Con el Concilio Vaticano II los católicos retiramos las acusaciones de deicidio contra los judíos. Sin embargo, Benedicto XVI tuvo que recordar que el pueblo judío no fue el culpable de la condena a muerte de Jesús, en referencia a las continuas acusaciones de deicidio a los judíos que propició su persecución despiadada, durante siglos. Lo correcto desde la realidad histórica es lo que cuentan los evangelios de Juan y Marcos referidos, sobre todo, a la aristocracia del Templo, a los dirigentes religiosos como culpables de la muerte de Jesús.
A ellos fue a quienes Jesús acusó de hipócritas porque mandaban a los demás hacer lo correcto, pero ellos no lo hacían. Utilizaban la Ley de Moisés como instrumento de dominio del pueblo, ponían severas cargas sobre los hombros de los demás que ellos no ayudaban a llevar. Quisieron figurar los primeros en todo, fijándose en la paja del ojo ajeno sin atender la viga en el suyo. Y descuidaron lo más importante del mensaje de Dios: la justicia, la misericordia y el amor. ¿No pasa también algo de esto en la Iglesia actual? Una parte relevante de la jerarquía eclesiástica y curial aparecen pocas veces al lado de los pobres y del pueblo, mezclados con la gente en alguna reivindicación, cerca de los oprimidos. Casi nunca habla de justicia, no quiere quedar mal con los poderosos aunque esto suponga quedar mal con los prioritarios del Evangelio. En la práctica, para esos dirigentes y sus seguidores, la institución es más importante que el Mensaje. En cualquier otro momento histórico, Jesús hubiera sido incómodo y poco amigo de las seguridades mundanas de las autoridades religiosas acomodadas en sus rigideces y rigorismos ¿No estará pasando ahora algo de esto? ¿Quiénes ahuyentan de la comunidad católica a tantas personas con sus actitudes? ¿Quiénes son hoy la aristocracia del Templo con su clericalismo? ¿Quiénes son los príncipes de la Iglesia que le hacen la vida imposible al Papa Francisco y a su magisterio? ¿Quiénes priorizan el poder jerárquico eclesial por encima de la sinodialidad, la comunidad fraterna en actitud de misericordia que atraiga la Buena Noticia? Son los que dejaron atrás la autoridad de pastores (ejemplo, confianza, acogida en escucha…) para comportarse desde el poder, la vanagloria y el dinero, algo denostado por Jesús. La espantada de fieles que dejan la Iglesia institución no para de crecer y toda la culpa no la tiene “el mundo”. No existe autocrítica, no se percibe humildad en las cuestiones que frenan la evangelización: se dice tan ricamente que las inmatriculaciones son legales; lo serán, pero es algo que bordea el cinismo por el acopio de bienes comunales que solo una ley ventajista de Aznar ha permitido hacer dejando un poso de escándalo. Se critica al Papa que no condene con dureza la homosexualidad cuando se dice que es un pecado al tiempo que se montan escuelas para curarla como desviación enfermiza. ¿En qué quedamos?, ¿pecado o enfermedad? Y lo renuentes que están siendo en algunas conferencias episcopales con la pederastia… a regañadientes y ante los hechos consumados y probados, afrontando la realidad a la defensiva y demostrando poco corazón. Tantos escándalos financieros que “los de siempre” observan preocupados solo por la publicidad y la actitud del Papa… ¿Qué Iglesia institución es esta, que debiera ser el instrumento para que nos vean como el Pueblo de Dios abierto al mundo? La imagen institucional católica es desastrosa y salpica a lo muchísimo bueno que se hace día a día. Se mira mal que la Iglesia entre en política desde el compromiso mientras se mantiene el Estado vaticano. Mientras tanto, es tremendo el esfuerzo que hace el Papa Francisco por actualizar el Mensaje a este tiempo, mostrando su magisterio con actitud ejemplar que presenta a un Cristo Buena Noticia para todo el mundo, a pesar de los frentes liderados por algunos de los suyos. La institución eclesial se pudo permitir antaño muchas cosas dado el protagonismo social con que contaba. Ahora nos vamos acercando en el Primer Mundo, sobre todo, a la realidad de las primeras comunidades que sufrían la precariedad, la fragilidad, la falta de relevancia social, pero cuyo testimonio fraterno revolucionó la existencia poniendo al Buena Noticia en el primer plano de la historia por su ejemplo evangelizador. Quizá necesitemos otro baño de humildad para anunciar a Cristo como Él anunciaba al Padre: como el Hijo del hombre que no tiene donde reclinar la cabeza. Hasta entonces nos queda un purgatorio por delante porque no somos creíbles como institución, por acción o por omisión, sin autocrítica alguna aparente y confundiendo el medio con el fin. Esto perjudica la actitud de servicio diaria, a pie de calle, porque el escándalo vende más que la solidaridad. Afortunadamente, el Espíritu se mueve en otros planos que hacen respirar el amor de Dios con fuerza dentro y fuera de la Iglesia. Esto es más importante.
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