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¿Tomamos nuestras decisiones desde el agradecimiento por lo recibido o desde el miedo? por: Mª Guadalupe labrador Encinas. fmmdp

11/13/2020

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Cuando se escribe este evangelio, las primeras comunidades cristianas, están viviendo el tiempo de la espera del Señor. Jesús resucitado, “ha sido llevado al cielo” en lenguaje de Lucas (Hch. 1,11) y “volverá como lo habéis visto subir”. Hay quienes piensan que su retorno es inminente e incluso los que, tomándolo como pretexto, no trabajan, ni hacen nada… “se quedan parados mirando al cielo”.
Desde esta clave escatológica, que nos sitúa en actitud de vigilancia, de espera de alguien que viene, o mejor  que regresa, leemos la parábola de hoy. Es tan conocida y la hemos oído tantas veces que corremos el peligro de reducirla a las ideas de siempre. Vamos a hacer un esfuerzo por leerla como mensaje de Dios para mí, hoy; un mensaje que tiene algo nuevo que decirme.
Como a los empleados de la parábola, nos resulta fácil sentir que el Señor se ha ido, y nos ha dejado aquí solos…  ¡con la pandemia! Pero, también como ellos, tenemos dos realidades a las que agarrarnos. Por una parte los tesoros recibidos. Habitualmente designamos con la palabra “talento” una cualidad personal, una capacidad; sin embargo en la parábola de hoy, el talento era la medida de mayor capacidad que existía y se utilizaba para medir oro, plata y otros metales. Un talento llegó a tener la equivalencia de 6.000 denarios, es decir, el sueldo que podía recibir un trabajador a lo largo de unos 16 años. Era una cantidad increíble, desmesurada.
San Mateo quiso resaltar que los dones que Jesús les entregó antes de irse eran de un valor incalculable, y cuando volviera pediría cuentas del uso que habían hecho de ellos. Además tenemos la seguridad de su vuelta. Nos ha dicho que volvería: tenemos el encargo de esperarle.
Conscientes de ambas cosas nos planteamos, ¿qué dones hemos recibido y qué queremos hacer con ellos? ¿Cómo vamos a esperarle? Son las decisiones vitales que debemos tomar y de ellas nos habla la parábola. Nos muestra dos perspectivas:  a los que toman sus decisiones a partir de lo que el señor les ha dejado y al que decide desde el miedo. Es esencial que tengamos claro desde donde tomamos nuestras decisiones, qué nos impulsa a ellas.
De los que toman sus decisiones desde los dones o tesoros recibidos, nos dice el evangelio que “fueron enseguida a negociar con ellos”. No se paran a pensar lo que les falta, no se obsesionan con no perder lo recibido, salen raudos a sembrar, a negociar, a hacer crecer los bienes. Sin duda, luego vino la búsqueda de los caminos para hacerlo, el arriesgar lo que habían recibido, el tiempo y el esfuerzo invertido… Pero lo decisivo es que se pusieron diligentemente a trabajar con los talentos, mientras esperaban el regreso del señor. A trabajar con lo recibido, no en propiedad permanente, sino con lo que se les había encomendado temporalmente, conscientes de que cuando llegase les pediría cuentas. ¿Somos de esos? ¿Qué estamos haciendo con los dones y posibilidades recibidas?
Y a estos, nos dice el texto, el señor a su regreso los felicita:  "¡Muy bien!”.  Quizá nos sorprenda que no les felicite por lo que han hecho, por cómo lo han hecho o por lo que han ganado… sino que diga a cada uno: “eres un empleado fiel y cumplidor”. Una persona de fiar en lo poco a la que le puede encomendar algo más grande y definitivo y a la que invita a pasar a su banquete.
Entonces resulta que no estamos hablando de trabajo solo, sino de forma de vivir. Que no hablamos de su relación con los bienes encomendados, sino de su relación con el mismo señor.  
El otro personaje es el que toma sus decisiones desde el miedo. ¿A qué tiene miedo? Según el texto, al mismo señor, al que le ha encomendado sus tesoros. Miedo a que las cosas no le salgan como el señor espera, a arriesgar lo recibido y perderlo, o quizá al esfuerzo y compromiso que suponga… Solo tiene un talento, pero es una cantidad inmensa. No tiene motivos para la envidia de los que recibieron cinco.
Muchas veces ponemos el acento en lo que nos falta, cuando lo que tendríamos que plantearnos es: ¿quién necesita lo que hemos recibido en abundancia? Olvidamos que, en muchos textos, el evangelio nos invita a sembrar abundantemente, aun en “terrenos pedregosos o llenos de zarzas”
Quizá hoy nos resulta fácil ponernos en su lugar y sentir que tenemos miedo, muchos miedos… es casi lo habitual. El miedo muchas veces nos paraliza, y nos lleva a tomar decisiones “raquíticas o egoístas”. Y lo grave es que a veces lo intentamos disfrazar de “prudencia”, como si nos mantuviéramos en la norma o en la fidelidad… ¿A qué tenemos miedo? ¿Qué decisiones estamos tomando en la vida desde el miedo? ¿Qué estamos enterrando, preocupados solo de no perderlo?
El evangelio muchas veces nos habla de derroche, de generosidad desbordante, de siembra abundante… Nos advierte que las decisiones que surgen del miedo nacen en sí mismas fracasadas. Desde el miedo renunciamos a crecer, a expandirnos, creemos que solo podemos preservar lo recibido, lo que ya tenemos. Pero no es así, lo que se entierra muchas veces se pudre, lo que encerramos bajo llaves para que no cambie, porque en algún momento fue valioso deja de serlo… Por eso desata la ira del señor, que le dice: No, tú no has cuidado y guardado lo que te encomendé, has dejado que se devalúe, que pierda su significatividad, que crezca, que sea útil para alguien… ¿Qué nos diría a nosotros?
Hemos recibido los tesoros del reino, los bienes que se nos han dado, no para guardarlos, no para enterrarlos, sino para sembrar agradecidos, para arriesgarnos a buscar modos creativos de hacerlos fructificar y comprometernos en ellos. Este tiempo, mientras el Señor vuelve, es el tiempo del que disponemos para hacerlo.
El evangelio de hoy nos invita a actuar, a mantener un modo de espera marcada por lo recibido, no por el temor. A superar el miedo con la esperanza de su retorno y la confianza en su juicio misericordioso. A esperar atentos el regreso del Señor, porque su presencia, entrar con él en su banquete es, con mucho, lo que más deseamos… la decisión última que nos mueve a tomar cualquier otra decisión.
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