Esta es la pregunta que surge al leer al teólogo católico holandés-brasileño Eduardo Hoornaert. El autor parte de la situación de miseria del campesinado ruso en tiempo de los zares y de las diversas reacciones de Marx y Bakunin. Ambos se indignan ante la miseria del pueblo, pero mientras Marx propone la toma del poder y la dictadura del proletariado en orden a una sociedad sin clases, Bakunin desconfía radicalmente del Estado, pues en vez de buscar el bien del pueblo, se corrompe. Hoornaert dice que la historia da la razón a Bakunin, el poder del Estado se corrompe: Stalin, Hitler, Mussolini, Franco, Salazar… e incluso el PT del Brasil. En este contexto el autor se interroga sobre si Jesús fue anarquista como afirman algunos historiadores judíos. Hasta aquí Hoornaert.
Jesús en efecto aunque tenía autoridad, no tuvo poder económico ni político, rechazó ser elegido rey, criticó a los gobernantes que oprimen al pueblo y se hacen llamar bienhechores, privilegió a los pobres y murió en la cruz. Pero al mismo tiempo Jesús eligió a 12 apóstoles y a su cabeza Pedro, para que llevasen adelante su proyecto del Reino. Es peligroso y anacrónico proyectar sobre Jesús categorías ideológicas de otros tiempos. Jesús no fue comunista ni anarquista, no se movió por ideologías sino por el Espíritu y el evangelio del Reino de Dios. Pero lo que sí queda claro es que tanto el Estado como la Iglesia deben continuamente cuestionarse para no corromperse y han de convertirse continuamente al Reino de Dios.
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Después de haber hablado de la vida pública de Jesús durante ocho capítulos, el evangelio de Mt vuelve a hablar de Juan de una manera sorprendente. Mt ya nos ha dicho quién es Jesús, pero Juan desde la cárcel no las tiene todas consigo. La pregunta a Jesús es muy concreta, pero él responde a dos cuestiones muy distintas. De sí mismo responde de manera indirecta con lo que dice Isaías del Mesías. De Juan responde por su cuenta y riesgo, de una manera también sorprendente. La propuesta del evangelio de hoy es desconcertante: El Precursor dudando que el anunciado sea auténtico.
¡Cómo que Juan no sabía quién era Jesús! ¿No había dicho que no era digno de llevarle las sandalias? ¿No había dicho que su bautismo era sólo de agua, que él bautizaría con Espíritu Santo? ¿No había dicho que él era el que tenía que ser bautizado por Jesús? ¿No había visto al Espíritu bajar sobre él? ¿No había oído la voz del cielo: Este es mi Hijo amado? ¿A qué viene ahora la pregunta ingenua de, si es o no es, el que ha de venir? Está claro que todas las afirmaciones tienen muy pocas probabilidades de ser históricas. Una vez más recordamos que los evangelios no son crónicas de sucesos. Aunque algunas veces puedan hacer referencia a hechos que sucedieron, la intención al relatarlos es aclarar problemas teológicos. El tema que se propone hoy fue muy difícil de resolver para los primeros cristianos, que eran judíos. Su mensaje y su manera de comportarse, nada tenía que ver con lo que los judíos de su tiempo esperaban del Mesías. No se trata de hablar de Juan, cuanto de intentar que todos se den cuenta del significado de Jesús. Los evangelios nacen en una cultura oriental, completamente distinta de la cultura grecorromana donde se desplegó más tarde el cristianismo. En aquella cultura, la manera de comunicar verdades, era el relato. Contando una historia, se le dice al interlocutor lo que se le quiere comunicar. Nada que ver con la cultura grecorromana, que había desarrollado un lenguaje lógico, discursivo, racional, que por medio de silogismos accedía y comunicaba la verdad. Sigue siendo una catástrofe para la interpretación del evangelio que nos empeñemos en mirar como lenguaje lógico lo que no es más que un relato mítico, y tomarlo como crónicas de sucesos históricos. En estos días de Navidad, da verdadera pena oír hablar de los pastores, de los reyes magos, de los inocentes, de los ángeles apareciéndose a los pastores o de las apariciones a María y a José, como historias reales, cuyo objetivo es comunicarnos lo que pasó. Y todo, sin hacer puñetero caso a los exégetas que llevan más de dos siglos diciendo que esa no es la manera adecuada de entender la Biblia. No sólo distorsionamos los textos, haciéndoles decir lo que no dicen; sino que nos quedamos sin el verdadero mensaje, y esto es mucho más grave. Podéis imaginar lo que yo siento cuando veo a una persona salirse de la iglesia por oírme decir que esos relatos no son historia. Contadle a Juan lo que estáis viendo. No les está diciendo que su misión es curar a los inválidos. Lo que hace Jesús es recordar la manera de hablar de Isaías, para que Juan asociara lo visto con los tiempos mesiánicos. Ni todos los leprosos van a quedar limpios, ni todos los sordos van a oír, (en realidad no llegan a una docena los milagros que nos cuentan los evangelios). Además, También nos decía Isaías el domingo pasado, que el lobo habitará con el cordero y la pantera se tumbará con el cabrito, que el desierto y el yermo se regocijarán, que se alegrarán el páramo y la estepa. Estas imágenes no tenemos más remedio que entenderlas como símbolos. ¿Por qué esperamos que los ciegos vean, los sordos oigan, cuando llegue el Mesías? ¿Por qué habla de ciegos, sordos, cojos, inválidos, leprosos, y hoy, muchos otros colectivos siguen siendo objeto de marginación? El texto quiere decir que la llegada del Reino tendrá consecuencias para todos, pero sobre todo para los más desfavorecidos, que habían perdido toda esperanza. Quiere decir que el que acoja el Reino, saldrá de la dinámica de la opresión y entrará en la dinámica del servicio. Por cierto, entre los signos de la presencia del Mesías no hay ni un solo signo religioso: ni culto, ni rezos, ni sacrificios. Esto tenía que hacernos pensar. Los cristianos nos olvidamos con frecuencia que, para Jesús, lo primero es el hombre; incluso antes que el culto (Dios). La buena noticia que se anuncia a los pobres (que hemos olvidado los cristianos) es la noticia de que Dios es Abba para todos. La noticia de que la salvación viene de Dios y ya se la ha concedido a todos. La noticia de que Dios no va a pedirnos cuenta de nuestros pecados, sino que no ha liberado ya de todos ellos. La noticia de que no son los sabios y entendidos los que descubrirán ese Dios, sino los sencillos. La noticia de que no son los que detentan el poder, sea civil o religioso, los que están más cerca de Dios, sino los que lo sufren y padecen. La noticia de que no son lo “buenos” los que encontrarán a Dios de cara, sino las prostitutas y los pecadores. Ni Juan ni los apóstoles estaban capacitados para entender a Jesús. Su figura no se ajusta al Mesías que ellos esperaban. Jesús rompe todos los moldes, desbarata todas las expectativas. Lo que aporta va en la dirección contraria de lo que esperaban. No viene a imponer nada, sino a proponer una dinámica de servicio. Su actitud de no-violencia, de no defenderse de los enemigos, de no destruir al adversario, escandaliza a todos, incluido a Pedro. No sólo no vine a imponer “justicia” sino que acepta la injusticia en su propia carne. De ahí la frase final de Jesús: “y dichoso el que no se escandalice de mí”. El Reino no lo hacen presentes los ciegos o sordos o cojos curados, sino el que se preocupa de ellos. Solo los hechos en beneficio de los demás hacen presente a Dios. Por no tener esto en cuenta, la mayoría de nosotros creemos que lo importante es librar al pobre de sus carencias. El objetivo primero debe ser librarme yo de mi inhumanidad. Incluso para un ciego, más importante que ver, es recuperar su humanidad machacada por el que le desprecia. Que esa disponibilidad sea para con un rico o para con un pobre, no tiene ninguna importancia; lo que importa es la actitud. Tampoco importa que al necesitado se le dé un millón o sólo una sonrisa; en ambos casos allí está Dios. Esa advertencia sirve también para nosotros hoy. Seguimos escandalizándonos, porque la salvación que Jesús nos trajo no responde a la que nosotros seguimos esperando. Seguimos sin enterarnos de que el amor que predica Jesús es absolutamente eficaz solo si se hace vida, pero es completamente inútil si se queda en teoría. El amor nunca se pondrá al servicio de nuestro ego para conseguir seguridades o alcanzar provecho personal. El amor va siempre en dirección a los demás y se olvida de sí. Nos empujará siempre a desprendernos de nuestro ego, potenciando la unidad con los demás. El amor compasivo es nuestra verdadera naturaleza. El egoísmo es nuestra destrucción. En contra de lo que solemos pensar, la inmensa mayoría de las miserias humanas no están a la vista. Todos estamos rodeados de carencias, más importantes que las estrictamente vitales como pueden ser alimento y vestido. La falta de alimento me puede matar biológicamente, pero la falta de amor (activo o pasivo) me mata como ser humano, y eso es mucho más grave. Todos necesitamos ayuda de los demás en mil aspectos, que ni siquiera queremos reconocer. Pero también yo puedo ayudar a todos los seres humanos que encuentro en mi camino. Cada uno necesitará algo distinto, pero puedo estar seguro de que todos esperan algo de mí. Entraré en la dinámica del Adviento cuando haga presente el Reino, no defraudando al que espera algo de mí. Meditación-contemplación ¡Dichoso el que no se sienta defraudado por mí! Todos nos sentimos de una u otra manera defraudados. La realidad no suele ser como nosotros la imaginamos, Y seguimos esperando que Dios arregle por fin las cosas. ........................... La preocupación inmediata por nuestro ser biológico puede impedir el descubrimiento de nuestro ser más profundo y arruinar nuestras posibilidades como seres humanos. La única manera de buscarlo, es la meditación. ............... Hay que nacer de nuevo, decía Jesús a Nicodemo. Para nacer del Espíritu, hay que trascender lo puramente biológico. La perla que hay en nuestro interior, está escondida. Si no me pongo a buscarla con empeño, nunca la encontraré. Las lecturas no tienen relación entre ellas, pero siguen en la misma onda de los domingos anteriores. La primera (de Isaías) vuelve a tratar uno de los grandes problemas antiguos y actuales: el de los deportados y desplazados. El evangelio se relaciona de forma muy estrecha con el del domingo precedente: la actividad de Jesús provoca el desconcierto de Juan Bautista. La carta de Santiago ofrece un nuevo consejo para vivir el Adviento.
1. Destierro y repatriación de hace siglos; refugiados y desplazados de ahora Los dos primeros domingos de Adviento nos obligaron a recordar los graves problemas de la guerra y las injusticias, ofreciendo como contrapartida la esperanza de la paz y un nuevo paraíso. El texto de Isaías de este tercer domingo aborda otra de las grandes experiencias que tuvo el pueblo de Israel: la del destierro. La primera deportación importante la sufrieron los israelitas del norte a finales del siglo VIII a.C. (año 720). Pero las más famosas fueron las que tuvieron como protagonistas a los judíos a comienzos del siglo VI a.C. (años 598 y 586). Fue grande la tragedia, angustia y odio que provocaron estas deportaciones. Pero más fuerte aún fue en muchos casos, no siempre, el deseo de volver a la patria. Numerosos textos proféticos en los libros de Jeremías, Ezequiel, Isaías, anuncian esta repatriación. En esta línea se orienta la primera lectura del tercer domingo de Adviento. Para comprenderla debemos recordar que el camino de miles de kilómetros entre Babilonia y Jerusalén no era entonces (tampoco ahora) una maravillosa autopista transitada por cómodos autobuses con aire acondicionado. Cualquier caravana que hacía ese largo recorrido tenía la impresión de atravesar un terrible y árido desierto. Un grupo del que formaran parte ancianos, mujeres embarazadas, niños, podía desanimarse fácilmente ante la difícil empresa. El profeta los anima con palabras enormemente poéticas. La lectura del tercer domingo nos obliga pensar en tantos millones de personas que se encuentran en la misma situación que los antiguos israelitas y necesitan como ellos una palabra y una acción que les lleve esperanza y consuelo. 2. Desconcierto (Mt 11,2-11) El evangelio del domingo pasado nos habló de la esperanza de Juan Bautista: un Mesías enérgico, con el hacha en la mano dispuesto a talar todo árbol improductivo, y con el bieldo para quemar la paja en el fuego. Sin embargo, las noticias que le llegan a la cárcel de la actividad de Jesús son muy distintas. El comienzo es muy significativo: «Juan se enteró... de las obras que hacía el Mesías». No dice Jesús, sino el Mesías. Y «las obras» se refiere a todo lo anterior: palabras, curaciones, misión. Pero precisamente lo que debía animar a Juan provoca en él la duda. Había esperado un Mesías enérgico, que solucionase definitivamente los problemas; dispuesto a cortar el árbol que no diese buen fruto (3,10), a distinguir entre el trigo y la paja, para quemar lo inútil en una hoguera inextinguible (3,12). Jesús le falla; al menos, lo desconcierta. Actúa de forma muy distinta a como actúa él: no va vestido con una piel de camello, no se alimenta de langostas y miel silvestre, no enseña a rezar a sus discípulos, no les obliga a ayunar, en vez de dar hachazos se dedica a curar enfermos y contar historias bonitas. Juan, después de estar convencido de que Jesús era el Mesías esperado, se pregunta ahora ‒y le pregunta‒ si hay que seguir esperando a otro. La respuesta de Jesús es desconcertante a primera vista: repite lo que Juan ya sabe. Los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. Sin embargo, es distinto saber y comprender. Y las obras del Mesías se comprenden cuando son contempladas a la luz de la Escritura. No se trata de saber que Jesús ha curado a dos ciegos, a un mudo, o a un leproso. Lo importante es que en todo eso se está cumpliendo lo anunciado por los antiguos profetas. A partir de esas promesas elabora Jesús su respuesta, que pasa de la enfermedad física (ciegos, cojos, leprosos, sordos) a la muerte y a la evangelización de los pobres. A partir del libro de Isaías se podría haber construido una imagen muy distinta, más en la línea de Juan Bautista. Jesús elige la que sólo subraya lo positivo. Y esto puede provocar una reacción en contra. Por eso termina con un serio aviso: «¡Dichoso el que no se escandalice de mí!» Esto es lo que los discípulos de Juan deben comunicarle en la cárcel. Este episodio es muy importante para examinarnos de nuestra imagen de Jesús. Generalmente partimos de que Jesús es el Hijo de Dios, segunda persona de la Santísima Trinidad. Por consiguiente, cualquier cosa que diga o haga debe ser perfecta. Esta actitud es muy peligrosa porque impide profundizar en la fe. Las palabras y las obras de Jesús desconcertaron a Juan Bautista, escandalizaron a los escribas y fariseos, no fueron entendidas por los discípulos. Es absurdo pensar que nosotros no tendríamos ninguna dificultad en aceptarlas. El episodio anterior puede dejar mal sabor de boca con respecto a la figura de Juan Bautista. Por eso, los evangelios de Mt y Lc añaden en este contexto unas palabras de Jesús sobre él. Para comprender este pasaje hay que recordar un dato fundamental. Nosotros siempre hemos visto a Juan Bautista en relación con Jesús. Su única misión era anunciar la venida del Mesías. Esto significa una simplificación muy grande. En los ambientes judíos de comienzos del siglo I, Juan Bautista era más conocido que Jesús; y sus discípulos llegaron a Grecia antes incluso que los cristianos. Por otra parte, los episodios anteriores demuestran que los discípulos de Juan Bautista no perdieron su identidad al aparecer Jesús, sino que siguieron vinculados a Juan, viviendo según sus enseñanzas (por ejemplo, con respecto al ayuno). Se creó, entonces, entre los discípulos de Jesús y los de Juan cierta tensión sobre quién de los dos era más importante. Aquí se aborda el tema, exaltando a Juan y, al mismo tiempo, poniéndolo en su justo sitio. Las afirmaciones son bastante distintas, y a veces enigmáticas. Ante todo, Jesús elogia las cualidades humanas de Juan: firmeza, austeridad. Pero es más que un asceta: es un profeta, e incluso más que eso: el mensajero que prepara el camino del Señor, «el Elías que tenía que venir» (Ex 23,20; Mal 3,1). Por eso, «no ha nacido de mujer nadie más grande que Juan Bautista». Sin embargo, la dignidad de Juan radica precisamente en ser el precursor de Jesús, y se queda en el ámbito del Antiguo Testamento. Por eso, «el más pequeño en el Reino de Dios [en la comunidad cristiana] es más grande que él». Esta frase resulta muy dura, pero encaja en la idea bíblica de que los hombres no son lo importante sino Dios y lo que él hace. Encandilarse con la grandeza de las personas, incluso de los mayores santos, no es un buen método para valorar la acción de Dios. Y sería errónea la interpretación de Julius Wellhausen: «el cristiano más irrelevante… es, como cristiano, superior al más eminente judío». No se trata de oponer religiones sino de situar rectamente a Juan Bautista dentro del plan de Dios. 3. Paciencia El tercer consejo procede de la carta de Santiago (Snt 5,7-10) y se centra en la paciencia y el aguante, poniendo como ejemplo a personas tan distintas como los campesinos y los profetas. “En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras de Cristo, le mandó a preguntar por medio de dos de sus discípulos: “Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”” (Mt 11,2).
Puede resultar desconcertante ver a Juan el Bautista, al hombre que anunciaba la llegada de Jesús como el Mesías, mostrando en este evangelio dudas sobre quién es realmente aquel al que anunció como “el que viene detrás de mí y a quien no merezco ni llevarle las sandalias”. Si bien sabemos que el texto está cargado de contenido teológico, la pregunta nos muestra lo que seguramente sucedería en los primeros tiempos del cristianismo. No serían pocas las discusiones entre los discípulos de Juan y los de Jesús, o las dudas existentes en la comunidad mateana. A los judíos, que habían nacido y se habían criado esperando un Mesías diferente, regio y guerrero, no les sería fácil acoger a Jesús como el Esperado de todos los tiempos. El evangelista, como sucedió entonces, nos invita hoy a replantearnos nuestra imagen de Jesús para posicionarnos y dar una respuesta personal ante la pregunta: “¿tenemos que esperar a otro?”. La liturgia del domingo pasado nos presentaba a Juan anunciando al que venía detrás de él como el que “os bautizará con Espíritu Santo y fuego. Él tiene el bieldo en la mano, aventará su parva, reunirá su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga” (cf. Mt 3,12). Son imágenes apocalípticas, que contrastan con las acciones que Jesús realiza y que Mateo nos ha ido describiendo a lo largo de los siguientes ocho capítulos hasta encontrarnos con la lectura de hoy. A los creyentes de los primeros tiempos les tuvo que resultar sobrecogedor acoger a un Mesías que no venía portando fuego y bieldo, fuerza y destrucción; sino encarnación, compasión, bondad y consuelo. Nosotros, tan acostumbrados a ver a Jesús como el hombre bueno que recorrió Galilea sanando, liberando, compartiendo mesa y palabra, abrazando y consolando, no se nos puede pasar la oportunidad de cuestionarnos personalmente para renovar y afianzar nuestra fe en el Dios que se hizo ser humano para compartirlo todo con nosotros. ¿Acogemos en lo más hondo de nuestro corazón a este Mesías o estamos esperando a otro? ¿Cuál es nuestra imagen de Dios? ¿A quién estamos buscando? ¿A quién estamos siguiendo? ¿Con quién nos estamos comprometiendo? Porque la respuesta de Jesús no deja resquicio a la duda. Jesús se da a conocer no a través de términos abstractos sino de acciones concretas. “Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia.” Lo que el profeta Isaías anunciaba como futuro (y que hoy leemos en la primera lectura) se hace presente en Jesús. Estos son los signos del Mesías: alivio para quien sufre, acogida para quien es excluido, vida para quien se siente morir, vista para quien se encuentra en penumbras, fortaleza para las rodillas débiles… “¡Dichoso el que no se sienta defraudado por mí!”, nos dice Jesús. Dichoso quien acoja que este es el Dios de la Vida, aquel que se abaja, se hace niño, se hace carne humana, para acoger en sí el dolor y el sufrimiento de todos. El tuyo, el mío, pero sobre todo, el de aquellos y aquellas que peor lo están pasando en nuestro mundo. Este es el Dios de Jesús y de este modo y no de otro nos convoca a trabajar en su Reino. Hoy celebramos el “Domingo de Gaudete”, el conocido como el domingo de la Alegría. Pablo en la segunda lectura nos lo recordará: “Estad siempre alegres”. Que nuestra alegría se nutra de la Buena Noticia que Jesús nos anuncia: la certeza del amor absoluto del Dios Todoternura que nos saca de nuestras cegueras, invalideces y lepras llevándonos a una vida nueva y enviándonos a hacer lo mismo. El verdadero ser de Jesús y María es exactamente el mismo que el nuestros. Dios te ha dado a ti exactamente lo mismo que a ellos, porque se te ha dado Él mismo totalmente. No te servirá de nada el escucharlo. Solo cuando lo experimentes, saltará por los aires el corsé que te aprisiona y te impide crecer y ser tú mismo. Haberlo descubierto en María y Jesús, es un salto de gigante, pero no es suficiente. Tampoco los razonamientos sirven de nada, pero voy a intentar darte alguno, a lo largo de este comentario.
La doctrina de la Inmaculada es un dogma, proclamado por Pío IX en 1854. Puede ser interesante recordar el proceso histórico que llevó a esta formulación. Ni los evangelios ni los Padres de la Iglesia hablan para nada de María inmaculada. La razón es muy simple, no se había elaborado la idea que hoy tenemos del pecado original. Así de sencillo. El concepto de pecado original, tal como ha llegado hasta nosotros, se debe a S. Agustín. Solo cuanto se creyó que todos los hombres nacían con una mancha o pecado (mácula), se empezó a pensar en una María in-maculada. Este pensamiento caló muy pronto en el pueblo sencillo, siempre abierto a todo lo que estimule su sensibilidad. En el siglo VII ya se celebraba una fiesta de la Inmaculada. Hoy nos parece infantil la discusión que se mantuvo durante la Edad Media entre los “inmaculistas” y los “maculistas”. Entre los más de doscientos teólogos importantes, que no creían en la inmaculada, tal como se concebía en aquella época, encontramos a figuras tan destacadas y tan marinas como S. Bernardo, S. Alberto Magno, S. Buenaventura, Santo Tomás de Aquino. Esto nos muestra que lo que pensaban no tiene nada que ver con la mayor o menor devoción a Maria. S. Bernardo, el santo más devoto de María, dice en el año 1140: “esa invocación (Inmaculada) ignorada de la Iglesia, no aprobada por la razón y desconocida de la tradición antigua”. Hay que dejar claro que la discusión se centraba en un punto muy concreto: La santificación de María, que nadie discutía, ¿se realizó en el “primer instante de su existencia” o “un instante después”? Fue Juan Duns Escoto el que, por fin, dio con el argumento decisivo. “A Dios le convenía que su madre fuera inmaculada. Como Dios, puede hacer todo lo que quiera. Lo que Dios ve como conveniente lo hace; luego Dios lo hizo” (y se quedó tan ancho). Ni la idea de Dios ni la idea de salvación ni la idea de pecado original que se manejaba en aquellas discusiones, puede ser sostenida hoy. Aunque la realidad del pecado original es un dogma, los exégetas nos dan hoy una explicación del relato del Génesis que no es compatible con la idea de pecado original desarrollada por S. Agustín: “una taracasi física, que se trasmite por generación a todos”. Menos sostenible aún es que la culpa la tengan Adán y Eva. Hoy sabemos que no ha existido ningún Adán, creado directamente por Dios. El paso de los simios al “homo sapiens” ha sido mucho más lento de lo que habíamos creído. En ese proceso, no hay manera de colocar una línea divisoria que diferencie a un simio de un ser humano. Si un usuario quema el motor de su coche por no ponerle lubricante, es ridículo pensar que por ese hecho, saldrán desde entonces de fábrica todos los coches chamuscados. El coche sale de fábrica ¡impecable! (fijaros como nos delata el lenguaje), pero tiene que empezar a rodar y ahí quedará patente que hay desgaste. Si el fallo se debiera a un defecto de fábrica, no solo el usuario no tendría ninguna responsabilidad sino que tendría derecho a una indemnización. En nosotros hay una parte divina, pero también hay un parte humana, demasiado humana, que termina por despistarnos. El pecado, incluido el original, no es ningún virus que se pueda quitar o poner. El primer “fallo” (¿pecado?) en el hombre, es consecuencia de su capacidad de conocimiento. En cuanto tuvo capacidad de conocer y por lo tanto de elegir, falló. El fallo no se debe al conocimiento, sino a un conocimiento limitado, que le hace tomar por bueno, lo que es malo para él. La voluntad humana elige siempre el bien, pero ella no es capaz de discernir lo bueno de lo malo, tiene que aceptar lo que le propone el entendimiento. Lo que todos heredamos es esa limitación radical para conocer claramente el bien. El concepto de pecado como ofensa a Dios, necesita una revisión urgente. Creer que los errores que comete un ser humano pueden causar una reacción por parte de Dios, es ridiculizarlo. Dios es impasible, no puede cambiar nunca. Es amor y lo será siempre y para todos. Al fallar, yo me hago daño a mí mismo y a los demás, nunca a Dios. Sea yo lo que sea, la oferta de amor por parte de Dios será siempre invariable. Pero esa oferta no la puede hacer Dios desde fuera de mí. Para Él no hay afuera. Lo divino es el fundamento, la base de mi propio ser. Ahí puedo volver en todo momento para descubrirlo y vivirlo. El dogma dice: “por un singular privilegio de Dios”. En sentido estricto, Dios no puede tener privilegios con nadie. Dios no puede dar a un ser lo que niega a otro. El amor en Dios es su esencia. Dios no tiene nada que dar, o se da Él mismo o no da nada. Nada puede haber fuera de Dios. Además no tiene partes. Si se da, se da totalmente, infinitamente. Lo que nos dice Jesús es que Dios se ha dado a todos. Esto no quiere decir que María y Jesús no sean unos seres extraordinarios. Al contrario, desde aquí es desde donde podemos valorar la grandeza de su singularidad. Ella fue lo que fue porque descubrió y vivió esa realidad de Dios en ella. Todo lo que tiene de ejemplaridad para nosotros se lo debemos a ella, no a que Dios le haya colmado de privilegios. Puede ser ejemplo porque podemos seguir su trayectoria y podemos descubrir y vivir lo que ella descubrió y vivió. Si seguimos considerando a María como una privilegiada, seguiremos pensando que ella fue lo que fue gracias a algo que nosotros no tenemos, por lo tanto, todo intento de imitarla sería vano. Hablar de María como Inmaculada tiene un sentido mucho más profundo que la posibilidad de que se le haya quitado un pecado antes de tenerlo. Hablar de la Inmaculada es tomar conciencia de que en un ser humano (María) descubrimos algo, en lo hondo de su ser, que fue siempre limpio, puro, sin mancha alguna, inmaculado. Lo verdaderamente importante es que, si ese núcleo inmaculado se da en un solo ser humano, podemos tener la garantía de que se da en todos. Esa parte de nuestro ser que nada ni nadie puede manchar, es nuestro auténtico ser. Es el tesoro escondido, la perla preciosa. Para descubrir esa realidad tienes que bajar hasta lo más hondo de tu ser. Descubrirás primero los horrores de tu falso yo. Será como entrar en un desván lleno de muebles rotos, ropa vieja, telarañas, suciedad. Al encontrarte con esa realidad, la tentación es salir corriendo, porque tendemos a pensar que no somos más que eso. Pero si tienes la valentía de seguir bajando, si descubres que eso que crees ser, es falso, encontrarás tu verdadero ser luminoso y limpio, porque es lo que hay de divino en ti. La fiesta de María Inmaculada nos manifiesta la cercanía de lo divino en ella y en nosotros. En ella descubrimos las maravillas de Dios. Pero lo singular de María está en que hace presente a Dios como mujer, es decir, podemos descubrir en ella lo femenino de Dios. Para una sociedad que sigue siendo machista, debería ser un aldabonazo. María es grande porque descubrió y vivió lo divino que había en ella. No son los capisayos que nosotros le hemos puesto a través de los siglos, los que hacen grande a María sino haber descubierto su ser fundado en Dios y haber desplegado su feminidad desde esta realidad. Meditación-contemplación “Él nos eligió para que fuésemos inmaculados”, dice Pablo. Esa elección es para todos sin excepción. No es una posibilidad sino la realidad que me hace ser. Descubrirla y vivirla, sí depende de mí. ...................... No es nada fácil descubrir lo divino que hay en ti, Porque está escondida bajo la ganga que creo ser. Mi tarea, que puede durar toda una vida, es apartar la suciedad y llegar hasta el tesoro. ...................... Que nadie te convenza de que eres basura. No dejes que nadie te desanime. No basta con haber oído que el tesoro está ahí. Es necesario experimentar y vivir esa presencia. Al otro lado de nuestra querida Urbasa, del inmenso hayedo ya casi desnudo que se empiezan a cargar de nieve, se encuentra Alsasua. La "capital" de la Sakana está en todos los medios de comunicación. Hablan éstos, sobre todo los que desconocen la cotidianidad y gustan de funcionar a base de barato titular, de una convivencia rota. Yo no lo creo, por más que sí que haya necesidad de algún remiendo. Tienen mucha responsabilidad esos medios en sobredimensionar un acto absolutamente deplorable, pero que representa más el estertor de un pasado convulso, que el exponente de una brecha insalvable.
En realidad por todas partes estamos cosiendo las relaciones, por todas partes estamos pidiendo hilo para sanar las heridas que dejan las confrontaciones sociales de todo tipo. En EEUU los grandes colosos de la informática son seguramente los que más original y acertadamente han tirado estos días de ese hilo restaurador de la convivencia. En eso se acercó la Navidad y ante el inmenso abeto, ante ese urgido y luminoso "totem" de la esperanza, se esfuerzan en amalgamar una sociedad que ha quedado fragmentada tras tan dura carrera electoral (anuncio de Apple). Es mucho más fácil romper que remendar, cohesionar, vertebrar. Quiebran, quebramos las sociedades cuando nos cegamos por individualistas y parcos intereses nacionales, sociales, religiosos, políticos... Quiebran la sociedades quienes sobreponen su beneficio a las personas, a la relaciones, a los derechos también de la Tierra; quienes ven al subordinado como exclusiva fuente de ingresos. Quiebran las sociedades quienes se reafirman como clase separada y como clase se blindan y embaten y olvidan la condición humana de quien creó el puesto de trabajo. Quiebran, quebramos las sociedades cuando no terminamos de abrir nuestras puertas y corazones a quienes vienen de fuera, cuando los vemos como competidores delante de la ventanilla de trabajo o de la oficina de servicios, en vez de hermanos que necesita apoyo solidario y viene a enriquecer nuestra comunidad. Quiebran las sociedades los partidos que parten, que dividen, que arrasan cohesión social sobre todo a la hora de repartirse el poder, que vapulean y desprecian al líder adversario y con él al quienes le siguen, por ganarse un puñado más de votos. Quiebran las sociedades los gobernantes que privan de palabra, de facultad de decidir sobre su destino a los pueblos. Quiebran las sociedades quienes, a veces no sin falta de cierta justificación, sólo anhelan escaparse y ven en la frontera la única esperanza para resolver los problemas... La amenaza de la brecha se halla por doquier y los populismos de la extrema derecha están ahora más que nunca deseosos de vender separación, exclusión y quebranto. La extrema izquierda rompe por su parte entre quienes más y menos tienen. No nos queda otra que intentar recoser las sociedades. No habrá seguramente artesanía más imprescindible. La división era sólo circunstancial, aparente. Más allá del escenario de la confrontación ha de aflorar la común dimensión humana. Recoser por lo tanto las brechas, salvar los abismos, reconciliarnos con el contrario..., es prioridad del humano de buena voluntad, preocupado por el progreso colectivo. ¿Y si resulta que a la postre ese progreso no era sino un constante remendar los rotos de todo orden, un sostenido esfuerzo de unir sociedades, de avanzar hacia el alto ideal de fraternidad humana? El guardia civil que se refugia de madrugada en un bar de copas también es nuestro hermano, más allá de "Casas Viejas", de las "hazañas" del Duque de Ahumada, más allá de los cañones que nos metiera en el pasado la benemérita por la ventanilla del coche... El votante de Trump, por pesada que haya sido su broma, también es nuestro hermano; el votante de Rajoy otro tanto, por muchos dolores de cabeza e imposiciones que nos va a traer de nuevo el gobierno de los populares... Sin aumentar la crispación, deberemos seguir trabajando por la solidaridad, por la Madre Tierra, deberemos seguir promoviendo valores capaces de vertebrar a la sociedad tras unos mismos ideales. La apuesta por la justicia, por el progreso, por la sostenibilidad, no puede ser por más tiempo una apuesta de confrontación. Reivindicamos una vez más el ideal de unidad en diversidad en los tiempos en que los "rotos" sociales parecieran adquirir desmesurado tamaño. La compleja sociedad de hoy está representada por un lado por quienes reconocen y ensalzan la pluralidad, por quienes tratan de integrar la diversidad y por otro por quienes marcan diferencia y frontera. El exacerbamiento de la identidad religiosa, nacional, social... rompe, de forma que deberemos ganar cada día mayor presteza y habilidad con los imprescindibles remiendos. En todos los países, en todas las geografías hay gentes y movimientos sociales con vocación integradora, duchos con la aguja que se esfuerzan en repuntar los rotos. Por todos los lugares encontraremos remendadores. Ellos/ellas heredarán la Tierra. Con la muerte del dictador Castro, leeremos y escucharemos muchas versiones de su extensa vida, lo que nos dará una idea aproximada de la realidad de este estadista y lo que ha supuesto el régimen castrista en Cuba, con sus luces y sombras siembre bajo la sombra del Gran Padre yanqui. Nada es blanco o negro, y los matices suelen ser lo importante a la hora de hacer valoraciones de conjunto. Castro fue un dictador y Estados Unidos el detonante de su dictadura, cosa que criticamos menos, a pesar de su bloqueo y de convertir a la isla en un gran burdel con Batista al servicio de su imperialismo.
Pero quizá sea menos conocido algunas cosas sorprendentes que he querido rescatar para los lectores de un artículo escrito por Leonardo Boff, con motivo del ochenta cumpleaños de Fidel Castro. Boff, teólogo y gran defensor del ecosistema contra las amenazas neoliberales, tuvo un encuentro maravilloso con Fidel Castro que lamentablemente no es todo lo conocido que debiera serlo. Fidel lo invitó a que fuera a Cuba a compartir las dos semanas de vacaciones de Castro, a raíz de que el papa anterior, Benedicto XVI, entonces cardenal del Santo Oficio, le impusiera a Leonardo Boff el silencio cuando publicó su libro "Iglesia, Carisma y Poder". Durante esos 15 días, además de disfrutar de la hospitalidad del presidente, conversaron con total libertad sobre todos los temas, especialmente los considerados más candentes por aquél entonces: marxismo y revolución, política general, religión, ciencia, etc. Fueron conversaciones "eternas" como que duraban hasta altas horas de la madrugada, como corresponde a dos buenos conversadores que tienen tanto que expresar. Huelga pensar en los comentarios que despertaron estos encuentros en los respectivos círculos de influencia de ambos. Pero lo cierto es que el interés de Castro por Boff y sobre todo por lo que este representaba (a Cristo), hicieron mella en el general: "Algunos puntos de aquellas conversaciones me parecen relevantes: Si de lo conversado con Fidel acerca de la Teología de la Liberación, Ratzinger entendiera la mitad de lo que entiende Fidel, otro sería mi destino personal y el de la teología de la liberación." En ese contexto, Fidel le confesó a Boff: "Ninguna revolución latinoamericana será verdadera, popular y triunfante, sino incorpora el elemento religioso". Sorprendente. Y desde esta clarificación, llegó algo todavía más sorprendente, como fue la solicitud de Castro a Boff y a fray Betto (ambos provenientes del carisma franciscano) que le dieran clases de religión y cristianismo a todos los funcionarios de segunda línea de Cuba. Por otra parte, Fidel nunca ocultó haber sido alumno de los jesuitas aunque les criticaba que lo que precisamente suele ser el fuerte de ellos, es decir, enseñar a pensar, en su caso lo aprendió en prisión a posteriori leyendo a Marx. Si en aquella época hubiese conocido la teología de la liberación, seguramente la habría aplicado en Cuba, llegó a decir. Y agrega Boff: "Llegamos a un momento de tanta sintonía, que solo nos faltaba rezar juntos el Padrenuestro." Lo cierto es que el pensamiento de Fidel sobre la religión ha cambiado desde entonces, abriendo la mano a la apertura a las iglesias cristianas. Boff cuenta que aquellos encuentros intensos los registró por escrito en varios cuadernos, pero un día fue asaltado y se los robaron en Río de Janeiro. Con lo cual, muchos nos hemos quedado fastidiados pensando en lo que pudo haber sido ese libro imaginado que jamás veremos escrito. Pero ante la muerte de Fidel, lo más importante es reflexionar sobre cómo el Espíritu aprovecha cualquier rendija que le dejamos para actuar por encima de razas, políticas o momentos históricos. El Papa ha decretado, en estos días, que los sacerdotes pueden también perdonar el pecado del aborto. La noticia resulta sorprendente por extender el perdón de este pecado a todos los sacerdotes, estando como estaba reservado a niveles superiores de la jerarquía eclesiástica, una muestra de esa democratización progresiva de la Iglesia, tan contestada, sobre todo, por aquellos que, dentro de ella, van sintiendo que su cuota de poder sobre las conciencias va disminuyendo.
Pero lo más sorprendente es que, todavía, se siga insistiendo en mantener a la gente, atada y bien atada a una administración de Dios y la consiguiente interpretación ética, con una soberanía sobre la culpabilidad de las personas, que hoy en día ya no se puede mantener. Así, no es de extrañar que mucha gente abogue por la muerte de Dios, ya que con este tipo de medidas no se hace más que empequeñecer, cada vez más, al ser humano. Un ser humano al que la Iglesia en su liturgia no deja de declarar hijo de Dios, sacerdote y rey. A mí me gusta pensar que esto no es más que un primer paso, en la manera de hacer del Papa Francisco, hacia una meta más acorde con una progresiva concienciación o extensión de la conciencia de todos los miembros de la Iglesia, como hijos de Dios y seres espirituales y autónomos que hemos venido a este mundo a tener una experiencia humana, venimos de Dios y volvemos a Dios, en busca de una plenitud que nos inspira y nos conciencia porque está a nuestro alcance, ya que todo nos ha sido dado de antemano por el infinito amor y misericordia de Dios y no tenemos necesidad de intermediarios. El insistir tanto en la culpabilidad y el pecado no es más que tratar de cortar las alas a todos aquellos que ansían alcanzar esa plenitud humana. Nosotros somos las manos, los pies y el corazón de Dios. No puede existir Dios sin la existencia del hombre, somos su piedra de toque y todos somos miembros de ese cuerpo místico, en el que todos somos uno con el Padre, como decía Jesús. Puede que a algunos les suene esto un poco fuerte, pero es lo que hay si no queremos seguir viviendo la fe del carbonero, con todo el respeto que me merece la imagen de aquellos hombres y mujeres que vivieron y viven tiempos de preterición y oscurantismo a manos de hombres sin piedad que pretenden administrar el amor y la misericordia de Dios en su propio favor y provecho. Aquello que aprendimos en el catecismo de: “Doctores tiene la Santa Madre Iglesia que te sabrán responder”, ya no es válido para hoy en día, ahora tenemos que ir todos junto a la búsqueda de esas respuestas que nos puedan hacer a todos más humanos, ahora la Iglesia además de madre y maestra tiene que ser amiga y compañera. Hoy, los profetas Isaías y Juan tienen la palabra. La palabra de un profeta no es fácil de aceptar porque obliga a cambiar, y eso no nos gusta. El profeta es el hombre que ve un poco más allá, o más hondo que el resto de los mortales. Esa ventaja nace de su postura escudriñadora. No le gusta lo que ve a su alrededor y busca algo nuevo. Esa novedad la encuentra entrando dentro de sí y viendo las exigencias de su verdadero ser. El profeta no es un portavoz enviado desde fuera; es siempre un explorador del espíritu humano que tiene la valentía de advertir a los demás de lo que ve. En esto consiste la revelación. Dios se revela siempre y a todos; solo algunos lo descubren.
Hoy Isaías anuncia lo que debía ser cada hombre personalmente y lo que podía ser la comunidad. Pero extiende los beneficios de una comunidad auténticamente humana a toda la creación. El causante de ese maravilloso cambio será elEspíritu. Los tiempos mesiánicos llegarán cuando las ciencias humanas no tengan la última palabra, sino que la norma última sea “la ciencia del Señor”. Sencillamente genial. Hoy sabemos que esa sabiduría de Dios está en lo hondo de nuestro ser y allí debemos descubrirla. Lo primero que nos anuncian, es que nacerá algo nuevo de lo viejo. En lo antiguo, aunque parezca decrépito y reseco, siempre permanece un germen de Vida. La Vida es más resistente de lo que normalmente imaginamos. En lo más hondo de todo ser humano siempre queda un rescoldo que puede ser avivado en cualquier instante. Ese rescoldo es el punto de partida para lo nuevo, para un verdadero cambio y conversión. El evangelio del hoy, leído con las nuevas perspectivas que nos da la exégesis, nos puede abrir increíbles cauces de reflexión. Es un alimento tan condensado, que necesitaría horas de explicación (disolverlo para convertirlo en digerible). El problema que tenemos es que lo hemos escuchado tantas veces, que es casi imposible que nos mueva a ningún examen serio sobre el rumbo de nuestra vida. Y sin embargo, ahí está el revulsivo. Pablo ya nos lo advierte: “La Escritura está ahí para enseñanza nuestra”. “En aquellos días”. Este comienzo es un intento de situar de manera realista los acontecimientos y dejarlos insertados en un tiempo y en un indeterminado lugar. Jesús ya tenía unos treinta años y estaba preparado para empezar una andadura única. Sin embargo, los cristianos descubren que lo primeros pasos lo quiere dar de la mano del único profeta que aparecía en Israel después de trescientos años de sequía absoluta. “En el desierto”. La realidad nueva que se anuncia, aparece fuera de las instituciones y del templo, que sería el lugar más lógico, sobre todo sabiendo que Juan era hijo de un sacerdote. Esto se dice con toda intención. Antes incluso de hablar del contenido de la predicación de Juan, nos está diciendo que su predicación tiene muy poco que ver con la religiosidad oficial, que había desfigurado la imagen del verdadero Dios. “Convertíos, porque está cerca el reino de Dios”. Está claro que se trata de una idea cristiana, aunque se ponga en boca del Bautista. Es exactamente la frase con que, en el capítulo siguiente, comienza su predicación el mismo Jesús. Sin duda quiere resaltar la coincidencia de la predicación de ambos, aunque más adelante deja claro las diferencias. Convertirse no es renunciar a nada ni hacer penitencia por nuestros pecados. Convertirse (metanoia), en lenguaje bíblico, es cambiar de rumbo en la vida. Vamos por un camino equivocado y tenemos que cambiar de dirección. Para rectificar es preciso descubrir que me he equivocado o que me he propuesto otra meta. Convertirse es elegir lo que es mejor para mí, por lo tanto no lleva consigo ninguna renuncia, sino el claro discernimiento de lo que es bueno. Mateo proclama el mensaje incluso antes de presentarnos al personaje. Es ya una insinuación de lo importante. “Éste es el que anunció el profeta Isaías.” Esta manera de referirse al Bautista es muy interesante, porque resume muy bien lo que pensaban los primeros cristianos de Juan. Para ellos, la figura de Juan responde a las expectativas de Isaías. Juan es Elías (correa de cuero) que vuelve a preparar los tiempos mesiánicos. “Llevaba un vestido de piel de camello”. La descripción del personaje es escueta pero impresionante. Su figura es ya un reflejo de lo que será su mensaje, desnudo y sin adornos, puro espíritu, pura esencia. ¡Qué bien nos vendría a los predicadores de hoy un poco más de coherencia entre lo que vivimos y lo que predicamos! Esa falta de coherencia es lo que denuncia a continuación en los fariseos y saduceos. Juan es un inconformista que no se amolda en nada a la manera religiosa de vivir de la gente normal. Ni come, ni viste, ni vive, ni da culto a Dios como los demás. “Acudía a él toda la gente.” La respuesta parece que fue masiva. Se proponen dos ofertas de salvación: la oficial, Jerusalén (templo) y la protestante en el desierto. La gente se aparta del templo y busca la salvación en el desierto junto al profeta. La religión oficial se había vuelto inútil, en vez de salvar esclavizaba. Más tarde, Mt llevará a toda esa gente a Jesús, en quien encontrará la salvación definitiva. “Dad el fruto que pide la conversión”. A los fariseos y saduceos, Juan les pide autenticidad, de nada sirve engañarse o engañar a los demás. Los fariseos y los saduceos eran los dos grupos más influyentes en tiempo de Jesús. También van a bautizarse. Las instituciones opresoras tratan por todos los medios de domesticar ese movimiento inesperado, pero son desenmascarados por Juan. Los fariseos conocedores de todas las normas, cumplían más de lo que estaba mandado, por si acaso. Los saduceos eran el alto clero y los aristócratas, los que estaban más cerca del templo y de Dios. Éstos son los que tienen que convertirse. ¿De qué? Aquí está la clave. Un cumplimiento escrupuloso de la Ley compatible con una indiferencia e incluso desprecio por los demás, es contrario a lo que Dios espera. Estar todo el día trajinando en el templo no garantiza el cumplimiento de la voluntad de Dios. La conclusión es demoledora. Ninguna religiosidad que prescinda del hombre puede tener sentido, ni entonces, ni ahora. Los seres humanos somos muy propensos a dilucidar nuestra existencia relacionándonos directamente con Dios, pero se nos hace muy cuesta arriba el tener que abrirnos a los demás. Nos cuesta aceptar que lo que me exige Dios (mi verdadero ser) es que cuide del otro. Si pudiéramos escamotear esta exigencia, todos seríamos buenísimos. El Dios, con el que nos relacionamos prescindiendo del otro, es un ídolo. Convertirse no es arrepentirse de los pecados y empezar a cumplir mejor los mandamientos. No se trata de dejar de hacer esto y empezar a hacer aquello. No podemos conformarnos con ningún gesto externo. Se trata de hacerlo todo desde la nueva perspectiva del Ser. Se trata de estar en todo momento dispuesto a darme a los demás. “Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego.” Se trata de otra idea absolutamente cristiana. Juan está hablando de un bautismo distinto y superior al suyo. Toda plenitud es siempre realizada gracias al Espíritu. No está hablando propiamente del “Espíritu Santo”, sino de la fuerza de Dios que capacita a Jesús y a todo el que “se bautice en él”, para desplegar todas las posibilidades de ser humano. Meditación-contemplación “Sobre él se posará el Espíritu del Señor”. La presencia de Dios Espíritu en nosotros nos abre infinitas posibilidades. Sin esa presencia yo sería nada. Con ella puedo serlo todo. ........................... Meditar es emprender un camino hacia el hondón de mi ser. El camino puede ser largo y difícil, pero no hay alternativa. Si de verdad quiero ser auténtico,tengo que descubrir mi ser. Si no lo descubro, mi vida se centrará en el “ego” (falso yo). ...................... La conversión es consecuencia de este descubrimiento. El hombre solo cambia una meta por otra mejor. Si cambio de dirección sin haber descubierto la meta, me desorientaré y continuaré sin rumbo fijo. El evangelio de este domingo nos presenta un personaje curioso. Va vestido de un modo que llama la atención y recuerda al profeta Elías; predica en el desierto de Judea y no tiene pelos en la lengua. Predicó hace casi dos mil años, pero…
¿QUÉ NOS DIRÍA HOY? Juan Bautista se colocó en el pasillo central de unos grandes almacenes, junto a las mejores ofertas del Black Friday, sacó su megáfono y dijo: “Que sean vuestras necesidades reales lo que os mueva a comprar. Que las ofertas no apaguen vuestra lucidez ni despierten el deseo compulsivo de consumir…” La gente le rodeó pensando que era una atracción más y formaba parte del montaje de las rebajas, pero al oír su mensaje se fueron retirando. Por los pasillos de los grandes almacenes se oían comentarios: “Está loco”; “Que nos deje disfrutar de las rebajas.”; “Este no se ha enterado de la sociedad en la que vive”… Juan Bautista se fue a unos estudios de televisión y se sentó entre el público. Durante un rato observó cómo un grupo de hombres y mujeres ganaban dinero fácilmente vendiendo su cuerpo y sus sentimientos. Tan pronto mentían como reconocían su mentira y se sometían al polígrafo. Lloraban, gritaban, se insultaban o se besaban apasionadamente. De repente, Juan se puso en pie, sacó su megáfono y les dijo: “Mirad a vuestro alrededor. Muchos jóvenes han caído, víctimas de este juego. Sois como ídolos con pies de barro. Por salir en televisión sois capaces de mezclar el amor con la mierda; antes o después, la suciedad os salpica a vosotros mismos…” No pudo continuar. Dos guardias de seguridad fornidos lo cogieron por los hombros y lo sacaron a la calle, cerrando las puertas tras él. Dentro, la presentadora pidió disculpas: - Lo sentimos. De vez en cuando hay locos que intentan estropear el programa, pero no lo consiguen. Y la grabación continuó su curso, como si no hubiera pasado nada; la audiencia se lo merecía. Juan Bautista entró en el edificio de un gran banco y gritó en el hall: “Raza de víboras, mirad las consecuencias de vuestra política económica. No digáis que sois banqueros cristianos de toda la vida y dais limosna. Los tribunales están llenos de procesos y juicios contra vosotros. Os habéis enriquecido engañando a los más débiles…” - Ya hemos oído bastante. Que lo desalojen- se oyó desde el fondo del hall. Y lo expulsaron sin miramientos. Juan Bautista se fue a la puerta del Congreso y fue abordando a sus señorías diciendo: “¡Basta ya de promesas de cambio! Es hora de hacer justicia y de repartir con quien no tiene. El árbol que no da fruto será talado y echado al fuego. Dad frutos propios de la conversión… “ Alguien levantó la mano e hizo un gesto. En un momento, un grupo de policías rodeó a Juan, lo metieron en un furgón y se lo llevaron. La persona que dio la orden era del partido de los Herodianos. Al estar detenido no pudo ir a predicar a una iglesia del centro de la ciudad, que estaba muy concurrida los domingos. JUAN BAUTISTA EN SU TIEMPO Cada uno de los cuatro evangelistas nos habla de Juan, poniendo el acento en aspectos diferentes, según la finalidad de su evangelio, porque el Bautista tuvo multitud de seguidores y una importancia extraordinaria en su tiempo; hay datos extra bíblicos que lo confirman. En algunos ambientes fue más conocido que el propio Jesús. El evangelista san Mateo da un salto cronológico, desde la infancia de Jesús a la aparición del Bautista. Lo hace magistralmente gracias a la frase “por aquel tiempo”. Con este recurso literario quedaba claro en su tiempo que la historia de la salvación continuaba. A continuación nos ofrece rasgos para que podamos reconocer a Juan Bautista como un profeta. Isaías había dicho: “Una voz grita: preparad en el desierto un camino para Yahvé, enderezad en la estepa una senda para nuestro Dios” (40, 3). Hay otros textos similares: “Yo enviaré un ángel delante de ti para que te guíe por el camino…” (Éxodo 23,20) y “He aquí que yo enviaré a mi mensajero a preparar el camino delante de mi…” (Malaquías 3, 1). De este modo, extraño para la mentalidad actual, los judíos comprendían que tanto el mensaje de Juan como la persona de Jesús quedaban insertos en la tradición profética. Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. En tiempos de Jesús el modo de vestir era expresión de la identidad de la persona con más claridad que ahora. Actualmente una persona muy rica puede ir con pantalones vaqueros rotos y se considera moda; nos equivocaríamos al juzgar su estatus social a través de la ropa. San Mateo nos describe las vestiduras de Juan de modo que a la gente de su tiempo le evocara al profeta Elías, hasta el punto de que llegaron a preguntarse si Elías había vuelto de nuevo, como puntualiza el evangelista Marcos. Tenía sentido que se hicieran esa pregunta. En el segundo libro de los Reyes, Elías es descrito como “un hombre velludo con una correa de cuero ceñida a la cintura” (II Reyes 1, 8); este profeta había sido muy querido por el pueblo y creían que no había muerto, sino que había sido arrebatado al cielo y volvería de nuevo a la tierra, para seguir profetizando. Esta creencia se corroboraba con un texto del profeta Malaquías: “He aquí que yo os enviaré al profeta Elías antes de que llegue el día grande y terrible de Yahvé” (3,23). Ser o reconocerse “hijo de Abraham” era la meta, el sueño de cualquier varón judío. Para las mujeres no existía esa posibilidad. Pero el Bautista pide coherencia. No es un título, porque Dios podría dárselo a cualquier, incluso sacarlos de las piedras. Su mensaje es claro, confrontador e incómodo. Al ver acercarse a fariseos y saduceos para bautizarse los llama “raza de víboras”. Podemos imaginar las amistades que se granjeó con eso. Y si añadimos la urgencia que pide en la conversión, porque el hacha está en la base de los árboles, podemos comprender que fuera un personaje controvertido. San Lucas añadió algo más que no dice Mateo: cuando le preguntaban ¿qué tengo que hacer? El Bautista les respondía: “El que tenga dos túnicas que reparta con el que no tiene ninguna y el que tenga alimentos que haga igual”. No se puede decir más claro. El evangelio de hoy nos presenta a un hombre valiente, coherente, que denunció lo que estaba mal y fue ganándose su sentencia de muerte. Herodes hizo el resto. Bautizar con Espíritu Santo y fuego era una expresión de las primeras comunidades que indicaba la misión. Es Jesús, y no Juan Bautista, quien envía a la misión. |
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