La libertad mas allá de un derecho, es un deber. Creemos ciegamente que el ser humano debe ser libre por naturaleza, pues no; el ser humano tiende a la libertad al descubrir la grandeza del misterio de Dios. Desde el misterio, un misterio que no busca comprensión, radica la amada libertad. Solo el pensamiento y la búsqueda infinita del amor pueden entender que la libertad no es un objeto sino la creencia firme y sincera de hacer la voluntad de Dios. Pero no basta con hacer la voluntad de Dios… En el ejercicio del combate, para poder alcanzar, defender y sostener la voluntad de Dios se mantiene la vigencia infinita de esa libertad.
La libertad mas allá de ser un derecho, es un deber. Es un deber del que tenemos que rendir cuentas en algún momento a Dios. Cuentas de si nos sostuvimos desde esa libertad y la perseguimos en el afán de la plenitud. No es necesario buscar el origen de esa libertad, sino el destino de esa que llamamos libertad. Si ella tiende a Dios es entonces la repuesta real de nuestra vida. Si esa libertad nos aleja de lo pasional y nos enciende la pasión de entregarnos en amor es ahí donde vemos su esencia. La libertad no es el objeto preciado u el trofeo de la guerra, ni tampoco es el resultado o la consecuencia de ella; es la maravillosa acción del espíritu en respuesta a nuestro amor. La libertad mas allá de ser un deber, es un derecho. Es un derecho el acercarnos a Dios. El derecho de que nada ni nadie nos aleje de nuestra verdad absoluta; Dios. Un Dios que me pide amar y servir, un Dios que me pide que combata contra la injusticia y la sed de venganza un Dios que me invita a ser parte de la lucha diaria para devolver el amor a su pueblo. Por eso desde mi libertad y hacia mi libertad es que soy Misionero del Amor Sacramentado. Vivo desde ese amor en libertad, tiendo hacia ese amor desde mi libertad y emano libertad desde el triunfo del Amor Sacramentado…
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