La fiesta quedaría incompleta si omitiéramos alguno de estos aspectos. De todas formas, desde el punto de vista litúrgico, el más importante es el de María Madre y a ello dedicaremos mayor espacio.
1º.- “María madre de Dios”. Es la fiesta más antigua de María en occidente. Pablo VI la recuperó y la colocó en este día de la octava de Navidad y primero del año. La maternidad de María es un dogma. Esto no nos tiene que asustar, porque lo que de verdad importa es la manera de entender hoy esa verdad. Fue definido en Éfeso en el 431. Pero no se trata de un dogma mariológico, sino cristológico. Ni en los evangelios ni en los primeros escritos cristianos se preocuparon de María. La mejor prueba de que en la definición de Éfeso no querían decir lo que se entendió, es que tuvo que ser aclarada veinte años después por el concilio de Calcedonia (451). En este concilio se afirmó, que María era madre de Dios, pero "en cuanto a su humanidad". ¿Qué queremos decir cuando hablamos de la humanidad de Dios? Efectivamente, llamar a María “madre de Dios”, porque fue la madre de Jesús, es violentar los conceptos. Jesús fue un ser humano que comenzó a existir en un momento determinado de la historia. El niño que lloraba y que mamaba, se meaba y se cagaba, no puede ser identificado con Dios que está fuera del tiempo y no tiene ni principio ni fin. Para entender el dogma de la "Theotokos" (la que pare a Dios), debemos tener en cuenta el contexto en que fue formulado. Era un intento de confirmar que el fruto del parto de María fue una única persona: Jesús. Contra Nestóreo que afirmaba dos personas en Jesús, una humana que era Jesús, y una divina, la segunda de la trinidad. No debemos olvidar que el concilio de Éfeso lo promovió el mismo Nestóreo para condenar a Cirilo, que proclamaba una sola persona en Cristo. Faltó el canto de un duro para que condenaran como herejía lo que se definió como dogma. Aunque no fue la intención del concilio, lo que se entendió del dogma, no deja de tener su importancia a la hora de pensar la realidad de Dios. Que nos hayamos atrevido a dar una madre a Dios tiene unas connotaciones psicológicas incalculables. Manifiesta una necesidad de comprender a Dios desde nuestra realidad humana. Somos hijos de Dios y Él es a la vez Hijo de una mujer... Dios entrando en la dinámica humana y el hombre entrando en la dinámica divina. Llamar a María Madre es manifestar que es origen de algo tan importante como es la presencia de Dios en Jesús. 2º.- La circuncisión se hacía a los ocho días y era el rito religioso fundamental para el pueblo judío. Mucho más que el bautismo para nosotros. Implicaba ponerle un nombre, que en aquella época era muy importante y que en este caso, según el relato, no lo eligen ellos, sino que viene impuesto. Lo que significa el nombre “Jesús” (Dios salva) resume toda su vida. La circuncisión suponía, además, la adhesión legal de la criatura al pueblo de Israel. Si era primogénito, como en el caso de Jesús, había que rescatarlo de la obligación de ofrecer al Señor todo primogénito. 3º.- El comienzo del año supone traspasar una frontera. En el NT griego, encontramos dos palabras que traducimos por “tiempo”, pero que tienen un significado muy diferenciado. “Chronos” es el tiempo astronómico. Se refiere al paso de las horas, días y años... En principio, es lo que estamos celebrando hoy. “Kairos” sería el tiempo humano. Es el tiempo oportuno para hacer algo importante que atañe a la condición humana de cada uno. Éste es mucho más importante desde el punto de vista religioso. Es el tiempo que se me da como oportunidad de crecer en el ser. No debería traspasar la frontera del año sin hacer una reflexión sobre mí mismo, y valorar cómo estoy haciendo uso de algo tan importante y tan efímero como el tiempo cronológico. Sabemos que Dios es amor y que el don de sí mismo es total, absoluto y eterno. Nunca se podrá “arrepentir” de ser lo que es para nosotros. Pero ese don no es una imposición desde fuera. Si el hombre no lo descubre y lo acepta, no significará absolutamente nada para él. La aceptación de ese don, que es Dios, tenemos que hacerla desde la más profunda humanidad. No es suficiente una vida animal y racional plena. Es necesaria una perspectiva humana que sólo se da más allá de lo biológico y lo racional. Para que Dios llegue a nosotros, tenemos que concebirlo y darlo a luz. 4º.- El día mundial de la paz. Tal vez sea una de las carencias que más afecta al ser humano de hoy, porque la ausencia de paz es la prueba palpable de una falta de humanidad a todos los niveles. Ahora bien, la reflexión que hacemos no puede quedarse en aspavientos y quejas sobre lo mal que está el mundo. No podemos descubrir lo que significa la paz hablando de guerras y conflictos. Menos aún, quedándonos en una crítica externa sin mover un dedo para cambiar. No son las contiendas internacionales, por muy dañinas que sean, las que impiden a los seres humanos alcanzar su plenitud. Los grandes conflictos internacionales los originamos nosotros con nuestras riñas y pendencias individuales. Si no hay paz a escala mundial, la culpa la tengo yo, que lucho a brazo partido por imponer mis criterios o caprichos egoístas a los que están a mi alrededor. El egoísmo, que impide la armonía en nuestras relaciones personales, es el causante de las más feroces guerras a todos los niveles. La paz no es una realidad que podamos buscar con un candil. La paz será siempre la consecuencia de unas relaciones verdaderamente humanas entre nosotros. Es muy deprimente que nos sigamos rigiendo por el proverbio latino: “si vis pacem parat vellum”. Si te preparas para la guerra, es que estás pensando en quedar por encima del otro para esclavizarlo. Si no existe una auténtica calidad humana no puede haber una verdadera paz, ni entre las personas ni entre las naciones. El primer paso en la búsqueda de la paz, tengo que darlo yo caminando hacia mi interior. Si no he conseguido una armonía interior; si no descubro mi verdadero ser y lo asumo como la realidad fundamental en mí, ni tendré paz ni la puedo llevar a los demás. Este proceso de maduración personal es el fundamento de toda verdadera paz. Pero es también lo más difícil porque exige la superación de todo egoísmo. Una auténtica paz interior se reflejaría en todas nuestras relaciones humanas, comenzando por las familiares y terminando por las internacionales. ¡Recuperemos el shalom judío! En esa palabra se encuentra resumido todo lo que intento deciros en estas líneas. Nuestra palabra “paz” tiene connotaciones exclusivamente negativas: ausencia de guerra, ausencia de conflictos, etc. Pero el shalom se refiere a realidades positivas. Decir shalom significaría un deseo de que Dios te conceda todo lo que necesitas para ser auténticamente tú, incluida la misma presencia de Dios en ti. El ser humano auténtico es el que ha superado el egoísmo, es decir, ha dejado de pretender que todo, personas y cosas, giren en torno a él. Aprender a amar, preocuparse de los demás, entrar en armonía no sólo con los demás sino con toda la creación, es la auténtica preparación para la paz. El que ama no pelea por nada ni pretende nada de los demás, sino que está encantado de que todos saquen provecho de él. Meditación ¡Convertir el Chronos en Kairos! Esta es mi principal tarea como ser humano. Tengo que aprovechar el “tiempo” que se me da. Mi tiempo no puede ser sólo geológico o biológico. Mi tiempo tiene que ser siempre “humano” El tiempo que dedico a mí mismo, puede ser el más humano y el más inhumano. El Ser Humano, esa majestuosa obra de Dios, con una vida completa por vivir, en medio de una hermosa creación, rodeado del verdor de la naturaleza, del canto de los pájaros, del colorido de las aves, de la frescura de las aguas de manantiales y páramos, pisando unas veces oro, petróleo, esmeraldas, flores o fina hierba; quien piensa, siente, se mueve, ama, se detiene o avanza; un ser muy misterioso en ocasiones, asombrado en otras; muy inteligente y libre; triste o alegre, negro, blanco, indígena, mestizo, peli negro, mono, peli rojo; lleno de sueños por vivir, y espacios por conquistar.
Ese maravilloso ser humano, quizás seas tú y/o esté también a tu lado, o esté confundido tras la mol de cemento, mirando el horizonte sintiéndose sin futuro, o perdido en decisiones incorrectas, tomadas pensando que estaba entre personas correctas, que nunca pensaron de forma correcta, pero fingieron estar pensando lo que parecía correcto; o es aquel que siente todo injusto porque no tiene de sobra o lo que tiene otro lo quiera también; o es el que estudio, acumuló títulos pero no se educó; o el que nació en muy buena posición, pero ahora toco fondo; o quizás sea un mariachi que te canta debajo de tu ventana; o un mesero que se esmera por caer bien para que lo veas y le asignes propina; o un profesor que se hizo a un grupo de alumnos que no quiere, pero le gusta estar aunque no esté a gusto; o es el docente entregado y afectuoso con sus alumnos; o tal vez no sé, cualquier ser humano jugando un rol o muchos que la vida le asigna como son: padre, esposo, hijo, amante, hermano, sacerdote, vigilante, zapatero, madre, cantante, activista, presidenta, gerente o jardinero; o político, dictador o estadista… ¿qué sabemos del corazón detrás del personaje?, pero las personas son más que el personaje y el ser humano que creo Dios es más que cualquier ser, es perfecto, es su imagen, contiene el amor de Dios en toda su expresión, pero ha querido siempre milagros, maná, pescado, mermelada y dulces; todo lo quiere, sin esfuerzo, quiere que le digan si, que le pongan alfombra roja, que se inclinen para celebrar su impetuoso ego que lo hace quedar mal, cada que se le sale la vanidad; que levita a cambio de caminar; que se ufana de estar entre los más “ricos” de la revista “X”, frente a la precariedad de tantos infantes sin porvenir, y tantas personas, sin recursos, sin agua, tapadas de basura. ¿Por qué el corazón de ese maravilloso ser humano, se corrompió, si todo era bueno, Dios creo el mundo y vio que todo era bueno?, el paraíso esta, los protagonistas están, la riqueza existe, la vida sigue su curso, extraigamos el talento que tenemos, esforcémonos por trabajar por la unidad, la sanación y salvación del mundo; este es el cuento bonito, hay que sentir compasión, ser responsable y hacer las cosas bien, mejor, para mejorar en sociedad, en humanidad; si es cuento bonito, todo está pero no estamos nosotros, estamos evadidos, distraídos, ensombrecidos, muy lentos en apoyar las causas justas y buenas, en decirle no a la deshonestidad, a la injusticia, a la hipocresía, a los gobernantes mediocres. Dios nos hizo libres, dignos, fuertes, sanos, y hemos dejado que la raza humana se humille, sin tener porque hacerlo…y es el mismo ser humano algunas veces quien le pone la lápida y lleva al fondo a otro ser humano, recordemos…”Jesús, alzando la vista, dijo: -Padre, te doy gracias porque me has escuchado. Ya sabía yo que siempre me escuchas, pero lo dije por la gente que está aquí presente, para que crean que tú me enviaste. Dicho esto, grito con todas su fuerzas: ¡Lázaro, sal fuera!.. Quítenle las vendas y dejan que se vaya –les dijo Jesús”. (Juan, 11, 41-44b). Querido Ser Humano… haz tu mejor esfuerzo ahora, ayuda, avanza. Gracias. Es improbable que este texto haya salido de la pluma de un solo autor. Es más bien un himno litúrgico elaborado a través del tiempo por la comunidad. Se trataría de una comunidad eminentemente mística, en la que todos los miembros vivían una íntima unión con Dios y que expresaban esa vivencia en la liturgia. Solo así se explica la cantidad y la profundidad de las ideas que se van desgranando a través del texto. En realidad, es todo el evangelio condensado. El redactor último del evangelio, lo colocó al principio como introducción, pero podía haberlo puesto al final como epílogo de la obra.
Por supuesto que es un evangelio que desborda el ámbito de una homilía. Pretender una explicación exhaustiva, sería una locura. Para mí, la idea envolvente de todo el relato es la íntima interconexión de lo humano y lo divino. Ésta es la experiencia en la que todos los místicos de todas las religiones y todos los tiempos, coinciden. Una vez superados los primeros estadios de la religiosidad, en la que la relación era con un ser superior y externo, se entró en la dinámica de la mística, es decir, en la relación del hombre con el Dios que es la base de su propio ser y con el que se identifica en lo más íntimo. Al principio es la misma palabra con que empieza el Génesis. Esto no es casual, es propósito del himno, hacer referencia al principio de la Biblia. Lo que es la Palabra entra dentro del plan de la creación de Dios. La encarnación será precisamente la culminación de la creación. En el principio, cuando Dios crea el cielo y la tierra, la Palabra ya existía. El imperfecto indica la duración de una acción. La palabra no comenzó, porque estaba ya allí. Cuando todo pasaba del no ser al ser, la Palabra permanecía en el ser. Ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios y Dios era la Palabra. Tres frases con la misma estructura. Construidas con verbo “sum” y ligadas con la conjunción “et”. Las tres formadas por los elementos imprescindibles: sujeto, verbo y complemento. El sujeto es siempre el mismo “la Palabra”. El verbo también es el mismo en griego y en latín, “era”; en español se desdobla en tres significados: Existía, estaba, era; así se evita la monotonía. En griego y en latín, empezar la frase siguiente “incluyendo” la última palabra de la anterior. Con ello el texto adquiere una cohesión y una fuerza increíbles. Logos es un término que se empleaba en filosofía desde hacía mucho tiempo, pero el significado que se le quiere dar aquí no tiene paralelo en los textos bíblicos ni en la literatura profana. Se trata de un concepto original. Por eso es tan difícil concretar lo que nos quiere decir. Desde un punto de vista intelectual es imposible comprenderlo. Solo después de una experiencia mística se podrá entender. La comunidad llegó a este concepto por un despliegue continuado de la experiencia pascual. Descubriendo en Jesús la presencia de Dios, fueron capaces de entender la implicación de Dios en Jesús. Logos, Verbo, Palabra, Proyecto querría expresar el más elevado plan de Dios sobre la creación. En el AT, Dios obra por medio de su Palabra. Pero la palabra es siempre expresión de una idea. La idea, el plan que Dios tenía era lo primero. Una vez que Dios tiene la idea, pronuncia la palabra que es capaz de hacer realidad la idea. Dios se vuelca totalmentesobre la palabra que pronuncia y no se reserva nada para sí; por eso lo que era Dios lo era la Palabra. Si, como nos dice la teología, en Dios el pensar, el obrar y el ser son la misma realidad, podemos imaginar la unidad que se quiere expresar. Al insistir en que “estaba junto a Dios”, nos esta advirtiendo de una “no identificación”. Por dos veces nos dice que “la Palabra estaba junto a Dios”. “Junto a Dios” (pros ton Theon)= vuelto hacia, junto a. Indica a la vez proximidad y distinción. En íntima unión, pero por relación dinámica, no por identificación. Esto no siempre lo hemos tenido en cuenta. La tercera frase no es nada fácil de comprender. Podíamos traducir: lo que era Dios, lo era la Palabra; y también: Un ser divino era el proyecto. Para los judíos, Dios era el totalmente trascendente; no podía haber otro. Para los helenistas, el peligro era el politeísmo. Por eso nos dice que ni es una “mónada” aislada ni son dos seres. Ella contenía vida, y la vida era la luz del hombre. Es muy importante que nos demos cuenta de lo que dice. La Vida es primero que la luz. La iluminación viene precisamente porque ha llegado la Vida. Esto va más allá de lo que dice el Génesis, que la Luz fue lo primero. Está más allá también de las ideas judías. Para ellos la Ley era la luz que ilumina y salva. Esta idea de que la Vida es anterior a la luz, es clave para entender el evangelio de Juan. Dios, por medio de la Palabra, comunica la Vida y es la Vida comunicada la que da luz. Se entiende mal a Jn, si se quiere ver en Jesús un maestro de verdades que dan vida. El mundo no la reconoció. Los suyos no la acogieron. Para el AT el pecado era no obedecer a Dios. Para Jn, es no reconocer a Jesús. Estaba en el mundo como aquel por quien el mundo fue hecho, pero los hombres no conocieron a Dios a través de la creación. No hay que entenderlo en el sentido intelectual griego, sino en el sentido semita. Conocimiento que entraña una actitud de fidelidad a Dios. “Los suyos” son el pueblo judío, representado en sus dirigentes, que rechazaron a Jesús. A cuantos le recibieron, los ha hecho capaces de hacerse hijos de Dios. Se trata de una afirmación rotunda y desorbitada. Dios es siempre Padre, pero el ser hijo depende de cada ser humano. En el AT ya se aplicaba el título de hijo de Dios: a) A los ángeles. b) Al rey. c) Al pueblo judío en su conjunto. Ninguna de estas ideas sirve para comprender lo que Juan quiere decir. En el NT, Padre se aplica a Dios como aquel que comunica su misma Vida divina. Podíamos decir que la Vida que había en la Palabra se comunica al que la acepta. Lo importante no es nacer de la carne y de la sangre, sino de Dios. La fe en Jesús nos capacita para actuar como Dios, para hacer presente a Dios , para ser hijos. Si creen en su nombre. Ya sabemos lo que significa creer para la Biblia. En ningún caso se trata de aceptar unas verdades teóricas (doctrina). Para la Biblia lo que importa es la persona. Tener fe es confiar en la persona; es vivir que el otro es para ti y tú para el otro. Para traducirlo, tendríamos que unir dos palabras: confianza en, y fidelidad a... La Palabra se hizo carne. Todo el relato está orientado a esta idea clave. La “carne” no es ya lo contrario del Espíritu, sino su aliado. Según la visión judía, carne era el aspecto más bajo de la criatura humana, pero era también lo que hacía posible el Espíritu en el hombre. Quiere decir que no puede haber Espíritu si no hay carne. Esta idea tenía que hacernos cambiar el sentido maniqueo que seguimos teniendo de la creación. Si Jesús dijo a Nicodemo que había que nacer del Espíritu, es porque existe esa posibilidad y la clave de una vida humana es aprovecharla y no quedarse en el nivel de la pura carne. Entrar en la dinámica de este texto sería vivir la realidad de un Dios que se hace uno con la criatura. El “Proyecto” de Dios es desplegarse en el hombre. Pero como el Proyecto y Dios es la misma cosa, el único Dios está disponible en el hombre. En el Hombre Jesús, se ha manifestado de una manera incontestable, pero la meta es que se manifieste en todo ser humano. En adelante, no tendrá sentido buscar a Dios fuera del hombre. Dios no se encuentra ni en los templos ni en los sacrificios ni en la liturgia. Para mí, ésta es la esencia del evangelio. Ésta es la “buena noticia”. Esto es el “Reino que es Dios”. Empezamos el tiempo ordinario del año litúrgico. A lo largo de todo este año vamos desgranando las narraciones más importantes de Mt sobre de la vida pública de Jesús. Es lógico que empecemos con el primer relato importante de esa andadura, el bautismo. Los especialistas dicen que el bautismo es el primer dato de la vida de Jesús que podemos considerar, con una gran probabilidad, como verdaderamente histórico. Sin duda fue muy importante para Jesús. Fue también muy importante para los primeros cristianos que intentaron comprender su vida y milagros; porque el bautismo deja claro que el motor de toda la trayectoria humana de Jesús fue el Espíritu.
La hondura de la fiesta la marcan las dos primeras lecturas. Ahí podemos descubrir que va mucho más allá de la narración de un hecho más o menos folclórico. Isaías hace un cántico al libertador del pueblo oprimido que la primera comunidad cristiana identificó con Cristo. Pedro hace un resumen muy certero de la vida de Jesús. En las tres lecturas se habla del Espíritu como determinante de la presencia salvadora de Dios. La presencia de Dios en la historia se lleva a cabo siempre a través de su Espíritu. Dios es causa primera, y no puede ser causa segunda. Actúa siempre desde lo hondo del ser y sin violentarlo en nada. Por eso decimos que actúa siempre como Espíritu. Aunque el bautismo de Jesús fuera un hecho histórico, la manera de contarlo va más allá de una crónica de sucesos. Cada evangelista acentúa los aspectos que más le interesan para destacar la idea que va a desarrollar en su evangelio. Lo narran los tres sinópticos y Hechos alude a él varias veces. Jn hace referencia a él como dato conocido, lo cual es más convincente que si lo contara expresamente. Dado el altísimo concepto que los primeros cristianos tenían de Jesús, no fue fácil explicar su bautismo por Juan. Si a pesar de las dificultades de encajarlo, se narra en todos los evangelios, es que era una tradición muy antigua y no se podía escamotear. El relato del bautismo intenta concentrar en un momento, lo que fue un proceso que duró toda la vida de Jesús. La mejor demostración es que en los sinópticos está relacionado con las tentaciones. Ni en uno ni en dos momentos quedó definitivamente clara su trayectoria. No tiene mucha lógica que el bautismo marque el punto de inflexión hacia su vida pública. Aceptar el bautismo de Juan era aceptar su doctrina y su actitud vital fundamental. No se entiende que esa aceptación del bautismo de Juan sea el comienzo de un proyecto propio, distinto del de Juan. En el brevísimo diálogo entre Jesús y Juan, Mt expresa que Jesús rompe todos los esquemas del mesianismo judío. No es el bautizar a Jesús lo que le cuesta aceptar al Bautista, sino el significado de su bautismo, que trastoca la idea del Mesías juez poderoso, que Juan manifestaba en sus discursos. Es muy probable que Jesús fuera discípulo de Juan y que no solo se vio atraído por su doctrina, sino que formó parte del grupo de seguidores. Solo después de ser bautizado, desde su propia experiencia interior, trasciende el mensaje de Juan y comienza a predicar su propio mensaje, en el que la idea de Mesías y Dios, que el Bautista había predicado, queda notablemente superada. Con sus constantes referencias al AT, Mt quiere dejar muy claro que toda la posible comprensión de la figura de Jesús tiene que partir del AT. La manera de hablar es totalmente simbólica. Lo que nos cuentan pasó todo en el interior de Jesús. Lucas nos dice: “y mientras oraba...” Los demás evangelistas lo dan por supuesto, porque solo desde el interior se puede descubrir el Espíritu que nos invade. Jesús, una persona ya madura pero inquieta, se siente atraído por la predicación de Juan. No solo la acepta, sino que se quiere comprometer con las ideas del Bautista. Todo ello prepara a Jesús para una experiencia única. Se abre el cielo y ve claro lo que Dios espera de él. Jesús no fue un extraterrestre de naturaleza divina que estaba dispensado de la trayectoria que cualquier ser humano tiene que recorrer para alcanzar su plenitud. No nos tomamos en serio esa experiencia humana de Jesús. Pero los primeros cristianos tomaron muy en serio la humanidad de Jesús. Hablar de que Jesús hizo un acto de humildad al ponerse a la fila como un pecador, aunque no tenía pecados, es pensar en un acto teatral que no pega ni con cola a una personalidad como la de Jesús. No cabe duda que Jesús recorrió una trayectoria completamente humana. A este relato nos acercamos con demasiados prejuicios: El primero, olvidarnos de que Jesús era completamente humano y necesitó ir aclarando sus ideas. En segundo lugar, nuestro concepto de pecado y conversión no tiene nada que ver con lo que se entendía entonces. Entendemos la conversión como un salir de una situación de pecado. Lo que se narra es una auténtica conversión de Jesús, lo cual no tiene que suponer una situación de pecado, sino una toma de conciencia de lo que significa para el hombre alcanzar la plenitud de ser de manera nueva. Dios llega siempre desde dentro, no de fuera. Nuestro mensaje “cristiano” de verdades, normas y ritos, no tiene nada que ver con lo que vivió y predicó Jesús. El centro del mensaje de Jesús consiste en invitar a todos los hombres a tener la misma experiencia de Dios que él tuvo. Después de esa experiencia, Jesús ve con claridad que esa es la meta de todo ser humano y puede decir a Nicodemo: “hay que nacer de nuevo”. Porque él ya había nacido del Espíritu. El bautismo de Jesús tiene muy poco que ver con nuestro bautismo. El relato no da ninguna importancia al bautismo en sí, sino a la manifestación de Dios en Jesús por medio del Espíritu. Fijaros que Mt dice expresamente: “apenas se bautizó, Jesús salió del agua…”. Mc dice casi lo mismo: “apenas salió del agua…” Lc dice: “y mientras oraba…”. La experiencia tiene lugar una vez concluido el rito del bautismo. En los evangelios se hace constante referencia al Espíritu para explicar lo que es Jesús. La frase “nacido del Espíritu” es absolutamente cierta en este sentido. La alusión a los cielos, que se abren definitivamente, es la expresión de la esperanza de todo el AT. (Is 63,16) “¡Ah si rasgasen los cielos y descendieses!” La comunicación entre lo divino y lo humano, que había quedado interrumpida por culpa de la infidelidad del pueblo, es desde ahora posible gracias a la total fidelidad de Jesús. La distancia insalvable entre Dios y el Hombre queda superada para siempre. La voz la oyó Jesús dentro de sí mismo y esa presencia le dio la garantía absoluta de que Dios estaba con él para llevar a cabo su misión. Estamos celebrando el verdadero nacimiento de Jesús. Y éste sí que ha tenido lugar por obra del Espíritu Santo. Dejándose llevar por el Espíritu, se encamina él mismo hacia la plenitud humana, marcándonos el camino de nuestra propia plenitud. Pero tenemos que ser muy conscientes de que solo naciendo de nuevo, naciendo del agua y del Espíritu, podremos desplegar todas nuestras posibilidades humanas. No siguiendo a Jesús desde fuera, como si se tratara de un líder ni aceptando su doctrina y sus leyes sino entrando como él en la dinámica de la vivencia interior. Ser cristianos es repetir en nosotros el proceso de deificación que Jesús llevó a cabo en sí mismo. La presencia de Dios en el hombre tiene que darse en aquello que tiene de específicamente humano; no puede ser una inconsciente presencia mecánica. Dios está en todas las criaturas como la base y el fundamento de su ser, pero solo el hombre puede tomar conciencia de esa realidad y puede vivirla. Esto es su meta y el objetivo último de su existencia. En Jesús, la toma de conciencia de lo que es Dios en él fue un proceso que no terminó nunca. En el relato del bautismo se nos está hablando de un paso más, aunque decisivo, en esa toma de conciencia. Meditación Jesús vio que el Espíritu bajaba sobre él. Ésta es la experiencia máxima de un ser humano. Teniendo en cuenta que Dios no tiene que venir de ninguna parte, descubrir el Espíritu en lo hondo de mi ser, es el segundo nacimiento que Jesús pide a Nicodemo. Con esa experiencia, comienza otra Vida que es la verdadera. |
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