Sarapiquí, 4-Enero-2011
(a la memoria de Jéssica Meneses Sánchez, + 12-12-2010) De gira por Colonia Villalobos, en Rio Frío de Sarapiquí, donde recibí el año nuevo 2011, me admiré que esta floreciente población agraria rindiera honor al apellido de quien en estas tierras ejerció un ministerio sacerdotal impregnado por sus luchas constantes por el acceso de las personas pobres a la tierra y por los derechos de la gente del campo, nos referimos al entonces Pbro. Ángel Villalobos… Y mientras agonizaba el año 2010 me avergonzaba del pobre desempeño que como sacerdote he brindado al campesinado y sus luchas, particularmente a las víctimas silenciosas de un Estado que aparenta rostro de oro, con su ejercicio benefector y bondadoso hacia la gente del campo en los estatutos del IDA (Instituto de Desarrollo Agrario), pero con manos y pies de plomo, en los resultados exterminadores del campesinado por sus nefastas políticas y por el ejercicio corrupto de no pocos de sus funcionarios anteriores y actuales, generosos con la donación de parcelas a familiares y amigotes del partido político, y hoy injustos propietarios de parcelas estatales que deberían estar en manos de familias campesinas. Vine a Colonia Villalobos atraido no sólo por la belleza natural de esta zona norte del país sino también para mostrar mi solidaridad a la familia de mi compañero sacerdote Gustavo Meneses Castro, pues en diciembre recién pasado perdió la vida la bella Tita (su sobrina mayor, quien contaba 33 años) a causa de un fulminante cáncer que la acompañó por varios años. Uno de sus hermanos me enseñó un rancho de paja junto al río, en el sitio donde ella acostumbraba sentarse a escuchar su melodía natural, a distinguir los latidos del vientre de la madre tierra y a escribir… Entonces quise imitarla y continué la lectura de uno de los últimos números de la revista teológica CONCILIUM, que versa sobre “ecoteología”, y que apuesta a que “en algún momento del futuro, sea posible hablar con Dios ecológicamente”. Mientras leía apasionadamente, meditaba en los lamentos del río y las protestas del viento golpeando con fuerza las copas de los árboles; escuchaba una manada de bulliciosos pericos y otra de inquietos congos cantando a lo lejos; reconocí, unos 8 metros arriba, a un perezoso comiendo hojas frescas con la santa paciencia que yo siempre me había deseado y los perros corriendo alegremente, sin otra preocupación que comer, dormir y alegrar a quienes les rodean: ESO Sí ES VIDA. Entonces me pregunté: ¿Será posible aterrizar los planteamientos de la ecoteología en la vida diaria de las personas creyentes a fin de que sean sustento para su espiritualidad? ¿Podríamos hablar de una espiritualidad ecológica, a pesar de la crítica de no pocas polémicas y egoistas espiritualidades occidentales, que descalifican el grito místico de la tierra y las oraciones diarias del rio desde el santuario de la creación, ignorados en no pocos de sus templos convencionales? Volví a mirar la foto sonriente de Tita en el recuerdo de su novenario y me quedé atónito al leer uno de sus últimos pensamientos: “Y le he dicho a la muerte que no puede matarme, y le he dicho a la vida que no puede vencerme”… No pocos autores apuntan a que los grandes avances científicos y tecnológicos que vive aceleradamente la humanidad nos impiden sentarnos a contemplar y escuchar los ruidos del silencio, en medio del agobiante trajín diario. La mujer y el hombre de nuestro tiempo tienden a aferrarse a ideologías que han calificado a nuestro tiempo, cuidado que poco más que años anteriores, como el siglo de los fanatismos. Nunca como antes la humanidad había reconocido su raquítica desnudez al mirar su radiografía histórica, carcomida por tantos fanatismos con sus múltiples apellidos: políticos, religiosos, nacionalistas, deportivos, musicales, raciales, sexuales, culturales y hasta tecnológicos. Las personas tienden a agarrarse ferreamente de cualquier cosa que les brinde alguna seguridad , claridad y certeza que les permita ocultar aunque sea brevemente sus miedos, oscuridades y errores propios, en esta nueva forma de esclavitud que hemos creido, equivocadamente, nos ofrece la libertad de pensamiento y autodetermianción…que difícil dejar de un lado nuestras ideas religiosas, políticas, culturales para abrirnos a la escucha del otro. Pero más que un himno desairoso contra el fanatismo, “el nuevo Zeus del Olimpo de los temores de una sociedad enferma”, quiero que descubramos el camino de la espiritualidad ecológica como un mejor remedio contra el miedo de enfrentar nuestra libertad; como un paso necesario en la búsqueda de la justicia ecológica; como un atajo que nos encamine a la ansiada unidad que anunció Jesús para todos sus seguidores (Jn 17, 21) y para todas las personas que nos reconocemos vasijas del mismo barro, hijos de la gran Gaia, descendientes directos de la Pacha Mama: la fértil madre Tierra. Pero debemos tomar en cuenta que nuestra idea de Dios creador no pocas veces carece de traducción concreta en nuestro débil compromiso ecológico y que también es necesario “…dejar de lado la certeza de que al coger un puñado de tierra sabemos perfectamente lo que estamos cogiendo. Adaptando como paradigma un enfoque que permita a Dios ir más allá de nuestras ideas y que se apoye en la apertura a lo que no sabemos de él, a la alteridad de Dios, necesitamos volver hacia la Tierra con la misma apertura que debemos al ser del otro…todo esto debe realizarse con un profundo sentido de respeto que supone aceptar la Tierra, sea o no divina”. Y no podemos seguir mirando la tierra como si fuera una extraña o lejana, pues somos parte de ella, fuimos hechos del mismo barro: “Dicho de otro modo, formamos un único ser, complejo, diverso, contradictorio y dotado de un gran dinamismo que acordamos llamar Gaia”, nuestra madre Tierra. El vertiginoso avance de la ciencia y la técnica han hecho que no pocos de sus adoradores se olviden de Dios. La modernidad ha cambiado a Dios por el progreso y la tecnología, dejando un profundo vacío espiritual que las cosas, por más que nos lo propongamos, no pueden llenar, creando así frustración, oscuridad, frio y miedo a la soledad, a pesar de estar rodeados en todo momento de terapeutas, luz, calefacción y compañía tecnológica. Ello también repercute en nuestra visión de la tierra, hoy reducida por el mercado a un simple objeto de mercancía.“Hasta la llegada de la ciencia moderna…la Tierra se sentía y se veía como una realidad viva e irradiadora, que inspiraba temor, respeto y veneración”. Hacemos desaparecer a Dios de nuestro panorama personal y social y minusvaloramos la tierra, atentando contra la misma humanidad (humus) que ya no encuentra la paz y la tranquilidad que las generaciones anteriores vivieron con la naturaleza. El inadecuado DUALISMO que ha dominado la época racionalista de la humanidad, nos ha pintado como incuestionable verdad la oposición radical entre el bien y el mal; entre temporal y eterno; entro lo espiritual y lo material. Así entonces la materia (la tierra) ha sido tan devaluada que hasta creimos que el único sendero para acercarnos a Dios era mediante una espiritualidad trascendente, desencarnada, celestial, mística y angelical…y por ende anti material, no terrenal, supra mundana…un camino poco probable para la gente normal, que aunque se toma la vida en serio, también debe preocuparse de cumplir con sus obligaciones habituales… Más que proponer argumentos para descubrir la inconveniencia de tal posición dualista, creo que nos convendría replantear este serio asunto desde un enfoque distinto, o en palabras del Papa Juan Pablo II, que caminemos espiritualmente hacia una necesaria “conversión ecológica”, un volver a la tierra de la promesa, un rescate del Adán bíblico (adam, el hombre que viene de la tierra), del humus, fuente y origen de toda espiritualidad verdadera, de este patrimonio común de todas las religiones. “…el ser humano no se limita a estar sobre la tierra. No es un peregrino errante, un pasajero procedente de otros lugares y que pertenece a otros mundos. No. El, como HOMO (hombre) viene de HUMUS (tierra fértil). El es Adán (que en hebreo significa el hijo de la tierra), que nació de adamah (tierra fecunda). El es hijo e hija de la tierra. Y más aún, él es la propia tierra que en un momento avanzado de su evolución empezó a sentir, a pensar, a amar y a venerar… Somos tierra y nuestro destino está inexorablemente unido al de la tierra”. La religión judeo cristiana, dominante en el mundo occidental, posee una inadecuada lectura antropocentrista de aquel texto del Génesis que se refiere al dominio sobre la tierra, que por resaltar al hombre depredador, ha hecho prevalecer “el imaginario social del dominio”, dejando de lado la vida del otro, el complemento de la obra creadora: una espiritualidad ecológica debería tender más bien al biocentrismo. Pero para lograr este cambio trascendental “necesitamos otro modo de pensar si queremos llevar a cabo una lectura ecológica del texto bíblico o de la tradición cristiana”, o del modo de orar y acercarnos al Ser Supremo que camina con su pueblo y eternamente escucha los gemidos de su obra creadora, pues “la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto” (Rom. 8, 21). Nuestra indiferencia ecológica ha permitido que la eterna migración de la humanidad abra un nuevo y lamentable capítulo en los llamados refugiados ambientales, personas que han tenido que abandonar sus lugares de origen por fenómenos naturales, particularmente por los nefastos efectos del cambio climático. “Lo que sí sabemos, no obstante, es que los refugiados del clima no son solamente las poblaciones humanas, sino también las aves y otros animales cuyos habitats se han visto destruidos y que están errantes en busca de un nuevo hogar”. Las cartas están servidas en la mesa, la decisión es nuestra: “si no orientamos esta VUELTA HACIA a la comunidad tierra, que sobrepasa lo estrictamente humano, especialmente en lo que respecta al cambio climático (un fenómeno global con efectos específicos en el lugar donde vivimos) no podemos comenzar con las teologías cristianas”, y nuestra oración al Creador y nuestro permanecer en él, dándole la espalda a la obra creadora, será una farsa espiritual. Si no logramos llegar a esa “conversión ecológica” nuestra espiritualidad, cristiana o no, no pasará de ser un romántico discurso religioso o una sensación placentera espiritual que servirá de cómplice ideológico a la devastación del planeta tierra, contrariando la voluntad del Dios creador. Por eso dolorosamente no deja de llamar nuestra atención la ambivalencia de la fe, de nuestro doble discurso religioso, “el ambiguo papel desempeñado por la religión como legitimadora de la explotación de la Tierra y también como fuente de la ética”. En esta nueva década la humanidad está replanteando seriamente los valores que sostuvieron el auge del sistema capitalista, hoy decaido por la crisis económica mundial, siendo la naturaleza y el ambiente uno de los pilares de la vida más afectados por aquella visión economicista. Por eso, entre otras medidas, necesitamos resucitar referencias concretas de personas que con sabiduría apuntaron estas debilidades antes que explotara nuestra insostenible relación con la naturaleza y que nos sirvan de modelos actuales para lo que bien podríamos llamar mártires ecológicos, por el sufrimiento que les ha causado la defensa del ambiente y la obra creadora desde su convicción espiritual ecológica, a no pocos hasta la muerte, tal como aconteció con la religiosa Dorothy Stang, activista a favor del planeta, asesinada por latifundistas deforestadores del Amazonas el 12 de febrero de 2005; o con Chico Méndez, otro activista ecológico asesinado el 22 de diciembre de 1988 en Xapurí, una pequeña ciudad de la Amazonía brasileña próxima a Bolivia, por la defensa de la selva; o con los 4 mártires de AECO en Costa Rica, Oscar Fallas, María del Mar Cordero, Jaime Bustamante y David Maradiaga, ecologistas que se plantaron duramente contra las pretensiones desvastadoras de la empresa maderera Storn Forestal y murieron en un misterioso incendio el 7 de diciembre de 1997; o con los mártires contra la minería en Guanacaste, la maestra liberiana Marina Dávila y el cantautor santacruceño Carlos Rodríguez, quienes murieron la madrugada del 24 de agosto de 1997 en un accidente automovilístico en el río El Salto, de Liberia, regresando de una vigilia ecologista contra la minería de oro a cielo abierto en Lourdes de Abangares, organizada por la Pastoral Social de la Diócesis de Tilarán. Junto a estas personas que hicieron vida el martirio ecológico desfilan infinidad de indígenas, campesinos y líderes populares que siguen oponiéndose a proyectos de minería, de petroleras, de reforestadores con especies comerciales y de muchas empresas depredadoras del ambiente cuya única visión es la ganancia económica, por encima del cuidado del ambiente y la obra creadora.
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Uno sabe que es bastante lego e ignorante en estos asuntos. Precisamente por eso le cuesta más de entender cómo, hasta el día en que escribo esto, la ministra de Hacienda y el presidente del gobierno afirman con tanta seguridad e ingenuidad que España no corre peligro tras el batacazo irlandés: “España no es Irlanda y nuestra economía está bien asentada”.
Concedo, que dirían los escolásticos. Pero quien argumenta así no parece darse cuenta de que no estamos luchando contra fenómenos naturales, como las sacudidas de la placas tectónicas, ante las cuales basta con tener edificios levantados contra terremotos. Estamos luchando contra ataques más o menos planificados de misiles y otras “armas de destrucción económica” ante las cuales poco importa si nuestros edificios están bien asentados. Quizá no se den cuenta de eso porque creen en el significado de las palabras y no saben que la economía y la política viven de un doble lenguaje que urge desenmascarar. Oímos decir, por ejemplo, que “los mercados están agitados”, como si se tratara de meras fuerzas naturales como las que mueven el mar. Esto se dice cuando actúan los mercados. En cambio, cuando actúan los políticos se dice que ”los mercados son muy sensibles”: ahora como si se tratara de personas de finura extrema que pueden llevarse un gran disgusto o contraer una enfermedad grave si los poderes públicos intentan hacer algo de eso para lo cual existen: justicia para los más maltratados. Total: que no sabemos si los mercados son fuerzas naturales o seres personales. Ni falta que nos hace: porque, en realidad no hay mercados agitados sino especuladores que agitan. Ni son sensibles los mercados sino manipulables, como fichas de ajedrez, por fuerzas escondidas que saben bien lo que quieren conseguir. Hasta ahora los economistas estudiaban muchas matemáticas. Quizá valdría más que comiencen a estudiar lingüística y semiótica. Porque al menos, en este caso, no oiríamos decir a la ministra (a quien por otro lado quiero agradecer la serenidad, la educación y la razonabilidad con que habla y que tantos políticos de la oposición podrían aprender…), no la oiríamos decir que “estamos haciendo los deberes”. Encantadora ingenuidad la de esa expresión que evoca un colegio infantil, unos niñitos deseosos de aprender y unos educadores bondadosos. ¿Qué tal si dijéramos que la economía española no corre peligro “porque estamos mandando a la miseria a millones de españoles”? Ya sé que así tampoco saldríamos de la crisis económica, pero al menos sabríamos a qué atenernos y de qué ralea son ésos que nos imponen “los deberes”: cada vez que los políticos agreden a los más necesitados, respiran los mercados. Y una vez que los conocemos será fácil comprender a qué aspiran con sus manipulaciones financieras y sus especulaciones secretas. A la larga, se trata de acabar con las clases medias: y ¿no puede ser éste un factor explicativo de la crisis del PSOE que representaba en realidad a la izquierda de las clases medias, más que al proletariado?. En cualquier caso, se trata de acabar con las clases medias y volver a la economía “de siempre”: a la economía del imperio romano y del feudalismo que tienen más de mil años de existencia en comparación con el sarampión socialdemócrata de la Modernidad. ¡Entonces no había tantos parados como ahora! Es cierto que había esclavos, pero ¿no es mejor eso? Los esclavos al menos comen, y no tienen que ir de Caritas en Caritas a ver qué recogen. De este modo conseguirán los mercados su meta final: acabar sutilmente con nuestra democracia o, al menos, reducirla a la posibilidad de elegir sólo entre gobiernos de derecha y de extrema derecha, como pasa ya en Estados Unidos. Y negar vigencia política a todas las veleidades igualitarias y de justicia social que amenazan a la libertad individual. Porque vale: “todos los hombres son libres” pero… “unos más que otros”, como decía aquella famosa novela. En este sentido, no me cabe demasiada duda de que, cuando el PP gane las próximas elecciones nuestra situación económica mejorará. Pero no porque la gestione de una manera mejor (pues tantos años en la oposición ya han servido para demostrar que no tiene ni una receta concreta que proponer, como no sea el cambio del inquilino de La Moncloa). Ni tampoco porque estén comenzando a fructificar algunas medidas del pasado sino porque, cuando cambie ese inquilino de La Moncloa, “los poderes fácticos” de la política (que ya no son la Iglesia y el ejército como tras la muerte de Franco, sino los mercados y los Bancos) ayudarán al nuevo gobierno y se moderarán un poco para que dé buena imagen y pueda pasar como salvador. Aunque eso (ya lo saben ellos) será por poco tiempo. “Recortar gastos y no dilapidar” es una receta que suena muy bien y muy razonable. Pero si entendemos correctamente lo que significa dilapidar, parece que debería referirse a recortar gastos militares, por ejemplo, o gastos faraónicos como los del alcalde de Madrid. Y he aquí que no: se trata más bien de recortar gastos sociales. Ésos sí que son unos dispendios suntuosos que sólo benefician a unos muertos de hambre. Y encima, extranjeros muchos de ellos. En resumen: esos inocentemente llamados “mercados” lo tienen todo tan “atado y bien atado”, que hemos asistido a la imposibilidad de luchar contra ellos: huelgas, manifestaciones y algaradas en Grecia, Francia, Inglaterra, Irlanda o España resultan sacudidas tan pequeñas que no les hacen ni tambalearse: porque las reglas del juego las marcan ellos y no los políticos. Pero, más allá de las especulaciones de la Banca norteamericana, lo que está pagando hoy Europa son también los pecados originales cometidos en el proceso de su construcción: pacto de estabilidad, reglas de la OMC, primacía del Banco Central Europeo, adopción de criterios del FMI, el timo de la llamada Constitución europea que, cuando se vio en peligro, fue retirada de las manos (o del voto) de los ciudadanos, para pasar a las manos de los parlamentos; ampliación irracional a los 27 por la obsesión de tener más mercados, cuando Europa no era todavía más que un feto de pocos meses que no podía soportar aquellas dimensiones… Todo eso corriendo; pero otra medidas como “reestructura de la deuda pública, obligación de que cada banco posea una parte de la misma, control cambiario, gravar las rentas financieras por lo menos al mismo nivel que las rentas del trabajo, la imposición del capital y del patrimonio, la subordinación de los flujos comerciales a normas sociales y ecológicas, tasas globales” … y hasta nacionalización al menos temporal de la Banca, de todo eso ni hablar. Y de aquellos polvos se traga ahora Europa estos lodos. Dije en otra ocasión que, durante el siglo pasado, asistimos a un nuevo “rapto de Europa”, pero esta vez no por mano de Júpiter, como en el mito antiguo, sino por obra de los mercados mucho más temibles que aquel dios tonante. Creo que los grandes padres del sueño de Europa (Adenauer, Schumann y de Gasperi), maldecirían hoy lo que hemos hecho con su ideal . Antaño se discutía si el capitalismo era intrínsecamente injusto (Helder Camara) o si, sin llegar a tanto, se encontraba “muy dañado y necesitado de una reforma seria” (Doctrina Social de la Iglesia), o si, más allá de esas dos opiniones, lo cierto es que el capitalismo es una “ocasión próxima de pecado”; y la moral enseña la obligación de evitar ese tipo de ocasiones. Y antaño se trataba de un capitalismo industrial de producción (el empresario podía cometer injusticia contra el trabajador no pagándole un salario justo para ahorrarse costes de producción etc.). Hoy, en cambio, ya no se discute nada de aquello; y sin embargo ya no estamos en un capitalismo de producción sino pura y simplemente de especulación: un sistema en el que los inversores pueden mandar a la miseria a miles de ciudadanos, no para producir ningún tipo de riqueza sino para que su dinero les produzca más dinero. Y además de una manera anónima: porque nunca verán la cara ni conocerán la historia de sus víctimas; y la injusticia no la cometerán ellos inmediatamente, sino a través de sus esbirros que resultan ser los políticos. No nos vamos a rendir a pesar de todo, porque nada da más sentido a la vida que el luchar contra lo que el Apocalipsis llama “la Bestia”. Y, escribiendo en una revista cristiana, hay que concluir con dos observaciones. Primero una cita del nuevo testamento, muy repetida fuera de él en otros escritos del cristianismo primitivo: “la raíz de todos los males es la pasión por el dinero” (1 Tim 6,10). De todos. El nuevo testamento no es pansexualista sino -si se me permite la expresión- pandinerista. Bien es verdad que para eso ya tenemos respuesta, muy piadosa también: “no sólo de pan vive el hombre”; también vive de Messi, de Cristiano Ronaldo y su novia, o de Jorge Lorenzo, del 5 a 0 de anoche y demás dioses del Olimpo moderno. Y en segundo lugar: leí antaño una novela de Bruce Marshall (no recuerdo su título, pero puede ser útil consignar que el autor es católico), la cual comenzaba con esta secuencia: una serie de atrocidades en una ciudad española: quemas de iglesias, atentados, secuestros…Y al día siguiente una nota del episcopado alertando de que… “no se puede entrar en la iglesia con manga corta, faldas por encima de la rodilla” y demás. La ironía de entonces vale desgraciadamente para hoy. Una iglesia que presume de tanto magisterio moral ¿no sabe decirnos nada sobre la inmoralidad de la usura, tan afincada en su tradición moral? Es cierto que el sentido del préstamo a interés cambió cuando la economía no era de trueque sino de dinero, y éste podía ser una ocasión de producir riqueza que el prestamista perdía y por la que podía ser moderadamente compensado. Pero hoy ha vuelto a cambiar de sentido y el dinero ya no es visto como ocasión sino como causa de riqueza, como si fuera fecundo por sí mismo, abriendo así la puerta a intereses desorbitados que ya no son una compensación moderada sino una auténtica usura. Y el magisterio eclesiástico que tanto sabe de preservativos y demás ¡sin enterarse!. Como si los Padres de la Iglesia no hubiesen repetido sin eufemismos que “todo aquel que es muy rico es un ladrón o hijo de ladrón” (San Juan Crisóstomo). “Ay Ignacio Ellacuría – digno de una emperatriz”: acuérdate de repetirnos aquello que tanto decías: que este mundo no tiene solución más que en una “civilización de la pobreza”. Entendiendo por pobreza no la necesidad auténtica sino la sobriedad compartida. ¿Existe Dios? Si confesamos que existe, ¿en qué Dios creemos? por: Fernando Bermúdez-López1/19/2011 Exposición que hizo Fernando Bermúdez en la presentación de la Agenda Latinoamericana en Cádiz el 18 de Noviembre de 2010
José Arregui. No queremos ni podemos dejar de creer en Dios en nuestro tiempo. Pero tal vez no podamos creer de la misma manera en que lo hemos hecho. Todo lo que vive se transforma, y también se transforman la fe viva y la palabra. Nuestros tiempos nos ofrecen la gracia de creer en un Dios más creíble. Y nos damos cuenta de que los pocos ateos que quedan y los muchos agnósticos que aumentan nos ayudan precisamente a creer en un Dios más digno de fe. No podemos creer en un Dios Padre, Señor, Rey, soberano, omnipotente. Un Dios inmutable, separado y lejano. Un Dios autoritario, providente y vigilante. Un Dios que se revela solamente a quien quiere, que ha elegido a un pueblo más que a otros, que atiende e interviene cuando quiere. Un Dios que impone normas intocables y exige culto. Un Dios que se ofende y aíra, que pone a prueba y castiga. Un Dios que se impone y da miedo. No, en ese Dios no podemos creer, porque no es verdadero, porque simplemente no existe. “Los conceptos de Dios rancios, simples u obsoletos ya no satisfacen. Sin embargo, nacientes ideas de diversos contextos del mundo recogidas en la teología se prevén mucho más sabrosas” (E. Johnson, La búsqueda del Dios vivo, Sal Terrae, Santander 2008, p. 18). Creo que nuestro tiempo nos invita a revisar en buena parte nuestra representación de Dios, tanto imaginaria como conceptual. Y “el eje de esa nueva concepción no será la distinción entre Dios y el mundo, sino el conocimiento de la presencia de Dios en el mundo y de la presencia del mundo en Dios” (J. Moltmann, Dios en la creación. Doctrina ecológica de la creación, Sígueme, Salamanca 1997, p. 26) Es bueno creer en el Dios que lo habita todo y en quien todo habita, el “Dios, en quien vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17,28). Un Dios que no es parte del mundo ni la totalidad del mundo, pero que tampoco es alguien ni algo exterior al mundo y separado de él. Un Dios en quien el mundo es y todos somos como el niño en la madre y mucho más, como la luz en la llama y mucho más, como el sentido en la palabra y mucho más, como el espíritu en el cuerpo y mucho más. Un Dios que es la Gran Realidad de toda realidad, y que no está “más allá, fuera del mundo, sino más acá, en la profundidad de las cosas, como su fundamento y su misterio” (J. Alvilares, Dios en los límites, PPC, Madrid 1999, p. 40). Un Dios que es el corazón de la realidad que nos rodea, que nos constituye, que somos. Un Dios que todo lo anima, lo sostiene, lo habita. Dios no es ni trascendente ni inmanente al mundo y a todos los entes. No es un objeto que podemos ver, conocer, pensar. No es un ente entre los entes. No es el Super-Ente. Es el Ser de todo cuanto es. O, como dicen los Upanishads indios, no es lo que el ojo ve, sino El que ve en el ojo; no es lo que el oído oye, sino El que oye en el oído; no es lo que el pensamiento piensa, sino El que piensa en el pensamiento; no es lo que los sentidos sienten, sino El que siente en todos los sentidos… Dios es el Misterio que funda, precede, acompaña. La presencia que sufre y goza en todos los seres. 1. ¿Existe Dios? ¿Cómo podemos saber si Dios existe? Y si existe, ¿qué podemos saber de Él? ¿En qué Dios creer? ¿Qué religión profesar? Creyentes y no creyentes, en momentos decisivos de sus vidas, se plantean estos interrogantes Hay gente que duda de la existencia de Dios o duda del Dios en que cree e incluso duda de sus dudas. Verdaderamente, el tema de Dios nos sobrepasa. Estamos frente a algo que nos trasciende. Los avances de la ciencia y de la técnica pueden hacernos dudar de la existencia de Dios. En el siglo XIX Charles Darwin lanza la teoría de la evolución de las especies quitándole a Dios la paternidad de la autoría de la vida. Posteriormente, el físico inglés Stephen Hawking, junto con otros científicos, investiga y descubre que el universo tuvo su origen en el Big Bang hace aproximadamente 14.000 millones de años. Demuestra que la evolución del cosmos sigue las leyes de la física y concluye diciendo que ahí no hay presencia de Dios alguno. Yo pienso que la teoría del Big Bang no niega ni contradice la existencia de Dios. Tampoco la demuestra. Yo como creyente, intuyo y descubro ahí una sabiduría sobrehumana. El Big Bang me revela la magnitud, inalcanzable para el ser humano, de una sabiduría y una fuerza cósmica misteriosa que nos trasciende, como el Bien absoluto. Pero todavía me surgen un montón de interrogantes: Si se dice que Dios existe, ¿qué son para Él los 14.000 millones de años de existencia del Universo? ¿Antes del Big Ban, qué había? ¿Es posible que nuestro Universo sea parte de infinidad de universos? Si Dios es eterno, es decir, que siempre ha existido, ¿qué hacía durante ese tiempo infinito que se pierde más allá en nuestra mente? No comprendo. Santa Teresa de Ávila decía: que si nosotros comprendiéramos el misterio de Dios, Dios no sería Dios o nosotros seríamos dioses. En verdad, con la razón no podemos demostrar la existencia de Dios, como tampoco podemos demostrar su no existencia. El filósofo y teólogo Hans Kung dice que hasta el que no cree en la existencia de Dios admite al menos la hipótesis de su existencia. Según él, hay argumentos a favor de su existencia y argumentos en contra. Las pruebas de la existencia de Dios radican, no solamente en la realidad del mundo y del ser humano, sino sobre todo en la existencia de un posible fundamento primero, soporte primordial y sentido originario de la realidad, siguiendo los planteamientos de Platón y Aristóteles. Se trataría de pasar de la realidad experimental a la trascendente, de lo finito a lo infinito. Pero del mismo modo, ¿se puede afirmar que un Dios objetivado y demostrado sea verdaderamente Dios? La razón y la ciencia no nos demuestran la existencia de Dios. Hay interrogantes serios que con temor y temblor, me atrevo a plantear. Se trata de la existencia del mal en el mundo, del dolor de los seres vivos. En la misma naturaleza los animales más fuertes viven a costa de los más débiles, persiguiendo y descuartizando a los más pequeños. El pez grande se come al pez chico. ¿Quién hizo así la naturaleza?, ¿Quién hizo al tigre y al venado?, ¿a qué jugaba el creador? ¿Se trata de un Dios creador sádico que se divierte con espectáculos de sangre? ¿Es que para que la naturaleza se conserve viva, requiere tanto sufrimiento? Y si vemos las catástrofes por terremotos, inundaciones, erupciones volcánicas, que siembran destrucción, dolor y muerte; o los crueles genocidios y guerras, o las enfermedades que conllevan un cúmulo de dolor físico y moral, nos preguntamos ¿qué Dios es éste que permite tanto dolor y sufrimiento? Parece que el que creó la naturaleza se goza en ver sufrir y morir a sus mismas criaturas. Si Dios es justo y bueno, pero no pudo hacer de otra manera la naturaleza, es que no es todopoderoso. Y si realmente es todopoderoso y, pudiendo hacer la naturaleza sin sufrimiento, no la hizo, es que no es bueno. Un Dios bueno no quiere el sufrimiento de sus criaturas. Algunos me dicen: con tanto mal que hay en el mundo, ¿cómo es posible creer en Dios? Tienen razón. No es fácil dar una respuesta. Pero también pienso que con tantas cosas buenas y bellas que hay en el mundo ¿cómo se puede dejar de creer en Dios? En medio de estos interrogantes y sombras, me atrevo a afirmar que Dios existe. Que Dios es un misterio, una realidad totalmente incomprensible. Que por la razón no llego a alcanzarlo. Que sólo le encuentro por la experiencia interior que transforma la vida personal, haciendo del ser humano una persona divinizada, con proyección de eternidad, que vive aquí y ahora, en la historia, amando y construyendo una nueva humanidad de justicia y fraternidad. Creo que quien busca a Dios con sincero corazón, lo encuentra, aun sin despejar estos grandes interrogantes y dudas más existenciales. Yo comparo a Dios con el amor. Quien no ha amado no puede comprender qué es el amor. Para entenderlo hay que experimentarlo. Así pasa con Dios. Sólo quien ha tenido la experiencia de haberlo sentido puede asegurar su existencia. La persona humana no es sólo un ser biológico, no es sólo razón. Es también espíritu, vida interior y sentimiento. Desafiando las dudas e interrogantes, anteriormente planteados, descubro una sinfonía cósmica que va de lo simple a lo complejo, de lo difuso a lo organizado, de lo no viviente a lo viviente y a lo pensante, que culmina con el ser humano, y que nos manifiesta un orden que va más allá de la ciencia y de la lógica. Pedro Casaldáliga, en la introducción a la Agenda Latinoamericana 2011, dice que: “José Saramago, ateo asumido y militante, pero que hace de la religión materia frecuente de sus textos, nos ha dado una poética y contemplativa definición de Dios: “Dios es el silencio del Universo y el hombre el grito que da sentido a ese silencio”. Retomando a Saramago, me atrevo a decir que Dios es el silencio del Universo y el grito de la humanidad que sufre, el grito del hombre y de la mujer, que desde lo hondo de su ser se preguntan: ¿qué sentido tiene mi vida?, ¿por qué el mal en el mundo? De nuevo Casaldáliga nos dice que “los seres humanos necesitamos un sentido para vivir, y ese sentido sólo lo encontramos si abrimos nuestro corazón, en la intimidad, al misterio de lo sagrado, al valor absoluto del amor, a la realidad última, a la divinidad” (Agenda Latinoamericana, 2011, p.34). Los antropólogos enseñan que desde que el hombre apareció sobre la tierra ha tenido una dimensión religiosa y ha buscado a Dios a través de mil expresiones, sobre todo de los fenómenos de la Naturaleza. Caldeos, egipcios, hindúes, íberos, celtas, griegos, romanos, mayas, aztecas, incas… pueblos de África, de Asía y de las islas de la Oceanía, todos, han expresado su búsqueda y relación con Dios. Algo hay en el corazón humano que le está conectando con la trascendencia. Con razón decía Agustín de Hipona que nuestro corazón busca a Dios y no descansa hasta que lo encuentra. La experiencia demuestra que el ser humano es religioso por naturaleza, señala Eduardo Hoonaert. Miguel de Unamuno decía: “Mi razón no me da luz sobre el interrogante de Dios. Mi corazón y mi sentimiento, me dicen: Dios tiene que existir… Mientras peregriné por los caminos de la razón en busca de Dios, no puede encontrarle… Pero al ir hundiéndome en el escepticismo racional de una parte y en la desesperación sentimental de otra, se me encendió el hambre de Dios, y el ahogo de espíritu me hizo sentir su realidad… El Dios racional, es decir, el Dios que no es sino Razón del Universo, se destruye a sí mismo en nuestra mente en cuanto tal Dios, y sólo renace en nosotros cuando en el corazón lo sentimos como persona viva…” (Del sentimiento trágico de la vida, Espasa-Calpe, Madrid 1976). Asimismo, Kant dijo que por la pura razón no se puede encontrar a Dios, sino solo por la experiencia. En definitiva, yo no creo en Dios por razones filosóficas ni por demostraciones científicas. No puedo demostrar su existencia por la razón. Sólo puedo dar testimonio de su existencia por la experiencia. La prueba de que Dios existe son sus testigos, y yo soy también testigo a través de la vivencia que de Él tengo, una vivencia racionalizada, por supuesto. No es posible que hombres y mujeres que vivían como si Dios no existiera, después de un encuentro personal con Él, hayan cambiado radicalmente sus vidas. Ahí están, por ejemplo, Pablo de Tarso, Mahammad (Mahoma), Francisco de Asís, Ignacio de Loyola, Teresa de Ávila, Carlos de Foucauld, Raisa Maritain, León Bloy, José Mª García Morente, Miguel de Unamuno, Charles Nicolle, Simone Wei, Mahamma Gandhi, Luther King, Lanza del Vasto, Hermano Roger de Taizé… La experiencia existencial, religiosa, de aquellos hombres y mujeres que, en virtud de un encuentro vivencial con Dios, ha cambiado sus vidas y las han entregado a la causa de la justicia y del amor, es indiscutible y es un reflejo de la existencia de Dios. Por eso es necesario pasar de la pura racionalidad a lo vivencial, lo afectivo, lo ético, lo estético… y desde ahí descubrir la racionalidad. No podemos limitarnos al sentimiento. La experiencia, sin duda, es la principal fuente de la fe en Dios, pero también hay que dar razón de esa experiencia, tal como dice la primera Carta de Pedro: “estad siempre dispuestos a dar razón de vuestra esperanza ante cualquiera que os pida una explicación” (1 Pe 3,15). 2. ¿Qué Dios? ¿En qué Dios creemos?. Hoy el problema, tal vez, no sea tanto el ateísmo, es decir, si existe o no existe Dios. La discusión no se mueve en el plano ontológico y metafísico, sino práctico. Una gran mayoría de la población mundial se confiesa creyente. El nombre de Dios está en boca de la gente. El problema no está, por lo tanto, en el ateismo, sino en qué Dios creemos. O dicho de otro modo, en la creencia en el verdadero Dios o en los falsos dioses. La cuestión que preocupa, entonces, es la idolatría. Esto es, que tras el nombre de Dios, puede esconderse el culto y adoración a multitud de dioses. Mucho más trágico que el ateísmo es la fe y la esperanza en los falsos dioses. Con razón Simone Wei dijo: “No hay nada más trágico que descubrir que se está adorando y amando a un ser imaginario, que no es real”, un dios creado a “imagen y semejanza” del hombre, un dios creado por el mismo hombre. Hay muchas concepciones de Dios, opuestas entre sí. Dioses que no tienen nada que ver unos con otros, que incluso están en competencia. Podemos decir que existe una lucha entre los dioses. Se habla de Dios, se predica a Dios, se alaba a Dios… pero ¿qué Dios? Pedro Casaldáliga dice que “el problema está en saber de qué Dios hablamos y qué entendemos por religión”. “Porque todas las religiones –sigue diciendo Casaldáliga- pueden ser verdaderas y todas pueden albergar, simultáneamente, mucha falsedad”. De ahí que “todas las religiones tienen la misma dignidad”, en palabras del cardenal Jean Louis Tauran. En realidad no es Dios el que está en crisis, señala Juan Arias. Lo que está en crisis son esas falsas imágenes de Dios que hemos fabricado con nuestra visión estrecha del misterio, de lo divino. El Concilio Vaticano II llegó a decir que la causa del ateismo en el mundo eran las deformaciones que los creyentes habíamos hecho de Dios. Se ha hecho un Dios a nuestra medida, para legitimar nuestra conducta. Hemos hecho de Dios un ídolo. Hay multitud de imágenes de Dios, y de cada imagen de Dios deriva un modelo de religión, que es el conjunto de creencias, dogmas, normas, ritos, signos, símbolos y prácticas sociales que, con frecuencia, se han hecho una costumbre rutinaria, sin espíritu, sin vida y sin compromiso alguno. En realidad, pocas palabras hay tan gastadas como la de Dios. Habla de Dios el rico y habla de Dios el pobre, habla de Dios el opresor y habla de Dios el oprimido. Habla de Dios el tirano y habla de Dios el justo. Habla de Dios el explotador y habla de Dios el explotado, el excluido y marginado. Habla de Dios el poderoso y habla de Dios el débil, habla de Dios el cristiano y habla de Dios el musulmán. Habla de Dios el creyente y el no creyente. En Dios caben todos. Pero, ¿qué Dios? Loidi dice: “Dios, palabra equívoca, donde caben los conquistadores, los misioneros, los sacrificios humanos, los heroísmos salvadores, los que quitan la vida y los que la dan”. ¿A qué Dios se refiere cada una de las expresiones religiosas que nos rodean? ¿Se refieren al mismo Dios? Filósofos como Ludwig Feuerbach, Karl Marx, Friedrich Nietzsche, Sigmund Freud, entre otros muchos, recogen distintas imágenes de Dios que observan entre los creyentes. Estos pensadores, en el fondo, se preguntan: ¿Dios creó al hombre o es el hombre quien creó a Dios? Todos ellos coinciden en decir que Dios es un invento humano, que sirve para rellenar las preguntas e interrogantes para los que no tenemos respuesta. Feuerbach concibe a Dios como la proyección del deseo de grandeza que el hombre lleva dentro, deseo que al no poderlo realizar aquí en la tierra lo proyecta hacia el más allá, a una patria celestial. Dice: “El hombre proyecta en su Dios lo que él mismo desea ser”. Marx concibe a Dios como un señor poderoso que ofrece consuelo y promete recompensa en el cielo a los que sufren en la tierra, un Dios opio del pueblo. Nietzsche dice que Dios es un producto de los resentimientos humanos. Señala que Dios anula al hombre. Que es necesario matar a Dios para que surja el superhombre. Freud señala que Dios es una ilusión infantil, una imagen ideal de necesidades ilusorias, una fantasía y punto de apoyo para el hombre que no es capaz de asumir la realidad de la vida. Dice también que este Dios infunde en el ser humano sentimientos de culpabilidad. Hay muchas concepciones de Dios, opuestas entre sí. Dioses que no tienen nada que ver unos con otros, que incluso están en competencia. Decía yo anteriormente que existe una lucha entre los dioses. Se habla de Dios, se predica a Dios, se alaba a Dios… pero ¿qué Dios? Este es el problema del que nos ocuparemos. En nombre de Dios Josué pasó a filo de espada a los habitantes de Jericó. En nombre de Dios David, Salomón y demás reyes de Judá y de Israel hicieron la guerra a sus vecinos, cometiendo verdaderos genocidios. En nombre de Dios, los sumos sacerdotes judíos condenaron a muerte a Jesús de Nazaret, considerándolo un blasfemo: “Ha blasfemado… Merece la muerte” (Mt 26, 63-66). En nombre de Dios, las autoridades de Israel del siglo I, persiguieron a muerte a las comunidades de Jesús (Hch 4,1-22; 5, 40; 7, 51-60; 12, 1-3, 16, 19-24). En nombre de Dios el imperio romano persiguió y asesinó a los cristianos, calificándolos de “perturbadores del orden, superticiosos y ateos” (Testimonio del historiador romano Tácito) . En nombre de Dios, la Iglesia católica persiguió a los que consideraba herejes, creó la inquisición y llevó a la hoguera a multitud de hombres y mujeres. En nombre de Dios organizó cruzadas y conquistas. Y en nombre de Dios los campos de Europa se regaron de sangre en las guerras de religión entre católicos y protestantes. En nombre de Dios, los musulmanes conquistaron el norte de África y España, el Oriente Medio y parte de Asia. En nombre de Dios la cruz, unida a la espada, conquistó y sometió a los pueblos indígenas de América. En nombre de Dios los fundamentalistas islámicos declararon la guerra a Occidente, concretamente a Estados Unidos, y en nombre de Dios el presidente norteamericano George Bush juró vengarse, invadiendo y haciendo la guerra a los pueblos de Afganistán e Irak. Unos y otros utilizan el nombre de Dios para defender sus intereses, sean estos de carácter religioso, económico o geopolítico, y de justificar sus acciones criminales. En nombre de Dios se acuñan monedas, se hacen grandes negocios y se endiosa al dinero. “In Gog we trust”, reza el billete del dólar. En el nombre de Dios, en la España de la posguerra se fusilaron más de noventa mil hombres y mujeres. En nombre de Dios, Pinochet asesinó a más de tres mil chilenos, y el general Ríos Montt en Guatemala aplicó la política de “tierra arrasada”, masacrando inmisericordemente a más de cuarenta mil hombres, mujeres y niños, la mayoría indígenas. ¡Matar en nombre de Dios! Y en contraste a todo esto, en nombre de Dios multitud de hombres y mujeres entregaron sus vidas, y siguen entregándolas al servicio de los demás, especialmente de los más necesitados, incluso derramando su sangre. Monjes dedicados a la oración, a la contemplación y a la promoción de la cultura; misioneros y misioneras en los países del tercer mundo dedicados a la evangelización y a la promoción de la salud, la educación y el desarrollo de los pueblos. En nombre de Dios se han realizado los actos más heroicos de amor y de servicio a los más pobres y abandonados. En nombre de Dios ha habido, y hay, multitud de hombres y mujeres que perdonan de corazón a quienes les han ofendido. En nombre de Dios, multitud de catequistas, sacerdotes, religiosas y obispos derramaron su sangre, sobre todo en América Latina, por situarse al lado de los pobres, de los débiles, y defender los derechos humanos. ¿Qué Dios es éste que para todos sirve y para todos tiene cabida? Prolifera en el mundo un extenso mercado de religiones. Hay una gran oferta de confesiones religiosas. Las hay para todos los gustos. Sólo en Guatemala, donde yo he trabajado durante treinta años, alrededor de 3.000 denominaciones cristianas se hacen la competencia y cada una presenta un rostro distinto de Dios. Cuando hablamos de Dios, ¿no estaremos pensando en distintos conceptos? La experiencia religiosa es algo tan personal, tan subjetiva, que difícilmente puede abarcar la profundidad de quien la vive, con todos sus aciertos y sus desviaciones. Tal vez habría que afirmar que existen tantos dioses como personas y grupos religiosos hay. Voy a tratar de dibujar algunas imágenes de Dios existentes en la sociedad de hoy, muchas de las cuales, en realidad, más Dios parecen ídolos. El Dios de la ley y sostenedor del orden establecido. Imagen propia de la clase dominante. Coincide con el pensamiento del sistema capitalita neoliberal. Proyecta en Dios sus intereses clasistas y su concepción del mundo. Tiene una imagen de Dios poderoso que aprueba el orden (el desorden) existente, un Dios que hizo a unos ricos y a otros pobres según su designio. A los ricos para que sean sus representantes y guardianes en la sociedad del orden y la “democracia cristiano-occidental”. Y a los pobres ofreciéndoles consuelo y prometiéndoles recompensa eterna si aceptan sumisa y humildemente el orden establecido por Dios. La riqueza y la prosperidad son una bendición de Dios. Los adinerados dicen: “mis negocios van bien porque Dios me ha bendecido”. Es el dios que justifica las guerras, el dios de las cruzadas, de la inquisición, de las conquistas y reconquistas y de las guerras invasoras. Para este modelo de religiosidad, ser cristiano es obedecer la ley de Dios entendida como una normativa del orden establecido, frente a aquellos que, en nombre del amor al hermano, cuestionan las normas y proponen un cambio social. Detrás de esta “religiosidad” se oculta la ambición de dinero y de poder. Este modelo religioso se caracteriza por un exacerbado individualismo. El Dios juez y castigador. Para algunos, Dios es como un juez severo, castigador y exterminador que infunde temor e incluso, miedo. Dios es representado como un gran ojo dentro de un triángulo. “Su mirada me persigue a donde quiere que voy”, me decía una persona. Es como un gran policía invisible. Cuando a alguien le sucede alguna desgracia, con frecuencia se escucha: “eso le ha pasado porque Dios lo ha castigado”. Dios aparece como un juez que castiga a los malos y a los buenos también si se descuidan. De aquí surge un tipo peculiar de religiosidad manifestada en devociones, rezos y ofrendas para aplacar a Dios y tenerle contento “no sea que nos castigue”. La relación con Dios es de temor, no se le contempla como Padre misericordioso sino como el Todopoderoso. Esta imagen de Dios genera en personas que se consideran “justas” un cierto fariseísmo: “Nosotros somos los buenos, ellos los malos. A nosotros Dios nos protege, a ellos los castiga”. Frente a la violencia que azota al mundo, con frecuencia dicen que hay que coger a los terroristas y exterminarlos sin piedad. Su religiosidad gira en torno a la ley del Talión. El Dios cultualista. El Dios que está encerrado en los templos, atado al culto. Es el Dios de los cielos, lejano, grande, poderoso, que vive “allá arriba” en un mundo encima del nuestro. El Dios de los rezos, del incienso, de ceremonias, de normas y leyes. Los hombres y mujeres que tienen esta imagen de Dios viven un modelo de religiosidad reducida al culto. El templo es concebido, con frecuencia, como un lugar de refugio donde se canta y alaba a Dios, se escucha su Palabra y se siente la paz y el sosiego que no se encuentra en la calle, en el trajín de cada día. Ligada a esta imagen de Dios y religiosidad cultualista, aparece el Dios de la oferta y la demanda: yo le doy para que Él me de. Muchos creyentes hacen promesas, salen en procesiones, realizan peregrinaciones y rezan en los momentos de angustia suplicándole que los atienda en sus necesidades, diciendo: Señor, si me concedes esta gracia que te pido, te prometo… Este concepto de Dios y esta actitud “religiosa” carece de exigencia ética y de compromiso alguno. El Dios intimista, o de la “fuga mundi”. Hay una tendencia en no pocos ambientes cristianos de ver a Dios fuera del mundo, manifestado sólo en lo íntimo del ser humano. Ven a Dios como una salvación meramente individual sin ninguna trascendencia en la historia. Un Dios reducido a la esfera privada. Un Dios intimista, espiritualizado, que nada tiene que ver con la realidad social, económica, política, cultural o ecológica. Esta imagen de Dios se refleja en una determinada forma de religiosidad que contempla el mundo y la sociedad como no-lugar de Dios. Hay un marcado dualismo entre lo “espiritual” y lo “material”. Se desprecia el compromiso por la transformación de la sociedad, es decir, hay una contraposición irreconciliable entre vida espiritual y vida social. Se vive una religiosidad “espiritualista”, que se preocupa solamente de la “salvación del alma”. El Dios fantasía de la mente humana. Frente a la impotencia del ser humano, éste se construye una imagen de Dios que dé sentido a su vida, al sufrimiento y a la muerte. Dios es una proyección del deseo de encontrarle sentido a todo. Al no poder realizar este deseo aquí en la tierra, el creyente lo proyecta al más allá y se construye un Ser Superior, perfecto y poderoso, al que llama Dios. Esta religiosidad radica, igual que la anterior, en la mera individualidad, sin ninguna dimensión ética ni de compromiso con los hermanos. El Dios fundamentalista. La crisis global que vive nuestra civilización está provocando el surgimiento de corrientes fundamentalistas en todas las confesiones religiosas (cristianas, judías, islámicas, hinduistas, indigenistas…) El fundamentalismo es “una enfermedad de la fe en Dios y de las religiones, resultado de la inseguridad y del infantilismo, que convierte los medios en fines” ( Pablo Richard). Los fundamentalistas instrumentalizan los libros sagrados (Biblia, Corán…) sin ninguna hermenéutica, con una lectura literal, reduccionista, arbitraria y fragmentada, sin tener presente el contexto del mensaje. Hay judíos que en nombre de la Biblia invaden los territorios palestinos, y musulmanes que en nombre del Corán hacen la guerra santa y cometen atentados. De ahí que la expresión religiosa sea de carácter dogmática y cerrada al diálogo, rebasando los límites de la racionalidad. Atribuyen los males de este mundo, como los desastres naturales, las calamidades, el hambre…, a las potencias sobrenaturales, en el que el ser humano poco puede hacer, sólo convertirse, pues todo viene predestinado. Presentan un mundo malo, pecador y perverso. Se acercan a la visión maniquea. El fundamentalismo crece al ritmo del vacío de valores éticos que hay en la sociedad actual. La gente busca agarrarse a algo que le de seguridad e identidad. El Dios de la religiosidad popular. Aquí hay una gran variedad de pensamientos y vivencias de Dios. Sin embargo, hay un común denominador: Dios es el salvador y protector de los pobres. Es esencialmente de carácter laical. En esta corriente podemos ubicar desde las Cofradías y Hermandades con su espiritualidad ritualista, hasta algunas comunidades cristianas más comprometidas. La espiritualidad popular tiene características muy variadas, pero posee rasgos comunes: los sectores populares tienen conciencia que pecado es desobedecer a Dios y hacer daño al prójimo, y que el arrepentimiento es volver a Dios y reconciliarse con el hermano. Como sombra encontramos que la religiosidad popular pocas veces apunta a construir un nuevo y mejor orden social y tiende a ver a Dios como un “tapa-agujeros”, a quien se le invoca cuando se le necesita. Dios está ahí para resolver los problemas que los humanos no podemos resolver, que llena los vacíos de la ciencia, un Dios que es como una incógnita que a medida que avanza la ciencia y la técnica se la va desplazando de nuestra vida. Esta realidad nos lleva a preguntarnos: ¿Quién es verdaderamente Dios? ¿En qué Dios creemos? ¿En dónde se le puede encontrar? ¿Qué religión corresponde a este Dios? Es por eso que ante la variedad de concepciones de Dios que existen en el mundo, trataremos de detectarlas, analizarlas y, desde el Dios revelado por Jesús, desenmascararlas, para aproximarnos al corazón mismo de Dios, que yo, personalmente, creo que es el que nos manifiesta Jesús de Nazaret. 3. El Dios revelado por Jesús de Nazaret En tiempos de Jesús, en la Palestina del siglo I, había muchas imágenes de Dios. Todos invocaban al mismo Dios de Israel, pero cada quien anidaba un conocimiento diferente de Dios. El pensamiento oficial concebía a Dios como el “Poderoso de Israel”, amigo de los ricos y poderosos, el Dios del orden establecido, ligado al templo y al culto. Por su parte, los fariseos identificaban a Dios con la Ley. Jesús nos muestra un nuevo rostro de Dios, un Dios que no es el frío motor del universo, lejano, abstracto, ni el juez legalista y castigador. El Dios de Jesús no es el Dios del poder y del dinero que predicaban los saduceos, ni el Dios de la ley que defendían los fariseos. Jesús se aparta del Dios oficial del Templo y de la sinagoga, para revelarlo en la periferia. El Dios cósmico, el Dios del Big Bang, fuente de energía, es la Realidad última, que Jesús la personifica, la hace cercana, familiar, íntima, llamándola “Abba”, Padre y Madre, manifestado a través de la experiencia espiritual. Es el Dios siempre mayor, el Absoluto, no atado a ninguna religión, Misterio trascendente, Espíritu y fuerza cósmica que se manifiesta en la evolución del universo y en la profundidad de quienes están abiertos a su inspiracion, como señala Roser Lenaers. Jesús vive en íntima y permanente relación con este Misterio trascendente que lo abarca todo, y a quien se atreve llamarlo “Padre”. El Dios revelado por Jesús es el Dios de amor, porque ama con especial predilección a aquellos a quienes nadie ama, porque se ocupa de aquellos por quienes nadie se preocupa. Es el Dios de los pobres, de los débiles, de los humildes, de los que la sociedad desprecia y son considerados como gente sobrante. Es el Dios que llama a construir en la historia la justicia y la fraternidad universal. El Dios de Jesús es el Dios liberador (Lc 4, 16-20), que desea que los oprimidos y marginados sean liberados y recuperen su dignidad humana. Dios quiere hijos, no esclavos. Dios no quiere que unos pocos sobreabunden en riquezas a costa de que muchos vivan en la pobreza. Él es un Dios justo que exige justicia. Su ley es el amor. Es el Dios que quiere la práctica de la justicia y la misericordia como ejes de la fe en Él. Por eso la religiosidad liberadora busca superar todo tipo de discriminación, reconstruye la igualdad y la fraternidad. Vivir la fe en el Dios liberador conlleva un proceso de liberación interior que se traduce en el compromiso por la transformación socioeconómica y política. Esta experiencia contemplativa y espiritual conduce al compromiso por hacer posible el mundo que Dios sueña de justicia, igualdad, paz y amor. Es el Dios de la vida. Dios quiere la vida para todos los hombres y mujeres. Y para eso envió a Jesucristo al mundo, “para que el mundo tenga vida y vida en abundancia” (Jn 10, 10), vida plena, tanto en lo espiritual como en lo material, esto es, vivienda digna, trabajo, alimentación, salud, educación… (1Jn 3,17-19; 4,20-21). Hay vida en abundancia cuando los hombres y mujeres se liberan del individualismo egoísta para compartir como hermanos. Es un Dios de misericordia y perdón. Jesús revela una imagen de Dios que sale al encuentro del hombre para perdonarlo, reconciliarlo con Él y hacerlo feliz. (Lc 15, 11-32). Es por eso que Jesús deroga la ley del Talión: “Ojo por ojo y diente por diente” (Mt 5, 38-42). Este Dios Padre de misericordia y lleno de ternura es al mismo tiempo un Dios que exige un cambio de vida, una conversión permanente. El Dios de Jesús es un Dios universal. Proclama la vocación de todo ser humano a la fraternidad universal (Mt 25, 31 ss). Dios trasciende el templo y el nacionalismo judío. Es el Dios que quiere ser adorado en el hermano, hecho a “imagen y semejanza” suya. El culto que él quiere es el amor y entrega a los hermanos, con preferencia a los pobres y necesitados. Dios es Padre y Madre de todos por igual, de judíos y cristianos, de católicos y protestantes, de musulmanes y budistas, de creyentes y no creyentes, de indígenas, negros, blancos y orientales. Es un Dios que no es monopolio de ninguna religión o iglesia. Es el Dios de la calle, del cosmos, de la vida. Es el Dios que nos acoge a todos, que no se deja condicionar por ninguna institución religiosa. Él es Yahveh, Jehová, Abba, el Dios Padre y Madre, Alah, Kajau, Corazón del cielo y de la tierra… Me identifico con el poema de aquel teólogo y místico musulmán murciano del siglo XII, el sufí Ibn Ben Arabí (Abenarabí, como se le conoce en Murcia): Nuestro corazón acepta todas las creencias. Es prado para gacelas y monasterio para monjes, Kaaba para peregrinos del desierto y montaña sinaítica de la ley mosaica, libro del Corán y Biblia cristiana. Sólo el amor es mi fe y mi religión. El Dios revelado por Jesús es siempre Mayor de lo que nosotros podemos imaginarnos. ¿Qué podemos saber nosotros de Dios? En diciembre de 2009 hice una visita a los campamentos saharauis, en el desierto de Argelia. Por las mañanas temprano, cuando la mezquita anunciaba la oración matutina, y los de la casa donde yo me hospedaba dormían o rezaban en la jaima, me levantaba y salía camino del desierto, saboreando su silencio. Mientras caminaba hacia el desierto escuchaba a lo lejos los salmos del Corán y reflexionaba, al ritmo de mis pasos, sobre el misterio de Dios, que no es monopolio de ninguna religión. Él es el Dios de todas las religiones, el Dios siempre mayor, el Trascendente. ¿Qué podemos saber nosotros de Dios?, me decía. Y me seguía interrogando sobre el papel de las religiones, ¿en qué medida aportan a la humanización de este mundo? Y pensaba en el Vaticano, La Meca, el Muro de las Lamentaciones de Jerusalén, sinagogas, mezquitas, pagodas y grandes basílicas cristianas… Llegué a pensar que ninguna religión tiene toda la verdad absoluta. La verdad completa es Dios. En la soledad del desierto descubrí que es una arrogancia que el ser humano, por muy teólogo o religioso que sea, encasille al que es incasillable. Dios es siempre mayor. Jesús no nos dice quién es Dios, no nos da ninguna definición metafísica sobre Dios. Sencillamente nos revela su proyecto sobre la humanidad, nos revela su voluntad “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”. Busca provocar en sus oyentes una conciencia sentida y profunda de la presencia de Dios en sus vidas. Y lo manifiesta con su propia vida como una experiencia de amor, de compasión y de ternura. Jesús sana al enfermo, levanta al caído, anima al que ha perdido la esperanza, cosuela al triste, perdona al pecador, acoge al necesitado, comparte el pan, denuncia con valor toda injusticia e idolatría… La práctica de su vida nos revela cómo es Dios. “Quien me ve a mí ve al Padre” (Jn 14,9). “Jesús es la imagen visible del Dios invisible” (Col 1,15). Él es el Dios que está al lado de los pobres, “el Dios humano y sencillo”, el Dios del Reino, que llama a construirlo en la historia, más allá de toda confesión religiosa, mediante la transformación profunda de nuestras conciencias y de las estructuras sociales que rigen el mundo. Su Reino es justicia, equidad, libertad, amor, respeto, reconciliación, paz… y, sobre todo, apertura al Misterio trascendente. Por lo que la injusticia social, la voracidad del libre mercado, la desigualdad, la guerra, la discriminación, el hambre… son una negación de Dios, un verdadero ateismo. “No se puede servir a Dios y al dinero”, proclama Jesús. De ahí que no se puede llamar a Dios Padre sin sentirnos interpelados por el otro como hermano. No se puede invocar a Dios y ser indiferentes ante el grito de los pobres y excluidos. El obispo mártir y profeta Oscar Romero, de El Salvador, confesaba que su experiencia de Dios es inseparable de su experiencia histórica de compromiso en defensa de los derechos humanos y de la vida de su pueblo. El Dios revelado por Jesús es el Dios en el que yo creo. Lo siento como una fuerza espiritual, trascendente, dentro de mí y fuera de mí, que me posibilita vivir en libertad, amar y buscar el bien de los demás particularmente de los más desfavorecidos, luchar por la construcción de otro mundo posible y soñar con esperanza en la utopía del Reino cuya plenitud está más allá de la historia, aunque comienza ya aquí en la historia. COLOQUIO: Sobre el papel que juegan la creencia en Dios, y las religiones en general, frente a la realidad socioeconómica, política y ambiental, como es la injusticia, el hambre en el mundo, el armamentismo, las guerras, la crisis económica y de humanidad, el cambio climático… La catástrofe ha dejado al descubierto años de políticas neoliberales y falsas promesas de los países ricos.
La situación que sufre Haití no es sólo producto de las fuerzas de la naturaleza, es consecuencia de años de decisiones económicas tomadas por sus Gobiernos. Un año después de la gigantesca catástrofe humana que sacudió Haití el 12 de enero de 2010, el devastador terremoto ha desaparecido de las agendas de los medios, Gobiernos y agencias de desarrollo. Tras la conferencia de donantes de Nueva York del 31 de marzo y las promesas que allí se anunciaron, la población afectada sigue viviendo en condiciones dramáticas, y son pocos los compromisos de ayuda y reconstrucción que se han hecho realidad. Tragedias como la de Haití no son nuevas. Nos hemos acostumbrado a éxodos, hambrunas, terremotos, inundaciones y tsunamis, si bien en los últimos años, su repetición y, especialmente, sus dramáticas consecuencias sobre millones de personas y países en permanente estado de calamidad, permiten que veamos con claridad cristalina cómo su impacto es mayor cuanto más pobre y miserable es el país que lo sufre. Catástrofes de clase Es un matemático axioma que funciona con una precisión aritmética a la hora de llevarse por delante vidas y países, pero cuya aplicación no tiene nada de caprichoso, sino que es el fruto de procesos humanos deliberados y conocidos, que en combinación con determinados fenómenos naturales adquieren dimensiones gigantescas. Este conjunto de fenómenos proviene de decisiones humanas que generan lo que podríamos denominar como ‘catástrofes de clase’. Efectivamente, sabemos que cada catástrofe es un excelente indicador de la situación social y política de cada país, de su grado de desarrollo, pero especialmente, de las condiciones de vida de los más desposeídos, es decir, de la condición estamental y de clase del país y de sus habitantes. Ya sean ciclones o terremotos, huracanes o inundaciones, hambrunas o sequías, los pobres tienen un raro privilegio, probablemente uno de los pocos de sus desdichadas existencias: ser víctimas predilectas de estas catástrofes, protagonistas privilegiados de cada siniestro, a los que añaden damnificados contabilizados en cientos de miles de personas. Y, aunque los orígenes de muchas catástrofes puedan ser naturales, no lo son en absoluto sus efectos, sino que tienen una responsabilidad humana: la de mantener en países y ciudades a buena parte de la población viviendo en condiciones infames, sobre laderas de montañas frágiles, bajo casas levantadas con desechos que se transforman en tumbas cuando la naturaleza decide reivindicar su propio ser, entre basuras, o en medio de zonas pantanosas e inundables. 42 presidentes, 29 asesinados Podríamos pensar que el comportamiento sísmico de la placa tectónica del Caribe y la falla de desgarre que están en el origen de los movimientos sísmicos de la región, nada tienen que ver con las decisiones que han venido adoptando instituciones económicas multilaterales, Gobiernos y multinacionales sobre Haití, pero estamos ante energías que se suman en su devastador poder de destrucción, multiplicando así su fuerza catastrófica. Haití ha tenido 42 presidentes, de los cuales 29 han sido asesinados y, únicamente, dos han sido elegidos democráticamente. La pobreza más brutal en la que se encuentra el país ha sido herencia directa de uno de los sistemas más brutales de explotación colonial en la historia mundial, agravado por décadas de opresión post colonial. Así, en los ’90, durante el gobierno de Jean-Bertrand Aristide, EE UU y las instituciones de Bretton Woods desplegaron un conjunto de políticas que fueron limitando la capacidad de decisión de un país depauperado y empobrecido tras años de dictadura, violencia y asesinatos. La presencia del FMI y del Banco Mundial mantuvo se mantuvo activa en las últimas décadas, obligando a sus líderes a tomar decisiones macroeconómicas que fueron empobreciendo cada vez más el país y haciéndole dependiente hasta en su alimentación, llevandole a recurrir a las importaciones de arroz de Arkansas, mientras los agricultores abandonaban sus cultivos y se dirigían a la atestada y pobre capital, Puerto Príncipe, ocupando sus arrabales en chabolas e infraviviendas insalubres. Muchos de ellos se han convertido años después en víctimas del terremoto de enero de 2010, aunque no debemos olvidar que ya eran víctimas de la desnutrición, la violencia, la insalubridad, las enfermedades y el abandono extremo. El mercado de la solidaridad Y con cada catástrofe, nos hemos acostumbrado a un ritual cíclico dotado de su propio código de imágenes y símbolos que están acabando por desvirtuarse hasta extremos difíciles de comprender y que se utiliza con altas dosis de oportunismo político y como un elemento más de consumo de masas para el flamante mercado de la solidaridad, mimetizado y repetitivo. Así, tras las primeras imágenes e informaciones sobre la catástrofe en los medios de comunicación vienen las primeras ofertas de ayuda, para lo cual se fletan aviones con material de emergencia acompañado por personal voluntario y enviados especiales que van a darnos cuenta de la catástrofe sobre el terreno. Al tiempo, se suceden las promesas de ayuda y las visitas fugaces de dirigentes políticos que realizan compromisos sin límite. Un capitalismo piadoso Posiblemente, todo ello fuera necesario para abundar en una construcción intelectual basada en la idea de un capitalismo piadoso y en sus respuestas, así como en la manera de intervenir y aprovechar la ayuda humanitaria ante una catástrofe como el terremoto de Haití. La misma comunidad internacional que ha sido de forma efectiva quien ha gobernado Haití desde el golpe de 2004, es quien se ha lanzado a enviar ayuda humanitaria, aunque se negara a ampliar, más allá de su objetivo militar inmediato, el mandato de la misión de la ONU en el país. Por otra parte, la imposición de los resultados de las últimas elecciones generales, calificadas como fraudulentas por los mismos partidos que concurrían a ellas, y que la ONU dio por buenas, ha generado mayor violencia y enfrentamientos entre los haitianos. No podemos renunciar a nuestro legítimo derecho a indignarnos ante las catástrofes, pero es ilusorio pensar que tanto desastre y tanta calamidad pueden solucionarse sólo con la compasión de las ONG y la solidaridad de cada uno de nosotros, ante la ineficiencia de los Gobiernos y la voracidad de un sistema económico y político mundial en el que los pobres siempre son los perdedores. En un delicioso diálogo entre Borges y Ernesto Sábato, este pregunta qué opina de Dios. Borges: “¡Es la máxima creación de la literatura fantástica! Lo que imaginaron Wells, Kafka o Poe no es nada comparado con lo que imaginó la teología”. Un siglo antes se le había adelantado Marx al afirmar que la religión es la realización fantástica de la esencia humana. Esa idea es la culminación de dos procesos que pone en marcha la modernidad en su crítica de la religión: la interpretación antropológica del cristianismo y la desmitificación de los textos del Nuevo Testamento.
El Papa concluye la reforma de la eternidad Quien lleva a cabo la más radical lectura antropológica de los dogmas del cristianismo es el filósofo alemán Feuerbach en la más emblemática de las obras del ateísmo humanista del siglo XIX, La esencia del cristianismo, donde asevera que la religión es el sueño del espíritu humano, la esencia divina es la esencia humana, hablar de Dios es hablar del ser humano y el misterio de la teología es la antropología. El libro hizo furor entre los jóvenes hegelianos, hasta el punto de que uno de sus dirigentes, Arnold Ruge, resumió así la nueva situación político-cultural: “Dios, la religión y la inmortalidad quedan depuestos y se proclama la república filosófica”. Quienes llevan hasta sus últimas consecuencias el humanismo de Feuerbach son otros dos filósofos alemanes: Marx y Nietzsche. Para Marx, la lucha contra la religión es la lucha contra el otro mundo, del que la religión es el aroma espiritual. Una vez que ha desaparecido el más allá de verdad, la tarea intelectual consiste en averiguar la verdad del más acá. Ahora, la crítica del cielo se convierte en la crítica de la tierra, la crítica de la religión pasa a ser la crítica del derecho y la crítica de la teología se torna crítica de la política. Nietzsche da un paso más. Una vez que Dios ha muerto y se ha demostrado vana la promesa de salvación en otro mundo después de la muerte, la única fidelidad a mantener es a la tierra y la respuesta a la pregunta por el sentido hay que buscarla en la historia: “¡Hermanos míos, permaneced fieles a la tierra!”, es su exhortación compulsiva en Así hablaba Zaratustra. El proceso de desmitificación del Nuevo Testamento tiene lugar en la Ilustración y llega a su zenit con la conferencia pronunciada por el teólogo Bultmann en 1941 sobre Nuevo Testamento y mitología, en la que propone un ambicioso programa cuya idea central es la existencia de una distancia abismal entre nuestra concepción del mundo, que es científica, y la que ofrece el Nuevo Testamento, que es mítica. Es esa imagen la que hay que desmitificar, cree Bultmann, para que emerja el mensaje central del Evangelio, que es palabra viva de salvación para la humanidad. Este programa, asumido por los teólogos cristianos en diálogo con la modernidad, toca de lleno la línea de flotación de los dogmas del cielo, el infierno y, por supuesto, el purgatorio, cuya existencia fue negada por Lutero por carecer de base bíblica. ¿En qué quedan, entonces, los premios que prometían y los castigos con que amenazaban los predicadores de los Novísimos en nuestra infancia nacional-católica? ¿En pura “creación de la literatura fantástica”? Juan José Tamayo es teólogo y autor de Para comprender la escatología cristiana. Cada vez más vivimos bajo la tiranía de los “tópicos”. No sé si la causa es la influencia de los medios de comunicación o una preocupante falta de tiempo y ganas por pensar, lo cierto es que corremos el riesgo de morir ahogados por aquellas afirmaciones que se empiezan difundiendo quien sabe dónde, y que van rebotando hasta convertirse en un lugar común que quiere explicarlo todo.
Entonces la gente exclama, “vivimos en una sociedad compleja” (otro tópico, por cierto) cuando la verdad es que las opiniones tienden más bien a la simplificación y a una visión de la realidad que se sostiene en dos o tres afirmaciones. Por eso surgen partidos políticos solamente xenófobos, o solamente nacionalistas, o solamente preocupados por un único tema (ya sea la lengua, internet, o la defensa de los animales). Al final resulta mucho más fácil esto que asumir que detrás de las simplificaciones hay mil y un equilibrios a realizar para no morir estrellado. Nos damos cuenta de esta tendencia cuando somos las “víctimas”, ya sea a nivel personal o como personas que formamos parte de un determinado colectivo (ser jesuita y catalán, como es mi caso, puedo asegurar que es todo un aprendizaje en este sentido). Entonces clamamos al cielo ante un nivel tal de ignorancia y desconocimiento de la realidad. Sin embargo, nos cuesta descubrirnos como propagadores, porque la simplificación dicha con convencimiento nos da una fuerza y una autoridad que no hace nada más que esconder la inseguridad ante aquello que no acabamos de entender del todo. Observad si no muchas de las tertulias o muchos de los “opinadores” estrella, ya sea de la televisión, de la radio o de la prensa. Con un mínimo de pensamiento lógico y crítico sería suficiente para darnos cuenta de que aquellos que hoy se presentan como verdaderos creadores de opinión, en otras circunstancias más propicias, no serían más que pésimos humoristas. Las primeras generaciones cristianas sabían muy bien que "bautizarse" significa literalmente sumergirse en el agua, bañarse o limpiarse. Por eso, diferenciaban muy bien el "bautismo de agua" que impartía el Bautista en las aguas del Jordán y el "bautismo de Espíritu Santo" que reciben de Jesús.
El bautismo de Jesús no es un baño corporal que se recibe sumergiéndose en el agua, sino un baño interior en el que nos dejamos empapar y penetrar por su Espíritu, que se convierte dentro de nosotros en un manantial de vida nueva e inconfundible. Por eso, los primeros cristianos bautizaban invocando el nombre de Jesús sobre cada bautizado. Pablo de Tarso dice que los cristianos están bautizados en "Cristo" y, por eso, han de sentirse llamados a "vivir en Cristo", animados por su Espíritu, interiorizando su experiencia de Dios y sus actitudes más profundas. No es difícil observar en la sociedad moderna signos que manifiestan un hambre profunda de espiritualidad. Está creciendo el número de personas que buscan algo que les dé fuerza interior para afrontar la vida de manera diferente. Es difícil vivir una vida que no apunta hacia meta alguna. No basta tampoco pasarlo bien. La existencia termina haciéndose insoportable cuando todo se reduce a pragmatismo y frivolidad. Otros sienten necesidad de paz interior y de seguridad para hacer frente a sentimientos de miedo y de incertidumbre que nacen en su interior. Hay quienes se sienten mal por dentro: heridos, maltratados por la vida, desvalidos, necesitados de sanación interior. Son cada vez más los que buscan algo que no es técnica, ni ciencia, ni ideología religiosa. Quieren sentirse de manera diferente en la vida. Necesitan experimentar una especie de "salvación"; entrar en contacto con el Misterio que intuyen en su interior. Nos inquieta mucho que bastantes padres no bauticen ya a sus hijos. Lo que nos ha de preocupar es que muchos y muchas se marchan de nuestra Iglesia sin haber oído hablar del "bautismo del Espíritu" y sin haber podido experimentar a Jesús como fuente interior de vida. Es un error que en el interior mismo de la Iglesia se esté fomentando, con frecuencia, una espiritualidad que tiende a marginar a Jesús como algo irrelevante y de poca importancia. Los seguidores de Jesús no podemos vivir una espiritualidad seria, lúcida y responsable si no está inspirada por su Espíritu. Nada más importante podemos hoy ofrecer a las personas que una ayuda a encontrarse interiormente con Jesús, nuestro Maestro y Señor. Cáritas, Manos Unidas, Mensajeros de la Paz y Entreculturas rinden cuentas de su trabajo en el país
“Es hora de llevar la justicia a Haití”, aseguran los expertos a pie de campo Las ONG ven “inadmisible” que aún no se haya desescombrado en Haití Un año después, Cáritas en Haití El Papa envía 1.200.000 dólares para la población de Haití Manos Unidas en Haiti.mp4 Entrevista con el Padre Ángel (Presidente Mensajeros de la Paz- Terremoto Haití) EntrevistaSoniaAdames_HAITI.mp4 Ayuda a Haití Cáritas- Ventana Digital Waldo Fernández Fernández. Manos Unidas. Mensajeros de la Paz Ayuda a Haiti Caritas aid and relief effort in Haiti Visit to Mexico by Bishop Pierre Dumas President of Caritas Haiti La población no puede esperar más. Los haitianos llevan un año sufriendo, muriendo de sed y de hambre, sin techo y sin medios de vida El 12 de enero de 2010, la Tierra bramó en Haití. Un brutal terremoto sembró de muerte y destrucción el pequeño país caribeño, ya entonces uno de los más pobres del mundo. Cientos de miles de muertos, millones de desplazados, el caos se apoderó de Haití. Todavía hoy, cientos de miles de hombres y mujeres malviven en la calle, continúa el desgobierno y otra plaga, esta vez en forma de cólera, sigue cobrándose la vida de este rincón abandonado de Dios. O no tanto. Como diría Forges, el mundo no se ha olvidado de Haití. La solidaridad internacional hizo de este país un símbolo, hasta el punto de que los donativos, por primera vez en mucho tiempo, superaron todas las expectativas. Queda mucho por hacer, pero las principales ONG -entre ellas, las católicas, Cáritas, Manos Unidas, Entreculturas o Mensajeros de la Paz- prosiguen, con esperanza y trabajo, conscientes de que hay un futuro para Haití Pese al esfuerzo, son muchos los escombros que todavía no han sido retirados, los edificios que aún siguen derruidos, las aceras inexistentes, los parques sin flores…. Miles de desplazados continúan deambulando por las calles de Puerto Príncipe. Como afirma Manos Unidas, “de una u otra manera, todos han terminado siendo víctimas directas o indirectas de la catástrofe. En Haití está todo por hacer: en el ámbito de la educación, de la salud, de la gobernabilidad, en el aspecto productivo y en el de la infraestructura: las carreteras, la vivienda, la recogida de basuras, el cuidado del medio ambiente… Todo”. Esta asociación, que trabaja desde hace décadas en el país con socios locales, constata cómo el horror y el descontrol que surgió tras la catástrofe “no es fruto del temblor, sino de las grandes carencias estructurales, derivadas de doscientos años de injusticias de toda índole permitidas, cuando no provocadas, por la comunidad internacional”. Por ello, defienden, “creemos que es hora de llevar la justicia a Haití. Es el momento de poner en marcha nuestros esfuerzos, cada uno en su ámbito de actuación, para intentar revertir esa tendencia y garantizar el disfrute de los derechos humanos básicos para todos los haitianos”. La recaudación contabilizada en Manos Unidas, desde la apertura de la cuenta de emergencia tras el terremoto de Haití y hasta hoy, asciende a 3.538.660,00 euros. Manos Unidas ha enviado la ayuda en dos fases: en una primera, se mandaron fondos para paliar la emergencia más inmediata (apoyo para la obtención de alimentos, agua y medicinas). En la segunda, los fondos se destinaron al apoyo a la rehabilitación productiva - agropecuaria, reactivación de la actividad educativa y construcción - y a la reconstrucción de viviendas para damnificados. Por su parte, Cáritas Española ha podido llevar ayuda directa a 367.500 damnificados a través de un importante paquete de proyectos a los que se han destinado un total de 7.448.146 euros. Un año después, los programas de emergencia y reconstrucción de Caritas en Haití están consolidados. Para mayo de 2011, Caritas Internationalis habrá invertido más de 217 millones de dólares en el país. Esto incluye la distribución de kits de higiene y ayuda alimentaria, infraestructura y proyectos de vivienda, educación, agua, salubridad, fomento de capacidades y programas de salud. Asimismo, dentro de esta respuesta se incluyen necesidades de emergencia adicionales provocadas por los huracanes, inundaciones y la epidemia de cólera que han azotado el país en los útlimos meses. El padre Ángel, presidente y fundador de Mensajeros de la Paz, se encuentra ahora en Haití. El sacerdote fue uno de los primeros en llegar a la zona afectada, gracias al trabajo que realiza Mensajeros de la Paz en República Dominicana. Desde Puerto Príncipe, el padre Ángel insiste en que “Haití sigue necesitando de la ayuda y la solidaridad de todos, pero es imprescindible que se cumplan las promesas de los gobiernos y de la Comunidad Internacional. Un año después apenas se ha hecho efectivo un 20% de la ayuda prometida a Haití. Es inadmisible”. “La solidaridad de los ciudadanos está llegando a los haitianos a través del trabajo de las ONG, pero la situación del país excede con mucho lo que podemos hacer nosotros. Es urgente empezar la reconstrucción de edificios, viviendas, carreteras, saneamientos, escuelas y hospitales. No vale decir que el gobierno es débil y esperar a que venga otro más fuerte. La población no puede esperar más. Los haitianos llevan un año sufriendo, muriendo de sed y de hambre, sin techo y sin medios de vida. Las enfermedades infecciosas proliferan en un país donde no hay alcantarillado ni recogida de basuras, y más del 90% de la población no tiene acceso al agua potable. El cólera ha provocado cerca de 4.500 muertes según los datos oficiales, pero apenas hay estadísticas sobre los fallecimientos a causa de la malaria, o el tifus. Las gastroenteritis, por ejemplo, cuestan la vida a cientos de niños haitianos cada día”. Durante 2010 Mensajeros de la Paz ha enviado a Haití más de 700 toneladas de ayuda (medicamentos, material de primera necesidad, ropa, y material sanitario) y se ha desplazado a más de 30 cooperantes y voluntarios sanitarios para atender a los damnificados del terremoto. Además, en el terreno se trabaja en estrecha colaboración con organizaciones y ordenes religiosas haitianas, y algunos misioneros españoles. Entre los proyectos de inminente apertura en 2011 está la creación de una granja agrícola y un proyecto de microcréditos agropecuarios en zonas rurales de Haití. También está prevista la construcción de un hospital y de un hogar-escuela para 250 niños. Finalmente, Luis Arancibia, director adjunto de Entreculturas, también se encuentra en Haití, comprobando el trabajo realizado por esta ONG jesuita, que trabaja conjuntamente con el Servicio Jesuita a Refugiados. Este servicio ha denunciado recientemente las masivas expulsiones de haitianos refugiados en República Dominicana. Un año después, el mundo sigue mirando a Haití. Una herida que sigue sangrando en el corazón del planeta. El evangelio de Mateo se escribe para cristianos procedentes del judaísmo, de ambiente más bien fariseo, cumplidor de la Ley, y que su propósito fundamental es presentar a Jesús como cumplimiento de las Escrituras, como el Mesías, el que había de venir, el que anunciaron los profetas.
En este contexto, los relatos de la infancia de Jesús, aunque cuenten sucesos, tienen sobre todo valor por su significado. Presentando a los sabios de oriente que acuden a adorar al Niño, Mateo conecta la figura de Jesús con el Mesías, el Cristo anunciado, luz de las naciones, como cumplimiento de las profecías antiguas, en las que Jerusalén se presentaba como la Ciudad definitiva a la que acudían las naciones. Se trata, por tanto, de un relato del que importa más que nada su sentido simbólico: Jesús es la presencia definitiva, el que ha de venir, el que esperan todos los pueblos. Este es el centro del mensaje, la intención del texto. Otros aspectos (quiénes eran estos Magos, de dónde venían, qué señal vieron en el cielo…) son secundarios. Los especialistas han estudiado minuciosamente todos estos datos, han buscado qué fenómeno astronómico pudo haber sucedido, si fue un cometa, una conjunción de planetas… Nos interesa poco. Incluso podemos decir que Mateo no señala ningún acontecimiento sucedido en los cielos, sino que utiliza los símbolos propios del Antiguo Testamento para expresar quién es este Niño: la Luz de las Naciones. En este sentido, es muy significativo el orden de las ideas que expone Mateo al principio de su evangelio. En un libro destinado a cristianos de origen judaico, Mateo plantea el principio de su evangelio así: Referencia Tema Mensaje CAPÍTULO 1º (1;1-18) Genealogía de Jesús Hijo de David como estaba anunciado en la escritura CAPÍTULO 1º (1;18-25) El sueño de José Cumplimiento de la profecía de Isaías 7,14 (una virgen concebirá) CAPÍTULO 2º (2;1-13) Los Magos Luz de las naciones. Cumplimiento de las profecías. CAPÍTULO 2º (2;13-23) Huída a Egipto. Regreso – Nazaret Cumplimiento de las profecías. CAPÍTULO 3º Predicación del Bautista. Bautismo. “Este es el que esperábamos” Por este artificio literario entendemos muy bien que para Mateo los sucesos son siempre confirmación de un mensaje. Este acontecimiento concreto, los magos de Oriente, tiene por tanto un sentido mucho más trascendente que la pura historia: se trata de presentar a Jesús como “El definitivo”, el mesías esperado, no sólo Luz de Israel, sino Revelación definitiva de Dios para todos los Pueblos. Esto era lo que se anunciaba en la profecía de Isaías (aunque los judíos contemporáneos a ese escrito lo entendieran como el triunfo futuro de Jerusalén) y esto es lo que proclama ya claramente Pablo: que Jesús no es patrimonio de Israel, sino de la humanidad entera. Es ésta una fiesta para reflexionar sobre la palabra “católico”, que significa “universal”, y en la tristeza que sentimos al advertir que en este momento significa para muchos todo lo contrario, es decir, una parte, sólo una parte, de los seguidores de Jesús. Universal significa desde luego que el mensaje de Jesús es para todo ser humano, y es ésta la misión que Jesús encomienda a los suyos: ir por todo el mundo y anunciar a todos la Buena Noticia. Pero sus consecuencias y su fundamento son más profundas aún. “Universal” significa también que nadie, ninguna cultura, ningún pueblo, ninguna tradición humana puede arrogarse el privilegio de apoderarse de la Palabra. Jesús fue un asiático judío, no un occidental ni un romano. Pero su mensaje no es asiático ni judío, (aunque en el Nuevo Testamento lo encontramos expresado en moldes culturales judaicos) sino universal. Es un tema de urgente examen de conciencia para nosotros la Iglesia católica apostólica romana. Nuestra teología se basa en conceptos griegos, nuestro derecho se asienta sobre el derecho romano, nuestros ritos se entienden desde los del Antiguo Testamento … Es posible sospechar que, cuando anunciamos a Jesús al mundo, lo ofrecemos vestido con nuestra cultura y nuestros modos de entender, nuestros ritos y nuestros símbolos. Convertirse a Jesús significa para muchos pueblos convertirse a modos occidentales de pensar, de rezar, adoptar nuestra metafísica y nuestros símbolos, renunciar a sus modos ancestrales de pensar, de expresar. ¿Qué universalidad tiene todo esto? Jesús no se servía de ninguna metafísica. Nosotros sí. Y todo el que hoy quiera creer en Jesús tendrá que expresarlo con nuestra metafísica. Jesús no prescribió ningún rito: nosotros los hemos ido creando. Y todos los que hoy quieran celebrar su fe en Jesús tendrán que hacerlo con nuestros ritos, y sólo con ellos… ¿Por qué en vez de ser nosotros abiertos a lo universal queremos que todos acepten como único válido lo nuestro? Hay un ejemplo increíble pero cierto de todo esto: la lengua litúrgica en las misiones. En los siglos de la gran expansión misionera de la Iglesia, a partir del siglo XVI, los misioneros, admirables por supuesto, celebraron la eucaristía (la santa Misa) entre los indígenas convertidos o invitados a convertirse y, por supuesto, lo hacían en latín. Más aún, por los años sesenta del siglo XX, cuando empezaban a soplar los vientos de la liturgia en lengua “vulgar”, muchos oímos por moralistas y canonistas teóricamente autorizados que la fórmula de la consagración dicha en “lengua vernácula” era inválida; no sólo ilícita, porque estaba mandado hacerla en latín, sino inválida, es decir “que no surtía efecto”. ¿Tendremos que recordar que los evangelistas no tuvieron escrúpulo en traducir a Jesús del arameo al griego, y que el latín es sólo la lengua oficial que sustituyó al griego siglos más tarde? ¿Por qué se llegó a conferir a esa lengua el título y privilegio de sagrada y única lícita para todos los pueblos? ¿Porque era “la nuestra”, es decir, la que solamente entendían los iniciados? Los magos de Oriente (que sean tres y que fueran reyes no aparece por ninguna parte en los evangelios canónicos) son un signo y una invitación a la universalidad, una llamada a la universalidad que los primeros seguidores de Jesús entendieron con esfuerzo y dolor y llevaron a cabo no sin profundas crisis y desgarros. Ésta es la tesis de los Hechos de los Apóstoles: el cambio de una iglesia de mentalidad judaica, que pretendía que había que ser judío para seguir a Jesús, a una iglesia abierta a otras mentalidades, en aquel caso a la mentalidad griega. Pablo fue el que abrió a la Iglesia, el que la sacó de su crisálida judía y la echó a volar a todas las culturas. Incluso el cuarto evangelio tuvo la osadía de expresar a Jesús con términos prestados por la filosofía de la época. La conclusión es sencilla: no hacer dogmas de nuestros modos de expresar, ni de celebrar. Estar dispuestos a que todos los seguidores de Jesús nos enseñen cómo expresarlo y celebrarlo. Esto significa que tenemos que fiarnos de Jesús, del Espíritu, mucho más que de nuestras formas de entenderlo. Al leer el relato de los magos de Oriente, ¿nos hemos conformado con entender una bonita y sorprendente anécdota de la infancia de Jesús? Y, de la misma manera, en muchos relatos de los evangelios cuyo valor fundamental es simbólico, ¿los hemos reducido a lo simplemente histórico, perdiendo así su significado y su mensaje? Las parábolas no son narración de sucesos, pero encierran el corazón del mensaje de Jesús. La Ascensión de Jesús a los cielos no fue un suceso “fotografiable”, pero encierra nuestra mayor profesión de fe en Jesús. La concepción virginal tiene un alto significado: Jesús como obra del Espíritu. Pero nosotros preferimos fijarnos en lo que sucedió y pudieron ver los ojos, olvidando su significado. Y así, nuestra mente occidental encadenada a la verificación experimental de nuestras certezas, nos oculta buena parte del mensaje de los evangelios. Previamente a anunciar a Jesús al mundo entero, debemos despojarnos de nuestras certezas culturales. Jesús, no nuestra cultura, es la norma. Esto desafía también a nuestra propia imagen de Jesús. Todas las épocas y todas las personas se han imaginado a Jesús como perfección de lo que a ellas les parecía correcto. Pero es al revés: debemos poner nuestros cánones de corrección ante Jesús, para que sea Jesús quien los corrija. Empezamos el tiempo ordinario del año litúrgico. A lo largo de todo el año vamos desgranando los más importantes acontecimientos de la vida pública de Jesús. Es lógico que empecemos con el primer hecho importante de esa andadura: el bautismo en el Jordán por Juan el Bautista.
Los especialistas dicen que el bautismo es el primer dato de la vida de Jesús que podemos considerar, con una gran probabilidad, como verdaderamente histórico. Sin duda fue muy importante para Jesús que, como ser humano, tuvo que aprovechar todas las circunstancias de su vida para madurar. Fue también muy importante para los primeros cristianos que intentaron comprender su vida y milagros, porque el bautismo deja claro que el motor de toda la trayectoria humana de Jesús fue obra del Espíritu. La hondura de la fiesta la marcan las dos primeras lecturas. Ahí podemos descubrir que va mucho más allá de la narración de una historia más o menos folclórica. Isaías hace un cántico al libertador del pueblo oprimido que la primera comunidad cristiana identificó con Cristo. Is 42,1-7 Sobre él he puesto mi Espíritu para que traiga el derecho a las naciones Pedro hace un resumen muy certero de la vida de Jesús. Hch 10,34-38 Ungido con la fuerza del Espíritu, que pasó haciendo el bien En las tres lecturas se habla del Espíritu como determinante de la presencia salvadora de Dios. La presencia de Dios en la historia se lleva a cabo siempre a través de su Espíritu. Dios es causa primera, y no puede ser causa segunda. Actúa siempre desde lo hondo del ser y sin violentarlo en nada. Por eso decimos que actúa siempre como Espíritu. Aunque el bautismo de Jesús fuera un hecho histórico, la manera de contarlo va más allá de una crónica de sucesos. Cada evangelista acentúa los aspectos que más le interesan para destacar la idea que va a desarrollar en su evangelio. Lo narran los tres sinópticos y Hechos alude a él varias veces. Juan hace referencia a él como dato conocido, lo cual es más convincente que si lo contara expresamente. Dado el altísimo concepto que los primeros cristianos tenían de Jesús, no fue fácil explicar su bautismo por Juan. En ningún caso pudo ser un invento posterior. Si a pesar de las dificultades de explicarlo, se narra en todos los evangelios, es que era un hecho conocido de todos y no se podía escamotear. El hecho de que los relatos del bautismo y las tentaciones estén relacionados en todos los evangelios, es síntoma de una elaboración teológica muy temprana. Pero indican también la extraordinaria importancia de lo que se está diciendo. Los dos episodios se presentan como experiencias fundamentales para la vida de Jesús. La experiencia de la paternidad de Dios y su profunda conexión con Él, y la cercanía del Espíritu. Ambas son las líneas maestras de la vida de Jesús. No tiene mucha lógica, ni siquiera para nosotros, que el bautismo marque el principio de su vida pública. Aceptar el bautismo de Juan, era aceptar su doctrina y su actitud vital fundamental. No se entiende que esa aceptación del bautismo de Juan sea a la vez el comienzo de un proyecto propio, distinto del de Juan. En el brevísimo diálogo entre Jesús y Juan, el evangelista Mateo quiere expresar que Jesús rompe todos los esquemas del mesianismo que esperaba Juan. No es el bautizar a Jesús lo que le cuesta aceptar al Bautista, sino el significado de su bautismo, que trastoca la idea del Mesías juez poderoso, que Juan acaba de manifestar en sus discursos. Es muy probable que Jesús fuera durante un tiempo discípulo de Juan y que no sólo se vio atraído por su doctrina, sino que formaría parte del pequeño grupo de seguidores. Solo después de ser bautizado, desde su propia experiencia interior, trasciende el mensaje de Juan y comienza a predicar su propio mensaje, en el que la idea de Mesías y de Dios que al Bautista había predicado, queda notablemente superada. Con sus constantes referencias al AT, Mateo quiere dejar muy claro que toda la posible comprensión de la figura de Jesús tiene que partir del AT. La manera de hablar es totalmente simbólica. No debemos pensar en fenómenos extraordinarios. Nada de palomas ni de voces celestes. Nada de cielo abierto. Lo que nos cuentan, pasó todo en el interior de Jesús. Lucas nos dice expresamente: “y mientras oraba...” Los demás evangelistas lo dan por supuesto, porque sólo desde el interior se puede descubrir el Espíritu que nos invade. ¿Qué fue lo que pudo pasar? Jesús, una persona ya madura pero inquieta, se siente atraído por la predicación de Juan. No sólo la acepta, sino que se quiere comprometer con las ideas del Bautista. Aceptar el bautismo de Juan es entrar en la dinámica que él predica. Todo ello prepara a Jesús para una experiencia única. Se le abren los cielos y ve claro lo que Dios espera de él. Fiel al Espíritu, da un cambio radical en su vida y se dispone a predicar el Reino de Dios. Desde ese momento, abandona toda otra actividad y dedica todo su tiempo a la predicación de su mensaje. Empieza su vida pública. Jesús no fue un extraterrestre que por ser de naturaleza divina estaba dispensado de la trayectoria que tiene que recorrer todo ser humano para alcanzar su plenitud. Generalmente no nos tomamos en serio esa experiencia humana de Jesús. Pero los primeros cristianos tomaron muy en serio la humanidad de Jesús. Hablar de que Jesús hizo un acto de humildad al ponerse a la fila como un pecador, aunque no tenía pecados, es pensar en una acto teatral que no pega ni con cola a una personalidad como la de Jesús. A este relato nos acercamos con un doble prejuicio. En primer lugar, nuestro concepto de pecado, que no tiene nada que ver con lo que se entendía entones. Por otra parte, el concepto de “conversión”, que asociamos a salir de una situación de pecado. Lo que se nos narra es una auténtica conversión de Jesús, lo cual no tiene que suponer una situación de pecado, sino una purificación de intenciones en su caminar hacia la plenitud. Dios llega siempre desde dentro, no de fuera. Nuestro mensaje “cristiano” de verdades, normas y ritos, no tiene nada que ver con los que vivió y predicó Jesús. El centro del mensaje de Jesús consiste en invitar a todos los hombres a tener la misma experiencia de Dios que él tuvo. Después de esa experiencia de Dios, Jesús ve con toda claridad que esa es la meta de todo ser humano y puede decir a Nicodemo: “hay que nacer de nuevo”. Porque él ya había nacido del agua y del Espíritu. El bautismo de Jesús tiene muy poco que ver con nuestro bautismo. El relato no da ninguna importancia al bautismo en sí, sino a la manifestación de Dios en Jesús por medio del Espíritu. Fijaros que Mateo dice expresamente: “apenas se bautizó, Jesús salió del agua…”. Marcos dice casi lo mismo: “apenas salió del agua…” Lucas dice: “y mientras oraba…”. La experiencia tiene lugar una vez concluido el rito del bautismo. En los evangelios se hace constante referencia al Espíritu para explicar lo que es Jesús: "Concebido por el Espíritu Santo"; "Nacido del Espíritu Santo"; "Desciende sobre él el Espíritu Santo." "Ungido con la fuerza del Espíritu." "Yo bautizo con agua, él os bautizará con Espíritu Santo y fuego"; "El Espíritu es el que da vida, la carne no vale para nada"; "Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es Espíritu”. La alusión a los cielos que se abren definitivamente, es la expresión de una esperanza de todo el AT. (Is 63,16) “¡Ah si rasgasen los cielos y descendieses!” La comunicación entre lo divino y lo humano, que había quedado interrumpida por culpa de la infidelidad del pueblo, es desde ahora posible gracias a la total fidelidad de Jesús. La distancia entre Dios y el Hombre queda superada para siempre. La voz la oyó Jesús dentro de sí mismo y le dio la garantía absoluta de que Dios estaba con él para llevar a cabo su misión. Pero también estaba en condiciones de decir a todos los hombres, que Dios nunca se separa del hombre por mucho que los hombres nos separemos de él. Estamos celebrando el verdadero nacimiento de Jesús. Y éste sí que ha tenido lugar por obra del Espíritu Santo. En adelante, todo lo que diga y haga será la manifestación continuada del Reinado de Dios que experimentó en él mismo. Dejándose llevar por el Espíritu, se encamina él mismo hacia la plenitud humana y de esa manera, nos marca el camino de nuestra propia plenitud. Pero tenemos que ser muy conscientes de que sólo naciendo de nuevo, naciendo el agua y del Espíritu,podremos desplegar todas nuestras posibilidades humanas. No siguiendo a Jesús desde fuera, como si se tratara de un líder, sino entrando como él en la dinámica de la vivencia interior. La presencia de Dios en el hombre tiene que darse en aquello que tiene de específicamente humano; no puede ser una inconsciente presencia mecánica ni automática. Dios está en todas las criaturas como la base y el fundamento de su ser, pero solo el hombre puede tomar conciencia de esa realidad y puede vivirla. Esta es su meta y el objetivo último de su existencia. En Jesús, la toma de conciencia de lo que es Dios en él, fue un proceso que no terminó nunca. En el relato del bautismo se nos está hablando de un paso más, aunque decisivo, en esa toma de conciencia. Meditación-contemplaciónJesús vio que el Espíritu bajaba sobre él. Ésta es la experiencia máxima de un ser humano Si tenemos en cuenta que Dios-Espíritu no tiene que venir de ninguna parte, porque está en nosotros antes de que nosotros empezáramos a ser. ...................... Descubrir el Espíritu en lo hondo de mi ser, es el segundo nacimiento que Jesús pide a Nicodemo. Con esa experiencia, comienza otra Vida que es la verdadera. Es la misma Vida que es Dios la que se despliega en mí. ....................... No tengo que romperme la cabeza para conseguirla. Es un don que el mismo Dios me ha hecho ya. Estoy preñado de Dios Lo único que tengo que hacer es atreverme a darle a luz. |
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