No nos dejemos arrebatar la Navidad por quienes desean mantener de manera inalterable lo más clásico y tradicional de la misma. Porque la verdadera Navidad nos invita cada día a volver a nacer, a renovarnos, a cambiar, a transformar, a reconstruir…
No nos dejemos arrebatar la Navidad por quienes fomentan el odio contra los demás, contra el diferente y quien disiente. Porque la verdadera Navidad nos urge a buscar la armonía, el cuidado, la protección, la hospitalidad. No nos dejemos arrebatar la Navidad por quienes nunca dudan y se creen en la posesión de la verdad. Porque la verdadera Navidad nace de la fragilidad existencial, de las dudas y la incertidumbre, para poder seguir caminando. Todo eso nos hace más humildes y sencillos. No nos dejemos arrebatar la Navidad por quienes discriminan, marginan, alzan muros, ponen vallas, cierran fronteras… Porque la verdadera Navidad abre las puertas y las ventanas a la acogida, al entendimiento, a la integración, para crecer humanamente con el otro. No nos dejemos arrebatar la Navidad por quienes con su forma de obrar mantienen las diferencias de género, de clases sociales, de riqueza y de poder. Porque la verdadera Navidad invita a la sencillez de vida, nos compromete con las personas más vulnerables, buscando la igualdad y eliminando las diferencias económicas y sociales, para crear otro mundo más fraterno, sin ningún tipo de opresión. No nos dejemos arrebatar la Navidad por quienes piden mano dura contra los inmigrantes, contra los jóvenes que piden otro presente y futuro, contra las mujeres feministas que siguen luchando por la igualdad. Porque la verdadera Navidad es la de un Niño que tuvo que emigrar con su familia para poder sobrevivir, que se enfrentó a la tradición y a sus allegados para poder transformar la realidad, que se dejó acompañar e interpelar por las mujeres, que le ayudaron a buscar sin descanso la liberación, la igualdad, la compasión y la justicia. No nos dejemos arrebatar la Navidad por quienes creen y predican un Cristo inalcanzable, perfecto, inflexible, excluyente. Porque la verdadera Navidad nos habla de un Jesús muy humano, débil, pobre entre los pobres, sencillo, acogedor, fraterno, revolucionario. Que perdona, reconcilia y nos llama a toda la humanidad a la más profunda felicidad, formando parte indisoluble de toda la creación. Porque nunca dejó de ser el niño, el hijo abierto al Misterio más íntimo y apasionado de la Vida, que daba plenitud a su existencia y le enseñó a amar y solidarizarse, mediante las enseñanzas y el ejemplo que le dieron su madre y su padre, comprometidos también en la liberación de su pueblo y la construcción de un mundo mejor.
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