Se echan las manos a la cabeza quienes sostienen que el Papa no ha dicho nada nuevo esta mañana en el Aula Pablo VI. Que en ningún rincón del Catecismo o del Código de Derecho Canónico dice que los divorciados vueltos a casar están excomulgados, que una cosa es no poder comulgar y otra estar fuera de la Iglesia... Y dicen bien. Porque lo importante de las palabras del Papa, como todas las que lleva diciendo desde el inicio de su Pontificado, no están en la alteración -o no- de la ley, sino de anteponer el hombre a la Ley. Ya saben, el hombre al sábado, que diría un tal Jesús al que algunos tienen tan olvidado...
Y es que la revolución que trae Francisco no es la de las normas, sino la de la actitud. La de la misericordia, la de la cercanía, la del abrazo. No la del dogma, el ordeno y mando, la estructura. Aunque haya cambios, que los habrá. Lo relevante no es saber si los divorciados vueltos a casar están o no excomulgados, sino conseguir que, en la práctica, formen parte de la comunidad en igualdad de condiciones al resto de seguidores de Jesús. Tomando cada caso, como el propio Bergoglio explica -no se queden en la frase, para un lado o para otro, escuchen, vean el vídeo (este Papa improvisa mucho, y sus palabras son más de las que aparecen en los discursos oficiales)-. Cualquier otra reducción se me antoja maniquea. Son tiempos de revolución: en las calles, en la política, en la economía, también en la Iglesia. Una revolución de la ternura, de la comprensión, del testimonio de vida coherente, de las puertas abiertas, de considerar al otro miembro de mi propia especie, de mi familia, de mi entorno. De dejar a un lado el descarte, ya sea en las sacristías o en las cárceles al aire libre de Melilla, Calais, Lampedusa, Belén... De abrir de par en par puertas y ventana para que se renueve el aire. Y de aprender a respirar, por supuesto. Que en demasiadas ocasiones se nos ha olvidado. La libertad, como el amor, como la fe en el Dios vivo, hay que conquistarla, y vivirla, día a día. Lo demás, simplemente palabras. Vacías, insulsas, muertas. Como la letras de las leyes que no miran el rostro de la persona en la que se aplican. Esa es la revolución de Francisco. Y la del Evangelio.
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La decisión del papa Francisco de crear un tribunal especial para juzgar a los obispos que encubran casos de pederastia entre sus subordinados merece ser alabada: supone un paso decisivo en la lucha contra los abusos sexuales contra menores en la Iglesia católica.
El gran escándalo público en el que la institución que ahora preside Bergoglio se ha visto envuelta en la última década y media viene tanto de los hechos en sí como del manto de silencio interno que garantizaba la impunidad de los agresores y el desamparo total de las víctimas. En los testimonios de estas se repite sistemáticamente cómo sus denuncias fueron desoídas; y ellas, despreciadas, a veces con el silencio y a veces —aún peor— con absurdos consejos o amenazas. Lo que el Papa ha ordenado crear es precisamente una vía —triple y con final en la Congregación para la doctrina de la fe, el antiguo Santo Oficio— que garantice que las víctimas puedan ser escuchadas y que la investigación afecte tanto a los autores de los abusos como a los obispos que los encubran. Porque son esos obispos encubridores quienes tienen, después de los abusadores, más responsabilidad en los hechos. En una organización tan jerarquizada y vertical como la Iglesia, los prelados cuentan con todo el poder para frenar estas situaciones intolerables. Más allá de las medidas de fuero interno que pueda adoptar la Iglesia, conviene recordar que en los códigos penales de los países democráticos el encubrimiento constituye un delito punible. Los encubridores deben responder ante las leyes civiles, independientemente de las sanciones a las que sean sometidos por las organizaciones a las que pertenezcan. Y esto afecta también a los obispos. Francisco dijo al comienzo de su pontificado que quería pastores que “huelan a oveja”. Con esta medida les deja bien claro además que no pueden ser ni siquiera amigos de los lobos. |
Jesus Bastante
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Enero 2016
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