Un problema fundamental para la evaluación de la situación económica y fiscal que vivimos – y de la situación general que sufrimos- es la bancarrota de la credibilidad de las instituciones y de las personas en nuestro país. Esto incluye mi institución – la iglesia - y mi vocación- el ministerio ordenado. El caldo donde se cuece nuestra situación es uno ácido que ha corroído los fundamentos de la sociedad. Nuestros espejuelos intepretativos son simplisticamente ideólogicos y acríticos. Ideología, aquí, se reduce a discurso fanático, a falsa conciencia, a bloqueo que se interpone entre nosotros y la realidad. Todo esto ha reducido la convivencia social al cacareo, a la cacofonía y a la lucha visceral por ganar a cualquier costo. Pienso que para poder comenzar a conversar acerca de un proyecto de futuro debemos atender esta atmósfera tóxica donde apenas sobrevivimos.
Un feligrés a quién aprecio y admiro mucho me dijo hace unos años el domingo antes de unas elecciones: ¨Pastor, es que a nadie le gusta perder¨. En la realidad que vivimos hoy todos necesitamos perder para que gane Puerto Rico. Si nos esforzamos por ver al otro como amigo, al trabajo y pensamiento crítico como aliados; si nos distanciamos un poco de la inmediatez de nuestros ombligos y le damos valor a la integridad, al servicio público, al bien común y a la diversidad que contiene nuestra identidad, perderemos todo lo accesorio y secundario que hoy nos esclaviza para ganar lo genuino y sustantivo que libera. Puerto Rico puede ser de otra manera. Necesitamos urgentemente un esfuerzo de las instituciones que tejen el discurso social y afectan la manera en que interpretamos la realidad que empuje lo visceral, lo ideológico y lo inmediato a un lado de modo que se coagulen experiencias de conversación y diálogo. Estas experiencias fomentarán el que vayamos recobrando el espacio público de credibilidad y confianza necesario para que los proyectos de futuro que se presenten puedan siquiera socializarse y digerirse saludablemente. Esto incluye mi institución – la iglesia - y mi vocación – el ministerio ordenado. Recobrar este espacio público es indispensable para el funcionamiento de toda sociedad y es impostergable en medio de la situación que vivimos. Enfocados en el bienestar de los menos afortunados podemos iniciar la travesía hacia un Puerto Rico que puede ser de otra manera. Porque, como bien dice el apostol Pablo, luchamos siempre en esperanza contra toda esperanza.
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