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Fiesta de la Virgen de Guadalupe

12/12/2010

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Queridos Hermanos:

Está terminando en la Basílica de Nuestro Señora de Guadalupe la tradicional procesión que recorre todos los pueblos de América Latina en pos de una Virgen que es muy nuestra. Apenas ingresado nuestro continente a la civilización, María acudió a la montaña del Tepeyac para presentarnos una presencia de la Iglesia, con fisonomía muy propia. No era una mujer europea, ni una india de nuestro continente recién descubierto, es la expresión del mestizaje, la raza nueva que en aquel momento surgía en la Historia. Y así la dulce morenita del Tepeyac va a ser desde entonces también la que da la fisonomía propia a la Iglesia de este continente. A mí me interesa mucho, queridos católicos, que tengamos de nuestra religión el concepto auténtico, ahora tan falseado, tan calumniado y que tengamos la idea de un Dios que al traernos la cruz de su Cristo a nuestro continente quiso personificar esta religión redentora en la figura bendita de María bajo esa fisonomía propia de América Latina.

Y así surge una Iglesia, principalmente, me parece a mí, con estas tres características que marcan la fisonomía propia de nuestra idiosincrasia, de una Iglesia que redime al continente latinoamericano, con la potencia del Evangelio pero con característica propia. Son estas tres:
1º. El espíritu de pobreza
2º. Su inserción en la historia de nuestros pueblos
3º. El connubio inseparable entre la evangelización y la promoción.

Tratemos de explicar brevemente, en honor de la Virgen de Guadalupe, para utilidad de nuestra fe, estas tres notas que le dan la fisonomía propia al catolicismo latinoamericano.
 


1º. EL ESPÍRITU DE POBREZAEn primer lugar digo que se caracteriza María y la Iglesia en América por la pobreza. María, dice el Concilio Vaticano II, se destaca entre los pobres que esperan de Dios la redención. María aparece en la Biblia como la expresión de la pobreza, de la humildad, de la que necesita todo de Dios y, cuando viene a América, su diálogo de íntimo sentido maternal hacia un hijo lo tiene con un indito, con un marginado, con un pobrecito.

Así comienza el diálogo de María en América, en un gesto de pobreza. Pobreza que es hambre de Dios, pobreza que es alegría de desprendimiento. Pobreza es libertad, pobreza es necesitar al otro, al hermano y apoyarse mutuamente para socorrerse mutuamente. Esto es María y esto es la Iglesia en el continente. Si traicionó alguna vez la Iglesia su espíritu de pobreza, no fue fiel al Evangelio que la quería destacada de los poderes de la tierra, no apoyada en el dinero que hace felices a los hombres. Apoyada en el poder de Cristo, apoyada en el poder de Dios: esta es su grandeza. Por eso María le enseña a la Iglesia, principalmente en América Latina, entre los pueblos pobres, entre la gente descalza, entre la gente marginada, la necesidad de esa Virtud para salvarse. No es que están condenados los que tienen, sino que tienen que hacerse humildes, tienen que hacerse pobres, necesitados de Dios, si quieren encontrar el perdón y la gracia de la salvación. No hay otro camino y en América Latina la Virgen y la Iglesia marcan este grito de redención. "Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos". Le damos gracias a María por haber marcado, desde el inicio de nuestra civilización cristiana en el continente, con esa marca bendita de la pobreza evangélica, a la cual nos está invitando esta noche para ser felices con la felicidad del Evangelio.
 


2º. SU INSERCIÓN EN LA HISTORIA DE NUESTROS PUEBLOSEn segundo lugar, queridos hermanos, María es la imagen de una Iglesia que no quiere sentirse al margen de la historia, sino que quiere estar en plenitud en la vida de los pueblos. Apenas descubierta América, María se insiere, María vive con nuestra historia. Aquí está la muestra. Nuestro pueblo siente que María es algo del alma de nuestro pueblo, y así lo sienten todos los pueblos latinoamericanos. Nadie se ha metido tan hondo en el corazón de nuestro pueblo como María. María, pues, es la imagen también, un reclamo, de una Iglesia que está presente con la luz del evangelio como Dios la quiere, en la civilización de los pueblos, en las transformaciones sociales, económicas, políticas; no se puede prescindir de un evangelio que nos amamantó, no podemos traicionar una Iglesia, un Dios que nos ha dado los secretos de los verdaderos caminos por donde los hombres se hacen felices.

Una Iglesia al margen de la historia no sería la Iglesia redentora de los hombres. Una Iglesia que quiere estar presente, como María, en el corazón de cada hombre y en el corazón de cada pueblo es la verdadera y auténtica Iglesia de Cristo. Por eso bendecimos a María de Guadalupe por habernos dejado este gesto sublime de vivir tan hondo en el corazón de nuestro pueblo. Y hagamos entonces, queridos católicos, porque ustedes y yo somos la Iglesia, que la Iglesia, que llevamos por nuestra fe, sea luz del mundo, sal de la tierra, ejemplo en el hogar, fidelidad al deber bien cumplido; ser salvadoreños que tratan de hacer honor a su trabajo, a su honradez, a su fe para que no suceda aquello que dice el Concilio: "El pecado más grave de nuestro tiempo es el divorcio entre la fe y la vida". Que esa fe de nuestra Iglesia, que llevamos desde nuestro bautismo, sea la sal y la luz en medio del mundo en que nos toca vivir.
 


3º. EL CONNUBIO INSEPARABLE ENTRE LA EVANGELIZACIÓN Y LA PROMOCIÓNY finalmente, hermanos, María es el modelo de una Iglesia que sabe conjugar la evangelización y la promoción. Una evangelización sin el amor al hombre para promoverlo sería una evangelización falsa, mutilada; una religión que no se preocupa de promover a nuestro pueblo, de enseñar a leer a nuestros analfabetos, de incorporar a la civilización tantas marginaciones de nuestra sociedad, no sería la verdadera Iglesia redentora. Evangelizar y promover, he ahí la gran tarea, como María, que no solamente cree y es feliz por su fe sino que al pie de la cruz, junto al Redentor, es la colaboradora más íntima de la gran promoción de la renovación cristiana de los hombres.

Esta es la verdadera promoción, la verdadera liberación que la Iglesia aprendió de María y de los grandes cristianos, a renovar al hombre porque no puede haber un continente nuevo sin hombres nuevos, sin corazones renovados por la redención cristiana, sin corazones y almas que sean como María, santos que, al pie de la cruz, saben desparramar la sangre redentora de Cristo para salvar a las sociedades de nuestro continente.

Bendito sea Dios, hermanos, que la Virgen de Guadalupe es todo un signo de nuestra religión. Tratemos de imitarla, que nuestra presencia aquí no sea solamente una procesión folclórica sino que sea una reflexión profunda para vivir como Ella, insertos en la sociedad, pero llevando a ella la sal de nuestra fe, y promoviendo esos cambios profundos que nuestra sociedad exige para no vivir en un ambiente de pecado sino para convertirnos a la verdadera redención.

Vamos a ofrecer, unidos con María, la gran devota, la gran cristiana, la gran latinoamericana, la Virgen de Guadalupe presente en el alma de cada uno de nosotros, para ofrecerle a Dios el sacrificio inmaculado del cuerpo y de la sangre de Cristo que redime a nuestros pueblos.

Creemos en un sólo Dios...

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    Monseñor Óscar Arnulfo Romero y Galdámez

     Ciudad Barrios, El Salvador; 15 de agosto de 1917 – † San Salvador, (Id.), 24 de marzo de 1980) conocido como Monseñor Romero,[1] fue un sacerdote católico salvadoreño y el cuarto arzobispo metropolitano de San Salvador (1977-1980). Se volvió célebre por su predicación en defensa de los derechos humanos y murió asesinado en el ejercicio de su ministerio pastoral.

    Como arzobispo, denunció en sus homilías dominicales numerosas violaciones de los derechos humanos y manifestó públicamente su solidaridad hacia las víctimas de la violencia política de su país.[2] Su asesinato provocó la protesta internacional en demanda del respeto a los derechos humanos en El Salvador. Dentro de la Iglesia Católica se le consideró un obispo que defendía la "opción preferencial por los pobres". En una de sus homilías, Monseñor Romero afirmó: "La misión de la Iglesia es identificarse con los pobres, así la Iglesia encuentra su salvación." (11 de noviembre de 1977)

    En 1994, una causa para su canonización fue abierta por su sucesor Arturo Rivera y Damas. A partir de este proceso, Monseñor Romero ha recibido el título de Siervo de Dios.[3] En Latinoamérica muchos se refieren a él como San Romero de América.[4] Fuera de la Iglesia Católica, Romero es honrado por otras denominaciones religiosas de la cristiandad,[5] incluyendo a la Comunión Anglicana.[6] [7] Él es uno de los diez mártires del siglo XX representados en las estatuas de la Abadía de Westminster, en Londres,[8] y fue nominado al Premio Nobel de la Paz en 1979.

     

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