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Espiritualidad y mística de la ecología integral por: Agustín Ortega

7/12/2017

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Como conclusión o síntesis de sus Ejercicios Espirituales (EE), San Ignacio presenta la “contemplación para alcanzar amor” (EE 230-237), en donde se manifiesta toda una sensibilidad ecológica, espiritual y mística. Tal como ha desarrollado el Papa Francisco en su encíclica Laudato Si’ (LS), por ejemplo en su último capítulo, con una espiritualidad ecológica integral. “Dios habita en las criaturas, en los elementos dando ser, en las plantas vejetando, en los animales sensando, en los hombres dando entender; y así en mí dándome ser, animando, sensando, y haciéndome entender; asimismo haciendo templo de mí seyendo criado a la similitud y imagen de su divina majestad; otro tanto reflitiendo en mí mismo, por el modo que está dicho en el primer puncto o por otro que sintiere mejor. De la misma manera se hará sobre cada puncto que se sigue. [236] El tercero considerar cómo Dios trabaja y labora por mí en todas cosas criadas sobre la haz de la tierra, id est, habet se ad modum laborantis. Así como en los cielos, elementos, plantas, fructos, ganados, etc., dando ser, conservando, vejetando y sensando, etc. Después reflectir en mí mismo. [237] El quarto: mirar cómo todos los bienes y dones descienden de arriba, así como la mi medida potencia de la summa y infinita de arriba, y así justicia, bondad, piedad, misericordia, etc., así como del sol descienden los rayos, de la fuente las aguas” (EE 235-237).
Se nos presenta pues una espiritualidad estética en la búsqueda de Dios en todas las cosas, una mística de la vida, naturaleza e historia. Con la oración-contemplación de la belleza en la acción de Dios que se manifiesta y actúa en toda la creación, en esa casa común que nos ha regalado como es el planeta. Es el Dios que ha destinado la tierra con sus frutos y bienes para cuidarlos, fecundarlos y que se compartan entre toda la humanidad de forma justa, con equidad y al servicio del bien común más universal. Tal como se significa en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía. “Para la experiencia cristiana, todas las criaturas del universo material encuentran su verdadero sentido en el Verbo encarnado, porque el Hijo de Dios ha incorporado en su persona parte del universo material, donde ha introducido un germen de transformación definitiva: «el Cristianismo no rechaza la materia, la corporeidad; al contrario, la valoriza plenamente en el acto litúrgico, en el que el cuerpo humano muestra su naturaleza íntima de templo del Espíritu y llega a unirse al Señor Jesús, hecho también él cuerpo para la salvación del mundo»” .
En la Eucaristía lo creado encuentra su mayor elevación. La gracia, que tiende a manifestarse de modo sensible, logra una expresión asombrosa cuando Dios mismo, hecho hombre, llega a hacerse comer por su criatura. El Señor, en el colmo del misterio de la Encarnación, quiso llegar a nuestra intimidad a través de un pedazo de materia. No desde arriba, sino desde adentro, para que en nuestro propio mundo pudiéramos encontrarlo a él. En la Eucaristía ya está realizada la plenitud, y es el centro vital del universo, el foco desbordante de amor y de vida inagotable. Unido al Hijo encarnado, presente en la Eucaristía, todo el cosmos da gracias a Dios. En efecto, la Eucaristía es de por sí un acto de amor cósmico: «¡Sí, cósmico! Porque también cuando se celebra sobre el pequeño altar de una iglesia en el campo, la Eucaristía se celebra, en cierto sentido, sobre el altar del mundo». La Eucaristía une el cielo y la tierra, abraza y penetra todo lo creado. El mundo que salió de las manos de Dios vuelve a él en feliz y plena adoración. En el Pan eucarístico, «la creación está orientada hacia la divinización, hacia las santas bodas, hacia la unificación con el Creador mismo». Por eso, la Eucaristía es también fuente de luz y de motivación para nuestras preocupaciones por el ambiente, y nos orienta a ser custodios de todo lo creado” (LS 235-236)
Como se observa, en la línea de la teología y la filosofía o de las ciencias, como nos transmitió de forma muy significativa el jesuita T. de Chardin, se visibilizan las claves para una espiritualidad en una antropología y ecología integral. Con la ética, principios y valores morales tal como nos enseña el pensamiento social de la iglesia, expresado por la LS. Tal como fue anticipado de forma pionera por los santos como San Francisco o San Ignacio, auténticos maestros y testigos de esta sabiduría espiritual, mística y ecológica global. Una antropología y ecología con la ética del cuidado de la vida y de la justiciaen todas sus dimensiones: personal, psicológica, ética, social, ambiental y espiritual. Una conversión ecológica con el servicio y compromiso por unas relaciones fraternas, solidarias y justas con los otros, con los pobres, con esa casa común que es el planeta y con el Dios de la vida revelado en Jesucristo. Es el Dios Trinitario, entraña y modelo de estas relaciones fraternas y de comunión solidaria.
“Las Personas divinas son relaciones subsistentes, y el mundo, creado según el modelo divino, es una trama de relaciones. Las criaturas tienden hacia Dios, y a su vez es propio de todo ser viviente tender hacia otra cosa, de tal modo que en el seno del universo podemos encontrar un sinnúmero de constantes relaciones que se entrelazan secretamente. Esto no sólo nos invita a admirar las múltiples conexiones que existen entre las criaturas, sino que nos lleva a descubrir una clave de nuestra propia realización. Porque la persona humana más crece, más madura y más se santifica a medida que entra en relación, cuando sale de sí misma para vivir en comunión con Dios, con los demás y con todas las criaturas. Así asume en su propia existencia ese dinamismo trinitario que Dios ha impreso en ella desde su creación. Todo está conectado, y eso nos invita a madurar una espiritualidad de la solidaridad global que brota del misterio de la Trinidad” (LS 240).
Toda esta espiritualidad y teología es la base del humanismo ético y cristiano que promueve el conocimiento de lo real, el desarrollo solidario e integral. Como nos muestra el jesuita mártir I. Ellacuría y el pensamiento latinoamericano, se trata de ser honrado con lo real. Haciéndonos cargo de la realidad, del clamor de los pobres y de la tierra que impulsa esta ecología integral con el amor civil, caridad política y justicia socio-ambiental para transformar la realidad con su cultura, relaciones humanas y estructuras sociales. “El amor, lleno de pequeños gestos de cuidado mutuo, es también civil y político, y se manifiesta en todas las acciones que procuran construir un mundo mejor. El amor a la sociedad y el compromiso por el bien común son una forma excelente de la caridad, que no sólo afecta a las relaciones entre los individuos, sino a «las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas». Por eso, la Iglesia propuso al mundo el ideal de una «civilización del amor». El amor social es la clave de un auténtico desarrollo: «Para plasmar una sociedad más humana, más digna de la persona, es necesario revalorizar el amor en la vida social –a nivel político, económico, cultural–, haciéndolo la norma constante y suprema de la acción». En este marco, junto con la importancia de los pequeños gestos cotidianos, el amor social nos mueve a pensar en grandes estrategias que detengan eficazmente la degradación ambiental y alienten una cultura del cuidado que impregne toda la sociedad. Cuando alguien reconoce el llamado de Dios a intervenir junto con los demás en estas dinámicas sociales, debe recordar que eso es parte de su espiritualidad, que es ejercicio de la caridad y que de ese modo madura y se santifica” (LS 231)
Todo este pensamiento social y ética con la ecología integral nos transmite los valores y principios del bien común, del destino universal de los bienes y la dignidad del trabajo. Con un estilo de vida sobrio, solidario y sostenible con la pobreza evangélica como iglesia pobre con los pobres; frente al egoísmo e individualismo insolidario y posesivo con sus ídolos de la riqueza-ser rico, del poder y del tener, del consumismo y hedonismo. En contra de la tecnocracia (LS 106-114) que convierte al mercado, la propiedad y el capital, como es la banca-finanzas, en falsos dioses que de forma relativista e idolátrica, con su utilitarismos y competitividad, se imponen sobres estos valores y principios que, con toda esta ética y ecología integral, es lo más importante. Una espiritualidad y mística de la ecología integral que se fecunda en la alegría y en la acción de gracias, en la misericordia y compasión al servicio de la fe, cultura y justicia con los otros, con los pobres de la tierra y con el planeta.
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