Cuando falta poco para la Navidad, las lecturas nos ofrecen tres ejemplos excelentes para vivir el sentido de esta fiesta y un mensaje de esperanza.
El ejemplo de Isabel: alabanza, asombro, alegría (Lucas 1,39-45) Aunque en el relato del evangelio la iniciativa es de María, poniéndose en camino hacia un pueblecito de Judá, los verdaderos protagonistas son Isabel, la única que habla, y Juan, el hijo que lleva en su seno. Es este el primero en reaccionar, antes que su madre. En cuanto oye el saludo de María (Lucas no cuenta qué palabras usó para saludar) da un salto en el seno de Isabel. Esta, llena de Espíritu Santo, expresa los sentimientos que debe tener cualquier cristiano ante la presencia de Jesús y María. Alabanza (“¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!”). El Antiguo Testamento recoge la alabanza de algunas mujeres, pero por motivos muy distintos. Yael es proclamada “bendita entre las mujeres” por haber asesinado a Sísara, general de los enemigos; Rut, por haber elegido a Booz, a pesar de no ser joven; Abigail, por haber impedido a David que se tomara la justicia por su mano; Judit, por haber matado a Holofernes y liberado a Israel; Sara, la esposa de Tobit, por haber abandonado a sus padres para venir a vivir con la familia de Tobías. ¿Qué ha hecho María para que Isabel la bendiga? El relato de la anunciación lo deja claro: ha aceptado el plan de Dios (“he aquí la esclava del Señor”) y eso la ha convertido en madre de Jesús o, como dirá Isabel, en “la madre de mi Señor”. Motivo más que suficiente de alabanza. Asombro (“¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?”). La forma de expresarse Isabel, tan personal, recuerda lo que escribió san Pablo a los Gálatas a propósito de la muerte de Jesús: “Me amó y se entregó a la muerte por mí”. Se deja en segundo plano el valor universal de la encarnación y de la muerte para destacar lo que significan para mí. La Navidad, celebrada año tras año durante siglos, corre el peligro de convertirse en algo normal. No nos asombramos de esta venida de Jesús a mí, como si fuera la cosa más lógica del mundo. Buen momento para detenernos y asombrarnos. Alegría (“la criatura saltó de gozo en mi vientre”). Lucas termina por donde empezó: hablando de la reacción de Juan. Pero ahora añade que el salto en el vientre de su madre lo provocó la alegría de escuchar el saludo. Los textos de los domingos anteriores han insistido en el tema de estar siempre alegres. Lo específico de este evangelio es que la alegría la provoca la presencia de María y de Jesús. Estos tres sentimientos los inspira, según Lucas, el Espíritu Santo; ya que generalmente no lo tenemos tan presente como debiéramos, es este un buen momento para pedirle que los infunda también en nosotros. El ejemplo de María: fe Las palabras de Isabel, que comienzan con una alabanza de María y de Jesús, terminan con otra alabanza de María: “¡Dichosa tú que has creído!” Y esto debe hacernos pensar en la grandeza del misterio que celebramos. No es algo que se pueda entender con argumentos filosóficos ni demostrar científicamente. Es un misterio que exige fe. Para muchos, como decía el cardenal Newman, la fe es “la capacidad de soportar dudas”. Para María es fuente de felicidad. Lo será siempre, a pesar de las terribles pruebas por las que debió pasar. En ese camino misterioso de la fe, ella se nos ofrece como modelo. El ejemplo de Jesús: cumplir la voluntad de Dios (Hebreos 10,5-10) En la mentalidad del pueblo, y de gran parte del clero de Israel, lo más importante en la relación con Dios era ofrecerle sacrificios de animales y ofrendas. En el fondo latía la idea de que Dios necesita alimentarse como los hombres. Los profetas, y también algunos salmistas, llevaron a cabo una dura crítica a esta mentalidad: lo que Dios quiere no es que le ofrezcan un buey o un cordero, sino que se cumpla su voluntad. Esta idea la recoge el autor de la Carta a los Hebreos y la pone en boca de Jesús (“Aquí estoy para hacer tu voluntad”), completándola con otra idea: los sacrificios de animales no tenían gran valor, había que repetirlos continuamente. En cambio, cuando Jesús se ofrece a sí mismo, su sacrificio es de tal valor que no necesita repetirse. Los sacrificios de animales pretendían establecer la relación con Dios, sin conseguirlo plenamente. El sacrificio de Jesús establece esa relación plena al santificarnos. Al mismo tiempo, el ejemplo de Jesús nos enseña a poner el cumplimiento de la voluntad de Dios por encima de todo, de acuerdo con lo que repetimos a menudo: “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”. Un anuncio (Miqueas 5,1-4) La primera lectura es un breve oráculo del libro de Miqueas, famoso porque lo cita el evangelio de Mateo cuando los magos de Oriente preguntan dónde debía nacer el Mesías. El texto se dirige a personas que han vivido la terrible experiencia de la derrota a manos de los babilonios, el incendio de Jerusalén y del templo, la deportación, la desaparición de la dinastía davídica. La culpa, pensaban muchos, había sido de los reyes, los pastores, que no se habían comportado dignamente y habían llevado a cabo una política funesta. En medio del desánimo y el escepticismo, el profeta anuncia la aparición de un nuevo jefe, maravilloso, que extenderá su grandeza hasta los confines del mundo y procurará la paz y la tranquilidad a su pueblo. Pero no será como los monarcas anteriores, será un nuevo David. Por eso no nacerá en Jerusalén, sino en Belén. Resumen Lo que relaciona las lecturas de este domingo es la misión de Jesús y los frutos que produce. La de Miqueas anuncia que su misión consistirá en ser jefe (pastor) de Israel, procurándole al pueblo la tranquilidad y la paz. En la Carta a los Hebreos, su misión es cumplir la voluntad del Padre; gracias a eso ha restaurado nuestra relación con Dios, nos ha santificado. En el evangelio, la misión no la lleva a cabo Jesús, sino María; su simple presencia provoca una reacción de alabanza, asombro y alegría en Isabel y Juan.
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En este domingo de Adviento la liturgia nos propone recordar el encuentro de dos mujeres portadoras de las promesas de Dios: Isabel y María. La anciana y la joven, la que recibe la herencia del Antiguo Testamento y la que inicia una nueva era. La que camina por las montañas y las ciudades y la que espera en casa. Las dos llenas del Espíritu Santo. Las dos radiantes de alegría. Las dos con la certeza de que las palabras anunciadas por Dios se cumplen en ellas y por tanto en la historia de un pueblo y de una tradición de fe.
Para ellas ya han pasado las dudas y no es tiempo de preguntas o de aclaraciones acerca del cumplimiento de las promesas. Ahora se están realizando. La historia contará entre sus páginas, en el centro de la historia, la acción de Dios en la vida de estas mujeres parientes. Varias interpretaciones de este texto afirman que María salió de su casa para solidarizarse con su prima embarazada avanzada en edad. Pero el texto no dice nada de eso. Sino que se trata de una visita (¿“Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?”). Ellas hablan de aquello tan extraordinario que ha pasado, que está pasando, cantan y alaban a Dios. Parece más bien como si María fuera en busca de una pariente y amiga que pueda comprender lo que está pasando y con la que pueda hablar y alabar a Dios por sus obras en ellas. Isabel, efectivamente, está en la misma sintonía ya que también en ella se está haciendo realidad la Palabra anunciada. Sabe lo que pasa y, al verla, le grita: “eres feliz”. María se anima y no puede sino cantar las alabanzas al Dios de toda la historia, repitiendo un canto de Ana, otra mujer que reconoce la acción de Dios en la historia. Y reconocen la una en la otra la bendición: “tú eres bendita”. Y surge la alabanza, el canto, la liturgia. Las palabras de Isabel y de María son consideradas anuncios proféticos de una acción profunda de Dios en la historia de Israel y del mundo. A la vez, especialmente las palabras de Isabel y el canto del Magníficat, son una expresión contundente de la acción poderosa del Dios que interviene y toma partido en el devenir de los acontecimientos. Estas mujeres del relato pueden ser así una provocación para nuestras celebraciones de Adviento: nos animan a reconocernos bendecidos, a hablar y a cantar a un Dios que interviene en la historia y cuyas promesas se cumplen. Y a descubrir que nuestra vida concreta se vuelve parte de la larga historia de un pueblo bendecido por Dios. Y son un modelo para nosotras, mujeres, para mirarnos las unas a las otras y reconocernos bendecidas, y compartir la alegría que tenemos, sin lugar para dudas. Son un modelo que nos anima a tomar una palabra litúrgica y profética; y a celebrar la alegría de la vida, la alegría del “Espíritu que nos llena” (v.41) y la alegría de lo inesperado que se hace realidad. En resumen: bendición, palabra y canto… Acostumbrado a montar belenes en el pueblo, no sé si voy a acertar a representar la Natividad de Jesús aquí en la capital. Lo voy a intentar. Empezamos por los…
…antepasados. Tenemos muchos, Jeconías y Sorobábal y hasta Rut y Betsabé, Abuelos que unos viven en sus casas, otros en residencias y muchísimos que ya murieron y descansan sus cuerpos en el cementerio. Sus personas están en el belén del cielo. El burro; Tenemos sillas de ruedas, motos eléctricas, taca taca, transeúntes, carrilanos… Un recuerdo agradecido a todas las personas que empujan las sillas de ruedas. Llevan a Jesús al portal de su casa o de su residencia. Vamos hacia una cueva de Belén; Puede ser un hospital, una residencia, una casa de vivir, un albergue. Me hablan inmigrantes que viven 4 en la misma habitación. Hay muchos que han subalquilado su vivienda y ahí se encuentran juntos con derecho a cocina. Y hasta hay algunos que viven debajo del puente de cemento de San Millán. Calefacción animal; Sacos de dormir, cajeros automáticos, ropa de los contenedores, algún albergue, algún portal. Comida; Los vecinos, ollas comunales, bocadillos, algún alimento de las tiendas y del banco de alimentos y Caritas, Cocina económica. Y alguien que invita a un café caliente. El calor mayor lo tienen en un tetrabrik. Música; Los que tocan y cantan en las calles, poniendo su caja para recibir, los que cantan villancicos por las calles. Amigos; Los pastores, los sin techo, los voluntarios, los que no pueden pagar la luz, los que vivan fuera de casa, los desahuciados y los presos. Todos los que viven en las afueras de la ciudad, en centros o en casetas. Ángeles: los hay a miles. Carteles anunciando actividades para estas fechas. La estrella: no hace falta. Se saben ya dónde les van a poder dar acogida. Tantas luces eléctricas por las calles no les dejan ver las estrellas; no les facilitan el sueño de poder cenar y dormir bajo teja. No les dejan ver el corazón, ni a los vecinos les dejan ver a estas personas por las calles. Mula y buey no tenemos, pero lo que son animales que le puedan dar calor, hay a miles, Son los perros Y cogemos las hojas que se van cayendo y bailan buscando la cueva para arropar al Niño Castañeras: al natural. Para entrar en calor al pasar por las calles Poco negocio con estos calores. Magos: hay muchísimas personas venidas de otras tierras en busca de la Vida, de trabajo, de paz. Son inmigrantes, refugiados, Muchas personas en búsqueda de la Verdad. Cantidad de personas en cursos, grupos, en estudio… Hasta llegan algunos carrilanos. Niño: lo tenemos en el hospital y además viene con la asociación “Hospital Imaginario” que lleva a entretener y hacer fiesta. Y si lo buscamos en las afueras, como en Belén, los hay en casas, chabolas y como el belén es tan grande, podemos elegir a una persona adulta, pero con espíritu infantil. Está en la puerta de Palacio. Se llama también Jesús. Se ven luces, muchas luces en las ventanas de todas las casas, ¿Encontraremos ahí a Jesús con María y José? ¿Hay lugar en esa posada para una mujer en estado, José y un Niño que va a nacer? Para eso he montado este belén. Bienvenido Jesús, que ya estás con nosotros. Gracias. El Belén ya está montado. Y Jesús habitando en él, especialmente en los rincones y en las periferias de la ciudad, hospitales, cárceles, psiquiátricos, residencias… Solo nos falta que nieve para disfrutar de ese manto de misericordia y bondad que Él nos ha traído. El relato de la Anunciación es un texto ante el que podemos sentirnos tanto un poco incomodos/as ante los elementos sobrenaturales que parecen describirse en la historia como tentados/as a sublimar la actitud obediente de María ante el milagro que acaece en ella. Ambas percepciones impiden, sin embargo, entender del todo el horizonte de fe y esperanza con que Lucas lo propone en su evangelio.
El relato se inscribe dentro de un género literario (anunciación) muy conocido en la antigüedad con el que se quiere dar a conocer el nacimiento y misión de una figura relevante y el lugar que en esos hechos tiene la divinidad. Con él, el evangelista sitúa, en paralelo con la historia de Juan el bautista, el cumplimiento de la promesa mesiánica en Jesús y a la vez recrea el comienzo de su biografía. Esta centralidad de Jesús en el relato no hace, sin embargo, a la figura de María un personaje secundario. Las palabras que le dirige el mensajero divino al inicio del encuentro no son meros piropos, sino que expresa mucho más. Ella es agraciada, regalada por la elección divina con la misión que se le va a anunciar y ante la que se le asegura de ante mano la presencia de Dios junto a ella. El desconcierto de María no nace por la visita sorpresiva de un enviado divino, sino que lo que le turba es el hecho de que Dios pueda querer contar con ella para algo especial. Al escuchar al ángel se siente desafiada, situada ante algo desconocido y que le asusta. El mensajero divino a continuación, y antes de explicarle el motivo de su visita, le conforta diciendo: “No temas, María, pues Dios te ha concedido su favor”. Las palabras del ángel tienen fuertes resonancias veterotestamentarias y aparecen en contextos de misión y vocación. Ella, es así incluida en la larga lista de figuras que en momentos significativos de la historia de Israel, Dios convoca para ser mediadores de su acción salvadora. María escucha, como un día escuchó Sara la promesa de su maternidad (Gn 18, 10). Una maternidad cargada de incertidumbre, pero ante la que María responde con profunda confianza porque comprende, como también lo hizo la matriarca que nada hay imposible para Dios (Lc, 1, 37; Gn 18,14). La promesa y la misión se convierten en la vida de la joven Nazarena en un camino de fidelidad en el que, a pesar de las dificultades, se sentirá acompañada y sostenida como lo sintió Israel tantas veces a lo largo de su historia: ¡Sed fuertes y valientes, no temáis, no os acobardéis ante ellos!, que el Señor, tu Dios, avanza a tu lado, no te dejará ni te abandonará”. (Dt 31, 6). En palabras de Lucas: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del altísimo te cubrirá con su sombra” (Lc 1, 35) María, de este modo, se hace agente activo del amor gratuito de Dios y engendra en su seno la palabra salvadora: Jesús. Acompañará su crecimiento, aceptará sus decisiones y acogerá su destino, Su maternidad, no será una misión fácil. Estará cargada de silencios y ausencias, pero también de risas y cantos. Ella es así testigo de que nada es imposible para Dios, no solo en su vida, sino en la de cada ser humano. De manera solemne, Lucas presenta el inicio de la actividad del Bautista situándolo en un marco histórico con referencias al emperador, al gobernador romano, a los virreyes judíos y a los sumos sacerdotes de Jerusalén. Con ello, parece perseguir un objetivo preciso: magnificar la figura y la obra de Juan, en cuanto “precursor” del Mesías, a la vez que sincronizar los hechos que va a narrar con la historia del mundo en el que se desarrollarán.
Las palabras que el evangelista pone en boca de Juan están tomadas de Isaías (40,3-5). Sigue así la estela de Marcos (1,3) y de Mateo (3,3), si bien Lucas alarga la cita. En los tres casos, se asume la traducción que hicieron “Los LXX”, que modificaba el inicio de la misma. No se decía: “Una voz grita en el desierto…”, sino: “Una voz grita: en el desierto…”. En ambos casos, la riqueza simbólica del texto permanece en su verdad y en su belleza, así como en su capacidad evocadora. Con frecuencia, la “voz” que nos llama a la Vida –a vivir conscientemente lo que somos– cae “en el desierto”, es decir, no encuentra destinatario, porque nos hallamos despistados, distraídos en mil ocupaciones vividas desde la inconsciencia. Y se produce lo que recuerda la sabiduría popular: “predicar en el desierto” es tiempo perdido. En la segunda acepción, la voz interior invita a “preparar el camino del Señor [justamente] en el desierto”. El “camino del Señor” no es otro que el camino de la Vida, por cuanto “el Señor” no es “alguien” separado, un Ente que dirigiera el mundo desde fuera, sino justamente ese Fondo último de todo lo real que constituye también –no podría ser de otro modo– nuestra verdadera identidad. Por eso, el “camino del Señor” es el camino que conduce a “casa”, el que nos ancla en lo que realmente somos. La invitación –una llamada urgente porque en ello se ventila nuestro ser o no ser– podría traducirse de este modo: en el desierto de tu existencia en el que sueles andar perdido, busca el “camino” que conduce a lo que eres y transita por él de manera decidida y perseverante. Esa opción tendrá que plasmarse en cambios visibles: elevar los valles, abajar los montes, enderezar lo torcido, igualar lo escabroso… Todo ello se produce en cuanto nos abrimos a la comprensión de lo que somos y nos vivimos en conexión con ello: lo que ahí brota es precisamente ecuanimidad, paz y compasión. Todo es energía en diversos grados de concentración y estabilización, en complejísimos sistemas de relaciones en los que todo está interconectado con todo, originando la sinfonía universal, las montañas, los microorganismos, los animales, los seres humanos. Todo posee su interioridad. Por eso todo es espiritual. En el nivel actual del proceso cósmico de la evolución emerge, esa energía, en su forma más densa y consistente en el ser humano. Aquí la interioridad y la complejidad han alcanzado una expresión auto-consciente (parafraseando a Boff)
El Adviento nos invita a entrar en el espacio sagrado de lo que puede significar un nuevo paradigma o modelo-forma de vivir en comunión y respeto con TODO. Ese cambio de modelo, o transformación de nuestro modo de pensarnos, de vivirnos, demanda un nuevo descubrimiento de lo sagrado que siempre se relaciona con el cosmos. Dicen los que contemplan la realidad que ha sido la pérdida de lo sagrado en nuestro vivir diario, lo que está causando el gran desasosiego cósmico actual. Lo sagrado es una cualidad que nos hace experimentar todo con respeto y veneración. Es una actitud de no-dominio, no-abuso, para que vaya siendo una experiencia vivida desde otro registro. Necesitamos intuir esa liturgia cósmica, o sentido de celebración con todo el cosmos, con toda la humanidad. Recuerda que desde tu energía contemplativa tu intencionalidad influye ya como bálsamo en las heridas del planeta y de las personas. Todo posee su interioridad, todo es espiritual: ¿Por qué hemos tardado tanto en reconocerlo aunque lo intuíamos? ¿Por qué nos hemos dedicado a “utilizarlo” todo y a todos para nuestro provecho, como generación y cultura, si desde el fondo de nuestra consciencia “sentíamos” que “así no”? Sobre todo viendo cómo sufre el planeta y las personas, desde dentro nos están indicando un nuevo paradigma. Y todo podría empezar con tu liturgia cósmica, en como vives y celebras lo sagrado en ti y en todo. Creo poder decir que Adviento es algo así como un tiempo especial de una densidad hacia dentro maravillosa. Una liturgia cósmica: cuatro semanas de evolución hacia la Luz. Con todas las imágenes de la naturaleza y de la humanidad traídas a nuestra consciencia a través de textos proféticos preciosos, de anuncio de la Vida. Hoy empieza un tiempo propicio en ese silencio que la oscuridad proporciona, una luz tenue, una voz tenue: prepara caminos, tus caminos, los que vas a andar desde el otro paradigma…estos son los caminos del Señor, los nuestros. Él no va a venir, porque está, quienes estamos ausentes de consciencia somos los humanos. Por ello el viejo profeta poeta nos invita a progresivamente ir preparando el camino, el paradigma que queremos vivir, que se nos susurra con voz tenue, con reverencia y respeto, porque para el Espíritu nosotr@s sí somos lugar sagrado. Podríamos seguir desde el lenguaje bíblico diciendo:… y de entre nosotros, hay uno que nos unifica, nos hace comprender quienes somos, quienes podemos llegar a ser, sacándonos de la absurda rutina en la que vivimos cuando no somos conscientes de quienes somos, de la importancia ineludible de ser uno con él, en él y con el cosmos, porque al final todo es lo mismo, somos parte del todo, y nos influimos. Ese Uno es Jesús, energía concentrada y consciente de amor, compasión, creatividad. Y, ¿quién va a cambiar el paradigma del empresario que se resiste a producir de otra manera, sin emitir gases tóxicos, porque las ganancias serán inferiores, las normativas o el brillo de los ojos de su hijo, su nieto, mirando el bosque, el mar, la abeja…y tenga que responder a sus preguntas ¿por qué está enfermo todo eso tan bonito papá? ¿quién es el hombre malo que no lo cuida? Yo este Adviento pediría a todas las personas que lean estas humildes líneas, que pongamos sobre la mesa del cosmos, para nuestra liturgia cósmica, todo aquello que sabemos hacer: tocar instrumentos, escribir, cocinar, sembrar, dibujar, pintar, enseñar, contar chistes…y lo compartamos, priorizando tiempos y encuentros. Cuando tu hija te oiga tocar el instrumento, o cantar, o cocinar y llevarle un plato a alguien, o sembrar un árbol para compensar al planeta por haber usado un avión, como hace una amiga belga…iremos cambiando el paradigma. Y la ilusión en los ojos de tu pequeño se convertirá en brillo en tus ojos llenos de respeto y veneración. Luego estáis los que estos días sufrís más, porque habéis perdido a un ser querido o porque no hay deseos de reuniones familiares que se avecinan cargadas de langostinos (pobres)… A vosotros y vosotras os decimos que si pudierais transformar eso que parece negativo viviéndolo desde otro paradigma: ayudar a alguien, cocinar para alguien, tocar para alguien, escribir para alguien, hacerle la compra a alguien. Te sentirías mejor y devolverías el brillo en los ojos a los que te miran y quieren y sufren al verte sufrir. Pues todo ese popurrí de “ir tomando consciencia de que soy consciente” nos puede llevar a dejar de lamentar lo que no hay, en las parroquias, en las familias…y añadir tristeza al Universo, para “aportar” un cambio. Amenazamos con seguir en el tema Liturgia Cósmica, Adviento. La primera palabra de la liturgia de este domingo, la antífona de entrada tomada de la segunda lectura, es una invitación a la alegría. Claro que esa alegría no se debe a que llegan el turrón y los regalos, sino a que Dios es Emmanuel. Esa alegría, en el AT, está basada siempre en la salvación que va a llegar. Hoy estamos en condiciones de dar un paso más y descubrir que la salvación ha llegado ya porque Dios no tiene que venir de ninguna parte y con su presencia en cada uno de nosotros, nos ha comunicado todo lo que Él mismo es. No tenemos que estar alegres ‘porque Dios está cerca’, sino porque Dios está ya en nosotros.
La alegría es como el agua de una fuente, la vemos solo cuando aparece en la superficie, pero antes, ha recorrido un largo camino que nadie puede conocer, a través de las entrañas de la tierra. La alegría no es un objetivo a conseguir directamente. Es más bien la consecuencia de un estado de ánimo que se alcanza después de un proceso. Ese proceso empieza por el conocimiento, es decir una toma de conciencia de mi verdadero ser. Si descubro que Dios forma parte de mi ser, encontraré la absoluta felicidad dentro de mí. ¿Qué tenemos que hacer? Las respuestas a estas preguntas manifiesta muy bien la diferencia entre la predicación de Jesús y la de Juan. El Dios del AT era un Dios moral preocupado por el cumplimiento de su voluntad expresada en la Ley. El Bautista sigue en esa dirección, porque se creía que la salvación que esperaban de Dios iba a depender de su conducta. Esta era también la actitud de los fariseos, por eso su escrupulosidad a la hora de cumplir la Ley. Es curioso que los seguidores de Jesús, todos judíos, se encontraran más a gusto con la predicación de Juan que con la suya. Esto queda muy claro en los evangelios. Por esa misma razón los primeros cristianos, que seguían siendo judíos, cayeron en seguida en una visión del evangelio moralizante. Jesús no predicó ninguna norma moral. Es más, se atrevió a relativizar la Ley de una manera insólita. El hecho de que permanezcan en el evangelio frases como: “las prostitutas os llevan la delantera en el Reino” indica claramente que para Jesús había algo más importante que el cumplimiento escrupuloso de la Ley. S. Agustín en una de sus genialidades (esta vez para bien) lo expresó con rotundidad: “ama y haz lo que quieras”. No hay un resumen mejor del mensaje de Jesús. Sin embargo, hay una sutil diferencia con la doctrina anterior. Todas las propuestas que hace Juan van encaminadas a mejorar las relaciones con los demás. Se percibe una mayor preocupación por hacer más humanas esas relaciones, superando todo egoísmo. Está claro que el objetivo no es escapar a la ira de Dios sino imitarle en la actitud de entrega a los demás. El evangelio nos dice una y otra vez, que la aceptación por parte de Dios es el punto de partida, no la meta. Seguir esperando la salvación de Dios es la mejor prueba de que no la hemos descubierto dentro y seguimos anhelando que nos llegue de fuera. La pena es que seguimos esperando, que venga a nosotros, lo que ya tenemos en plenitud. El pueblo estaba en expectación. Una bonita manera de indicar la ansiedad de que alguien les saque de su situación angustiosa. Todos esperaban al ansiado Mesías y la pregunta que se hacen tiene pleno sentido. ¿No será Juan el Mesías? Muchos así lo creyeron, no solo cuando predicaba, sino también mucho después de su muerte. La necesidad que tiene de explicar que él no es el Mesías no es más que el reflejo de la preocupación de los evangelistas por poner al Bautista en su sitio; es decir, detrás de Jesús. Para ellos no hay discusión posible. Jesús es el Mesías. Juan es solo el precursor. La seguridad de tener a Dios en mí, no depende de mis acciones u omisiones. Es anterior a mi propia existencia y ni siquiera depende de Él pues no puede no darse. No tener esto claro nos hunde en la angustia y terminamos creyendo que solo puede ser feliz el perfecto, porque solo él tiene asegurado el amor de Dios. Con esta actitud estamos haciendo un dios a nuestra imagen y semejanza; estamos proyectando sobre Dios nuestra manera de proceder y nos alejamos de las enseñanzas del evangelio que nos dice exactamente lo contrario. Pero ¡ojo! Dios no forma parte de mi ser para ponerse al servicio de mi contingencia, sino para arrastrar todo lo que soy a la trascendencia. La vida espiritual no puede consistir en poner el poder de Dios a favor de nuestro falso ser, sino en dejarnos invadir por el ser de Dios y que él nos arrastre hacia lo absoluto. La dinámica de nuestra religiosidad actual es absurda. Estamos dispuestos a hacer todos los “sacrificios” y “renuncias” que un falso dios nos exige, con tal de que después cumpla él los deseos de nuestro falso yo. La verdad es que no hemos aceptado la encarnación ni en Jesús ni en nosotros. No nos interesa para nada el “Emmanuel” (Dios-con-nosotros), sino que Jesús sea Dios y que él, con su poder, potencie nuestro ego. Lo que nos dice la encarnación es que no hay nada que cambiar, Dios está ya en mí y esa realidad es lo más grande que puedo esperar. Ésta tenía que ser la causa de nuestra alegría. Lo tengo ya todo. No tengo que alcanzar nada. No tengo que cambiar nada de mi verdadero ser. Tengo que descubrirlo y vivirlo. Mi falso ser se iría desvaneciendo y mi manera de actuar cambiaría. En Jesús lo hemos visto claro. La salvación no está en satisfacer los deseos de nuestro falso ser. Satisfacer las exigencias de los sentidos, los apetitos o las pasiones nos proporcionará placer, pero eso nada tiene que ver con la felicidad. En cuanto deje de dar al cuerpo lo que me pide, responderá con dolor y nos hundirá en la miseria. Removemos Roma con Santiago para que Dios no tenga más remedio que darnos la salvación que le pedimos. Incluso hemos puesto precio a esa salvación: si haces esto y dejas de hacer lo otro, tienes asegurada la salvación que deseas. El conocimiento de Dios, del que hablamos, no es racional ni discursivo, sino vivencial y de experiencia. Es la mayor dificultad que encontramos en nuestro camino hacia la plenitud. Nuestra estructura mental cartesiana nos impide valorar otro modo de conocer. Estamos aprisionados en la racionalidad, que se ha alzado con el santo y la limosna, y nos impide llegar al verdadero conocimiento de nosotros mismos. Permanecemos engañados creyendo que somos lo que no somos, pidiendo a Dios que potencie nuestro falso ser. La alegría de la que habla la liturgia de hoy, no tiene nada que ver con la ausencia de problemas o con el placer que me puede dar la satisfacción de los sentidos. La alegría no es lo contrario al dolor o a nuestras limitaciones, que nos molestan. Las bienaventuranzas lo dejan muy claro. Si fundamento mi alegría en que todo me salga a pedir de boca, estoy entrando en un callejón sin salida. Mi parte caduca y contingente termina fallando siempre. Si me empeño en apoyarme en esa parte de mi ser, el fracaso está asegurado. La respuesta que debo dar a la pregunta: ¿qué debemos hacer?, es simple: Compartir. ¿Qué? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde? Tengo que adivinarlo yo. Ni siquiera la respuesta de Juan nos puede tranquilizar, pues en la realización de una serie de obras puede entrar en juego la programación. No se trata de hacer o dejar de hacer sino de fortalecer una actitud que me lleve en cada momento a responder a la necesidad concreta del otro que me necesita. Se trata de que desde el centro de mi ser fluya humanidad en todas las direcciones. Meditación No preguntes a nadie lo que tienes que hacer. Descubre tu verdadero ser y encontrarás sus exigencias. Tu meta tiene que ser desplegar lo que ya eres. Solo podrás desplegar tu verdadero ser si tus relaciones con los demás son cada día más humanas. Los textos del domingo pasado dejaban claro el tono alegre del Adviento. Y los de este domingo lo acentúan todavía más. “Regocíjate, hija de Sión, grita de júbilo, Israel; alégrate de todo corazón, Jerusalén”, comienza la 1ª lectura. Su eco lo recoge el Salmo: “Gritad jubilosos, habitantes de Sión: Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel”. La carta a los Filipenses mantiene la misma tónica: “Hermanos: Estad siempre alegres en el Señor; os repito, estad siempre alegres.” Y el evangelio termina hablando de la Buena Noticia; y las buenas noticias siempre producen alegría.
Alegría de Jerusalén y alegría de Dios (Sofonías 3,14-18) Este breve texto, probablemente del siglo V a.C., aborda dos problemas políticos, con un final religioso. Jerusalén ha sufrido la deportación a Babilonia, el rey y la dinastía de David han desaparecido, los persas son los nuevos dominadores. No tiene libertad ni rey. El profeta anuncia un cambio total: el Señor expulsa a los enemigos y será el rey de Israel. Pero lo más sorprendente es el motivo por el que se produce este gran cambio: «el Señor se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta». Cuando se recuerda la historia del pueblo de Israel, que los profetas consideran una historia de pecado, asombra que Dios pueda gozarse y complacerse en él. Es el misterio del amor de Dios. Estas palabras finales se adaptan perfectamente al espíritu del Adviento. La Iglesia, y cada uno de nosotros, debe aplicárselas. Alegría, mesura y oración (Filipenses 4,4-7) Pablo escribe a su comunidad más querida, pero en la que no faltan problemas, de fuera y de dentro. En la parte final de la carta, tres cosas le aconseja: alegría, mesura y oración. Alegría, confiando en la pronta vuelta del Señor. Al principio de su actividad misionera, Pablo estaba convencido de que Cristo volvería pronto. Lo mismo esperaban la mayoría de los cristianos a mediados del siglo I. Aunque esto no se realizó, las palabras “El Señor está cerca” son verdad: no en sentido temporal, sino como realidad profunda en la Iglesia y en cada uno de nosotros. Mesura. En el contexto navideño, cabe la tentación de interpretar la mesura como una advertencia contra el consumismo. Sin embargo, el adjetivo que usa Pablo (evpieike.j) tiene un sentido distinto. Se refiere a la bondad, amabilidad, mansedumbre en el trato humano, que debe ser semejante a la forma amable y bondadosa en que Dios nos trata. Oración. En pocas palabras, Pablo traza un gran programa a los Filipenses. Una oración continua, “en toda ocasión”; una oración que es súplica pero también acción de gracias; una oración que no se avergüenza de pedir al Señor a propósito de todo lo que nos agobia o interesa. La Lotería de Navidad, las elecciones y Juan Bautista Quedan pocos días para la Lotería de Navidad. La buena noticia es que toque, terminar teniendo más de lo que tenemos. En cambio, Juan anima a compartir lo que tenemos, a terminar teniendo menos. "El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo." En vísperas de elecciones, el candidato “bueno” es el que anuncia mejoras salariales, reducción de impuestos, estado de bienestar. ¿Qué candidato se atreve a exigir a los distintos colectivos más honradez y responsabilidad en el cumplimiento de sus obligaciones y a no pedir mejoras salariales? En cambio, Juan Bautista exige a los recaudadores de impuestos no exigir más de lo establecido y a los militares no extorsionar a nadie y contentarse con su paga. Quien imagine que Juan va a perder las elecciones con ese programa, se equivoca. Al contrario, la gente se pregunta si no será el candidato ideal, el Mesías. Pero él lo niega. En esta campaña electoral, él se limita a pegar carteles, a bautizar con agua. El verdadero candidato, el Mesías, vendrá después y pondrá en práctica esa profunda reforma que anhela el pueblo: desaparición de los romanos y de los judíos perversos que los apoyan, libertad y bienestar para el pueblo oprimido. En el lenguaje duramente poético de Juan, Judá es una era, y el Mesías vendrá a separar la paja del grano, a guardar el grano y quemar la paja. ¿Es esto una buena noticia? Indudablemente. Así lo interpreta el pueblo. No importa si le exigen renuncias y compromisos, porque también le ofrecen un futuro esperanzador. Mateo y Marcos, cuando presentan a Juan Bautista exhortando a convertirse no concretan qué implica eso en la práctica. Lucas aterriza en cosas muy concretas: compartir el vestido y la comida (hoy añadiríamos, el dinero), honradez y responsabilidad en nuestras tareas como ciudadanos. Es la mejor forma de vivir el Adviento. En tiempos de Juan el Bautista, muchas personas habían perdido la esperanza. Creían que no podían salvarse porque no cumplían la ley a rajatabla. No podía librarse de la tiranía de los romanos porque eran un pequeño pueblo frente a un imperio. ¿Qué podían hacer?
Juan les reaviva la esperanza, pero el pueblo quiere que les muestre el camino para que sea posible ese cambio profundo que les anuncia. Por eso, es tan oportuna la pregunta que le formulan: ¿Qué debemos hacer? En primer lugar, dice Juan, compartir con quien no tiene. En tiempos del Bautista y ahora. Él iba vestido con la piel de un animal y en su escudilla había unos cuantos saltamontes como menú. Su vida y su predicación eran coherentes. La coherencia facilita el cambio social. A los publicanos los coloca en su sitio. Una cosa es cobrar los impuestos legales y otra abusar como lo hacían, para enriquecerse ellos. Había padres de familia que se vendían como esclavos para pagar los impuestos. Los publicanos colaboraban con los romanos a cambio de grandes beneficios. Hoy, mientras los bancos y las multinacionales sigan aumentando sus beneficios a este ritmo, a costa de recortes sociales, desahucios inhumanos, peligros para la salud, etc. no habrá cambio social. A los sumo, “maquillaje de la situación” en medio de escandalosas desigualdades sociales. Cubrimos con “vendas de Cáritas” las heridas que provoca la injusticia social cada día. Los soldados no querían ser destinados a Israel, preferían trabajar en Roma o en otros países dominados por el imperio. Los historiadores de la época han dejado constancia de que Roma hacía la vista gorda con los atropellos que cometían. Se divertían pisando los derechos humanos. El trato que dieron a Jesús en la pasión es una buena prueba de ello. Dos mil años después, sigue habiendo extorsiones, falsas denuncias y abuso de poder en quienes deberían usar la fuerza para defender los derechos humanos, sin discriminación. Además, se están extendiendo grupos políticos que ofrecen una “filosofía de la violencia” para hacernos creer que hay que levantar unas fronteras que Dios no ha puesto. Nos recuerdan que tenemos derechos por ser blancos, europeos y burgueses y que ejercer esos derechos pasa por negar los de otros ciudadanos del mundo. Me pregunto ¿irán a Misa a dar gracias a Dios, porque han sido elegidos para ser su vox en la sociedad? Hay que señalar también a esos sectores de Iglesia que pretenden indicarnos lo que tenemos que hacer, a cambio de que les entreguemos nuestra conciencia. Ellos la gestionarán. Saben cuántos hijos hay que tener y cuál es el comportamiento correcto en todo momento. Perdonan errores y pecados y agradecen generosas limosnas. No hace falta jugar a las adivinanzas para saber de qué sectores hablamos. Nuestro ego, con sus altibajos, miedos y trampas también nos indica el camino: ¡haz lo que te dé la gana! Pero esa gana es insaciable y nos convierte en personas con “obesidad mórbida de ego”… y luego es muy difícil perder peso. Juan reavivó la esperanza. Hoy, tú y yo, estamos llamad@s a reavivarla. ¿Cuáles son las fuentes de esperanza en las que bebemos cada día? ¿Quién nos ha dicho, a lo largo de 2018, lo que tenemos que hacer? ¿Qué espacios y tiempos nos han ayudado a conectar con el Maestro y la voz de la conciencia? ¿Qué personas y grupos, con sus cantos de sirenas, nos han querido embaucar en proyectos y actitudes que no son los de Jesús de Nazaret y su causa? ¿Quiénes nos han ayudado a discernir, para vivir un proceso continuo de conversión y generar un cambio social? ¿Qué podemos mejorar o transformar en la comunidad cristiana? Acabamos con las palabras de Juan Bautista: ¡Que en 2019 seamos bautizad@s con Espíritu Santo y fuego! El 10 de diciembre de 1948, después de los horrores de la Segunda Guerra Mundial, la Asamblea de Naciones Unidas emitió la Declaración Universal de los Derechos Humanos, lo cual significó un avance para la humanidad en orden a la construcción de una sociedad libre de discriminaciones, justa y digna.
Este acontecimiento fue un paso trascendental en la toma de conciencia de la dignidad de la persona humana sin importar raza, cultura, lengua nacionalidad, credo religioso, género o condición social. Estos derechos son la materialización del deseo de un mundo más justo, equitativo y solidario, constituyéndose en el criterio fundamental de la ética social. Ha habido avances en la igualdad de género, que afecta a los derechos humanos no solo de las mujeres sino también de las personas discriminadas por su condición sexual. Hay un rechazo generalizado a la pena de muerte, siendo cada vez menos los países que la aplican y se ha generado una condena unánime a la tortura. Crece la conciencia sobre los derechos económicos, sociales, culturales y ambientales. Los creyentes reconocemos que el fundamento teológico de los Derechos Humanos radica en que Dios se hace presente en cada hombre y mujer, particularmente en el pobre y marginado. Jesús constituye como único criterio para el juicio de la historia el respeto a todo ser humano y el servicio a los necesitados al identificarse con ellos. "Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, pasé como forastero, inmigrante, y me recibisteis en vuestra casa, anduve sin ropa y me vestisteis, estuve enfermo o en la cárcel y vinisteis a verme... Os aseguro que todo lo hagáis a uno de estos, mis hermanos menores, conmigo lo hacéis" (Mt 25,31-46). Por eso, todo atropello a la dignidad humana es un atropello al mismo Dios, de quien es imagen. Jesús nos ofrece la clave: "Todo cuanto queráis que os hagan los demás, hacedlo vosotros con ellos". Estas palabras de Jesús constituyen la regla de oro de los Derechos Humanos. Después de 70 años de aquella Declaración, constatamos que los derechos humanos siguen violándose. Los ideales que la motivaron están siendo olvidados. El mundo vive sumergido en una profunda crisis de valores, una crisis humanitaria, ética y espiritual. Un movimiento fundamentalista, extremista e inhumano va invadiendo el planeta. Trump en Estados Unidos, Orban en Hungría, Salvini en Italia, Duda en Polonia, Kurz en Austria, Netanyahu en Israel, Hernández en Honduras, Bolsonaro en Brasil, y el auge de la extrema derecha en Francia, Alemania, España... son un indicador de la crisis de derechos humanos que golpea a la humanidad. A todos ellos les caracteriza un discurso de odio, incitación a la violencia étnica, racismo, xenofobia, aporofobia y un desinterés frente al cambio climático. A esta realidad se suma el fundamentalismo religioso de los movimientos neopentecostales, sobre todo en América Latina, y el salafismo, apoyado por Arabia Saudí, que actúa a través de Al Qaeda, Estado Islámico, Boko Haram y Al Sabah, imponiendo una versión rigorista del islam y cometiendo crímenes y atentados terroristas en países árabes e incluso en Europa. Resalta, asimismo, la oleada de inmigrantes africanos que huyen del hambre y de la violencia en sus países de origen. Tratan de llegar a Europa con la esperanza de encontrar una vida digna y en paz. Los que no mueren ahogados en el Mediterráneo (que son 33.816 en los últimos años), llegan a nuestras costas exhaustos y chocan con el rechazo europeo. En la población española se siente una creciente hostilidad hacia los inmigrantes, lo cual es un indicador de la degradación del espíritu humanista y solidario que nos ha caracterizado. Y esto es sumamente preocupante, porque los valores humanos deberían primar sobre el "bienestar" socioeconómico. Una sociedad sin valores no tiene futuro. Los artículos 13 y 14 de la Declaración Universal de Derechos Humanos están siendo flagrantemente violados por Europa y Estados Unidos. Estos países, que son los más ricos del mundo, cierran sus puertas a los inmigrantes y refugiados que tratan de buscar un lugar seguro donde vivir. Este comportamiento de los países ricos del norte global responde a una tendencia de proteger su status de vida económico y social. Un egoísmo colectivo. Desde el 16 de octubre avanza la caravana de inmigrantes centroamericanos rumbo a Estados Unidos. Más 10.000 personas, hombres, mujeres y niños, huyen del hambre y la violencia. Buscan en este país un lugar donde trabajar y vivir dignamente. Pero Trump les cierra las puertas, enviando más de 10.000 militares para impedir que crucen el muro. Contrasta esta política con la solidaridad de la gente humilde y sencilla de Guatemala y México, que salió al encuentro de la caravana ofreciéndoles agua, comida y, sobre todo, acogida fraterna. Comunidades cristianas y organizaciones de derechos humanos, no solo los acogieron sino que los acompañan en su largo caminar. Pero también de organizaciones norteamericanas que se han desplazado a la frontera para recibirlos. El clima de extrema pobreza, consecuencia de la injusticia del sistema capitalista imperante en estos países es la razón fundamental por la que los centroamericanos abandonan sus países de origen en dirección al norte. La caravana salió de San Pedro Sula, Honduras, considerada como una de las ciudades más peligrosas del mundo. En Honduras, un país de 9 millones de habitantes, el año 2017 fueron asesinadas un total de 3.792 personas. La delincuencia y la represión policial tienen atemorizada a la población. Asimismo, Guatemala vive una situación crónica de hambre y violencia. Líderes de organizaciones campesinas que resisten a la política extractiva de las multinacionales, son asesinados. A nivel global es cada vez más profunda la brecha entre países enriquecidos y países empobrecidos. El sistema económico de libre mercado está arrinconando en la miseria al 85% de la población mundial y matando de hambre a los pobres de la tierra. La desigualdad crece progresivamente. Esta es la causa estructural del fenómeno migratorio La conmemoración de la Declaración Universal de los Derechos Humanos nos reta a soñar que es posible cambiar de rumbo, para que las estructuras socioeconómicas y políticas cambien y aseguren la paz que nace de la justicia y una vida digna para todo hombre y mujer, sin necesidad de emigrar. Urge una revolución de la conciencia de los ciudadanos del norte global, para que se logre una nueva humanidad. |
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