Aunque el relato evangélico habla de la inmersión de Jesús en el Jordán, lo decisivo no es este bautismo de agua que recibe de manos del Bautista, sino la acogida del Espíritu que el Padre envía sobre él.
Según la mentalidad bíblica, este Espíritu hace vivir a Jesús desde el aliento vital de Dios, lleno de su amor y su fuerza creadora, entregado a liberar, transformar y potenciar la vida. Por eso, los primeros seguidores de Jesús lo recordaban como un Profeta que, "ungido por Dios con el Espíritu Santo..., pasó la vida haciendo el bien". Este es el Espíritu que ha de alentar a quienes siguen sus pasos. La crisis religiosa de nuestros días se está extendiendo con tal radicalidad que la indiferencia está afectando ya a los mismos creyentes. Los indicios son cada vez más inquietantes. Hay analistas que denuncian el "ateísmo interior" que está diluyendo la fe de algunos que se dicen cristianos. La Iglesia no es un "espacio inmunizado". Hay practicantes que de hecho no cuentan con Dios. Pueden pasar tranquilamente sin él. Dios no estimula su vida ni inspira su comportamiento. Viven una religión vacía de comunicación con Dios. En la práctica, Dios no existe para ellos. Sin advertirlo, se están instalando en la "cultura de la ausencia de Dios". ¿Vamos a permanecer pasivos ante esta extinción progresiva de la verdadera fe incluso dentro de nuestros hogares y comunidades? ¿No nos estamos haciendo cada vez más indiferentes a la indiferencia religiosa que parece invadirlo todo? ¿No ha llegado el momento de reaccionar? Tal vez, lo primero es tomar conciencia de que somos nosotros mismos los que podemos estar apagando el Espíritu dentro de la Iglesia con nuestra ceguera y pasividad. Movidos por el instinto de conservación, corremos el riesgo de dedicarnos a conservar el pasado quizás porque nos resulta más cómodo que vivir en permanente conversión, abiertos a la creatividad del Espíritu. Seguramente, hemos de cuidar más nuestro modo de relacionarnos con Dios, evitando formas superficiales y vacías, vividas sólo desde lo exterior, y que pueden ser formas de huir de su Misterio santo más que caminos para situarnos ante él en espíritu y en verdad. Parece más necesario que nunca promover esa "participación plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas", que el concilio Vaticano II urge "con deseo ardiente", pues considera que es "la fuente primaria y necesaria de donde han de beber los fieles el espíritu verdaderamente cristiano". Revitalizar la celebración es reavivar la fe.
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Epifanía (epifaneia) significa manifestaciones. Toda manifestación de Dios tiene que ser universal. Dios siempre se manifiesta a través de los seres creados, pero es para que todos los hombres descubran lo que son y lo vivan. Dios no puede tener ni privilegios ni exclusivismos.
No estamos celebrando la fecha de un acontecimiento. El día 6 de Enero se celebró la Natividad de Jesús en toda la Iglesia durante varios siglos. Más tarde en Occidente se comenzó a celebrar el 25 de Diciembre, para suplantar la fiesta pagana del sol. Es curioso que se nos diga ahora que las fiestas de Navidad se están paganizando. En Oriente se sigue celebrando la Navidad el día 6 de Enero. Al celebrarse en occidente la Natividad de Jesús el 25 de Diciembre, se reservó la fecha del 6 de Enero para celebrar las “Epifanías del Señor”. Durante mucho tiempo, se celebró, no sólo la adoración de los Magos, sino también, el Bautismo del Señor y las Bodas de Caná. El relato de los magos que acabamos de leer es el mejor ejemplo de cómo no sirve para nada la exégesis si no se hace llegar al pueblo. La inmensa mayoría de los fieles sigue pensando en una historia real. En realidad es una narración fantástica que ni siquiera es original del cristianismo. En otras muchas culturas se habla de estrella que anuncia el nacimiento de un gran hombre; de tiranos que persiguen a un niño que va a ser un salvador para su pueblo; de inocentes que mueren para salvar al escogido; de grandes personajes que rinden tributo al recién nacido, etc., etc. Todo con la única intención de hacer ver la extraordinaria grandeza de un personaje que después de demostrar su grandeza con sus hazañas, se quería demostrar que era ya sobrehumano desde el instante en que nació. Dejemos bien claro, una vez más, desde el principio, que cuando nació Jesús no pasó absolutamente nada fuera de lo normal. Ni siquiera sabemos cuándo, ni sabemos dónde, ni sabemos cómo nació. Este pasaje de los magos, como todos los relatos de la infancia, es una historia muy bien tramada, que utiliza elementos de las culturas circundantes para trasmitir una teología ya muy elaborada sobre Jesús. Todo el relato se desarrolla en un lenguaje específicamente mateano. Se trata de dejar claro que los de cerca rechazan de plano a Jesús por lo que significa, y los de lejos lo buscan y lo aceptan como lo que es. Esta visión sería impensable sin la experiencia de su pasión y muerte, provocada por el rechazo de las autoridades judías y por el miedo de Roma a todo lo que oliera a rebelión. A través de los siglos se ha ido adornando el relato con afirmaciones que no están en el texto, pero que hoy todo el mundo cree a pies juntillas. Ni dice que eran tres. Mucho menos sus nombres. Ni dice que eran reyes. Ni ‘mago’ tiene, para nada, el significado que hoy damos a la palabra mago. En su origen el termino magoi significaba un miembro de la casta sacerdotal persa. Más tarde designó a otros representantes de la teología, de la filosofía y de la astronomía. Según el texto, los ‘magos’ son unos paganos que orientados por signos extraordinarios que solo ellos saben interpretar, llegan a descubrir a Jesús. Mateo nos está advirtiendo de la llamada de todos los hombres a creer en Cristo. Los intentos que se han hecho a través de la historia de explicar la posibilidad de un fenómeno celeste que explicara la estrella, no merecen mayor comentario. Ni cometa ni estrella, ni conjunción de astros. El intento de encontrar explicación científica al fenómeno, es olvidarse de que es un relato simbólico. Pero es que, si se encontrara explicación científica, quedaría anulada la intervención de Dios que es lo que se intenta poner de manifiesto. Una estrella no puede pararse ‘encima de donde estaba el niño’. Pero desde el punto de vista teológico, sí es relevante que el signo de la presencia de Dios se detenga en el lugar donde se encuentra Jesús: nos está recordando que al que busca de verdad, Dios lo guía y terminará encontrando lo que busca con ahínco. También queda la historia fuera de toda lógica, cuando nos dice que se sobresaltó toda Jerusalén con Herodes. Herodes era odiado por todos los judíos. El anuncio de un rey distinto, sólo podía provocar alegría entre los habitantes de Jerusalén. Pero Mateo está pensando en la Jerusalén que dio muerte a Jesús. Para Mateo el rechazo de los judíos no es cosa del último momento, sino constante y anterior a cualquier manifestación de Jesús. Se trata de marcar la diferencia entre los magos y el Niño Rey por una parte, y los letrados y Herodes por otra. A pesar de la estrategia de Herodes para deshacerse del Niño, Dios está allí para salvarlo. Tanto la intervención de Dios por medio de la estrella y de los sueños, como la derrota de Herodes a pesar de su maldad, están hablando de la experiencia de la comunidad de Mateo. A pesar de todas las dificultades con los judíos y con los paganos, están convencidos de que Dios está con ellos y les conducirá a la victoria. Si analizamos en profundidad nuestra actitud ante el Niño, resulta que el miedo de Herodes y de los jefes judíos, es también nuestro miedo. El reinado de Dios es una amenaza para nuestro egoísmo. Cuántas veces en nuestra vida hemos dicho: esto no lo creo, cuando queríamos decir: esto no me gusta. Estaríamos dispuestos a adorar a un Dios que potenciara nuestras seguridades y nuestro poder. Un Dios que reine sin hacernos reinar a nosotros, no nos interesa. Como los magos salen de su tierra para buscar, nosotros tenemos que salir de nuestro “ego”, de nuestras seguridades terrenas para buscar. Sin esa actitud, aunque haya nacido el Niño, aunque aparezca la estrella, el encuentro no se producirá. Los letrados lo saben todo sobre el Mesías, pero, instalados en sus privilegios religiosos y sociales, no mueven un dedo para comprobar. Están muy a gusto con lo que tienen. Se quedan con su conocimiento y sus libros. El mensaje de este relato puede advertirnos a nosotros que el amor a la verdad crea nómadas, no instalados satisfechos. Cuantas veces, los cristianos nos hemos conformado con marcar a los demás la dirección sin mover un dedo para acompañarles. Esta diferente actitud de los magos, nos tiene que hacer pensar. Los paganos adoran al Niño, los judíos intentan matarlo. Los paganos reconocen la Niño, los judíos no lo reconocen. Son tesis propias del evangelio de Mateo. El hecho de que en un momento determinado, los magos pregunten a Herodes y éste pregunte a su vez a los que conocen las Escrituras es muy interesante. Las Escrituras pueden servir de pauta, pueden indicarnos el camino a seguir cuando atravesamos lugares o tiempos sin estrella. Pero el valor de la Escritura depende de la actitud del que las estudia. A la Biblia hay que acercarse sin prejuicios; no para buscar argumentos a favor de lo que ya creemos, sino abiertos a lo que nos va a decir aunque sea distinto a lo que yo espero. Ante millones de estrellas que brillan en el firmamento, los magos descubren la de Jesús. Ante las miles de estrellas que llaman la atención en nuestro mundo, nosotros tenemos que descubrir la de Cristo. Si no estamos atentos, nos equivocaremos y elegiremos la que no es. Todo hombre tiene la obligación de dejarse iluminar por su estrella, pero también de ser guía para los demás. No se trata de “convertir” a nadie. Nuestra obligación es hacer ver a los demás la bondad de Dios, manifestando con nuestra vida su cercanía. Hacemos presente lo que es Dios, siempre que salimos de nosotros mismos y vamos en ayuda de los demás. No debemos presentarnos como poseedores de la verdad, sino como compañeros en la búsqueda. El verdadero creyente será siempre un buscador de la verdad, no un guardián. Fijaros lo que tiene que cambiar la actitud de los cristianos, sobre todo de sus dirigentes. Esta celebración nos tiene que lanzar más allá de los raquíticos planteamientos de una iglesia, “fuera de la cual no hay salvación”. Dios se manifiesta a todos los pueblos de todas las épocas. Todos los hombres están a la misma distancia de Dios. En el momento que nos sentimos privilegiados o detentadores de la verdad, hemos hecho polvo el mensaje de esta fiesta. Todos recibimos todo de Dios y todos tenemos la obligación de aprender de los demás y enseñar a los demás. Todos tenemos la obligación de encender una luz, en lugar de maldecir de las tinieblas. No podemos seguir mirándonos al ombligo con autocomplacencia sin límites. El reino de Dios es algo mucho más extenso que los contornos, siempre limitados, de una Iglesia. El amor, la entrega, la capacidad de salir de sí e ir al otro, son posibilidades universales y abarcan a todos los hombres. Esto no quiere decir que todos los hombres tengan que pertenecer a la misma institución, y menos aún a la misma cultura. Lo que celebramos hoy es la apertura de Dios a todos los hombres, no el sometimiento de todos a la disciplina de una Iglesia. Allí donde haya un hombre que crece en humanidad, amando a los demás, allí se está manifestando Cristo. Hoy no podemos entender la apertura a los gentiles como propuesta para que se conviertan a nuestra religión porque sea la única verdadera. Lo importante es potenciar lo que hay de cristiano en cada hombre, aunque no conozca a Jesús. Meditación-contemplación ¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Nunca sabremos a ciencia cierta dónde está, porque Dios está siempre revelándose y siempre ocultándose. En cuanto dejo de buscarlo, desaparece. ..................... Dios no es un ser concreto que puedo buscar con un candil. Está en todas las cosas, pero no soy capaz de descubrirlo. Está dentro de mí, formando parte de mi propio ser. Si encuentro mi verdadero ser, ya lo he encontrado a Él. ............................ La puerta que te llevará a tu centro, se abrirá sola. Sólo tienes que dejar de buscarle en ninguna otra parte. Céntrate y concéntrate una y mil veces. Sin saber cómo, irá apareciendo la luz, en lo más íntimo de ti mismo. En el comentario de la Epifanía veíamos el esquema del evangelio de la infancia de Mateo y comprobábamos claramente la intención del evangelista.
Este esquema muestra con bastante claridad la intención de Mateo: se presenta Jesús, el Esperado, de la estirpe de David (genealogía) nacido “del Espíritu Santo” (concepción virginal, sueños de José), enviado como luz para las naciones (los magos), en quien se cumplen las promesas (Egipto, Nazaret). Ahora, terminada esa presentación de Jesús, comienza la narración de su “vida pública”, pero precedida también de una presentación: Jesús, el hombre lleno del Espíritu, al que el Espíritu arrastra a la misión, al anuncio de la Buena Noticia. Por tanto, estamos ante “la presentación de Jesús”. Jesús, el hijo amado, el predilecto, aquél en quien reside el Espíritu del Padre. Mateo nos ofrece aquí un ejemplo perfecto del “genero literario evangelio”. Cuenta lo que sucedió y vieron los ojos (Jesús en el Jordán bautizado por Juan) y lo que sucedió aunque los ojos no lo vieron (Jesús lleno del Espíritu), empleando para ello símbolos, tomados del Antiguo Testamento (los cielos abiertos, la luz, la voz…) Mateo no nos cuenta sólo que un nazareno fue bautizado por Juan sino también nos dice quién es ese nazareno. Lo primero lo vieron los ojos del cuerpo; lo segundo lo vieron los ojos de la fe. El relato del bautismo en el Jordán muestra ante todo que los evangelios son fiables. Poner a Jesús como discípulo del Bautista, en la fila de los pecadores que van a recibir un bautismo de penitencia para el perdón de los pecados, no era nada oportuno para presentar a Jesús; aparte de los aspectos puramente teológicos (¿Jesús pecador?), esta presentación parecía dar razón a los que pensaban que el Bautista era el Mesías, puesto que Jesús se sometía a su bautismo. Pero este es el acontecimiento del que parte el testimonio de los que, por eso mismo, se llamarán “los testigos”, los que estuvieron con él desde el bautismo en el Jordán. Y los evangelistas no escamotean la escena, aunque necesitan explicar en esa misma escena quién es ese Jesús que se bautiza. En otro orden de ideas, es tendencia habitual en algunos comentaristas actuales considerar el bautismo de Jesús como el momento en que toma conciencia de quién es y de su misión. Nos encantaría poder comprender la psicología de Jesús, lo que le pasaba “por dentro”, cuál era su conciencia y cuándo la adquirió. Estas interpretaciones se oponen frontalmente a aquellas que consideran que Jesús es plenamente consciente ya en el seno de su madre, que muestran una dudosa fe en la humanidad de Jesús y se acercan peligrosamente a la mentalidad de los apócrifos de la infancia. Entender que es en el Jordán, oyendo la predicación del Bautista, cuando Jesús adquiere su plena conciencia de Hijo de Dios y, en consecuencia, cuando se siente llamado definitivamente a su misión, es algo que satisface a nuestra mentalidad actual. Sin embargo, no podemos hacer que los evangelios digan lo que no quisieron decir. No es éste el mensaje. El evangelista nos dice quién es Jesús, no cuándo ni cómo adquirió la conciencia de serlo. Y aunque nos gustaría, y quizá sucedió así, no podemos atribuir este mensaje a Mateo, ni a ninguno de los evangelistas. El mensaje es, por otra parte, claro y fundamental: Jesús es el Hijo, el predilecto, el hombre lleno del Espíritu. Es el final del mensaje de estas fiestas de Navidad, el resumen de lo que hemos celebrado estos días. Jesús, obra del Espíritu. Esto significa la concepción virginal: que la aparición de Jesús no es solamente una obra de la biología sino una acción especialísima de Dios. Éste es el significado profundo de todos los evangelios de la infancia: Jesús es el cumplimiento de la Promesa, la perfecta realización de la Alianza. Y éste es la piedra angular de nuestra fe: creemos en ese hombre, creemos que en Él se muestra el Espíritu, que sus acciones y sus palabras son acciones y palabras del Espíritu. Esto es motivo de fe, no de simple evidencia. Es bueno reflexionar sobre el itinerario de la fe de los testigos, de aquellas personas que, como se dice en los Hechos “anduvieron con nosotros desde el bautismo de Juan hasta el día en que nos fue llevado…” (Hechos 1,21) Anduvieron con él, le admiraron, le siguieron incondicionalmente… pero fue el Domingo de Resurrección cuando nació la fe, es decir, cuando saltaron de la admiración por un hombre fascinante, al reconocimiento de “el hombre lleno del Espíritu”, el hombre en el que podían ver y palpar la presencia del Espíritu. Significativamente, la fe de los testigos no tiene ninguna tentación de entender la humanidad de Jesús como puro disfraz o apariencia. Han convivido con él tiempo y situaciones más que suficientes para no sentir semejante tentación. Su tentación es la contraria: especialmente después de verle morir en la cruz, aparentemente vencido por sus enemigos, tienden a pensar que era simplemente un hombre, admirable, pero nada más. La gracia de la Resurrección consiste en hacerles descubrir en ese hombre precisamente lo que Mateo está proclamando ahora, en el principio de la vida pública: ese hombre es el hijo, el predilecto. Ésta es la invitación que se nos hace: reconocer en ese hombre al hijo, al predilecto. Y este reconocimiento se hará a través del conocimiento de su humanidad, e incluso a pesar de su evidente humanidad, como nos sucede al verle sentir terror en Getsemaní o morir en la cruz. Pero esa es nuestra fe: reconocerle como el hijo. Pablo completará el mensaje llamándole “el primogénito”, extendiendo a todos la condición de hijos y herederos, condición inaugurada por Jesús, el Primero de los que se atreven a llamar a Dios “Abbá”. Los profetas tienen conciencia de enviados, Jesús tiene conciencia de Hijo. El antiguo Israel tenía conciencia de “pueblo elegido”, nosotros, gracias a Jesús, tenemos conciencia de hijos. Cerramos el tiempo de Navidad con la invitación a revisar la esencia de nuestra fe de cristianos. Hemos recibido importantes mensajes. La Palabra ha puesto su tienda entre nosotros, hemos contemplado cómo es las obra de Dios, hemos entendido a Dios como Salvador, se nos ha invitado a la condición de Hijos, sabemos que es en Jesús donde podemos conocer a Dios y donde podemos contrastar nuestros criterios y nuestros valores. Este tiempo de Navidad resume todos los elementos de los evangelios de la infancia y del Prólogo del cuarto evangelio. En adelante, los otros tiempos, el de Pascua y el Tiempo Ordinario, completarán el mensaje. Y a lo largo del año se nos mostrará completo, entenderemos mejor el amor de Dios contemplando la muerte de Jesús, creeremos mejor en él viéndolo resucitado, y podremos ver la obra del Espíritu en sus acciones, sus curaciones, sus parábolas. Así, el año litúrgico se convierte en una larga meditación en la que, domingo a domingo, se nos va ofreciendo la Palabra, recibimos la Buena Noticia. Pero los cimientos están sólidamente plantados. Todo lo que siga se entenderá bien desde esta fe proclamada en Navidad: Jesús, ese carpintero de Nazaret, Dios-con-nosotros-salvador. Creer en él es nuestro desafío, lo que nos constituye en seguidores suyos, lo que nos define como cristianos. Monseñor Reig Plá, obispo de Alcalá y presidente de la Subcomisión de Familia y Vida de la Conferencia Episcopal Española, ha declarado recientemente que “los matrimonios canónicamente constituidos son menos dados a la violencia doméstica que aquellos que son parejas de hecho”, y que la violencia de género tiene lugar sobre todo en procesos de divorcio o de separación.
Considera lamentable, además, que haya tantas iniciativas legislativas que no protegen la familia y, contra toda lógica ética y jurídica, llega a aseverar que la ley de divorcio exprés se ha convertido en “una ley de repudio” y “es un paso más en la disolución de la familia”. La estructura patriarcal romana adquiere carácter canónico en la vida de la familia cristiana Ubicándome en el mismo escenario que monseñor Reig Plá, mi tesis es la contraria: en los matrimonios católicos hay una mayor propensión a la violencia de género que en las parejas de hecho precisamente por la pervivencia, en aquellos, de la estructura patriarcal y por la imposición de la indisolubilidad, que, a la larga, se convierten en fuente de maltrato hacia las mujeres y los hijos. Intentaré demostrarlo apoyándome en algunos textos de la Biblia cristiana. “La mujer, que oiga la instrucción en silencio, con toda sumisión. No permito que la mujer enseñe ni que domine al hombre. Que se mantenga en silencio porque Adán fue formado primero y Eva en segundo lugar. Y el engañado no fue Adán, sino la mujer que, seducida, incurrió en la transgresión… Con todo se salvará por su maternidad”. El texto pertenece a la 1ª Carta a Timoteo -libro canónico del Nuevo Testamento-, para quien el recato, el silencio, la sumisión al varón son las virtudes que han de adornar a las mujeres y la procreación es su destino. La 1ª Carta a los Corintios recurre a un razonamiento similar para justificar la superioridad del varón sobre la mujer: Dios es la cabeza de Cristo, Cristo es la cabeza de la Iglesia y el varón es la cabeza de la mujer. A partir de aquí, el autor de la Carta da instrucciones precisas sobre el comportamiento de las mujeres en la asamblea cristiana: se les prohíbe profetizar; a la hora de rezar, deben cubrirse la cabeza. Si no lo hacen, deben cortarse el pelo al rape. ¿Y el varón? No debe cubrirse la cabeza ya que “es imagen de la gloria de Dios” y “no procede el varón de la mujer, sino la mujer del varón, ni fue creado el varón por razón de la mujer, sino la mujer por razón del varón”. Con este razonamiento se da por cerrada la discusión: “De todos modos, si alguien quiere discutir, no es nuestra costumbre ni la de la Iglesia de Dios” (1 Cor 11,16). Se puede decir más alto, pero no más claro. Es Dios mismo quien impone a la mujer el uso del velo como signo “de sujeción”. Similar ideología discriminatoria de la mujer defiende la Carta a los Efesios: “Sed sumisos los unos a los otros en el temor de Cristo: las mujeres a sus maridos, como al Señor, porque el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza de la Iglesia, el Salvador del cuerpo. Como la Iglesia está sometida a Cristo, así también las mujeres deben estarlo a sus maridos en todo” (Efesios 5,21-24). En los tres casos se trata de textos inspirados en los códigos romanos de familia, que establecían la dependencia de los miembros de familia del varón y que, en buena lógica, no pertenecen a la revelación. Sin embargo, al incorporarse a la Biblia cristiana adquieren carácter canónico y se convierten en imperativos en la vida de la familia cristiana. Con la intención de privar a los textos citados y a otros similares de carácter imperativo se dirá que pertenecen al pasado y que carecen de vigencia hoy. Nada más lejos de la realidad. Siguen proclamándose públicamente en las celebraciones católicas, y muy especialmente en los matrimonios canónicos a los que se refiere monseñor Reig Plá. Hace unos años yo mismo fui testigo de la lectura del último de los textos en la boda de un familiar muy cercano, tras la cual el lector dijo “Palabra de Dios”, a lo que la asamblea respondió al unísono “Te alabamos, Señor”. Siguen considerándose textos revelados y, por ende, normativos en la vida diaria de no pocos matrimonios católicos. ¿No es eso incitar a la violencia contra las mujeres, si no se comportan sumisamente? Hay, con todo, un contrapunto: la Carta a los Gálatas, que se opone a todo tipo de discriminación: social, étnica, religiosa, cultural, y de género: “Todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús… Ya no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gálatas 3,26-28). Bloch definía este texto como “la primera internacional de la igualdad”. Yo creo que se encuentra en plena sintonía con las leyes de igualdad de género y con los movimientos de emancipación de la mujer. Juan José Tamayo es director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones de la Universidad Carlos III de Madrid y autor de Religión, género y violencia (Sevilla, 2010). Por cuarta vez consecutiva el cardenal Rouco Varela, presidente de la Conferencia Episcopal Española, ha reunido en el espacio público de la Plaza de Colón de Madrid a medio centenar de obispos, arzobispos y cardenales y a miles de personas para celebrar la fiesta de la Sagrada Familia bajo el lema ‘La familia cristiana, esperanza para Europa’.
El horizonte de la convocatoria se ha abierto este año al ámbito europeo con la presencia de obispos y de miles de personas procedentes de los diferentes países de Europa, con la convicción de que España sigue siendo ‘la reserva espiritual de Occidente’ -espejismo, más que realidad- y de que la recuperación de las raíces cristianas de Europa salvará al viejo continente de su deriva hacia el paganismo. Voy a hacer algunas reflexiones sobre el evento en una doble clave: religiosa y política. 1. El acto de la Plaza de Colón nunca fue un encuentro de la Iglesia católica plural. Este año tampoco. Los asistentes al mismo pertenecen, en su mayoría, a los llamados ‘nuevos (¿?) movimientos eclesiales’: Camino Neocatecumenal, Comunión y Liberación, Asociación Católica de Propagandistas, Movimiento de Focolares, Opus Dei, Legionarios de Cristo, muy alejados del espíritu renovador del Concilio Vaticano II. La iniciativa es del cardenal Rouco Varela, que ha contado desde el principio con el respaldo institucional de Benedicto XVI, pero el verdadero ideólogo y líder de la convocatoria ha sido el carismático Kiko Argüello. En este tipo de encuentros no participan los sectores renovadores ni progresistas del catolicismo español no solo porque no comparten los mensajes homófobos que en ellos se transmiten, sino porque no están de acuerdo con las convocatorias masivas, más propias de la cristiandad triunfante del nacional-catolicismo que de un cristianismo ubicado en el mundo de la marginación, y porque creen que no se puede utilizar el espacio público laico para hacer propaganda confesional. 2. A pesar de las apariencias, la concentración de Colón ha tenido este año especial carga política. Ha sido un acto de precampaña electoral, el primero de la derecha católica para calentar motores de cara a las elecciones autonómicas y municipales del próximo mayo, con apoyo, en los mensajes de los oradores, las pancartas y las declaraciones de los asistentes, al Partido Popular, con el que el catolicismo conservador comparte similar idea de familia homófoba, patriarcal y excluyente. Tampoco en el terreno político puede hablarse de un encuentro plural, ya que excluye a los católicos votantes de la izquierda y de los partidos progresistas. 3. Uno de los mensajes que más han repetido los obispos tanto en la preparación de la misa de Colón como en las declaraciones de los asistentes al acto ha sido que la familia se encuentra en peligro. Y es verdad. Pero no la familia a la que se refieren los obispos ni por las razones que aducen. Quienes viven en una situación de riesgo, peor que de peligro, son las familias de los inmigrantes, que habitan hacinados en viviendas infrahumanas, a quienes se niega el derecho al reagrupamiento familiar y donde, en muchos casos, todos sus miembros están en paro. En estado de riesgo se encuentran las familias de los sectores populares, que han estrenado el nuevo año viendo cómo se les recortan las prestaciones sociales, y numerosas familias de clase trabajadora que ven mermados sus salarios, recortadas o congeladas sus pensiones y con el paro como espada de Damocles sobre sus cabezas, mientras se incrementan los costes de la mayoría de los servicios como el gas, la luz y los transportes. Son las familias que tienen que entregar la vivienda a los bancos por no poder pagar la hipoteca y las que viven sometidas a una creciente asfixia económica quienes viven momentos de inestabilidad y de peligro. 4. El diagnóstico de la familia y del matrimonio ofrecido por Rouco Varela en su homilía tenía todos los visos de catástrofe. Estas han sido sus palabras: «Siempre que se cuestiona o se niega la verdad del matrimonio y de la familia en la teoría y en la práctica, las consecuencias negativas no se hacen esperar. Se ciegan las fuentes de la vida con la práctica permisiva del aborto. Se banaliza con la eutanasia, hasta extremos hasta hace poco tiempo impensables, la responsabilidad de vivir y de respetar la vida del prójimo. El derecho irrevocable a la vida queda profundamente herido. Los niños y los jóvenes crecen y se educan en un ambiente de rupturas y distancias paternas, desconfiados y desconcertados, sin conocer una limpia y auténtica experiencia del amor gratuito (…). Las relaciones sociales se hacen frías y distantes (…). La sociedad se envejece y la crisis demográfica, imparable, amenaza y pone en peligro el futuro de nuestros marcos de vida y bienestar económico y social». Ni una luz en el horizonte, ni una brizna de esperanza en el futuro. ¿No hay salida, entonces? Sí, la familia cristiana idealizada como ejemplo de virtudes, con la sagrada familia de Nazaret como modelo a imitar. Una familia en la que el padre no es padre, la madre es virgen y el hijo es Dios. ¡Imposible de imitar! JUAN JOSÉ TAMAYO JUAN JOSÉ TAMAYO ES AUTOR DE ‘EN LA FRONTERA. CRISTIANISMO Y LAICIDAD’ (EDITORIAL POPULAR, 2010). | SECRETARIO GENERAL DE LA ASOCIACIÓN DE TEÓLOGOS Y TEÓLOGAS JUAN XXIII Volver a Jesús: tarea urgente en el cristianismo actual 2
Publicamos hoy la segunda parte de la Segunda conferencia en el Aula de Teología de la Universidad de Cantabria, 4 de noviembre de 2010. En la primera parte, J.A. Pagola había hablado de estos 2 puntos: 1. Algunos hechos en la Iglesia actual y 2. Volver al Jesús el Cristo. En esta última parte del ciclo José Antonio propone líneas de acción sacadas de su exposición. 3. Algunas líneas de acción Voy a ofrecer cuatro líneas, dentro de las cuales caben muchas más cosas que luego podemos ir comentando. 1. Introducir en el cristianismo actual la verdad de Jesús Me parece que es lo primero. Dar pasos hacia mayores niveles de verdad, en nuestras vidas, nuestros grupos, nuestras comunidades, nuestras parroquias, nuestra Iglesias diocesanas y, naturalmente, también en las instancias centrales de la Iglesia. En este sentido, voy a desarrollar dos pequeños puntos. Poner la verdad de Jesús Nos hemos de atrever a discernir qué hay de verdad y qué hay de mentira en el cristianismo actual. Qué hay de verdad y de mentira en nuestros templos y en nuestras curias, en nuestras celebraciones y en nuestras actividades pastorales, en nuestros objetivos y nuestras estrategias… Y no cerrar los ojos, no resignarnos a vivir un cristianismo sin conversión. No podemos vivir en una Iglesia sin que se respire un deseo de conversión. Ni dejar pasivamente que se vaya perdiendo el recuerdo de Jesús entre nosotros, en nuestro país. ¿Hasta cuándo vamos a poder seguir sin hacer un examen colectivo de conciencia en la Iglesia, a todos los niveles? Hemos comenzado el siglo XXI sin hacer un examen. Celebrando un jubileo muy hermoso y que ha hecho mucho bien, pero sin empezar el siglo XXI preguntándonos ¿dónde estamos?, ¿cómo estamos? y ¿hacia dónde queremos ir? ¿Por qué no se promueve en la Iglesia una revisión honesta, sincera, de nuestro seguimiento a Jesús? Todos decimos que una persona sólo se convierte y renueva cuando reconoce sus errores, sus pecados; sólo entonces le es posible volver a su verdad más auténtica. ¿Y cómo podrá, esta Iglesia tan querida, esta Iglesia de Jesús, dar pasos hacia su conversión si no reconocemos los errores y pecados que hay entre nosotros? No tenemos que tener miedo de poner nombre a nuestros pecados; y no se trata de echar las culpas unos a otros, muchas veces para justificar, cada sector, nuestra propia mediocridad. Es un error doloroso pensar que la Iglesia se va a ir convirtiendo a Jesús sólo con criticarnos, descalificarnos y condenarnos unos a otros. Así no se avanza hacia la conversión al Evangelio. Lo que necesitamos todos es reconocer y cargar con el pecado de la Iglesia; no todos tenemos la misma responsabilidad pero, de alguna manera todos somos cómplices; sobre todo con nuestra omisión, nuestra pasividad, nuestro silencio y mediocridad. El pecado de la Iglesia está en todos, en nuestros corazones y en las estructuras, en nuestras vidas y en nuestras teologías, y todos y todas estamos llamados a la conversión. Cuestionar falsas seguridades En estos momentos, poner verdad en la Iglesia es también poner en crisis falsas seguridades que nos impiden escuchar la llamada a la conversión. Hoy es muy difícil escuchar una llamada seria en ese sentido; yo estoy muy atento y no oigo ni la palabra; en Cuaresma se habla de la conversión, pero sólo dura hasta la Pascua… y luego, hasta el año que viene. Es peligroso vivir con la conciencia de que somos la Iglesia santa de Jesús, sin revisar mínimamente si le estamos siendo fieles o no, y hasta qué punto. Es peligrosa nuestra convicción de que tenemos una misión única, y luego no preguntarnos si estamos realmente escuchando al Espíritu de Jesús para ver a dónde nos envía hoy. Y me parece peligrosa esa seguridad inconsciente de creernos que ya estamos proclamando a Jesús y su mensaje, sin ser una Iglesia oyente de la Palabra –como decía el gran teólogo Karl Rahner-. Es un error creer que Dios tiene que llevar hoy a cabo su misión salvadora en el mundo ajustándose exactamente a los caminos que nosotros le tracemos, sin revisar si están o no viciados por nuestra cobardía y nuestra mediocridad. Y es un error pretender contar con la bendición de Dios, incluso para mantener y desarrollar, muchas veces con buena voluntad, nuestros propios intereses eclesiásticos. ¿Por qué nos sentimos tan seguros? ¿Por qué condenamos con tanta facilidad el pecado en el mundo y somos tan ciegos para ver nuestro propio pecado? ¿Por qué Jesús se va a identificar con nuestra manera, poco fiel a veces, de vivir tras sus pasos? ¿Por qué va a confirmar nuestras incoherencias y nuestras desviaciones del evangelio? ¿Por qué va a estar Cristo a nuestro servicio si nosotros no estamos al servicio del Reino de Dios? ¿No seremos ciegos que quieren conducir hoy, a otros ciegos? 2. Recuperar la identidad de seguidores de Jesús Aquí también voy a apuntar solamente dos aspectos. Nuestra verdadera identidad Hemos de recuperar y cuidar nuestra identidad irrenunciable, que es la de ser seguidores y seguidoras de Jesús. ¿Y qué es esto en concreto? A mi juicio es caminar, en los años venideros, hacia un nivel nuevo de existencia cristiana. Pasar, en la historia del cristianismo, a una nueva fase en la que sea un cristianismo más inspirado y motivado por Jesús y más estructurado para servir a su proyecto del Reino de Dios, un mundo más humano, fraterno, dichoso… Si ignora a Jesús, la Iglesia vivirá ignorándose a sí misma. Si ignora a Jesús, no podrá la Iglesia conocer lo más esencial y decisivo de su tarea, de su misión. Si no sabe mirar la vida, si no sabe mirar a las personas y al mundo con la compasión con la que miraba Jesús, la Iglesia será una Iglesia ciega, que cree verlo todo con una luz sobrenatural y privilegiada pero que, sin darse cuenta, se puede estar cerrando al único que es, como dice San Juan, la luz verdadera que ilumina –no sólo a la Iglesia- sino a todo hombre que viene a este mundo. Y si no escucha la voz del Padre, como hacía Jesús, si no escucha el sufrimiento de la gente como Él, la Iglesia será una Iglesia sorda. Creerá escuchar como nadie la verdad de Dios sobre el ser humano, pero será una Iglesia que no puede comunicar la Buena Noticia del Dios encarnado y revelado en Jesús. Nueva relación con Jesús Recuperar nuestra identidad de seguidores de Jesús significa buscar una nueva relación con Él. La conversión que se nos pide hoy significa, en concreto, una calidad nueva en nuestra relación con Jesucristo. Una Iglesia formada por cristianos que se relacionan con un Jesús mal conocido, vagamente captado, confesado sólo de manera abstracta, un Jesús mudo, del que no se puede escuchar nada especial para el mundo de hoy, un Jesús apagado, que no seduce, que no llama, que no toca a los corazones… es una Iglesia que corre el riesgo de irse apagando. Una Iglesia sin Jesucristo sería una Iglesia acabada. Necesitamos una Iglesia marcada por la experiencia de Jesús; impulsada por creyentes que tienen conciencia de vivir desde él y para su proyecto del Reino de Dios. Cristianos y cristianas que pertenecen a Jesús y que, sólo por ser de Jesús, pertenecen a la Iglesia y están en ella contribuyendo humildemente a hacerla más fiel a él. ¡Qué necesidad tenemos de cristianos y cristianas que, en todos los niveles de la Iglesia, vayan introduciendo entre nosotros a Jesús como lo mejor, lo más valioso, lo más atractivo, lo más amado…! ¡Jesús, nuestro Maestro y único Señor! Y no importa dónde está cada uno y qué responsabilidad tiene porque a todos se nos invita a colaborar en una tarea difícil pero apasionante, atractiva; la tarea de ir pasando, en la historia del cristianismo, a una fase nueva, más fiel a Jesucristo. Todos podemos contribuir a que en la Iglesia se le viva y se le sienta a Jesús de una manera más intensa y nueva. Todos podemos hacer que, allí donde nos movemos, la Iglesia sea un poco más de Jesús, y que su rostro sea más parecido al suyo. 3. Hacia una nueva figura de Iglesia No es fácil decir qué pasos concretos tendríamos que dar. Naturalmente no es una tarea de un teólogo, de una persona o de otra… Va a tener que ser un aunar esfuerzos. Yo voy a señalar dos aspectos. Importancia decisiva del relato evangélico de Jesús Creo que hemos de recuperar la importancia decisiva que tuvo, en el nacimiento de la Iglesia, la experiencia que se vivió, en medio del Imperio, de unos pequeños grupos que se reunían a escuchar la memoria, el recuerdo de Jesús, recogido en los evangelios. Hoy, en la medida en que avanza la investigación de los primeros momentos del cristianismo, se empiezan a clarificar muchas cosas. Siempre hemos dicho que la gran figura fue San Pablo con sus cartas, pero resulta que sus cartas apenas las entendía nadie. La gente, los cristianos del puerto de Corinto eran analfabetos; no había pergaminos ni códices. Ahora que tenemos sus cartas impresas en el NT, las leemos, las explicamos, pero los primeros cristianos no. Influyó San Pablo, sin duda alguna, pero el que verdaderamente influyó fue ese Jesús, recordado en comunidades y grupos muy pequeños. Recordad que en el evangelio de Mateo aparece, en labios de Jesús, esta frase: Donde dos o tres –no más- se reúnan en mi nombre, allí estoy yo. Ésa es la experiencia que se vivió. Se calcula –los datos no son fiables- que hacia final del siglo II había solamente unos 25.000 cristianos, dispersos por el Imperio en grupos muy pequeños. El centro era Jesús, recordado en los evangelios. Y cuando el Imperio se fue desmoronando y corrompiendo, se vio que allí había unos grupos que sabían vivir la vida de otra manera más humana, y emergió el cristianismo. Como podría emerger en medio de esta sociedad. Los evangelios no son libros didácticos, que exponen una doctrina académica sobre Jesús. Tampoco son unas biografías redactadas fríamente para informarnos con detalle de la trayectoria histórica de Jesús. Lo que se recoge fundamentalmente en los evangelios es el impacto causado por Jesús en los primeros que se sintieron atraídos por él y respondieron a su llamada. En los evangelios encontramos la experiencia que vivieron con él los discípulos y discípulas, lo que marcó sus vidas y las orientó hacia su seguimiento. No deberíamos olvidar que, en cualquier época, los evangelios son para los cristianos una obra única. No podemos equiparar, a la ligera, los evangelios con todos los demás libros de la Biblia por el hecho de que todos sean Palabra de Dios. Eso es cierto, pero en los evangelios hay algo que sólo en ellos podemos encontrar: la memoria bendita de Jesús, tal como era recordado, con amor y con fe por sus primeros seguidores y seguidoras. ¡Qué pena que todavía hoy haya cristianos que sólo conocen los evangelios de lo que les suena de los predicadores y tienen la idea de distintos fragmentos… un milagro, una parábola, la navidad, la semana santa… y que en nuestros pequeños grupos y comunidades no estemos reavivando nuestra vida en torno al relato evangélico de Jesús! Los evangelios, precisamente porque fueron escritos para generar nuevos creyentes y nuevos seguidores, son, antes que nada, relatos de conversión. Y piden ser escuchados, estudiados y meditados, en actitud de conversión. Los evangelios invitan a un proceso de cambio, de seguimiento a Jesús, de identificación con su proyecto. Y en esa actitud de conversión, sostenida dominicalmente, los evangelios han de ser leídos, predicados, comentados, meditados, repensados y guardados como lo mejor que tenemos de Jesús. Sus evangelios guardados en el corazón de cada creyente y en el corazón de cada parroquia, de cada comunidad cristiana. Me parece que, un punto de partida y de arranque para ir creando otro clima, son estos grupos de Jesús. Génesis permanente de la Iglesia Creo que los creyentes y las creyentes que se pongan de verdad en contacto vivo con el relato de Jesús en los evangelios, serán los que conocerán la experiencia de sentirse reengendrados con Jesús a una nueva forma de vivir su adhesión a él. Porque, ¿qué se aprende de los evangelios? No se aprende fundamentalmente doctrina; se aprende un estilo de vivir, el estilo de vivir de Jesús. En los evangelios se aprende una manera de estar en la vida, un modo de habitar el mundo, un modo de interpretarlo, de tratarlo; una manera de crear la historia haciéndola mejor. Lo primero que se aprende de Jesús no es doctrina, sino su manera de ser, su manera de amar, de confiar en el Padre, de preocuparse por el ser humano. Y yo entiendo que ese esfuerzo por aprender a pensar como Jesús, a sentir como él, a amar la vida como él, a vivir como él, a compadecernos de los que sufren como él, a esperar en el Padre como él… tenemos que clavarlo en el centro de la Iglesia, empezando por clavarlo en el centro de los grupos, de las pequeñas comunidades cristianas y de las parroquias. Eso es lo primero que hemos de cuidar. Ahí se puede ir gestando una nueva Iglesia. En estos momentos no podemos dedicarnos a cosas accidentales, secundarias; tenemos que ir a lo esencial. Hemos de concebir a la Iglesia como una realidad viva, que está en génesis permanente, engendrándose permanentemente del Jesús recordado en los evangelios. No tenemos que pensar que la Iglesia ya está hecha y ahora la tenemos que adaptar a estos tiempos. La Iglesia es el cuerpo de Cristo, la que le da cuerpo a Cristo; por eso la Iglesia, en cada época, en cada momento y en cada país tiene que irse gestando y naciendo de Jesús. Por eso, nuestra tarea primordial no es ser fieles a una figura de Iglesia y a un cristianismo del pasado, desarrollados en otros tiempos, para otras culturas. Lo que nos ha de preocupar hoy no es repetir el pasado; aprender del pasado sí, pero vivir el presente y abrirnos al futuro. Lo que nos tiene que preocupar es hacer posible hoy el nacimiento de una Iglesia y de unas comunidades capaces de reproducir con fidelidad la presencia de Jesucristo y capaces de actualizar su proyecto en la sociedad actual. 4. Reavivar la esperanza Soy muy consciente de que, en estos momentos, la Iglesia no necesita sólo crítica, ni mucho menos; no necesita sólo verdad, necesita también aliento para reavivar su esperanza. Pero la esperanza no va a nacer de discursos, de palabras, de estímulos. Creo que necesitamos construir unas nuevas bases que hagan posible la esperanza; una esperanza realista, desde una perspectiva cristiana, sólo se puede fundamentar en el Dios encarnado en Jesucristo. No sabemos cuándo ni cómo ni por qué caminos actuará Dios para seguir impulsando su reinado; lo que no podemos hacer es mirar al futuro sólo desde nuestros cálculos y previsiones. La Iglesia no puede disponer de su destino, no puede fundamentar su porvenir en sí misma; nuestra esperanza está sólo en Dios. Sólo Dios salva, y Dios seguirá incansable, llevando adelante su proyecto de salvación en el mundo. Dios seguirá haciendo realidad, dentro y fuera de la Iglesia, con nosotros o sin nosotros, su plan de salvación. Dios no se echa atrás, la secularización moderna no pone en crisis a Dios, y nuestra mediocridad no va a bloquear su acción salvadora. Dios es Dios, y no se nos tiene que olvidar. El Dios de Jesucristo es nuestro mayor potencial de esperanza. ¿Qué hemos de hacer nosotros? Preparar nuevos tiempos Creo que la esperanza se vive y la viven los que están ahora preparando nuevos tiempos; no los que están como espectadores que sólo se lamentan, se quejan, gritan, discuten… y no aportan más. Sólo los que están tratando de abrir nuevos caminos son los que nos van a traer esperanza. Todos, aunque sea de manera humilde, podemos ir empujando, paso a paso, a la Iglesia a ser más de Jesús de lo que hoy es. Habrá que inventar recetas, pero muchas recetas se quemarán. Habrá que seguir muchos caminos errados para ir descubriendo cuál es el camino acertado. Hace pocos meses leía lo que decía un teólogo de París: es fácil que la Iglesia necesite todo un siglo para acertar a situarse y a situar el mensaje y el Espíritu de Jesús en la sociedad moderna. Un siglo… bien pensado, no es nada; han pasado 50 años desde el Concilio… Habrá que empujar a la Iglesia, habrá que inventar recetas… pero, sobre todo, hemos de promover otro clima; solamente en otro clima será posible vivir con más esperanza. Necesitamos respirar de manera nueva el evangelio; se nos está pidiendo movilizarnos, para replanteárnoslo todo desde una fidelidad nueva a Jesús. Dios es insondable, Dios es una gran sorpresa; yo estoy convencido de que al cristianismo le esperan grandes sorpresas todavía. Jesús no ha dado todavía lo mejor; yo no lo veré, pero lo intuyo. ¿Cómo se puede preparar esto? ¿Cómo se puede preparar el futuro y tener esperanza cuando parece que no hay futuro? No hay recetas concretas, pero hay caminos de búsqueda, aunque no nos demos cuenta. Abramos los ojos: hay parroquias muy humildes, que no son las grandes catedrales, que están en la periferia, en las que hay un clima nuevo, donde se hacen gestos y se viven compromisos que apuntan hacia un estilo nuevo y más convincente de seguimiento a Jesús. Y hay grupos y plataformas que están llevando a la gente a un camino de mejor calidad humana, y de calidad evangélica más auténtica. Hay una manera nueva de percibir el evangelio, hay una conciencia cada vez más viva de ser seguidores de Jesús. Yo ya sé que iniciar caminos nuevos de conversión nos está exigiendo a todos mayores niveles de fe y de amor a Jesús. Pero hay caminos que ya se pueden ir abriendo de manera germinal; quizás muchos quedaremos quemados en el camino, pero no importa. Jesús dijo que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, no será fecundo. Necesitamos personas que se quemen; su vida tendrá alguna pequeña y humilde fecundidad. Preparar germinalmente nuevos caminos. Trabajar la conversión y el cambio Yo creo que se necesitan unas actitudes nuevas. Voy a señalar dos. Primero: Creo que hemos de aprender a vivir cambiando; no a vivir repitiendo, sino cambiando. Esto quiere decir aprender a despedir lo que ya no evangeliza, lo que no abre caminos al Reino de Dios, para estar más atentos a lo que está naciendo, a lo que vemos que abre los corazones de los hombres y mujeres de hoy a la Buena Noticia de Dios. Y, sin darnos cuenta, estamos ya despidiendo formas de pastoral y evangelización preparadas para una situación de cristiandad que hoy ya no existe. Ciertamente se están dando pequeños pasos hacia una fe nueva. Aprender a vivir dando pasos, no sencillamente esperando la extinción, mirando a ver quién es el último para que apague la luz… Segundo: Hemos de aprender, poco a poco, a darle forma al cambio. Yo conozco ambientes donde es posible experimentar nuevos lenguajes para comunicar la Buena Noticia de Dios. Y conozco ambientes en donde se puede empezar a dialogar con personas más alejadas. Hoy es muy difícil trazar fronteras, ¿quién está dentro? ¿Quién está fuera? ¿Quién cree? ¿Quién no cree? Yo me muevo entre grupos de “buscadores” –los llamamos así- que me salen diciendo: José Antonio, esto que yo vivo, ¿será fe? ¿Qué es creer? La gente anda muy perdida, tenemos que dialogar, tenemos que contagiar la pequeña fe que tiene cada uno. Hay parroquias donde ya es posible otra convivencia, donde es posible, y se está haciendo ya, una acogida nueva, una amistad cristiana nueva. Hemos dicho cosas sublimes de la comunidad cristiana, de la comunión, teorías… pero necesitamos ser amigos y amigas, estrechar lazos de amistad en nuestras parroquias y comunidades. Hay lugares, ámbitos, parroquias, donde es posible dar nueva responsabilidad a la mujer. En realidad hay pocas cosas que no puede hacer hoy la mujer, sólo dos: presidir la Eucaristía y presidir el sacramento de la Reconciliación. Prácticamente todo lo demás podría quedar en manos de la responsabilidad de mujeres. Si no lo hacemos, no es por el Derecho Canónico, que lo permite, sino por nuestra pereza, nuestra insensibilidad, nuestra torpeza… Creo que en estos momentos tenemos que dedicar mucho más tiempo, mucha más oración, mucha más escucha del evangelio, mucha más atención y energías a escuchar muchas llamadas, carismas nuevos, vocaciones nuevas, caminos nuevos de conversión. Al comienzo todo es frágil, todo es pequeño; nosotros tenemos la suerte de poder sembrar sin ver la cosecha. Es una gozada, sembrar y no cosechar. En el evangelio sólo está la parábola del sembrador; no está la que querríamos nosotros, la parábola del cosechador… La Iglesia no ha tocado fondo todavía. Todavía vamos a experimentar mucho más el carácter vulnerable y frágil de la Iglesia. Y vamos a poder compartir la condición de perdedores junto a otros sectores olvidados en esta sociedad, que son perdedores. En la Iglesia vamos a estar entre los últimos; eso no es una desgracia, sino que puede ser una verdadera gracia. Una Iglesia con poco poder, una Iglesia frágil, vulnerable, donde la gente descubre, cada vez más que hay pecado. No es una desgracia, es caminar con más verdad. Vamos a estar entre la espada y la pared. Vernos mal no es malo, puede irremediablemente dirigirnos hacia el evangelio y hacia Jesucristo. Jesús lo anunció, posiblemente pasando por Magdala, una pequeña ciudad donde se encontró con María; esta ciudad era famosa por las conservas, los salazones; había mucha sal que se traía del mar Negro y la sobrante, la mala, estaba amontonada por las calles, abandonada… Jesús dijo en alguna ocasión: fijaos en la sal, cuando pierde su sabor, todo el mundo la pisotea… No nos defendamos mucho porque, si muchas veces el mundo actual nos está pisoteando, es, en parte, porque no encuentra en lo que nosotros le ofrecemos como sal, el sabor que necesita el mundo para creer en la Buena Noticia de Jesucristo. Yo creo que lo importante es seguir caminando como dice la Carta a los hebreos, fijos los ojos en Jesús que es el que inicia y el que consuma nuestra fe. Muchas gracias. Este texto es el prólogo al libro de Antonio Monclús, La eutanasia, opción cristiana (Editorial GEU, Granada, diciembre 2010, 385 págs). En el prólogo y en el libro se afronta un tema importante que no ha dejado de ser resaltado en la Misa de las Familias de ayer en la Plaza de Colón, como uno de los catastróficos factores que por culpa de PSOE están destrozando a la sociedad española.
La eutanasia es un tema incómodo para la ética, para todas las éticas, quizá a partir de una concepción sacral e idealizada de la vida y de una imagen frustrada de la muerte y un terror a la nada. Y no debiera ser así. Todo lo contrario. Porque la buena muerte –ése es el significado etimológico de la palabra- constituye la consecuencia lógica de la propuesta ética del “bien vivir”, de la “vida buena”, de la vida plena, de la calidad de vida, defendida por todas las filosofías morales sin excepción. También resulta incómodo para una determinada ética cristiana, que absolutiza el valor de la vida por encima de cualquier otro valor y la defiende incluso en situaciones en las que el sufrimiento mina al ser humano hasta sumirlo en un estado de humillación e indignidad. ¡La vida por encima de la felicidad! Ésa parece ser la opción recalcitrante de moralistas estrechos de miras contraria al mensaje de las Bienaventuranzas, que anuncia la felicidad para los pobres, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los constructores de paz, los perseguidos por la justicia, la gente infeliz. La eutanasia es, sin duda, uno de los temas más incómodos, e incluso irritantes, de la agenda ética de quienes se consideran sus legítimos y únicos intérpretes, que la condenan sin matices, con expresiones gruesas, sin esfuerzo intelectual, sin hacer análisis de la realidad, con argumentos faltos de rigor, que no resisten la prueba de la hermenéutica, ni filosófica y teológica, desoyen las opiniones de los expertos y adoptan posiciones dogmáticas inmisericordes. Su única apelación pata oponerse a la eutanasia es la apelación a la idea de Dios como dueño y señor de la vida que la da y la quita cuando quiere, donde quiere y a quien quiere, sin brizna alguna de sensibilidad hacia el sufrimiento humano, pasando de largo ante el dolor humano, ante las personas dolientes. Piensan y se comportan como los amigos de Job, que culpan a éste de ser sufrimientos pensamientos para salvar la honorabilidad y la justicia divina diciéndole “se lo tenía merecido”. Mejor no creer en un Dios así, razonan a la vista de esta imagen de Dios los ateos. Y todavía van más allá, hasta falsear el significado de la palabra “eutanasia”, asociarla con el desprecio a la vida, la autodestrucción, la desesperación, la cobardía, la dejación de responsabilidades y sociales, la frustración personal, identificarla con el suicidio, amenazar con penas eternas a quienes la demandan, acusar quienes colaboran en ella de asesinos y pedir para ellos sanciones penales. Para oponerse a la eutanasia apelan al sentido redentor del sufrimiento y recurren, como argumento contundente, a los padecimientos de Jesús de Nazaret que los asumió voluntariamente, en toda su crudeza, que fue a la muerte sin levantar la voz, sin rechistar, como cordero llevado al matadero y, al decir improcedente de un obispo español, sin ciudadanos paliativos. Esta interpretación no responde a la historia de Jesús, hombre libre que realizó prácticas de liberación y ¡por eso lo mataron! La eutanasia se ha convertido en un problema político de primer orden y es, igualmente, un tema incómodo para el poder que, con frecuencia, se ve amordazado por concepciones veladamente confesionales, no proporcionando o dificultando el acceso a los medios para llevar a cabo la eutanasia y, en algunos casos, imponiendo una moral religiosa a toda la ciudadanía. Tal es el escenario, nada fácil e incluso adverso, con el que se encuentra Antonio Monclús en esta excelente obra La eutanasia, opción cristiana y al que tiene que hacer frente siendo muy consciente de que juega en campo adverso. Pero no se siente condicionado por los prejuicios al uso, ni por lasa timideces políticas ni por las estrecheces eclesiásticas, ni por las dificultades que puedan ponerle los moralistas y que supera airosamente con gran coherencia en sus planteamientos. Monclús aborda el tema de la eutanasia en directo y en toda su complejidad y sin desconocer las dificultades de todo orden. En el tratamiento del tema tiene un toque de heterodoxia al salirse de lo política, moral y teológicamente correcto y no dejarse influir por un imaginario colectivo adverso. Y lo hace con una excelente pedagogía, como corresponde a un catedrático de esa disciplina que cuenta con un amplio bagaje filosófico, teológico y científico-social. Es uno de los méritos del libro que, dentro de su profundidad, es de lectura muy asequible. El autor defiende la eutanasia desde dentro del cristianismo como opción cristiana, enfrentándose a los intérpretes oficiales, cuyos argumentos expone con profundo respeto y objetividad para, a continuación, ponerlos en cuestión en clave interdisciplinar. Y todo ello en coherencia con la teología de la vida. Monclús demuestra gran conocimiento de las fuentes bíblicas, patrísticas, teológicas, magisteriales y una extraordinaria soltura en el recurso a la hermenéutica crítica de los textos frente a las lecturas fundamentalistas y dogmáticas de no pocos teólogos morales. El conocimiento de los textos sagrados y la fundamentación bíblica de sus planteamientos es una de las más gratas sorpresas que encuentra el lector en este libro. El recurso a los métodos histórico-críticos y la lectura hermenéutica que hace Monclús de la Biblia cristiana choca frontalmente con la exégesis del magisterio de la Iglesia, que sospecha de los métodos histórico-críticos y tiene ciertos tics fundamentalistas. Monclús no es exegeta, pero se asesora con las obras de algunos de los mejores biblistas actuales. El libro demuestra un excelente conocimiento de las fuentes patrísticas y de los más cualificados teólogos de los primeros siglos del cristianismo. Tertuliano, Orígenes, Agustín de Hipona, que influyeron decisivamente, y no siempre de manera positiva, en la conformación del pensamiento moral del cristianismo posterior. Una de sus guías más fiables es la de los estudios del cristianismo primitivo y de su relación con el helenismo de Jaeger. Me parece muy sugerente la lectura que hace del martirio como opción libre de entrega de la propia vida por una causa superior, bien cercana a la eutanasia. La obra demuestra, igualmente, un conocimiento profundo de los argumentos del magisterio eclesiástico, sobre todo de los más recientes de los papas y del episcopado español, que cita amplia y directamente. Y responde a los mismos con solidez argumental y desde la ética de la vida buena y la muerte digna, inspirándose en importantes filósofos y teólogos de ayer y de hoy como Dietrich Bonhoeffer, Edward Schillebeeck, Hans Küng, Juan Masiá, Gianni Vattimo. Este prólogo no quiere sustituir la lectura del libro. Sólo quiere servir de introito y de guía para una más fácil comprensión. Por eso me gustaría destacar algunas de las principales ideas desarrolladas en él. Tres, en concreto. La primera que en la profundidad de la persona se halla el lugar de decisión sobre la conducta de un mismo. Lo que implica honestidad radical y sinceridad íntima de la persona consigo misma. Destaca el papel fundamental que le corresponde a la conciencia en la toma de decisiones, y muy especialmente en el caso de la eutanasia. La conciencia es el espacio más insobornable y menos venal del ser humano, al tiempo que constituye la base de una ética personalista. Decidir y actuar en conciencia es lo que conforma a la persona como ser moral. Monclús habla, muy certeramente, de la “sinceridad espiritual de la conciencia”. Hay en la obra una segunda idea-eje: que eutanasia es una opción cristiana, y lo es desde la defensa de la vida, de la vida en plenitud en el más genuino sentido evangélico o, si se prefiere, jesuánico, que hoy podríamos traducir vida de calidad. Es la tesis fuerte del libro, que demuestra con numerosos ejemplos y argumentos consistentes. Dos de ellos son la eutanasia activa, es decir, la elección voluntaria de la muerte, por parte de los mártires, siguiendo los relatos y testimonios de tres escritores de la época: Eusebio de Cesarea, Lactancio y Cipriano de Cartago (202) y la eutanasia de la ascética, que, con Tomás de Kempis, llega a la apología del desprecio de la vida humana. La tercera clave del libro la encontramos en la afirmación de que el cristianismo no es una religión dolorista, justificadora del sufrimiento, al que reconozca un sentido redentor y expiatorio. Todo lo contrario Es una religión que lucha contra el sufrimiento y sus causas. En este punto se da la mano con el buddhismo, con quien comparte la experiencia de la compasión, conforme a la máxima del propio Jesús de Nazaret: “Misericordia quiero, no sacrificios”, muy afín a la ética epicúrea, tan denostada por determinadas corrientes del cristianismo: “Vana es la palabra del filósofo que no sea capaz de aliviar el sufrimiento humano”. La compasión, entiéndase bien, no significa sentir pena, lamentarse pasivamente de las desgracias del otro, sino ponerse en el lugar, del lado de los sufrientes de la historia, identificarse con ellos, hacer suyo su sufrimientos, condividirlos y luchas contras las causas que lo provocan. Nadie piense que el libro cierra el debate sobre la eutanasia ni que llega a conclusiones cerradas. Muchas son las cuestiones que deja intencionadamente irresueltas. Y ése es otro de sus méritos. Seguro que quien lea el libro, lo hará asintiendo y disintiendo. Me parece un buen método y un excelente ejercicio de libertad de pensamiento y de conciencia, que engrandece al lector y al libro. (Prólogo de La eutanasia, opción cristiana) No recuperaremos los cristianos el vigor espiritual que necesitamos en estos tiempos de crisis religiosa, si no aprendemos a vivir nuestra adhesión a Jesús con una calidad nueva. Ya no basta relacionarnos con un Jesús mal conocido, vagamente captado, confesado de manera abstracta o admirado como un líder humano más.
¿Cómo redescubrir con fe renovada el misterio que se encierra en Jesús? ¿Cómo recuperar su novedad única e irrepetible? ¿Cómo dejarnos sacudir por sus palabras de fuego? El prólogo del evangelio de Juan nos recuerda algunas convicciones cristianas de suma importancia. En Jesús ha ocurrido algo desconcertante. Juan lo dice con términos muy cuidados: «la Palabra de Dios se ha hecho carne». No se ha quedado en silencio para siempre. Dios se nos ha querido comunicar, no a través de revelaciones o apariciones, sino encarnándose en la humanidad de Jesús. No se ha "revestido" de carne, no ha tomado la "apariencia" de un ser humano. Dios se ha hecho realmente carne débil, frágil y vulnerable como la nuestra. Los cristianos no creemos en un Dios aislado e inaccesible, encerrado en su Misterio impenetrable. Nos podemos encontrar con él en un ser humano como nosotros. Para relacionarnos con él, no hemos de salir de nuestro mundo. No hemos de buscarlo fuera de nuestra vida. Lo encontramos hecho carne en Jesús. Esto nos hace vivir la relación con él con una profundidad única e inconfundible. Jesús es para nosotros el rostro humano de Dios. En sus gestos de bondad se nos va revelando de manera humana cómo es y cómo nos quiere Dios. En sus palabras vamos escuchando su voz, sus llamadas y sus promesas. En su proyecto descubrimos el proyecto del Padre. Todo esto lo hemos de entender de manera viva y concreta. La sensibilidad de Jesús para acercarse a los enfermos, curar sus males y aliviar su sufrimiento, nos descubre cómo nos mira Dios cuando no ve sufrir, y cómo nos quiere ver actuar con los que sufren. La acogida amistosa de Jesús a pecadores, prostitutas e indeseables nos manifiesta cómo nos comprende y perdona, y cómo nos quiere ver perdonar a quienes nos ofenden. Por eso dice Juan que Jesús está «lleno de gracia y de verdad». En él nos encontramos con el amor gratuito y desbordante de Dios. En él acogemos su amor verdadero, firme y fiel. En estos tiempos en que no pocos creyentes viven su fe de manera perpleja, sin saber qué creer ni en quién confiar, nada hay más importante que poner en el centro de las comunidades cristianas a Jesús como rostro humano de Dios. Es esta una fecha cargada de connotaciones profundamente humanas:
La circuncisión e imposición del nombre a Jesús. La maternidad de María. El comienzo del año. El día de la paz. No me gusta tratar más de un tema en cada homilía, pero hoy tenemos que hacer una excepción. La fiesta quedaría incompleta si omitiéramos alguno de los cuatro aspectos. De todas formas, desde el punto de vista litúrgico, la más importante es la de María madre. 1º.- “María madre de Dios”. Es la fiesta más antigua de María en occidente. Pablo VI la recuperó y la colocó en este día de la octava de Navidad y primero del año. La maternidad de María es un dogma. Esto no nos tiene que asustar, porque lo que de verdad importa es la manera de entender y vivir hoy esa verdad. Fue definido en Éfeso en el 431. Pero debemos dejar claro que no se trata de un dogma mariológico, sino cristológico. ¡Ya me hubiese gustado que en aquella época se hubieran interesado por la figura de una mujer como madre! El caso es que, ni en los evangelios ni en los primeros escritos cristianos se preocuparon para nada de María. La mejor prueba de que en la definición de Éfeso no querían decir lo que después se entendió, es que tuvo que ser aclarada veinte años después por el concilio de Calcedonia (451). En este concilio se afirmó, que María era madre de Dios, pero "en cuento a su humanidad". ¿Qué queremos decir cuando hablamos de la humanidad de Dios? Efectivamente, llamar a María “madre de Dios” porque fue la madre de Jesús, es violentar los conceptos. Jesús fue un ser humano que comenzó a existir en un momento determinado de la historia. Dios está fuera del tiempo y no puede tener ni principio ni fin. De Jesús podemos decir que es Dios como puedes decir que la imagen en el espejo eres tú. Para entender el dogma de la "Theotokos" (la que pare a Dios), debemos tener muy en cuenta el contexto en que fue formulado. Se definió como un intento de confirmar, que el fruto del parto de María fue una única persona: Jesús. Contra Nestóreo, que afirmaba dos personas en Jesús. Decía él que en Jesús había una persona humana que era Jesús, y una divina que era la segunda persona de la trinidad. No debemos olvidar que el concilio de Éfeso lo promovió el mismoNestóreo para condenar como hereje a Cirilo, que proclamaba una sola persona en Cristo. Faltó el canto de un duro, para que se saliera con la suya y condenaran como herejía lo que se definió como dogma. Es sorprendente que se haya decidido por un puñado de votos un dogma que ha tenido tanta repercusión en la historia del cristianismo y que versa sobre una realidad que nunca podremos conocer. Aunque no es lo que se definió, lo que se ha entendiendo del dogma, no deja de tener su importancia a la hora de pensar la realidad insondable de Dios. Que nos hayamos atrevido a dar una madre a Dios tiene unas connotaciones sicológicas incalculables. No sólo es un desahogo, sino que manifiesta una necesidad de comprender a Dios desde nuestra realidad de seres humanos. Somos hijos de Dios y Él es a la vez Hijo de una mujer... Dios entrando en la dinámica humana y el hombre entrando en la dinámica divina. ¡Admirable! El día de Navidad decíamos que todos tenemos la obligación de concebir y dar a luz a Dios. No se trata del sentido biológico, sino de algo que es más importante. Se trata de dar vida a Dios en nosotros de una manera existencial humana. Llamar a María Madre es manifestar que es origen de algo tan importante como es la presencia de Dios en Jesús. 2º.- La circuncisión. Se hacía a los ocho días y era el rito religioso fundamental para el pueblo judío. Mucho más que el bautismo para nosotros. Implicaba ponerle un nombre, que en aquella época era muy importante y que en este caso no lo eligen ellos, sino que viene impuesto. Lo que significa el nombre “Jesús” (Dios salva) resume todo lo que fue su vida. La circuncisión suponía, además, la adhesión legal de la criatura al pueblo de Israel. Si era primogénito, como en el caso de Jesús, había que rescatarlo de la obligación de ofrecer al Señor todo primogénito, hombre o animal. No deja de tener su gracia que Jesús fuese rescatado de la obligación de dedicar su vida al servicio de Dios. 3º.- El comienzo del año. Supone traspasar una frontera que nadie puede pasar impunemente. Sin meternos en las especulaciones de la relatividad de Einstein, vamos a pensar un poco en esa realidad misteriosa que es el tiempo. En el NT griego, encontramos dos palabras que traducimos por “tiempo”, pero que tienen cada una un significado muy diferenciado. “Chronos” es el tiempo astronómico. Se refiere al paso de las horas, días y años... En principio es lo que estamos celebrando hoy. Pero existe otro concepto más interesante aún para nuestra celebración. Este concepto está expresado por la palabra “Kairos”. Sería el tiempo humano. Es el tiempo oportuno para hacer algo importante que atañe a la condición humana de cada uno. Sería el tiempo propicio que debo aprovechar, porque una vez pasado, habré perdido la ocasión. Este es mucho más importante desde el punto de vista religioso. Se trata del tiempo que se me da a mí como oportunidad de crecer en el ser. Nadie es capaz de traspasar la frontera de un nuevo año sin hacer una reflexión sobre sí mismo y valorar cómo está haciendo uso de algo tan importante y tan efímero como el tiempo cronológico. Estamos equivocados cuando decimos alegremente: ¡Cómo pasa el tiempo! No pasa el tiempo, pasamos nosotros. Pero lo tremendo es que lo que somos hoy, depende del uso que hemos hecho de ese tiempo que decimos que pasa. Sabemos que Dios es amor y que el don de sí mismo es total, absoluto y eterno. Nunca se podrá “arrepentir” de ser lo que es para nosotros. Pero ese don no es una imposición desde fuera. Si el hombre no lo descubre y lo acepta, no significará absolutamente nada para él. La aceptación de ese don que es Dios, tenemos que hacerla desde la más profunda humanidad. No es suficiente una vida animal y racional plena. Es necesaria una perspectiva humana que sólo se da más allá de lo biológico y lo racional. Para que Dios llegue a nosotros, tenemos que concebirlo y tenemos que darle a luz. Tenemos un tiempo limitado para llevar a cabo ese programa. Tampoco debemos asustarnos si a nuestra edad no hemos hecho el trabajo. Dice un refrán oriental: el buscar puede llevar toda una vida; el encontrar es cuestión de un instante. 4º.- El día mundial de la paz. Tal vez sea una de las carencias que más afecta al ser humano de hoy, porque la ausencia de paz es la prueba palpable de una falta de humanidad. Ahora bien, la reflexión que hacemos no puede quedarse en aspavientos y quejas sobre lo mal que está el mundo. No podemos descubrir lo que significa la paz, hablando de guerras y conflictos. No son las contiendas internacionales, por muy dañinas que sean, las que impiden a los seres humanos alcanzar su plenitud. Los grandes conflictos internacionales los originamos nosotros con nuestras riñas y pendencias individuales. Si no hay paz a escala mundial, la culpa la tengo yo, que lucho a brazo partido por imponerme a los que están a mi alrededor. El egoísmo que impide la armonía en nuestras relaciones personales es el causante de las más feroces guerras a todos los niveles. La paz no es una realidad que podamos buscar con un candil. La paz será siempre la consecuencia de unas relaciones verdaderamente humanas entre los hombres. Es deprimente que nos sigamos rigiendo por el proverbio latino: “si vis pacem para bellum”. Si te preparas para la guerra, es que estás pensando en quedar por encima del otro para esclavizarlo. Si no existe una auténtica calidad humana no puede haber una verdadera paz, ni entre las personas ni entre las naciones. El primer paso en la búsqueda de la paz, tengo que darlo yo caminando hacia mi interior. Si no he conseguido una armonía interior; si no descubro mi verdadero ser y lo asumo como la realidad fundamental en mí, ni tendré paz ni la puedo llevar a los demás. Este proceso de maduración personal es el fundamento de toda verdadera paz. Pero es también lo más difícil. Una auténtica paz interior se reflejaría en todas nuestras relaciones humanas, comenzando por las familiares y terminando por las internacionales. ¡Ojalá recuperásemos el sentido del shalom judío! En esa palabra se encuentra resumido todo lo que intento deciros en estas líneas. Nuestra palabra “paz” tiene connotaciones exclusivamente negativas. Pero el shalom se refiere a realidades positivas. Decir shalom significaría un deseo de que Dios te conceda todo lo que necesitas para ser auténticamente tú, incluida la misma presencia de Dios en ti. El ser humano auténtico es el que ha superado el egoísmo, es decir, ha dejado de pretender que todo, personas y cosas, giren en torno a él. Aprender a amar, preocuparse de los demás más que de sí mismo, entrar en armonía no sólo con los demás seres humanos sino con toda la creación es la auténtica preparación para la paz. El que ama no pelea por nada ni pretende nada de los demás, sino que está encantado de que todos saquen provecho de él. Meditación-contemplación¡Convierte el Chronos en Kairsos! Esta es mi principal tarea como ser humano. Tengo que aprovechar el “tiempo” que se me da. Mi tiempo no puede ser sólo geológico o biológico. Mi tiempo tiene que ser siempre “humano” ............... El tiempo que dedico a mí mismo, puede ser el más humano y el más inhumano. Conocerme mejor y crecer interiormente es el mejor camino para poder volcarme luego sobre los demás. .................. Sin interiorización no puede haber verdadera entrega a los demás. Si descubro que todo lo que soy se debe a Otro, será fácil que entre en la dinámica de unidad con los demás. El Otro nos une a todos hasta identificarnos en el Uno. Daniela Pastrana entrevista al teólogo brasileño * Tierramérica
En los próximos cinco o siete años puede haber 100 millones de refugiados climáticos, advierte Boff MÉXICO, dic (IPS) - “El mercado no va a resolver la crisis ambiental”, dice el teólogo y ecologista Leonardo Boff, profesor de la brasileña Universidad del Estado de Río de Janeiro. La solución, insiste, está en la ética y en la batalla de los pueblos originarios para cambiar la relación con la naturaleza. Boff, que enseña ética, filosofía de la religión y ecología, es uno de los principales representantes de la Teología de la Liberación, corriente progresista de la Iglesia Católica en América Latina, ha escrito más de 60 libros y dedicó los últimos 20 años a promover el movimiento verde. Fue uno de los 23 impulsores de Carta de la Tierra en 2000 y, un año después, recibió el Right Livelihood Award, conocido como el Premio Nobel Alternativo, que se otorga a personalidades destacadas en la búsqueda de soluciones a los problemas globales más urgentes. “Si no cambiamos, vamos al encuentro de lo peor… O nos salvamos o perecemos todos”, dijo Boff en una entrevista concedida a Tierramérica en la capital mexicana, tras asistir como observador a la 16 Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP 16), celebrada este mes en Cancún. TIERRAMÉRICA: ¿Cómo evalúa la COP 16? LEONARDO BOFF: Lo que predominó, salvado en los últimos dos días, fue una atmósfera de decepción, de fracaso. Pero sorprendentemente hubo tres convergencias: el compromiso de luchar para no llegar a (un aumento de la temperatura mundial de) dos grados; la creación del Fondo (Climático Verde) de 30.000 millones de dólares (para 2012) a fin de ayudar a los países más vulnerables, una señal de solidaridad interesante; y la creación de un gran fondo para la reducción de la deforestación y la degradación de los bosques, porque ahí está la causa principal de calentamiento global. TIERRAMÉRICA: ¿Cómo entender la posición de Bolivia, único país que no aceptó estos compromisos? LB: Bolivia parte de la tesis de que la Tierra es Pachamama, un organismo vivo que hay que respetar, cuidar, y no solo explotar. Es una visión contraria a la dominante, que está en el marco de la economía: vender bonos de carbono, por ejemplo, que significa tener derecho a contaminar. Las sociedades dominantes ven a la Tierra como un baúl de recursos que se pueden sacar infinitamente, aunque ahora hay que sacarlos con sustentabilidad, porque son escasos. No reconocen dignidad y derecho a los seres de la naturaleza, los ven como medios de producción y su relación es de utilidad. Esos son temas que no entran en Cancún ni en todas las COP. TIERRAMÉRICA: ¿Por qué tendrían que estar? LB: Porque el sistema que ha creado el problema no nos va a sacar de él. Si cada país tiene que crecer un poco al año y al hacerlo degrada la naturaleza y acrecienta el calentamiento, entonces, ese sistema es hostil a la vida. TIERRAMÉRICA: El argumento es que es necesario para el desarrollo… LB: ¿Crecer significa qué? ¿Explotar la naturaleza? Exactamente ese tipo de crecimiento y desarrollo puede llevarnos a un abismo, porque los seres humanos estamos consumiendo 30 por ciento más de lo que la Tierra puede reponer. Ahí está el círculo vicioso. China no puede contaminar 30 por ciento, como contamina, porque la contaminación no se queda en China, entra al sistema global. El problema es la relación del ser humano con la Tierra, porque es violenta, de puño cerrado… Mientras no cambiemos eso, vamos al encuentro de lo peor. Y esta vez no hay un Arca de Noé. Nos salvamos o perecemos todos. TIERRAMÉRICA: ¿Tan grave es? LB: Hay regiones del mundo que han cambiado tanto que ya se hacen inhabitables. Por eso hay 60 millones de desplazados en África y el sudeste de Asia, que son los más afectados y los que menos contaminan. Si no lo paramos, en los próximos cinco o siete años serán como 100 millones de refugiados climáticos, y eso va a crear un problema político. TIERRAMÉRICA: ¿Cuál es el papel de América Latina? LB: Es el continente que más posibilidades tiene de una contribución positiva a la crisis ecológica: tiene los más grandes bosques húmedos y reservorios de agua, la más grande biodiversidad y tal vez las extensiones más grandes para cosechas. Pero todavía hay una insuficiente conciencia ecológica en gran parte de la población. Y, por otra parte, hay una invasión muy riesgosa de grandes empresas que se están apropiando de vastas regiones. Es una apropiación de bienes comunes en función de beneficios particulares. En Argentina, Brasil, Chile, Venezuela, de a poco se están dando cuenta del juego nuevo del capital: una gran concentración de medios de vida para garantizar el futuro del sistema. TIERRAMÉRICA: ¿Qué opciones hay? LB: Tenemos fondos y tecnología, pero nos falta voluntad política y la sensibilidad con la naturaleza y la humanidad sufriente. Eso hay que rescatar. Y junto con la ética del cuidado va la ética de la cooperación. Ahora se impone la cooperación de todos con todos. TIERRAMÉRICA: ¿Es posible? ¿Qué hay que hacer? LB: Hay movimientos, especialmente en grupos que ven que sus tierras son divididas, como La Vía Campesina y los Sin Tierra de Brasil. Y los indígenas, que no ven a la Tierra solo como un instrumento de producción, sino como una extensión de su cuerpo, y la necesitan para garantizar su identidad. Estamos buscando el equilibrio y esa es la tarea colectiva de la humanidad que el mercado y la economía no van a resolver. Cada uno tiene que hacer su parte, ser más con menos, tener un sentido de la justa medida. El problema no es de dinero. * Publicado originalmente el 24 de diciembre por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.(FIN/2010) |
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