“Gracias, tanto a las académicas como a las activistas, por hacer una teología a pie de tierra que nos ayuda a reflexionar, actuar y transformar nuestro aquí y ahora. Gracias, por acompañarnos en el camino de vuelta a Galilea y a Magdala; por infundirnos esperanza.”
(Redacción Eukleria) Este fin de semana ha tenido lugar en Winchester (Gran Bretaña) la celebración del 20º aniversario de la Escuela de Teología Feminista de Gran Bretaña e Irlanda (BISFT). Veinte años reuniendo a mujeres de diferentes países, varias religiones y diversas iglesias cristianas. Su objetivo: hacer teología juntas, buscar respuestas a la exclusión y al conflicto en los diferentes contextos; e ir destapando, con paciencia y tesón, el manto patriarcal que durante tanto tiempo nos ha cegado y asfixiado. Una ocasión para escucharnos, apoyarnos y compartir camino y comidas. Reverendas, rabinas y teólogas analizaron diversos aspectos doctrinales, éticos, espirituales o litúrgicos donde la teología feminista, interreligiosa e intercultural, tiene mucho que aportar. En la diversidad, parece haber algunos puntos de encuentro claros: no sólo en el ámbito religioso, también en el espacio público estamos llamadas o ofrecer una voz rebelde y liberadora, una teología responsable que abrace y promueva “nuevos movimientos de resistencia, nuevas visiones de solidaridad y nuevas vías de representación” (Ulrike Auga). Teniendo siempre presente que “la esperanza no es pasiva, que implica lucha” (Janet Wotton). Fui por interés personal y presenté un proyecto modesto, Eukleria, una estantería virtual que se nutre del trabajo de muchas teólogas y pretende ser un puente que acerque su buen hacer a la mujer de a pié, que ayude a empoderar a la catequista, a la agente de pastoral y a todas esas mujeres que, no nos engañemos, constituimos la mayoría de la feligresía y el grueso del voluntariado pastoral que mantiene viva la “iglesia-pueblo de Dios” católica española. Como española, se me preguntó varias veces por la causa de “ese Renacimiento de teólogas feministas que vive España”. No supe dar respuesta, pero me alegró mucho el reconocimiento internacional al buen hacer de nuestras teólogas y el cariño con el que a ellas se referían. Puedo imaginar que parte de la respuesta esté en que han de superar muchos más obstáculos para hacer su trabajo. Al igual que las ostras con más dificultades para expulsar los sedimentos alojados en sus frágiles cuerpos, los van recubriendo tenazmente con una y otra capa de fluido y producen las mejores perlas, puede que sea la triste situación de la mujer en la institución católica, la carencia de facultades públicas de teología donde el diálogo y el estudio fluya sin censuras, la falta de reconocimiento y atención de los medios y de la institución, lo que las impulse y, junto con un trabajo serio y constante, esté generando perlas de teología feminista. No aventuro más hipótesis, pero aprovecho estas líneas para trasladaros nuestro agradecimiento a todas nuestras teólogas. No vaya a ser que tampoco os sintáis profetas en vuestra tierra: Gracias, por ofrecer una alternativa al pensamiento único, por deconstruir y volver a construir, por quitar velos y dotar de voz a tantas figuras femeninas -bíblicas o reales- veladas y silenciadas a lo largo de la historia. Gracias, por ser un faro que ilumina un horizonte no tan distante, pero del que nos separa un paisaje tenebrosamente jerarquizado, con tortuosos “caminos” salpicados de tupidos “cañizares” en un terreno “roucoso” y pedregoso, flanqueado por obispos-centinela _en su mayoría dóciles y obedientes a sus superiores, pero poco proféticos_ que nos mantienen en los márgenes y nos obligan a andar a pasos cortos y cautelosos. Gracias por ser un destello empoderador que nos permite vislumbrar un futuro más inclusivo, una mesa circular en la que nos sentemos hermanos y hermanas, vestidos con el colorido de la diversidad en lugar de (o, al menos, con) anticuadas y tristes sotanas negras, dispuestos a tejer un diálogo respetuoso y fructífero; donde trabajemos codo con codo, complementándonos, y nos repartamos las tareas en función de nuestros dones y no de nuestra anatomía. Gracias por recordarnos que, en el contexto de la ley judía que no reconocía el testimonio de las mujeres, Jesús confío y delegó en ellas: la Samaritana fue la primera en reconocer a Jesús como Mesías y correr a Samaría a dar testimonio; María Magdalena fue la primera discípula en reconocer a Cristo Resucitado y correr a anunciar la buena noticia. Pocos siglos después, muchos varones _el género elegido_ las redujeron a su sexualidad y las convirtieron en arquetipos de pecadoras arrepentidas, penitentes infructuosas durante siglos. Otros muchos, en el s. XXI, siguen haciéndolo. Gracias, tanto a las académicas como a las activistas, por hacer una teología a pie de tierra que nos ayuda a reflexionar, actuar y transformar nuestro aquí y ahora. Gracias, por acompañarnos en el camino de vuelta a Galilea y a Magdala; por infundirnos esperanza.
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