El relato del bautismo en el Jordán muestra ante todo que los evangelios son fiables. Poner a Jesús como discípulo del Bautista, en la fila de los pecadores que van a recibir un bautismo de penitencia para el perdón de los pecados, no era nada oportuno para presentar a Jesús; aparte de los aspectos puramente teológicos (¿Jesús pecador?), esta presentación parecía dar razón a los que pensaban que el Bautista era el Mesías, puesto que Jesús se sometía a su bautismo. Pero este es el acontecimiento del que parte el testimonio de los que, por eso mismo, se llamarán “los testigos”, los que estuvieron con él desde el bautismo en el Jordán.
Y los evangelistas no escamotean la escena, aunque necesitan explicar en esa misma escena quién es ese Jesús que se bautiza. En otro orden de ideas, es tendencia habitual en comentaristas actuales considerar el bautismo de Jesús como el momento en que toma conciencia de quién es y de su misión. Estas interpretaciones se oponen frontalmente a aquellas que consideran que Jesús es plenamente consciente ya en el seno de su madre, que muestran una muy dudosa fe en la humanidad de Jesús y se acercan peligrosamente a la mentalidad de los apócrifos de la infancia. Entender que es en el Jordán cuando Jesús se siente llamado definitivamente a su misión, es algo que satisface a nuestra mentalidad actual. Sin embargo, no podemos hacer que los evangelios digan lo que no quisieron decir. No es este el mensaje. El mensaje es, por otra parte, claro y fundamental: Jesús es el Hijo, el predilecto, el hombre lleno del Espíritu. Es el final del mensaje de estas fiestas de Navidad, el resumen de lo que hemos celebrado estos días. Jesús, obra del Espíritu. Esto significa la concepción virginal: que la aparición de Jesús no es solamente una anomalía biológica sino una acción especialísima de Dios. Y este es la piedra angular de nuestra fe: creemos en ese hombre, creemos que en Él se muestra el Espíritu, que sus acciones y sus palabras son acciones y palabras del Espíritu. Esto es motivo de fe, no de simple evidencia. Es bueno reflexionar sobre el itinerario de la fe de los testigos, de aquellas personas que, como se dice en los Hechos “anduvieron con nosotros desde el bautismo de Juan hasta el día en que nos fue llevado…” (Hechos 1,21). Anduvieron con él, le admiraron, le siguieron incondicionalmente… pero fue a partir del Domingo de Resurrección cuando nació la fe, es decir, cuando saltaron de la admiración por un hombre fascinante, al reconocimiento de “el hombre lleno del Espíritu”, el hombre en el que podían ver y palpar la presencia del Espíritu. Significativamente, la fe de los testigos no tiene ninguna tentación de entender la humanidad de Jesús como puro disfraz o apariencia. Han convivido con él tiempo y situaciones más que suficientes para no sentir semejante tentación. Su tentación es la contraria: especialmente después de verle morir en la cruz, aparentemente vencido por sus enemigos, tienden a pensar que era simplemente un hombre, admirable, pero nada más. La gracia de la Resurrección consiste en hacerles descubrir en ese hombre precisamente lo que el evangelio está proclamando ahora, en el principio de la vida pública: ese hombre es el hijo, el predilecto. Esta es la invitación que se nos hace: reconocer en ese hombre al hijo, al predilecto. Y este reconocimiento se hará a través del conocimiento de su humanidad, e incluso a pesar de su evidente humanidad, como nos sucede al verle sentir terror en Getsemaní o morir en la cruz. Pero esa es nuestra fe: reconocerle como el hijo. Pablo completará el mensaje llamándole “el primogénito”, extendiendo a todos la condición de hijos y herederos, condición inaugurada por Jesús, el Primero de los que se atreven a llamar a Dios “Abbá”. Los profetas tienen conciencia de enviados, Jesús tiene conciencia de Hijo. El antiguo Israel tenía conciencia de “pueblo elegido”, nosotros, gracias a Jesús, tenemos conciencia de hijos. El evangelio de hoy da respuesta a la gran pregunta: ¿quién es este hombre? Pero hay otra pregunta más importante: ¿Quién es Jesús para mí? No puedo menos que hacer aquí una confesión personal. Si me preguntan ¿quién es Jesús para ti? no responderé con las fórmulas del credo de Nicea ni de Calcedonia, ni con las elevadas elucubraciones de nuestra teología tomista y tridentina, sino con la frase de Pedro en Cesarea: “Dios estaba con Él”. ORACIÓN Te damos gracias, Padre santo por Jesús, tu Hijo querido, por quien te hemos conocido, por quien sabemos vivir, por quien mantenemos la esperanza, por quien podemos vivir como hermanos. Te damos gracias porque hace muchos años que le conocemos, le queremos, le seguimos. Te damos gracias porque sin Él nuestra vida no sería lo que es. Te damos gracias porque es para nosotros luz para el camino, alimento para el trabajo, esperanza para el futuro. Te damos gracias porque la fuerza de tu Espíritu le hizo Pastor, Semilla, Agua, Fuego, Pan, Te damos gracias porque la fuerza de tu Espíritu le hizo pobre, humilde, valeroso, compasivo. Te damos gracias porque gracias a Él nuestra vida de tierra se transforma y nos hacemos Hijos, trabajamos en tu Reino, y sabemos esperar y perdonar. Te damos gracias, Padre, por Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor. Amén.
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Estamos en el primer domingo del “tiempo “ordinario”, pero no se trata de un cambio radical en la liturgia. Celebramos hoy una de las tres manifestaciones de Jesús que estuvieron durante los primeros siglos integradas en la fiesta de la Epifanía.
Las dos primeras lecturas nos preparan de manera directa para entender el verdadero significado del evangelio. Para Marcos, este es el comienzo. El relato no es uno de tantos, sino una de las claves para comprender todos los evangelios. No podemos dudar de la historicidad de hecho. Lo narran los tres sinópticos, y Juan más contundente todavía, lo da por supuesto y hace clara referencia a él cuando hace decir al Bautista: “Yo he visto que el Espíritu bajaba desde el cielo como una paloma y permanecía sobre él”. EXPLICACIÓN El bautismo de Jesús es el primer dato que se puede constatar históricamente por fuentes extra bíblicas. Es un relato que ningún cristiano se hubiera atrevido a inventar, porque compromete el altísimo concepto que tuvieron de su maestro. Si no hubieran creído en su importancia, seguramente se les hubiera olvidado. De ahí también la necesidad de dejar claras, en todos los relatos, las diferencias entre Jesús y Juan. El mensaje teológico que se nos quiere enviar con el relato del bautismo de Jesús es el más importante de todo el NT. No fue un acto de humildad ni una comedia ante los demás, sino una actitud de total sinceridad en busca de su identidad. Resume la búsqueda que le ocupó toda su vida. Para aceptar este punto de vista, tenemos que admitir sin paliativos, que fue “verdadero hombre”. Esto no es tan fácil, a pesar de que un concilio lo definió como dogma de fe. Un hombre al que le hicieron tantas “judiadas” y murió como murió, tiene que obligarnos, por decreto, a aceptar que fue un ser humano. Los humanos no podemos aceptar racionalmente que una realidad sea a la vez, dos cosas contradictorias entre sí, según nuestra racionalidad. No podemos pensar en un ser que es a al vez hombre y Dios, porque tenemos una idea equivocada de los que es Dios. Como no podemos pensar en una bola de billar que sea a la vez, blanca y negra. El listo de turno nos puede decir que podemos poner la mitad de pigmento blanco y la mitad negro; pero entonces resultaría una bola gris... Esto es lo que hemos hecho con Jesús. A través de la historia del cristianismo, nos hemos visto “obligados” a pensar a Jesús como hombre, olvidándonos de lo divino o pensarlo como Dios, olvidándonos de lo humano. En una palabra, no podíamos hacer cristología sin caer en la herejía. Lo mismo que no podemos hacer teología sin hacernos un ídolo. Tenemos dos salidas: a) repetir las formulaciones, aceptando las cosas porque así nos lo han dicho, pero sin entender ni palabra. b) aparcar la razón y buscar la vivencia para superar la contradicción: lo divino y lo humano ni se mezclan ni se excluyen. En Jesús está la plenitud de la humanidad y la plenitud de la divinidad. Si aceptamos que Jesús es un ser completamente humano, tendremos que admitir una trayectoria humana como la de cualquier hombre. No fue un extraterrestre, sino que tuvo que desarrollarse hasta alcanzar su plenitud. Desde esta perspectiva de búsqueda, podemos entender lo que sería para Jesús descubrir a Juan Bautista. Hacia cientos de años que no aparecían profetas en Israel; es natural que se sintiera atraído por esta figura y que intentara aprender de él. El hecho de que se bautizara, nos lleva mucho más allá de un encuentro fortuito. Nos habla de que Jesús aceptó la predicación de Juan y se comprometió con ella. El contacto con él, le tuvo que ayudar a descubrir el sentido de su propia existencia. En la experiencia del bautismo, vio claro lo que Dios esperaba de él, y que la fuerza de Dios (el Espíritu) lo acompañaba para llevar a cabo esa misión. Una vez más tenemos que advertir el doble nivel del relato. El narrativo y el teológico. Lo importante no es que narren lo que pasó, sino el cómo nos lo dicen para que descubramos el sentido espiritual del relato. Para nosotros hoy lo que verdaderamente importa es descubrir el mensaje que se oculta detrás de esa narración. La liturgia de hoy lo pone bien de manifiesto. Las tres lecturas nos hablan del Espíritu como principal protagonista. El evangelio, para hablar del Espíritu, tiene que emplear una imagen sensible, "como una paloma". Naturalmente que no significa que vio una paloma que bajaba sobre él como normalmente se entiende y reflejan todas las pinturas que representan la escena. Quiere decir que el Espíritu cayó sobre Jesús como un ave se lanza “en picado” desde lo alto. Otro simbolismo puede ser que el Espíritu encuentra su refugio en Jesús, como la paloma lo busca en su nido. Por último, en el principio de la Biblia se dice que el Espíritu de Dios se cernía sobre las aguas. Lo que quieren decirnos los evangelios es que Dios se manifiesta siempre como Espíritu. Ese Espíritu transforma interiormente a Jesús, y le capacita para llevar a cabo la difícil tarea que le esperaba. En el AT se ungía al rey para que el Espíritu de Dios lo capacitara para su misión. Por eso se habla aquí de que fue ungido por el Espíritu Santo. Nos están hablando del verdadero nacimiento; del nuevo nacimiento “del agua y del Espíritu”. Lo que Jesús pide más tarde a Nicodemo lo vivió primero él mismo. “Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es Espíritu”. No se puede concebir a Jesús sin el Espíritu... Porque nacer de la carne es menos importante que nacer del Espíritu, lo que estamos celebrando hoy es más importante que lo que acabamos de celebrar en Navidad. No debemos caer en la tentación de pensar en fenómenos aparatosos. La manera de narrar el hecho puede ser una trampa. Cuando el sabio apunta a la luna, el necio se queda mirando al dedo. Ni Espíritu visible, ni voz audible, ni cielo rasgado. Todos estos fenómenos no son más que imágenes para comunicarnos verdades teológicas que nos lleven a la comprensión de Jesús. El Espíritu actúa siempre de la misma manera, silenciosamente, desde dentro, sin ruidos, sin aspavientos, sin violentar la naturaleza porque actúa siempre de acuerdo con ella. ¡Qué bien lo entendió Isaías! "No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, la mecha que aún humea no la apagará". Aunque no tenemos datos suficientes para poder adentrarnos en la psicología de Jesús, los evangelios no dejan ninguna duda sobre la relación de Jesús con Dios. Fue una relación que desbordó lo personal. Se atreve a llamarle “Abba”, papá, cosa inusitada en su época y aún en la nuestra. Hace su voluntad: Le escucha siempre, etc. Todo el mensaje de Jesús se reduce a manifestar su experiencia de Dios que es Espíritu. El único objetivo de su misión fue que también nosotros llegáramos a esa misma experiencia. Aquí podemos encontrar el mejor camino para hablar del Espíritu. Toda esa relación de Jesús con Dios era con un Dios que es Espíritu. En el diálogo con la Samaritana lo deja bien claro. Dios es Espíritu y el que quiera adorarlo debe hacerlo en espíritu y en verdad. Tú eres mi Hijo amado. La experiencia de ser amado, es la base del verdadero amor. La comunicación de Jesús con su "Abba", no fue a través de los sentidos ni a través de un órgano especial y portentoso. Se comunicaba con Dios como nos podemos comunicar cualquiera de nosotros, solo a través de su propio ser. Ningún hilo telefónico especial que pudiera él utilizar cuando le apeteciera. Tenemos, pues, que descartar cualquier privilegio en este sentido. Sólo a través de la contemplación, el Hombre Jesús descubrió quién era Dios para él. Lucas dice expresamente: “y mientras oraba...” El descubrimiento de esa presencia nace sencillamente de su conciencia de hombre. Dios como creador está en la base de todo ser, constituyéndolo en ser. Yo soy yo, porque soy de Dios. Todo lo que tengo de positivo me lo está comunicando Él. Mi verdadero ser, es el mismo ser de Dios. Sólo una cosa me diferencia de Dios; mis limitaciones. Esas sí son mías y hacen que yo no sea Dios. El cielo rasgado, recuerda unas palabras de Isaías: “¡Ojalá rasgases el cielo y bajases!”. El cielo se había cerrado. Hacía siglos que no había aparecido un profeta; ahora se abre. La comunicación entre el cielo y la tierra queda abierta para siempre por medio de este ser humano que se siente identificado con Dios. En Pentecostés sucede lo mismo. Marcos nos está trasmitiendo el descubrimiento de la vocación de Jesús y su conciencia de enviado del Padre. APLICACIÓN Hoy lo tienes muy fácil. Pedro nos ofrece el modelo: “Pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él”. Dios también está contigo, solo falta que tú respondas como respondió él. La más importante tarea de tu vida es desplegar tus posibilidades de ser. Si despliegas solamente tus posibilidades biológicas y sicológicas, habrás desarrollado solo una parte de ti. Eres también Espíritu y si quieres alcanzar tu plenitud, tienes que desplegar en ti el Espíritu. Meditación-contemplación Vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él como una paloma. Nos está hablando de una experiencia interior, que se resume en un momento determinado de la vida de Jesús. En ese instante Jesús toma conciencia de lo que es. …………….. El Espíritu (Dios) no tiene que venir de ninguna parte. Ya estaba en él desde siempre, como está en cada uno de nosotros. Descubrir esa presencia es nacer del Espíritu. ……………… Ya sabemos el camino. Ese mismo descubrimiento marcará un antes y un después en mi vida. Lo que nació de la carne, seguirá siendo carne, Pero una vez nacido del Espíritu, la carne no significará nada. Jeremías está orando en el templo cuando una Voz lo baja de las nubes y le pregunta:
- ¿Qué ves, Jeremías? Jeremías responde: - Veo un templo con paredes de adobe muy gruesas; su piso es de lajas y su techo de cardón. La Voz sigue: - ¿Te sientes bien en ese templo, Jeremías? - ¡Oh sí, me siento feliz! Todo está muy cálido y tranquilo aquí. Estas paredes tan gruesas me dan una sensación de protección y de mucha paz; me siento como en mi cuna. Dice la Voz: - Ves, Jeremías, te sientes así porque este templo está hecho de tierra. La Tierra es tu verdadera casa, y es la casa de tu pueblo; es tu madre y es la madre del pueblo. La Tierra es la que les da protección y paz a todas y a todos; les brinda vida y los envuelve con su calor y ternura. En este templo estás dentro del cuerpo de Pachamama, hijo mío, y yo soy Pachamama. - ¿Tú eres Pachamama? - Sí, Jeremías, soy Pachamama y soy Roca, soy Manantial de aguas vivas, soy Sol, soy Luz, soy Cabalgador de las nubes; soy viento, Jeremías, soy la respiración del universo. Soy Pan para el camino y soy Vino para la fiesta. Soy Vid y soy Cordero. Soy el Dios de los filósofos y de los sabios, el Dios de los místicos y el Dios de los miles de rostros de todas las religiones. Soy Poeta y Músico, Pintor, Arquitecto y Alfarero. Soy Matemáticas también y soy el Dios que no existe de los ateos, de los que no creen, de los que buscan, de los que dudan, de los que no pueden ver. Soy el Dios que cada pueblo capta a su manera: para los pastores de ovejas soy el Pastor del pueblo; para los enfermos soy el gran Médico; para los pescadores del mar soy Pescador de hombres; para los oprimidos soy el Liberador; para los agobiados soy el Descanso; para los peregrinos soy Compañero de camino; para la mujer enamorada que busca desesperada el cuerpo del amado, soy el Jardinero que la llama con palabras de resurrección: “Levántate, hermosa mía, y ven acá. Acaba de pasar el invierno y las lluvias se han ido. Han aparecido las flores en la tierra, ha llegado el tiempo de las canciones...” (Cantar de los cantares 2, 10-12). Soy Padre, Jeremías, soy Hijo y soy Espíritu. Soy Alá, soy Yahveh, soy absolutamente Uno. Pero al mismo tiempo soy Tres. También soy Madre que sabe conmoverse hasta lo infinito en sus entrañas. Soy Fuego devorador, soy Amor, soy Esposo apasionado, celoso, tierno y compasivo, soy Vida, hijo mío. Soy Creador e Inventor, soy Liberador de las tiranías, soy Rey y soy Servidor, soy Sabiduría, Justicia, Libertad y Perdón; soy Ternura, Verdad y Fidelidad, soy Misericordia y Fortaleza. Yo soy Principio y Fin. Dicen de mí que soy el Todopoderoso, el Altísimo y el Santísimo, lo cual es cierto, pero sobre todo me gusta ser el padre que pierde la cabeza de alegría por el hijo extraviado que vuelve a casa; o aquel señor que paga muy bien y por igual a sus trabajadores, hayan trabajado ocho horas o una hora apenas. Pues sí, soy el Gran Relojero del universo, soy la Razón y el Sentido de todo; soy la Palabra y la Energía de las energías. Y sin embargo, soy tan otro y tan diferente de todo aquello que bien se puede decir que no soy absolutamente nada de eso. De hecho, soy todo aquello y a la vez soy Otro. En una palabra, SOY EL QUE SOY Y EL QUE SERÉ. Mis nombres son infinitos y mi verdadero nombre nadie lo conoce. Soy Humano, Jeremías. Soy el más pequeño y la más pequeña de entre las hijas e hijos de mi pueblo; soy el más pobre de entre todos vosotros. Y vosotros, en la raíz de vuestro ser, sois mi imagen. Soy un Germen, un Brote, una chispa de eternidad dentro de ti y de tu pueblo, dentro de la humanidad y de todo el universo. Por encima de todo, soy Alegría. Después de estas palabras, la Voz dejó de hablar. Jeremías había caído de rodillas. Cataratas de luz lo habían tumbado al suelo, dejándolo sumido en adoración y total desconcierto. Creyó que había muerto, pero algo como un fuego se había encendido en su corazón. Para la primera comunidad cristiana, Jesús es el “esposo” del pueblo; Juan es sólo “el amigo del esposo”, quien le prepara el camino, el precursor… Con estas imágenes trataron de zanjar la polémica que mantenían con los seguidores del Bautista, en torno a la preeminencia de uno de los maestros sobre el otro.
Es cierto –anota Marcos- que Jesús fue bautizado por Juan, lo cual significaría un reconocimiento implícito de la autoridad de este último. Pero, a diferencia de él, es realmente el maestro de Nazaret quien bautiza, no con agua, como Juan, sino con Espíritu Santo. “Bautizar con Espíritu Santo” significa comunicar la misma vida divina, “hacer nacer” de Dios. Sabemos que el bautismo con agua –presente, de un modo u otro, en distintas religiones- constituía un rito simbólico de muerte/renacimiento: la persona introducida en el agua era “sepultada” para salir limpia y renovada. El bautismo era, por tanto, la imagen de una “vida nueva”. Sin embargo, con Jesús –subraya el evangelista- ocurre algo diferente. No se trata ya un rito, sino de una realidad: la misma vida de Dios en nosotros. Es comprensible que Marcos lo exprese en las categorías más comunes de su época, propias de una conciencia mítica. Según esa forma de ver las cosas, Jesús nos comunicaría algo que previamente no teníamos…, y que sólo tendrían quienes creyeran en él. Esta forma de hablar nos resulta familiar, porque las personas religiosas hemos crecido con ella. Era la manera habitual de expresarse tanto la teología como el catecismo. Sin embargo, a poco que se amplía la conciencia, nos percatamos de algunas disonancias: ¿cómo puede ser que “antes” no tuviéramos ya la Vida divina?; ¿cómo puede ser que quienes no crean en Jesús o no le conozcan carezcan de ella?... Desde una perspectiva transpersonal y no-dual, logramos salir de los vericuetos de la mente y de los pseudo-problemas en los que se encierra. Nos damos cuenta de que aquélla era sólo una “forma de expresión” –característica del modelo mental en una etapa mítica-, que hoy podemos “traducir” de un modo que parece más adecuado. Una vez más, la clave se halla en la no-dualidad. Si no hay nada separado de nada, no hay tampoco nada “separado” de la Vida divina. Es esa Vida la que palpita y fluye en todo lo real, la que nos constituye en el núcleo de lo que somos. Por eso, podemos decir con verdad que todos los seres estamos ya “bautizados con Espíritu Santo”; ¿cómo podríamos no estarlo?, ¿cómo podríamos vivir en ausencia de la Vida?, ¿cómo estaríamos vivos si nos halláramos desconectados de la Fuente de la Vida?... A partir de su primera creencia que le lleva a considerarse un “individuo separado”, el yo llega a pensarse capaz de vivir “separado” también de Dios. Sin embargo, eso es sólo una trampa mental. Nada puede ser ni estar “fuera” de Dios, si “Dios” es la Fuente de lo que es, lo que hace que todo sea, el “corazón” de toda realidad. Sea lo que sea lo que estamos viendo, es a Dios a quien vemos…, aunque nuestro “despiste” o nuestros prejuicios mentales nos impidan percibirlo. “Bautizados con Espíritu Santo” significa incluso todavía más. No se trata sólo de que hemos “recibido” la Vida divina, sino que somos esa misma Vida, expresándose en una forma particular. Porque hay –y somos- formas diferentes; pero todas ellas son expresión de la única Vida y del mismo Ser. Esto se ha expresado en las religiones con una imagen entrañable: la de “hijos de Dios”. Y el mismo relato de Marcos la recoge en el momento del bautismo de Jesús: “Tú eres mi hijo amado”. Somos hijos porque estamos naciendo permanentemente de la Fuente de la Vida, que es nuestra misma vida. Somos seres creados, habitados, sostenidos, amados por el Fondo originante y amoroso de todo lo que es, al que las religiones han llamado “Dios”. La palabra que Jesús escucha lo define: antes que nada –como insistirán todos los evangelios, particularmente el de Juan-, Jesús es el hijo amado. Pero esa palabra es dirigida también a cada uno y cada una de nosotros: en realidad, somos más “Jesús” de lo que hubiéramos podido pensar. Calmada la mente, en la quietud de nuestra identidad más profunda, se nos hace patente la no-distancia con él. Y todavía esa expresión se queda muy corta: estamos compartiendo la misma Vida de la que él fue tan consciente. ¿Nos bautiza Jesús con Espíritu Santo, es decir, nos comunica la Vida divina?... En realidad, como decía más arriba, eso son únicamente formas de expresarlo. Porque, ¿cómo podría comunicarnos lo que ya somos y siempre hemos sido? Habría que decir mejor: nos lo hace descubrir. Lo que vemos en él, se da en realidad en todos nosotros. La única diferencia es que él lo vio y nosotros no. Los cristianos lo reconocemos como el “espejo” luminoso en el que podemos verreflejado lo que somos todos. En este contexto, en el que reconocemos y celebramos la Vida que somos, quiero dejaros el regalo de la “traducción” del Salmo 100, que me hizo llegar Roberto, un religioso marista. SALMO 100 Que la Tierra entera aclame esta Simplicidad Total en la que todo descansa; soltemos todo miedo y asidero para entrar en ella con profunda alegría; respiremos serenos en esta Bendita Intemperie que excede la imaginación más audaz. Sepan todos que este Vacío Infinito es como una sonrisa colmada; que de este Fondo sin Fondo nacen todas las cosas y siempre regresan a él; que la nueva civilización se basa en esta ausencia de base llamada Libertad, donde hacemos la experiencia de que todos somos Uno. Entremos en el templo de la Confianza Desbordante donde ya no necesitamos hacer pie; en el atrio que carece de confines y no está en ningún lugar; sin poder tan siquiera dar gracias porque en el santuario sin objetos ni paredes descansamos con las manos abiertas y vacías. Esta expropiación del ego es buena y nos arropa con su suave desnudez; deja la mente boquiabierta en manantial de aguas suspendidas donde fluyen, sin que sepamos cómo, la compasión y la sabiduría en plenitud y por todas las edades. Para Mateo el suceso de los magos de Oriente tiene un sentido mucho más trascendente que la pura historia: se trata de presentar a Jesús como "El definitivo", el mesías esperado, no sólo Luz de Israel, sino Revelación definitiva de Dios para todos los Pueblos.
Esto es lo que proclama ya claramente Pablo: que Jesús no es patrimonio de Israel, sino de la humanidad entera. La Epifanía es una fiesta para reflexionar sobre la palabra “católico”, que significa “universal”, y en la tristeza que sentimos al advertir que en este momento significa para muchos todo lo contrario, es decir, una parte, solo una parte, de los seguidores de Jesús. Universal significa desde luego que el mensaje de Jesús es para todo ser humano, y es esta la misión que Jesús encomienda a los suyos: ir por todo el mundo y anunciar a todos la Buena Noticia. Pero sus consecuencias y su fundamento son más profundas aún. “Universal” significa también que nadie, ninguna cultura, ningún pueblo, ninguna tradición humana puede arrogarse el privilegio de apoderarse de la Palabra. Jesús fue un asiático judío, no un occidental ni un romano. Pero su mensaje no es asiático ni judío, (aunque en el Nuevo Testamento lo encontramos expresado en moldes culturales judaicos) sino universal. Es un tema de urgente examen de conciencia para nosotros la Iglesia católica apostólica romana. Nuestra teología se basa en conceptos griegos, nuestro derecho se asienta sobre el derecho romano, nuestros ritos se entienden desde los del Antiguo Testamento… Es posible sospechar que, cuando anunciamos a Jesús al mundo, lo ofrecemos vestido con nuestra cultura y nuestros modos de entender, nuestros ritos y nuestros símbolos. Convertirse a Jesús significa para muchos pueblos convertirse a modos occidentales de pensar, de rezar, adoptar nuestra metafísica y nuestros símbolos, renunciar a sus modos ancestrales de pensar, de expresar. ¿Qué universalidad tiene todo esto? Jesús no se servía de ninguna metafísica. Nosotros sí. Y todo el que hoy quiera creer en Jesús tendrá que expresarlo con nuestra metafísica. Jesús no prescribió ningún rito: nosotros los hemos ido creando. Y todos los que hoy quieran celebrar su fe en Jesús tendrán que hacerlo con nuestros ritos, y solo con ellos… ¿Por qué en vez de ser nosotros abiertos a lo universal queremos que todos acepten como único válido lo nuestro? Hay un ejemplo increíble pero cierto de todo esto: la lengua litúrgica en las misiones. En los siglos de la gran expansión misionera de la Iglesia, a partir del S.XVI, los misioneros, admirables por supuesto, celebraron la eucaristía (la santa Misa) entre los indígenas convertidos o invitados a convertirse y, por supuesto, lo hacían en latín. Más aún, por los años sesenta del siglo XX, cuando empezaban a soplar los vientos de la liturgia en lengua “vulgar”, muchos oímos por moralistas y canonistas teóricamente autorizados que la fórmula de la consagración dicha en “lengua vernácula” era inválida; no sólo ilícita, porque estaba mandado hacerla en latín, sino inválida, es decir “que no surtía efecto”. ¿Tendremos que recordar que los evangelistas no tuvieron escrúpulo en traducir a Jesús del arameo al griego, y que el latín es solo la lengua oficial que sustituyó al griego siglos más tarde? ¿Por qué se llegó a conferir a esa lengua el título y privilegio de sagrada y única lícita para todos los pueblos? ¿Porque era “la nuestra”, es decir, la que solamente entendían los iniciados? Los magos (es decir, sabios, posiblemente astrónomos) de Oriente (que sean tres y que fueran reyes no aparece por ninguna parte en los evangelios canónicos) son un signo y una invitación a la universalidad, una llamada a la universalidad que los primeros seguidores de Jesús entendieron con esfuerzo y dolor y llevaron a cabo no sin profundas crisis y desgarros. Esta es la tesis de los Hechos de los Apóstoles: el cambio de una iglesia de mentalidad judaica, que pretendía que había que ser judío para seguir a Jesús, a una iglesia abierta a otras mentalidades, en aquel caso a la mentalidad griega. Pablo fue el que abrió a la Iglesia, el que la sacó de su crisálida judía y la echó a volar a todas las culturas. Incluso el cuarto evangelio tuvo la osadía de expresar a Jesús con términos prestados por la filosofía de la época. La conclusión es sencilla: no hacer dogmas de nuestros modos de expresar, ni de celebrar. Estar dispuestos a que todos los seguidores de Jesús nos enseñen cómo expresarlo y celebrarlo. Esto significa que tenemos que fiarnos de Jesús, del Espíritu, mucho más que de nuestras formas de entenderlo. Esta fiesta es de las más antiguas que se conocen. Durante mucho tiempo se celebraban en ella tres “epifanías” de la vida de Jesús: la adoración de los Magos, el bautismo de Jesús y las bodas de Caná. Hay que tener en cuenta que el 6 de Enero se celebraba en Roma el triple triunfo de Augusto Cesar.
Fue la única fiesta de Navidad que se celebró en toda la Iglesia, hasta que en Occidente se empezó a celebrar la Natividad el 25 de Diciembre. La palabra “Epifanía” significa en griego "manifestación", sobre todo la aparición de la primera claridad de la mañana. Siguió celebrándose también en occidente la fiesta de Epifanía, pero con otros significados. Empezábamos el tiempo de Navidad con un relato del evangelista Lucas que hablaba de pastores, ángeles y el niño en el pesebre. Hoy terminamos el tiempo de Navidad con otro relato no menos fantástico de Mateo, sobre unos magos que vienen a adorar al Rey de los judíos. En esta “historia” está recogida la tradición del AT y la experiencia de los primeros cristianos. Se intenta expresar una cristología ya avanzada. Debemos recordar que el título de Rey no se le dio a Jesús hasta después de su muerte. También debemos tener presente que los tres títulos que en el relato se sobreentienden (Rey, Hijo de Dios y Mesías) se implican unos en otros. También se manifiesta en este relato una conciencia nueva sobre la universalidad del mesianismo de Jesús. La apertura de los primeros cristianos a los paganos fue un salto cualitativo en la manera que tenía el pueblo judío de interpretar sus relaciones con Dios. Ni siquiera es seguro que se remonte al mismo Jesús. Este cambio de perspectiva no se llevó a cabo sin traumas dentro de la primera comunidad. Los escritos del NT dejan bien claro que sólo se consiguió después de muchas discusiones y mucha reflexión. No nos debe extrañar esta dificultad. Los judíos se consideraban el pueblo elegido. Creían sinceramente que Dios había hecho por ellos prodigios que no había hecho con ningún otro pueblo. Todavía nos cuesta mucho a nosotros aceptar que Dios no puede tener privilegios con ninguna persona ni con ningún pueblo ni con ninguna religión. Nosotros los cristianos, sobre todo los católicos, seguimos sintiéndonos los privilegiados y nuestra apertura no pasa de esperar que los demás pasen un día a formar parte de los privilegiados. Esta universalidad del mensaje es el tema de las tres lecturas e incluso del salmo de la liturgia de este día. Desde distintos ángulos, todas nos hablan de una novedad en la comprensión de la relación de Dios con los hombres. Dios se manifiesta siempre a todos, aunque sólo le descubre el que le busca con ahínco. La originalidad de la experiencia religiosa de todo el pueblo judío, no la puso Dios sino la peculiar manera de ser de este pueblo, capaz de interpretar los acontecimientos de la vida como manifestación del amor de Dios hacia ellos. En realidad, Dios no puede hacer por uno lo que no hace por otro. Dios es AMOR absoluto y total. En Él, el amor es su esencia, no una cualidad, que podría tener o no tener, como pasa en nosotros. Dios no puede amar más a uno que a otro ni puede dejar de amar a una sola de sus criaturas, porque dejaría de ser Él. Dios constantemente se está manifestando en su creación, para todo aquel que está atento. Esa atención no se refiere a los sentidos sino al ser. Muchas veces os he dicho que Dios no actúa desde fuera como las causas segundas, sino desde el ser de cada criatura y acomodándose a la manera de ser de cada una; por lo tanto, será inútil todo intento de percibir esas acciones con nuestros sentidos. Para descubrir esas manifestaciones de Dios hay que desplegar una muy especial atención, dirigida al centro de nuestro propio ser. Conseguir esa atención es el objetivo de la meditación. El relato de los Magos va en esta dirección. Sólo ellos descubrieron la estrella, porque se dedicaban a escudriñar el cielo; porque fueron capaces de levantar los ojos de la tierra... Ellos a pesar de estar lejos vieron la estrella; la inmensa mayoría de los que estaban alrededor del recién nacido, ni se enteraron. Nuestra religiosidad no consigue su objetivo, porque nos empeñamos en encontrar a Dios donde no está. Porque nos empeñamos en descubrir, no al verdadero Dios, sino al idolillo que nos hemos fabricado. Por ese camino no hay manera de aclararnos en el conocimiento de Dios. Si encontramos a Dios en lo externo a nosotros, en los acontecimientos espectaculares, será siempre un ídolo lo que encontremos. Dios no está en los fenómenos que podemos percibir por los sentidos. Mejor dicho Dios está en todos los fenómenos, aunque no de una manera especial en los que nosotros percibimos como maravillosos. Nosotros nos empeñamos en descubrirlo sólo en lo extraordinario, pero la verdad es que Dios se manifiesta exactamente igual en los acontecimientos más sencillos y cotidianos; sólo hay que aprender a descubrir esa presencia. En la fragancia de una flor, en un amanecer, en la sonrisa de un niño, en el sufrimiento de un enfermo, etc. Es un error pensar que Dios se manifiesta más en un cataclismo o en hechos extraordinarios, que en las cosas sencillas de todos los días. Esa manera de manifestarse, exige del hombre una decidida actitud de búsqueda. La experiencia de todos los místicos les llevó a concluir que Dios es siempre el escondido, el ausente. S. Juan de la Cruz: "A donde te escondiste, Amado y me dejaste con gemido. Como el ciervo huiste, habiéndome herido. Salí tras ti clamando y eres ido." Y el místico sufí persa Duélala Edwin Rumi dice: "Calla mi labio carnal. Habla en mi interior la calma, voz sonora de mi alma, que es el alma de otra Alma eterna y universal. ¿Dónde tu rostro reposa, Alma que a mi alma da vida? Nacen sin cesar las cosas, mil y mil veces ansiosas de ver Tu faz escondida.” También Pascal: “Toda religión que no predique un Dios escondido, es falsa”. De Dios nunca se podrá decir está aquí o está allí, es esto o es lo otro. Y cuando lo hacemos, fallamos estrepitosamente. Todas las fiestas que recuerdan acontecimientos portentosos, hay que celebrarlas siempre con grandes reservas. Esta de la Epifanía es especialmente peligrosa, porque podemos quedarnos aferrados al relato sin descubrir que son teología narrativa, cuya verdad está mucho más allá de lo contado. Me preocupa que los “católicos”, estemos convencidos de que no hay nada que aprender sobre Dios, porque ya lo sabemos todo. Sea en cuanto a las verdades, sea en cuanto a las normas morales, sea en cuanto a las celebraciones litúrgicas, el hecho de que no haya capacidad de innovación, es la mejor prueba de que estamos en una religión sin vivencia, es decir en una religión muerta. Dios se manifiesta siempre como novedad. Si encontramos dos veces el mismo dios, estamos relacionándonos con un ídolo. Ya hemos dicho que la clave de esta celebración es la universalidad del mensaje. En Navidad veíamos a Dios encarnado. Hoy celebramos a Dios manifestado. La manifestación de Dios es universal, en cuanto al tiempo y en cuanto al espacio; es decir, se está siempre manifestando y se manifiesta en todo lo creado. Esto no lo hemos asumido del todo, los cristianos. Seguimos creyéndonos unos privilegiados porque conocemos a Jesús. Seguimos lamentando la situación de los que no creen en él, porque los pobrecitos no podrán participar de su salvación. Es verdad que desde el Vaticano II, hemos avanzado mucho en esta materia, pero no hemos dado el paso definitivo. Hoy deberíamos tener ya muy claro que Jesús no vino a fundar una religión frente a la religión judía; ni una Iglesia frente a otras Iglesias. Jesús predicó el Reino de Dios. Jesús nos trajo un evangelio (buena noticia) para todas las religiones, para todas las Iglesias, para todos los pueblos, para todos y cada uno de los seres humanos. Nuestra religión, como todas las demás, tiene que estar abierta a la buena noticia de Jesús. No debemos dar por supuesto que somos portadores de esa buena noticia; mucho menos que somos los únicos depositarios de ella. Si perdemos la capacidad de autocrítica y de confrontación de nuestro mensaje con el mensaje del evangelio, podemos terminar predicando ideologías y salvaciones que no tienen nada que ver con el mensaje de Jesús. Es curioso que el término “católica” que significa universal, haya terminado significando sólo una parte de los seguidores de Jesús. Claro que el término universal se puede entender de dos maneras:
La conciencia mítica presentó este relato como una historia de dioses venidos de fuera. La lectura literalista lo convirtió en una “anécdota” pastoril. La misma repetición, cada Navidad, hizo de él una rutina acostumbrada.
Parece necesario superar esas estrecheces para acoger la admirable hondura que encierra esa escena que, en su nivel profundo o espiritual, habla de todos nosotros. Se habla de unos pastores, de un pesebre, de un recién nacido con sus padres, de una mujer que “guarda” un secreto, de gloria y alabanza a Dios… Toda la escena quiere introducirnos en un Silencio admirado y agradecido, pleno de luz y de alabanza. La sencillez del relato es la otra cara de su profundidad ilimitada. Su objetivo no es contarnos un hecho histórico, una simple anécdota ocurrida a algunas personas en Belén. No transmite unos datos con los que nuestra mente quede entretenida (más aún, es opinión común entre los exegetas que, probablemente, Jesús no nació en Belén). Se trata, por tanto, de una invitación a ahondar en el Misterio que ahí se expresa. Todo está ahí. Y, de la misma manera, todo es ahora. Pastores, pesebre, recién nacido…: cuando sabemos ver, descubrimos que todo está lleno de la Presencia que es, atemporal e ilimitada. La Presencia o el Misterio no es una realidad separada, al margen de las cosas, ni siquiera “al lado” de ellas. Es su propia Mismidad. Por ese motivo, los pastores, el pesebre, el recién nacido… representan a la realidad entera: somos nosotros mismos, es todo lo que nos rodea en este preciso momento, son todos los seres… Como dice el libro de la Sabiduría, “todo lleva tu aliento divino” (12,1). Sólo hace falta “ver”. Ahora bien, los maestros nos recuerdan que, si queremos ver con claridad, necesitamos calmar la mente. La identificación con la mente constituye un velo opaco que, al fraccionar y separar la realidad, la deforma absolutamente, y nos hace tomar como real lo que no es más que una proyección de ella misma. La mente, por su propia naturaleza, es separadora: cosas, acontecimientos, personas, Dios…, todos son vistos como “entes” aislados. Porque la mente no puede verlos de otros modo. Eso explica que la primera creencia del yo sea precisamente la de considerarse un ser separado… y que viva, en consecuencia, a partir de su “programa” favorito: la defensa y el ataque. La identificación con la mente produce inmediatamente una doble consecuencia: nos saca del presente y nos introduce en la dualidad. A partir de ahí, quedan garantizados la confusión y el sufrimiento. Cuando leemos desde ella el nacimiento de Jesús –o, más ampliamente aún, el misterio de la encarnación de Dios-, seguimos imaginándolo de una forma dualista: un Dios separado toma carne en un hombre separado, y eso tiene consecuencias para los demás seres separados… La sabiduría va en la otra dirección. Aquietada la mente, se abre paso la Comprensión. Todo está en todo. Y todo es un admirable Misterio de Unidad. Lo que llamamos “encarnación” no es sino la proclamación de que todo está atravesado por la Divinidad, que en todo se expresa y manifiesta. En la tradición cristiana, reconocemos esa realidad revelada en Jesús: en él se nos muestra lo que es en todo. Cuando lo vemos así, sabemos que los pastores, el pesebre, el recién nacido… representan la realidad entera. Y ante esa manifestación, ¿qué nos queda? La actitud de María: acoger todas las cosas, “guardarlas”, “meditándolas en el corazón”. Ir más allá de los conceptos y de las palabras, para adentrarnos en el No-saber y, de ese modo, descansar –admirados, sobrecogidos, agradecidos, hermanados- en el Misterio y dejarnos ser en él. Es el camino que han recorrido los místicos y los sabios de todos los tiempos, que han sabido “ver”, más allá de las apariencias, la Realidad. Es el No-saber que sabe, según experimentó san Juan de la Cruz: “Entreme donde no supe / y quedeme no sabiendo, / toda ciencia trascendiendo”. Es el No-saber que permanece anclado siempre en el presente, como apreciaba el poeta portugués Fernando Pessoa: “Hay suficiente belleza en estar aquí y no en otra parte”. “Meditar las cosas en el corazón”, como María, significa adentrarse en ese No-saber y dejarse admirar por la Presencia luminosa que todo lo habita. No hay dos cosas: la Presencia y las cosas. Se trata de una admirable No-dualidad en la que “Presencia” y “cosas” son sólo las dos caras de la Única Realidad. “Meditar las cosas en el corazón” significa desarrollar la “mirada contemplativa” que se halla en todos nosotros y que puede vivir cuando serenamos la mente alocada y su incesante parloteo. Al renunciar a pensar, empezamos a ver. Esto no significa demonizar la mente ni, mucho menos, negar su imprescindible valor como herramienta a nuestro servicio. Es una llamada a no caer en la trampa de identificarnos con ella, a no creer que su “modo de ver” es el modo válido y definitivo. Liberados de ese engaño, la mente se serena y se nos regala el don depermanecer en el presente, donde todo está bien, donde todo –escribe el poeta Antonio Colinas- fluye mansamente. DESCENSO A LA MANSEDUMBRE !Cómo revela el mar la mansedumbre! Aquí en la playa, donde están los límites verdaderos del ser -los de la tierra, el mar, el cielo-, todo es infinito. Mansa es el agua y mansas son las rocas, y hasta la noche que desciende es mansa. ¿Qué nos queda, teniéndolo ya todo, sino abatirnos y besar la luz, o en ella deshacer nuestra palabra, que debiera también ser sólo mansa, como el aire leve? Nos cuesta demasiado a los humanos ir fundiendo los labios y los ojos en la luz de la tarde, ir arrancando de raíz el mal. Todo es manso en el mundo mas la vida en nosotros habrá de ser combate hasta que la palabra recupere fogosa mansedumbre. A veces, con los ojos húmedos de mirar tanta belleza, el cerebro también se torna manso. Entonces, todo es sacro en su unidad, uno con todo es la palabra mansa. Y si el cuerpo osara levantar su vuelo más allá, más allá todavía, si los labios callasen para ser ocaso en el ocaso, si oyésemos rendidos el silencio, el mundo sería al fin hoguera de lo manso. (Antonio COLINAS, Libro de la mansedumbre, Tusquets, Barcelona 1997, pp. 47-48). La imagen más usada para ilustrar el prototipo de familia cristiana muestra en un primer plano a un grupo familiar tradicional compuesto por madre, padre e hijos y un templo sirviendo como telón de fondo.
Tal estampa y la idea que le da soporte se hallan en las antípodas del pensamiento de Jesús. Para darse cuenta de ello basta repasar con detenimiento el texto de Mc 3,31-35: Llegó su madre con sus hermanos y, quedándose fuera, lo mandaron llamar. Una multitud de gente estaba sentada en torno a él. Le dijeron: Mira, tu madre y tus hermanos te reclaman ahí fuera. Él les replicó: ¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? Y, paseando la mirada por los que estaban sentados en corro en torno a él, añadió: - ¡Mirad!… La madre mía y los hermanos míos. Cualquiera que realice el anhelo de Dios, ese es hermano mío y hermana y madre. Desde que Marcos señalara la maniobra de los suyos saliendo a la busca y captura de Jesús por considerar que había perdido el juicio (3,21) hasta este momento en que alcanzan su destino deseado no ha habido cambio de escenario. Nos hallamos, por tanto, en el mismo entorno: en casa (3,20), el espacio natural de la sociedad alternativa. Un espacio civil y familiar. El verbo que abre el episodio está escrito en presente y en singular: llega (ἕρχεται; traducido: llegó). Transmite actualidad, concede protagonismo a la madre de Jesús y supedita el papel de los hermanos de él a esa figura principal (su madre con sus hermanos). No se mencionan los nombres de ninguno de ellos. Destacan las relaciones. Hacen referencia al Galileo. Madre y hermanos forman un grupo compacto en lo físico, en lo familiar, en los motivos que les impulsan y en sus intenciones. El narrador explica la actitud del colectivo familiar con los dos movimientos que ellos realizan. El primero describe la posición que adoptan una vez alcanzado el punto de destino: “y, quedándose fuera”. La acción expresada por el verbo griego στήκω, estar de pie, estar firme (traducido por: quedarse), indica que se han plantado. El lugar elegido, fuera, confirma su actitud reprobatoria de la actividad de Jesús y su alineamiento con las tesis institucionales. El comportamiento del grupo familiar contrasta con la pauta seguida por el paralítico con sus cuatro porteadores (Mc 2,3-4). El segundo movimiento da cuenta de la iniciativa que toman. Manteniendo la posición, optan por los intermediarios para conseguir sus objetivos: lo mandaron llamar. No entran, desean que él salga. Se niegan a participar e intentan que él abandone. Su familia se presenta como trampa para la libertad y obstáculo para la sociedad alternativa. Mateos y Lucas, que habían omitido el verso donde Marcos informaba de la tentativa de captura de Jesús por parte de sus familiares (Mc 3,21), recogen esta otra escena edulcorando el texto fuente: “Todavía estaba Jesús hablando a las multitudes cuando su madre y sus hermanos se presentaron fuera, tratando de hablar con él” (Mt 12,46). “Se presentó allí su madre con sus hermanos, pero no lograban llegar hasta él por causa de la multitud” (Lc 8,19). Pero Marcos no se anduvo con componendas ni pasó por alto detalle alguno. A continuación retrata con finura didáctica la posición de los de puertas adentro: una multitud estaba sentada en torno a él. Esta multitud actúa a la inversa de la que aparece en el relato del paralítico. Allí representaba un inconveniente para entrar; aquí invita a hacerlo. Su posición de sentados habla de relajación. Se opone al estado de tensión (estar de pie) de los de fuera. La expresión: en torno a él completa la actitud del grupo de casa. La colocación en círculos concéntricos es la típica de los discípulos. Expresa proximidad, adhesión e intimidad y alude a escucha atenta del Mensaje. Los que rodean a Jesús le transmiten el aviso de los de fuera. Lo inician con un imperativo, Mira, que exige desentenderse de lo que se tenga entre manos y poner toda la atención en el contenido del comunicado. La importancia procede de quiénes envían el recado: tu madre y tus hermanos. Los transmisores cambian el verbo llamar (v.31) por otro: te reclaman y repiten el lugar, fuera, aludiendo al rechazo a la propuesta de Jesús. Marcos insiste para que no pase desapercibida la negativa de la familia a entrar a la casa. La reacción del Galileo al encargo se introduce con una fórmula hebraizante (les replicó) que deja entrever una respuesta meditada cuyo valor reclama la atención de los del corro. La réplica comienza con un interrogante tan categórico como inesperado que no busca respuesta, sino reflexión. Su formulación no es la esperada de un hijo o un hermano. La frase ¿quiénes son mi madre y mis hermanos? marca la enorme distancia establecida por sus familiares respecto a él quedándose fuera. Fuera es el lugar de la institución y sus sometidos. El interrogante de Jesús refuerza la necesidad de la decisión libre y pone en entredicho que los lazos de sangre generen adhesión definitiva. La pregunta no es despectiva, pero sí plantea cuáles son los vínculos que unen estrechamente a las personas con un amor leal y qué uniones pueden ser provisionales y terminar convirtiéndose en cepos. Nadie habla. Marcos alarga el silencio sobreentendido por los lectores con un apunte característico de la personalidad del Galileo: paseando la mirada por los que estaban sentados en corro en torno a él. Esa mirada en derredor de uno en uno apareció antes en el episodio del hombre de la mano encogida (Mc 3,1-7). En aquella ocasión fue de ira hacia los letrados, al acecho contra él; ahora rebosa complicidad y acogida destinadas a los con él. Marcos no se resigna a que el lector pase por alto la importancia del detalle e insiste en remachar el emplazamiento en cerco duplicando el dato: en corro y en torno a él (también apuntado con anterioridad en v.32). Este esfuerzo persistente del narrador persigue destacar a Jesús y su proyecto como punto de referencia de todos los que le rodean. El momento se hace culminante cuando él rompe drásticamente el largo silencio y capta toda la atención con un poderoso imperativo: Mirad…, que, unido a su gesto de mirada en derredor, identifica a los adheridos a su propuesta y exige reconocerlos. Acto seguido añade, repetida por cuarta vez, la frase clave del relato. En esta ocasión sin asociarla a ningún verbo que matice su uso. Está traducida conforme a la intensidad que reclama la fuerte determinación de Jesús: …a la madre mía y a los hermanos míos. Su vehemente afirmación demuestra hasta donde es consecuente con su mensaje. El vínculo que logra una unión indestructible no lo produce el origen, sino la opción personal. Para el Galileo, la familia constituida por lazos de sangre no es la célula de la nueva sociedad. Jesús termina su intervención elevando a rango universal el principio constitutivo de la que considera su familia. Sin romper la línea argumental de su discurso y con extraordinaria amplitud de miras, establece el criterio que determina el alcance de la nueva cohesión. Una expresión griega equivalente a: cualquiera que no impone otros límites, con su indefinición, que los declarados en sus siguientes palabras: cualquiera que realice el anhelo de Dios. El verbo hacer, realizar, ejecutar delimita de forma diáfana el primer requisito. Se descartan privilegios, pertenencias, discursos, orígenes y todo tipo de pretendidos vínculos. Solo, la praxis; una praxis concreta. La práctica que establece el nexo de unión con el Galileo coincide con lo que Dios anhela. El término griego θέλημα (voluntad, deseo), más frecuente en Mateo, Lucas y Juan, es usado por Marcos únicamente en este relato. La traducción por voluntad ha creado un vicio en el entendimiento de este vocablo cuando está referido a Dios y, como consecuencia, ha contaminado también la práctica humana supuesta e infundadamente vinculada a esa voluntad divina. El término, aquí aplicado a Dios, tiene el sentido de deseo o anhelo y expresa su sospechada ansia porque la decisión del ser humano camine en la dirección acertada. No implica mandato ni impide la libertad ni supone predeterminación o capricho. De acuerdo al mensaje de Jesús, la práctica a favor de los débiles y abandonados coincide con el anhelo de un Dios reñido con la imparcialidad. Jesús recalca lo personal de la conducta aludida previamente: ese. El énfasis no deja espacio a la duda. El señalamiento se dirige en exclusiva a la persona que ejecuta esa determinada praxis. A continuación termina con la frase que se repite por quinta vez, aunque en esta oportunidad, con cambios significativos: ese es hermano mío y hermana y madre. A diferencia de las anteriores ocasiones, ha enunciado en primer lugar hermano. Da, así, la clave para entender la calidad de las relaciones humanas producida por la coincidencia en la praxis antes citada. Pero, ha añadido el término hermana considerando a la mujer igual al hombre y al mismo nivel de relación. No hay discriminación en el mensaje y la propuesta de Jesús. La hermandad producida por esa praxis garantiza la cohesión y destierra las desigualdades. Dicha praxis hermana con Jesús a cualquiera que la lleve a cabo independientemente de estar o no integrado en la sociedad alternativa. Si el relato comenzó con la preeminencia de la madre como eje de la familia tradicional, finaliza priorizando la hermandad y situando en plano de igualdad a la mujer y al varón. La igualdad es el lugar privilegiado, el único lugar. El amor de otro tipo, ¡cualquiera!, ¡sin exclusión!, también el materno, está supeditado a la condición de iguales. Marcos se desentiende de narrar la reacción de los de fuera. Lo importante para él ha sido subrayar que el Galileo rompió con el modelo de familia tradicional basado en la sujeción y la dependencia, sustituyéndolo por el de una familia alternativa fundada en la libre opción por una praxis a favor de los insignificantes. Esta es para él su auténtica familia; la otra, no. Para la mayoría, la Navidad ha perdido buena parte de su vínculo con la religión. Especialmente entre los jóvenes: para el 72% de ellos estas fiestas tienen ya poco o ningún significado religioso. Es destacable que casi la mitad de los jóvenes —el 45%— vean estas fiestas de forma totalmente desacralizada, mientras que entre los mayores de 55 años quienes piensan así apenas llegan al 16%.
Esta es una pieza más de lo que Aranguren llamaba la “transición religiosa” y que, desde mediados de la década de los noventa, viene situando a la sociedad española en niveles de religiosidad similares a la media europea. Así, para la gran mayoría de los jóvenes (84%) estos son días, más bien, de diversión, cenas y reuniones con amigos. La mayoría saldrá de fiesta (el 65% lo hará la noche de fin de año). Lo religioso queda en un alejado segundo plano, si es que queda: apenas son un 15% los jóvenes que asistirán a la tradicional misa del gallo y un 9% quienes aseguran que estas fechas guardan para ellos un gran significado religioso. La consideración poco religiosa de la Navidad está en consonancia con el hecho de que un 62% se define como poco o nada religioso, cifra que aumenta hasta el 76% entre los jóvenes que tienen entre 18 y 34 años. Si el futuro es de los jóvenes, la Navidad será cada vez más una fiesta del encuentro y menos una celebración religiosa. MARÍA MADRE
Una fiesta más de María y una nueva oportunidad de tratar un tema que puede ser importantísimo para nuestra vida espiritual. La fiesta litúrgica se titula “María madre de Dios”, pero hoy tenemos conocimientos suficientes para ir más allá de la pura mitología que se encierra en esa expresión. Lo que se ha creído durante mil y pico años no tiene nada que ver con la verdadera declaración del concilio de Éfeso. No se trataba de un dogma sobre María sino de un dogma sobre Jesús. Una vez entendido esto, podemos descubrir que todo lo que se ha dicho sobre María basándose en una traducción literal de la expresión dogmática, no tiene sentido ninguno. Esto no quiere decir que no podemos sacar provecho de una fiesta de María como MADRE. Seguramente el concepto de “madre” es el que se aplicó a Dios en los orígenes de la religiosidad humana. Sin duda ninguna es el que mejor puede expresar la originalidad de Dios, entendiendo originalidad en el sentido más etimológico del término… Pero debemos ir a lo profundo del significado de ese término cuando lo aplicamos a Dios. Dios no es origen porque una vez haya sido causa de que la realidad material exista. Dios está en cada criatura como el fundamento, en cada instante de su existencia. Dios es el origen y el fin de toda la creación. En realidad, la creación no es más que lo visible de Dios. Podemos decir que lo material es la misma divinidad reflejada en un espejo. Para poder ver algo en un espejo, es imprescindible que esa realidad material esté de la otra parte del espejo. En cuanto desaparece esa realidad, desaparece la imagen. Por aquí podemos vislumbrar lo que es Dios como origen de todo lo creado. En María madre, hemos volcado todo lo que no nos atrevemos a proclamar de Dios como principio de nuestro propio ser. María es el dios Madre que en un contesto patriarcal, no nos atrevemos a imaginar. El bendito Juan Pablo I, en el primer encuentro con los cardenales a los pocos días de ser elegido papa, les espetó: “Dios es padre, pero sobre todo es madre”. Con esa sola frase abrió más horizontes a los cristianos que muchas sesudas encíclicas de decenas de páginas. Todo lo que se ha dicho de María a través de los siglos, tenemos que atrevernos a pensarlo y decirlo de Dios directamente. Este sería el mejor homenaje que le podríamos hacer hoy a María; atrevernos a ver a Dios como verdadera Madre que nos engendra y da a luz a todos en cada instante. Si descubriéramos esta realidad, no haría falta ningún argumento adicional para que todos nos consideráramos verdaderamente hermanos. Esta vivencia es el fundamento de todo el mensaje de Jesús. Sin esa vivencia el evangelio llegará a ser a lo sumo una programación más, que en ningún caso calará más allá de la epidermis. LA CIRCUNCISIÓN Es muy difícil que hoy nos hagamos cargo de lo que significaba este rito para el pueblo judío. Era el signo de pertenencia, que para ellos significaba dar contenido a su vida entera. Hoy no necesitamos este arraigo para sentirnos seres humanos, pero no era así en aquella época. Una persona que no perteneciera a una familia y a un pueblo, no era absolutamente nada. Nuestro bautismo tiene un significado estrictamente religioso y es el signo de identidad como cristianos, pero para los judíos, lo religioso, lo social e incluso lo económico no se diferenciaban; de tal manera que el fallo de uno de los aspectos llevaba consigo el derrumbe de toda la persona. Era un signo solo para hombres porque la mujer no era más que lo que el hombre al que pertenecía le aportaba. Tampoco estamos capacitados para entender lo que significaba en aquella época poner un nombre a una persona. En el nombre se significaban todas las expectativas que la familia ponía en el recién nacido. En este caso, se puede descubrir esa importancia en el hecho de que, según Lucas, el nombre de “Jesús” no es una ocurrencia humana, sino elección divina. Jesús significa “Dios salva” que era precisamente lo que los ángeles dijeron a los pastores: “Os ha nacido un salvador”. Para mí el centro del evangelio de hoy está en esta frase: “María conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón”. No se trata de memorizarlas y buscarles un sentido lógico, sino de rumiar todo lo que está pasando para asimilarlo y tratar de que pase a formar parte de la vida. Recordemos una vez más que se trata de teología de las primeras comunidades retrotraída al nacimiento de Jesús. Que el relato no sea una crónica de sucesos, nos obliga a darle mayor importancia y a tratar de hacer nuestro el mensaje. Llevamos dos mil años intentando ir al Dios de Jesús a través de razonamientos. Es hora de abandonar ese intento fallido y entrar por el camino del corazón, es decir, de la vivencia interior que me lleve a descubrirlo desde lo hondo. AÑO NUEVO La inmensa mayoría de los seres humanos se conforman hoy con celebrar un “cronos”, es decir una fecha del calendario. No es ese el sentido religioso de la fiesta. Se trata de celebrar un “cairos”, es decir el momento oportuno para hacer algo vital que pueda trasformar mi vida. El tiempo cronológico se nos va de las manos, casi siempre esperando que otro tiempo mejor llegue en algún momento. Si esperamos que las circunstancias cambien para conseguir los objetivos principales de mi vida, estamos cayendo en la trampa de la artificialidad. En este instante puedo conseguir el logro más importante de mi vida. Ahora están todas las posibilidades a mi disposición. En cualquier momento de mi vida tendré las mismas pasibilidades, pero si estoy esperando algo distinto, consumiré la vida sin encontrar lo que me debía importar de veras. DÍA MUNDIAL DE LA PAZ Sería estupendo que pudiéramos disfrutar por lo menos durante un día de paz en todo el mundo. Pero si estamos envueltos en guerras y conflictos de todas clases, ¿Qué puede significar celebrar un día de la paz? La inmensa mayoría de nosotros desearíamos la paz, pero creemos que muy poco o nada podemos hacer por conseguirla. Este es el error. Tú puedes hacerlo todo por conseguir la paz. Simplemente lleva paz a todas tus relaciones con los demás. La paz no es una realidad que podamos conseguir como si fuera un objeto que descubrimos aquí o allá. La paz es una consecuencia de nuestra manera de actuar. Reinará la paz cuando las relaciones entre los hombres sean verdaderamente humanas. Meditación-contemplación En este día tan señalado cronológicamente, trata de trascender el tiempo y el espacio, descubre lo que hay en ti de eternidad y sumérgete en el cairos de tu existencia. ………… En todo tiempo y en cualquier lugar puedes hacer presente tu verdadero ser, que no es lo que hay en ti de terreno sino lo que hay en ti de divino. ………… María es madre de Dios porque le hace presente en este mundo. También tú puedes concebirle y darle a luz si trasciendes tu ego y penetras en tu verdadero ser. Todo lo que es María desde Dios lo eres también tú. |
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