Esa herramienta asombrosa que es el lenguaje humano tiene dos límites importantes: es insuficiente y no llega nunca a alcanzar la realidad a la que señala. Recuerdo cómo obsesionó esta constatación al gran poeta que fue J. Mª Valverde, en sus últimos años. Además, y quizá por eso, el lenguaje humano es tremendamente prostituible; y más, cuanto más alta sea la realidad que intenta designar (llevamos 4 años llamando austeridad -nombre de una virtud- a lo que es despojo -nombre de un derecho pisoteado-).
Pues bien: Dios es la palabra más prostituida del lenguaje humano. Y, tras ella, otras grandes palabras como amor o libertad. Es llamativo también cómo los cristianos hemos degradado la palabra caridad hoy casi insignificante, cuando en su origen etimológico caridad viene a ser lo mismo que gratuidad plena… Estos meses quisiera ir reexaminando algunas de esas grandes palabras. Comenzando por la misericordia, vocablo decisivo en el lenguaje del papa Francisco y, por ende, en su modo de ver la realidad (pues todo universo lingüístico traduce un modo de ver, y de ser). Esto le llevó a declarar un “año de la misericordia”, inaugurado el pasado octubre. Pero hay un peligro innegable de que se lo devaluemos, reduciéndolo a una flor de plástico o, como escribió Domingo Soto ya en el s. XVI, una “misericordia desnatada”. Como ocurre con otros vocablos humanos, lo que más acerca al verdadero significado de las palabras es remontarnos a su origen etimológico, o a su evolución a partir de él. En este caso baste con decir que misericordia significa simplemente poner el corazón (cor-cordis en latín), en la miseria (o quizá mejor en el mísero o miserable): miseri-cor. Desde ahí brotan algunas aclaraciones. 1.- Misericordia no es lo mismo que permisividad (así se ha querido degradar la propuesta de misericordia para con los fracasados en su primera unión matrimonial). La permisividad es una falsa forma de querer, que busca más el afecto y la gratitud del otro que su bien y su crecimiento. En el ejercicio de la paternidad o la maternidad se puede aprender mucho de esto. La misericordia tiene el valor de acercar el corazón a la miseria del otro, pero sin negar ésta. Y ello por dos razones: a- Porque sabe que el otro vale más que esa miseria que ahora le encadena y no le deja aparecer como es. Esto es fácil percibirlo en miserias físicas; pero cuando se trata de la miseria moral del otro, implica una apuesta: por ello la misericordia tiene siempre algo de riesgo. b.- Porque la misericordia tiene en cuenta todos los atenuantes del otro. En este mundo nuestro, histórica y socialmente pervertido, casi todo pecador es además una víctima; y el misericordioso conoce suficientemente su propia miseria para comprender la del otro. 2.- Misericordia tampoco es esa pseudocompasión que se regala con cierta autocomplacencia, para sentirse uno superior, perdonador, mejor que el otro. La misericordia es, intrínseca y dinámicamente, igualitaria. En cambio, fijémonos cuántas veces las críticas que hacemos a otros enmascaran un afán de presentarnos como superiores a ellos. En general, cuanto más dura es la crítica que hacemos, más señal suele ser de ese orgullo que, inconscientemente, busca sentirse superior (salvo cuando la dureza proviene de la indignación por el dolor causado a otros). La Carta de san Pablo a los romanos que, en buena parte, es una proclama de la Misericordia, concreta en dos puntos ese igualitarismo al que acabo de aludir: “todos son pecadores y necesitan la bondad de Dios”. Pero también: todos han sido agraciados y pueden acceder a esa bondad. 3.- Finalmente, la misericordia es intrínsecamente dolorosa. El corazón sufre cuando se acerca a la miseria física del otro. Y al acercarnos a su ruindad moral, el corazón sufre también porque el amor intenta triunfar sobre la indignación. El teólogo japonés K. Kitamori, en una obra memorable (Teología del dolor de Dios), definía ese dolor de Dios como “el amor de Dios triunfando sobre su ira”. Nosotros somos incapaces de vivir ambas cosas a la vez: amor e ira; por eso nos cuesta tanto ser auténticamente misericordiosos. Y entonces, o nos quedamos con que Dios es Amor y eliminamos su ira haciéndonos un “dios a la carta” que es mera proyección de nuestros deseos infantiles, o nos quedamos con la ira de Dios (que se vuelve evidente en cuanto echamos una mirada a este mundo cruel e injusto), y nos hacemos un dios del miedo que desfigura radicalmente toda la religiosidad humana (y que hoy sigue presente en muchos que se las dan de católicos). El año de la misericordia no deberá ser una de esas celebraciones casi sólo nominales a las que estamos tan acostumbrados y que dejan las cosas igual (“año de la infancia”, “de la mujer”, “de los pueblos indígenas”…). Debería ser un año mucho más serio, que nos vuelva un poco más humanos, desarrollando aquello que todos tenemos de divinos. Podríamos enmarcarlo en esta sencilla copla, que parodia unas palabras de Jesús: “Querer al que no te quiere – eso es de verdad querer – que de la otra manera – se llama corresponder. – Y eso… lo hace cualquiera”.
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Otra de las grandes palabras pisoteadas de nuestro lenguaje es la palabra "razón". Por paradójico que resulte, a veces hay pocas cosas más irracionales que la razón o, al menos, el uso que solemos hacer de ella. Y si no, aquí van algunos ejemplos.
- Las pasadas elecciones dieron un balance global de empate en torno a 160 votos, entre formaciones de derecha y de izquierda. ¿Cómo puede entonces el señor Pedro Sánchez proclamar que el pueblo ha pedido cambio? ¡Qué más querría yo que hubiese sido así! Pero resulta evidente que lo que pidió el pueblo es que nos entendamos entre todos. Y a eso tienen alergia nuestros políticos. - La "Sultana de la alegre Andalucía" (por piropearla con versos de Zorrilla) se desgañita gritando que no hay que dialogar con nadie que atente contra la unidad de España. Nada que objetar a los sentimientos: tan respetables son éstos como los otros. Pero ¿cómo no percibe que, a lo mejor, su cerrazón a ese diálogo es la mejor arma para romper esa unidad que ella quiere salvar a toda costa? - El Sr. Romeva proclamó tras el 27N que tenían mayoría suficiente "en escaños y en votos", para emprender el camino de la independencia. Esa mayoría era un solo escaño más, y menos del 50% de los votos. ¿De veras es racional ese modo de argumentar? - Don Mariano es el político que más desigualdad ha creado entre los españoles, tanto a niveles individuales como de comunidades. Y luego (cuando está de por medio el tema de Cataluña) se llena la boca gritando que él no puede consentir ninguna desigualdad entre los españoles. ¿No nos enseñaron en lógica que el llamado "principio de no contradicción" es el punto de partida de toda argumentación racional? - Aun compartiendo el deseo del líder de Podemos de un referendum sobre la cuestión catalana, queda pendiente la pregunta: ¿es racional hacer de ese deseo una "línea roja" que evite todo diálogo, cuando dos gramos de razón ya avisan de que su verificación reclama tiempo, y es irrealizable a las inmediatas?. - ¿Qué cosa más irracional que ese empeño intocable en quedarme "yo", cuando resulto ser el mayor obstáculo para que pueda gobernar mi partido? ¿No es más razonable renunciar a la presidencia cuando uno provoca rechazo de los interlocutores, y sacrificarse uno por el país al que tanto dice querer servir (Cataluña o España), para darle eso que ellos llaman un gobierno "estable"? Prescindamos ahora de que lo que ellos llaman gobierno estable es un gobierno que sostenga nuestra actual inestabilidad. Quedémonos con que esta pregunta afecta hoy directamente a don Mariano, porque al señor Mas parece que al final se lo hicieron entender, luego de repetir tantas veces que era "imprescindible", y a pesar de aquella argumentación irracional de que la presidencia "no es una subasta de pescado" (¿pensaba por eso que es una propiedad privada?). - Última pregunta de lógica, y de lógica muy elemental: ¿es razonable hablar de un estado propio cuando no se dispone de un Banco central propio?... Con todas estas preguntas no pretendo atacar a ninguna persona concreta. Es momento de retomar una frase de K. Marx cuando decía que él no atacaba a los capitalistas como personas, sino como expresión de la irracionalidad del sistema. Probablemente, todas las contradicciones citadas, y mil más que podrían añadirse, son simples frutos de un sistema irracional que sólo funciona irracionalmente: dando más a los que más tienen y quitando a quienes menos tienen. Incapaz de satisfacer las necesidades básicas de la mitad de la población del planeta, porque sólo funciona produciendo cosas innecesarias o inútiles, para que puedan disfrutarlas los que tienen más. O que reduce el sentido de la vida y los grandes valores navideños a consumir más y mejor... Y encima, siendo tan irracional el sistema, llevamos tiempo desautorizando a los de la CUP, llamándolos "anticapitalistas". ¿No deberíamos llamarlos simplemente racionales? Si luego sus conductas hubiesen sido más coherentes y menos contradictorias, y sus aspiraciones menos ilusas, no vería yo inconveniente en apuntarme a la independencia en el caso de que la mayoría de votos independentistas fuesen de la CUP: pues percibo que buena parte de los independentistas de hoy, no quieren tanto separarse de España cuanto de ese PP que se ha apropiado de ella. Y porque he pensado siempre que mi verdadera patria son los pobres de la tierra, y no lo que dictan los sentimientos patrióticos que tan fácilmente se pervierten en una forma larvada de ido-(o ego)-latría. En resumen: si veneramos tanto la razón es porque intuimos que se trata de una herramienta limpia. El problema reside en que nosotros la ensuciamos en cuanto ponemos las manos en ella, volviéndola irracional. Recuerdo que cuando, allá por el 1968, Franco hizo ministro de educación al señor Villar Palasí, corrían de boca en boca unos versos que preguntaban, entre otras cosas, si ese ministro "¿juega al billar pala-sí o para alguien más allá?" Esa es la pregunta: ¿para quién juegan nuestros políticos? Cuando salgan estas líneas quizá podamos atisbar si 2016 ha comenzado de manera más racional. En cualquier caso, tal vez nuestros hombres públicos (como todo ser humano) necesiten una temporada de eso que se llama "Ejercicios espirituales". Pero estén tranquilos: que no es para volverlos creyentes, sino para que aprendan a conocer, y reconocer, los infinitos mecanismos secretos de nuestro inconsciente que son los que en realidad nos gobiernan... Y déjeseme terminar con esa parodia. Jesús no trasforma el agua en vino sino la ley en amor y las abluciones en vida por: Fray Marcos1/19/2016 Celebramos hoy la tercera de las manifestaciones de Jesús. Por esta razón leemos el evangelio de Jn, que es el único que relata la Boda de Caná. Entendido literalmente, no tiene ni pies ni cabeza. Es absurdo que Jesús saque de la chistera un regalo para los novios. No, como todos los “milagros” narrados por este evangelista, se trata de signos que nos llevan a realidades profundas y decisivas para nuestra verdadera trasformación interior.
Visto como una crónica, está lleno de incoherencias. La primera, que el mayordomo no hubiera previsto el vino suficiente, cuando era su principal cometido. Es difícil de entender que fuera una invitada la que se diera cuenta y se preocupara por solucionar el problema. Está dentro de toda lógica la respuesta de Jesús: “¿Qué nos importa a ti y a mí?”. A pesar de la respuesta negativa, ella manda a los servidores que hagan lo que él les diga. Tampoco es lógico que sea Jesús el que soluciones el problema. No es normal que en una casa particular hubiera seis tinajas de unos cien litros, dedicadas a las purificaciones. Por último, no tiene sentido que el maestresalas increpe al novio por haber dado el vino malo al principio, porque era él, el que tenía que ordenar que vino se servía en cada momento. El relato no es una crónica de lo sucedido en una boda. Es fruto de una minuciosa y larga elaboración. No nos dice ni quienes eran los novios ni que relación tienen con Jesús. Lo que normalmente llamamos “el milagro” pasa casi desapercibido. Ni siquiera nos dice cuándo se convierte el agua en vino. Sería imposible separar lo que pudo suceder realmente, de los símbolos que envuelven el relato. Jesús asistiría a muchas bodas, y en cualquiera de ellas pudieron pasar cosas parecidas. Pero lo que hoy nos cuenta Jn, es teología. La clave para entenderlo es el trasfondo del AT, y la “hora” de la glorificación de Jesús en la cruz. La boda era desde Oseas, el signo más empleado para designar la alianza de Dios con su pueblo. La idea de Dios novio y el pueblo novia se repite una y otra vez en el AT. La boda lleva inseparablemente unida la idea de banquete; símbolo de tiempos mesiánicos. El vinoera un elemento inseparable del banquete. En el AT, era signo del amor de Dios a su pueblo. La abundancia de vino era la mejor señal del favor de Dios. La Madre es símbolo de la Alianza que está ya caducada. Jesús y los discípulos son el nuevo pueblo, que están allí de paso. Es completamente inverosímil que María pidiera a Jesús un milagro. Menos sentido tiene, que la petición de María adelantara la hora de hacer milagros. La hora a la que se refiere Jn es siempre la hora de la muerte de Jesús. El vino es símbolo del amor entre el esposo y la esposa. En la boda, (Antigua Alianza) no existe relación de amor entre Dios y el pueblo. La Madre, por pertenecer a la boda se da cuenta de la falta. No le llama hijo, ni Jesús le llama Madre. No se trata aquí de una relación familiar. María representa al Israel fiel que espera en el Mesías. Jesús nace del verdadero Israel y va a dar cumplimiento a las promesas. El primer paso es mostrarle la carencia: "No tienen vino". No se dirige al presidente, ni al novio. Se dirige a Jesús, que para Jn es el único que puede aportar la salvación que Israel necesita. Jesús invita a su madre a desentenderse del problema. No les toca a ellos intervenir en la alianza caducada. Está indicando la necesidad de romper con el pasado. Ella espera que el Mesías arregle lo ya existente, pero Jesús le hacer ver que aquella realidad no se puede rehabilitar. Jesús aporta una novedad radical. Jn está constantemente haciendo referencia a la "hora" (la cruz). Jesús invita a la esperanza, pero la realización no va a ser inmediata. El vino nuevo depende de aquella hora. Pero al anunciar la hora, ha hecho ver a la madre-Israel que la salvación no está lejos. “Haced lo que él os diga”. Solo en el contexto de la Alianza, la frase puede cargarse de sentido. El pueblo en el Sinaí había pronunciado la misma frase: "Haremos todo lo que dice el Señor". También el Faraón dice a los servidores: haced lo que él (José) os diga. Se ve con claridad que el trasfondo del relato y lo que quiere significar. Como en el AT, el secreto de las relaciones con Dios está en descubrir su voluntad y cumplirla. Las tinajas estaban allí “colocadas” sin movilidad alguna. Se ve el carácter simbólico que van a tener en el relato. El número 6 (7 - 1) es signo de lo incompleto. Es el número de las fiestas de los judíos que se relatan en este evangelio. La séptima será la Pascua. Eran de piedra, como las tablas de la ley, y significan la Antigua Alianza. La ley es inmisericorde, sin amor (vacías, sin agua ni vino). La ley es la causante de la falta de amor (vino). Esa conciencia de pecado era consecuencia de una Ley imposibles de cumplir. Jesús les hace tomar conciencia de que están vacías; es decir que el sistema de purificación era ineficaz. Jesús ofrece la verdadera salvación, pero ésta no va a depender de ninguna ley, (tinajas). El agua se convertirá en vino fuera de ellas. "Habían sacado el agua". La nueva purificación no se hará con agua que limpia el exterior, sino con vino que penetra dentro y transforma el interior del hombre. Solo después de beberlo se da cuenta el mayordomo de lo bueno que es. Esta interioridad es la oferta original de Jesús. Lo que sacan los criados de las tinajas, es agua. El mayordomo (clase dirigente) no se enteró de la falta de vino. Significa que los jefes se despreocupan de la situación del pueblo. Le parece normal que no se experimente el amor de Dios, porque esa es la base de su poder. No conoce el don mesiánico, los sirvientes sí. El vino-amor como don del Espíritu, es el que purifica, lo único que puede salvar definitivamente. El vino es de calidad. “Kalos” indica siempre excelencia. El maestresala reconoce que el vino nuevo es superior al que tenían antes. Pero le parece irracional que lo nuevo sea mejor que lo antiguo. Por ello protesta. Lo antiguo debe ser siempre lo mejor. Esta actitud es la que impidió a los jefes religiosos aceptar el mensaje de Jesús. Para ellos la situación pasada era ya definitiva. Toda novedad debe ser integrada en la continuidad con el pasado o aniquilada. Hoy, seguimos haciendo lo mismo. Curiosamente el último versículo es la clave para la interpretación de todo el relato. Nos habla del “primer” signo de una serie que se va a desarrollar durante todo el evangelio. Además, como signo, va a servir de prototipo y pauta de interpretación para los que seguirán. El objetivo de todos los signos es siempre el mismo: manifestar “su gloria”. Ya sabemos que la única gloria que Jesús admite es el amor de Dios manifestado en él. La gloria de Dios y de Jesús consiste en la nueva relación que establece Dios con el hombre, haciéndole hijo, capaz de amar como él ama. Lo más sorprendente es que se emplee la imagen de una boda para hablarnos de las relaciones de Dios con el hombre. Dios se manifiesta en todos los acontecimientos que nos invitan a vivir. Dios no quiere que renunciemos a nada de lo que es verdaderamente humano. Dios quiere que vivamos lo divino en lo que es cotidiano y normal. La idea del sufrimiento y la renuncia como exigencia divina es antievangélica. El mensaje para nosotros hoy es muy simple, pero demoledor. Ni ritos ni abluciones pueden purificar al ser humano. Solo cuando saboree el vino-amor, quedará todo él limpio y purificado. Cuando descubramos a Dios dentro de nosotros e identificado con todo nuestro ser, seremos capaces de vivir la inmensa alegría que nace de la unidad. Que nadie te engañe. El mejor vino está sin escanciar, está escondido en el centro de ti. Meditación-contemplación El agua limpia por fuera. El vino cambia por dentro. Dogmas, ritos y moral, lo vivo o está muerto ........................... Nuestra religión es falsa si no nos da vida auténtica. Tenlo en cuenta si de veras quieres vivir lo que piensas .............................. La religión es el agua que solo te dará vida si la bebes y transformas en lo más hondo de ti. ............................ Vamos a acercarnos al evangelio de este domingo desde dos perspectivas complementarias:
En primer lugar a través de las costumbres de la época, como si fuésemos invitados de la boda y observáramos atentamente todo lo que ocurre. A continuación nos acercaremos a través de la teología que utiliza san Juan a lo largo de su evangelio. Esta perspectiva nos ayudará a comprender que este texto es más teológico que histórico. En este evangelio se nos presentan siete signos (traducidos como milagros) entre los capítulos 2,1 y 12,50, que forman un bloque llamado “Libro de los signos”. Los siete signos reenvían a la idea de una nueva creación. Juan nos dice a lo largo de esos capítulos que se está produciendo algo nuevo y esa novedad es mucho más importante y profunda que el supuesto milagro. Cada uno de los signos va acompañado de una explicación teológica para que comprendamos mejor su sentido y no nos quedemos en las apariencias, en el envoltorio del regalo. Costumbres de la época: Caná era una aldea de Galilea. El evangelio de Juan la nombra varias veces; por ejemplo, después de expulsar a los mercaderes del templo y del encuentro con la samaritana, Jesús volvió a Caná (4, 46-53). Natanael era de allí (21, 2). La boda era uno de los acontecimientos más importantes de la vida social de Israel. Era una ocasión para hacer alianzas entre familias. A menudo se casaban entre primos hermanos, o el tío con la sobrina, etc., así la herencia no salía de la familia. Muchas veces se concertaba la boda a través de arduas negociaciones, por lo que su celebración era como el broche final. A veces los padres de familia comprometían a sus hijos cuando todavía eran niños y esperaban a que los chicos tuvieran 13 años y las chicas 12 para celebrar el matrimonio. En buena parte el sentido de la vida de los adolescentes consistía en casarse y tener hijos. Así engrandecían el pueblo y experimentaban la bendición de Dios. Tenían tanta importancia social y religiosa las bodas que no existía un término equivalente a “celibato”. La celebración podía durar una semana. Se reunían las familias (en un sentido muy amplio) y las amistades. Los invitados solían aportar víveres para contribuir a los gastos que suponía comer y beber en abundancia durante esos días. Cuando había una boda se suspendían los ayunos religiosos habituales. María estaba invitada y se le nombra como “madre de Jesús”. Muchas veces se silenciaba el nombre propio de las mujeres y se hacía alusión a un hombre que les servía de referencia: eran madres de…, o hijas de…, o esposas de… No se nombra a José. Cuando un padre de familia moría solía ocupar su puesto en los actos de la vida pública el hijo varón primogénito. ¿Habría muerto? El vino tenía mucha más importancia que la que tiene ahora. En determinadas estaciones no era fácil encontrar agua potable y abundante en los manantiales, por lo que el vino era imprescindible como bebida habitual. En los viajes se solía llevar un cuerno de un animal, vaciado como si fuera una cantimplora, y lleno de vino (pensemos en texto del buen samaritano). Salvo que la pobreza lo impidiera, cada familia intentaba tener en casa algunas cántaras de vino para su propio consumo. Era impensable que en una boda en la que había mayordomo y sirvientes se acabara el vino, ni por falta de previsión ni por tacañería. Había familias que se endeudaban para celebrarla por encima de sus posibilidades; era un honor “tirar la casa por la ventana” en estas ocasiones. Las bodas eran una de las pocas ocasiones que tenía la gente sencilla de comer y beber en abundancia. Se recordaban y se hablaba de ellas. Si se había acabado el vino ¿se podía conseguir inmediatamente, en abundancia, en una aldea? ¿Una mujer invitada a la boda es la que se tuvo que encargar de solucionar el problema? ¿Ella se dirigió a los sirvientes? De acuerdo con las costumbres de la época el texto hace aguas. Juan nos presenta de nuevo el término “mujer” en boca de Jesús, cuando está en la cruz y le dice a María: “Mujer, he ahí a tu hijo” (19, 26). Nos está dando pistas muy claras que nos conducen a una interpretación teológica del texto, como veremos más adelante. Las tinajas para guardar el agua solían ser de barro (como nuestros botijos), pero el barro podía guardar impurezas, por eso había también grandes tinajas de piedra que se consideraban más puras y apropiadas para conservar un agua que era imprescindible en las ceremonias de purificación. ¿Quién vivía en una casa de una aldea, en la que había tinajas con capacidad para 600 litros de agua para purificarse? No deja de ser curioso este dato. Nos indica que la boda se celebra en una casa en la que se da mucha importancia a la purificación ritual y tienen tinajas de piedra, muy caras, que cumplen estrictamente con las normas religiosas. En la casa había mayordomo y sirvientes, es una familia rica. Si fuera un hecho histórico, si se tratara de la narración de un suceso, no tendría sentido que fuera el novio el que hubiera guardado el vino bueno para el final y el mayordomo no lo supiera. Además, Juan nos habría contado el alboroto que tendría que haberse producido con el cambio y cómo los invitados a la boda habrían caído rendidos a los pies de quien había hecho un milagro tan grande. También tendríamos testimonios extra bíblicos, porque 600 litros de agua convertida en vino dan mucho que hablar, sin embargo ni siquiera los otros tres evangelistas nombran la boda de Caná. Si nos hemos quedado con la imagen del cambio del agua en vino, como clave de este evangelio, creo que no lo hemos entendido. Es como si hubiéramos presenciado un espectáculo de magia y saliéramos comentándolo con otros asistentes. Interpretación teológica: El versículo 11 nos da la clave para acercarnos al texto por esta vía, para recuperar la Buena Noticia que encierra: · Jesús comenzó sus signos. · Manifestó su gloria. · Creció la fe de los discípulos en él. La presencia de Jesús, María y los discípulos son símbolo de la comunidad cristiana. Es decir, Juan nos anuncia un signo en medido de la comunidad, en un contexto de celebración, de fiesta. María ya no es sólo la madre de Jesús, tiene otra consideración, es un prototipo, es la madre universal. Es la mujer. En la perspectiva teológica el vino era uno de los signos que mostraban que había llegado el tiempo mesiánico, tras unos siete siglos de espera. ¡Eso sí que era motivo de fiesta y celebración! El vino expresa la vida de Jesús, compartida y entregada (su sangre). Para Juan “la hora” no se refiere al tiempo cronológico, sino a la hora de Dios, al momento apropiado (se utiliza el término kairós). Ni siquiera su madre puede marcar a Jesús esa hora en la que tendrá que entregar su vida plenamente. Hay una imagen actual que puede ayudarnos a entender el dinamismo de esa “hora de Dios”: los surfistas. Si saben mirar con atención las olas y ven que se acerca una grande y apropiada se suben en ella y aprovechan su impulso, su fuerza, para llegar muy lejos, casi sin esfuerzo. Sería absurdo querer surfear en dirección contraria de la ola o intentar llegar lejos cuando el mar está en calma. ¿Cómo buscamos lo signos que nos ayudan a captar “la hora de Dios” en nuestra vida? ¿Cómo aprovechamos la “ola” de la voluntad de Dios para llegar a vivir experiencias y compromisos que serían imposibles con nuestras propias fuerzas? En la teología de Juan ya no tenía sentido el agua para purificarse, porque la presencia de Jesús (resucitado) implicaba fiesta, banquete, un vino bueno que es nuevo. El agua de las purificaciones se había transformado en un vino bueno que alegraba a las familias y a los pueblo. Pero era preciso probarlo, saborearlo. Muchos hombre y mujeres místicos describen la experiencia de bajar a lo más profundo de su ser como la bajada y estancia en una bodega en la que saborean un vino añejo y experimentan una comunión profunda con el Dios que les habita. Leer el evangelio de hoy con esta clave puede transformar nuestra vida. En consonancia con otros textos del evangelio de Juan vemos que ya no hay que ir al pozo a buscar el agua (diálogo con la samaritana); ya no hay que llenar tinajas para la purificación, porque en nuestras propias entrañas hay un río de agua viva que conduce a la vida eterna. “El que beba del agua que yo le daré no tendrá más sed, sino que el agua que yo le daré se convertirá en él en fuente que brote para la vida eterna” (Juan 4, 14) “El que tenga sed que venga a mí y beba…” (4, 37) Como vemos, si quitamos el envoltorio de las costumbres, este texto nos enseña claves para vivir el discipulado. La teología de Juan es mucho más profunda que lo que sugieren unos hechos extraordinarios en una boda. ¿Y si traducimos el texto en forma de parábola? Hacía meses que no llovía en la zona y los manantiales se iban secando uno tras otro. La gente del pueblo guardaba en sus casas algunos cántaros con agua y la utilizaban con mucha prudencia, como un bien precioso y escaso. El domingo, en la homilía, el sacerdote explicó el evangelio de las bodas de Caná. Al acabar la Misa invitó a la gente a que pasara a la sacristía: - Vamos a sacar las botellas con agua bendita que hay en el armario. Haremos sopa y café para las familias más pobres del pueblo. Hace frío y les vendrá bien. Así lo hicieron. Ese día el pueblo entendió el evangelio mucho mejor que otros domingos. Pese a esas sangrientas realidades, nos dice el teólogo vasco José Arregi que el Espíritu nos mueve interiormente a amar, nos impulsa a vivir, a luchar contra las injusticias, mentiras e hipocrecías. Nos hace sentir y vibrar en la espera de la esperanza. Esperar es una forma de vivir, ser fiel al dinamismo profundo de la vida
La esperanza verdadera como la fe auténtica, no depende de normas. Arregi afirma: "Esperar es una forma de vivir, dejarse llevar simplemente por el Espíritu que habita en nosotros. El Espíritu universal que todo lo une y lo libera, que todo lo mueve y lo atrae. Esperar es vivir en respiro y respeto, en libertad y comunión con todos los seres”. Mientras luchamos contra el capitalismo internacional y por nuestra propia sobrevivencia esperamos con fe y esperanza el establecimiento definitivo que ya ha comenzado del Reino de Dios en el futuro de la humanidad. San Pablo indica que: "Sabemos que toda la creación sigue con gemidos y dolores de parto” Rom.8,22, para expresar que la creación pasa por sufrimientos, dolores y muertes que darán paso al nacimiento de una hermosa criatura, Cristo; que triunfará sobre el mal, la luz sobre las tinieblas y la vida sobre la muerte en el futuro de la humanidad. Triunfo que abarcará el universo y la cristificación de la materia. (Teihard de Chardin). El Apocalipsis 21,4 declara: "Enjugará las lágrimas de los ojos. Ya no habrá muerte ni pena ni llanto ni dolor. Todo lo antiguo ha pasado”. No será un triunfo impuesto por medio de la violencia o la fuerza y no se identifica ni se identificará con ningun sistema económico y político. Estamos convencidos que en el futuro de la historia los seres humanos comenzarán a tener una fuerte conciencia de convivencia ética en torno a la paz, la justicia, la solidaridad y la compasión con todos los seres de la creación. ¿Cuándo?, nadie lo sabe. Aún cuando no sabemos el cómo es nuestro deber preparar el material para la plenitud de la historia. No podemos cruzarnos de brazos dejando todo en la manos de Dios. Los grandes problemas que hay en el mundo han sido y son nuestra responsabilidad, no del Dios de Jesús de Nazaret. El creyente desde ya debe y puede aportar y luchar por un mundo de paz con justicia, solidaridad y compasión entre los seres humanos y la naturaleza. En Marcos 13,24-32: "En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: 'En aquellos días, después de una gran tribulación, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los ejércitos celestes se tambalearán. Entonces verán venir al Hijo del Hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a sus ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, del extremo de la tierra al extremo del cielo....'”. El autor utilizando el lenguaje figurado de los profetas de Israel, afirma que la humanización de este mundo se producirá mediante la caida de los grandes imperios opresores. Uno tras otro irá cayendo, se irán derrubando, este es el anuncio gozoso y esperanzador de los grandes profetas (Is.13,9ss. 34,4. Jr.4,23-24. Ez32,7ss...). Se irán debilitando las opresiones e injusticias sociales, se implantará progresivamente la paz con la justicia, la igualdad y la solidaridad planetaria. En Navidad, el cumpleaños del Niño Dios, el Emmanuel = Dios con nosotros nos recuerda su cercanía y con ello la esperanza de que venceremos con la ayuda de su Espíritu los signos de la muerte: injusticia, opresión, odio, etc, etc. La esperanza cree que otro mundo es posible, que no todo está acabado, que no todo está perdido, que la historia la construimos los hombres y las mujeres, aún en medio de dudas, logros y obstáculos. La esperanza rescata lo mejor de la vida personal y del mundo. Nos anima y valoriza la naturaleza, el universo y la vida, acepta que la humanidad está con dolores de parto pariendo una nueva humanidad. La esperanza nos guía. Con frecuencia notamos que, a la hora de expresar nuestras vivencias, las palabras se nos quedan muy pobres. O resultan ambiguas. Que sea así parece inevitable: tanto la palabra como el concepto son incapaces de dar razón de toda la riqueza y amplitud de lo real.
El motivo es muy simple: al pensar y al nombrar algo, inevitablemente lo objetivamos; dado que la mente y la palabra funcionan a partir de un modelo dual, todo aquello a lo que nos referimos queda irremediablemente convertido en “objeto” separado. Con el añadido de que ese objeto, así delimitado, es visto y nombrado desde una perspectiva concreta, quedando otras relegadas. La conclusión es patente: El acercamiento mental a lo real es siempre objetivante, separador y parcial (relativo). Si bien todas las palabras participan de ese carácter pobre y ambiguo, algunas de ellas parecen haber sido especialmente “maltratadas” por un uso tan excesivo como inadecuado. Cuando eso ocurre, terminan vacías de significado –por ejemplo, ¿qué decimos cuando decimos “amor”?- o provocan automáticamente malestar o rechazo. Ahí entra la palabra “espiritualidad”. Y eso mismo parece haber sucedido con la palabra “Dios”, tal como reconocía Martin Buber: “«Dios»… Ninguna palabra ha sido tan manchada ni machacada… Generaciones de hombres han rasgado la palabra con sus partidismos religiosos; han matado o muerto por ella; lleva las huellas digitales y la sangre de todos ellos”. En no pocos ambientes, la palabra “Dios” provoca incomodidad, malestar o rechazo. Porque en muchos oídos suena a engaño, manipulación, mentira u opresión: lo que, debido a ella, han padecido muchas personas. Frente a esos equívocos, es bueno empezar reconociendo algo elemental: la palabra “Dios” no es Dios. No se está necesariamente más cerca de “Dios” por utilizar ese término. Y quizás necesitemos dejar de usarlo para poder rescatar su contenido. Ante el Misterio, parece que la actitud adecuada pasa por recuperar el Silencio, el Asombro, la Admiración, la Adoración, la Gratitud, el Sobrecogimiento, la Unidad de todo, el Amor…, para dejarnos contagiar por él, percibir que nos constituye –el Misterio es la Mismidad de todo lo que es– y dejarnos vivir la Amplitud en la que nos reconocemos. A quince años vista del inicio del siglo XXI podemos mirar el principio del milenio con una cierta perspectiva. Dirijamos los ojos a la situación del mundo actual, global, doliente y sufriente. Adentrémonos e intentemos comprender el camino que ha tomado la humanidad aplastada y manipulada por el peso de poderes que se mueven ajenos a principios éticos básicos.
Ya no se puede hablar país a país, navegamos todos en el mismo barco amenazados por la misma tempestad. Política e ingeniería financiera constituyen, en lo que nos vendieron poéticamente como aldea global, un gran fiasco que está llevando a la pérdida de derechos (repasemos paso a paso la Declaración de los Derechos Humanos, uno de los principales logros del siglo pasado) y de gran parte de la humanidad que queda arrojada a los márgenes como residuos. Decía Rousseau: “El verdadero fin de la política es hacer cómoda la existencia y felices a los pueblos”. Nada más alejado de la realidad. La percepción de Nelson Mandela sobre lo que sería un buen político nos deja perplejos: “Los verdaderos líderes deben estar dispuestos a sacrificarlo todo por la libertad de su pueblo”. Si la corrupción sustituye a la ética; si los estados están sometidos a los vaivenes del mundo financiero; si el planeta está expuesto a la inmediatez del beneficio económico; si masas de seres humanos son excluidas de las fronteras del estado del bienestar como daños colaterales; si el beneficio económico prevalece sobre la dignidad humana; si el rey Midas campa a sus anchas y su influencia, manipulación y violencia se hacen notar en cada rincón donde hay injusticia, engaño, guerra, represión, discriminación y mucho sufrimiento…estamos en peligro. Ya es tiempo de una revolución. Ha de ser una revolución peculiar y no violenta. Una revolución de gente buena, sencilla, inteligente, sabia, culta, que practica la empatía, la ética y el sentido común; que le gusta el silencio y la palabra, que no le importa si tú eres blanco y yo negro, si eres mujer u hombre. Tampoco si eres sacerdote, religioso, monje o laico. Gente con autoestima y sin complejos, que sabe decir “no” a la injusticia, cree en la solidaridad, detesta la manipulación, rechaza las armas, los paraísos fiscales, cuida la naturaleza y ama a su prójimo. Hablamos de la revolución del servicio. Cambiar poder por servicio es la clave. Desde el servicio la hipocresía y la corrupción del poder se estrellan contra el suelo; el servicio nos pone a todos al mismo nivel, el horizontal: ya nadie es más que nadie. Aclarando que servicio no es servilismo, que es de lo que se vale cualquier poder. En el evangelio (Mc 10, 35-45), Santiago y Juan piden a Jesús privilegios, y los otros diez se indignan contra ellos. Muy propio del ser humano el gusto por sobresalir y ser privilegiado. Ellos esperaban espacio político y Jesús le dio la vuelta a la tortilla: “Sabéis que los que figuran como jefes de las naciones las gobiernan tiránicamente y que sus magnates las oprimen”. Hoy diríamos: sabéis que nos llaman a las urnas cada cierto tiempo pero no cumplen lo que prometen en sus campañas electorales; bancos, multinacionales y lobbies manejan los hilos para hacerse con los medios de producción, de comunicación, de energía, etc. anteponiendo los beneficios a la vida de las personas y sus derechos. Siguió Jesús diciendo que “el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor”. Propone el servicio como una verdadera revolución y es él quien da el primer paso rompiendo esquemas, indicando que el camino no es el poder sino el servicio. El Papa Francisco, en la Exhortación Apostólica “La Alegría del Evangelio” (58) apoya la causa diciendo: “¡El dinero debe servir y no gobernar (…) Os exhorto a la solidaridad desinteresada y a una vuelta de la economía y las finanzas a una ética a favor del ser humano”. S. Benito en su Regla a los monjes desde el inicio “expresa claramente su intención de instituir una escuela del servicio del Señor”, indicando que“el servicio que los hermanos tienen que ofrecerse mutuamente ha de ser con caridad (…) Es aquí en el terreno del servicio de los hermanos donde se reconocerá al verdadero servidor del Señor”. A la revolución del servicio estamos llamados todos, creyentes y no creyentes, de todas las religiones y culturas. No nos perdamos en disquisiciones. Pongamos al servicio de los demás los dones particulares, las habilidades, la profesión, los estudios, la sabiduría heredada de nuestros antepasados, la capacidad de denuncia ante los abusos, la lucha contra la corrupción y la hipocresía, etc. Así estaremos ayudando a construir un mundo mejor donde la unidad y la paz sean una realidad por encima de la globalización económica excluyente. Rabindranath Tagore decía: “Quien no vive para servir, no sirve para vivir”. No nos dejemos quitar la vida por los que ni sirven, ni viven, ni dejan vivir. Pongámoselo difícil y animémosles a que se unan a la pacífica revolución del servicio. Estamos en una temporada en que la Iglesia llama “año de la misericordia”. Para eso, el Papa en Roma y el obispo en las catedrales, abre simbólicamente la puerta para que descubramos que la comunidad cristiana es lugar de acogida.
Bonito gesto si lo llevamos a la vida: abrir puertas: - Abrir la puerta de nuestra casa a quienes lo necesiten. - Abrir las puertas de nuestro diálogo a los que quieran hablar. Siempre recordamos que en casa de nuestros padres entraban los pobres y se les ofrecía comida. ¿Quiénes llegan hoy a las puertas de nuestras casas? - El vecino para pedirme un favor. - El que me trae algo: fruta, dulces… - El que me llama por teléfono, whatsapp… para comunicarse. - Los inmigrantes y refugiados que nos piden sitio y acogida. Qué humano y qué cristianos son: - Pasar la puerta de la habitación de un enfermo. - Pasar la puerta de la cárcel para visitar o acompañar a un preso. - Pasar la puerta del Proyecto Hombre para apoyar la recuperación. - Pasar la puerta de tantas personas que sufren para llevarles un poco de consuelo Menos mal que no tenía puerta Siempre he visto que las Cuevas de Belén, del Nacimiento de Jesús, están sin puertas. Eso facilitó el que José y María pudiesen entrar y dar a luz a Jesús. Las demás casas, se ve que tenían la puerta cerrada. De nunca me han gustado las puertas cerradas. Hay refranes curiosos, como el que dice: “de la puerta cerrada el diablo huye”, defendiendo el cerrar las puertas. Hay quien cuenta que en algún momento le han entrado a robar a casa. Pero eso que es cierto, es una anécdota. Miles de personas entran en nuestras casas y nos aportan alegría, compañía, amistad,… Yo quiero tener la puerta de mi casa siempre abierta. Y eso significa que podéis entrar siempre en ella. Lo malo es que por la puerta principal, hay que tocar timbres, escaleras, (timbre 9) pero por los salones parroquiales, se puede entrar. Siempre que estoy aquí, las puertas están abiertas. Una puerta abierta ofrece acogida, ayuda, cercanía. Lo peor es poner murallas vallas, paredes, trincheras. Los habitantes de Belén se quedaron sin Jesús por tener la puerta cerrada. Demos al botón del amor Estamos tan modernizados que simplemente con presionar un botón, se abre una puerta para entrar en casa o meter el coche. Pues demos al botón del amor para dejar paso a los demás y acoger a quien lo necesita. Abrir puertas, pero sobre todo, abrir corazones. Acoger a las personas, sean como sean, piensen de una forma u otra. Escuchar y no imponer mis opiniones. Ofrecer ayuda, pero no imponerla. Facilitar la vida. ¿Sería muy bueno el que entre las cinco personas más queridas mías, estuviese alguien que sufre, lo pasa mal, resulta incómodo...? ¿Quién inventaría las fronteras, los cercos, la división entre países y pueblos y vecinos...? Campo abierto para todos. Que todos cabemos. ¡Qué triste es la casa donde nadie entra! Nuestro corazón es muy grande y en él caben cientos y miles de personas. Hoy día muchas casas tienen timbre o portero automático. Que siempre escuchemos y abramos a quien llega. Y como propuesta concreta: ¿Qué tal estaría si entre todas las parroquias de la zona abrimos un piso en Santo Domingo para acoger a los que no tienen vivienda? Sería una forma preciosa de celebrar la Navidad: abrir las puertas a Jesús que se disfraza de transeúnte, de pobre… Mucho se ha hablado y escrito sobre el descubrimiento de América, sobre los desmanes coloniales que allí se perpetraron de manera continuada en nombre de nobles causas. Sin embargo, hubo quienes denunciaron sin pelos en la lengua aquella tropelía legalizada a manos de portugueses y castellanos, de cristianos y maleantes, que allí todos fueron mezclados en busca de riquezas y gloria, amparados en la necesaria conversión de aquellos pueblos tratados como infrahumanos.
Hubo de todo, ciertamente, pero el regusto fue de conquista con mucho salvajismo codicioso lleno de racismo. Y entre los que alzaron la voz contra los latrocinios de los compadres del rey Fernando, "El católico", se encontraban dos dominicos: fray Bartolomé de las Casas, que escribió un alegato que pone los pelos de punta (Alianza lo sigue publicando en edición de bolsillo) y fray Antonio de Montesinos, algo menos popular, pero que se merece igualmente un gran lugar en la historia. Fue un poco antes de estas fechas navideñas de 1511, posiblemente a mediados del Adviento, cuando Montesinos pronunció su célebre discurso en la actual República Dominicana, con el título joánico de “Voz que clama en el desierto”. Quienes fueron a escucharle, esperaban palabras de refuerzo cristiano para sus acciones sanguinarias contra los indígenas. Pero lo que se encontraron fueron preguntas como estas: ¿Con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre a estos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en su tierras, mansas y pacíficas, con muertes y estragos nunca oídos, habéis consumido? ¿Cómo los tenéis tan presos y extenuados, sin darles de comer ni curarlos de sus enfermedades, que de los excesivos trabajos que les dais se os mueren, y por mejor decir, los matáis por sacar oro cada día? ¿Es que estos no son hombres? ¿No tienen almas racionales? ¿No estáis obligados a amarlos como a vosotros mismos? Y así durante toda su alocución hasta anunciarles que estaban en pecado mortal. Todos se quedaron consternados pero no parece que cambiaron sus costumbres contra aquellos pueblos, tratados como si fueran animales. Cuatro años más tarde, Montesinos y De las Casas volvieron a la metrópoli española para denunciar con hechos las salvajadas y los exterminios que estaban ocurriendo en ultramar. A partir de entonces y durante muchos años, De las Casas defendería con pasión en su país los derechos de los indios incluso frente a poderosos teólogos españoles que justificaban el fin con lo injustificable. Vaya nuestro reconocimiento a ambos religiosos, sobre todo a Montesinos, que logró al menos una conversión, que ya no se recuerda: influyó decisivamente en la de Bartolomé de las Casas, quien en un principio tomaba parte en las conquistas sanguinarias por las que recibió esclavos indígenas a su servicio así como sus bienes y tierras… hasta que escuchó a su compañero dominico, cambiando radicalmente de actitud. Todavía estamos en fechas pascuales de Navidad. Todavía somos muchos los que nos decimos cristianos, o por lo menos no contrarios al mensaje de Cristo. Y siguen las injusticias estructurales en América latina y bastante más cerca, con muchos inmigrantes víctimas directas de esta crisis tan injusta. La Buena Noticia pasa por este mundo antes de llegar al otro, y precisa de todas las personas de buena voluntad para hacer un mundo mejor, más solidario y menos esclavo, en nuestro caso del consumismo capaz de deshumanizar hasta embrutecernos, como lo estaban aquellos conquistadores esclavos de su tiempo. Tuvieron mucho mérito los dos dominicos que al final no han sido tratados por la Iglesia como se merecen los profetas, incómoda con la Teología, cuando la primicia fue de estos dos frailes. Ambos actuaron como los primeros cristianos: tuvieron muy claro el tipo de armas que debían utilizar para ser testigos de Cristo: servicio, coraje, amor y ejemplo. Supieron darse y se hicieron vulnerables por amor a pesar de las consecuencias. La palabra de los pobres es, en primer lugar, el clamor que fue descrito en el primer capitulo. Los pobres portadores de esa palabra son todos los pobres del mundo, todas las victimas, todos los marginalizados. El carácter común a todos es su rechazo o marginalización por la sociedad, porque no tienen poder. Si ese clamor no resuena en la Iglesia, ella no es la Iglesia de los pobres.
¿Qué impide que esa voz se identifique con la voz de la Iglesia? En primer lugar el hecho de que los pobres no se integran en las instituciones y organizaciones de la Iglesia. Los pobres quedan fuera, así como quedan fuera de todas las instituciones. Por lo menos, los más pobres. Incluso en América Latina, los más pobres no participan de las Comunidades Eclesiales de Base. Cualquier participación en cualquier cosa ya supone una cierta capacidad y un poder. De ahí la necesidad constante de abrir el corazón y los oídos a esas masas que son los preferidos de Dios, y, también teóricamente, de la Iglesia. Si la voz de la Iglesia no expresa esa voz de los que están ausentes porque son más pobres que los pobres que ahí están, ella no es más la Iglesia de los pobres. Ensegundo lugar, aunque los pobres estén presentes, el discurso puede serles tan ajeno que nada tenga que ver con su clamor. La indiferencia de una institución cerrada en sí misma y en sus propias preocupaciones amenaza a la Iglesia, y no queda en el plano de las puras amenazas. Si los pobres no están presentes, su existencia permanece ignorada. Los pobres son los que no reciben siquiera la limosna de un recuerdo. Las clases privilegiadas viven en la ignorancia de las masas que les proporcionan y garantizan los privilegios. No los ven, no los oyen, no los encuentran siquiera en su camino. Hay áreas geográficas reservadas a los pobres y áreas reservadas a los ricos para que éstos puedan vivir tranquilamente, sin tener que recordarse de la existencia de los pobres. La Iglesia no escapa a esa ley sociológica. Los pobres que claman a Dios son los pobres según San Lucas.[1] Allí la pobreza es tomada en el sentido negativo. Ella es lo que se debe suprimir, lo contrario del reino de Dios. Pues es opresión, resultado de la injusticia y del pecado. Y evangelio es la buena noticia anunciada a esos pobres. Si la palabra de Dios no tiene por objeto fundamental la liberación de esos pobres, ella se torna idealista, refugiándose en un mundo mítico. Hay también los pobres según S. Mateo: los pobres animados por el Espíritu. Esos pobres son lo que el Papa Juan Pablo II llama “la Iglesia de los pobres”. Son los pobres ya reunidos en comunidad, ya liberados por la palabra del evangelio, que ya recibieron la buena nueva y viven de ella[2]. Esos son los portadores de la palabra de Dios en un segundo nivel, no ya del puro clamor y sí de la vivencia. Viven en comunidad, esto es, en un compartir cada vez más intenso y extenso. La Biblia es el libro de ese pueblo de los pobres.[3] En ella recibieron los secretos de Dios. Son los evangelizadores. El mensaje de Cristo se difunde, se comunica esencialmente por ellos, tengan o no papel oficialmente reconocido por la Iglesia institucionalizada. De ahí el drama cuando los pobres se alejan de la Iglesia: esta pierde su motor, el factor activo que asegura el crecimiento y la vitalidad. El discurso que multiplica la fe es el discurso modestamente expresado al nivel de los pobres, en el lenguaje de ellos. La Iglesia nunca puede perder de vista esa primacía del discurso de los pobres. |
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