Este articulo surge a raíz del reciente encuentro virtual que tuvimos en la Sociedad Peruana de Filosofía, a la cual tengo el regalo y la alegría de pertenecer, con una sugerente e interesante exposición del reconocido filósofo chileno Ricardo Espinoza Lolas. El profesor Espinoza, Catedrático de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, hizo una exposición filosófica, ética y social en relación con los tiempos de pandemias que actualmente padecemos. Fruto de la misma, recogiendo diversas cuestiones y realidades que fue planteando, voy de forma personal y propia a exponer lo que pienso sobre dichas cuestiones. Tratando de seguir y transmitir una serie de claves o puntos, que se encuentran en los más valioso de la filosofía contemporánea y actual en dialogo con la teología y la fe católica.
Y es que este estado de pandemia global, entre otras cosas, ha provocado la reflexión filosófica, ética y social o teológica, lo cual es agradecer por mostrarse así una filosofía y teología encarnada e historizada en la realidad. Esta es una primera clave filosófica y teológica que hay que señalar: la historia o realidad histórica como criterio hermenéutico para una filosofía y ética concreta, real y transformadora-liberadora. La pandemia, junto a sus causas o consecuencias, se comprende adecuadamente en su marco histórico y social, con la historizacion de dichos factores y efectos de esta crisis vírica. Analistas, pensadores y el mismo Papa Francisco nos ha mostrado como la pandemia se encuentra relacionada con la destrucción humana, social y ecológica que perpetra el actual modelo tecnocrático, economicista depredador y antisostenible con sus ideologías neoliberales, capitalistas y colectivistas. Y es que, en otra clave fundamental de la filosofía y la ética, todo aquello, cualquier realidad y sistema e ideología, que no respete ni promueva la vida en todas sus fases, dimensiones y formas: va en contra de la ética, de la justicia y humanización. De esta forma, este principio critico-ético como es la vida debe orientar a todo pensamiento, cultura, relación, estructura u ordenamiento. Evidentemente, si historizamos hoy este principio-vida, u otros valores esenciales como la justicia social y el bien común o la opción por los pobres, verificamos (con esa verdad real e histórica) que dicho modelo actual no trae vida ni felicidad, no respeta la dignidad de las personas y de los pueblos, no hace justicia al grito de los pobres ni al clamor de la tierra. De ahí que, en este sentido, tenemos otra clave filosófica y ética esencial como es la alteridad solidaria, la responsabilidad moral y social ante los otros, el Otro y el nosotros. Los otros y el Otro nos constituyen en nuestra realización humana, moral y social. Como ser de realidades, estamos religados e implantados en el vigor de lo real, co (n)-vertidos hacia esos otros. El des-orden y sistema injusto actual, con sus ideologizaciones o relativismos éticos ante estos principios y valores solidarios de justicia con la vida de los otros, no respeta ni cuida esta alteridad solidaria. Empobrece, oprime, explota y excluye a esos otros como son los trabajadores, la infancia, las mujeres, los mayores, campesinos, indígenas, los pobres de la tierra…. Si historizamos estos principios de la vida y la alteridad solidaria, comprendemos claramente que no afecta por igual esta crisis, ni ninguna otra, a los más ricos que a los pobres. No son iguales, como nos enseñan asimismo las mismas ciencias sociales, los lugares donde se tienen las condiciones básicas e históricas para la vida o si, al contrario, lo que impera es el hambre, la miseria, el empobrecimiento masivo y unas condiciones de todo tipo precarias e infrahumanas. Esta condiciones humanas, sociales e históricas, que constituyen el bien común en el desarrollo humano y solidario e integral de las personas o los pueblos, en esta pandemia se han revelado una vez más decisivas, para afrontar y cuidar todas estas vidas vulnerables, dañadas y descartadas. Por ejemplo, se manifiesta nítidamente la importancia e imprescindible de los derechos humanos y sociales como son la universalidad y calidad de la sanidad, la vivienda, el trabajo o una renta vital y que, con sus carencias, la crisis pandémica o cualquier otra situación complicada se vuelve mortal de necesidad, causa muerte y destrucción masiva. En medio de todo ello, resurge de nuevo las cuestiones del sufrimiento, el mal, las víctimas, la muerte, la teodicea y Dios, volviendo pues otra vez a la mirada a la perspectiva critica. Esa "memoria passinonis" de la com-pasión solidaria y la justicia con las víctimas. Y es que el pensamiento que no se decapita nos abre a la trascendencia y esperanza de que el sufrimiento, condición de verdad, la injusticia de las víctimas, el mal y la muerte: no tengan la última palabra; sino la vida y la felicidad realizada, plena y eterna, la tierra nueva y los cielos nuevos. La fe cristiana y católica, sin olvidar el principio u origen que es vital para reconocer y agradecer el don (vida) de los otros y del Otro (Dios mismo), se encuentra transida en este mismo inicio de futuro, de verdadera utopía, trascendencia y esperanza en el Dios de la vida. Tal como ser revela de forma culminante en Cristo Crucificado-Resucitado, que sigue presente en los crucificados por el mal e injusticia de la historia y en los pobres de la tierra, clamando con su Espíritu de Vida en los gemidos de toda la tierra (creación), que anhela la liberación plena e integral en este Dios de la Vida. Frente a este mal e injusticia, que como la pandemia nos acecha y daña, se tergiversa la verdadera imagen de Dios, queriéndolo presentar como un ser furioso que, en forma de castigo vengativo, manda y justifica el mal. No es ese el Dios que nos revela Jesús en su Evangelio del Reino de vida, gratuidad, amor y perdón hacia todos, hasta en la misma cruz, incluso hacia los que hacen el mal, los enemigos y verdugos. En Jesús se ha revelado el Dios anti-mal, que siempre sirve y se compromete para liberarnos del sufrimiento, la opresión, de toda esclavitud, maldad y muerte. Como enseña y deja claro Benedicto XVI, “frente a la fácil conclusión de considerar el mal como un efecto del castigo divino, Jesús presenta la imagen verdadera de Dios, que es bueno y no puede querer el mal, y poniendo en guardia sobre el hecho de pensar que las desventuras sean el efecto inmediato de las culpas personales de quien las sufre, afirma: "¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos, porque han padecido estas cosas? No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo" (Lc 13, 2-3)... Frente al pecado, Dios se revela lleno de misericordia y no deja de exhortar para que se evite el mal, se crezcan en su amor… Dios quiere siempre y solamente el bien de sus hijos” (Angelus, 7 de marzo del 2000). Y es que al principio era el Logos, Dios mismo, la Palabra de Amor y Vida que, encarnándose en Jesús, con su luz ilumina y vivifica a todo el mundo, para que tengan vida y vida en abundancia, liberando de todo sufrimiento, muerte e injusticia como nos enseña el prólogo y teología del Evangelio de Juan. En este Logo, Palabra de Vida, queremos seguir promoviendo formas y modelos de vida en el cuidado, solidaridad y justicia hacia los otros, cooperativas en ese compartir solidariamente la vida, los bienes y acción por la justicia con los pobres de la tierra; frente al individualismo posesivo e insolidario con sus ídolos de la riqueza-ser rico, del tener, poder y violencia. La regulación ética-política, por parte del estado y (en especial) del protagonismo de la sociedad civil, sobre el mercado, la economía, el comercio, las finanzas y el trabajo para que sirvan a las necesidades, capacidades y vida de las personas y los pueblos. Todo ello en el horizonte del bien común universal, la justicia social global, el desarrollo humano y la ecología integral, tanto a nivel local como mundial. Un buen vivir en esa comunión y armonía con uno mismo, con los otros en la justicia con los pobres, con la hermana tierra promoviendo la ecología integral y con Dios. Estilos de vida sobrios, austeros y de decrecimiento. Es la epistemología del sur con la sabiduría moral y espiritual de los pobres, de los pueblos latinoamericanos e indígenas que, con sus espiritualidades y religiosidades populares, suponen una crítica de-colonial a toda nuestra civilización consumista, capitalista hedonista e individualista. Es cierto que el coronavirus puede y está sacando lo peor del ser humano y de los pueblos, con dicho individualismo posesivo e insolidario, reforzando los modelos neoliberales, capitalistas y colectivistas que potencian el dominio, las desigualdades e injusticias. Por ejemplo, centrados en lo nuestro (nuestra crisis vírica), dando la espalda y olvidándonos de los grandes problemas e injusticias globales de los otros u pobres como el hambre, la miseria, la migración, la violencia, las guerras o las injusticias laborales que se acrecientan conjunta y mutuamente con la pandemia. Mas también es cierto que, como estamos viendo, las personas pueden sacar lo más valioso de sus potencialidades y capacidades, para humanizar u orientar ética y solidariamente las nuevas tecnologías, la economía, la política o la cultura. La realidad histórica está abierta, en sus dinamismos de libertad, capacitación, posibilitación y trascendencia. En esta esperanza trascendente y fe, junto a la ética de la vida y la alteridad solidaria, se puede seguir suscitando el que las personas, los pueblos y los pobres sean los sujetos transformadores y liberadores que, cual mayéutica histórica como partera, siguen alumbrando la (y con la) vida en una real filosofía de la natalidad.
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